Emergiendo de la tierra - Boletín Salesiano Setiembre 2022

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URUGUA Y / Cuarta época / Año XLIII / Nº 7 / Setiembre 2022 / www .issuu.com/bsuru

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CARTADELDIRECTOR

Nuestro campo es cuna de espiritualidad

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PÁG 4. ¡SÍ, HAYALGO NUEVO BAJO ELSOL!

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Boletín Salesiano

Revista de información sobre la Familia Salesiana y de cultura religiosa

Director: P. Sebastián Ferreyra sdb Redactora Jefa: Adriana Porteiro

Columnistas: Hna. Cecilia Gayo hma, Juan Manuel Fernández sdb e Ing. agrónomo Julio Etchegoimberry del Pino.

Equipo de redacción en este número: Natalia Roba, Ana Inés Rodríguez y Selene Cardarello.

Fotografía: Sofía Cayota,Santiago Fernández Yurcho, Igor Alcalde, Juan Pablo Massimelli, Leonardo Díaz, de ANS, Pixabay, Shutterstock, fotos de archivo del BS y del Paiva.

Corrección: Graciela Rodríguez

Diseño: gustavo@tanganika.com.uy Impresión: Mosca

Departamento Comercial: Luis Gómez E­mail: boletinsalesianouruguay@gmail.com Celular: 092 432 286

Dirección, redacción y administración: Av. Agraciada 3181 CP 11800, Montevideo; tel. 2209 4521 Sitio web: www.issuu.com/bsuru

Email: boletinsalesianouruguay@gmail.com

Afiliado a la Cámara Uruguaya del Libro. / Depósito Legal: 366.191

salesianosuy P. Adolfo López Pérez sdb El salesiano citadino que procura “hacerse querer” en Rivera y su campaña Don Ángel Fernández Artime sdb “Todavía parten” SINTONIZANDO CON DON BOSCO María Sara (Marysa) del Pino Puig y Ezequiel Jorge TODO PORAMOR CON TODO ELCORAZÓN Ing. agrónomo Julio Etchegoimberry del Pino “Vivir el campo”
FAMILIA
EN OBRA Hna. Cecilia Gayo “Mundo rural” ME GUSTA, COMENTO, COMPARTO Construir un proyecto de vida desde el Uruguay profundo
AQUÍ
YAHORA Sor Chiara Cazzuola hma “El aspecto lúdico del Sistema Preventivo de Don Bosco” SINTONIZANDO CON DON BOSCO Catherine Vergnes, cantautora folclórica Inspirada en las raíces
PÁG 12. VALE
LAPENAVIVIRASÍ
La
historia del P. Adrián (Cholo) García y su mamá María Julia
“Flor
de la tierra”: ese rinconcito rural donde Dios y el progreso se dan la mano PÁG 16.
CON
NOMBREYAPELLIDO La Residencia de Talleres, donde se unen el interior y la capital, el estudio y la convivencia
UNA
MANOAMIGA Hna. Érica Mora HMA
“El
campo y toda su 'mística' es parte de mi ADN”
DEL
ÁRBOLSALESIANO
GALERÍA
DE INSTAGRAM Juan Manuel Fernández sdb
“Contemplar,
respetar y aprender” SABORABUENAS NOCHES

NUESTRO CAMPO ES CUNA DE ESPIRITUALIDAD

«He aquí tu campo, he aquí donde tienes que arar» es el mensaje que recibe Juanito Bosco en sueños, a los 9 años, y que concentra el don que Dios regala a la Iglesia y al mundo con el carisma salesiano; en esta expresión descubrimos, además, la misión encomendada a Don Bosco y a todos sus hijos e hijas, y sin duda también está presente la vida concreta de aquel muchacho de campo de la zona de I Bechi, que llevaría ese trabajo arduo y laborioso al corazón de cada joven.

Somos hijos e hijas de un labrador y esta experiencia originaria vierte sobre el carisma y la vida salesiana una virtud esencial: la esperanza. El labrador (que no es el sembrador), tiene algo originario y distintivo en su tarea:

«El labrador no mira atrás, no mide la fatiga por los frutos que recoge en el momento. Él, según el clima del Piamon te, tiene que contar con terreno pedregoso y baldío, con la tierra fría del otoño o con la tierra dura del comienzo de primavera. No tiene la visión del sembrador, ni el gozo del segador; tiene solo la esperanza, la certeza del futuro que ve ya en flor, aunque en aquel momento solo palpa sudor y fatiga.» (CFR, p 24).

Cuánto habla esto de la experiencia educativo­pastoral salesiana al servicio de los y las jóvenes; cuánta fatiga llena de esperanza, que es capaz de mover tantos corazones y tantas vidas en este vasto movimiento de personas para la salvación de la juventud. Ponemos la mano en el arado y miramos hacia delante para fijar la vista en el horizonte feliz y pleno prometido, empeñados en trabajar por sus vidas y por frutos que pocas veces cosecharemos, pero que se acunan en la certeza de que el buen Dios conducirá todas las cosas a su bien.

Nuestro ADN está hecho de esperanza, testarudez, confianza y trabajo. Lo sabemos, somos hijos de un soñador, pero de un soñador que supo poner la mano en el arado y mirar adelante, empeñado en la salvación de sus queridos jóvenes. La tierra, el campo, con el que de algún modo u otro estamos vinculados, es cuna de espiritualidad, de experiencia humana y divina. En esta tierra confluye lo humano y lo divino, presente, pasado y futuro, trabajo incansable y confianza generosa. Es por esto, que aquel don que el Espíritu Santo regaló a la Iglesia en el Turín del 1800 se trasplanta con autenticidad y se encarna con una identidad profunda en la tierra uruguaya.

En este Boletín encontrarás rostros, vidas, que desde el campo han encarnado el don hermoso de Dios para la salvación de la juventud.

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CARTA EDITORADELA 3
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P.
sdb
¡SÍ,HAYALGONUEVO BAJOELSOL! 4

Como si hubiera sido una profecía del ya fallecido salesiano sacerdote Amílcar Vicentini, el P. Adolfo López recaló finalmen te el año pasado en la comunidad de Rivera donde, a pesar del “portuñol” ­que admite no entender­, descubrió un estilo de vivir la fe que, asegura, “más salesiano no puede ser”.

En sus años 53 de edad, 20 años de sacerdote y 31 de profesión religiosa confiesa que la huella que quiere dejar es hacer se querer, tal como lo indica la frase impresa en la medalla de profesión perpetua de los salesianos consagrados, “Procura hacerte amar”, acuñada por san Francisco de Sales y tomada, para sus hijos, por Don Bosco.

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P. Adolfo López Pérez sdb

¿Qué fue lo primero que pensaste y sentiste cuando te designaron para integrar la comunidad de SDB en Rivera?

Uyyy ¡qué lejos!, y me vino el recuerdo del padre Vicen tini en mi formación inicial, a quien yo le pedí para ser misionero en Angola y él, que fue el gran impulsor del voluntariado misionero, me dijo: “No, acá se precisa gente en Rivera, por ejemplo”.

¿Con qué realidad te encontraste?

Había gran expectativa, me estaban esperando, no solo a mí, sino a un salesiano, a un sacerdote que los acompañara luego de la despedida al cielo de Enrique (Bisio) y de haber pasado tantos salesianos temporalmente a dar una mano. Es lindo ambiente, bien salesiano, del mejor.

¿Qué servicios prestás como salesiano en esa nueva tierra de misión?

Poner el hombro sencillamente a lo que se precisa, vicario parroquial, acompañar la campaña cuando ellos pueden o solicitan; son cuatro capillas con las celebraciones y su movimiento, cada una distinta. También colaboro en la sede parroquial y en el Proyecto Caqueiro, la obra social, todas las mañanas entre semana.

¿Cómo es la vivencia de la fe en esa zona fronteriza y en las capillas, más tierra adentro?

Es profunda, hermosa, sencilla, contagia de veras, se percibe mucha fe. Te vas con el corazón repleto de nombres de personas y vivencias, y al volver se enriquecen más y más.

¿Qué descubriste de nuevo?

Bueno, obvio el “portuñol”, no entiendo nada, porque la gente te agarra confianza y habla más rápido todavía.

¿Qué desafíos encontrás para la evangelización en esa zona del país y en estos tiempos?

Las distancias son un desafío importante, pero ayuda la tecnología, aunque a veces es insalvable, y vale lo que pesa el encuentro presencial que es insustituible.

¿Qué es lo que más te costó dejar de tu servicio en Montevideo? ¿Cuál fue la renuncia más importante?

Bueno, siempre me cuesta cambiar, a pesar de que no me gusta el destino después no me quiero ir. Me costó asumir la renuncia a estar cerca de mis padres como lo venía haciendo todos los domingos, capaz que me malacostumbré porque los tengo a ambos y cumplieron 62 años de casados.

¿Y qué descubriste en la comunidad y recibís como un regalo para siempre?

La calidez, la cercanía, son grandes anfitriones, siempre alegres, más salesiano no se puede ser, creo.

Como salesiano ¿qué huella te gustaría dejar?

Hacerme querer, como dice nuestra medalla de la profesión perpetua en el reverso, no por mí, sino por hacer vida esa frase de san Francisco de Sales que tomó Don Bosco para nosotros, sus hijos.

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TODAVÍA PARTEN

La primera expedición misionera fue bendecida por las lágrimas de Don Bosco que dijo: "Nosotros damos inicio a una gran obra. ¿Quién sabe si esta partida sea como una semilla de la cual va a surgir una gran planta?”. La profecía se volvió realidad.

La primera vez fue inolvidable. Era la fiesta de san Martín de 1875. El mundo no lo sabía, pero en aquel rincón de Turín llamado Valdocco comenzaba una empresa extraordinaria: 10 jóvenes salesianos partían para Argentina. Eran los primeros misioneros salesianos.

La basílica estaba llena. Don Bosco subió al púlpito. “Cuando apareció se hizo en aquel mar de gente un profundo silencio; un espasmo de conmoción pasó entre la audiencia, que apuró ávida sus palabras. Cada vez que se refería directamente a los misioneros la voz se le quebraba. Y fue con viril esfuerzo con lo que lograba frenar las lágrimas, pero la audiencia sí que lloraba”.

“Me falta la voz, las lágrimas me sofocan la palabra. Solamente les digo que si mi ánimo en este momento está conmovido es por su partida, mi corazón goza por un gran consuelo al mirar sólida nuestra Congregación; al ver que en nuestra poquedad también nosotros en este momento ponemos nuestro granito de arena en el gran edificio de la Iglesia. ¡Sí!, parten valerosos; pero recuerden que hay solo una Iglesia que se extiende en Europa y en América y en todo el mundo, y que recibe a los habitantes de todas las naciones que quieran venir a refugiarse en su materno abrazo. Como salesianos, en cualquier remoto lugar donde se encuen tren, no olviden que aquí en Italia tienen un padre que les ama en el Señor, una Congregación que ante cualquier desavenencia piensa en ustedes, que les provee y siempre les acogerá como hermanos. Vayan pues; habrán de afrontar todo tipo de cansancios, de agotamiento, de peligros; pero no teman, Dios está con ustedes. Irán, pero no solos; todos les acompañarán.

¡Adiós! Tal vez no nos veamos todos ya más en esta tierra” (MB XI, 381­390).

Abrazándoles, Don Bosco entregó a cada uno un folleto con 20 recuerdos especiales, casi un paterno testamento para los hijos que tal vez no habría de volver a ver. Los había escrito a lápiz en su libreta durante un reciente viaje en tren.

Crece el árbol

El 25 de septiembre hemos revivido aquel momento de gracia por 153ª. vez. Hoy se llaman Oscar, Sébastien, JeanMarie, Tony, Carlos… Son 25 jóvenes, preparados, pero que llevan en los ojos y en el corazón la conciencia y la valentía de los primeros. Son la vanguardia de cuanto he pedido a toda la Familia Salesiana para este sexenio: audacia, profecía y fidelidad.

“Ser misionero”, ¡qué palabra! Un salesiano, luego de 40 años de vida misionera nos da este testimonio: “Una persona anciana me dijo una vez: 'No me hables de Cristo; siéntate aquí junto a mí, quiero percibir tu olor y si este es Su olor entonces me podrás bautizar'”

El quinto de los consejos de Don Bosco a los misioneros era: “Cuiden especialmente de los enfermos, de los niños, de los ancianos y de los pobres”.

Vivimos un tiempo que debemos enfrentar con una mentalidad renovada, que “sepa superar las fronteras”. En un mundo en el cual las fronteras corren el riesgo de cerrarse todavía más, la profecía de nuestra vida consiste también en esto: mostrar que para nosotros no hay fronteras. La única realidad que tenemos es Dios, el Evangelio y la misión.

Sueño en decir hoy y en los próximos años que “Salesianos de Don Bosco”

signifique, para las personas que escuchan nuestro nombre, que somos consagrados un poco “locos”, es decir “locos” porque amamos a los jóvenes, sobre todo a los más pobres, los más abandonados e indefensos, con verdadero corazón salesiano. Esta me parece la definición más bella que se pueda dar hoy de los hijos de Don Bosco. Estoy convencido de que nuestro Padre quisiera justamente esto.

Todavía parten salesianos para donar la vida a Dios. No solamente con palabras. Tengo la firme convicción de que nues

tra Familia debe caminar en los próximos seis años hacia una mayor univer salidad y sin fronteras. Las naciones tienen confines. Nuestra generosidad, que sostiene la misión, no puede ni debe conocer límites. La profecía de la cual debemos ser testigos como Congregación no tiene confines.

Les puedo decir por experiencia que millones de familias en todo el mundo tienen un gran reconocimiento hacia los salesianos que se han vuelto “Evangelio” en medio de ellos.

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Rector Mayor Don Ángel Fernández Artime sdb

Es “grande pero con espíritu joven”. Se desempeñó como maestra y catequista en el medio rural.

Vive en Trinidad, Departamento de Flores.

¿Cómo nació tu vínculo con el medio rural?

Mis padres vivían en el campo, era hija única, muy mimada.

¿Qué te motivó a ser catequista? ¿Dónde has desempeñado ese servicio?

Siendo muy jovencita y sin opción a una carrera, me dediqué a ser "maestra" autorizada por primaria. Pero faltaba algo muy importante: educación en la fe, y ahí decidí ser catequista, despertar en esos niños el amor de Dios, conocerlo y amarlo. Primero en nuestra casa de campo formé "mi escuela” y catequesis. Alentada por mis padres, los vecinos, las hermanas del Colegio San José y el párroco de la época me lancé a la aventura de hacer crecer la fe en esas familias, a través de los chicos. Luego me casé y cambié de zona, pero igual rural. Después de unos años me propusieron dar catequesis en casa de un vecino de la escuela, y junto con otra catequista íbamos una vez a la semana. Se celebraba misa en fiestas puntuales y varios chicos recibieron la primera comunión y se confirmó una joven. Ya en la ciudad, pero en la capilla del barrio Sagrado Corazón, di catequesis, perseverancia, y formamos además tres grupos de jóvenes con quienes integramos, durante varios años, la Pastoral Juvenil. Últimamente, invitada por el P. Gabriel, me integré a la Parroquia Nuestra Señora de Luján, a los grupos de reflexión, y salió la oportunidad de dar catequesis en Andresito, un pueblo a 50 km de Trinidad, y allá íbamos una vez a la semana. En esa zona, muy rural, la Capilla San Andrés es hermosa, con comodidades para retiros y encuentros. ¿Qué valores diferenciales tiene, a tu parecer, la gente del campo?

Muchos. El chico de campo recibe en la escuela conocimientos, educación, socialización; es un lugar de encuentro con maestros y otros niños, para él es "fies

ta”. Es generalmente más integrado a la familia, comparte tareas y en sus ratos de ocio se ingenia en construir sus propios juegos desarrollando así sus capacidades, es más tímido y capaz de enternecerse ante un pichón que se cae del nido o un corderito que se perdió de su mamá. En cambio el chico de ciudad tiene menos contacto con la naturaleza aunque cuando puede la disfruta, pero cumple otras disciplinas: idioma, música, deportes llenan sus espacios y la tecnología le ofrece todo resuelto, le enriquece, pero le resta capacidad para desarrollarse.

¿Cuáles son los desafíos para sintonizar, desde la fe, con los jóvenes del campo?

Jesús recorrió caminos, quiso llegar a todos. Nosotros hoy somos los medios para que eso ocurra, misioneros para cultivar esa cercanía, especialmente en este tiempo de sinodalidad. El campo hoy nos presenta una imagen despoblada, pero siempre hay familias con niños en soledad, que esperan una palabra de aliento, un mensaje que el Señor quiere transmitirles y no encuentra pies que recorran y labios que les anuncien la Buena Noticia. Preguntémonos: ¿dónde está nuestro ingenio?, ¿qué hacemos con nuestros talentos? ¡Cultivemos la cultura del encuentro!

¿Qué te hace feliz?

Me hace feliz ver cómo a pesar de los años y mis limitaciones, sigo con entusiasmo dándome sin reservas. Y como en la Parábola del Sembrador siempre hay tres tipos de suelo, solo hay que preparar la tierra y confiar en que otros verán los frutos...

Si tuvieras que elegir un acontecimiento que te marcó, ¿cuál sería?

Todos de alguna manera te marcan, pero cito dos: el periodo de catequesis y perseverancia, y el trabajo con los jóvenes en el Sagrado Corazón, donde convertimos un barrio “vivo", lleno de actividades, de reflexión, solidaridad, esparcimiento, animación en las misas en verano, participación en Jornadas de la Juventud... Fueron años fructíferos y de entrega. También me marcó Andresito donde nuestro por entonces Obispo, Mons. Arturo (Fajardo), junto con el P. Gabriel, celebró bautismos y primeras comuniones de mi grupo de chicos. ¡Día feliz!

¿Qué hacés con todo el corazón en tu vida?

Anunciar el amor de Dios en todas las ocasiones que puedo.

¿Qué huella te gustaría dejar en los chicos a los que les llevaste en algún momento de sus vidas la Palabra de Dios?

Solo fui instrumento de Él, y mi gran deseo es que siempre tengan presente que Dios los ama y los acompaña. Que acudan a Él en oración y también que recen por mí, que yo rezo por ellos.

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Tiene 17 años. Cursa tercero de Bachillerato Profesional en instalaciones eléctricas en el ITS. Creció en la casa salesiana Inmaculada Concepción de Aguas Blancas con su familia. Actualmente vive en Talleres Don Bosco como exalumno.

¿Qué huella deja en tu vida el campo y su gente?

La unión y disposición que existe entre la gente. Un ambiente de mucha simpatía en el cual es difícil no sentir se cómodo.

¿Qué deberían aprender de la gente del campo las personas del medio urbano?

Principalmente el no estar tan centrados en sí mismos, acciones simples como saludar, dar gracias, pedir disculpas, son actitudes que se están perdiendo progresivamen te en la ciudad, pequeñas actitudes que influyen en nues tro entorno.

¿Qué desafíos tiene el medio rural para el desarrollo pleno de su gente en general? ¿Y para los jóvenes? Luchar contra las escasas oportunidades. Muchas personas no estudian lo que quisieran porque implica irse lejos, no tienen la oportunidad de hacerlo o no tienen conocimiento de las posibilidades que existen. Es un desafío para nuestra fe también, ya que la mayoría de los jóvenes creen en Dios, pero no son practicantes y esto termina en que mucha gente se aleje. Muchas veces se trata como a ignorantes a quienes venimos del campo asumiendo que en los estudios nos costará más que a otras personas, lo cual es desmotivante en algunos casos.

¿Qué te hace feliz?

Los momentos y la fe compartidos con mi familia, los amigos y las comunidades en las que participo. Disfruto cantar, dibujar, cocinar, todas estas cosas se viven aún mejor compartidas. El enseñar y transmitir conocimientos de cualquier tipo. Considero que siempre es posible ser feliz enfrentando nuestra vida junto a Dios y los seres

queridos, dejándonos acompañar, mejorando con y para los demás.

¿A quién admirás?

La persona a la que más admiro es mi madre, quien siempre me apoya y se preocupa, es un pilar en mi fe, y quien me facilitó el camino. También a muchos referen tes y amigos que siempre caminan junto a mí, personas de diferentes lugares que viven con amor, y eso marca. Si tuvieras que elegir un acontecimiento que te marcó, ¿cuál sería?

Mi primer recorrido en el oratorio María Auxiliadora me motivó a empezar a involucrarme con jóvenes, y cues tionarme sobre la educación como parte de mi vocación.

Qué bueno que decidí…

Comenzar a animar y experimentar en el ámbito de la educación son pasiones que no conocía, que he ido reforzando y tratando de mejorar. Me han ayudado a expandir mis horizontes, acercarme a la fe y dejar de centrarme tanto en mí mismo.

¿Qué hacés con todo el corazón en tu vida?

Siempre trato de realizar todo, desde las más pequeñas actividades, con todo el corazón; hablando de actividades en específico, el MAS en Domingo Savio, voluntariado y CCJ de Talleres Don Bosco.

¿Con qué soñás para tu vida?

Sueño con ser maestro técnico en electrotecnia y estudiar Educación Social, para expandir mi conocimiento en esto que me apasiona y poder usarlo como herramienta para continuar creciendo.

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Vivir, lo que se dice vivir en el campo, sin otra vivienda que la rural, lo hice durante seis años, cuando, recién casado, me hice cargo del establecimiento familiar, un predio en el departamento de Flores, que venía siendo trabajado en forma muy tradicional desde hacía mucho tiempo. En esos años vivíamos sin energía eléctrica, sin teléfono, con el agua a fuerza de molino de viento, y con accesos que en el mejor de los casos dejaban pasar un jeep traccionado con cadenas para el barro… y en el peor, a un charré tirado por caballos.

Sin embargo, fueron años inolvidables en lo familiar, y muy fermentales para mi aprendizaje: en ese tiempo supe lo que era, en una empresa agropecuaria, enfrentarse a un campo, recorrerlo, conocer su potencial, anticiparse a sus rendimientos. También aprender de dónde viene el viento, donde se resguarda el ganado, cómo estar atento a la sanidad. La fe en el campo es creer que en la tierra hay mucho para dar (pastura, alimento, lana); la espera, luego, es esa confianza activa, que lejos de ser un sentarse a esperar que el tiempo haga lo suyo, nos sugiere la intervención oportuna, el manejo, el fertilizante adecuado, la recorrida providencial pensando no en el día siguiente, sino en los meses y en los años venideros.

Durante ese tiempo mi título de ingeniero agrónomo se nutrió de noches de tractor, de horas de hileradora y cosechas, de días de caballo y poncho, y eso me enriqueció con una experiencia que fue fundamental para todo lo que vendría después.

En los años que siguieron otros desafíos suplantaron a aquella primera etapa: otros predios, otros clientes y más productores se volvieron mis fuentes de trabajo profesional, y nuevamente con cada uno de ellos volví a creer y a esperar en esas otras tierras, y a descubrir el tipo de producción que mejor se adecuaba y mantenía los equilibrios de armonía con todos los factores en juego; al mismo tiempo, las nuevas tecnologías significaban un avance impresionante tanto en la calidad de vida, como en su aplicación a las tareas más comunes y cotidianas del trabajo rural.

Ya ejerciendo como asesor, tuve la oportunidad de conocer una gran parte de la campaña de nuestro país. Horas y horas de viajes al norte, al litoral, al este, y hasta cruzando alguna frontera, me llevaron a interactuar con mucha “gente de campo”, con la que es fácil entablar lazos, a menudo entrañables. En esa experiencia de convivir, a veces, varios días con el dueño o el encargado de un esta­

blecimiento, compartiendo recorridas, estudiando números, buscando soluciones, y conociendo a sus familias, el trabajo de un ingeniero se vuelve la oportunidad de encontrar a un nuevo amigo y también de convertirse en un confidente. Otras, en cambio, resulta difícil explicarle a una persona que la dinámica y los tiempos de un emprendimiento rural son muy diferentes a los de la industria o los servicios; todo el esfuerzo que ponemos a veces es inútil frente a los imprevistos del clima, o a los procesos biológicos de plantas y animales y entonces solo es esa fe y esperanza la que nos mantiene tozudamente apegados a la tierra, dejando en manos de Dios aquello que ya no podemos controlar Hace poco que, nuevamente, tengo la oportunidad de trabajar un predio en Flores; esta vez aportando mi trabajo en sociedad con amigos de toda la vida, con los que compartimos desde la juventud valores, vivencias e ilusiones.

Agradecido, una vez más, de vivir (en) el campo.

10 FAMILIA OBRAEN

Él nos habló de ovejas, rebaños y pastores, nos contó sobre el ritmo de crecimiento de las semillas, del cuidado de las viñas, de la diferencia entre los frutos de los árboles. Nos comparó con las aves del cielo y las flores del campo. Nos hablaba de las cosas que había visto a su alrededor, que había tocado, que había experimentado. En sus relatos nacidos de la vida codiana, de alguna forma, siempre entraba Dios.

¡Y claro! Cómo no va a estar Dios, si Él está en todos lados, en cada rincón, por oscuro, frío y vacío que nos pueda parecer, ahí está. Pero de alguna forma parece más fácil encontrarlo en aquellos lugares donde la naturaleza ene espacio para ser y crecer.

No en las ciudades cubiertas de asfalto gris, con el cielo recortado en pequeños cuadrados celestes por encima de los edificios, ni con la maraña de cables colgando a un par

de metros del suelo o el aturdidor ruido de los motores y las bocinas. ¡Sí! Ahí también está. Pero cómo descansa el ser cuando nos encon tramos en medio de la naturaleza. Cuando subimos a un cerro y senmos el viento limpio en la cara, y vemos disntos tonos de verde a nuestro alrededor. Cuando cuidamos de la erra y de los animales.

Yo nací y me crie en la ciudad. He tenido más contacto con paisajes marímos que campestres. Pero al visitar tanto uno como el otro, la sensación en el cuerpo es similar: la de estar inmerso en algo misterioso y más grande que uno mismo. Mi ser se expande, se pacifica, y se experimenta como una parte del todo en el que está sumergido.

Es cierto que al no vivir en el medio rural mi visión puede estar un poco romanzada. Quien allí viva me podrá decir “sí, pero…”. Me hablará del esfuerzo sico que conlleva, de que el clima a veces les juega una

mala pasada, de la lejanía de los centros de estudio y salud, de la dificultad de acceder a diferentes servicios, incluso de la dificultad que puede haber de encontrarse con otros y comparr

Pero más allá de tantas cosas que se podrían mejorar o que no y que pasan a ser parte de la misma forma de vida, estar en el medio rural, en el campo, en ese contacto tan estrecho con la naturaleza, ene ese “yo qué sé” y ese “qué sé yo” que genera en el interior de uno la sensación de estar unido a algo (o alguien) más grande.

MEGUSTACOMENTOCOMPARTO 11
Hna. Cecilia Gayo HMA VALE PENA ASÍLA VIVIR
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Inspirada en las raíces

Es de Paysandú y sus recuerdos de la infancia se remontan al campo y a la mancha a caballo. La experiencia de animación en su paso por una casa salesiana la marcó para siempre, y hoy vive el encuentro con la gente desde una mirada sencilla y humana, buscando los puntos de unión.

Catherine Vergnes tiene 26 años, es cantautora folclórica y desde chica estuvo vinculada al mundo del arte. La pandemia por COVID­19 la llevó a “misionar” con su música y fue en ese tiempo que lanzó “Nací de un río”, el tema que más la identifica, porque en las estrofas canta su ser artista y persona. Sus musas son la serenidad y las emociones, y su sueño a futuro es seguir con el camino que está construyendo y llevar la música como bandera del encuentro con las personas.

Nací deun ríoque escasi mío

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¿Cómo fue tu infancia?

La recuerdo con mi familia muy unida. Hacía muchas actividades: clases de francés, ballet, guitarra, solf más de la escuela. Mi f estimuló a hacer actividades y desarrollarnos artísticamente, porque promovieron el concepto de que cuantas más actividades se hagan en el área artística, más te desarrollás como persona; y para mí es una gran verdad.

¿Cuál es el recuerdo vinculado al campo que tenés más latente de tus primeros años de vida?

Recuerdo que siempre nos escapábamos al campo, a pasear, a andar a caballo, a jugar a la mancha en caballo. Cuando era niña vivía en el centro, pero siempre tuvimos una chacra cerquita de la ciudad, y cuando salía de la escuela almorzaba, y nos íbamos para ahí. Me acuerdo de un caballo bayo que me lo prestaba un trabajador para que pudiera pasear. Era muy manso, y a mí me encantaba pasar por debajo de las patas, sentía que era un puente.

¿Cuál es tu vínculo con el carisma salesiano?

Fui a un colegio salesiano, y ese es mi vínculo más cercano. Al haber tenido una formación salesiana pude tener ese acercamiento más rápido con el carisma.

¿Qué huellas te quedaron y vos las reconocés hoy siendo más grande?

Muchos valores, como saber unir a la gente, crear momentos de comunidad, de estar juntos con muchas

personas. Tener un momento de alegría, compartir, hacer sentir bien al o –sea quien sea, cualquier generación, clase social­ simplemente unir por el hecho de estar jun o juntos. Sobre todo, ese ánimo y actitud de animación: esa alegría de compartir con el prójimo me quedó para siempre. La desfachatez de poder sumarme a cualquier grupo, y empezar a animar: palmas, grito y salto me quedó para siempre, y lo hago en los espectáculos y en mi vida diaria.

¿Cómo es la vida en el medio rural? ¿Qué ritmos se viven?

Después de recorrer tanto y conocer el Uruguay profundo, me di cuenta de algo muy interesante: la gente del medio rural tiene un comportamiento muy similar al salesiano. El gaucho tiene un comportamiento gauchesco –significa unirse, que no importa quien está del otro lado, se va a comportar igual, es una persona sencilla, simple, humilde, se va a reír apenas le hables, siempre está la aprobación­ y esto se compara mucho con ese comportamiento salesiano.

¿Cuáles son los mitos sobre esta vida?

Muchas veces se cree que la gente de campo tiene menos conocimiento o menos inteligencia que una persona de la ciudad. Me parece un mito muy fuerte. No tiene nada que ver, una persona puede estar bien formada sea del lugar que sea.

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¿Cuál es la principal diferencia entre la vida en la ciudad y la vida en el campo?

La persona de campo es mucho más tranquila y se toma su tiempo para disfrutar de lo que le rodea. La gente de la ciudad, muchas veces, está apresurada por el contexto, por el tránsito que hace que uno se estrese, la cantidad de gente, de caras malhumoradas. Ahí radica una gran diferencia: la inmediatez.

¿Cuáles son tus musas para componer música?

Una de las principales es la serenidad. Tengo que llegar a ese estado y a la comprensión de mí misma para poder componer. Después la naturaleza, las emociones, las personas que me rodean, con las que me cruzo.

¿Quiénes son tus influencias musicales?

Hoy en día escucho de todo un poco. Cuando era más chica eran Los Olimareños, Larbanois & Carrero, Aníbal Sampayo, Santiago Chalar. Escucho mucho folclore de otros países también: Los Manseros Santiagueños, de Brasil escucho a Leonel Gómez, hasta escucho a Sabina, a Residente. Es un poco de todo, todo el tiempo y de todos los géneros.

¿Qué fue lo que terminó definiendo tu estilo?

Siempre estuve bastante definida, me gustó el folclore. En la adolescencia probé fusionarlo con otros estilos. Actualmente estoy haciendo un estilo mucho más tradicional, inspirado en las raíces, con sonidos más de campo. Creo que la vida me fue llevando para ese lado. La experiencia de tocar algunas canciones en el escenario y ver la reacción de la gente, y sentir en mi corazón qué era lo que me gustaba.

¿Qué fue el proyecto Guitarreando? ¿Cómo surge? Surgió en plena pandemia, fue en un momento en que los escenarios estaban prohibidos, y eso me generó mucha angustia porque me quedé sin trabajo. Ante ese panorama me dije a mí misma que no me podía quedar quieta, porque sabía que se venía para largo. Entonces me propuse aprovechar el tiempo para crear un proyecto: llevar la música y una actividad a los más jóvenes, para que gusten del folclore y la tradición. Esa idea la compartí con mi público en Instagram, y en un día más de 230 instituciones educativas de todo tipo me pidieron que fuera. Dicho y hecho, comencé a armar una base de datos y pedir los contactos para poder comunicarme. De esa manera, llegué a recorrer 76 centros educativos en tres meses, y

más de 4 mil niños y adolescentes fueron parte de la actividad. Fui yo con mi guitarra, mi madre de chofer y mi representante. Fue una locura, pero estuvo buenasa.

¿Qué aprendizajes te quedaron luego del proyecto?

Muchísimos. Porque esa alma misionera, que aprendí a serlo en mi niñez y adolescencia, se reflejó en ese periodo. Fue una experiencia muy linda, porque sentía que realmente estaba misionando, llevaba conmigo el espíritu gauchesco, el espíritu religioso, de fe, de esperanza. Fue increíble lo que sucedió con el proyecto, y lo más lindo fue ese sentimiento de ir sin esperar nada a cambio y que todo haya llegado.

¿Cuáles son tus sueños a futuro? Que esto continúe, esta manija del público que me espera con tanto cariño, la gente que canta conmigo en el escenario. Que sigan mis ganas de ser como soy, de que mi voz y mis cuerdas vocales me acompañen (ese es un sueño y un miedo), porque son mi herramienta de trabajo. Que todo esto bueno que está pasando, siga sucediendo.

¿Cuál de tus canciones es la que más conecta contigo? Nací de un río. Es una canción que llegó y se lanzó en un momento complejo, en plena pandemia. Que me recon tra identifica, habla de mí, de muchas cosas lindas que hago. Y me enloquece que la gente de cualquier punto del Uruguay, y de cualquier país, canta esa canción, siendo tan mía.

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CON YNOMBRE APELLIDO 16
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En Paso de los Toros, los bañados del Río Negro casi tocan los os de “Flor de la tierra”, hogar de la familia García, recinto de cientos de historias. Allí, madre e hijo, con miradas ómplices, un poco de nostalgia y gran alegría, recuerdan la vida en el tambo, la partida del Cholo a Montevideo y los nuevos rumbos que María Julia ha emprendido adaptándose a los cambios del entorno.

María Julia habla con su mirada. Tiene unos ojos verdes que irradian luz y una sonrisa que pareciera nunca cansarse. Su voz es de cuentacuentos y anda a un ritmo tranquilo, lindo de acompañar. Se la nota contenta por la visita del Cholo, su único hijo, que desde Rivera hace unos kilómetros para visitarla y volver por un rato a esa tierra que lo vio crecer… Tierra que el tiempo fue ormando en apariencia, pero que aún conserva cuidadosamente su esencia más pura.

En esta casa vivieron tres generaciones, ¿cómo fue la vida aquí?

MJ: Se logró todo con mucho esfuerzo ya que al principio la casa no tenía luz eléctrica, ni agua corriente, ni piso, había partes que se llovía. Papá era un trabajador incansable, nunca lo escuchamos decir estoy cansado, ni quejarse, pasaba todo el día silbando. Además del tambo, plantaba. El orgullo de él era mostrar la quinta. Era muy generoso, seguro que el que venía se llevaba algo.

CH: Si bien éramos una familia chica, nuestra casa al estar al borde de la ciudad era la base de nuestros tíos del campo que venían a hacer trámites. Era un gusto recibir y para ellos visitar. Y los domingos había tradición de venir a timbear, jugar a la conga. Y ahí se juntaban una cantidad de vecinos y estaban hasta la madrugada. El abuelo era el puntal y cuando se fue fueron años muy desafiantes donde teníamos que entre nosotros ir sabiendo cómo hacia él para llevar adelante el tambo. Sufrimos mucho esa ausencia, pero también trajo bendiciones. Él nos envió gente que quizás antes no entraba en la casa por que él solucionaba todo. Al estar más necesitados nos unimos más con los vecinos. Me veían ahí, un gurí de 9 años alambrando solo, entonces tenían compasión y me ayudaban. A partir de los 12 agarré la posta del abuelo. Antes era la abuela, yo hacía cosas, pero más como aven tura infantil, pero ahí me cayó la ficha de que era yo quien debía asumir la responsabilidad.

¿Cómo se vivía la fe en el campo y cómo llegó Don Bosco hasta allí?

CH: La vida de fe siempre fue muy connatural a la casa, no había que hacer nada muy específico. Me acuerdo de estar ordeñando y mi abuela que tenía la costumbre de

recorrer las noticias del campo, venía y me decía “pará, pará que nació una ternera, pará de ordeñar y vamos a rezar un Avemaría”. O rezar para que lloviera cuando había seca, la bendición antes de comer, las venidas de la gente a traer la Virgen cuando hacíamos el Rosario. En la vida cotidiana estaba muy integrado que Dios nos acompañaba. Después mi abuela tenía un don particular de curaciones, entonces era la curandera de la zona. Lo hacía con oraciones. Venían niños para tirarles del cuerito, por dolor de oído, de muelas. Entonces yo recuerdo de ser niño y que había una pieza cerrada y sentía oraciones.

MJ: Conocíamos a Don Bosco porque un día yo había agarrado de la biblioteca de Paso de los Toros un libro de Don Bosco y a Adrián le encantaba que le leyera sobre su vida antes de irse a dormir. Y un día fui a misa y justo era el día de Don Bosco y una Hna. había ido a hablar y dijo que la gente acá en Paso de los Toros se pensaba que el colegio era para los ricos, pero que en verdad no era así, porque Don Bosco quería que fuera para los más pobres. Y ella decía que nadie dejara de mandar a sus niños, que también daban becas. Pero cuando yo fui a buscar una beca ya no daban más, pero la Hermana me dijo: “Bueno, vos pagá lo que puedas, pero eso sí, nunca te atrases, cuando puedas pagar más, pagás más”. Y así fue que Adrián entró al colegio de las Hermanas.

En un momento hubo que elegir dejar el campo y encarar la ciudad ¿cómo fue tomar la decisión?

CH: La proyección era estudiar Agronomía en Montevideo y volver. Siempre estuvo ese sueño de progresar como familia. La nueva generación y esa capacitación que nos iba a ayudar a sacar adelante el tambo. Por otro lado, estaba el ambiente salesiano con el que yo vibraba

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mucho y también había algo que me decía que eso pasara a ser un estilo de vida. Si entraba a Agronomía, todos los fines de semana, a dedo o en ómnibus iba a volver, pero si entraba al Aspirantado sabía que era muy difícil venir tan seguido. Elegí el Aspirantado y de a poco los salesianos me insinuaban que tenía que ir desligándome de estos compromisos para poder hacer una opción de vida radical, “el que quiera seguir a Jesús que deje todo y lo siga”. Creo que nunca hice el corte del todo… pero cuando hice el Tirocinio en el Paiva sentí que estos dos mundos se podían unir

La vida rural ha marcado un estilo particular en el modo de ser de cada uno… ¿cómo los ha moldeado?

CH: Desde niño, todas las vacaciones me iba a la estancia de unos tíos, pero a trabajar, y a veces me exigían a la par de los peones Eso me hizo despertar el valor del trabajo, la conciencia y también ese despertar del adolescente que ya quiere ser hombrecito de campo, que ya quiere tomar mate solo, alambrar solo, ordeñar solo. El trabajo marca un estilo, un estilo de ser, un estilo de sacerdote. A mí me encanta trabajar con jóvenes en lo que es la educación al trabajo En Caqueiro haber impulsado la Escuela de Hábitos de Trabajo creo que viene de ahí O en El Paiva cuando estaba allí o en Talleres El trabajo como un medio para llegar al joven para ayudarlo a progresar.

MJ: La vida aquí nos ha moldeado y nos hemos ido adaptando a los cambios. Desde la inundación que vivimos en el año 59, cuando yo tenía 6 años, que tuvimos que dejar la casa con todo porque había que salvar vidas. No sabíamos a dónde íbamos a ir. Cuando llegamos la casa estaba dada vueltas, los zapatos colgados de los clavos de las paredes. Con mi hermano tuvimos que repetir el año en la escuela. Siempre fui una mujer activa. Trabajaba en la biblioteca, pero seguía con la dulcería, haciendo quesos, vendiendo leche. Con la llegada de UPM a Paso de los Toros también nos tuvimos que reconvertir. Dejamos el tambo y donde era la quesería lo transformamos en una casita para alquilar a jóvenes que se vinieron de Montevideo para trabajar. Nos llevamos bárbaro. Siempre estuve rodeada de jóvenes y siempre tuve una relación muy cercana. De alguna forma les despierto confianza y se ve que tienen necesidad de que alguien los escuche, y en mí encuentran ese oído atento para escucharlos y aconsejarles también.

Cholo, ¿cuáles son los desafíos para los jóvenes del medio rural? ¿Qué anhelos tenés para ellos?

El desafío es no perder la identidad, que no pierdan sus costumbres, que no se mimeticen. El joven rural se encuentra con Dios más en el misterio de la naturaleza. Anhelo que haya esos espacios donde ellos puedan encontrar la forma de sentirse cerca.

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20 AQUÍ AHORAY

Cuando se vive en el medio rural acceder a la escuela es posible, pero al llegar a secundaria las opciones se reducen. Permitirle al joven cursar ciclo básico y bachillerato y además formarse en tareas del campo que pueden ser una salida laboral es uno de los objetivos del Paiva, como se conoce al Instituto Benigno Paiva Irisarri, enclavado a 13 kilómetros de Sarandí del Yí, en Durazno. Además, como toda casa salesiana, el trabajo y el estudio conviven con el compañerismo, la alegría y la vida de fe.

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“El Paiva es para mí como una familia y a la vez, al ser tantos –más de 60 personas­ somos como eslabones de una cadena. Cada uno tiene su función, si una cosa no se hace, se retrasa todo. Cuando te toca preparar el desayuno o tocar la campana para avisar de las actividades, tenés que hacerlo a la hora que te toca”, cuenta Anderson Torres (16).

Torres lleva 5 años en el Paiva y si bien aún no tiene claro a qué dedicarse en el futuro maneja la posibilidad de estudiar Psicología o Derecho, pero como no está seguro de poder trasladarse a Montevideo también está pensando en otras opciones. Le encanta vivir en el campo porque creció en el medio rural donde sus padres trabajaban. Este año está cursando 5º. Humanístico.

Junto al resto de sus compañeros –este año son 52 alumnos­ de 12 a 18 años amanece cada día a las 6.20 de la mañana. A las 7 salen para Sarandí del Yí, que está a 13 kilómetros, donde cursan ciclo básico en la UTU, o bachillerato. Luego de regresar de clase y almorzar, tienen lo que se llama las áreas formativas en seis rubros: carpintería, quesería, campo, quinta, servicios, y parques y jardines. Los alumnos van rotando seis semanas en cada área. También tienen tiempos de recreo, apoyo en sus estudios antes de la cena y luego el rato de reflexión y oración que cada casa salesiana tiene, en este caso son las “Buenas noches”

Leandro Vidal es educador y desde hace 20 años trabaja en Paiva, y actualmente tiene a su cargo el área de quinta. Su tarea es fundamental ya que la quinta produce la fruta y verdura para alimentar a las entre

70 y 100 personas que viven en la casa. “La idea es darle al chiquilín los conocimientos básicos para manejarse en la quinta. Les enseño como cosechar una verdura, como mantener un invernáculo. A los más grandes, el manejo de tractores”, cuenta.

El docente afirma que “los chiquilines vienen entusiasmados porque siempre hay algo para compartir. Durante todo el año las plantas de frutillas tienen frutillas, luego viene la época del melón o la sandía y también compartimos. La mayoría presta atención, se entusiasma y aprende, aunque alguno se desanima”, dice y asegura que lo que más les gusta es manejar el tractor

“Entre todos hacemos un clima familiar y ellos van aprendiendo a trabajar”, destaca Vidal. Y apunta que como en cualquier familia también hay tiempo para las bromas, sobre todo una que se repite año a año, cuando llegan los nuevos y los más grandes los hacen comer ají picante. Los pobres tienen que salir corriendo en busca de una canilla para tomar agua.

Que los chiquilines aprendan a trabajar es algo que también destaca el director del Paiva, el P. Juan Gastón Dubourdieu sdb, y lo ejemplifica con un comentario que le hizo un padre. Le contó que desde que vivía en el Paiva, su hijo, cuando vuelve a su casa (cada 15 días se

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Juan Gastón Dubourdieu sdb Leandro Vidal Federico Albornoz Anderson Torres

regresan los fines de semana), lo acompaña al campo, lava los pisos, limpia los platos. “De alguna manera muestra que la experiencia de Paiva imprime ese gusto por el trabajo y sobre todo por ayudar al otro”, subraya.

El director señala que la misión del Instituto es ayudar a los chiquilines a construir su propio proyecto de vida. “Es una oportunidad para el muchacho del campo poder continuar sus estudios” en el medio rural. De todos modos explica: “El Paiva no es de primero a sexto para todos, capaz que para uno el Paiva es solo cursar dos años, para otro tres, y para otro cuatro, depende mucho del camino que cada uno va eligiendo y construyendo”.

El objetivo –añade Dubourdieu­ es transmitirle al muchacho del medio rural valores muy arraigados en el trabajador del campo como “la disciplina, el dominio de sí mismo, que sepa empezar un trabajo y finalizarlo, que cuando termine de trabajar lave sus herramientas y las guarde, que cuide los modos de estar en los distintos espacios, que pueda ser amable y buen compañero, honesto, solidario, sincero”.

También destaca “el valor de la fe y de Dios de modo sencillo como está en la vida del hombre de campo que trabaja todos los días bajo el cielo azul, valorando y contemplando la presencia de Dios en la naturaleza y todo lo lindo que ha creado para que podamos disfrutar y descubrir que el trabajo es algo que nos realiza y nos hace ser más nosotros mismos”.

Federico Albornoz (16) lleva cinco años estudiando en el Paiva y también destaca esos valores. “Para mí el Paiva es un estilo de vida, mi segunda casa, por así decirlo, donde voy adquiriendo valores como el compañerismo, respeto, la

solidaridad. El Paiva te enseña a ser una persona disciplinada y responsable, entre otras cosas”, resalta este joven que quiere ser psicólogo y dedicarse a eso.

Por su parte Torres, su compañero, destaca que compartir con los educadores le abre horizontes y “muchas formas de ver las mismas cosas”. “Son varios pero son muy distintos entre sí, capaz que cuando uno piensa algo sobre una cosa el otro piensa distinto. Es lindo ver distintas ópticas. Son como nuestros padres, están para apoyarnos, y pegarnos un reto, de vez en cuando nos mandamos alguna”

El Instituto Benigno Paiva Irisarri, conocido por todos como “el Paiva” está destinado a jóvenes que viven en el medio rural y por motivos geográficos o económicos no pueden cursar el liceo. Allí se forman en ciclo básico y bachillerato y al mismo tiempo aprenden tareas del campo. Se les ofrece alojamiento, alimentación, ropa, útiles escolares y traslados.

Surgió en 1968 gracias a la donación del matrimonio de Clotilde Pardo Santayana y Benigno Paiva Irisarri, quien fue intendente de Montevideo en 1942. La pareja no tenía hijos y decidió donar las tierras a los salesianos para la educación de los hijos de los peones rurales.

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SISTEMA PREVENTIVO DE DON BOSCO

No se puede hacer una reflexión salesiana sobre el valor de la educación a través del deporte sin partir de la experiencia directa de Don Bosco como educador, padre, hermano y amigo de los jóvenes. A partir de la experiencia personal, experimenta el valor de la dimensión lúdica en la dinámica de su propio crecimiento y comprende todo su valor cuando inicia su misión educativa principalmente con niños de la calle, abandonados a sí mismos. Por eso, en general, en las casas salesianas encontramos el patio en el centro, al igual que la capilla, siendo ambos puntos clave en la pedagogía salesiana.

Es importante encontrar a los jóvenes donde están y vivan más espontáneamente. También es interesante señalar que Don Bosco nos aconseja orar y estudiar, pero recomienda que seamos parte activa del juego con nuestros compañeros. Escribiendo su Sistema Preventivo afirma: «Date amplia libertad para saltar, correr, cacarear a tu antojo. La gimnasia, la música, la declamación, el teatro, los paseos son medios muy eficaces para obtener la disciplina y ayudar a la moral y a la santidad».

En el centro la persona con todos sus recursos y capacidades En el centro de la actividad lúdica se encuentra la persona de los niños, adolescentes y jóvenes, ya que el deporte aborda las diversas categorías y abar ca el rango de edad evolutivo tradicionalmente entendido yendo aún más allá. La educación preventiva busca revelar a los jóvenes su dignidad humana, y en algunos casos restaurarla, partiendo siempre del supuesto de que todos, incluso los más limitados por la fragilidad personal o los condicionamientos sociales, pueden llegar a dar lo mejor de sí mismos.

En el deporte, lo que se nos confía como educadores, no es una cosa, un objeto, sino un tesoro precioso que hay que guardar con sumo cuidado, un don que hay que defender, proteger, promover

Educar a la corporeidad

Un elemento fundamental es, hoy más

que nunca, percibir la corporeidad como rostro de la persona y lugar de comunicación y diálogo. Hoy nos damos cuenta de que se exalta excesivamente el tamaño del cuerpo hasta el punto de convertirlo en una mercancía. Tenemos niños y niñas en nuestras manos que respiran este clima cultural y es necesario alentarlos a madurar también desde este punto de vista para ayudarlos a aceptar su cuerpo como una obra maes tra de Dios y aprender a cuidarlo, con equilibrio, como una obra de arte.

Educar para la competitividad Vivimos en una época en la que la agresión y la opresión parecen haberse convertido en fenómenos normales, especialmente en cierto tipo de deporte, o al menos en ciertos aficionados. Cuán importante es en nuestra acción educativa fomentar una experiencia positiva de uno mismo junto con la de las propias limitaciones. Normalmente, la apertura hacia los demás, cuando se realiza correctamente, hace brotar energías insospechadas desde lo más profundo del propio ser

El paso más bello y maduro es el de pasar del protagonismo individual, en el que prima la búsqueda del éxito personal y en el que la personalidad del otro es aplastada o incomprendida, al juego de equipo en el que todos buscan la victoria y se pierden en el terreno de juego por el éxito de todos, sintiendo no un "yo" solitario, sino un "nosotros". Un modelo en el que se invierten las categorías vigentes, ofreciendo el éxito fácil a costa del bien del otro y de la comunidad.

Es posible aprender el arte de vencer en la vida, pensando que cada uno nace como un tesoro único y precioso, irrepetible y que en el descubrimiento de los propios recursos y potencialidades, se aprende a ser responsable de la propia existencia y de las propias elecciones.

En este sentido, como miembros de la Familia Salesiana todavía tenemos mucho que decir y hacer por los niños y niñas, los niños y niñas que nos son confiados.

Italia ­ Reunión de los Superiores Salesianos que llegaron a la mitad de su sexenio de servicio

En septiembre tuvo lugar el encuentro del rector mayor, padre Ángel Fernández Artime, y su vicario, padre Stefano Martoglio, con los Superiores de las Inspectorías y Visitadurías salesianas que han llegado a la mitad de sus seis años de servicio. El encuentro, en la Casa Madre Salesiana de Valdocco, reunió a 18 Superiores de los cinco continentes y seis de las siete Regiones Salesianas (Mediterránea, Europa Centro y Norte, África­Madagascar, Interamérica, América Cono Sur y Asia EsteOceanía), entre ellos nuestro padre inspector, Alfonso Bauer sdb. Fueron momentos de profundo compartir y para recargarse en las fuentes salesianas, para asegurar el camino común de la Congregación a nivel global. En base a ANS

Argentina ­ La canonización de Artémides Zatti sdb declarada de interés nacional La Secretaría de Culto de Nación Argentina, dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, declaró de interés nacional la canonización del salesiano coadjutor Artémides Zatti, que tuvo lugar el día 9 de octubre de 2022, en la ciudad del Vaticano. Este documento oficial es un reconocimiento muy importante que realiza el Estado argentino de la elevación a los altares de Artémides Zatti. Fuente: ANS

SINTONIZANDO CONDONBOSCO DE LARESOTROS
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Sor Chiara Cazzuola Superiora General de las FMA EL ASPECTO LÚDICO DEL

SABORABUENASNOCHES

Yo nací en Villa Colón, que aunque está más cerca del campo que de la zona metropolitana, no deja de ser Montevideo. No sé si le pasará a todos los montevideanos, pero para mí el mundo rural siempre fue algo ajeno. Es cierto que a partir de la niñez y con el paso de los años me he ido acercando cada vez más al campo y su encanto. Pero al no haber nacido allí, y ser algo extraño, es un acercamiento siempre desde la contemplación, el respeto, y el aprendizaje.

Como todo, cuando nos enfrentamos a algo ajeno (sea un lugar, una persona, una experiencia, lo que sea) es necesario contemplar, respetar y aprender Así me sigue pasando a mí con el mundo rural y con todo lo nuevo que cotidianamente se me va presentando.

Para contemplar se requiere primero la predisposición de querer entrar en contacto. Con el campo, es mirar en profundidad, no solo con los ojos, sino con todos los sentidos y con el corazón, para captar allí su verdad y la huella de Dios. Contemplar con tiempo, sin apuros, para descubrir en su autenticidad, oculta a simple vista, la presencia del Creador. La naturaleza, el campo, nos dice a través de sus colores, olores y sonidos que Dios está allí, que hay algo más.

Al contemplar tomamos una posición que tiene que ser ante todo, de respe to. Porque sigue siendo algo ajeno y merece mi respeto. No sé si fue la primera vez, pero el primer recuerdo que tengo del campo es de unas vacaciones en una chacra en Salto, cuando era niño. Detrás de un alambrado había un caballo y sentí miedo de acercarme. O más acá en el tiempo, cuando vi por primera vez los lagartos en Aguas Blancas. Ante lo ajeno respeto, porque si bien lo voy conociendo, sigue siendo extraño. Con confianza, sí, pero respetándolo en sus modos y sus tiempos.

Finalmente, de todo lo nuevo que llega a nuestra vida, aprendemos. Siempre estamos invitados a aprender. De lo bueno y de lo malo, de lo que nos entu­

siasma y de lo que nos desilusiona, de lo bello y de lo no tanto. Lo que nos forma en la vida es la vida misma. Entonces también ante lo extraño y nuevo es necesario aprender. Yo hoy, no me acerco al campo como lo hacía de niño. Siempre con respeto, pero ya conociéndolo un poco más. Habiendo aprendido a, por ejemplo, llevar un buen calzado para no embarrarme o una gorra para evitar la insolación.

Esta dinámica de contemplar, respe tar y aprender, la podemos vivir no solo con nuevos lugares que conocemos, como fue el campo para mí, sino también con las experiencias y acontecimientos que vivimos día a día, y sobre todo, con las personas que llegan a nuestra vida. Contemplarlas y respetarlas, para aprender de ellas.

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Juan Manuel Fernández sdb

“El campo y toda su 'mística' es parte de mi ADN”

Asegura que ella no eligió ser Hija de María Auxiliadora, sino que Dios la “puso” en dicha Congregación religiosa. En el pueblo Merinos, ubicado a 120 km de la ciudad de Paysandú, la tierra donde fue engendrada y vivió hasta los 13 años, aprendió los valores que considera “su columna vertebral en todo”. “Con mi gente aprendí que lo más importante es la vida y no hay valor más alto que ese”, enfatiza.

A sus 36 años de edad, la Hna. Érica Mora subraya que lo más importante para ella es ser quien tiene que ser: “Una religiosa feliz que vive su vida con mucho sentido y que solo quiere hacer crecer a Jesús en el corazón de los jóvenes”.

¿Y por qué elegiste ser Hija de María Auxiliadora?

La verdad es que yo no elegí ser Hija de María Auxiliadora, Dios me puso con ellas sin querer ja, ja, ja. Las descubrí en mi adolescencia, cuando estudiaba en Paso de los Toros. Solo sabía que tenían colegios y eso no me gustaba porque en el imaginario de gurisa del medio del campo, y sin recursos, ir a un colegio privado es para gente que puede pagarlo, por lo tanto, lejos de mí. Sentía una gran inquietud por la vida consagrada, pero no sabía en qué congregación. Recuerdo que pagué una hora de ciber para buscar congregaciones en Google. Busqué a las Hermanas de Madre Teresa de Calcuta porque me interesaba el estar entre los más pobres. Dios te sorprende con sus caminos. Al final, gracias a un diálogo espontáneo con un seminarista del clero (sacerdote fallecido), terminé hablando con las Hijas de María Auxiliadora para “probar”. Y me quedé.

DEL SALESIANOÁRBOL 26

Sos oriunda del medio rural ¿qué huella ha dejado para tu síntesis vital el campo y su gente?

El campo y toda su “mística” es parte de mi ADN. Tal vez no se me nota exteriormente ni en la forma de hablar o de expresarme, pero soy del medio del campo y me encanta. De la tierra donde me formé en el vientre de mi madre y donde viví hasta los 13 años aprendí lo más importante para mi vida, los valores que son mi columna vertebral en todo: el respeto por la persona, el gusto por el silencio, el disfrutar de la naturaleza y todas sus formas, el valor del trabajo, el sacrificio para conseguir lo que uno quiere, la solidaridad con los que menos tienen, el dolor compartido, la importancia de la familia, de la amistad, buscar y quedarse con lo esencial, no olvidar las raíces, de dónde somos y siempre querer volver. Gente sencilla, de una sabiduría y un conocimiento del ser humano que me sorprende cada vez más. Con mi gente aprendí que lo más importante es la vida y no hay valor más alto que ese. Como persona del campo bebí de esa certeza de la existencia y presencia de Dios. Hay raíces de vida cristiana arraigados en las familias de generaciones atrás donde la Iglesia estaba más presente en la vida de los pueblos. En mi pueblo se mantiene una pequeña comunidad católica, fiel, de muchos años. El sacerdote va una vez al mes, como cuando yo era niña. Las catequistas siguen siendo las mismas, en general. Las comunidades están envejecidas y reducidas. Cuando llega alguien nuevo a estas comunidades debe hacerlo con la conciencia de ir a “tierra sagrada”, con mucho respeto de sus experiencias, de sus tiempos, de su cultura. Es gente de fe sencilla, sin argumentos teológicos ni formación litúrgica. Lo central es el kerigma, el amor a Dios y al prójimo.

¿Qué deberían aprender de la gente del campo las personas del medio urbano?

Con todo respeto, siento que muchas veces las personas del medio urbano subestiman a la gente del campo porque no conocen desde dentro su cultura. Por lo tanto, no siempre llegan a valorar lo que les pueden aportar. La vida en el campo, el contacto diario y vital con la naturaleza hace que las personas cultiven una relación muy honda con el silencio, con la contemplación de lo natural, con las estaciones. Saben o aprenden a leer lo que los rodea y ese conocimiento lo aplican a la vida. Quien ha vivido toda la vida en el campo no se incomoda con el silencio, lo soporta con naturalidad, no le perturba ni lo pone nervioso. Hasta lo busca. La contemplación lo hace más observador, a veces más introvertido pero no menos reflexivo. Veo que esto cuesta mucho en la ciudad. Al menos en mi pueblo, aún se da el espacio de charla en la ronda del mate por la tarde. La familia tiene espacios de encuentro y de diálogo. Si bien ahora con los celulares, la TV y el uso de internet hay más distracciones, igualmente se da aún la charla espontánea. Y eso es algo lindo, bueno y necesario para cualquier familia. En la ciudad, percibo y me consta, que las familias tienen reducidos espacios de encuen tros gratuitos. Todos tienen cosas que hacer, horarios, compromisos, etc. En esas charlas de la gente del campo hay mucha narración, en mi modo de ver, es la “terapia sanadora” donde no existe el psicólogo/a. En un clima de confianza pueden “narrarse” y narrar experiencias de vida, de muerte, de angustia, de sacrificios, de logros, de fe. Hay una predisposición grande a la escucha del otro aunque ya se sepa lo que va a decir. Yo he descubierto experiencias muy fuertes de la vida de mis abuelos en esas charlas o narraciones espontáneas. Solo podés escuchar, no te da

ni para preguntar. Por otro lado, la gente de las ciudades tiene todos los servicios cerca y hasta el transporte para movilizarse, mientras que la del medio del campo no tiene ni el hospital cerca, y a veces, ni ambulancia que lo arrime. Los caminos suelen ser malos, los vehículos se rompen con frecuencia. Las agencias y frecuencias y de ómnibus son escasas o mínimas. El contexto y sus circunstancias obligan a aprender a soportar sacrificios, a saber “revolverse” como dicen mis coterráneos.

¿Qué desafíos tiene el medio rural para el desarrollo pleno de su gente en general? ¿Y para las mujeres?

Muchos: las fuentes de trabajo, la formación de su gente para que puedan permanecer y hacer un aporte más profesional en su trabajo, la atención a la salud, la viabilidad y garantía del disfrute de los derechos fundamentales que tenemos todos…

La escuela es el único centro educativo que existe en los pueblos tan chicos como el mío, por eso se valora mucho. Pero faltan muchas oportunidades para seguir estudiando. No es fácil querer seguir formándose, exige dinero, sacrificios y extrañar mucho tu lugar de origen. Es necesario que los jóvenes se formen en algo que les permita permanecer en el campo, si así lo desean. Pero pasa que los pocos que estudian tienen que irse a vivir a la ciudad porque en el pueblo no tienen donde ejercer. Como mujer del medio rural, viví en carne propia el éxodo a la ciudad para poder seguir mis sueños, con el apoyo de toda mi familia, especialmente de mis abuelos y tíos, con quienes crecí. La formación de la mujer es mínima. Hoy, solo primaria y ciclo básico. La mujer del campo es muy fuerte, es valiente, es muy capaz. Adquiere sabiduría de la experiencia que es la única universidad que tiene a la mano. Si pudiera formarse en su medio podría llevar adelante muchas cosas buenas para toda la comunidad.

Contanos de tu nuevo servicio en Rivera… Mi servicio es multifacético. Vine para aportar y enriquecer (en lo que pueda) a la pastoral HMA de acá y es un campo bien vasto. No son solo los jóvenes, sino también los adultos que acompañan y están con los jóvenes. Es mi segundo año y aún estoy conociendo el terreno. Los jóvenes son tierra sagrada en donde sea, acá me apasiona el estar donde realmente la vida clama y donde las experiencias de ellos no te dejan acomodarte ni quedarte tranquila. Si es por hacer, hago muchas cosas, algunas se ven, pero la mayoría no. Pero lo más importante para mí es ser quien tengo que ser: una religiosa feliz que vive su vida con mucho sentido y que solo quiere hacer crecer a Jesús en el corazón de los jóvenes. No busco otra cosa.

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UNA AMIGAMANO

DE TALLERES,

Julio Fernández (JF), quien en su tiempo de adolescente fue residente y desde 2012 trabaja como educador, junto con el Equipo Técnico (ET), conformado por Romina Dalchiele, trabajadora social; María Massimelli, psicopedagoga y Paola Franco, psicóloga, cuentan cómo es la vida en la Residencia de Talleres Don Bosco y los desafíos que implica este proyecto “24/7”.

“… si estos jóvenes hubieran tenido un amigo que se preocupara por ellos, los acompañara y les mostrase el amor de Dios, quien sabe si no se hubieran alejadodeestavidaquellevan…” DonBosco(MO)
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LA RESIDENCIA
DONDE SE UNEN EL INTERIOR Y LA CAPITAL, EL ESTUDIO Y LA CONVIVENCIA

¿Cómo es la vida en la Residencia? ¿Qué se les ofrece a los adolescentes que llegan aquí?

ET: En este momento hay 45 residentes y como equipo técnico nos encargamos de acompañarlos en su vida cotidiana, en el crecimiento de su autonomía y su organización. Se les ofrece alojamiento, las cuatro comidas, biblioteca, sala de informática, gimnasio, actividades recreativas y deportivas, grupos asocia tivos, de estudio, clases de apoyo, espacios comunitarios. Buscamos que se puedan conocer y acercarlos a Dios. Se ofrece la preparación para los Sacramentos.

JF: Es una familia grande que se trata de acompañar en este proceso de tres años. El primer año se trabaja el tema de normas, horarios, criterios en común, el respeto que debe existir entre todos los que convivimos. En segundo ya se empieza a trabajar en el encuentro con el otro y con uno mismo. Tratamos que se cuestionen si realmente les gusta lo que están haciendo. En tercero se busca la autogestión del estudio, de la limpieza y también vienen los miedos, porque es el último año y significa que van a salir para la facultad.

¿Qué se quiere entregar a estos jóvenes? ¿Cómo los sueñan?

ET: Que logren ser autónomos, que tengan una vida digna, que puedan aprender los oficios que se les ofrece, que sean buenas personas, que definan un proyecto de vida saludable. Que tengan una experiencia del paso por una casa con valores salesianos.

JF: Nosotros tratamos de entregarles las enseñanzas de Don Bosco a través de valores y dando el ejemplo con nuestra propia vida. Soñamos que además de que sean buenos trabajadores sean honrados ciudadanos. Que trabajen con honestidad, que no se conformen con lo mínimo, que el mundo está ahí, para ellos. Que busquen, que abran, que peleen.

¿En qué cosas el camino se hace más complicado?

JF: Extrañan y a veces están esperando que sea fin de semana para irse. En el primer año, sobre todo, después de que apagamos la luz, ya se sabe que alguno va a lagrimear, al principio es todo nuevo.

ET: Ellos viven como “complicado” el venir a Montevideo, lo sienten ajeno,

peligroso, ruidoso, muy grande. De a poco con el acompañamiento de los educadores logran tolerar a Montevideo y continuar sus estudios. En su mayoría vuelven al hogar desde donde provienen en el interior. Otra dificultad es que muchos no tienen experiencia en la convivencia de la magnitud que proponemos, lo que al principio los agobia un poco hasta que se van adaptando a los compañeros y las rutinas de la casa. En cuanto al estudio muchos entran con bajo nivel académico, lo que les implica reforzar conocimientos, asistir a las clases de apoyo y de mayor estudio. La mayoría logra el nivel necesario año tras año gracias a la vida en residencia, ya que todo el tiempo están en contacto con compañeros, educadores y referentes de estudio para sacarse dudas, aprender distintas estrategias, etc.

¿Cuáles son los desafíos más grandes?

ET: El desafío más grande es poder acompañar a todos los chiquilines por igual, ya que son muchos. Una realidad que vivimos es que hay varios residentes que por sus situaciones particulares nos insumen mayor tiempo de acompañamiento. Esto nos hace poner foco en ellos e interrumpe el seguimiento a los estudiantes que no presentan tantas dificultades, desa fiando el poder brindar un acompañamiento equitativo e individualizado para todos.

En el día a día ellos viven, conviven con otros, estudian, tienen espacios de crecimiento en la fe, también de dispersión y juego. Poder vivir a Talleres con todo esto es un desafío tanto para ellos como para nosotros, lo que nos implica cuidar, velar y respetar cada uno de estos espacios.

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La mirada desde el otro lado

Bruno Morán tiene 18 años. Hace tres años llegó procedente de Melo y reside en la Residencia Universitaria Salesiana (RUS). Estudia Deportes y Recreación y desea permanecer en la RUS para estudiar Nutrición.

¿Cómo fue llegar a Montevideo y a la residencia? Al principio sentí que no iba a encajar, que iba a hacer algo demasiado distinto a lo que yo había vivido. Estaba en la mía, sentía que no iba a conocer a nadie y, como no quería socializar tanto, pensaba que se me iba a dificultar más todavía. Pero llegué acá el primer día y ya vino un compañero, me ofreció un mate y nos quedamos ahí al toque rebién. Ese mismo día, el educador Tito me dijo: “¿Querés jugar al fútbol?”. Y jugué con los educadores y todo bien y ahí me entraron más ganas de jugar al fútbol de nuevo.

¿Qué has aprendido aquí? Aprendí a ser más prolijo en mis horarios. La rutina de acá ayuda a organizarte más y el convivir con más personas también te anima a pensar cómo puede estar el otro, y te dan esas ganas de preguntarle “¿estás bien? ¿Qué te pasa?”. Y si no lo ves bien tratás de ir a hablar con el educador para que ese compañero esté mejor. Te dan esas ganas de ayudar a cada persona que está en la Residencia.

¿Qué significa Talleres para vos? Yo en Talleres vi una oportunidad clara para saber qué hacer en el futuro. La Residencia me ha servido bastante para fortalecer mis cualidades y me he dado cuenta de que la gente que me rodea me ayuda mucho a focalizarme en las cosas que me gustan y a pensar qué quiero hacer Acá te motivan a salir adelante, te apoyan en todo lo que vos quieras hacer. Los educadores, el director, están siempre pendientes de lo que podés estar necesitando. La ayuda es lo que más me han demostrado los salesianos en estos tres años.

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