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Laudelino Vázquez. Dónde estas Miguel Miralles, X

Laudelino Vázquez

Ventolín

El Ventolín constituye en la mitología asturiana un ente opuesto al terrible Nuberu, mientras que éste representa la parte destructiva de las tormentas y fuertes vientos, los ventolines se les identifica con la brisa suave que vive en el cielo y ayuda a quienes lo necesita.

Nuberu

Dónde estás Miguel Miralles, X

El Ventolín y el Nuberu

Miguel esperó un buen rato, agotado, apoyándose contra la pared de una de las casas semiderruidas que rodeaban el círculo de casinos. Casi sin darse cuenta, a la vez que la noche se acababa, los negocios fueron cerrando y el ruido y las gentes retirándose a donde quiera que tuvieran su refugio. Un tímido sol amagó por momentos tras las montañas, deslizándose en diagonal sobre la costa y arrastrándose hasta el límite de la ciudad. —Por fin voy a poder salir de la oscuridad —pensó Miralles, con lo más parecido a una sonrisa que pudo articular, mientras fijaba la vista en la bola luminosa del fondo—. Al menos podré orientarme. —Bendita inocencia —resonó de nuevo la voz— ¿Acaso te crees que esta noche de paz es gratuita? Todo forma parte del juego, muchacho, y parece que no te das cuenta, que nosotros somos insaciables. —¿Nosotros? ¿Quiénes sois? ¿Por qué a mí? —¿Ya no recuerdas, que tú me invocaste?

Miguel agachó la cabeza con resignación: tantas vueltas y revueltas, le habían hecho olvidarse de cómo había sido el comienzo. —Pero no te preocupes —añadió la voz, sumándose a su pensamiento—, no te quedará duda de cuándo será el final.

Buscó palabras con las que responder, pero en aquel momento, el cansancio acumulado, se apoderó de él, que ya sin fuerzas, se dejó resbalar contra la pared y cerró los ojos, esperando que lo que tuviese que ocurrir, sucediera durante el sueño. —No va a ser tan fácil, Robert Jhonson…

A la última frase le siguió una sonrisilla aguda que acabó de despertar por completo a Miguel, mientras un nuevo sonido parecía trasladarse entre los edificios. Primero, apenas susurrante y luego cada vez más intenso —Juraría que esos suspiros —porque lo que estaba oyendo eran gemidos de placer, de una mujer— pertenecen a Natalia —se dijo—. Debo estar volviéndome loco. —No, qué va.

Buscó instintivamente la procedencia de la nueva voz, pero la raya de sol que parecía llegar, había desaparecido y la oscuridad se imponía de nuevo, así que apenas distinguía una sombra borrosa. —¿Tú quien eres? —preguntó entrecerrando los ojos para distinguir algo en la oscuri-

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—¿Tú? ¿Tan jodido estás que no ves que somos dos? ¿También fumas productos como el amigo Nube?

Penosamente, Miguel comenzó a vislumbrar que la sombra que se acercaba la formaban dos figuras, la una, alta y desgarbada y la otra, juraría que pertenecía a un niño grande, un angelote de esas pinturas antiguas. Si no fuera porque es imposible —se dijo, aunque inmediatamente se arrepintió, pues aquí todo era posible, juraría que estoy ante un ángel o algo similar. —No, chaval —le respondió el angelote, que también parecía leer sus pensamientos—, estás ante el Ventolín y el Nuberu, Nube para los amigos. —¿Y se puede saber por qué? —No.

Sí y no, depende de cómo lo mires o como te lo figures. Esto no es aquello, aquí es arriba como es abajo, pero igual no es abajo como arriba...

Un coro de carcajadas se sumó a la cara de estupor de Miralles. —Claro que sí, hombre: porque aquí, todo el mundo hace su trabajo. Y nosotros no íbamos a ser menos ¿No oyes los suspiros de amor de tu mujer? —añadió Ventolín, abriendo los brazos y señalando alrededor, de dónde surgía el sonido cada vez más atronador—. Antes hacía llegar los suspiros de amor de los amantes, pero hay que reciclarse con los tiempos, así que ahora le echo un poco de picante al trabajo, algo que le dé sabor ¿Que mejor suspiro que un buen orgasmo? Pues eso es lo que estoy trayendo yo ahora, allá donde esté tu mujer, se nota que no está sufriendo …. —¿Qué quieres decir? –preguntó aturdido Miguel Miralles–. —Nada, no quiero decir nada, limítate a escuchar.

Prestando atención Miguel descubrió que bajo los suspiros agudos de Natalia, podían percibirse también cada vez con mayor nitidez, los gemidos roncos de un hombre que acompañaban en el ritmo a los de su mujer. —La chica no parece aburrirse sin ti –comentó entonces Nube, dejando oír por primera vez una voz arrastrada en la que la influencia de la marihuana era evidente–.

Un grito de coraje surgió entonces de lo más hondo de Miralles, el cual, poniéndose en pie bruscamente se lanzó hacia el Nuberu con ánimo de estrangularle. A pesar de la lentitud del lenguaje, Nube, se apartó con un movimiento imperceptible a la vista y Miguel acabó con sus huesos en el suelo. —No deberías ir por ahí –le comento jocoso Ventolín–, si ves tranquilo a Nube es solo porque fuma productos. Pero si por casualidad algo lo irrita de verdad, ni toda la marihuana del mundo puede pararle. Si se irrita, más te vale que no te pille, porque aquí donde me ves, siendo un tío enrollado como soy, puedo tener mis prontos según por donde me dé el viento –añadió riéndose de su propio chiste–, pero dura lo que dura y solo se trata de viento, pero este trae con él auténtica dinamita, mejor no lo provoques. —Mi colega sabe lo que dice, llevamos juntos desde la creación de los dioses, así que yo de ti le haría caso –completó la frase Nube con su habitual parsimonia–. —¿Y que me ibas a hacer que no me hayáis hecho?

En ese momento los gemidos de fondo alcanzaron su paroxismo, y todos hicieron un extraño silencio, una especie de pausa antes de seguir con la tragicomedia en la que estaban participando. —Pues se ve que la muchacha se lo está pasando cañón, mucho mejor no creo que se lo pudiera pasar contigo –dijo entonces silabeando Nuberu–. Como no encuentres una forma de volver pronto, vas a ir al peor de los lugares, al rincón del olvido.

Un Miguel abatido comenzó a caminar con el único ánimo de apartarse de aquellos dos, pero apenas había apartado 30 metros, se dio cuenta de que el poblado se acababa, y si no se equivocaba a una distancia de menos de un kilómetro, volvía a ver el polígono industrial en que lo habían retenido a su llegada. Juraría que entre las últimas casas y los primeros edificios del polígono, sombreada el río que había visto desde la Cueva la Xana. —Me estoy moviendo en círculos –se preguntó en voz alta sin esperar contestación, sin embargo Ventolín creyó conveniente contestarle. —Sí y no, depende de cómo lo mires o como te lo figures. Esto no es aquello, aquí es arriba como es abajo, pero igual no es abajo como arriba... Aquí las leyes son las que se le ocurren a Su Grandísima, pero te vamos a dar una pista: estás cerca, muy cerca de la salida. No te voy a decir si es larga o corta, ancha o estrecha, alta o baja, solo que hay una salida, y que si eres hábil, arriesgas y la encuentras, Su Grandísima no va a impedirte que vuelvas con esa mujercita tuya, a ver si tienes suerte y quiere compartirte con tu amigo….

Una violenta ráfaga de viento elevo del suelo a Miguel Miralles cuando hizo el gesto de intentar golpear a Ventolín. —Pero, antes de que lo consigas, las reglas del juego siguen siendo las nuestras. Ya ves cómo te he levantado igual que un muñeco: y eso, que yo soy el tranqui, si Nube tiene que tirar de repertorio, más te vale esconderte bajo tierra.

Con un gesto de la mano le indicó que siguiera en dirección hacia las escasas luces del polígono industrial. —Venga, bah! una ayudita… la frontera está hacia allí –le dijo indicando la línea del río–, tienes hasta que Su Grandísima se aburra para encontrar la salida… —¿Y cuándo se va a aburrir? ¿Es más, qué pasará si no la encuentro?

Una risa sardónica fue la única respuesta que obtuvo, y una especie de flash que iluminó su cerebro, y le hizo llegar como una eco la voz de Su Grandísima: —Ah! Que sepas que esta es la última oportunidad, no habrá otra.

A pesar del cansancio inmenso que le abatía, Miguel comenzó a arrastrar los pies con toda la velocidad de que fue capaz, intentando apartarse de aquellos dos. —Animalico –dijo Ventolín mirándolo casi con pena, apenas alcanzó la distancia para no ser oído–, nunca dejarán de admirarme estos humanos con la fe que tienen en que todo se arreglará. —El muy imbécil cree que tiene una oportunidad de verdad –añadió Nube lanzando una bocanada de humo al aire–. Esta vez me parece que voy a ser yo el que remate la faena, este me ha caído mal y, no me digas por qué, consigue que solo de pensar en él me salgan rayos y centellas….

Se miraron, y como tantas otras veces, se dieron un abrazo de colegas entre carcajadas.

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