Nudo Gordiano #32

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Agosto-Septiembre

No.32

Toluca, Estado de México, México. Nudo Gordiano, 2023.

Todos los derechos reservados. Revista literaria de difusión bimestral contacto@revistanudogordiano.com

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www.revistanudogordiano.com Cuentos - la Espada Cuerpos Liberados 6 Juan Pablo Goñi Capurro El Hacedor de Justicia 8 Daniela Lomartti Cazadora 12 Génesis García Un Viaje al Nuevo Mundo 18 Israel Celis Agencia de Lazarillos para Personas Tecnófilas 22 Sebastián Echegaray Rivera Poemas - la Lanza Palabras de amor 28 Isabel Hernández El Amor Tiene Alas, Trinos y Colores 30 Julián Valdés Conglomerado de Poemas 38 Byron Carrión Taurus 42 Hugolina G. Finck Pastrana Mi Edad 46 Teodoro Flores Carpio Ensayo - El Buey Hoy Vi Un Gato Muerto 50 Irene Gabriela Ramírez Muñoa
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La oscuridad sin límites de la noche en el llano, se asemeja a la boca de una gigantesca aspiradora dispuesta a llevarse consigo a cualquier ente que ose alejarse del espacio alumbrado por los dos faroles solitarios que cuelgan junto a la puerta de la casa. Han burlado las estrellas, la luna, tal vez asustada por esa vastedad plana o tal vez cómplice suya, ha escogido no salir— vaya uno a saber qué hace la luna cuando no sale—. Dos adolescentes se aburren con la letanía imperturbable de los grillos, han escapado de una sala agobiante donde hombres y mujeres se divierten con historias ajenas a su mundo. Ellos prefieren aburrirse a solas. Son dos varones, primos entre sí. Se nota que tienen ganas de adentrarse en la cerrazón, de andar y quemar esas energías que han acumulado para nada, en una jornada donde el tedio se mantuvo tan constante como la negrura que ahora los desafía, los tienta, los seduce. Como la rata que ignora el mecanismo oculto tras el queso, han caído en la trampa de ese paraje sin conexión, cebados por el día sin colegio, y por las primas de Buenos Aires que finalmente no viajaron. Uno de ellos, el rubio —hay un rubio y otro castaño—, da unos pasos hasta quedar fuera del ámbito regido por la luz. Se atreve a más, se interna unos cuantos metros en la oscuridad. Desde allí, lanza una carcajada lúgubre.

El primo de la remera con la cruz se ríe. Luego corre hacia el lugar donde se originó la voz. Se chocan, se empujan, ríen a coro. Sus cuerpos los empujan a la acción. Ahora es el de pelo castaño, el más retacón, el que inicia una carrera en la que falta la línea final. El flaco va tras él, los brazos se convierten en aletas que ponen velocidad a sus pasos largos. Supera al más bajo, pero este no se preocupa. Un minuto más tarde, el rubio está agitado, tiene un tirón en el flanco, se detiene. El primo pasa cerca, le dice algo y continúa lanzado, está mejor entrenado. Si se vieran las manos del primo flaco se advertiría su delicadeza, su falta de contacto con el aire puro. La piel es a veces una confesión, un dato de vida imposible de esconder.

El retacón sabe que está bastante lejos del rezagado, interrumpe la corrida y se mueve sin hacer ruido. El primo, con el aire recobrado, intenta saber dónde se ha ido el castaño, da voces llamándolo. La voz se prolonga, sus vibraciones impactan en los tímpanos de Tito, pero la voz no tiene entidad, no tiene masa, es solo un emisario. Fabricio vuelve a nombrarlo, hay un sostenido fuera de sitio, una nota de temor que no llega a ser pánico. Todavía, Tito aguarda, detenido, se cubre la boca para que no lo traicione la risa. Calcula que están a doscientos metros de los faroles, él ha tomado referencias por la tarde, hay un alambrado bastante próximo, no tiene sentido continuar alejándose de la casa. Su primo Fabricio se empeña en escudriñar la nada, no se atreve a ingresar más profundo en ella.

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Juan Pablo Goñi Capurro

Sin verse, casi que no son personas, son dos cuerpos respirando fuerte, cuatro mejillas ardiendo, dos frentes recorridas por el sudor, porque la noche se empecina en mantenerse negra y calurosa. Tito silba bajo. El primo Fabricio deja escapar un suspiro. La estructura se afloja, el cuerpo deja de ser una masa rígida, cargada de tensión, para volverse dócil y elástico. Dice «no te veo», pero se encamina hacia Tito quien se ha tendido sobre el pasto, un vegetal más de follaje plegado que aguarda la hora del rocío. Tito silba de nuevo, provocador; Fabricio aprieta el paso, tropieza con el primo acostado y cae. La palma de su mano se estampa con fuerza sobre una ortiga, el chico grita, exagera. Tito gira, estira la mano para palpar el cuerpo del quejoso, encuentra el brazo y sigue por él hasta tomarle los dedos, al mismo tiempo los primos procuran incorporarse. Quedan los dos de rodillas un tanto desbalanceados. Tito dice que no es nada, que el ardor de la ortiga se pasa enseguida y besa la mano del primo. Ambos son conscientes del gesto, de la respiración del otro que vuelve a agitarse, de los latidos de los pechos que resuenan como bombos en una manifestación, de esas cosas que crecen bajo cada pantalón. Fabricio no retira su mano, con la otra acaricia la mejilla cálida del primo, y va orientando la boca hacia la suya. Tito usa la mano libre para tomar la cintura del rubio y aproximar su tronco. Se contienen como asustados; echan un vistazo temeroso a las lejanas luces de la casa. Nada ha cambiado allí, están a salvo. La acción se reanuda. Los labios se buscan y se encuentran. La noche los cobija bajo el manto del secreto, los jóvenes se besan, se acarician, se frotan, giran y dan vueltas sobre el pasto, olvidan las ortigas, los abrojos, las vizcacheras, las bostas de los caballos que cabalgaron durante la tarde. Los cuerpos se expanden en la compañía, se flexionan, se entrechocan, se resisten, se entregan, se reconocen, como si Cortázar estuviera contando la historia. Los jadeos se pierden amparados por los grillos y las ropas se van apilando a un costado, la anatomía no se explora con cáscara.

En la casa hablan ahora de la juventud, de la apatía, de la comodidad. Corre el vino tan rápido que no consigue estacionarse en los vasos gruesos que, cada tanto, reposan sobre el mantel de hule. Erigen un monumento de críticas y de sentencias, con pasos de beodos trepan hasta su cumbre y sermonean; sus dogmas flotan sobre los efluvios alcohólicos, planean entre risas y algún aplauso desafinado y se escapan por la ventana abierta hacia la llanura de esa pampa que no tiene oídos para ellos. Su vuelo se detiene muy lejos de sus supuestos destinatarios, los dos adolescentes empeñados en descubrir las posibilidades que les brindan esos cuerpos suyos tan bien diseñados para el placer inesperado, esos cuerpos que escriben sobre los pastos un poema a libertad, con una letra trémula que solo descifrará la noche, la misma noche que les ha mostrado la manzana y les ha quitado el miedo.

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Si como carne humana no es por gusto sino por la misión más pura y celestial que Dios me ha dado: debo alimentarme para continuar mi camino, lo hago porque mi propia carne se pudre cada vez más rápido. Deambulo entre calles derruidas por el tiempo. Vivo exiliado de ellos, pero el destierro no me provoca dolor, es un muro infranqueable que me mantiene apacible. Lo que ignoran es mi benevolencia, disfruto de la carne de quienes han hecho daño a la humanidad.

“¡Bestia!, ¡Bestia!”, gritan ellos con sus alborotos estúpidos y llenos de miedo cuando me miran vagar. Los paseos solitarios se terminaron después de que salvé a Nina, mi gata. Ella es mi única compañía. Me mira con sus ojos azules. “Eres el hombre más benevolente que conocí en esta Tierra maldita, Julián”, dice. —Esta noche cuando la luna menguante ascienda, deberás salir por más carne. Mírate, te estás pudriendo de nuevo. No soporto verte así y el olor es repugnante. —Nina, Nina… Mi pequeña, lo haré, voy a salir por alimento. —le digo mientras acaricio su cabecita. Tomo el grueso abrigo de lana que esconde mi piel descarnada. Uso una máscara de látex para ocultar el rostro que temen ver. Hace frío afuera de casa. Camino en dirección hacia las fábricas, allí se encuentran los desgraciados que agreden a las jóvenes obreras quienes son madres, hijas, hermanas, amigas, y nunca regresan a sus hogares.

Dejan sus cuerpos desnudos y mutilados en las vías del tren. Las mujeres de este lugar permanecen en peligro porque la justicia humana es inútil: se ahoga en torres de papel. Veo a tres hombres que se ocultan detrás de grandes depósitos de basura industrial, esperan a sus víctimas mientras fuman cigarros y ríen de forma burlona. Miro sus armas sin municiones que guardan en los bolsillos con las que asustan a las mujeres. Ellos no advierten mi presencia, mucho menos saben que llevo conmigo los cuchillos recién afilados y estoy hambriento.

Dos mujeres caminan en dirección adonde se encuentran los desgraciados. Están listos para atacar, pero desconocen que yo soy más veloz. Tengo un cuerpo más ligero y piernas más largas. Puedo alcanzarlas antes de que las lastimen. Me aproximo hacia ellas. Al verme las jóvenes lanzan gritos de terror.

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Sujeto a una joven por el brazo derecho, la cargo y nos elevamos hasta cruzar las vías. Siento su tibio cuerpo tembloroso. Mientras nos desplazamos veo que los tipos se acercan a la otra chica. Después de haber dejado a la primera mujer en un sitio seguro, me doy prisa para volver al lugar donde se encuentran esos miserables y evitar que dañen a la joven. Uno de ellos me ve volar y chilla aterrorizado. Desde lo alto miro cómo los tres infelices la retienen. “¡Malditos!”, grita la mujer con desesperación. “¡Cállate, perra, te va a gustar!”, le responde uno de los hombres mientras intenta meter la mano debajo de su falda y los otros dos la sostienen por los brazos mirándola de forma lasciva. Desciendo con cautela hasta que mis zapatos pisan el suelo sucio.

—¿Quién carajos eres? —pregunta el hombre que me ha visto por los aires mientras me apunta con su arma vacía, sus manos tiemblan de miedo. —Soy el hacedor de justicia. —le respondo con firmeza.

—¡Ja, ja, ja! ¡Lárgate de aquí, hijo de puta! —brama el infeliz. Saco de mi bolsillo el cuchillo más grueso. Me retiro la máscara. Al mirar mi rostro descarnado, dos hombres huyen despavoridos y sueltan a la joven. Solo queda el que me enfrentó antes. Puedo ver el temor reprimido en su rostro ridículo y pequeño. —¡Vete! Tu amiga está esperándote, cruzando las vías. No mires atrás y déjame hacer mi trabajo. —le indico a la mujer mientras levanto las mangas del abrigo y preparo mis herramientas. Ella me mira horrorizada por unos momentos, luego se quita las zapatillas y corre lo más veloz que puede. Antes de iniciar con los cortes, me aseguro de que la chica se haya reunido con su amiga. Veo cómo sus siluetas se vuelven pequeñas mientras apresuran el paso hacia la avenida principal.

—¡Las dejaste ir, puto monstruo! —gruñe el desgraciado. Sigue apuntándome con su arma, sin embargo, él sabe que no le temo. Gira el gatillo y confirmo que el cobarde no tiene municiones. El miserable intenta huir y no dejo que lo haga. Sostengo con fuerza su cuello, no lo asfixio porque detesto comer carne morada.

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Empiezo a cortar sus grasosas mejillas, después sigo con los brazos y el torso. Él me implora que lo deje vivir, se pone de rodillas ante mí mientras procedo a cortar su brazo izquierdo. Nadie más que yo escucha sus ruegos y gritos inútiles.

—Te juro que no quise hacerles daño. Perdóname la vida, carnal… Mira, te prometo por la Virgencita que ya no vuelvo a cometer estupideces, soy un hijo de la fregada, una mierda, pero no merezco morir así… Tengo familia. Solo estábamos divirtiéndonos con esas chicas, ya sabes, para pasar el rato. Es más, ni les toqué un pelo, ándale, no seas tan malo…

Como ha visto que no hago caso de sus ruegos absurdos, el desdichado intenta morderme, pierdo la paciencia y le proporciono un golpe letal en la sien. Al fin muere y logro extraer sus ojos: son una delicia cuando están frescos. Esta vez me he demorado más en hacer mi trabajo. Corto las demás extremidades para meterlas en las bolsas. Limpio el desastre. Después de saciar mi hambre, ya estoy listo para volver con Nina. A lo lejos, puedo oír a una patrulla que se acerca. Ellos no saben que, como soy un hombre benevolente, por esta noche no comeré a nadie más.

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Me dirijo deprisa al departamento. Ningún policía fue capaz de atraparme. Cuando arribo, veo a Nina acostada sobre el mueble que está en el recibidor. Intento no hacer ruido, sin embargo, noto que ella sigue despierta. Voltea su dulce cabecita hacia mí.

—La victoria es nuestra. —dice con ternura cuando me ve entrar a la casa y sonríe.

—Y así será por siempre. —le digo mientras camino al congelador para depositar las bolsas. Vuelvo con mi pequeña amiga. La llevo conmigo hasta el sillón y ella se echa en mis piernas. Me gusta sentir sus ronroneos mientras escuchamos cómo chocan las ramas de los árboles contra la ventana. Ignoramos los cuchicheos de los vecinos: niegan mi amistad con la gloriosa Nina y el poder celestial que me fue concedido. “Pobre Julián, su enfermedad lo enloqueció. La gente dice que ahora habla con ese animal. Lo peor es el olor putrefacto que sale de allí. Solo Dios podrá librarnos de este infierno…”, susurran, pues desconocen mi infinita bondad.

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Génesis García

La niña corrió entre los árboles temblando de miedo y frío. La lluvia pegaba la lana de su ropa a sus piernas y sus pies se hundían profundamente en el barro impidiéndole avanzar con mayor rapidez. Sabía que dejaba huellas en el lodo, sabía que pronto la encontrarían, sabía que moriría, pero el instinto de supervivencia que yace en todas las criaturas la obligaba a seguir adelante pese a que sus pulmones ardían, sus dientes castañeteaban y sus músculos quemaban suplicándole que se detuviera, sin embargo, Malén no lo hizo. No se detendría aunque las espinas rasgarán su piel, aunque sus pies sangrarán por los golpes de las piedras, aunque la lluvia la empapara y sus huesos se quebraran. No se detendría. Lo prometió. A lo lejos podía escuchar los relinchos de aquellas bestias infernales y extrañas. Sabía que la buscaban. Los guerreros de metal no tenían compasión y parecían decididos a dar con ella: única sobreviviente de su matanza sin sentido. El ataque sobre su pequeño poblado fue despiadado. Cayeron sobre ellos en medio de la lluvia como demonios del infierno quemando las rucas y obligando a la gente a salir de sus casas para luego pasarlas por la espada. No les importó que hubiese niños y ancianos, todos cayeron bajo la furia del acero y el odio desmedido. Malén corrió cogida de la mano de su madre, jalándola con ella en dirección al bosque.

Los caballos no podían avanzar con facilidad a través de la espesura y eso les daría una pequeña ventaja. Pero, cuando Collalla, su madre, vio caer a su esposo atravesado por una lanza, se detuvo de golpe y soltó un grito de horror que estremeció a la niña hasta lo más profundo del alma. Su marido era todo lo que tenía en la vida, todo lo que siempre quiso. Caleu la robó cuando era apenas una niña y caminó con ella de la mano a través de todas las vicisitudes de la vida. Fueron años y años los que compartieron; toda una vida, el uno con el otro. Y de pronto, de un momento para otro él se fue dejándola sola y desamparada. Collalla no quería seguir viviendo en un mundo en el que él no estuviera y mucho menos traer a un nuevo niño que nunca conocería a su padre. Ella prefería evitarle el sufrimiento a su criatura y seguir a su marido antes de que fuera demasiado tarde, pero Malén debía vivir. Debía vivir porque así una parte de ella y de su adorado Caleu perduraría para siempre. Sollozando empujó a su hija soltándose de su agarre.

—Corre, niña. Corre y no mires atrás… —ordenó entre dientes con los ojos arrasados por las lágrimas y las manos convulsas sobre su vientre.

—¡No! —gritó Malén corriendo hacia ella solo para ser empujada de nuevo por su madre— Ñuque, no me hagas esto, no puedo dejarte… ¡no voy a dejarte aquí! —gritó temblando bajo la lluvia. Collalla abrazó su vientre y negó retrocediendo un par de pasos en dirección a la matanza.

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—Corre, püñeñ. Corre y vive un día más… vive hasta que puedas vengarnos. Sabes cómo hacerlo… —ordenó retrocediendo. De pronto un soldado español la vio y se lanzó sobre ella al grito de: “¡Por Dios y el Rey!”. Una lanza atravesó a la mujer de punta a punta salpicando de sangre y vísceras a su aterrada hija. Los soldados celebraron la hazaña de su compañero con un grito y entonces su atención se posó sobre la muchachita que contemplaba la escena con los ojos agrandados por el pavor.

—¡A por ella! —exclamó el soldado y Malén comenzó a correr sin mirar atrás. —Te lo prometo, ñuque. Voy a vivir y ellos van a pagar por lo que han hecho. —juró mientras se deslizaba colina abajo e intentaba poner distancia entre ella y sus perseguidores. La muchacha corrió y corrió hasta que las voces se hicieron lejanas y ya no pudo escuchar el sonido de los cascos de los caballos. El rugido de la lluvia distorsionaba los sonidos y borraba sus pasos, mientras que el follaje se cerraba a su alrededor como si quisiera esconderla. La niña agotada por el dolor y el miedo, se dejó caer bajo un alerce abrazando sus rodillas y escondiendo su rostro para que los ancestros no vieran a éste surcado por lágrimas. Si los espíritus de sus ancestros percibían debilidad en ella se negarían a ayudarla y Malén quería ser fuerte para cumplir la promesa hecha a su madre. Pero, solo era una niña y le dolía tanto…

Permaneció muy quieta con el frío calando bajo su piel como si se tratara de cuchillas y el cuerpo estuviese aterido. El hambre hacía resonar su estómago y sus párpados pesaban y ardían, pero se negaba a dejarse llevar por la modorra. Sabía que si caía dormida su pillü intentaría escapar de su cuerpo y podría ser poseído por un wekufe, perdiendo para siempre la posibilidad de cumplir con su promesa, pero el sueño, el hambre y el frío parecían querer arrastrarla al mundo de los espíritus sin que pudiera hacer algo para evitarlo, y la verdad parecía tentador. Dormir para siempre, sin sentir dolor, ni miedo, ni culpa. Comenzaba a dejarse llevar por la modorra cuando el sonido de una ramita rompiéndose llamó su atención. Malén levantó la vista encontrándose frente a frente con un enorme puma. Era un ejemplar precioso, inmenso y elegante, sus músculos destacaban debajo del grueso y hermoso pelaje. Sus ojos amarillos se fijaron en los suyos y la muchacha sintió algo cálido y familiar envolviéndola y deslizándose por sus venas, llenándola de renovadas energías y valor. Estremecida, la niña dejó caer la cabeza en señal de respeto ante el espíritu misericordioso que se manifestaba frente a ella salvándola del vacío de la muerte.

—Levántate, doncella del pueblo. —dijo una voz dentro de su cabeza y Malén obedeció, incapaz de responder. Se puso de pie temblando y el puma alzó la mirada hacia ella, sereno. — Has hecho una promesa a tu madre, ¿no es así?

—Sí… —respondió con un hilo de voz, sobrepasada ante el poder que emanaba el hermoso animal.

—Los ancestros hemos escuchado los ruegos de tu alma y hemos visto tus lágrimas. Los invasores han convertido nuestra tierra en un cementerio y no podemos ignorar el llanto de nuestra gente —dijo la voz de su mente en tono

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triste y solemne. —Los espíritus estaban inquietos, heridos gracias a la ambición de los invasores. —Te ayudaré a cumplir con tu promesa, doncella. Dime qué es lo que quieres…

—Quiero poder. Quiero su sangre en mis manos. Quiero ver el mismo dolor que vi en los ojos de mi madre. Quiero venganza… —dijo sonando más y más firme mientras las palabras dejaban sus labios morados. —Quiero muerte…

—La tendrás, doncella. La tendrás. —asintió el puma e inclinó su orgullosa cabeza ante la niña antes de alejarse de un salto perdiéndose entre el follaje como una sombra.

Malén cayó de rodillas y hundió las manos en el barro antes de deslizarlas por su rostro, ocultando así sus suaves rasgos bajo una gruesa capa de lodo y hojas podridas. No iba a rendirse. No iba a dejarse llevar por el wekufe ni a rendir su alma al olvido antes de cumplir con su venganza. La tierra misma clamaba, ahogada en la sangre de su pueblo, y Malén juró convertirse en su mano de justicia. Ella sería la vengadora. Se adentró en el bosque buscando a sus victimarios con la decisión pintada en su rostro aún infantil. No tuvo que buscar por mucho tiempo. Los soldados españoles eran ruidosos e irrespetuosos ante la santidad del bosque. Hablaban a gritos y hacían ruido con sus armaduras y caballos. Malén los contó y grabó sus rostros. Eran diez. Diez soldados que convirtieron un pacífico poblado en un cementerio solo por el placer de hacerlo… Malén sintió la rabia creciendo en su interior como un volcán a punto de hacer erupción y gritó para llamar su atención.

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—¡Aquí, invasores malditos! ¡Aquí estoy, vengan por mí! Vengan y sufran la ira de mi pueblo y de la tierra… ¡Vengan! ¡Haré pifilcas con sus huesos y beberé muday en sus cráneos! Me aseguraré que sus almas vaguen en estas tierras por toda la eternidad sin conocer la paz ni el descanso. ¡Los wekufe devorarán sus recuerdos y no quedará nada de ustedes! — desafió a voz en cuello y con los brazos en alto. Se sentía inmensa, invencible rodeada por la energía del bosque y de las voces de sus antepasados susurrando a su alrededor, dándole ánimos y gritando desafíos. Un coro de risotadas respondió a sus palabras y uno de los soldados se lanzó al galope contra ella. Malén corrió al interior del bosque y antes que el caballero pudiera alcanzarla, el puma saltó de entre los helechos con un rugido que heló la sangre de los soldados, desmontando al español y arrojándolo al suelo mientras su caballo relinchaba horrorizado y huía en dirección contraria invadido por el pánico.

El animal arrancó el casco del soldado de un certero zarpazo y con solo una mordida arrancó la mitad de su rostro. El grito agónico del soldado se mezcló con las expresiones de horror de sus compañeros al ver un ojo colgando de las feroces mandíbulas del animal. El pequeño pelotón de soldados españoles desenvainó las espadas dispuestos a darle caza al tigre, cuando de pronto una bandada de chunchos y cernícalos cayó sobre ellos hiriendo la carne descubierta de sus piernas y cuello con sus garras y picos. Los soldados retrocedieron espantados ante aquel ataque inesperado. Malén, envalentonada por la respuesta del bosque, se inclinó junto al soldado moribundo y cogió su lanza hundiéndola en su cuello con un grito de triunfo. Un segundo puma se abalanzó sobre los soldados que comenzaron a desbandarse huyendo en todas direcciones perseguidos por las aves y un par de huemules que aparecieron corriendo para hundir sus cornamentas en los costados de los caballos. En medio del pánico, Malén se irguió cuan alta era, atacando con la lanza a los soldados que, confundidos y aterrados, no atinaban a defenderse.

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Tres de ellos desmontaron a sus caballos y corrieron por el bosque, perseguidos por los pumas y pronto terminaron convertidos en un festín para los enormes y feroces felinos. Dos yacían muertos sobre los helechos, rematados por la lanza implacable de Malén, mientras que otro esperaba su turno bajo su caballo, herido de muerte por la hermosa cornamenta del huemul. La joven se acercó a él con la lanza en ristre, reconociendo en él al asesino de su madre.

—No, por favor… —suplicó el soldado alzando ambas manos con el rostro surcado de lágrimas. —Perdóname, niña, perdón… te lo suplico, por Dios, tengo familia… —exclamó, pero Malén no lo escuchó. No comprendía sus palabras, pero sí distinguía claramente el miedo que empapaba su voz conforme el hombre ensuciaba sus calzones llenando así el aire de un olor putrefacto.

—Mi madre no merecía morir por tu mano, demonio. —fue todo lo que dijo, hundiendo lentamente la hoja de la lanza en su cuello. El hombre intentó quitar la hoja de su carne, pero ella siguió, implacable, penetrando tejidos hasta que el hierro atravesó la tráquea y el soldado comenzó a ahogarse con los ojos desorbitados y la sangre llenó su boca y nariz.

Fueron largos minutos los que agonizó hasta que finalmente sus ojos quedaron fijos en el cielo. Malén quitó la hoja de su garganta y lo observó desde su altura con el rostro sereno. Esperaba que la muerte de ese hombre terminara con su dolor, pero no fue así. La injusta partida de su madre y hermano nonato seguía doliendo como un cuchillo en su corazón, pero al menos tenía el consuelo de haberlos vengado. Aunque aún no terminaba. Seis yacían muertos a su alrededor, pero cuatro continuaban con vida. Alzó la lanza y se apoyó en ella siguiendo los pasos de los soldados fugitivos sin prisas. Pumas, huemules y aves la siguieron en silencio como si se tratara de su pequeño ejército.

—Seis cayeron. —dijo en voz alta, clara. —Faltan cuatro…

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“Sí, soy un mito. Un mito muy especial que se crea a sí mismo. Las mejores mentiras sobre mí son las que yo mismo he contado”.

La espada hacía presión sobre el cuello. Su mirada no se apartaba del suelo y frente a él estaba su soberana. Los guardias no apartaban la vista de él mientras gemía en suelo, sucio y con manchas de sangre en todas sus ropas que parecían más trapos para limpiar la mesa de un carnicero que lo que habían sido originalmente: una camisa blanca y un pantalón color azul marino. —¡Habla! Y esta vez no quiero escucharte decir alguna mentira, tu vida depende de ello —la voz de la reina retumbó en toda la sala y parte de ello se debía a que en aquel colorido lugar había solo seis personas, entre ellas estaba Fernando Amorós, un hombre de treinta y dos años con la piel curtida por el sol y una estatura que superaba el metro ochenta. —Lo siento, su alteza, pero no he dicho mentira alguna, lo juro por nuestra Madre María, lo juro —Amorós rompió a llorar y la punta de la espada pareció hundirse un poco más en la piel dejándola colorada. La reina hizo una sutil señal al guardia que deslizaba el frío metal por la piel de Fernando y la espada se apartó por completo.

Amorós alzó la cabeza y la reina vio con repugnancia que una de sus fosas nasales estaba totalmente abierta por algún objeto filoso. En ese preciso momento las puertas de la entrada se abrieron de par en par descubriendo que afuera había dos hombres de armas en rotundo silencio, pero con los oídos afinados para entrar con presteza si Su Majestad se llegase a encontrar en peligro; por la puerta entró un joven de facciones un poco grotescas aunque no parecía tener más de veinte años. —¡Madre! —el príncipe hizo una reverencia cuando estaba a escasos pasos de la reina, su madre. —Tu llegada resulta de lo más oportuna. Tengo entendido que eres un lector bastante apasionado y no te dejas engañar por tonterías, supercherías —la vista de la reina pasó con malicia de su hijo, el príncipe Ciro, conocido por la plebe como “El Callado” por su furtiva y filosa mente, hacia Amorós quien había dejado de gimotear. Ciro asintió y de manera taciturna dijo: —¿De qué se trata, madre? —La reina sonrió y habló con autoridad. —Habla, hombre. Cuéntale a mi hijo todo lo que me has dicho, después tu príncipe dará un veredicto a tus palabras: si son calumnias de un marinero borracho o una verdad rotunda. Fernando Amorós tragó saliva, su frente sudaba a pesar que en ese invierno de 1522 en España el frío era sórdido y cruel. Fernando Amorós era un herrero, no tenía la fama de Don Emilio, el herrero preferido de los nobles, pero su trabajo era apreciado por su resistencia en comparación con los diseños decorativos que Don

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Emilio fabricaba para sus clientes. Cuando el cuñado de Amorós, Pedro, conocido también como El Gato, le contó en una tremenda borrachera de sus planes para zarpar hacia el Nuevo Mundo, hacia el nuevo reino de la Nueva España y de que el capitán estaba buscando a un herrero que se conformara con el posible botín, Fernando Amorós aceptó sin chistar pues llevaba un par de años soñando con zarpar y dejar su terruño una temporada y qué mejor que el destino brillante que ofrecía la Nueva España. Una semana después estaban zarpando desde Cádiz, el permiso real estaba en orden y las provisiones para un viaje largo estaban estrictamente controlado por el capitán, esas provisiones tendrían que alcanzar para las nueve personas a bordo: Fernando Amorós, el herrero; Pedro Gante, Demerio Rul, Ascencio Vaca y Severino Delgado: cuatro extraordinarios marineros que habían llegado hasta tierras hostiles al sur del reino y regresado con no más que unos rasguños; Benigno y Esequio Cruz, los hermanos encargados de preparar los sagrados alimentos, y por último Juvernón y Roberto Castañeda, el capitán y su hermano el teniente.

Las primeras dos semanas resultaron bastante estimulantes, Benigno era un as en la cocina y Esequio era un buen narrador de historias. Amorós disfrutaba de todo aquello, dos semanas más y su llegada a la Nueva España marcaría el inicio de su nueva vida, todo eso era una esperanza que comenzó a perder fuerza en su mente después de haber navegado veinte días. La primera cosa extraña que sucedió fue cuando Ascencio creyó haber visto a la distancia una mole de tierra dispersa en islotes. Cuando el navío llegó a la zona del avistamiento algo parecía moverlo y zarandearlo un poco. Amorós tragó saliva, algo muy habitual en él cuando sentía miedo. Por la proa Juvernón caminaba junto a Amorós. —Seguro que se trata de algún delfín o alguna ballena curiosa —y en ese preciso momento un sonido gutural, profundo y salvaje se escuchó con fuerza. El sonido pareció inundarlo todo en medio de aquella calma azabache que solo era rota cuando la luna se asomaba entre las nubes del cielo nocturno. El sonido se convirtió en un rugido y las antorchas llegaron a la proa. —¿Qué ha sido eso, mi capi-

tán? —preguntó Severino, y en medio de aquella macilenta oscuridad atropellada por la luz de las antorchas el rugido se escuchó con más claridad. —Eso no ha sido una maldita ballena, Juvi —sugirió nervioso su hermano Roberto.

—No, eso no ha sido una maldita ballena —repitió sombríamente el capitán Castañeda. El resto de la noche pasó tranquila, lo que sea que fuere aquello que merodeaba el barco había perdido el interés, aparentemente. Dos días después, cuando los ánimos volvían a elevarse el rugido se escuchó cerca y en pleno día. Amorós salió a la proa y buscó con su catalejo el origen de aquel sonido turbador, la luz del sol era una aliada y así fue cómo sucedió, así fue cómo Amorós, el capitán y su hermano el teniente pudieron ver a no más de treinta metros una criatura enorme, tenía el tamaño de una ballena mediana, pero el color de su piel era de un verde oscuro brillante, su cabeza tenía la forma de un lagarto y sus ojos eran brutalmente hostiles. Amorós pudo ver cuando la bestia abría las fauces y mostraba un par de hileras de dientes enormes, blancos y largos como un hueso de la mano.

—¿Qué carajos es eso?—preguntó Demerio cuando se unió al grupo de asombrados hombres que observaban cómo aquella bestia se hundía y avanzaba visiblemente hacia el navío. Un golpe fuerte derribó al capitán y su hermano trató de buscarlo en medio de aquella parafernalia de olas, cosas rodando por la cubierta y gritos de los demás hombres.

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Nada, no había señales del capitán. La bestia cesó su ataque y el barco quedó inmóvil, callado en aquella entenebrecida escena donde no había escapatoria. —¿Acaso eso era un tiburón? —preguntó Demerio. —No seas estúpido, eso no era un tiburón, parece que eres un niñato por primera vez… —y un grito se escuchó cuando Roberto reprendía a Demerio por su estúpida suposición. Era la voz del capitán Castañeda. Su hermano Roberto corrió y cuando llegó a uno de los extremos pudo ver a su hermano nadando, pero también pudo ver que más allá la bestia se acercaba a escasos metros de la superficie, silenciosa, directo al capitán Juvernón. Amorós acudió al lugar donde el teniente Castañeda veía aquella escena de pesadilla, la bestia ascendía mientras abría sus fauces engullendo por completo al capitán. En ese momento el príncipe Ciro detuvo la narración de Amorós.

—¿Estás mintiendo? —preguntó con el ceño fruncido, en su rostro se veía la desesperación de creer esa historia, cosas de las que solo había leído pero nunca escuchado de la voz de algún testigo. Historias de espectros, de luces en el cielo, de criaturas terriblemente grandes que se deslizaban por las aguas de los mares, algo que lo hiciera salir un poco de la rutina erudita a la que estaba entregado día y noche.

—Es todo cierto, Su Majestad —dijo Amorós apesadumbrado. El príncipe asintió, pero su madre lo interrumpió. —Esta historia se está alargando demasiado, cuéntale lo que sucedió después. Ya todos sabemos que aquella bestia jamás volvió a aparecer, una bestia con cabeza de lagarto y un tamaño descomunal, como de una ballena. ¿Estoy en lo cierto? — Fernando Amorós asintió con la vista fija en el suelo. —Entonces cuéntale a mi hijo lo que pasó cuando llegaste a tierra firme, marinero.

El viaje a tierra firme duró más de cuatro semanas, la pérdida del capitán tenía perplejos a todos. Pero la promesa de tierra firme era buena, cálida. Pedro y Ascencio fueron los primeros en alejarse bastante del grupo una vez que el campamento se hubiera montado. No había señales de nadie, de nada.

—¡Oro! ¡Oro! —era la voz de Pedro, en sus manos cargaba un par de objetos metálicos que destellaban con el sol. Detrás de él venía Ascencio corriendo agitado y con el rostro atiborrado de miedo, sus ojos estaban abiertos de par en par.

—¡De prisa, busquen un escondite, de prisa! —Ascencio jadeaba y por fin dijo: —¡Un gigante! —.

Una mole enorme arrancó el follaje de una palmera, los cocos salieron disparados por el cielo con aroma a salitre. Lo segundo que salió disparado fueron Pedro y Ascencio al mismo tiempo, el pie de gigante los arrojó a una distancia larga y cuando sus cuerpos cayeron el sonido resultó desagradable, como un recipiente de tela lleno de agua que se revienta. El teniente salió con paso flojo, con resignación en su rostro; todo indicaba que aquel viaje estaba maldito, algo o alguien se interpondría en el final feliz. Se acercó despacio hacia el gigante que detuvo su marcha cuando un minúsculo teniente se detenía frente a él.

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El gigante alzó su pie y desparramó por la arena la sangre y vísceras del teniente. Benigno y Esequio comenzaron a correr hacia el navío con la esperanza de refugiarse de aquel coloso salido de una tierra desconocida y salvaje.

—¡Ave María! —dijo en voz baja Amorós cuando una roca de buen tamaño sepultó a los hermanos Cruz. Severino se quedó congelado y comenzó a rezar el padre nuestro, pero la mano del gigante lo sujetó con fuerza y sus dientes amarillos separaron su cabeza del cuerpo, y otra mordida separó la cintura de los pies de Severino. Una espada herrumbrosa se hundió en la carne del gigante. La reliquia familiar de Demerio hizo aullar al gigante mientras Fernando Amorós corría hacia el navío anclado, nadó y subió. Cuando estaba tratando de encontrar con la vista vio que Demerio nadaba mientras el gigante se quitaba la espada de su flanco izquierdo.

—¿Y qué pasó después?— interrumpió impaciente el príncipe Ciro.

—Se ahogó, Alteza, Demerio se ahogó —la mirada de Amorós no se apartó de los botines de Su señor y príncipe.

—¿A esa profundidad? Mientes, marinero —sentenció el príncipe. Lo que no quedó claro para la reina era saber si aquello se refería a toda la historia contada por Amorós o la parte final, el ahogamiento de Demerio. El príncipe Ciro detuvo con una mano la palabrería que Amorós estaba soltando.

—¡Calla, marinero! Has demostrado dos cosas: que eres un mentiroso y los mentirosos suelen decir lo que sea para salvar su pellejo. Tomaste el navío y mataste a Demerio, en caso de que todo lo demás haya sucedido. Como sea, si no mataste solo a Demerio, seguro que tu historia del gigante y la criatura marina es una mentira. Quizá mataste a todos para salvarte por la escasez de comida.

A la mañana siguiente, en una pica frente al área de torneos, una cabeza cercenada y con una expresión de tristeza se cernía seca y atemorizante: era la cabeza de Fernando Amorós.

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“Se alquila lazarillo” dice un gigantesco letrero colocado sobre el edificio más alto de la calle principal de la ciudad. Cualquiera asociaría de inmediato este término con la ceguera, pues es harto conocido que el lazarillo es aquella persona o animal que presta ayuda a un discapacitado, por lo general invidentes. Cuántas veces hemos visto escenas de un perrito, de preferencia uno de raza labrador retriever por su docilidad y gran obediencia, guiar a un ciego. Muchas. Así que quien lea este aviso quizás se cuestione acerca de la inteligencia del publicista porque cómo un ciego, a quien supuestamente va dirigido este anuncio, lo vería, pero hay que tener presente que los ciegos no son los únicos discapacitados, además son otros tiempos y por lo tanto también con ello surgen otro tipo de discapacidades, como la provocada por el excesivo uso de la tecnología, por ejemplo, pues quienes padecen esta adicción viven tan pendientes del celular que ya ni siquiera ven por dónde caminan y paran accidentándose a cada rato o chocando contra otro de similar condición, por mencionar los más ligeros síntomas. Por eso se creó la “Agencia de Lazarillos para Personas Tecnófilas”. Palabra inocua para nombrar a los adictos a los smartphones, tablets, videojuegos y demás. Ya sabemos cómo son de sensibles las personas de esta generación. Aunque cuando determinado objeto o producto es utilizado de forma masiva deja de ser una adicción y se convierte en una moda y algunas modas se imponen tanto que llegan a convertirse en parte de una sociedad. Y esto pasó con la tecnología. Muy pocas personas quedaron fuera de su tiránico imperio, y una de ellas fui yo, Randolph Wallace, fundador de la agencia.

Es una máxima de la mercadotecnia que todo producto o servicio nace de una necesidad, y yo decidí aprovechar la oportunidad. No me llamen interesado pues el sistema económico se alimenta de las necesidades. Sin necesidad no se tendría que trabajar, sin trabajadores las empresas quebrarían, sin empresas no habría productos y todo colapsaría. Nuestra sociedad depende de la necesidad para desarrollarse, es parte del sistema, como una gran cadena alimenticia, solo que, acostumbrados a vivir así, no nos damos cuenta. Nuestros lazarillos cumplen diversas funciones dependiendo de su categoría. Están los de la Categoría C (Ciego mental). Estos solo prestan sus servicios a personas que aún no han sido absorbidas del todo por la tecnología, pero presentan ciertas dificultades al momento de desplazarse como, por ejemplo, tropiezan con algún desnivel, colisionan con otras personas, no ven el semáforo y corren el riesgo de cruzar en rojo y ser atropelladas o no hacen caso cuando un conocido les pasa la voz por la calle.

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Los lazarillos de la Categoría C les ayudan a caminar sin problemas mientras ellas siguen absortas en sus pantallas. Alertarán de algún fallo en el piso, detendrán su avance cuando el semáforo enrojezca y les avisarán con un ligero tirón en el brazo de la presencia de algún conocido y así no quedarán mal. Luego están los de la Categoría B, (Brutos. Esta expresión solo es usada de forma interna entre los miembros de la agencia para evitar resentimientos).

Las personas que integran esta categoría ya presentan cierto déficit intelectual considerable, aunque no grave. Su habla es lenta, algo alienada por la infinidad de videos que miran donde casi siempre hay personajes extranjeros. Oyen reggaetón, que para ellos es la melodía suprema, disfrutando las letras misóginas y sexuales con sumo placer, casi se diría experimentado el Síndrome de Stendhal. A veces olvidan dónde dejaron determinadas cosas, mas no dónde está su teléfono y es obvio porque jamás se separan de él, ni para ir al baño, y suelen demorar horas en este ambiente al perder la noción del tiempo.

Si se olvidaron de la definición de alguna palabra ellos les dirán cuál es. También les recordarán la ubicación del objeto extraviado. Controlarán el tiempo necesario de permanencia en el baño y tocarán cuando sea el momento de salir. Cuando hablen un dejo impropio al lugar de procedencia corregirán de inmediato a fin de evitar ese desagradable sonido producido por la mezcla de varios idiomas sin pleno dominio de estos. Ayudarán en algunas tareas del hogar poniendo énfasis en la cocina. De forma sutil colocarán música clásica, jazz, blues y hasta un poco de trova para revertir los efectos nocivos del reggaetón y, si los clientes se rehúsan a ello arguyendo desagrado, dirán que es la música que ellos escuchan y no se les puede prohibir escuchar música.

A parte de presentar los problemas iguales a los de la Categoría A, estas caminan por la pista en vez de ir por la vereda, caen a buzones, se suben al carro equivocado, confunden la sal con el azúcar, se les quema la comida, publican nimiedades como el evento más extraordinario sobre la tierra, entre otras acciones. Los lazarillos de Rango B tienen la gran tarea de suplir estas falencias.

El último nivel, que es el primero por ser la versión premium, es el Rango A (Acéfalos), denominado así porque quienes están aquí parecieran no tener cerebro. Es el caso más grave pues todas sus actividades dependen íntegramente del celular y si alguien no se hace cargo de ellos pueden llegar a morir. Su capacidad neurológica está tan deteriorada que ya ni la simple aritmética del 1+1 puede ser resuelta por sus cerebros. Deben tomar la calculadora para ello. Dejan de comer y hasta de dormir por estar pendientes del teléfono. Si se les desconecta tan solo un segundo de este aparatito les da una crisis devastadora. Pueden hasta suicidarse con lo que sea que tengan a mano si no se les devuelve de inmediato. Nos pasó una vez con un adolescente cuya identidad respetaremos. Su celular se descargó y nuestro lazarillo, quien se encontraba cocinando, no pudo acudir de inmediato a auxiliarlo, pues al llegar a su lado la vida de este ya se iba en un torrente carmesí a través del forado que se había hecho en la garganta con el cuchillo para untar mantequilla. Este suceso debió mellar la reputación de la agencia, pero solo provocó que más personas adquirieran nuestros servicios al darse cuenta de lo vulnerables que eran con el uso de la tecnología. Quienes necesitan este paquete premium ya ni hablan, solo balbucean. A las justas recuerdan sus nombres.

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Tampoco prestan atención a sus necesidades fisiológicas. Es por eso que nuestros especialistas de esta categoría son profesionales de la salud, de preferencia enfermeras o enfermeros altamente capacitados porque deben realizar una asistencia total a tiempo completo, como si fuesen inválidos, desde alimentarlos, hasta cambiarles los pañales pues se concentran tanto en el teléfono que prefieren hacerse ahí mismo antes que perder tiempo yendo al baño.

Estos lazarillos también deben portar baterías externas para proveer de energía a sus celulares antes que ocurra un caso similar al mencionado. Movilizan a sus pacientes en silla de ruedas dado que estos ya no pueden coordinar sus movimientos debido al gran daño cerebral causado por la alta exposición a las ondas electromagnéticas. Hablan por ellos como si fuesen ellos mismos ante su pérdida total del habla, y cada noche deben administrarles potentes somníferos en cantidades exactas, casi grandes dosis para que puedan conciliar el sueño y a veces, si su ensimismamiento es demasiado profundo deben aplicarles enema y así puedan alimentarse.

No sé cómo vaya a terminar todo esto pues cada vez son más las personas que adquieren este paquete, a mí me conviene ya que mi imperio crece y mi fortuna va camino a convertirse en una de las más grande del país, pero a la vez me preocupa porque a este ritmo todos serán absorbidos por la tecnología y no quedará nadie que puede valerse por sí mismo, ni siquiera los lazarillos porque al cerrar el informe de ayer, en uno de los registros de ingreso a la Categoría C figuraba el nombre de uno de nuestros trabajadores.

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Palabras de amor le susurras en cada aurora, cuando la ves dormida con su cara en la almohada, y en el sueño suspira como si del verso fuera autora, con sonrisa de luna de princesa enamorada.

Su pelo dorado como el trigo sobre la seda descansaba, en las sábanas blancas como la nieve perlada, y un rayo de luz pálida ilumina su piel sonrosada, entre suspiros de amor su pecho temblaba.

La noche convida un silencio atronador, los jazmines perfuman la encubierta estancia, los amantes abrazan sus cuerpos con pudor, y los violines entonan baladas de amor en la celestial esencia.

Caen perlas de lluvia de su boca desierta, repiquetea en los cristales tapados con el velo, cierra la ventana que el hielo abrasador la despierta, y cubre su desnudez con el manto de terciopelo.

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Isabel Hernández
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I Bella pajarita un día Cuando la luz despertaba, Alegre y feliz volaba Cantando con alegría.

II

Pero de pronto al volar Su alegre vuelo detuvo, Su alegre cantar contuvo, Y se puso a contemplar.

III

Muy cerca en una ramita A un afable pajarito, De un plumaje muy bonito Pero de triste carita.

IV

Pensativo se veía

Con su plumaje esponjado, Muy triste le parecía, O quizá estaba enojado.

V

Qué pájaro tan odioso, Solo de verlo deprime, Requiere alguien que lo mime Y le quite lo orgulloso.

VI

Fue el pensamiento que tuvo, Pero así, sin darse cuenta, Se sintió un poco contenta Y un presentimiento tuvo.

VII

Aunque no lo comprobó Cuando ella se fue volando, wPensó decirle cantando Que algo en él la cautivó.

108 (ROMANCE DE DOS PAJARILLOS)

VIII

El pajarito lo supo, Porque cuando ella observaba, De reojo la miraba Y en regocijo no cupo.

IX

Raudo la fue siguiendo Con su plumaje brillando, Con su pico dibujando Un corazoncito ardiendo.

X

Así conoció su nido, Se escondió en follajes viejos, Y observando desde lejos Pasó desapercibido.

XI

Muy temprano regresó Y se paró en la ramita, Le entregó una florecita Que en su piquito llevó.

XII

Desde ese precioso día, Se le quitó lo enojado, Ya aquel plumaje esponjado Muy brillante relucía.

XIII

La alagaba por bonita Y la logró convencer, Serás mi único querer, Tú, mi hermosa pajarita.

XIV

Y una bonita mañana Dibujó en papel de estraza, Un arbolito… su casa, Y una rama su ventana.

XV

Echó al vuelo un pensamiento Y fue a verla muy temprano, Yo quiero pedir tu mano Y me siento muy contento.

XVI

Sus padres lo conocieron, Muy poco lo habían visto, Pero ya estaba previsto Y su mano concedieron.

XVII

Felices los dos partieron Volando el mismo camino, Unidos por su destino, Y sus vidas compartieron.

XVIII

Muy pronto los dos vivieron Esa etapa tan bonita, Su nido era su casita Y pajaritos tuvieron.

XIX

Mas felices se pusieron Y fuerte se motivaron, Sus alas se reforzaron Como alguna vez lo vieron.

XX

Hoy como antes ellos fueron Son sus bellos pajaritos, Sanos limpios y bonitos, Así como ellos quisieron.

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José Luis Monge Solorio

OTOÑO MARRÓN 145

Otoño marrón te vi, Vi el tostado de tus milpas, Vi la lluvia de tus hojas Al aire feliz volar. Se asemejaban mil sueños, Y los míos pude ver En tu manto de soñar, Tratando de no caer.

Otoño marrón te vi, Y me robaron los ojos Tus hojas secas que en manto Volaban cerca de mí.

Después las vi ondular lejos Y allá a lo lejos caer, Caer como muchos sueños Y volverse a levantar, Señal de que se despiden Del otoño que les dio, Las copas verdes de un árbol En donde verdes las vi, Levantábanse otra vez Para volver a volar, Y así soñando de nuevo Su paseo continuar, Volar soñar y volar, Volando y así soñando Volverán los verdes sueños Y maduros se pondrán, Hoy esos sueños se quedan Igual verdes que maduros, Y alternando risa y llanto También me dejan suspiros.

Otoño marrón te vi

Con tus hojas y tus flores, Y conservaré el recuerdo Navegando en la nostalgia, De tus tardes de colores.

Otoño marrón te vas

Y en tu manto de hojas secas

Volátil, triste y muy seca

Mi imagen frágil yo vi. Manto marrón del otoño

En tus hojas entreví, Felizmente transformada Mi alma en hoja junto a ti.

Recuerdo también el árbol En donde muy verde fuiste, Y que contando los meses Esperándote estará.

Hoy volando te despides Del otoño de colores, Y en mi dejas el recuerdo De su luz y de sus flores.

Adiós manto de hojas secas Adiós otoño marrón, Esperando en la nostalgia Dormirá mi corazón.

Soñará con tus llanuras De tonos multicolores, Se recostará en tus flores Brillantes tersas y puras.

Dormido estará esperando Por tu añorado regreso, Por ti musitando un rezo Tu verde y marrón soñando.

Soñará con los olores De tersas flores y anís, Con las tardes de colores Y el pelillo verde y gris.

Otoño que verde fuiste Me diste siempre como eres, Los mismos atardeceres

Cuando marrón te volviste.

Soñando también contigo Tus flores color violeta, Esperan pronto tu vuelta Viendo hacia el este conmigo.

Pero hoy a ti consagrada Y entre las hojas contigo, Se va mi alma entrelazada, Y tu atmósfera soñada Se queda a vivir conmigo.

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PAJARITO GRIS 147

I

En un nido de pajita Habitaba un pajarito, De larguirucho piquito Con su mamá pajarita.

II

Siempre a diario revisaban El crecer de las plumitas, Que más grises se tornaban Y formaban sus alitas.

III

Todas las tardes cantaban Esperando que crecieran, Sus alitas y pudieran V olar como lo soñaban.

IV

Soñaban que una mañana Despertaban y volaban, Y por la tarde miraban Teñirse el cielo de grana.

V

Soñaban que alto volaban Y que el blanquiazul destello, Del cielo y todo lo bello De la vida disfrutaban.

VI

Soñaban y despertaban Despertaban y cantaban, Si sus ojitos cerraban Volando se imaginaban.

VII

Por fin llegó esa mañana, Es hora que te despiertes, Tus alitas ya están fuertes

Le dijo su madre ufana.

VIII

Él se miraba nervioso, Ella lo tranquilizó

Sus dos alitas besó, Era un momento glorioso.

IX

Al vuelo los dos se echaron Cantando con tonos suaves, Saludaron a las aves

Que en su camino encontraron.

X

Siempre alerta ella lo guiaba Muy atenta de su vuelo, Su mamá llena de anhelo Con orgullo lo miraba.

XI

Buscando algo de alimento De un charco cerca bajaron, Él saltaba de contento Mirando lo que encontraron.

XII

Mientras muy cerquita de ellos Dos ojos los vigilaban, Eran verdes y muy bellos Y muy fijos los miraban.

XIII

Incapaces de sentirlos Tampoco pudieron verlos, Nadie pudo prevenirlos Avisarles o esconderlos.

XIV

Un cuerpecito sintió Cuatro garras afiladas, Profundamente clavadas Y pronto se obscureció.

XV

Un frío helado sintió Y quedó inmovilizado, Aquel granito buscado Ya nunca se apareció.

XVI

Su madrecita voló Incapaz de defenderlo, Sobre un árbol se paró Jamás volvería a verlo.

XVII

Por mucho lloró y lloró La tristeza la mataba, Su corazón no aceptaba Y llorando se alejó.

XVIII

Con un canto al cielo oró Ya su hijo había quedado, En las fauces capturado Y nadie lo defendió.

XIX

La vida era tan bonita ¿Por qué él no pudo vivirla? Pidiendo al cielo extinguirla Levantaba su carita.

XX

A partir de esa mañana Regresa al mismo lugar, Nunca para de llorar El llanto siempre le gana.

XXI

Muy cerca de aquel charquito Espera que aquellos ojos, Que los imagina rojos La trasladen con su hijito.

XXII

La vida ya no le importa Es una pesada carga, La ve demasiado larga Pero el cielo no la acorta.

XXIII

Con una tonada bella Muy cerca de aquel charquito, Ella sueña que su hijito Muy pronto vendrá por ella.

XXIV

Siempre llega sin faltar De mañana y por la tarde, Y no para de cantar Hasta que el pechito le arde.

XXV

Los ojos verdes bonitos Nunca más se aparecieron, Su objetivo ellos cumplieron Pero quedaron malditos.

XXVI

Ya hace tiempo que voló Y jamás ha regresado, Ya mucho tiempo pasó Ya el charquito se ha secado.

XXVII

Muchas plumas han regado Nadie la ha visto pasar, Solo se escucha un cantar Junto al nido abandonado.

XXVIII

Es un sitio desolado Y en la noche al caminar, Se escucha un ave cantar Con trino desconsolado.

XXIX

Aunque se fue la alegría Y el nidito con el viento, Ir y venir cada día A los tres en mi alma siento.

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PARAJE 158

Son tus montañas verdes de azules matizadas Un panorama vivo porque oyes y respiras, Y porque atento vives cuando a tu izquierda miras Tus milpas verde obscuras, maduras y espigadas.

Se percibe aquel mundo que alegre gira y hiere Donde encierras y guardas todo el tiempo pasado, Que infatigable gira, que vive nace y muere Y que se muestra siempre completo y renovado.

Cuando pendiente miras y a la derecha giras Sobre la fucsia manta de bellos girasoles, Como cegante lustre brillar de dos mil soles Contraste y brillo, magia, color es lo que miras.

Pareciera que avanza veloz de este a oeste Caminando entre nubes, mezclando sus colores, Abrazando a la bruma pintada de celeste El reflejo violeta hechicero de las flores.

Cuando cierras tus ojos verdes, vaga y percibes, Ese aroma fragante de olor sin par que abraza, Que muy lento se esparce en la tarde ámbar que traza La llegada al área del cielo donde vives.

Mezcla de anís y pino deslizase en tu sierra Y espárcese por ende a través de tu llanura, Evocando con ello al recuerdo que perdura Tu original fragancia es que brota de la tierra.

Cuando tú abres los ojos y miras hacia el suelo, Como en un largo sueño contemplas asombrado La fértil superficie de un suelo no igualado, Para muchos anhelo y para otros desconsuelo.

Pareciera que al mundo de la magia te adentras Porque es mágica y tersa la alfombra en que parado Dos mil verdes plantitas de anís te han atrapado, Es tan real la forma en que vives y te encuentras.

Paraje: un gigantesco manto ha sido creado, De cielo azul brillante y fondo de verde y pardo, Arte sin par plasmado hermoso cuadro pintado Es el que en mí tú enmarcas como el retrato amado, Del paraíso al que amas, que amo, que sueño y guardo.

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Cielo, Vuelo, Viento, Horizonte y Mar 164

De primavera es hoy y de mayo un día De sol, mar, y de un viento fuerte y frío, Que ofrenda un paisaje que siento mío Que irradia alegría y melancolía.

Sol, olas, espuma y arena fría Corriente de un sur como sotavento, Marea creciente que canta al viento Con un tono grave y genuino brío.

Espejos parecen que dejan ver En única y mágica agrupación, De aerodinámica formación A cinco pelícanos emerger.

Pelícanos grises que van volando En ruta con un vespertino vuelo, La mágica estela que van trazando Es flecha volátil que cruza el cielo.

La magia y el arte se ven volar, Más magia en el cielo se ve venir, Porque hoy nuestro entorno quiere decir, Cielo, vuelo, viento, horizonte y mar.

En tanto de un viento su risa impía Resisten las palmas el cruel dolor, Y en ardua batalla y con pundonor A gitan sus copas con valentía.

Yo estoy admirando el grandioso mar Y como sus olas al vendaval, Oscilan enormes con ritmo anual Bañando de espuma en su reventar.

Cambió el horizonte ya su color En medio de un frío que va a crecer, Se tiñe el celaje con un rubor Que todo captura en su atardecer.

Con el horizonte por gran ventana Se impone grandioso el atardecer, Vi hoy magia, mar, luz desde en la mañana, El cian horizonte y el sol caer.

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A veces quisiera ser Como un veloz pajarillo, Que en su diario amanecer, Puede salir y volver A su querido nidillo.

Porque así podría ver El origen de la vida Y ver la infancia querida Cuando se empieza a crecer.

Alitas de un pajarillo Del más pequeño que existe, Renazcan en mis espaldas Para yo poder volar. Para poder regresar, Para ir y poder venir Sobre el camino del tiempo.

En nuestro nido querido Que el tiempo ha dejado atrás, Llorando están los recuerdos Que dejamos al partir. Cantando están los recuerdos Que quisiéramos vivir.

Alitas de un pajarillo Que a diario vienen y van, Llévense con su alear A mi débil corazón. Porque anhela percibir Lo que es poder revivir, La grandeza de sentir, Que al nido donde nació Siempre puede ir y venir.

Alitas de un Pajarillo 246

Alitas de un pajarillo Aleen en mi interior, Porque su aleo es la vida Que volando solo va.

Alitas de un pajarillo Que aletean junto a mí, Invitándome a seguirlas Invitándome a salir. Aleen más fuerte ahora Que yo las quiero seguir, Aleen que mi alma añora Su destino compartir.

Alitas de un pajarillo Su fuerza quiero tener, Para del querido nido Poder salir y volver. Igual yo quiero volar Quiero poder alear, Para al añorado nido Poder ir y regresar.

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LIBÉLULA 99

Reflejos de luz que trillan Cuatro alitas transparentes, Hermosas e independientes Que bello en mis ojos brillan.

Son la imagen de este día Que iniciando la mañana, Y a través de la ventana Fascinado yo veía.

Mi libélula brillante, Mi odonata primitiva, Veraniega fascinante Tu figura me cautiva.

Porque mi ficción te adora, Si yo imitarte pudiera, Contigo a volar me fuera Mi mágica voladora.

TERESITA 177

Teresita es la estrellita Que hoy brilla en el firmamento, Y su corazón contento Destella intenso y palpita.

Cada uno de sus destellos Llega a muchos corazones, Convirtiéndose en millones Cuando se mezcla con ellos.

Por eso al llegar el día Y partir la madrugada, La mañana de alegría Luce más iluminada.

El alba ya está de pie

Con su corona amarilla, Teresita ya se fue, Pero a donde vaya o esté Siempre por la noche brilla.

MI CABALLITO DEL DIABLO, MI SER ESPECTACULAR 19

Mi caballito del diablo Mi Ser espectacular, En mis sueños yo te hablo Y no quiero despertar.

Son las mágicas alitas De tu singular figura, Transparentes y bonitas, La imagen de la dulzura.

Invítame a navegar

En mi sueño más profundo, Tu maravilloso mundo Quiero contigo explorar.

Mi Caballito del diablo, Mi ser espectacular, Ni dormido ni despierto Te dejaré de admirar.

Que se haga esta noche larga, Que retrase su acabar, Porque si tarda y se alarga Yo más te podré soñar.

Pero si pronto amanece, Que muy pronto se obscurezca Y en la noche que aparezca, Yo te volveré a soñar.

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MAR (Llanto y risa de espuma) 113

Cuando el mar está triste, baja y llora, Y con sus blancas lágrimas de espuma Coincidiendo preciso con la aurora Alivia ese dolor que fuerte aflora, Liberando sus penas una a una.

Sus sollozos se escuchan en rumores Con un salobre llanto que lastima, Y todo el que buscándolo se arrima, Le causa más pesar y más dolores... Cuando el mar está triste nada rima.

Cuando el mar está alegre, sube y canta, Y en la blanca sonrisa de su espuma Libera una felicidad que imanta, Y que en cada ola que a la bruma esfuma Comparte con el sol y se abrillanta,

Con una gama pura y cristalina Su alegre risa en su rumor se escucha, Rumor que alienta al que jovial camina En tersa arena y tempranera lucha Buscando el aire que descontamina.

Mar azul de imponente impar grandeza, Eres magia, das vida y no lo notas, Y con frío aún, con risa o con tristeza, Diariamente llevas a su mesa El ansiado alimento a las gaviotas.

Mar, rumor del alma, de llanto y risa, Si lloras manda el llanto por las olas, Ellas lo alejarán a toda prisa, Y si ríes, regálale a la brisa Una sonrisa cuando estés a solas.

Escarabajito de oro Inspiración del amor, De nuestros bosques tesoro, De mi tierra alumbrador, Con mi corazón te lloro No te vayas por favor

LUCIÉRNAGA 105

Escarabajito de oro De la noche alumbrador, De los poetas tesoro Inspiración del amor.

La magia del esplendor, Son una alumbradorcita Y un cocuyo volador, Una hermosa parejita.

Larvitas que fantasía De color al navegar, Dejan en la travesía De su nocturno volar.

Mi bella alumbradorcita: Tú que no puedes volar Pósate sobre una hojita Con tu simpático andar.

Y postrada en la ramita Noche a noche sin faltar, Enciende tu lamparita Con su mágico guiñar.

Así te podrán mirar Durante su apuesto vuelo, Los machos en el volar De su diario trasnochar, En el verano de celo.

Hacedor del esplendor De una noche alucinante, De magia sueño y color Lampiridito brillante.

Maravilla del color, ¿De dónde es la luz que obtienes?

¿Qué es, cómo y en dónde tienes tu mágico apagador?

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Crónica de una lámpara encendida en un auditorio vacío

Hubo demasiado ruido en el silencio, me impidió exponer la polémica.

Mi título fue un fracaso “concreto” y “llamativo” usé la retórica de la improvisación. Gestos: agradecimientos sin palabras.

El mensaje principal:

“Corrobora la evidencia”. La información necesaria: Enfoca atractiva verborrea.

Desde mi punto de vista; “tomar la palabra a calzón quitado”, para las investigaciones ficticias; certifica una excelente exposición.

En esa oportunidad lo “preciso” y “atractivo” enervó el interés de la audiencia jadeó y aplaudió porque terminó.

Para concluir la charla corregí a tiempo la tristeza, resté la esperanza,

volví al objetivo del trabajo dejé de lado la poesía e incluí oraciones breves apagué la bombilla. para resumir lo incierto.

(De Fábrica de poesía).

38 Byron Carrión

Coartada

Tuve tiempo de salvarme entre tus sueños desbordados, de escapar a tus campos y con el albedrío lavarme las manos.

Tuve tiempo de arrepentirme pero mi pecho es un botón roto que pende de un hilo.

Tuve tiempo de voltearme a tus advertencias la fiebre es el amor que te retuerce a la madrugada.

Tuve tiempo pero lo eché al río como una moneda o “anormal deseo” zapateando en el aire antes de caer del lado menos favorecido.

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A última hora nos acordamos de pedir perdón de ayudar y sostener la mano y abrazar el suspiro del alma como si amanecer en vela a costa de agonizar las penas y la soledad espasmos y convulsiones nos delatan que somos hechos de nada y que la nada misma nos enterrará que los cuadros, teatros y calles con nuestro nombre será una dirección que nadie recuerda que en nuestra muerte esconde en los otros las risas camufladas entre las tristezas y así una lista larga y a última hora todos queremos decir para no cargar mientras el nombre balbucea sus últimas palabras para pedir consuelo y el ultimo abrazo, el último beso y la última palabra lo que nos importa es dejar que nuestros pasos nos revivan nuestro camino sea lleno de calvarios y primaveras cubierto de medusas en el cielo

el libro de nuestra vida sea el ladrillo que sostiene el velador de la medicina y que nos aferremos al capricho de desempolvar el augurio de la sed beber un trago de agua saciar el hambre con una sopa de letras que nos renuevan resbalar y volver a caer hasta que no haya piso para ponerse de pie.

40
Expira

A PB

La poesía es una isla entre silencios

El cañaveral verde en medio de las montañas.

El poema es aquello que arruinamos para crear.

El arte mayor prefiere los versos en un link corto.

El alfiler perdido entre la paja pende del hilo de tu pijama.

Los riffs/solos/arpegios/rasgados son palabras del sonido.

Hay poesía más allá de la vida y vida más allá de la poesía.

La mejor solución a los problemas de creación es no tenerla.

Un país de palabras sin letras, un círculo armónico del silencio.

Una letra firmada por ejemplares de atardeceres sin canjear.

Un patojito corriendo tras tus huellas cuando cierras la puerta.

La poesía es el disco que escuchaste en la tienda que ya cerró.

Las palabras son sacos de yute llenos de semillas en el corral.

El amor es un eco floreciendo en la luz de tus ojos a la madrugada.

¿Quiénes fuéramos con el poema y qué hiciéramos si ya lo escribiéramos?

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TAURUS – Poema –

Con corazón saturado que estaba lleno de sueños labré versos en beleños para loar a un astado un bravo macho alzado el de la historia magnífica que también es muy terrífica que quizá nos mete miedo y nos encaja el denuedo, esta historia no es pacífica.

Por allá por el Neolítico hace muchos, muchos años en Inglaterra de antaños hubo un animal muy crítico y no, no era algún mítico fue un animal muy grande con un testuz que comande y que llene de pavor y que tiene cierto olor elocuente que se expande. Este animal cornado no se quedaba muy quieto era un animal inquieto que viajaba a todo lado era un rey coronado la ira lo trastornaba iracundo resoplaba no había otro como él una furia era su ley por las praderas viajaba.

Y llegó la Edad del Hielo bien se pudo desplazar al continente, un lugar que le pareció un cielo

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HUGOLINA G. FINCK

blanco como tenue velo en lo que hoy es Europa se desplazó con su tropa muchas tropas separadas no manchaban conjuntadas para buscarse la sopa.

Por toda Europa marcharon en aquellos tiempos blancos miles de años a bancos de nieve y hielo pisaron algunos desbarrancaron, pero caminando firmes las manadas sin urdimbres llegaban a sus destinos sin mirar sus desatinos con la historia lo confirmes.

Es animal imponente de muy fuerte cornamenta impone, se mira cruenta esa testuz nunca miente par de cuernos, elocuente con la gran mirada fiera anterior a nuestra era y su poder majestuoso que no da ningún reposo velocidad de pantera.

De aquella era los hielos le trazaron mil caminos por Europa sus destinos para esos cuernos fieros animales los ligeros los que cruzando estepas las heladas insurrectas nevando en todo rincón no afligían el corazón de los bravos en tormentas.

Poblaron lo que es Europa en miles de años lo hicieron así fue como vivieron y hasta las islas la tropa llegó en zona remota cruzando mar congelado Creta les dio albergue helado porque tenía pastos verdes “Come, aquí nunca pierdes” dijo a todo el ganado.

Desde Inglaterra hasta Creta los rebaños bien llegaron casta y bravura ganaron

cornamenta no discreta furia en él hasta sincreta pues ya tenía varias razas estas de Creta eran trazas de ser pasado a la historia para no perder memoria y estableció sus casas.

Parsifae la belleza miró a uno de esos toros hizo al lado los decoros entregó amor con presteza y un ejemplar realeza fue procreado ese entonces con la fuerza de los bronces con la ira y fuerza bruta Minotauro es absoluta fuerza e ira con sus gonces.

Dédalo fue desterrado y llegó a isla de Creta esa quizá fue su meta Rey Minos entrevistado le dio cabida a su lado y le dijo construyera un laberinto erigiera para encerrar fuerte toro ese animal sin decoro que gran peligro trajera.

Minotauro fue tan fiero que hubo de ser encerrado en un laberinto herrado pues su ataque era certero de su crueldad el primero atacaba sin mirar y mataba sin pensar sólo su ira contaba laberinto no escalaba así se podían salvar.

Fue Dédalo sin enrostro que con fiel ideología laberinto en armonía construyó para ese monstruo era de humano su rostro un híbrido de vacuno más furioso que ninguno su ira a todos mataba este monstruo asesinaba no dejaba vivo a alguno.

Creta tuvo un laberinto

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de Minotauro prisión esa fue su condición estar preso no era instinto más furia adquirió en recinto mas luego el rey se enojó con locura atormentó e hizo enemigo a Dédalo su instinto le dijo védalo al arquitecto encerró. Ícaro era el hijo del ilustre arquitecto que trabajando muy recto y con todo regocijo construyó ese escondrijo pero el rey ahí metió al constructor presionó y a su hijo también ellos dos no estaban bien a cárcel los sometió.

Y Dédalo inteligente miró de abejas la cera y dijo: Con ella afuera iremos valientemente alas construyo urgente para volar hacia el cielo tendremos perfecto vuelo iremos hacia las nubes en esos cielos azules acabará el desvelo.

El niño desobediente Ícaro con energía su entusiasmo desvaría vuela al Sol y ardientemente las alas de cera urgente líquidas ya se le escurren ya al vuelo no concurren Ícaro pierde su vuelo y se estrella contra el suelo esas tristezas ocurren.

Yo alas tenía, cual Dédalo pero me acerqué al Sol solo por ver su Seöl porque nunca tuve miedo y volando con denuedo así descuidé mi día porque tenía alegría porque miraba bellezas que me trajeron tristezas esa fue mi osadía.

Tenía mis alas de cera largas, ágiles, hermosas que volaban sobre rosas sobre flores a mi vera entre la espiga no fiera y subía hasta las cumbres para mirar las techumbres todas juntas y a mis pies y no fue una sola vez se me hizo una costumbre.

Un día de un mes nublado al Sol me fui sin razón me animó la nublazón llegaría sin dejar rastro porque los rayos del astro alumbraban tenuemente. ¡Qué gran suerte! Alegremente podría acercármele más fue una maldad fugaz en las alas sentí muerte.

Por mi cuerpo sentí ríos que se escurrían de mi espalda la cera el dorso me escalda esos ríos eran fríos era cera con delirios que abandonaba mi vera y caí en la ladera me estrellé en mis derrotas hoy tengo las alas rotas las quiero tener de cera.

Tardarán mucho el crecer de alas maravillosas vengan aquí mariposas alas no quieran perder vengas palomas a ver que no puedo más volar ícenme hasta otro lugar lejos de este cruel encierro de enfermedad, sin su hierro. ¡Alas, denme libertad!

Tendré que pagar las culpas por eso es que estoy enferma me duele, salud me merma es la doliente amargura que parece vil locura. ¡Vamos ángeles primeros! regálenme los luceros del perdón y una sonrisa me elevará hasta brisa

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borrará pecados fieros. Y sigo contando historia de ese monstruo Minotauro que no era nada auro al contrario, era escoria pero sigue en la memoria pues un héroe de gran talla lo agredió en la batalla ese héroe fue Teseo que tenía gran denuedo y con fuerza puso a raya. Minotauro el furioso exigía a los reyes su comida no de bueyes se comía a siete efebos jovencitos de los nuevos y a siete damiselitas jovencitas, las bonitas agraciadas, muy preciosas jovencitas primorosas las comía a mordiditas. Inteligente fue Ariadna que con una gran madeja dijo a Teseo: Festeja, tú saldrás, así lo manda tu vida todo lo agranda serás un héroe te digo no solo serás mi amigo. Minotauro matarás en una pelea fugaz todos serán tu testigo. Para salir de esa zona esta madeja te entrego deshaciéndola muy luego mientras camines, razona esta madeja reacciona orientado por el hilo regresarás no en vilo después de vencer al toro cabeza de humano moro ese ataca, no da asilo. y Teseo se metió en Laberinto de Creta con madeja estaba alerta madeja desenredó el hilo casi acabó al Minotauro llegado lo atisbó por todo lado y lo atacó con furia de espadazos dio una lluvia al gigantesco cornado. El Minotauro acabó sus días en ese encierro.

Teseo filoso fierro enterró con él hirió a ese monstruo acabó quitó su vida traidora que pedía sin demora carne de humano comer sangre de humano beber lo mató en buena hora. Tomó Teseo la madeja por su punta la tomó caminando la enredó y llegó hasta la reja del laberinto. ¡Festeja! el Minotauro extinguido ahora es Teseo erigido el héroe de esa batalla fue un hombre de gran talla honorable, distinguido. El toro es animal distinguido hasta en los cielos por allá no tiene velos se le mira muy real en constelación brutal se llama Tauro el hermoso en mayo está el alborozo de mirarlo en regocijo las estrellas tienen fijo el toro, animal grandioso. La historia aquí no acaba de ese grandioso animal cornamenta muy real poderoso él viajaba a toda Europa inundaba con sus bramidos tan fieros desde el cielo los luceros hasta las tierras bravías esas tierras no sombrías de la Europa y sus senderos. Y una fiesta elocuente muy llena de colorido celebrará ese bramido toda Iberia muy frecuente al astado inteligente al valiente al intrépido que desde el norte tan gélido viajo y llegó como héroe. ¡Ojalá así celebre todo el festejo del céltico!

F I N

Poemas = Uno – Versos 330

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Mi edad no tiene años, solo tiene cicatrices de guerras y palabras, y una que otra caricia. Tiene libros leídos al apuro, tiene nombres de sabios y poetas, de ladrones y hetairas que una noche perdida en los recuerdos me enseñaron que el mundo tiene dientes.

Mi edad tiene aguaceros torrenciales, y antiguas voces de viejos maestros, tiene incendios y choques, tiene muelles donde el fantasma del ocaso orina las aguas más hediondas del planeta.

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MI EDAD Teodoro Flores Carpio

Mi edad no sabe nada de muertos calendarios, mi edad está tatuada de murallas que un día se rompieron, y está llena de polvo y carnaval del pueblo antiguo. Tiene abismos y nubes, tiene calles lodosas, tiene amigos que me dieron sus horas, tiene fotos de edificios antiguos, de parientes que están en la otra vida, de mi río y sus balsas, y de aquella señora que una tarde me dio unos caramelos.

Mi edad no tiene años: tiene largos silencios, tiene gritos, tiene arena de playas en las uñas, tiene mapas de tierras prometidas, tiene calles y aceras donde errantes van o vienen los ogros del cuento que leímos entre bromas y risas; mi edad tiene olores de algas, tiene rutas donde antiguos amores recogen besos muertos y se marchan.

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Iba camino al centro en un autobús cuando de repente se impuso ante mí el pequeñísimo cuerpo inanimado y putrefacto de un gato atigrado. No pude quitarle los ojos de encima a pesar de que aquella imagen me daba una pena y una tristeza terribles, era como si mis ojos se hubieran adherido con imanes. Inmediatamente sentí una bola de metal en mi garganta al tragar saliva y unas ganas inmensas de llorar. Las lágrimas se agolpaban en mis ojos pesados debido al enorme esfuerzo de sostener aquellas lágrimas amargas y espesas; esas que solo se experimentan en situaciones dolorosas como cuando muere una mascota o te cambias de la casa donde has vivido toda tu infancia. Me imaginé a mis propios gatos en aquella situación, tirados en la orilla de la calle, olvidados por todos, esperando desintegrarse al ser devorados por los gusanos o ser llevados por el camión de la basura, lo que pasara primero, ambas opciones igual de indignas y terribles.

El corazón se me partía en mil pedazos al imaginar esa hipotética situación, y aunque probablemente ese fuera un gato callejero sin dueño, el luto que sentí en aquellos instantes por el animal se volvió tan fuerte como si fuera mi propia mascota. Me costaba trabajo aceptar la cruel indiferencia que se desplegaba sobre aquel cuerpecito frío: la gente pasaba a su lado sin siquiera mirar, o si miraban, sus semblantes seguían impávidos como si estuvieran ya acostumbrados a imágenes similares o como si la vida de un gato no importara para nada. Incluso les inspiraba asco a los transeúntes quienes pensarían que el sistema de limpieza de la ciudad era ineficiente al dejar que ese gato muerto contaminara con sus fétidos gases el ambiente y ensuciara la banqueta.

Algún niño cruel y curioso lo picaría con un palo de madera para ver si su estómago hinchado explotaría al picotearlo, o si más bien se quedaría endurecido resguardando toda la podredumbre del cadáver. Los animales callejeros (muertos o vivos) eran considerados como un lastre, una molestia constante en la vida de los citadinos e incluso una plaga a exterminar, sin darse cuenta de que dicha situación era un problema creado por ellos mismos: compran perros en Navidad y después los echan a la calle porque se dieron cuenta de que creció más o que mordió todos los muebles; regalar gatitos a niños pequeños para luego botarlos porque se percataron de que el gato no era tan paciente como esperaban y terminó por rasguñar al infante después de que éste estuviera jalándole la cola por horas. Es un hecho conocido que los perros son los animales más propensos a ser abandonados para sufrir en la calle.

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Según el INEGI en el país existen cerca de 23 millones de perros de los cuales 70% están en la calle. Desconozco la cifra exacta de los gatos. No sé si no indagué lo suficiente como para dar con el dato o si no fueron incluidos dentro de la estadística.

Lo cierto es que uno ve muy seguido a perros abandonados, llenos de pulgas, raquíticos y con grandes áreas de su cuerpo cubiertas de sarna, mendigando por comida afuera de algún puesto callejero de tacos o garnachas, pero rara vez uno ve o piensa en los gatos en esas mismas condiciones. Uno sabe que existen, sin embargo, no están tan expuestos en el día a día como los perros. Creemos que los gatos son seres indomables, huraños e independientes que en situación de calle lograrían sobrevivir, que se amañan para conseguir comida cazando ratas o pequeñas aves. Incluso las caricaturas nos han hecho creer que se la pasan bien, que salen de noche a buscar aventuras y emoción, como esos famosos “gatos jazz”.

Nada más alejado de la realidad. Andan por algún lado de la ciudad bien escondidos, reproduciéndose y creando más y más gatos que también se encontrarán en las mismas deplorables condiciones. Una gata puede parir entre cuatro y seis gatitos, y como la gestación dura unos sesenta días, es posible que cada hembra para de dos a tres camadas al año. A simple vista puede sonar inofensivo, pero tomando en cuenta el número de gatos que viven en la calle, estas cifras son alarmantes. No obstante, esta situación parece no ser relevante para nadie. Hay cosas más importantes por las cuales ocuparse, por supuesto. El ser humano se preocupa exclusivamente por él mismo dejando a los animales en ultimísimo plano, como si fueran invisibles, así como aquel gato muerto de la avenida.

La imagen de aquel animal se quedó en mi cabeza como una fotografía nítida. Estoy segura de que incluso habré soñado con él, pero lo habré olvidado al despertar, sin embargo, aquel día me quedé con una sensación de incomodidad, mi mente regresaba a la situación sin tener en claro porqué. Me encontraba dándole vueltas y vueltas a dicho recuerdo. El hartazgo y cansancio que sentía en ese momento en el autobús fueron interrumpidos por la cruenta imagen felina. La ráfaga de emociones que sentí; el pasar rápido de los autos por aquella gran avenida; el ruido y la contaminación.

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El sol intenso que con una claridad aterradora iluminaba el cadáver sin dejar espacio a la privacidad y respeto que merece un cuerpo muerto.

Pensaba que se debía a que yo misma tenía gatos y aunque sabía bien que era muy poco probable, casi imposible, que algo así les pasara a los míos, el escenario no dejaba de plantearse en mis pensamientos.

Algunos días pasaron y creía haberlo superado, ya no pensaba en el gato y mi vida había seguido su curso de manera habitual, hasta que un día pasé de nuevo por la misma calle y aunque ya no recordaba el incidente, un hecho terrible lo avivó en mis recuerdos como si el tiempo no hubiese transcurrido del todo.

Una vez más me encontraba de frente a la muerte, a la crueldad de la naturaleza y a la indiferencia del ser humano: ahora bajo la forma de un pájaro muerto. Era un zanate, uno de esos pájaros negros tornasoles. Entonces como si se tratase de un reflejo, volteé instintivamente a la acera contigua donde había estado hace algunos días el gato. Ya no estaba, claro, probablemente ya estaría en algún tiradero de basura junto con los otros residuos orgánicos como si de una cáscara de plátano se tratase.

No obstante, la calle conservaba aún su letal encanto ya que otra criatura había venido a ocupar el lugar, esta vez una más pequeña llenaba ese vacío que el gato había dejado. Pensé que el lugar estaba maldito sin duda alguna, reclamaba tener constantemente un indicio de muerte en él, a manera de advertencia, quizá. Se trataba de una avenida grande donde los automóviles pasaban a gran velocidad constantemente, por lo cual, los accidentes vehiculares no eran nada de otro mundo, sin embargo, uno no veía a los pasajeros muertos tirados por ahí como sucedía con el gato o el pájaro.

Pero, cuando el turno del ave terminara y ya no estuviera ahí para cumplir con su función, ¿qué, o quién, sería el siguiente digno representante de ese espacio designado para los fiambres?

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