Nudo Gordiano #19

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Julio, Agosto 2021 No. 19

Nudo Gordiano DIRECTORIO Consejo Editorial Enrique Ocampo Osorno Julia Isabel Serrato Fonseca

Dirección Enrique Ocampo Osorno dirección@revistanudogordiano.com

Jefa de Diseño Editorial Mary Carmen Menchaca Maciel

Jefa de Contenidos y Marketing Linette Daniela Sánchez

Editora en Jefe Ana Lorena Martínez Peña

Toluca, Estado de México, México. Nudo Gordiano, 2021. Todos los derechos reservados. Revista literaria de difusión bimestral contacto@revistanudogordiano.com

Difusión Erasmo W. Neumann

Ilustrador Esteban Hernández

Todas las imágenes y textos publicados en este número son propiedad de sus respectivos autores. Queda por tanto, prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación en cualquier medio sin el conocimiento expreso de los autores. Los comentarios u opiniones expresados en este número son responsabilidad de sus respectivos autores y no necesariamente presentan la postura oficial de Nudo Gordiano.


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Índice Cuentos - la Espada El Club de los Elefantes Rosas

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Luis G. Álvarez

Bodas y Funerales

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Enrique Gaxiola

Mario-neta Javier León Mantilla

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Game Over

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Rafael Aguirre

Poemas - la Lanza Veneración Emmanuel Illescas Aparicio

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El Crepúsculo Isabel María Hernández Rodríguez

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Haiku IV César Zetina Peñaloza

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Poemario del Alma Oscura Andrés Lozano Chávez

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Inapresable Abraham Schweizer

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Posterguémonos Ángel Soto

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Ensayos-El Buey Aquello que el Fuego Dice

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Brandon Barrios

La imagen de la mujer mexicana a la luz de la crítica femi- 34 nista francesa: Un análisis de Arráncame la vida Maritza Alejandra Rodríguez Acevedo


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Luis G. Álvarez Congregación No. 34. —Comenzamos la sesión. No se han otorgado los resultados esperados. El concilio está determinando si las causas son factibles sobre los sucesos ocurridos ayer por la tarde; nuestros allegados alegan, no con hechos, sino con la osadía de sus convicciones que lo que pasó, fue un acto inhumano. Si nos basamos en lo que ha marcado la historia, hemos demostrado que no se considera un acto terrorista, ni tampoco son acciones de una versión moderna de Jack el Destripador. Esto, señores, es algo divino, algo que va más allá de nuestro conocimiento real, una lógica; por tal razón, exijo que se haga una investigación exhaustiva. No podemos permitir que lo que se hizo en esta parte del mundo, se vuelva a repetir. Hermanos, hemos mantenido nuestros secretos por muchos años, y un suceso como este, podría poner en evidencia todo lo que tenemos resguardado. Lo divino nos ha caracterizado, pero este suceso va más allá de nuestro conocimiento, y los invito a tomar una decisión: si debemos o no, interceder. Lo que lleva a la siguiente pregunta dirigida al Gran Arquitecto: ¿Se ha catalogado este suceso como algo equivocado? ¿Qué tanta de nuestra reputación se verá afectada? Los medios han estado hablando acerca de nosotros, al igual que las redes sociales, sin embargo, y todos lo sabemos, no es más que un 10% de lo que en verdad somos, de lo que la luz representa, lo que ustedes mismos están mostrando al mundo con nuestra postura de anonimato, pero en reconocimiento para nuestros hermanos. El tiempo ha determinado que la decisión tiene que ser precisa en este momento, sin embargo, los invito a reflexionar sobre qué es lo que ganaremos y qué es lo que perderemos. —No podemos levantar la sesión, si es imprescindible que otorguemos más tiempo, así será. El tiempo por sí solo no determina una buena acción y menos una decisión. El castigo de lo divino es una muestra de purificación del alma, esconde dentro el parlamento de la fuerza fraternal. Hermano, lo que tienes ante tus ojos no es más que un efecto dominó causado por malas decisiones que no nos conciernen. El traer el problema a este recinto solo ha creado el caos dentro 6


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de la austeridad que buscamos emplear para nosotros mismos. Los allegados han fanfarroneado solamente las cuestiones que has comentado en esta noche. La ceremonia agendada fue severamente afectada, aislada, rechazada, prejuiciada y abandonada. Debemos…—es interrumpido— —No se trata más que de mera cobardía, si las intenciones son con el factor del cambio ideológico, entonces esta debe esclarecerse, no solo bajo condiciones morales, nosotros no actuamos de esta manera. La vitalidad de la verdad que buscamos encontrar es la luz misma de aquella primera reunión. La promesa adquirida, el vaivén emocional y el juramento dictado, ¿fueron solo falacias? Oh, es que las intenciones cambian cuando nuestros hermanos han encontrado el motivo de cada persona relacionando la oportunidad de establecerse a sí mismos, con la promesa de una vida digna, de luz, esperanza y conocimiento. —No creo que lo que ahora es punto de debate deba ser considerado como un hecho dentro de nuestra congregación. Si el resultado de la verdad determina que el acto provocado por uno de nuestros hermanos va dentro del lineamiento social, debe ser castigado por su infracción en una situación alejada a lo que nosotros hacemos en este recinto. Su falta de conocimiento e ignorancia nos ha brindado una mejor percepción de lo que solía ser cuando acudió a nosotros, sin embargo, su determinación nos enseñó aquellos pasajes que el mismo libro nos muestra, y que creíamos ya no existían, por tal motivo, lo invito a reflexionar si en verdad vale la pena deshacerse de todo cargo que ha adquirido por un problema que no nos corresponde.

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—Las enseñanzas aprendidas han sido gracias a la congregación, a mi maestro, a nuestro Gran Arquitecto y todo aquello que me ha sido confiado, pero no puedo dejar pasar por ningún motivo este acto de cobardía y dejar a uno de nuestros hermanos a la deriva cuando me necesita, cuando nos necesita… —es interrumpido —. —Usted no ha sido más que un miembro del cual aún está en reconocimiento. Y reitero que considere sus acciones, pero sobre todo sus decisiones si es que decide dejar todo por un asunto ajeno, ¿o caso ya olvidó que su objetivo era buscar la verdad? Todos los dotes que se le han otorgado se le retirarán, será sólo un recuerdo de las malas circunstancias y su memoria quedará pasmada, igual que cuando arribó con nosotros.

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—Parece que ustedes han olvidado que lo que solían pregonar, ideales despojados de sus ropajes, túnicas y collares que solo han demostrado ser más que un gran nombre. Por esta única razón es que he decidido inclinarme por aquello en donde no llega la luz, a la cual le hice un juramento ahora sosegado por la incertidumbre, lo visible, la humildad y hermandad, decidiré dejar todo lo adquirido por el resguardo de uno de mis hermanos. —Entonces que así sea. Se trasladará a la siguiente habitación, no quiero que siga manchando este recinto con un idealismo tan pobre como el de usted. —Lo haré, pero que quede claro que mi postura en este recinto es la misma e incluso mejor, de la primera vez que pise este lugar sagrado. La congregación ha determinado mi postura y mi conocimiento. El dador de luz ha atribuido a mi bienestar, convirtiéndome en un hombre diferente, de paz, de reconciliación, de redención, pero sobre todo de conocer para impartir y compartir con nuestros hermanos lo que aquí se me ha otorgado. Todo quedó en silencio por unos minutos. —No cabe duda, que dentro de una sociedad tenemos a una persona moral, disciplinada, que cumple con lo establecido por la ley. Con nosotros más que un hermano, una persona de conocimiento, dador de la verdad, distinguidor de la sabiduría. Servidor mas no sirviente. Por tal motivo he decidido por el poder otorgado en este concilio que hemos formado el día de hoy, su ascenso a Maestro. La situación controversial en la que se ha envuelto no es más que una prueba de carácter la cual ha sido forjada con el único propósito de conocer su determinación y lealtad. Ha demostrado ser un hombre de bien, lo ha demostrado. No tenía palabras para expresar lo que acaba de escuchar. Me quedé en silencio unos segundos. —No tengo palabras para describir mi frustración e ira al considerar que mis servicios fueron puestos en duda al escuchar todo lo contrario, que me mostraron al inicio. Lo único que puedo decir en este momento es gracias, y en mi postura civil, agradezco que la vicisitud haya sido solo una ligera cortina, que todo se encuentra en perfecto estado. Nuestros corazones han comenzado a latir como uno solo. —Adelante, Maestro. Su conocimiento aguarda. Su sabiduría ha sido y será la mejor herramienta de su persona. Y juntos entramos a la siguiente habitación, iluminada solamente por algunas velas. Los símbolos los reconocía. Estaba ansioso por saber lo que me aguardaba, pero al mismo tiempo me sentía como un estafador, puse en duda mis convicciones por creer las verdades ocultas de las personas que buscarán de alguna manera perjudicarme. Al final, es lo que sucede con nuestra sociedad, esta doctrina nos encamina hacia el conocimiento. La capacidad de resolución y cómo ser miembro de esta carrera llamada vida. —¡Bienvenido una vez más al club de los Elefantes Rosas, Maestro! De nuevo me sentí libre y próspero.

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Enrique Gaxiola Bajé del avión y recibí un mensaje. La abuela murió. Volteé a ver las escaleras detrás. Yo era el último en bajar. El sonido de un motor, o de unas aspas, o de alguna de esas mierdas aeroportuarias, se escuchaba al fondo. Mamá llamó. Colgué. Estaba prohibido atender el teléfono en la zona de aterrizaje. Caminé. No pensé en nada. La abuela murió mientras yo estaba a kilómetros sobre tierra. Ni siquiera tuve tiempo de sentirme bienvenido en Sonora cuando me enteré de que la abuela murió. Estaba sentado en una banca, eso recuerdo. Atendí el teléfono, eso también recuerdo. Mi mamá lloró toda la conversación, eso no recuerdo. Papá llegó por mí. Estaba callado. Subí mi maleta improvisada en la cajuela. No tuve tiempo de empacar mucha ropa. Me dijeron «la abuela está enferma, ven ya», e hice caso. Entonces ahí estaba, en Carencia. Bueno, no. El aeropuerto más cercano es el de Ciudad Obregón, así que tuve que soportar un buen trecho de carretera con la circunspección de papá. La mamá de su esposa había muerto. Obviamente iba a estar callado. —¿Cómo estás? —Bien, hijo. Gracias. El sonido de la carretera. El sol desértico. Los sahuaros y los mezquites y los cerros. Una que otra vaca pastando. —¿Qué tal mamá? —Está bien, hijo. Gracias por preguntar. No recuerdo nada más. Son siempre borrosos los momentos de en medio.Mamá no lloró cuando me vio, después de dos años de estar lejos de mí no lloró. No lloró cuando llegamos a la funeraria. No lloró cuando vio la madera del ataúd. No lloró cuando vio el cadáver. Lloró un mes después. En navidad, cuando entró a la habitación de la abuela y ella ya no estaba ahí. Toda la familia presente. No podía escuchar ni mis propios pensamientos entre el cuchicheo y los sollozos. Yo estaba al fondo de la habitación, observando. Una tía se comía las uñas, mientras el resto de la familia avanzaba lentamente hacia el ataúd. Un primo me dijo algo en voz baja, no recuerdo qué, pero me dijo algo. Mamá estaba delante de mí. Cuando llegó con la abuela, le puso la mano encima al cristal que dilucidaba el rostro de la anciana. Yo di un paso. Vi las arrugas, los ojos cerrados, la tranquilidad y la tez blanquecina. Vi mis recuerdos con ella. No me vi llorar, eso sí. No sé si lo hice. —¿Cuándo vuelves a Monterrey? —me preguntó Laura, mi prima. 10


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—Yo creo que mañana. Era noviembre. Había nubes en el cielo. Había luz de luna. Se escuchaba el ulular del viento. Ella le dio una calada a su cigarro. Un humo espeso se escapó hacia el cielo. —¿No te vas a quedar? —No creo, tengo trabajo. Se llevó el cigarro de nuevo a los labios. Vio directamente a las vías del tren que se encontraban justo afuera de la funeraria. —Deberías quedarte —dijo. —No sé si me den permiso. —Es tu abuela, no mames. —Tengo mucho trabajo. Lo siento. La verdad era que no. Nunca pregunté si me podía quedar más de un día ahí. Solo no quería estar en Carencia. Me despedí de mis padres al día siguiente. Hablé con Aurora, mi novia en ese entonces, por teléfono al llegar a Monterrey. Ella pasó por mí. Hicimos el amor toda la noche. Alfredo, mi mejor amigo, se casó días después. Yo tenía la invitación desde meses antes, lo que no tenía eran ganas de ir. —Ándale, ve —me dijo Aurora—. Si no vas, te vas a arrepentir. La invité a ir conmigo a Carencia. Ella se negó. Me dijo que tenía exámenes en la universidad. Me mintió. Sabía que me estaba mintiendo, pero no le dije nada. Tal vez ella le tenía miedo a Carencia, no lo sé. Digo, con cuatro muertos al día, ¿quién no lo tendría? Días después, después incluso de navidad, ella cortó conmigo. Llegué tarde. Terminó la ceremonia. Alfredo me miró con enojo al salir de la capilla. —Ya llegó el padrino —gritó. Me disculpé por la tardanza. Me abrazó. Es cierto… Hacía dos años que no lo veía.Las fotos fueron normales, o eso creo. Era la primera boda a la que iba. Creo que es normal tomarse fotos de boda enfrente de una casa que se nota adinerada. La novia con el vestido de novia y el novio con el traje de novio. Las flores. Los padres llorando. La gente feliz. No sé, creo que eso es algo normal en una boda. Todo parece detenerse. Todo parece alegre.

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Estuve hablando con una de las damas de honor. Entablamos una buena amistad, eso creo yo. Siempre creo entablar amistades y terminan siendo solo experiencias pasajeras. Ella me preguntó que dónde trabajaba, que si iba a estar mucho tiempo en Carencia. Que si me gustaba la carrera que había estudiado. Me preguntó si tenía novia. Respondí que no. Todavía no sé por qué respondí que no. La fiesta de la boda fue una experiencia agradable. Fui tan feliz esa noche, que el recuerdo me lo quedo para mí. Danna, la dama de honor, me invitó por un café al día siguiente. Estuvimos platicando todo el día. —¿Y cuándo te devuelves? —Mañana. Y ella se calló. El lugar olía a café. La gente cuchicheaba. Carros se escuchaban pasar afuera del establecimiento. La mesa era pequeña. Vi esos ojos. Vi esos ojos y pensé que no le faltaba nada a esos ojos. Entonces seguimos hablando. Cayó la noche. La acompañé a su casa. Ella me invitó a pasar. —Tengo novia —dije después de un rato de silencio. Y pegué la vuelta. Y me marché. No recuerdo haber escuchado nada. Tal vez me gritó que era un pendejo, un degenerado, un perro, cualquier cosa. Sinceramente no recuerdo. Tres cosas: Primero, fue navidad. Mamá lloró a moco tendido en la recámara de la abuela. Segundo, Aurora cortó conmigo en enero. Tercero, me despidieron del trabajo en febrero. Hubo recorte masivo de empleados. Nos invitaron y nos acomodaron. Hicimos fila como ganado al matadero para firmar nuestros papeles de despido. Pinche sistema. Los días pasan lento. Las horas pasan lento. Todo pasa lento, incluso la pinche comida por la garganta, cuando no tienes trabajo. Cuando tienes que volver a Carencia. Cuando vuelves a vivir con tus pinches padres.

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Mamá me hacía de comer todos los días. Papá me contaba chistes en las comidas. A veces jugaba con el PlayStation solo cuando tenía ganas. A veces, también leía o compraba libros con el finiquito de mi despido. No faltaba mucho para que se me acabara el dinero. Daniel, otro de mis mejores amigos, vino por mí un día. Me dijo que me pusiera traje, que íbamos a una boda. Llegamos al local. Se escuchaba la música de banda a todo volumen. Se veían las luces coloridas rozar el cielo. Miré la luna. Di un suspiro. Intenté bajarme del carro pero Daniel me dijo que no, que esperara. —¿Esperar? —Sí. Señaló al guardia en la puerta del local. —¿Cómo? ¿No tienes invitación? Me sonrió. El guardia se metió y desapareció de nuestra vista. Daniel se bajó del carro, se echó a correr como ráfaga. Yo corrí detrás de él. No era una boda, era una quinceañera. Unas horas después de haber llegado, Daniel sacó a bailar a una muchacha. Me dejó solo, con un plato de comida al fondo del salón. Mientras música de banda se escuchaba resonar. Las luces me molestaban. Tenía sueño ya. Quería irme de ahí. Pensé: es un error haber venido. Es un error estar aquí. No tomo ninguna puta buena decisión. —¿Hola? —ella me dijo. —Hola —dije. No sé si la música tapó mi voz. —¿Me recuerdas? —Sí. De la boda de Alfredo. Danna, ¿no? Ella asintió. Nos quedamos parados por un rato. La música se escuchaba muy fuerte. —¿Quieres bailar? —dijo. No dije nada. Fingí no escuchar. Tenía un vaso con Coca-Cola en la mano. Di un sorbo. Repitió la pregunta. Di otro sorbo. Fingí moverme al ritmo de la música. Ella no pareció molestarse. —Estaré en la pista de baile, por si cambias de opinión. Sonrió. Pegó la vuelta. Se fue. Me quedé ahí. Tarareando canciones. Tomando Coca-Cola. Esperando el momento propicio para ir con Danna. Pero nunca llegó. Me quedé ahí hasta que ya Daniel se cansó y me llevó de vuelta a casa.

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Javier León Mantilla (Jota) —Estar muriendo en la basura es peor de lo que supones. Aunque no necesite comer ni sienta olores. Es incómodo estar tendido sobre formas viscosas y puntiagudas. Y es torturante que las ratas y los buitres me hayan ido devorando. Lo peor es el continúo corretear de cientos de gusanos. Estoy hecho jirones, sin zapatos, sin una mano, con mi vientre y mi cabeza alquilado para esos despreciables animalillos. No estaba en la ruina hace unos días. ¡Ahg! Debí ser más agradecido con la vida. Se acerca mi fin y, a lo mejor les pasa lo mismo a los hombres cuando están agonizando. De pronto, recapacitar sobre tus acciones no es algo estrictamente humano. Y es que, mi vida está pasando y entiendo —tarde —, que no era un desastre. Mi amo era un alcohólico, un fumador empedernido, un apostador, un golpeador, un hijo ingrato, un padre desdeñable, un pésimo esposo. Pormenores que, aunque me desagradaban, no me afectaban tan directamente, salvo en algunas galas en las que, por sus excesos, se equivocaba en los chistes o en los movimientos. Por lo demás, no fue tan malo el tiempo que compartimos. Odiaba tener que viajar metido en su maleta, pero allí no sentía frío, no estaba expuesto a nada y la cama era tibia y abullonada. Sin duda, debí quejarme menos. Las funciones frecuentemente eran en la noche y nunca me gustó trasnochar, pero John me dejaba dormir todo el día si así lo quería. Creo que al final son más las cosas buenas. Me peinaba todas las tardes. En ninguna presentación me hizo usar un traje burlesco, era siempre el que yo escogía. Mis zapatos iban cambiando y siempre relucían. Se esforzaba mucho en mantenerme aseado. Bueno, en más de una ocasión me bañó en wiski barato, o me ensució con la ceniza de su tabaco, incluso una vez me salpicó al vomitar. Pero sin importar su estado, de inmediato se disculpaba e iba y me lavaba con esmero. Nunca me dejó hacer mi rutina, continuaba actuando con sus chistes viejos y eso me irritaba, aunque, también es cierto que funcionaba y que aceptaba sonriente mis críticas y consejos. ¡Ah! Un detalle que lo hacía maravilloso era que siempre me pedía permiso para agarrarme. Haz de suponer lo incómodo que es que te metan una mano dentro del cuerpo y empiecen a mover tu columna. Además, es invasivo. Como un horrible chequeo médico. De nuevo las moscas. Apenas amanece, empiezan a fastidiar con su ruidito y su zarandeo. 14


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¿Lo odiaba? Era una persona nefasta, pero no fue cruel conmigo. No le prestaba atención a su hijo pero me leía cuentos, me escuchaba, me daba helado, nos gustaba jugar a los carritos. Internó a su madre en un ancianato de mala muerte para no pagar su alquiler, pero a mí nunca me apartó o me negó un regalo. Engañaba a su esposa, pero jamás tuvo otro títere después de mí. Era mi familia y, hasta hoy lo entiendo. Aunque estuviera harto de no poder ir donde yo quería, que no me pagara ni un peso por los shows, que detestara el ridículo nombre con que me bautizó y tantas otras cosas que, con este amanecer me parecen minucias y estupideces, John procuraba ser un buen amo. Es patético que ahora me esté desahogando. Debí decirle. A lo mejor algo habría mejorado. Pero no, mi orgullo, mi prepotencia, mis ansias de “independencia”, mi propia vileza, siempre me nublaron el pensamiento. Y, ¿dónde quedó todo eso? Hundido en la basura como yo lo estoy. Creí que sin John sería feliz. Definitivamente debí meditarlo más antes de matarlo.

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— Voy a las maquinitas de la Güera, ahorita vengo— le dije a mi madre minutos antes de partir de casa de mis abuelos, eran las once de la mañana. Vestía una camiseta polo color azul marino con rayas blancas que me quedaba demasiado justa, pesaba ochenta y cuatro kilos, demasiado para un niño de ocho años, me fui volando hasta llegar a la tienda y esperaba que nadie notara mi obesidad por el camino. Al llegar a la tienda de abarrotes pagué con un Sor Juana a la mujer de cabello teñido de castaño claro oculta tras el mostrador, y me dio algunas fichas para jugar; el local de videojuegos se encontraba vacío y deposité una ficha en el Vendetta, un juego de peleas callejeras cuya trama transcurría entre el choque de bandas rivales y el posterior rescate de una mujer, luego elegí a mí personaje favorito, Boomer, un artemarcialista rubio de cabello corto cuyas patadas voladoras eran para mí lo mejor de la partida. Por alguna razón desconocida, mi primo Diego, de diez años, le llamaba a ese juego el de Los Magníficos, él a veces me acompañaba a jugar ahí o en las maquinitas de la paletería, y cuando perdíamos, a veces lloraba conmigo. — ¿Ya llegó mi cerda?— me susurró al oído, él tenía catorce años, era más alto que yo, lo conocía de vista y ni si quiera sabía su nombre, solo que era el hijo de la Güera, vestía sudadera azul rey, era de piel blanca y tenía el cabello corto pero desaliñado. —¿Cómo está mi puerquita? — dijo mientras apretaba mi pecho de manera lasciva, quise reaccionar pero el miedo me tenía paralizado, y continué jugando hasta perder la partida mientras el tipo continuaba apretando, un hueco enorme se abrió en mi estómago y me dieron ganas de vomitar. La voz de su madre se escuchó desde la trastienda y el apretón cesó dejando mi garganta hecha nudo. El reloj en la pared amarilla marcaba las doce y yo me sentía flotar al salir del local, como pude me dirigí a casa de mi abuela, toqué el timbre dos veces y fui recibido por ella. Nuestra relación era pésima así que entré sin decir palabra y me enfilé hacia el cuarto de baño, quise llorar pero no encontré lágrimas, ni miedo, solo el palpitar de mis náuseas.

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Para KM. Emmanuel Illescas Aparicio Entro al templo construido para ti de rodillas con la oración sentimental en la celebración nocturna que consentí y consagré para mi fuente sacramental.

Puede oírse a Schubert en solemnidad o danzas tribales en la lejanía indómita. Tantas religiones occidentales en vedad a la veneración pagana de la pierda azurita.

Cómo quisiera hacer dogmas polifacéticos de tu personalidad con límites de un universo o elaborar ritos complejos como arcaicos para hablar de tus maravillas con mi verso.

Podría sermonear sobre tu piel galena envuelta en flores misteriosas y bellas, nacidas entre campos de hierbabuena donde conocí tu naturaleza de doncella. Quisiera explicar cómo eres felicidad en mezcolanza con pensar en añorarte. Cuánto quisiera demostrar mi lealtad, a ti, mi diosa, por querer contemplarte.

Carezco de miedo al pecado original, si en tu agua renace el hombre literato cuando entre árboles vuela un quetzal. Sí quiero venerarte más que un rato.

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Isabel María Hernández Rodríguez Traspuesta en la mecedora ante el ventanal, la envolvió el rescoldo del atardecer, sentía como si una mirada etérea le traspasara la cara, pero no se atrevía a cerciorarse si era fantasía o realidad, y permaneció quieta, muda y esperanzada. En su interior deseaba que él la estuviera mirando con esos enormes luceros color cerveza que la turbaban, su sonrisa ilusoria que se adivinaba bajo sus labios carnosos, y su piel suave y delicada como la seda que la acariciaba. Ansiaba besarlo, abrazarlo, amarlo, pero persistía en la mecedora con los ojos cerrados, sonriendo con ternura a las musas que bailaban en su recuerdo, por temor a que todo fuera una triste fábula de su pensamiento. Sus mejillas arreboladas desprendían emoción, su boca color rubí temblorosa lo deseaba, el mutismo presidía la estancia en el crepúsculo y se perdía en los sueños, sintió cómo le rozaba los labios y la ahondaba en una dulce pasión. Y, cuando abrió los ojos para asirlo contra su cuerpo, se encontró con la oscuridad frente a la ventana, sus manos trémulas lo buscaban arañando los cristales, pero se perdían entrelazadas con el llanto, el duelo, y el silencio.

Por las paredes de su alma trepaban los sentimientos, quería gritar, pero no salían las palabras de su garganta, los retumbos se quedaron mudos, y ella regresó de nuevo a su lugar, al universo de las despedidas, la tristeza y la soledad

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Andrés Lozano Chávez Llegada al fin de los tiempos

Ha regresado el anverso de los océanos que sueñan. Los colores cayeron del firmamento. Tiempos de silencio y estruendo se avecinan y las escasas ascuas rescatan hasta el último momento.

Aún y desconocido el reverso mejor refugio no es, pues solo es otro reflejo de un universo plateado como la moneda que gira a la vez. Las tinieblas están debajo y sobre nosotros. Párpados abiertos y cerrados dan lo mismo. En la vigilia cazadores y en la pesadilla bestias.

Nace y muere el sueño de la razón y un ocaso se nos asoma desde otros tiempos nostálgicos ya extintos.

La edad de fuego Una sombra corrompida en el abismo se pierde. Retornando a su forma primigenia, la abundante oscuridad abraza, inminente, la ya débil flama. 23


El fuego, padre e hijo de toda lúgubre silueta y dador geométrico del mundo, apaga el fin de una era: la de los dioses de la flama, ahora tan solo señores de ceniza. Sin rastros de humanidad, nada queda en ellos, sino un hueco en sus almas. Brasas agonizando por una época ya en ruinas.

Sin llama no hay vida, no hay caos y tampoco sombras andantes en la senda del fuego que busquen el camino a casa donde somos uno con el averno. Condenados a repetir este infortunio arrastramos con el primer pecado de quienes negaron la fatalidad de volver a donde perteneció este inhóspito y transitorio desierto. Yo nunca habré de ser definitivo con este destino porque en mí, dictada está la escritura de la inmolación que no revive, tan solo sigue el melancólico curso natural de las cosas. La edad oscura Al caminar sobre el fuego, jamás proyectamos una sombra, pues somos una en sí mismo. Nacidos del alma oscura nuestra vitalidad no proviene de la luz, sino de la sangre que despierta pasiones. Sin lugar para los demonios y los dioses el abismo ciega sus destinos. Una maldición sin fondo, un mar infinito. Aceptando todas las cosas que son y pueden ser.

Una inevitable fatalidad Toda historia es una fractura de heroísmo que, si eterna llega a ser, destinada en una remota reliquia aguarda hacia su inminente olvido. Trazado es, el fin de la tragedia que sangra y se apaga al son de los latidos que corroen al alma, y así como de la flama 24


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se desata el ardiente caos, de la oscuridad el corazón se corrompe hasta los rincones del abismo. Ya en podredumbre, solo congeladas cenizas agonizan la llegada del anunciado ocaso. Vestigios El vertiginoso caos es vida en esencia, mas no muerte; es acaso, la violencia del corazón que sangra con furor, y la embriagante pasión que engendra el poder. No obedece a la desesperación, pues ello atemoriza a la luz, sino a la primigenia ambición de jamás cargar con la cruz de la niebla que olvida reinos y la oscuridad que alguna vez soñó con júbilo a los dioses.

Sueños y pesadillas Un pálido orbe sangra en el profundo reflejo sin forma, y en el cielo un sol negro devora letárgicamente al mundo.

Es la marca oscura en los corazones. Un lúgubre disco abismal con circunferencia abrasada que niega nuestra identidad

atándonos a una ajena luz que contamina la humanidad y eterniza una latente muerte.

La maldición sin fondo se extiende, con voracidad, hacia el sueño de la razón que produce monstruos.

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Abraham Schweizer Inapresables palabras una a una encadenadas, sintaxis figurativa, vertiginoso trampolín en aras de escabullirse de lo convencional, temen e igual saltan, trágico destino les espera, si es fallida la metáfora. Indecibles sentimientos se amotinan y de alguna manera hablan, y la memoria de un beso es la brizna, que lo abarca todo y nada, altruistas de libertad se mecen en tus ojos y allí descansan, una fuerza abrasadora los revive y vuelan con sus alas en llamas. Inútil poesía, refugiada entre la aurora y el ocaso, pero necesaria, y sabe a petricor, a vida, el aroma de tu piel mojada, eterna juventud, tu sonrisa, aún martirizada, todo se reduce a ti, las noticias, los horóscopos y mis patéticas cartas. La Beatriz de Dante y Laura de Petrarca, de Neruda, Matilde, de Shakespeare, Cleopatra, todo se reduce a ti, de la manera más vasta.

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Ángel Soto Así, con el tiempo en fuga, a la luz que esperamos, sabremos si yo sigo tan disléxico y tú tan briosa incontenible.

Beberemos la madurez de enfrentarnos cara a cara. Mirarás esa cicatriz tornada, ascos asimilados, hediondos recuerdos de aquellos tratos que, si el tiempo es vil, brotará aquel souvenir alegre.

Sé que lo dulce te corta tanto como cicuta o gastrópodos al paladar. Que prefieres te diga las cosas de lado, mirando sin ver. Siendo que eres pellejo expuesto tanteando con las extremidades.

Lo sé. Brujo soy, envidia de protervos faustianos. También consciente se trata de una constante, obnubilada por ti, de todo ser a llamarse humano.

Pero decido darle no a ti, querida, el gatilleo. Dejemos sea otro quien ejecute, cual juez adornado en años, nos convoque ya vistos y experimentados ya lamidos y probados, saciados con cera calmante de rozaduras. Quizás nuestra ansia de amarnos sea limitada por un simple: “no éramos para tanto”

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Brandon Barrios “Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego. Pero creo que mi soledad debería alas”. -Alejandra Pizarnik, “La carencia”

Nadie —o casi nadie— sabe nada acerca del movimiento. Solo se está seguro de que la quietud es creadora de dolor. El dolor es un estanque cuyas aguas lo saben todo de orillas y nada de profundidades. Nadie acaba nunca de saber quién es, solo sabe en qué se convierte cada vez que le toca atravesar un umbral y de esa manera establece una relación con el dolor que está más allá del sentir. Esto equivale a decir, que solo cuando el dolor es comprendido y no negado, es que el sintiente lo supera. Comprender algo nos obliga a no permanecer incólumes. Hay quienes le atribuyen al tiempo la facultad de curar. De alguna forma, quienes sostienen dicha tesis, también plantean que el dolor es la ausencia de algo —no confundir con que una ausencia implique dolor —, y que, por ende, ha de homologarse al dolor con la soledad. Como a toda tesis que ha demostrado su valía en las cicatrices de sus tesistas, las cuales no sugieren otra cosa más que su verdad, no se intentará refutarla, pero si se la confrontará. Aquello que se llama estanque, y que en este ensayo se ha puesto en sinonimia con el dolor, es algo a lo que el individuo sintiente no ha de aferrarse. Dado que, como se dijo antes, el estanque solo entiende de orillas y no de profundidades, quienes estamos inmersos en él, Hemos de atravesarlo a nado, puesto que de no hacerlo, nuestra quietud nos propiciará el ahogamiento. Las orillas siempre estarán más lejos que nosotros, pero no necesitamos alcanzarlas. Solo necesitamos saber que están ahí, en donde elijamos que estén.

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El dolor trae como consecuencia una revelación, y debido a esto, el dolor guarda una relación con lo sacro. Esto equivale a decir, que es gracias al dolor, que cada persona puede relacionarse con aquello que considera sagrado, además de con todo lo que lo rodea y con toda su especie, dado que, además, es el dolor lo que nos permite entendernos como algo distinto a lo divino, puesto que lo divino, en tanto inmóvil, es atemporal, y nosotros, en tanto somos sintientes somos móviles, y en tanto móviles, somos temporales. No ser divino es estar a merced de todas las cosas: del movimiento, del espacio, y del resto de los entes materiales. Ser divino es ser todo aquello a lo que lo no-divino está a merced. La divinidad es infinita, la no-divinidad es particular. En pos de recuperar la cuestión de lo sagrado en relación con el dolor y la identidad, se recurrirá al concepto de hierofanía, propuesto y elaborado por Mircea Eliade en su pequeño tratado (acerca de) Lo sagrado y lo profano. La hierofanía es la instancia —el momento, el lugar y, probablemente, la sensación— en la que el hombre toma contacto con lo sagrado. Eliade, en tanto filosofo e historiador de la religión, no pudo sino valerse del ejemplo del que también se valen algunos panteístas cristianos —y del que se valdrá quién escribe este ensayo para explicar ideas que se expondrán más adelante —para mostrar cómo su Dios no solo no tiene nada de invisible ni de intocable, sino que es la totalidad de las cosas que habitamos: el momento en el que Moisés se posó frente a la zarza ardiente sobre la que Yahvé había elegido mostrarse para “decirle” que Él es el que es. Ego sum qui sum, “yo soy el que soy” (Éxodo 3:14) fue, en realidad, la conclusión a la que Moisés llegó. La zarza ardiente era Moisés y el pastor que otrora había sido un noble de Egipto, apenas era su reflejo. Fue el reflejo quien encontró al sujeto, y en el fuego que ardía sin consumir a la zarza, estaba aquello en lo cual el reflejo se convertiría. Moisés fue Moisés gracias a la zarza ardiente, y esta interpretación puede sostenerse gracias a que cuando Moisés le “pregunta” a Dios cómo podría convencer al que en aquel momento había “resultado ser” su pueblo de que debían seguirlo, Yahvé contestó que “Él era”, y que además era “el dios de su padre, de Abraham, de Isaac y de Jacob”(Éxodo 3:15), lo cual lleva a decir, que Moisés, a través de su dolor, representado por el fuego de la zarza, se conectó con el que luego fue su pasado, y de esta manera, en aquel momento, “supo” quién era. 31


Moisés superó el dolor de la no-identidad o de la “falsa” identidad, gracias a que se reconoció como heredero de Abraham y de su tradición. La hierofanía que él experimentó tuvo como consecuencia la creación de un vínculo entre él y un pasado que podría no haber sido el suyo, pero que él mismo eligió que sí lo fuera. La ciudadanía hebrea de Moisés, más allá de que el relato bíblico explicite que es real por nacimiento y por las circunstancias que hicieron que su familia biológica lo obligara a abandonarla en primer lugar, fue una ciudadanía elegida, porque lo que Moisés eligió, fue hacerse cargo de todo el pasado de una cultura que él, al no haber sido criado como miembro de ella, tuvo que adoptar en pos de cumplir con una responsabilidad. Moisés no nació judío, sino que eligió serlo en pos de cargar con un pasado que eligió como propio, y de esa forma, poder resignificar toda su vida anterior, y a su vez constituirse a sí mismo como un líder político y como un héroe. Somos la relación que tenemos con el pasado del que elegimos responsabilizarnos. Debido a que la comprensión del dolor equivale a la revelación de quien uno es, es que el dolor hace que, al sentirlo, una persona se pregunte por quién será. Portará las cicatrices que le correspondan, le arderán cuando tengan que hacerlo, y sanarán a la par de la exhalación de su último aliento. Sólo se termina de saber quién uno es el último día de vida, dado que aquel es el momento en el cual, con la lucidez que a cada quién le haya quedado y según lo que permitan las circunstancias, se resignifica el propio pasado; y es así cómo decidimos si cada revelación valió la pena, si las veces que tomamos contacto con lo sagrado realmente lo hicimos, y cuáles significados le corresponden a todas esas veces. El dolor, no por sí solo, sino a través nuestro, nos revela quiénes tenderemos a ser, gracias a que nos recuerda que, a pesar de a nuestra insignificancia, sumarle el sufrimiento como relación primordial con el mundo (Feuerbach, Pensamientos sobre la muerte y la inmortalidad), es a pesar de ser tan insignificantes y sufrientes que hemos llegado al mismo lugar en el que habíamos puesto a nuestros dioses, el cual también es el lugar que le corresponde a nuestros ancestros y al recuerdo de que estamos vivos mientras en algún lóbrego horizonte pueda verse una llama: la de la historia o la del porvenir.

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Maritza Alexandra Rodríguez Acevedo No, no es la solución tirarse bajo el tren como la Ana de Tolstoy ni apurar el arsénico de Madame Bovary (…) Debe haber otro modo que no se llame Safo ni Mesalina ni María Egipciaca (...) Otro modo de ser humano y libre. Otro modo de ser. Rosario Castellanos, Meditación en el Umbral.

Desde el inicio de la historia, la mujer ha permanecido relegada a un segundo plano dentro de la sociedad. El hombre se ha establecido como el modelo de supremacía, dejando al género femenino en el lugar del sexo débil que debe permanecer en la sumisión. Su espacio se confinó al hogar, dedicándose al cuidado de los hijos y asegurar el bienestar de su marido, del hombre. La mujer fue calificada como “el otro”, como si fuera un ser aparte del género humano sin las mismas capacidades que los hombres para desempeñarse en ciertas actividades. Tuvieron que suceder muchos cambios en la sociedad a lo largo del tiempo para que la mujer despertara del letargo en el que se encontraba y comenzara a organizarse en conjunto para luchar por el reconocimiento de sus derechos dentro de la sociedad. El feminismo surge como una reacción a la Ilustración, una crítica de la marginación de las mujeres en los principios que este establecía1. La segunda ola comienza en el siglo XIX con el movimiento de las sufragistas y la demanda del reconocimiento de la ciudadanía de las mujeres, exigiendo su derecho al voto. En esta época toma gran relevancia el movimiento de las mujeres norteamericanas, más fuerte y radical a comparación del europeo2 hasta lograr el derecho al voto en 1920. Durante este periodo, las ideas de Simone de Beauvoir y Virginia Woolf establecerán las 1 Samara de las Heras Aguilera, “Una aproximación a las teorías feministas”, Universitas. Revista de Filosofía, Derecho y Política, enero 2009, 9. 2 René Wellek y Austin Warren, “Crítica literaria feminista” en Teoría Literaria, (España: Gredos, 2002), 407-421. bases de un proceso que terminará de consolidarse en 1960. Estas autoras establecen la necesidad de desmontar la cultura patriarcal a la que debían enfrentarse las mujeres que buscan desempeñarse en la escritura3. En este contexto, surge la crítica literaria feminista en 1970, producto de los movimientos feministas de décadas anteriores y derivaciones críticas del post-estructuralismo. 34


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Los escritos de Virginia Woolf y Simone de Beauvoir fungen como base para esta corriente que, no solo busca la reestructuración de los modelos ideológicos de la mujer en la sociedad, sino que también crea una crítica literaria basada en un nuevo método para leer los textos. La crítica literaria feminista se dividirá a su vez en dos vertientes, la crítica angloamericana y la crítica francesa. Sin embargo, los objetivos comunes de estas vertientes serán proponer un nuevo método de lectura en el que se cuestionan los modelos de la mujer dentro de la literatura; establecer la ginocrítica, consolidar el término escritura femenina y analizar los aspectos del texto y su marginalidad4. La crítica feminista francesa se basa primordialmente en las ideas de Hélène de Cixous. Ella define un modelo de escritura femenino en contraposición a otro masculino; este segundo modelo está regido por imprimir en sus ideas un carácter binario, positivo/negativo, masculino/femenino5. En este binarismo, lo femenino será siempre asociado a aquello negativo. La mujer, por lo tanto, debe ser despojada de sus características humanas, se establece una relación amo/esclavo entre ella y el hombre; en este tipo de escritura, las historias, según Cixous, están creadas para dar a la mujer una lección de cómo debe comportarse6. En base a estas ideas, establece que es necesario que la mujer desmonte el discurso del poder masculino imitándolo, asumiendo sus valores usados para después poder deconstruirlos7. ¿Qué mejor manera de explicar el tipo de escritura que propone Cixous que trasladarse al México postrevolucionario de los años treinta?

El libro Arráncame la Vida, de la escritora mexicana Ángeles Mastretta fue publicado por primera vez en 1985. En él, narra la historia de Catalina, una niña de quince años de una familia no muy acomodada económicamente que, a esta tierna edad, se casa con el general Andrés Ascencio. A partir de aquí comenzará su desgracia, al ser inexperta en todos los aspectos de la vida, el general la moldea y le enseña cómo debe de: 3 René Wellek y Austin Warren, “Crítica literaria feminista” en Teoría Literaria, (España: Gredos, 2002), 407-421. 4 Idem 5 Idem 6 Hélène Cixous, “La risa de Medusa” en Ensayos sobre la escritura, (España: Anthropos, 1995), 1-107. 7 René Wellek y Austin Warren, “Crítica literaria feminista” en Teoría Literaria, (España: Gredos, 2002), 407-421. comportarse, cómo ser su mujer. Catalina asume este rol por un tiempo sometiéndose a los deseos de su esposo, pero poco a poco comienza a darse cuenta de las injusticias que Andrés comete en la política, de sus múltiples amantes y decide que no quiere seguir asumiendo ese rol social que le han impuesto. Deja de lado su papel de madre y esposa amorosa, revelándose ante los arquetipos del comportamiento de la buena mujer mexicana. Siguiendo la corriente de la crítica feminista francesa, el libro podría dividirse en dos partes. El primer momento gira entorno a la protagonista siendo modelo de mujer sumisa.

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Se casa con Andrés ingenuamente, sin saber realmente nada de la vida. Al momento en que él va a pedir su mano, simplemente lo negocia con su padre, la voz de Catalina no cuenta, es Andrés quien ha tomado la decisión y quien seguirá tomando todas las decisiones, impone su dominio firme desde el momento que celebran su matrimonio: «Ni creas que vas a tener siempre todo lo que quieras. La vida con un militar no es fácil. De una vez velo sabiendo… en esta mesa, mando yo»8; con estas líneas su esposo deja en claro que él tendrá siempre el control absoluto de su vida. En sus primeros años de matrimonio, su marido la moldea a su gusto, le enseña las cosas que debe de hacer para serle útil. Catalina acepta esto como verdad absoluta y se conforma con ser buena esposa, fiel a su papel de mujer, pese a que la mayor parte del tiempo su marido no la trate ni siquiera como a una compañera, sino como algo de su propiedad, de lo que él puede disponer de la manera que sea: «Andrés pasó cuatro años entrando y saliendo sin ningún rigor, viéndome a veces como una carga, a veces como algo que se compra y se guarda en un cajón y a veces como el amor de su vida. Nunca sabía yo en qué iba a amanecer»9. Es en esta primera parte donde se observa aquella característica de binarismo propia del modo de escritura masculino. La autora asume los valores establecidos de lo que debería hacer una mujer dentro del matrimonio, sin opinión ante las decisiones de su marido, activa en las tareas del hogar, madre amorosa, fiel. Estos aspectos se asimilan, de manera que el lector sea consciente de ellos, la misma protagonista en una de sus cavilaciones piensa que todo es mejor así: «Yo preferí no saber qué hacía Andrés. Era la mamá de sus hijos, la dueña de su casa, su señora, su criada, su costumbre, su burla. Quién sabe qué era yo, pero lo que fuera lo tenía que seguir siendo por más que a veces me quisiera ir a un país donde él no existiera»10. 8 Ángeles Mastretta, Arráncame la Vida (México: Editorial Plantea, 2002), 20. 9 Ídem, 31. 10 Ídem, 66. A su vez, se observa un concepto del amor que a lo largo del tiempo los hombres han creado específicamente para la mujer. Según Cixous, para los hombres el amor es sólo un asunto de umbral, algo que alimenta su ego pero cuya realización completa es peligrosa, el amor es una especie de muerte11. Para las mujeres, por el contrario, el hombre ha introducido esta idea de verlo como una necesidad, busca ser amada, el amor es su destino, pero este no tiene cabida en el mundo masculino12. 36


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En la obra la visión del amor de ambos personajes se ve más de una manera sutil, reflejado en la actitud de ambos esposos frente a la boda, Catalina sueña con una boda a lo grande, su día especial: «A veces todavía tengo nostalgia de una boda en la iglesia. Me hubiera gustado desfilar por un pasillo rojo del brazo de mi padre hasta el altar, con el órgano tocando la marcha nupcial y todos mirándome»13. Por el contrario, Andrés ve todo esto como un desperdicio: «Andrés me convenció de que todo eso eran puras pendejadas y de que no podía arruinar su carrera política… ni de chiste se iba a casar por la iglesia»14. La segunda parte del libro comienza cuando Catalina se cuestiona la posición que ocupa dentro de la vida de su marido. Deja de lado sus labores maternales, que las niñeras se ocupen de sus hijos: «resolví cerrar el capítulo de amor maternal. Se los dejé a Lucina. Que ella los bañara, los vistiera, oyera sus preguntas, los enseñara a rezar… De un día para otro dejé de pasar las tardes con ellos, dejé de pensar en qué merendarían y cómo entretenerlos… Se fueron acostumbrando, y yo también»15; en cambio, prefiere indagar en todos los negocios ilícitos que Andrés maneja, tomando poco a poco el espacio público. El eje de su vida cambia, ya no se centrará en complacer a su esposo y ser una buena mujer, comienza a pensar por sí misma y a colocarse en primer lugar de importancia. Esta liberación la lleva incluso a permitirse caer en el adulterio, teniendo ella un par de amantes sin importarle la fidelidad al matrimonio, pues sabe que Andrés tiene muchas mujeres. Es en este punto cuando conocerá a Carlos, que funcionará como su vía de escape y de desenfreno de pasiones, un sinónimo de buscar reconquistar su libertad. Estar con él la hace querer ser dueña de su propia vida: «Tengo treinta, quiero mandarme, quiero vivir contigo, quiero que la bola de viejas que se vienen mientras te miran dirigir sepan que la que se viene de veras soy yo. Quiero 11 Hélène Cixous, “La risa de Medusa” en Ensayos sobre la escritura, (España: Anthropos, 1995), 1-107. 12 Ídem 13 Ángeles Mastretta, Arráncame la Vida (México: Editorial Plantea, 2002), 15. 14 Ídem, 16. 15 Ídem, 80. que me lleves a Nueva York y que me presentes a tus amigos. Quiero que me saques del ropero y decirle todo al general Asencio»16. El pensamiento binario planteado en la primera parte del libro se rompe en esta segunda parte, acercándose más a un tipo de escritura femenina. Los arquetipos establecidos se derrumban, la idea de la mujer comportándose de manera sumisa para beneficio del hombre cambia. 37


Lo femenino ya no se encuentra clasificado como lo negativo, sino que hombre y mujer se establecen en un mismo plano. Lo bueno y lo malo no están completamente definidos, los diferentes valores se mezclan. Catalina obliga a Andrés a verla como igual al actuar como él; todo lleva a cambiar la imagen que su esposo y ella misma tienen de su persona. La muerte de Carlos parece un evento que mermará esta transformación, sin embargo, funciona como el catalizador final de este cambio; una vez superado, sigue adelante. Catalina se siente cada vez más libre, sale por fin de aquellas sombras en las que la mujer ha permanecido desde hace mucho tiempo, lo único que sigue obstaculizando esa felicidad es Andrés. Esto se ilustra perfectamente en aquel momento en el que Andrés está demasiado enfermo, sin embargo, Catalina sigue viviendo la vida, entre fiestas, placeres y hasta mostrando a su nuevo amante en público: «No me apenó verlo perder la fuerza. Salía con Alonso como si fuéramos novios… Volvía a mi casa de madrugada y durante semanas, no abrí la puerta de mi cuarto. Sólo a veces, como quien visita a su abuelo, tomaba té con Andrés en las mañanas»17. El final mostrado, contrario a muchos textos propios de la escritura masculina, no termina mal para la protagonista. Usualmente al hablar de la mujer, el método de escritura masculino da un mal final a estas mujeres que se atreven a desafiar el modelo establecido por los valores de la época. Quienes no se apegan al rol social no alcanzan la felicidad, «…ella aprende los caminos que la llevan a la pérdida…»18, mediante estas lecciones de comportamiento se reafirma el papel dominante del hombre, la domesticación utilizada contra la mujer. En este libro, sin embargo, el final es bueno para Catalina; su comportamiento transgresor no la lleva de ningún modo a la condena, sino que pese a todas las vicisitudes por las que tuvo que pasar, logra sentirse feliz y totalmente libre una vez que Andrés muere, sin arrepentirse de lo que ha hecho: «Quise sentir la 16 Ídem, 180. 17 Ángeles Mastretta, Arráncame la Vida (México: Editorial Plantea, 2002), 248. 18 Hélène Cixous, “La risa de Medusa” en Ensayos sobre la escritura, (España: Anthropos, 1995), 1-107.pena de no ir a verlo nunca más. No pude. Me sentí libre…Cuántas cosas ya no tendría que hacer. Estaba sola, nadie me mandaba. Cuántas cosas haría… Divertida de mi futuro, casi feliz»19. 38


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La literatura es siempre un producto de la sociedad y, por lo tanto, de las ideas que rigen la misma en una época determinada. Siguiendo esta definición podemos concluir que la escritura feminista, de la mano de las críticas feministas literarias, surgen como una necesidad de la reivindicación de la mujer dentro de la sociedad. Ángeles Mastretta en su libro, refleja cierta influencia de estas ideas feministas, específicamente del modelo de escritura propuesto por Cixous, asumiendo primero los arquetipos de la mujer mexicana durante la época postrevolucionaria para después deshacerse de ellos, como una crítica de estos. Mastretta se establece entonces como una escritora femenina que busca cambiar el espacio en el que se desarrolla la mujer, haciéndola dueña de sí misma.

BIBLIOGRAFÍA De las Heras Aguilera, Samara. 2009. Una aproximación a las teorías feministas. Universitas. Revista de Filosofía, Derecho y Política, enero.

Wellek, René y Austin Warren. 2002. Crítica literaria feminista en Teoría Literaria, 407-421. España: Gredos.

Cixous, Hélène. 1995. La risa de Medusa en Ensayos sobre la escritura, 1-107. España: Anthropos. Mastretta, Ángeles. 2002. Arráncame la Vida. México: Editorial Planeta. Martínez, Adelaida. Feminismo y Literatura en Latinoamérica. Conferencia presentada en la Universidad de Nebraska en 2010.

Salvador, Álvaro. 1999. Novelas como boleros, boleros como novelas: una lectura de Arráncame la vida. Anales de Literatura Hispanoamericana, marzo. 19 Ángeles Mastretta, Arráncame la Vida (México: Editorial Plantea, 2002), 270.

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