La tierra prometida
Estaba amaneciendo cuando por fin apareció a lo lejos la ciudad prometida. Inmensas construcciones se erguían ante nuestros ojos. Bellísimas construcciones. Raras construcciones. Inverosímiles. El aire de pronto perdía el olor nauseabundo de los cadáveres. El aire era puro. Limpio. Dulce el aire. Daba gusto respirar. Y respiramos. Y nos abrazamos. Y tuvimos la certeza de que habría un lugar para nosotros allí, en aquella hermosa ciudad bañada por la neblina matinal. La neblina no dejaba ver la base de las edificaciones. De pronto parecía que se trataba de una ciudad flotante. En pocas horas llegamos a la ciudad. Salir del vertedero fue fácil. No había muros de hormigón. Mayas electrificadas. Cercas de alambres de púas. Nada. 231