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Ciberhappening

Duele la cabeza. Duelen los ojos. Demasiadas horas frente a la pantalla. La sopa de cebollas es buena para el dolor de cabeza. Al telediario no le importa la sopa ni el dolor. La voz de la presentadora inunda la sala del apartamento.

«En la madrugada de hoy, la afamada actriz y cantante pop, Annie Kulm fue detenida cerca de su residencia permanente, acusada de conducción temeraria y resistencia al arresto, junto a la célebre modelo de ropa interior Nicole Dorian. Los rumores de una posible relación amorosa ente Kulm y Dorian se expanden. Las chicas lo han negado, pero no brindaron una buena excusa que justifique el motivo por el cual viajaban juntas. Un informe toxicológico reveló que tanto Annie como Nicole habían consumido píldoras de colores brillantes en el momento de su detención. Las autoridades anunciaron que, en las próximas dos horas, ambas serán puestas en libertad bajo fianza».

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Esta clase de información solía ser exclusividad del canal de noticias banales. Ahora el telediario la divulga como un acontecimiento cultural.

La ciudad de la luz se ha quedado sin acontecimientos culturales. Verdadera cultura, quiero decir. No soporto la frivolidad de las noticias banales. Pero no apagamos la pantalla. Mi marido cree que es importante mantenernos informados. Luego de los atentados del veintinueve de febrero estamos así. Expectantes. Una especie de paranoia. O miedo. Según se mire. Hay cosas que no tienen vuelta atrás, como los sueños inconclusos. En la ciudad de la luz la vida ha cambiado. No se ha vuelto a realizar el festival de cine francés. Ni los conciertos en la basílica de Santa Rita patrona de los imposibles. Ni las presentaciones del Royal Ballet. Tampoco las exposiciones en galerías de arte. Todos los atentados sucedieron en espacios como esos. Públicos y cerrados. Culturales. Sentíamos miedo de asistir a lugares así. Vacíos los cines. Vacíos los teatros. Vacías las salas de concierto. Vacíos los museos. Y tantas cosas.

Estamos hechos de todas las tonalidades del miedo. Las fachadas dibujadas con cada tonalidad del miedo. Los espacios culturales se fueron fermentando por la falta de público. El gobierno se dio cuenta. Hizo lo que tenía que hacer. Adiós a los cines. Adiós a los teatros. Adiós a las salas de concierto. Adiós a los museos. Adiós a tantas cosas. Gigantescos insectos mecánicos aterrizaron sobre los techos. Desplegaron sus tenazas. Agarraron las edificaciones culturales. Abrieron las alas. Levantaron el vuelo llevándose las construcciones hacia un vertedero de cultura fermentada. Arrancadas desde los cimientos las construcciones, desde la raíz. Como pequeñas casas de juguete. El ejercicio de la memoria como única huella. Y cráteres. La ciudad de la luz se llenó de cráteres. Solo el museo de arte contemporáneo se aferró al suelo con fuerza. Un insecto mecánico no podía sacarlo de allí. Hubo que traer todo un enjambre. Desde la casa, mi marido y yo vimos la extracción. La transmitieron en el suplemento dominical.

Los gritos del arte contemporáneo se escuchaban desde la pantalla de rayos catódicos. En el telediario no se ahorraron los detalles más sórdidos. Las cámaras del sistema de Video Vigilancia dieron varios puntos de vista. Una y otra vez la extracción. La nube de polvo. La masacre. Lloré de rabia. La vida ya nunca más sería la misma luego de esa noche. Un fuego intenso me recorría el cuerpo. Mi marido buscó un vaso con agua para apagar el fuego. Un rastro líquido en el suelo del apartamento. Deja de llorar, dijo. El agua bajó despacio por mi garganta. El tono de sus palabras fue una orden, o al menos algo muy parecido a una orden. Mi marido me cuida de todo incluso de mí misma.

Nos conocimos en el museo de arte contemporáneo. Nos conocimos en un lugar que ya no existe. Asusta creer que algo tan sólido desapareció en unos minutos. A veces hablamos con nostalgia. El ejercicio de la memoria es la única huella que nos queda del lugar.

Yo había publicado mis primeros cuentos. Estaba convencida de que pronto llegarían en tropel los periodistas. Quería ser una gran escritora. Ganar todos los premios literarios de la ciudad de la luz. Publicar con Planeta y con Anagrama. Aún estudiaba la carrera de ingeniería en Informática. Estaba convencida de que la ingeniería no sería un impedimento. No imaginaba entonces que un puesto de programadora no deja tiempo para el arte. Los grandes escritores de la historia no dedicaban ocho horas diarias a un trabajo de oficina. Estaba condenada a no pasar a la historia de la literatura. Pero en esa época no lo sabía. Era más soñadora. O más ingenua. Tenía un cuaderno de apuntes con hojas a rayas. En la primera página escribí una lista de deseos. Uno de mis deseos era hacer una maestría en historia del arte. Entendía que un escritor necesitaba un bagaje cultural que no garantizaba la ingeniería. No quería ser una pseudointelectual. Visitaba toda clase de actividad cultural. Leía todo lo que me cayera a mano. El tiempo apenas alcanzaba.

El museo de arte contemporáneo era uno de mis lugares favoritos. Me fascinaba la obra de un artista local. Excelente. Alabada por la crítica. Multidisciplinaria. Ciberhappening. Corriente artística popularizada a mediados de siglo. Técnica impecable. PROVOCACIÓN. PARTICIPACIÓN. IMPROVISACIÓN. El concepto fundamental del Ciberhappening apostaba por la ruptura con la verticalidad del espectador. Te atreves a soñar, decía la obra. PROVOCACIÓN. No te quedes al margen. No seas un espectador. Ven a la obra. PARTICIPACIÓN. Luego me daba cuenta de que la obra estaba en blanco. Un espacio carente de objetos. Colores. Sonidos. Tú eres el artista. Si quieres una obra sé la obra. IMPROVISACIÓN. La posibilidad de construir el mundo. Las reglas las cosas. Libertad absoluta.

Ciberlibertad, para ser más precisos. Inmersión total. Cada espectador era el artista. Era la obra. Arte fugaz. A la salida la obra volvía a estar en blanco. La memoria el único testigo.

Iba con frecuencia. Entonces mi marido no era mi marido. Sino uno de los guías del museo. Salón de Ciberhappening. Llevaba uniforme gris. Contestaba a mis preguntas sin perder la paciencia ni la elegancia. A veces no había nadie más en la sala. Caminábamos juntos. Con el tiempo nos hicimos amigos. O algo así. Ahora nos da risa. En aquel entonces estábamos nerviosos. Las manos frías. La cara caliente. Él era lo mejor de mi día. Una vez entramos juntos a una obra. Las obras eran unipersonales. Supusimos que la obra resistiría el peso de nuestros cuerpos. PROVOCACIÓN. PARTICIPACIÓN. IMPROVISACIÓN. Espacio en blanco. Mundo en blanco.

Vamos a ser fuegos artificiales, sugerí. Nos tomamos de la mano. Firmes los cuerpos. Perpendiculares al piso. Las bocas apuntando al cielo. Un impulso de las piernas. Un salto inquebrantable hacia la noche. Chispas salían de nuestras bocas. Hasta que estuvimos a la altura conveniente. Explotamos en luces de colores. La vida no volvió a ser la misma. Hay cosas que no tienen vuelta atrás. No sé con certeza cuándo nos enamoramos. Un día entramos a una obra. Hicimos un cielo nocturno. Una plataforma. Cielo encima y debajo de la plataforma. Son mundos duplicados, dijo. Es el borde del mundo, pensé. Su cuerpo al este. Mi cuerpo al oeste. Las cabezas juntas. Todo el silencio de dos mundos. El fin de los dos mundos. Un espacio donde todo puede ser. Amaneció y aún estábamos despiertos. Sin tocarnos. El museo estaba a punto de reabrir. Yo tenía clases en la universidad. Quédate, dijo él. Esa fue la primera vez que nos desnudamos.

La voz del comentarista deportivo inunda la sala del apartamento. «La Federación Internacional de Fútbol Asociación dio a conocer en ceremonia efectuada en la tarde de hoy el resultado del proceso para otorgar el Balón de Oro. El título fue en esta ocasión para El Rayo Berttoni, nuestro espectacular delantero centro. La ciudad de la luz se enorgullece de la noticia. El portero Henry Angerer ha quedado a las puertas del título por tercera vez consecutiva. Angerer no se tomó el trabajo de disimular su ira, negándose a participar en rueda de prensa. Berttoni declaró que subastaría online la estatuilla con el fin de recaudar fondos para brindar apoyo al hospital para niños enfermos de cáncer de la ciudad de la luz. Nuestros reportes informan que El Rayo Berttoni se encuentra en estos momentos de celebración junto a una docena de chicas de silicona. A continuación, ofrecemos imágenes en vivo».

Luego de los atentados del veintinueve de febrero la gente prefiere no salir a la calle. Las casas parecen el único lugar seguro. El gobierno hizo lo que tenía que hacer. Circo y pan. Ocuparon los cráteres donde antes hubo edificaciones culturales. Construyeron rascacielos para negocios de inmobiliaria. Agencias de software. Unidades militares.

Negocios lucrativos. Una gran inversión en canales de la tele. Chisme y farándula. La chica del tiempo es de silicona. Lleva un escote pronunciado. Un vestido muy corto. Las películas permiten tomar decisiones en cuanto a la trama. Los televidentes también son teleaccionistas. Ver la televisión para matar el tiempo. Métodos sofisticados para matar el tiempo. Las montañas de tiempo asesinado se acumulan en las calles. Por un módico precio se puede una suscribir a canales de seguimiento VIP. El pago se realiza a través de PayPal. En este barrio de los suburbios la gente sueña con una cuenta bancaria. Una tarjeta magnética. Transacciones electrónicas. PayPal. Inscribirse a un canal de seguimiento VIP. La prostituta quiere inscribirse al canal de seguimiento VIP. Me gustaría ver a la japonesa, dijo la prostituta. Chica de látex. Antigua compañera de trabajo. Ahora es uno de los ángeles de Victoria’s Secret. Casada con un jugador de fútbol luego de que el gobierno aprobara el matrimonio inflable.

Duele la cabeza. Duelen los ojos. El telediario no ayuda. En realidad, no me gusta ver el telediario. Mucho menos cuando estoy comiendo. Las imágenes asustan, aburren, aturden, desconciertan, paralizan la digestión. Es preciso cuidar las digestiones. Al telediario no le importan las digestiones. La voz del presidente inunda la sala del apartamento.

«Ciudadanos. La ciudad de la luz los convoca a apoyar al Ejército de la luz. Cientos de hombres y mujeres de bien se han anotado gustosos en las gloriosas filas de nuestro ejército para ir hasta la ciudad de humo en busca del terrorista supremo. Hay que trabajar duro para preservar nuestra igualdad, nuestra libertad y nuestra fraternidad. Luego de dos años de los tristes atentados del veintinueve de febrero la lucha continúa. Es preciso que salvemos a nuestra ciudad y al mundo de la ola terrorista que se cierne sobre nosotros. A cada ciudadano inscrito en el ejército de la luz se le premiará con una cuenta bancaria de cien bitcoins y una suscripción gratuita al canal de noticias banales, ventajas de las cuales podrá disfrutar a su regreso. La ciudad cuenta con el apoyo…»

Mi marido sostiene el control remoto con la mano izquierda. Tengo deseos de caminar. Coger aire. Correr por la calle. Correr por donde sea. Sudar esta fiebre. Lástima que la calle no sea un lugar seguro. Al menos en este barrio de la periferia. Te sientes mejor, pregunta mi marido. Puedes apagarlo, pregunto yo. Claro, responde. La voz del telediario escapa del apartamento. Algún día nosotros también escaparemos de aquí.