5 minute read

Escombros

Mi marido no puede creerlo. Se lleva las manos a la boca. Me abraza. Me mira. Me besa la frente. Está llorando mi marido. Yo también estoy llorando. Quiero dejar de hacerlo y no lo consigo. Estás bien, pregunta. Le respondo que sí. Vuelve a preguntar. Es como si no me escuchara. Los ojos muy grandes. Asustados los ojos.

Le digo de la carta. Le digo que lo reclutan para la guerra. La carta decía que la guerra marcha bien, pero hace falta un esfuerzo definitivo. Siete días para presentarse en el Ministerio de las FAI. Siete días para despedirse de la vida. Siete días para comenzar a morir. La guerra no. No puede irse mi marido para la guerra. No quiero que se vaya. El que se va nunca regresa. Cuando mucho regresa el cuerpo. Pero nunca más se vuelve a ser la misma persona.

Advertisement

La guerra no, digo con histeria. La guerra no. La guerra no. La guerra no. Mi marido vuelve a abrazarme.

Lo tenemos claro, dice. La guerra no. Está decidido. Tranquila, dice. Todo va a estar bien. Trataron de matarnos, digo. Nada está bien. Denise está muerta. Estoy sin trabajo. Hay catorce mil ingenieros en informática. Y trataron de matarnos. Te reclutaron para la guerra. Nada está bien. No tenemos casa. No tenemos dinero. La novela de la beca estaba en la laptop. Se robaron mi laptop. Mi instrumento de trabajo. No tenemos nada. Ni siquiera ilusiones. Era mejor que nos hubieran matado, digo. No vuelvas a decir eso, dice mi marido. Pero yo quiero decirlo. Y lo digo. Gritando lo digo. Mi marido me pide que haga silencio. Con una voz desconocida lo dice.

Su voz es el zumbido de un hombre-insecto. Su voz en nada se parece a la voz de mi marido. Ahora estoy llorando porque no reconozco la voz. Hoy soy la más frágil de todas las mujeres. Hoy no podré resistir otro golpe de la vida.

Escúchame, dice mi marido. Tenemos que marcharnos ahora mismo. Si se dan cuenta de que sigues viva, los hombres-insecto regresarán. No podemos dejar que nos encuentren aquí. Tenemos que ir a un lugar seguro, dice. Un lugar seguro, repito. Y las palabras revolotean entre los escombros de la casa. No existen los lugares seguros, al menos no en la ciudad de la luz. Entonces nos iremos a otra ciudad, dice. Ya no quiero vivir en una ciudad, digo. Mucho menos aquí. Aquí no hemos logrado ser felices, digo. Esta es una ciudad demasiado iluminada para nosotros, digo. Demasiado hermosa. Somos insectos de campo, estas luces nos superan. Crees que alguien sea feliz acá, pregunto. Mi marido me besa la frente. Mejor nos vamos, dice. Ahora que todavía hay tiempo.

Crees que todo haya sido a causa del código

Varmint, pregunto. Pero no sé qué me responde. He dejado de escuchar. Llegan a mi mente las líneas de código. Llega la voz angustiada de Varmint en la contestadora de su casa.

«Mamá, escucha. No salgas de la casa. No abras la puerta a nadie. Luego te explico. Si no tienes noticias mías esta tarde, activa Little Boy. Ya sabes cómo hacerlo. Los de seguridad vienen por mí. Cuento contigo, mamá. Si todo sale bien regreso pronto. Un beso».

La voz de Varmint en mi cabeza. «Los de seguridad vienen por mí». Yo había pensado en los de seguridad informática. Nunca imaginé que se tratara de hombres-insecto con armas automáticas. Hombres capaces de matar, del mismo modo en que mataron a Denise. Quizás Varmint los subestimó. Quizás Varmint pensó en diálogos pacíficos. Una entrevista en la oficina iluminada del jefe iluminado. Cuando mucho una sanción administrativa. Un despido automático. No imaginó Varmint que no le quedaría tiempo para exponer sus argumentos. Es lo que tiene meterse con gente peligrosa.

No era consciente el cibernético de cuán peligrosa era la gente que le rodeaba. Luego de varios años compartiendo el mismo techo. Los mismos convenios colectivos. Los mismos horarios de entrada y de salida.

Mi marido registra entre los escombros. Junta algunas pertenencias que lograron sobrevivir a las ráfagas. Las deposita en una bolsa. Debemos apurarnos, dice. Pueden llegar en cualquier momento. Miro fijamente a mi marido. Quiero decirle algo. Hasta abro la boca para decir algo. Pero la palabra se me queda en los labios. Congelada la palabra. Congelada mi expresión. Lo mejor es guardar silencio. No hay tiempo para los preámbulos. Ni para las despedidas. Nada de lo que yo pueda decir minimizará el dolor.

Salimos de la casa que por años fue nuestra. Bajamos las escaleras. El muerto de las escaleras nos mira muy serio. En una lengua extraña predice la mala suerte. Un murmullo que no logro entender. O al menos quiero pensar que no entiendo.

Vamos por la calle. Todo lo que tenemos lo llevamos a cuestas. Caminamos a prisa. En silencio caminamos. Mi marido de vez en cuando vuelve la cabeza para ver si alguien nos sigue. Nadie nos sigue. Al menos eso parece. Yo camino. Caminar es fácil. Un paso. Otro paso. Otro más. Los pies me llevarán a alguna parte. A donde mi marido diga. Sólo él puede pensar en un momento así. No podemos irnos por la autopista. Nos encontrarían enseguida. Es una posibilidad. Eso ha dicho mi marido.

Yo pienso en mi antiguo trabajo. Cómo pudieron hacerme esto. Despedirme era más que suficiente. Cómo puede ser alguien tan cruel. Vieron mis trazas en el sistema y decidieron matarme. Me asociaron con Varmint y decidieron matarme. A mí, que solo pensaba en terminar mis líneas de código. Siento tanto rencor. Tanta rabia.

Mi rabia dentro de mi rabia. Tres vueltas de rabia espiral. Al rojo vivo la rabia.

Saco mi teléfono. Qué haces, pregunta mi marido. Tengo ganas de acabar con todo, digo. De hacer daño a mi antiguo jefe. A su empresa. A la ciudad. Mi marido me pide que lo piense. No sabemos las consecuencias de la bomba. Y yo me río. Casi como una histérica. Una risa que recuerda la voz del muerto de las escaleras. A estas alturas, nada me importa ya, digo.

Accedo a la página de inscripciones al canal de seguimiento VIP. La conexión demora un poco. Hay que recordar que esta es la periferia. Aquí todo es peor. Incluso las conexiones. Aparece el formulario de inscripción. Aquí estás, digo en voz baja. Tecleo la clave para activar Little Boy. Made in China T1050208 Listo.