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Bomba lógica

Las once. Las doce. La una. Es la una de la madrugada. Mi marido aún no ha regresado del trabajo. No es la primera vez que debe hacer horas extras. No ha podido avisarme. Ya no me avisa. Mi marido no tiene teléfono. En algún momento tuvo, pero ya no. El teléfono se hizo una moneda de cambio. Bitcoins que sirvieron para alimentarnos durante unas semanas.

Necesitamos comprar muchas cosas. Además de una lavadora necesitamos un teléfono para él. Un teléfono para no morir de ansiedad. Estoy enferma de ansiedad. Miro por la ventana. Recorro la calle. Cada hombre que pasa pudiera ser él. Con detenimiento miro. Una y otra vez miro. Inútilmente miro. Ninguno de los hombres de la periferia es él. Pudieran serlo, pero no lo son.

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Doy vueltas de un lugar a otro de la casa. Miro al reloj. La una de la madrugada. Una y cinco. Una y seis. Una y siete minutos. Minutos. Minutos. Minutos. El tiempo derretido de los relojes se escurre por el suelo del apartamento. El tiempo es una sustancia pegajosa sobre la cual intento desplazarme. Estoy atrapada en una red de tiempo.

Abro el código Varmint. El código Varmint está frente a mí. El código es mi válvula de escape. Entro al código. Respiro dentro del código. Aquí los minutos podrían cobrar prisa. Es mi modo de ocupar el tiempo y la mente. Más allá de la ventana la calle está vacía. Mi marido sigue sin aparecer. Estoy sola en medio de la noche. O no tan sola en medio de la noche. Está el código conmigo. Un acertijo el código. Ahora lo entiendo. El cibernético no era desordenado. El cibernético era precavido. El desorden es parte del camuflaje. El objetivo era ser hermético.

Incomprensible. Cómo no me di cuenta antes.

Varmint escondió código dentro de su propio código. Hizo una serie de mecanismos que podían activarse desde fuera. Producir un comportamiento no previsto por la empresa. Una bomba lógica. Nada bueno querría con eso. Nadie hace una bomba lógica con buenos fines. Una bomba lógica, como toda bomba, tiene el propósito de hacer daño.

Cuando estaba en la universidad supe de un profesor de redes al que expulsaron. No tengo claro el porqué de la expulsión. Existieron muchas versiones de los hechos. Pero eso no es importante. Lo importante es que el hombre se fue. Al otro día estaban caídos todos los servidores de la red interna de la universidad. Todos y cada uno de ellos. Incluso el servidor de correo electrónico. Demoraron casi una semana en reestablecer los servicios. Entonces los portales webs estaban en blanco. No había ni siquiera una noticia en el periódico universitario. No había ni siquiera una clase en el entorno virtual de aprendizaje.

Estaban vacíos los buzones del correo electrónico. Luego nos dijeron que el profesor activó un contador de tiempo para que, pasadas veinticuatro horas de su partida, se detuvieran los servicios y se borraran las bases de datos. El hombre fue acusado ante los tribunales. Lo multaron con un cuarto de millón de bitcoins. Creo que aún permanece en prisión.

Ese fue el único caso real de bomba lógica que conocí. Había, por supuesto, muchos ejemplos en la literatura especializada. Pero nunca nos mostraron casos reales. Supongo que en la universidad decidieron no ser más específicos. No mostrar demasiadas aristas. O posibilidades. Nos mostraron las bombas lógicas con prisa. Al igual que los caballos de Troya. Los virus. Los gusanos. Toda clase de malware era un asunto en el que no era preciso detenerse demasiado. Nosotros, los ingenieros en informática no estamos hechos para destruir. Todo lo contrario. De los malware conozco lo necesario para entender cómo funcionan.

Hace poco vi un programa televisivo. Una serie, para ser más exacta. Estaba cambiando el canal cuando llegué a ella. No sé por qué me detuve. Quizás lo hice porque en la escena había personas delante de una computadora. Me quedé mirando la escena como si nunca hubiera visto una computadora. Es curioso. Se trataba de terroristas de la ciudad de humo. Estaban haciendo una bomba lógica para saquear uno de los bancos de la ciudad de la luz. Con ellos había un traidor. Un muchacho de la ciudad de la luz. Un alumno de escuela pública. Un genio de la luz, por supuesto. El muchacho tecleaba como un frenético. Al parecer tenía mucho talento con la mecanografía. La habitación estaba poco iluminada. La luz se reflejaba en el rostro del muchacho. Famélico. Espejuelos gruesos. Cabello descuidado. Pulóver negro. Tardó solo una escena en terminar la bomba lógica. Mientras escribía, el muchacho explicaba el plan. Desde un videojuego muy popular, entrarían un código para activar la bomba lógica. La bomba copiaría el virus al servidor de un banco de la ciudad de la luz.

El virus transferiría todo el dinero a una cuenta secreta. Listo. El plan era infalible. En la siguiente escena una mujer, aún joven, lloraba desconsoladamente. Su hijo pequeño estaba enfermo de cáncer. Necesitaba una operación urgente. El dinero de su cuenta había desaparecido. La madre besaba al hijo. Él es demasiado inocente para entender, decía la madre. En ese momento me pregunté. A quién se le ocurre que puede construir una bomba lógica para un sistema que no conoce. A quién se le ocurre activar la bomba desde un videojuego. A quién se le ocurre que existe conexión entre un videojuego y los servidores de un banco. A quién se le ocurre que una bomba lógica, un virus, o cualquier otro malware se fabrica en tres minutos. En qué están pensando estos guionistas.

Varmint pudo construirla porque estaba dentro del equipo de desarrollo. Conocía las características y las vulnerabilidades del proyecto. Desde afuera no habría sido posible. Habría que tener dotes de adivinación. Poderes mágicos. Las computadoras solo siguen órdenes.

Lo difícil es hablarles en un lenguaje que ellas puedan comprender. Las computadoras no piensan. Aunque los guionistas de series televisivas crean que sí. Hacer un malware no es coser y cantar.

Imagino que Varmint invirtió mucho tiempo en este código que ahora tengo delante. Dónde estarás ahora, Varmint. Qué hicieron contigo. Por qué querías usar la bomba lógica. Qué fue lo que descubriste, Varmint. Qué acción desencadena tu bomba. Aquí está tu bomba. La miro, aunque no soy capaz de verla. Little Boy está aquí, escondida entre unas cuantas líneas de código disperso dentro de un archivo de programación. Little Boy está dormida. Está en silencio. Está viva. Un paso en falso puede hacerla despertar. Un ruido. Qué podrá hacer esta pequeña bestia cuando despierte. Qué se supone que destruirá. Toda bomba, incluso una bomba lógica está destinada a destruir. Qué tipo de persona eres, Varmint. O debo decir, eras.

Miro al reloj. Mi marido aún no ha regresado del trabajo. Sé que a esta hora no va a regresar. De seguro no ha regresado porque está haciendo horas extras. Sé que está bien. Nada grave le ha ocurrido. Nada grave puede ocurrirle. No tiene sentido toda esta preocupación. Pero me preocupo. Estoy cansada. Tengo sueño. Y no puedo dormir. Un insomnio a medias. Faltan algunos minutos para las tres de la madrugada.

El código Varmint me mira. Debo desentrañarlo. Necesito una cuerda de la que tirar. La única pista que tengo es la contraseña para despertar a una bomba lógica. Una pequeña bestia que espera la señal. La madre del cibernético me dejó fotografiar el fondo de su taza de porcelana fina. Las tazas eran la clave. Made in China T1050208, decían las tazas. Made in China T1050208, dice la foto que tomé.

Hago una búsqueda. Encuentro una coincidencia. En un archivo impensable aparece la cadena de texto.

Es solo una línea. Un pequeño archivo que se incluye dentro del formulario de inscripción al canal de seguimiento VIP. Ahí está la brecha de seguridad. La cuerda de la cual tirar.

Sigo el rastro. Línea a línea. Sigo la secuencia de acciones que ocurriría tras introducir la clave Made in China T1050208. Las acciones lógicas van de un archivo a otro. Ahora todo el código cobra sentido. Incluso las zonas que aún no logro entender. Cada línea forma parte de un todo. Un propósito mayor. Encuentro referencias a módulos en los que no trabajo. Sé que Varmint fundó el proyecto. Sé que ayudó a conformar la arquitectura. Me pregunto cuánto tiempo llevaba planeando el golpe. O si, por el contrario, no planeaba un golpe en sí. Tal vez implantó la bomba lógica solo como una garantía futura. No lo sé. No lo conocí lo suficiente. A pesar de las tantas veces que me crucé con él en el pasillo. Es curioso. Cuánto tiempo se necesita para conocer a un compañero de trabajo.

En septiembre se cumplieron cuatro años desde que trabajo en la empresa. Sé los nombres de la gente que trabaja conmigo. Los rostros de la gente. Sin embargo, no sé qué piensan. Qué sueñan. Qué planes tienen para el futuro. Los veo cada día. De ocho a cinco los veo. Durante cuatro años de mi vida el mismo guardia me cachea el cuerpo. Para mí es solo el guardia. Pantalón-oscuro. Camisa-clara. De él no sé algo más. Dónde vive. Qué familia tiene. Qué sueños tiene. Cuál es el nombre del guardia. No consigo recordarlo. Cuál era su nombre. Ah sí, ahora me acuerdo. El guardia se llama Pantalón-oscuro Camisaclara. Qué nombre tan largo. Once sílabas métricas. No hay ingeniero en informática capaz de retener esa información por mucho tiempo. Qué poco nos conocemos. Qué poco interesados estamos en conocernos. A mí no me interesan mis compañeros de trabajo. El desinterés es mutuo.

Yo tampoco les intereso a ellos. Cada cual va a lo suyo. A sus líneas de código. A sus minutos de almuerzo. A su ruta de ómnibus. A su prisa habitual. Locos por llegar a alguna parte vamos. Una maratón infinita. Una meta tan engañosa como la línea del horizonte. Tal vez llegaremos algún día a la meta. Ojalá entonces no nos miremos con decepción. Ojalá no digamos en voz baja, así que era esto.

Ahora, luego de tanto tiempo, pienso en esas cosas. Me pregunto si me he convertido en una mala persona. No quiero ser una mala persona. Siento verdadero interés por conocer el secreto del cibernético. Varmint, a dónde querías llegar con todo esto.

Estudio el código. Línea a línea. Al parecer el objetivo de Little Boy es detener las transmisiones en vivo y proyectar antiguas grabaciones. De seguro son grabaciones comprometedoras, contrarias a los intereses de la empresa. Si no fuera así, para qué perder el tiempo programando un malware. De seguro pedía algo a cambio.

Dinero, quizás. Chantajear al jefe. Al jefe de la empresa. No lo sé. Eso sería bastante estúpido. Incluso viniendo de alguien tan inteligente como Varmint.

El video está en una carpeta que nunca hemos necesitado actualizar. El video no parece un video. Está en otro formato. Está encriptado. Intento desencriptarlo usando algunas herramientas. Nada. Sospecho que solo Little Boy puede hacer algo así. Me gustaría intentarlo. Pero no lo hago. Little Boy es impredecible. Es un completo desconocido. Como su dueño. No puedo confiar en ellos. Cuántas cosas pueden hacer. Hay mucho que no comprendo. No puedo arriesgarme. Llama la atención el nombre del video destinado a proyectarse si se activa Little Boy. Los nombres se generan automáticamente. Son una combinación entre el identificador de la cámara, la fecha y la hora. La fecha es llamativa.

La fecha es inolvidable. La fecha es conmovedora. Va marcada la fecha en el corazón de cada ciudadano de la luz, como si se tratara de una cicatriz hecha por el hierro caliente. Veintinueve de febrero. F-29. El día de los atentados terroristas. Qué dolor. Qué dolor. Qué pena. La fecha llega a la memoria. Arde el corazón como una marca de hierro caliente. Algo suena en el pecho. Pip como un lector de códigos de barras. Qué dolor. Qué dolor. Qué pena. Han pasado los años. Aun así, el miedo es un estado permanente. Un portazo en medio de la noche parece un disparo. Un toque a la puerta parece un asalto. Un desconocido parece una amenaza. Qué dolor. Qué dolor. Qué miedo. Estamos dibujados por todas las tonalidades del miedo. F-29 es demasiado fuerte aún. Qué sabía el cibernético. Qué puede haber en esa antigua grabación.

La grabación es inaccesible. Está codificada. No consigo decodificarla. Lo intento con varios programas. No lo consigo. Ni siquiera utilizando un programa profesional.

Regreso al código. Sigo tirando de la cuerda. Sigo buscando una explicación. Finalmente llega la explicación. Solo Fat Man puede desencriptar el video. Fat Man, me pregunto. Fat Man, digo en voz baja. No lo puedo creer. Son dos bombas lógicas. Me llevo las dos manos al rostro. Qué hiciste Varmint, con una era ya bastante peligroso. Tengo curiosidad. Quiero utilizar a Fat Man y ver el video, pero me resulta imposible. Ahora me doy cuenta de que solo Little Boy puede activar a Fat Man. Y que esta activación solo es posible si todo el sistema está funcionando. Conozco la clave para despertar a Little Boy. Si activo esta bomba lógica llegaré a un punto de no retorno. La bomba es impredecible. Tengo curiosidad. Pero no estoy loca.

No es mi interés destruir el lugar donde trabajo. Este sería un buen momento para olvidarlo todo. Es mejor no tener problemas. No arriesgar esta estabilidad de la que disfruto. No quiero saber más.

Las tres. Las cuatro. Las cinco. Son las cinco de la mañana. Pronto amanecerá. Voy hasta la cocina. Comienzo a preparar el desayuno. Mi esposo llegará a media mañana. En la tarde tendrá que volver a irse. Hoy no coincidiremos. Tiene guardia esta noche. Otra vez. Es un esfuerzo inhumano. Ni siquiera un hombre-insecto se merecería esta fatiga. Tengo deseos de abrazarlo. Contarle sobre el código. Hemos pasado mucho tiempo juntos, mirando este código. Tengo ganas de observar a mi marido. Sin prisa observarlo. Decirle que lo quiero. Dejo el desayuno tapado para cuando él regrese. Miro el reloj.

Son casi las seis de la mañana. Salgo a la calle. Con prisa salgo. Debo llegar temprano a la parada. El ómnibus no espera.