Predios sacrílegos: Antología especial de Narrativa de Horror

Page 1



Predios sacrílegos ANTOLOGÍA ESPECIAL DE NARRATIVA DE HORROR

Ana Cecilia García Beatriz Adriana Rodríguez Guzmán Jair Gauna Quiroz Evelio Gómez Eugenia Nájera Verástegui J.C. Ramírez


ÍNDICE 05

Virgen: Perversiones

07

Marina y el espantapájaros

10

Los anteojos de Carey

15

La Botija

18

Lluvia

21

Banquete en el Yar j.c. ramírez

ana cecilia garcía

b e at r i z a d r i a n a r o d r í g u e z g u z m á n

jair gauna quiroz

evelio gómez

|

ana cecilia garcía

eugenia nájera verástegui


Vírgen: Perversiones ana cecilia garcía

Apenas había cumplido los catorce años de vida cuando la belleza de Orfilia deslumbraba a todos los habitantes del pequeño caserío. Esta condición natural de sus encantos la había condenado a la codicia e incluso a la envidia de algunos en la aldea. Al menos así lo dictaminó la curandera que la tratara durante días y noches con hierbas en rituales indescifrables al lado del río, luego de que la virgen presentara unos raros síntomas que la mantenían en un estado febril sin permitirle comer ni conciliar el sueño. Cuando ya pensaban que la criatura fallecía sin remedio, su cuerpo empezó a convulsionar con una mueca horrible en el rostro, los ojos desorbitados y la boca abierta a una dimensión extraordinaria, arrojando de ella una bola de pelos con garras de gatos y escorpiones negrísimos. que se fueron multiplicando y subiendo por los pies casi descalzos de las mujeres que allí estaban, la curandera se santiguó y la cara Orfilia se retorció en un ángulo como si los huesos de su nuca no existieran y su boca se rompió cual hoja seca dejando ver un ojo rojo y brillante. Su cuerpo se empezó a deformar y su vientre se abultó asemejándose a un embarazo. Las mujeres gritaron ante tal imagen y algunas salieron huyendo del lugar. La curandera gritó más allá, aun cuando líquidos de la entrepierna de la virgen brotaron y tomaron forma de lo que parecía ser un feto con cuernos, de color violáceo, el cual, al primer respiro comenzó a vomitar bilis y a defecar, mientras emitía un chillido estridente y ensordecedor. La virgen estigmatizada por Satán, dio fin a aquel sonido proveniente de la criatura demoniaca, desprendiendo su mandíbula de su pequeño y asqueroso cuerpo. El ojo rojo se engrandecía a medida que Orfilia separaba sus mejillas con las uñas ennegrecidas y resecas. Su cuerpo se cubrió de gris oscuro cuando comenzó a llover, con indolente intensidad, un lodo fangoso que convirtió el río en pantano. Orfilia levantó los fragmentos de carne de su hijo no deseado y lo acurrucó en sus


6 Antología especial de Narrativa de Horror

pechos agrietados. Se dirigió hacia el centro de lo que fue el río y se dejó hundir. Durante el descenso la custodiaron tres serpientes sin veneno, del color del averno, realizando un círculo finito, una especie de danza ancestral que culminó cuando los lomos de las víboras desaparecieron entre el fango.


Marina y el espantapájaros b e at r i z a d r i a n a r o d r í g u e z g u z m á n

Marina, es una niña hacendosa y muy preocupada por las actividades en la hacienda de su padre. En ella no solo se crían animales como vacas, cerdos, pollos y gansos a los que la peque-ña consiente, sino que también se siembran vegetales, frutas, verduras y granos que después serán vendidos en el mercado mayorista cercano. Un día, la chiquilla observó a su padre muy molesto. Refunfuñaba por los cuervos, aves tan negras como una noche sin luna, que no dejaban prosperar el sembradío de maíz. —Perderemos una vez más la cosecha, Eusebio —dijo el padre de la chiquita a su mano derecha, el capataz del lugar—. Ese espantapájaros que hicieron los muchachos no espanta a nadie; ni a los mismísimos cuervos. La niña era consciente del sufrimiento de su padre y, aunque bien sabía que no le era permitido opinar en los menesteres del campo —ya que estos solo corresponden a los hombres que trabajan la tierra— con rostro muy serio, y tomando la mano derecha de su padre, dijo: —Tranquilo, papito, haré un espanta aves que dará mucho miedo. Ya verás que no volverá a acercarse ningún otro cuervo a tus mazorcas. —Mi pequeña soñadora —correspondió el padre su muestra de afecto al tomarla entre sus brazos y alzarla—, dudo mucho que una niña de nueve años logre hacer un espantapájaros que dé pavor a esas aves carroñeras, pero gracias por intentarlo. —Lo haré, papito. Será el espanta aves más tenebroso de todos. Con ese juramento, que sincero e inocente brotó de los labios de la niña, el padre, le dio un beso en la frente y la dejó en el suelo. La pequeña corrió a la casa grande.


8 Antología especial de Narrativa de Horror

—Trinidad, por favor —pidió a la cocinera y mujer que la hubo de criar desde el fallecimiento de su madre—, consigue para mí varias telas de muchos colores, y dile a Teófilo que me traiga del relleno que le colocan a los espanta aves. La niña subió a su cuarto y, con suma agitación, comenzó a dibujar en un gran papel blanco el patrón para un espanta aves tenebroso. —No será tarea fácil —se dijo a sí misma—. De seguro las haditas de la noche me ayudarán. Marina era obstinada y constante. Jamás se perdonaría a sí misma no cumplir a su padre el juramento que le hubo realizado en el campo. Sus días, durante el siguiente mes, transcurrieron entre las tareas asignadas por la maestra del colegio y la elaboración de un espanta aves que, además de asustar pájaros, diera miedo a los humanos. Para esto último, la chiquilla invocó la presencia de sus amigas, las haditas de la noche, saliendo a campo abierto cuando la luna fue propicia. —Está noche de luna llena las llamo hadas nocturnas, necesito de su ayuda macabra para asustar. De repente, al lado de la pequeña, aparecieron más de siete seres lóbregos de luz fría. —Ya casi está listo —les dijo con tristeza en los ojos—, pero no da miedo. —Toma está gran calabaza, Mar —dijo el hada más helada con voz gutural—, ábrela por el tallo, saca las semillas y tripas de su interior. Cuando quede bien limpia, talla unos ojos malévolos, una nariz triangular y haz una boca con tres dientes grotescos. De lo demás, nos encargaremos nosotras, chiquilla. La pequeña así lo hizo. Transcurrieron cinco días hasta que la calabaza estuvo lista. La sexta noche de haber convocado a las haditas nocturnas, Marina y ellas, salieron al maizal llevando consigo al espanta aves —como solía decirle la hija del hacendado—. —Por los poderes que nos son dados por la Madre Tierra Gaia, invocamos a los espíritus errantes de la oscuridad. Levántate espantapájaros, nosotras te lo ordenamos —dijeron las hadas en coro.


9 Varios Autores

El cuerpo de paja sin vida comenzó a moverse. Sacudió las piernas, los brazos, dio vueltas a su anaranjada cabeza. —Subirás hasta aquel poste —el espantapájaros alzó la vista—, y espantarás día y noche, hasta hacer morir, a los pájaros que osen acercarse a este sembradío. Al día siguiente, la niña muy emocionada tomó la mano de su padre y lo llevó hasta el maizal, tal y como le dijeron sus amigas frías antes de irse al inicio del alba. Lo que el padre vio más que alegrarlo, le aterrorizó. En lo alto del poste, se encontraba un cuerpo que asemejaba al de un espantapájaros solo por la paja que salía de sus pies, manos y cuello; del resto, el parecido se acercaba mucho al de un cuerpo humano con ropa ensangrentada. La cabeza era enorme, con ojos maléficos que parecían querer escarbar en el alma de quien osaba mirarlos. Su rostro era indescriptiblemente deformado y de la boca salían restos de algo que parecía sangre seca. Eso fue lo que produjo mayor temor al hacendado. —¿Cómo has hecho esto, Mar? ¿Alguien de la hacienda te ayudó? ¿Cómo lo subiste hasta ese lugar? —preguntó a la niña. —Lo hice sola, papito —jamás revelaría a nadie el secreto de sus pequeñas amigas de la oscuridad—. Es mi regalo para la hacienda. Es para que ya no estés triste. —Sé bien que no estaré triste, hija mía —dijo el padre sin apartar la vista de aquel muñeco cuyo rostro parecía tallado por el mal—, solo tendré miedo de visitar el sembradío de maíz de mi propia hacienda.

en memoria de clementina, porque algún día

volveré a escuchar tu voz, tocaré tus suaves plumas

y miraré tus elocuentes ojos de mandarina dulce.


Los anteojos de Carey jair gauna quiroz

Dedicado a Yuri S. Vaz, compañero de grandes aventuras y desafíos

Algunos amigos me invitaron a visitar un pueblo pequeño por varios días, ese lugar fue fundado cerca de la antigua frontera que firmaron los reinos de Portugal y España en el sur de Brasil, próximo a uno de los afluentes del río Piratiní. Durante mi primer paseo por sus calles, me di cuenta que sus pobladores tenían dificultad para responder un saludo o una sonrisa, incluso cuando intentaba sacarles conversación, ellos reafirmaban su desinterés y apatía hacia los foráneos. En el camino a casa de Natalia —la hija del propietario donde nos hospedábamos—, sentía que era seguido por miradas de desconfianza que surgían de ojos secos e irritados, ojos que conocían muy bien las plagas y penurias del mundo, pupilas cansadas que solo conocían la vida agreste. Los únicos atractivos en la región eran una pequeña cascada donde los jóvenes tomaban baño todas las tardes, un prostíbulo discreto detrás de la gasolinera, un supermercado de tres pasillos, una plaza con su vieja capilla en el centro del pueblo y el cementerio municipal que hospedaba los tumbas de sus antiguos fundadores. Los habitantes manifestaban una cierta obsesión con la muerte. Cada vez que había una defunción, un carro funerario paseaba por todas las calles anunciando quién había muerto y a qué horas se realizarían los ritos ya conocidos. Por algún motivo, esa semana habían muerto más de cinco personas y en mi primera noche, no pude conciliar el sueño entre los sollozos y rezos que parecían brotar de la tierra. La noche siguiente entre relatos de mitos y tragos de cervezas, mis amigos nos retaron a visitar el cementerio durante la madrugada.


11 Varios Autores

Miguel y yo decidimos ir, burlándonos de las supersticiones, aceptando con firmeza para demostrarles que no temíamos a las historias pueblerinas. Salimos de casa en la hora acordada. La luna llena iluminaba el camino pedregoso mientras los perros recibían nuestra presencia con ladridos y aullidos, algunas ventanas se iluminaban a nuestro paso hasta que llegamos al portón del cementerio, donde aún corría una brisa ligera de incienso. Caminábamos en silencio entre las tumbas y flores, escuchando apenas los ruidos de insectos y las ramas altas de un cedro que era mecido por un viento enigmático. Mientras caminaba, comencé a sentirme observado, igual que cuando andaba por las calles solitarias de ese pueblo. Miguel paraba frente a cada sepulcro, encendiendo un yesquero para leer los nombres de quienes allí yacían, luego hacía comentarios sarcásticos sobre las fotografías y nombres anticuados. Él siempre encontraba motivos para reírse de algo. Corrió hasta un panteón abierto, y me asustó fingiendo que era un zombie saliendo de las entrañas de la tierra. Se alejó después que le intenté dar un puntapié en el trasero. Había estado solo por un tiempo, caminando con lentitud por los pasillos de una sección en construcción, cuando Miguel me llamó con tono serio. Él estaba frente a una vieja lápida, mirando el retrato del difunto con curiosidad, sosteniendo un par de anteojos viejos que había encontrado al pie de la tumba. Le pregunté qué sucedía, no hubo respuesta. Se colocó los anteojos e hizo una mueca infantil, huyendo mientras veíamos que un grupo de hombres se acercaba con linternas. Ya había viajado con Miguel antes. Estaba acostumbrado a su irreverencia, su sentido del humor. Él me había presentado a las personas con las que compartíamos en esa casa rural. Él era tan divertido y resuelto que podía convertir una visita al cementerio en un episodio de comedia. Así que me llamó poderosamente la atención su seriedad, la preocupación que mostró ante aquella tumba olvidada. Durante el desayuno, una vecina comentaba a Natalia que unos vándalos habían destruido esculturas en el cementerio, y que la policía local nos visitaría para hacer algunas preguntas. Miguel causó un escándalo, intentando explicar que nosotros no teníamos nada que ver. Víctor y Laura intentaron apaciguar la situación sin ningún éxito. Yo fui a la sala y encendí el televisor, no quería participar de esa discusión estéril, no dejaría que algo así arruinase


12

mis vacaciones, solo quería conversar con la policía y luego irme de allí lo más rápido posible.

Antología especial de Narrativa de Horror

Sentí un sueño tremendo intentando descifrar un programa brasileño, en algún momento escuché que Laura me comentaba que estarían todos bebiendo en el patio, que podía llegar cuando quisiese, pero continué durmiendo en el sofá después de confirmar que había escuchado. Perdí la noción del tiempo mientras mi cuerpo estaba cada vez más pesado y debilitado. Soñaba que caminaba hacia el cementerio, luego sentía que caía desde las alturas, despertando levemente hasta que estuve frente a la vieja lápida sosteniendo los anteojos viejos, sucios de tierra y herrumbre. Había ruido. Gritos sofocados como si estuviese intentando escuchar el mundo exterior debajo del agua. Un desconocido llamaba mi nombre. Sentí mi rostro contra la grama, alcé mi cuerpo, me apoyé sobre mis rodillas. Un viejo estaba agachado detrás de una lápida alta, observándome con sus ojos acechantes, intentando decirme algo que no lograba comprender, ofreciendo su mano huesuda con uñas sucias y largas. Reuní fuerzas para tomar control sobre mi cuerpo, y supe que los muchachos estaban detrás de mí, buscándome en la oscuridad del cementerio. Miguel me encontró y enseguida dejó caer la linterna, mostrando una expresión atormentada que nunca había visto en él. Sus ojos se abrieron completamente, su mandíbula cayó en un gesto de sofoco, su piel se puso tan pálida que perdió el bronceado que había ganado en la cascada. Apuntó con su dedo hacia mi lado, y cuando volteé, me encontraba solo, como era de imaginarse. Mis amigos decidieron llevarnos al hospital del pueblo vecino. Nos arrastraron hasta el carro y condujeron toda la madrugada por carreteras sin asfalto donde a veces cruzaban animales silvestres. Desperté decaído en una cama de emergencias, había vuelto a la normalidad luego que, según ellos, estuve delirando. Miguel estaba acostado a mi lado, con el cabello emblanquecido y la mirada perdida. El médico, según Laura, había explicado que el cabello blanco se debía a un trauma psicológico lleno de angustia o ansiedad, y no tenía certeza si volvería a su color natural. Saludé a Miguel, y él pareció escucharme, tomé su temperatura y él apartó mi mano sobre su cuello. Sentí algo en mi bolsillo y lo observé con detenimiento. Eran los anteojos que él había encontrado en el cementerio aquella noche. ¿Cómo habían llegado allí? me pregunté inquietado.


13

—Deshazte de ellos.

Varios Autores

—¿Cómo así? —Arrójalos a la basura, quémalos, solo deshazte de ellos. Miguel terminó de exclamar con la expresión más seria que jamás había visto. Luego, con mucha dificultad, me contó que una vez que habían notado mi ausencia, me buscaron por todas partes, llegando al cementerio donde yacía inconsciente. Al principio ellos pensaron que había caminado sonámbulo, pero en el cementerio, descubrió que me acompañaba un hombre idéntico al retrato oval de aquella lapida que decía «Joaquim Floricio Soares. F. 21.11.1939. Saudades de tua esposa e filhos» en letras grabadas sobre el mármol. Su relato estaba lleno de incoherencias, sin datos precisos que me ayudasen a creerle, pero también dudaba de mi propia sanidad, ya que fue extraña la manera como me sentí debilitado aquella tarde y también el hecho que no solía tomar siestas. Miguel tomó mi mano, me rogó en un susurro que anduviese con cuidado, que presentía un gran peligro en aquel pueblo huraño y desolado. Me convenció. Organizaría nuestras cosas y ambos aprovecharíamos que uno de los vecinos estaría viajando de vuelta a la ciudad. Apenas me dieron de alta, me despedí de Laura, Víctor y Natalia, quienes se dirigían a la jefatura para responder a los interrogatorios, mientras que Miguel descansaba sobre la cama de hospital, en espera de resultados de exámenes. Después pasaría por él, como le había prometido. Estaba nuevamente en casa, guardando mis ropas tan rápido como mis manos me permitían, haciendo inventario para no olvidar las cosas de Miguel. Examiné con detenimiento que aquellos anteojos oxidados eran auténticamente antiguos. Sus cristales eran mucho más gruesos que los míos, sus patas eran de carey. Recordé que un tío tuvo unos parecidos en aquella época que la caza de tortugas no era ilegal, y me invadió una nostalgia, un deseo incontrolable de devolverlos a donde fueron encontrados, solo que carecía de tiempo y no quería pisar nuevamente el cementerio. Corrí hasta el espejo más grande de la casa, y los usé para ver cómo se veían. Una fuerza siniestra se apoderó de mí, nubló mi voluntad y me llamaba para dentro del espejo que ahora parecía una ventana donde Joaquim Floricio Soares, el hombre del retrato fúnebre, estaba esperándome. Él estaba igual que en la fotografía, con traje de corbata y una sonrisa sutil que no mostraba los dientes. Estrechaba su mano hacia mí, deseaba que yo me uniese a él. Sin


14 Antología especial de Narrativa de Horror

embargo, algo me impedía de tomar su mano. Un imán mucho más poderoso amenazaba con terminar el estado de trance, y escuché la voz de Miguel en mi cabeza: —Tengo algo que confesarte. Me invadieron todos aquellos recuerdos en los que él y yo nos encontrábamos a solas, solo que esta vez veía con nitidez que Miguel acariciaba mi mano mientras nadie veía, tomaba mi hombro de una manera que nadie había hecho, se preocupaba por mí en momentos que otras personas me habrían abandonado. Miguel siempre estuvo allí, amándome en silencio, con temor a ser rechazado. Su mano abierta presionó mi pecho, sintiendo su abrazo cálido que me alejaba del espectro, quien estaba cada vez más atemorizante. Los ojos de Soares ardían de impaciencia, su rostro perdió volumen y se convirtió en apenas una calavera con órbitas, detrás de él corrían llamaradas y truenos, una dimensión ajena a la vida humana. Soares intentó seducirme con una sonrisa maléfica, sin sospechar que ahora lograba verlo por lo que realmente era: un difunto infeliz que había pactado un alma con el demonio a cambio de volver a habitar en nuestro mundo. Miguel me empujó hacia su cuerpo mientras el espejo estallaba en mil pedazos. Escuché una lamentación profunda que ardía entre las llamas eternas, Satanás trituraba las carnes y huesos inexistentes de aquel fantasma desgraciado. El alboroto se fue disipando a medida que me adueñaba de mi cuerpo y mis pensamientos. Besé a Miguel como nunca había besado a nadie. Era una forma de amor nueva para mí, pero lo aceptaba después de tantos años siendo amigos cercanos. Descansábamos en el suelo, exhaustos y triunfantes sobre aquella experiencia sobrenatural. Nunca supe adónde los anteojos habían ido a parar, sería ingenuo pensar que fueron destruidos para siempre, pero el mal nunca descansa, quizá están en el suelo del cementerio, al pie de alguna lápida derruida, a la espera de algún receptáculo débil que pudiese engañar y conducir hacia el inframundo.


La Botija evelio gómez ana cecilia garcía Damn it! He found me Ambroce Bierce The death of Halpin Frayser

I

Yo me sorprendo al creer en mi relato porque soy incrédulo de todo fenómeno y someto a la duda lo que raro se ve… Pasó en esta tierra donde el pasado se esconde entre la ranura de cada pared, en las esquinas te topas con ese rumor de tiempo viejo, tiempo que transcurre silente. Fue la bruja, a quien encomendaron el entierro de la “botija”, más de cien piezas de oro en un bolso de cuero y en una cajita de madera varios dijes de esmeralda. Lo sé porque así me lo contaron mis «taitas», y yo mismo he visto una luz azul revoloteando en el granero donde está enterrada la «suerte». 1841. Ya pasaron algunos pocos años de esto que estoy contando. Maldijo la bruja a todo aquel que rebuscara en el suelo: «Se te van aparecer reflejos del pentagrama, la cabra y la pantera serán la sombra que te golpee cruelmente», vociferó la mujer a cielo abierto con el corazón lleno de sangre de una bestia del monte que ella sacrificó con sus manos. Llovió después como para llenar la tierra densa que sería la representación del llanto, dolor y padecimiento con consecuencia de muerte. «¡Debe tener un crucifijo voltia’o!», dijo con ojos fulgurantes de perversidad, «pa’ que se ponga de cabeza y le haga padecer pesadillas violentas que lo maten de miedo y pesar».


Esta mujer realenga y desconfiada que fornica con el diablo de por sí es enemiga de los santos. Le gustaba llevar ropa roja y que «para espantar las culpas», se despertaba en la oscura madrugada para encomendarse a su patrón con cachos; éste, le contestaba la reverencia llenándole la entrepierna de escarcha carmesí y con placer, y la condenada se retorcía en el fango.

16 Antología especial de Narrativa de Horror

Ella repetía: «¿Será que el polvo de muertos ayuda para que él me encuentre y sepa que le quiero servir como mujer y esclava hasta después de muerta?» Mientras, el pasado se petrifica y queda en el aire como un remordimiento…

II

En una vista de trescientos sesenta grados divisó una llanura de color ceniza. A su alrededor, solo oscuridad. Caminó en línea recta por lo que parecía un estrecho corredor sin salida; brotó de la tierra un corazón del que fluía sangre. Tres heridas estrechas y profundas daban pie a lágrimas escarlatas. Ya, completamente desangrado, emergió de sus heridas una luz carmesí que culminó tornándose azul. El órgano se desintegró ante sus ojos, y en la misma imagen, divisó una cajita de madera, con una cruz inversa como cerradura. A punto de un síncope se despertó de tan crudo sueño. Resolvió levantarse e ir por un vaso de agua, pero se distrajo al observar por la ventana un destello carmesí que centelleó hasta transmutarse en azul. Inmutada y envilecida, decidió salir en busca de la luz. Transitó unos cuantos metros hasta llegar a una casucha descuidada y sucia, donde se ocultaba el halo fosforescente. Entró a ese lugar pestilente, hediondo a muerte. Inspeccionó el sitio, tratando de determinar las causas del fenómeno. Dedujo, por la pesadilla que tuvo minutos antes, que en este espacio encontraría enterrada la cajita de madera. Totalmente cegada, comenzó a escarbar el piso de tierra con desespero buscando algún indicio que calmara su angustia de saber lo que pasaba. Tardó cuarenta minutos en dar con lo que llaman «botija» hasta que la reconoció y resolvió abrirla. Para su futura desgracia, dentro yacían tres esmeraldas y par de doblones de oro como para vivir cómoda el resto de su vida. Su corazón palpitó con fuerza cuando tomó una de las gemas. Así fue cuando de súbito se materializó la bruja arcaica, mujer


17 Varios Autores

del demonio, criatura del mismísimo infierno y se abalanzó violentamente sobre ella escupiendo maldiciones e intentando recuperar la esmeralda que protegía. Luego de tan perturbadora escena que la transportó a un pasado que le era confuso en demasía, decidió alejarse del lugar proscrito, dio varios pasos sometida a un breve pero profundo trance. Ya en su habitación hundió su cuerpo en la cama por la imperiosa necesidad de dormir que le atenazó el cuerpo, en búsqueda de reponerse psíquicamente para seguir con su vida… la que ya no sería igual luego de ese acontecimiento. Días lentos y vaporizantes transcurrieron y las escenas fragmentadas de lo que vivió esa noche imbuían sus retinas, repitiéndose crudamente. Se mantuvo en un estado de paranoia que de a ratos se hacía desenfrenada, pero mantuvo cerca de sí lo que pudo rescatar de la «botija» con la que sentenció sus días. Un lamento disonante culminó con la poca cordura que le quedaba. Al instante escuchó una voz grave: «está lista». Su corazón prácticamente se paralizó al reconocer ante sí a la repugnante pantera del pentagrama. El pánico la enmudeció, ¿qué clase de demonio atávico estaba ante sus ojos? La bestia se acercó a la cama, desgarró su pantalón y abrió sus piernas a tal punto de dislocarlas. Gritó. «Infringe más dolor», enunció la voz maldita que acaudillaba al felino. Había un tercero dando órdenes y presenciándolo todo. Pero, N. del Ed. Leyenda ¿quién era? Seguramente ese Ceretón1 con cara de folclórica de los cabra. estados Falcón y Lara Ante la mirada atónita de la desgraciada mujer a lo desconocido, el tercero emitió una carcajada que fue preludio al encuentro carnal. El animal vigilante del infierno comenzó a penetrar su vagina con una de sus patas y a gruñir… cada bramido culminaba con un vapor de azufre que aletargaba a su víctima, mientras ella, lentamente, moría.

(Venezuela) que no se trata de un espíritu, sino de hombres que hacen pactos con el diablo para volverse invisibles (o cambiar de forma según otras versiones) y tener «citas amorosas» en las casas de mujeres.


Lluvia eugenia nájera verástegui

Una niña de caireles que llevaba su vestido favorito color esmeralda con flores multicolor, jugaba con sus muñecas de porcelana, sin saber que esa sería la última vez. Vivía en una pintoresca villa de casas de ladrillo y teja roja, donde todo era pacífico, donde el problema más grande era qué ropa ponerse para ir a la iglesia el domingo, o si un gato se había atorado en algún tejado. Llovía a cántaros. Fuertes ráfagas de vientos y truenos impresionantes azotaron el pueblo. Y en medio de esto, hubo algo que llamó la atención de la niña: desde su ventana observó la aparición de una extraña llama bajo la lluvia. «Era inconcebible», decían todos pero nadie le dio importancia por tratarse de una pequeña la que había dicho tales palabras. Así pasó el tiempo hasta que de nuevo sucedió tal fenómeno, pero esta vez era de noche, cuando la madre de la niña la vi6 por la ventana de la cocina al ir a tomar agua. Aunque las casas no estaban muy separadas entre sí, estaba segura de que era fuego. Primero pensó que su vecina estaba cocinando algo, aunque era muy noche como para hacerlo y por lo regular todos cenaban temprano pues había que cuidar las velas, así que regresó a su cuarto con tranquilidad como si nada hubiera sucedido, hasta que después reaccionó en un pequeño detalle, llovía. Entonces corrió hacia afuera, y la vio tal cual, seguía ahí, a pesar de la constante lluvia así que despertó a los demás y todos la vieron, pero no sabían si contarlo a los demás vecinos o no, pero sus dudas no dilataron mucho. Días después la dueña de la casa donde aparecía la llama, les contó lo que había visto afuera en su patio aquella noche. Dijo que no era la primera vez. Así fuera de noche o de día esa llama seguía en aquel lugar. Además, uno de sus trabajadores le comentó que eso significaba que ahí había un tesoro y que tenían que excavar y


19 Varios Autores

deberían buscar también en su terreno, pues estaban por cumplir cien años de haber llegado ahí, eran de los primeros que poblaron la villa, lo que significaba que debía haber una gran riqueza. Todos pensaban que se habían acabado sus problemas, pues heredarían una gran fortuna y planeaban en lo que harían de ahora en adelante. Comenzaron a excavar a pesar de la lluvia y en el proceso parte del terreno se hundió y la niña cayó bajo tierra. Cuando fueron por ella encontraron una puerta de metal de la que nadie sabía de su existencia. Al abrirla, los vecinos del terreno continuo encontraron un sótano y en ambas familias surgió una gran duda. ¿Qué había detrás de esas puertas? La tatarabuela de la niña decía que había secretos que debían quedarse bajo tierra. Entonces tomaron la decisión de no abrirlas. Pero alguien que no quedó conforme, aquella fatídica noche con gran sigilo la abrió. La luna llena iluminó aquel oscuro secreto que había detrás de ese candado labrado de plata, pero se topó con más pasillos que lo llevaron a otra puerta pero que le fue imposible abrir. Sucesos extraños comenzaron a ocurrir en la villa desde esa misma noche. Primero eran objetos rotos o cambiados de lugar. Sonidos inhumanos que hacían ponerse pálidos y con los cabellos de punta en los corrales de los cerdos. Luego los gallos y gallinas los guardaban en sus gallineros sanas y salvos. Sin embargo, al no oír cantar a los gallos al alba y al ir a darles de comer, sus cuerpos estaban cercenados por la mitad. Aunque lo más perturbador era que en algunas todavía movían sus ojos, otras respiraban, otras jalaban aire con sus picos abiertos y al examinarlas se les podía ver sus órganos e incluso se les veía el corazón latir. Organizaron una junta urgente, pero no quisieron dar parte a las autoridades ni al sacerdote por temor a que se los expropiaran o la iglesia se quedara con el gran tesoro. Días después la persona que abrió la puerta se ahorcó en la torre de la iglesia. La tatarabuela volvió a decir que había enigmas que debían mantenerse sepultados. La niña comenzó hablar de manera extraña, a contarles que veía algo que no se parecía a ellos, luego a enfermarse. Entonces la encerraron y no la dejaron salir para nada. Aún así, todos callaron e intentaron llegar hasta el tesoro. Cuando por fin lo consiguieron. Unos aparecieron descuartizados, otros cayeron muertos, otros se suicidaron y otros más caminaron


20 Antología especial de Narrativa de Horror

por la villa, dementes. Eso sí llamó mucho la atención y algunos comenzaron a huir despavoridos del lugar. Sin embargo, algunos que se enteraron que todo era por un tesoro intentaron conseguirlo. El ciclo comenzó una y otra vez, como el amanecer y las estrellas nocturnas. Una noche el cuerpo de la niña fue rodeado de sombras y le dijeron si quería salir a jugar con ellas que la ayudarían y comerían postres y dulces. Ella sin pensarlo tomó sus muñecas. La envolvieron en oscuridad. Cuando se disiparon estaban frente a la puerta y le pidieron poner su pequeña manita sobre ella, sintió un pinchazo que la hizo llorar. Las muñecas cayeron al suelo y se hicieron mil pedazos y fue absorbida. Un niño la abrazó y le pidió que no llorara. Ahí tendría todo junto a su nuevo amigo y la guió hasta él. Caminaron por un oscuro pasillo hasta llegar frente a un trono de cristales negros. —A veces pienso que jamás debí haber dicho lo que vieron mis ojos aquel día. Hoy han pasado cinco generaciones. Pasan los días y días como granos de arena de forma lenta y cruel entre sus brazos. Aún seguimos pagando lo que nuestros antepasados hicieron. Algunos con la muerte; otros, como yo, con la inmortalidad, para servir al ser oscuro que mora bajo la tierra y aun así no sabemos qué hacer con aquel maravilloso tesoro que se había convertido en huesos de maldición.


Banquete en el Yar j.c. ramírez

El joven estudiante del cuento Chertogon (Exorcismo), del escritor ruso Nikolaj Semënovic, narra la aventura de una noche con su tío Ilyá Fedoséievich, en la que nos describe un festín nocturno en el restaurante francés Yar, concurrido por la aristocracia moscovita y que desemboca en un muy necesario acto de exorcismo del señor Fedoséievich en un convento de mujeres al servicio de Cristo. El cuento es célebre representación de la narrativa fantástica y de terror rusa del siglo XIX, leído y repasado por los amantes de este género y por quienes gustan y se dedican a los estudios literarios; sin embargo, lo que esconde la narrativa comercial y la presentada en los libros expuestos al público, son los hechos no contados por Semënovic —a quien no pocos expertos en literatura rusa, y gótica, identifican con este joven estudiante que sirve de narrador anónimo— que tuvieron lugar en la orgía perpetuada aquella noche y por la que fuera necesaria la expulsión del demonio que anidó en el cuerpo del tío Fedoséievich después de los desmanes cometidos en el comedor francés.

He aquí, presentados por primera vez, la profundidad de los hechos no revelados en el banquete del Yar: El afán del señor Stepánovich por entrar al restaurante estaba justificado. Dentro estaba su única hija, invitada personalmente por el anfitrión, el señor Fedoséievich, con motivo de la celebración del decimosexto cumpleaños de la joven. Stepánocivh sabía, por ser un viejo amigo del juerguista, sobre los vejámenes y ocurrencias descarriadas, propias solo de los más excéntricos entre los sociópatas, que tenían lugar dentro del Yar. —Pagaré lo que sea, pero por favor —suplicaba el señor Stepánovich, con las lágrimas asomando en sus ojos, provocando el más hondo sentimiento de empatía en el criado que debía negarle la entrada.


22 Antología especial de Narrativa de Horror

—Veré qué puedo hacer, señor, pero me expongo, por el solo hecho de presentar su solicitud, a un castigo de parte del señor Fedoséievich. No puedo prometerle nada. Pasando un billete de 100 rublos al criado, el señor Stepánovich, como el padre angustiado que era, suplicó que al menos le fuera permitido hablar con Riabika, el hombre duro de Fedoséievich, pero el criado ya había ingresado al restaurante y no escuchó la última petición del desesperado padre. El interior del Yar era oscuro, había que caminar con cuidado para no tropezar con las sillas y mesas que formaban un pasillo amurallado hacia las entrañas del banquete, de donde provenían las únicas luces que esclarecían el laberinto de utillaje por el que espiaban los ojos de Riabika, el gigante, y sus secuaces. —¡Ey, tú! ¿A dónde vas? —Hay un caballero afuera —titubeó el criado tras reconocer la voz de Riabika—. Pide permiso para ingresar. —El señor no lo permite. No te expongas a que te haga apalear. Regresa y dile que no puede. —Dice ser el padre de la invitada personal del señor. Oculto entre las sombras, el criado no pudo ver el rostro del gigante, pero por su silencio tuvo la impresión de que consideraba la racionabilidad de su petición. —Muy bien, si quieres seguir, vas por tu cuenta, pero seré yo quien te arranque la piel de la espalda si el señor así lo ordena. Dubitativo, el criado estuvo por regresar, pero pensó en el rostro congestionado del padre y siendo consciente de lo que ocurría, allí de donde provenía la luz que alcanzaba el pasadizo, envalentonó sus pasos. Alumbrado por las farolas y lámparas colgantes que adornaban el comedor principal, pudo el criado apreciar el momento que transcurría en el banquete. Delante del medio centenar de mesas que agrupaban a hombres de frac y mujeres engalanadas con vestidos de brillantes, que muy poco ocultaban de su piel, sobre la tarima en la que interpretaba un vals la orquesta de gitanos, un grupo de cuatro invitados desnudaba a una muchacha etíope sumida en los efectos del opio o algún otro narcótico. Agradeció el criado que no fuera la invitada personal del señor Fedoséievich, a la que le era fácil reconocer por su belleza y virginal timidez de mirada


23 Varios Autores

esquiva. Debió todavía deambular por entre las mujeres que, con una copa de champán entre los dedos, se sentaban como viejas conocidas en las piernas de los caballeros, dejándose manosear las entrepiernas desprovistas de cualquier prenda interior. Llegado a la mesa principal, presidida por el anfitrión al que tanto temía, todavía tuvo el criado un halo de cobardía al ver la mirada de Fedoséievich, tan fría como lo puede ser la de una estatua de mármol, prendida de lo que estaba por suceder sobre el escenario. A su diestra, la hija de Stepánovich observaba también hacia el púlpito con los ojos prendidos en la orquesta, cual si fuese una santa imagen que pudiera salvarla de los ominosos pecados que se arremolinaban a su alrededor. Se le veía tan incómoda como sometida a su destino. —Monsieur Fedoséievich —dijo el criado, intentando que su voz sonara lo más natural posible—, lamento interrumpirlo. El aludido tardó en desprender sus desorbitados ojos de la orquesta y los dirigió, no sin cierta cólera, hacia quien le estorbaba. —Más vale que sea importante o te haré azotar, ¿qué ocurre? —Afuera está el señor Stepánovich —esto lo dijo casi al oído de Fedoséievich, procurando que la hija no lo oyera—. Insiste en querer entrar. Aquí Semënovic refiere que el anfitrión del banquete desea despedirlo, pero que el criado regresa con las solicitudes, cada vez más insistentes, de quien por todos los medios pretende entrar, hasta que los invitados, habiendo advertido la situación, sugieren la imposición de una multa, pero no convencido por esta propuesta, Fedoséievich resuelve que Stepánovich ingrese con la condición de que toque el bombo de la orquesta. La historia en realidad fue otra, como se narra a continuación: —¿Tal es su deseo? —preguntó, más bien de manera retórica, Fedoséievich, atizándose el bigote—. Me encanta la idea, ¿sabes? Hazlo seguir, muchacho, que entre, pero con la condición de que sea el primero en probar de las viandas que está por servir la orquesta. El criado inclinó la cabeza, pero más que por cortesía, para ocultar la sensación de repulsa que arrebujó su rostro al pensar en lo que estaba por suceder. —Hazte acompañar de Riabika —gritó Fedoséievich cuando el criado ya se marchaba.


24 Antología especial de Narrativa de Horror

La atención del gran señor volvió al escenario, no sin antes dedicar una pícara mirada a su joven invitada que, si había escuchado al criado, lo disimulaba de forma perfecta, enterrando los ojos en el púlpito, en donde la chica etíope, ya desnuda, ingresaba a una urna de madera con el tamaño adecuado para que cupiera su cuerpo y pudiera sacar sus extremidades por entre unos agujeros hechos con este fin, tal como si se tratase del sarcófago de un prestidigitador. —En China, los más graves delitos se castigan con la que se ha dado a llamar «La muerte de los cien pedazos» —anunció el jefe de los gitanos—. Esta noche, por petición de su excelencia, el señor Ilyá Fedoséievich, esta bruja etíope será sometida a una variante ideada por nuestro anfitrión y en la que, en vez de ser expuestos los trozos de la ejecutada, estos serán servidos a quienes consigan responder, de manera acertada, a los dilemas planteados por nuestro ilustrísimo convidante. Siguieron los aplausos y antes de que la ingenua invitada del señor Fedoséievich entendiera lo que estaba por suceder, éste la disuadió a que se escondiera bajo la mesa, procurando tapar sus ojos de cervatilla para que no fuesen a ser violentados por las impúdicas escenas que se sucedían a la sombra del mantel. Vio entonces, el obsceno millonario, la entrada impávida de quien alguna vez fue su mejor amigo de juergas y chanzas a prostitutas. —Stepánovich —lo llamó para que fijase su atención, puesta en ese momento en los esperpentos caligulescos que se sucedían a su alrededor—. Amigo, ven acá y toca el bombo para mí. Era esta una expresión, de la que se valió Semënovic para alterar la historia, que entre los camaradas significaba guardar la espalda y ocultar lo que en realidad ocurría, aludiendo a quien hace sonar un estruendoso instrumento con el único propósito de que el ruido se sobreponga a los gritos de una víctima aterrorizada. —Te lo suplico, Ilyá —imploró Stepánovich lanzándose a las rodillas del anfitrión—. Permíteme tomar a mi hija y salir de este lugar. Es todo lo que te pido ahora y te pediré jamás, por nuestra antigua amistad. Juro, ante todos los santos del imperio, que nunca te molestaré con ninguna otra petición, jamás. —No tienes que arrastrarte de esa manera, amigo —con un vistazo a lo bajo de la mesa, Fedoséievich se aseguró de que la doncella allí escondida tuviese sus ojos tapados y no hubiese visto a su padre—. Por supuesto que te dejaré marchar con tu hija, si es


25 Varios Autores

lo que deseas, pero antes de que pueda concederte el último deseo que me pides, quiero que seas el primero en probar la vianda que será cortada a la hechicera etíope. El rostro de Stepánovich se congestionó al oír la única condición y sus ojos casi se desbordaron en llanto, pero dispuesto a pagar el precio que le fuera necesario por liberar a su hija de tan abominable lugar, endureció sus facciones y asintió con los labios prietos. —Que así sea. El gitano anunció a la audiencia que el primer privilegiado sería nada menos que el señor Stepánovich, viejo camarada del patrocinador del evento. Seguido de un chillido de dolor, apenas audible por los efectos del narcótico que había injerido, el gitano aserró el pie de la joven encajonada. Como dicta la ciencia china, el muñón fue cauterizado de inmediato para prevenir que la ejecución terminara con un simple desangramiento de la víctima. —Adelante, come —señaló Fedoséievich cuando del escenario bajó, servido en escudilla de plata, el pie amputado de la hechicera. Semënovic no lo dice en el texto original, pero es de asumir que Stepánovich ya había antes practicado la antropofagia porque relata que no le fue necesario un gran esfuerzo para tragar el primer bocado. —¿Es suficiente? —No. Uno más. Volvió a comer, revolviendo el tenedor dorado entre los músculos y tendones que emergían de la parte superior de la amputación. Los cubiertos, manchados en sangre, llevaron el segundo trozo de carne, aún tibia, a la boca de Stepánovich, tiñendo sus gruesos labios y espesos bigotes de carmesí. —He cumplido. —Excelente. La audiencia aplaudió. —Pero antes de que te vayas, querido amigo, me gustaría que contestaras una única pregunta. —¿Qué será? —¿Cómo piensas llevarte a casa a tu hija coja?


26 Antología especial de Narrativa de Horror

Stepánovich tardó unos segundos en asimilar lo que acababa de oír. Cuando lo hizo, la lividez de su rostro y los pómulos caídos exacerbaron la risa de Fedoséievich y de quienes lo observaban. —¡Mientes! Mi hija es tan blanca como un amanecer invernal de San Petersburgo y este… trozo, es más negro que el ébano. —¿Y si te dijera que hemos teñido su piel, solo para este momento? Aunque el lector pueda apreciar la poca racionabilidad que cimentaba el argumento de Fedoséievich, debe comprender que el padre no gozaba, en ese momento, del privilegio de una consciencia lúcida, capaz de hallar el error en la broma macabra que jugaba Ilyá a su viejo camarada, por lo que lo creyó. —¡Demonio! —gritó Stepánovich, al que cuatro sujetos debieron agarrar, incluido el fortachón de Riabika, para que no alcanzara con sus manos enrojecidas el cuello de Fedoséievich. Llegado a esta parte, el texto describe los improperios que solo la más absoluta ira de un padre, que cree haber probado un pedazo de la carne de su hija, puede acometer contra el propiciador de tan espeluznante juego. Es también, según relata Semënovic, el momento en que se conjugan las maldiciones de Stepánovich con el rápido momento de lucidez de la bruja etíope, que se descubre amputada de un pie, estallando en ella también la cólera, y en conjunto se propicia la invocación del demonio. Surgió, de entre una oscuridad espesa que nadie pudo jamás llegar a describir con lucidez, una criatura de aspecto tan terrible, que pobló hasta el final de sus días las pesadillas de los desdichados que la vieron: mitad insectoide, a parte humano, tenía esta abominación la cabeza de un hombre cuyo rostro estuviese formado por una única boca gigantesca, abarrotada con un centenar de agudos colmillos, que gritaba con la violencia de un alienado. Expulsado del plano sombrío del que provenía, voló por el comedor hasta encontrar a un Fedoséievich que intentaba esconderse tras la hija de Stepánovich, a la que había obligado a salir de su escondite con la esperanza de que aplacara a su padre. Fue en vano, el esperpento se introdujo por la boca y las fosas nasales del anfitrión mientras los presentes se atropellaban, en desconcertada vorágine, intentando abandonar el Yar. En su presentación al público, se refiere que Fedoséievich consigue ser exorcizado y expulsa el demonio que lo ha poseído, pero en


27 Varios Autores

su original, Semënovic es fiel a lo que en realidad ocurrió y cómo, en vez de un convento, su tío termina la historia encerrado en un manicomio, padeciendo tormentos tan violentos que, presume el autor, una noche fue asesinado, para su paz y la de los residentes del lugar, por un grupo de guardias. Como podrá suponer el lector, esta versión escandalizó a quienes tuvieron la oportunidad de conocer el relato original y, aunque Semënovic insistió en que él mismo necesitaba, a través de la publicación del relato, exorcizar sus propios demonios después de haber sido partícipe, aunque fuera en su mera presencialidad, de tan abyectos sucesos, terminó por ser convencido de que bastaba, para su propósito, que hubiese sido leído solo por sus editores. No había necesidad, le advirtieron, de que nadie más supiese de los verdaderos hechos acaecidos esa noche en el banquete del Yar.


sede coro

Monseñor Iturriza, primera etapa, calle 07. (4101) Venezuela

director editorial

Jorge Morales Corona

d i s e ñ o d e c u b i e r ta e i n t e r i o r

Jorge Morales Corona Adolfo Fierro Zandón

i m ag e n d e p o r ta da

Andrew Nawroski tipografía

HK Grotesk [Peso variable] de Alfredo Marco Pradil (hanken design co.) Space Grotesk [Peso variable] de Florian Karsten

noviembre 2021

asistente de diseño

primera edición,

s e d e m a raca i b o

Avenida 13 con calle 66-A. Sector Tierra Negra. (4002) Venezuela

PREDIOS SACRÍLEGOS Antología Especial de Narrativa de Horror © De los textos: los autores. © De esta edición: Ediciones Palíndromus 2021, Todos los Derechos Reservados




Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.