El ultimo partido del Mundial (2)

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reportaje

23 de septiembre de 2010 una serie de huelgas para exigir un aumento del salario del 8,3% -el Gobierno no accede a elevarlo en más de un 7,6%-. En la otra cara de la moneda de Sudáfrica, la blanca, encontramos a Grace Niemietz, una esteticista de Ciudad del Cabo. Vive holgadamente gracias a las habitaciones que alquila a los turistas en una suntuosa casa baja, delicadamente decorada en tonos blancos y pastel, con jardín y piscina. Un plasma de 47 pulgadas en el salón es su única ventana al otro mundo de su propio país, ese 91,8% de población no blanca que padeció de un modo u otro el azote del Apartheid. En la

lenguas reconocidas como oficiales (Afrikáans, Inglés, Ndebele, Sesotho, Sesotho sa leboa, Setsuana, Suazi, Tsonga, Venda, Xhosa y Zulú), el idioma de enseñanza siempre fue controvertido. El mayor conflicto se produjo en 1976, cuando 10.000 estudiantes negros tomaron las calles de Soweto para protestar por la imposición del lenguaje hablado por los colonos holandeses, Afrikáans, como idioma de enseñanza; y en el que se estima que unos 700 jóvenes perdieron la vida a manos de la policía. Hoy la Constitución del país establece que las escuelas enseñen en la lengua materna de los niños

“Posiblemente el principal problema al que se enfrenta la actual enseñanza sudafricana es un currículo definido por el sistema de Educación Basada en Resultados. Es capacitación, no educación” actualidad, 4,6 millones de blancos residen en Sudáfrica, un 3,8% menos desde que acabase el régimen segregacionista. No es descendiente de colonos holandeses o ingleses, sino hija de inmigrantes portugueses, pero conoce bien las dos Sudáfricas, la de antes y después del Apartheid. Cuestiona la más reciente; la que ya no le beneficia y “ha encarecido los precios de las escuelas de calidad”, como la que lleva a su hijo pequeño, un chaval con necesidades especiales. Se queja de que “hoy en el país todo sea más dificil para un blanco”. Desde la embajada sudafricana en España, Jacobo Brockhouse, matiza las palabras de la portuguesa: “No existe ningún tipo de discriminación positiva en la enseñanza en Sudáfrica por asunto de raza”, tan sólo ayudas con los materiales y becas para asistir a las personas con menos recursos. 11 LENGUAS OFICIALES Otro rasgo del país que aporta su granito de arena a las dificultades educativas es el entramado lingüístico. En Sudáfrica, con 11

si un número determinado de los padres así lo solicita pero “en la práctica muchas personas desconocen este derecho y los profesores sienten que la enseñanza en inglés ofrece a sus estudiantes mejores oportunidades en el futuro”, denuncia la ONG Save the Children, en el reciente informe Lenguaje y educación: el eslabón perdido, donde recuerda que en la actualidad 221 millones de niños en el mundo no tienen acceso a la educación en su lengua materna; y presta especial atención al caso de Sudáfrica. “Esto implica que los niños cuya lengua materna no es el inglés, precisen de clases extra, el uso de diccionarios y talleres para profesores y alumnos”, expone Michael Mangena. LA NUEVA ERA Pero para el director, posiblemente el principal problema al que se enfrenta la actual enseñanza sudafricana es un currículo definido por el sistema de Educación Basada en Resultados, que no termina de cuajar. Este sistema se introdujo en 1997 para contrarrestar las

“Sudáfrica, al igual que ocurre en Europa, no es un país que pueda competir industrialmente con Asia y lo que necesita es desarrollar las industrias creativas”, añade el asesor británico. Ajenos a reformas curriculares, Katleho Leballo, de 21 años, estudia Tecnología del Entretenimiento en la Universidad de Tswane, de Pretoria y sueña con trabajar en el teatro; Jade Jacobs, de 20 años, se forma en Comunicación Contable en la Universidad de Johannesburgo y aspira a ser censor jurado; y Nabeel Bhayat, de 20 años, se gradúa en Marketing, en la misma facultad, y ambiciona “dirigir una gran compañía en el futuro”. Todos ellos, estudiantes hoy, solo conocieron la educación segregacionista de su país por los libros -hoy iguales para unos y otros- y por lo que les contaron en casa. Con distintos objetivos, coincidieron como voluntarios de FIFA en un Mundial que puso a Sudáfrica en el centro del mundo sólo 18 años después de que el país se reconciliase con el sentido común y aboliese el régimen racista. El 11 de julio de 2010, un inglés, Howard Webb, árbitro de la final de la Copa del Mundo de fútbol acercó sus labios al silbato para dar por concluida la competeción y posiblemente una etapa de la historia del país. Paradójicamente, la que fuera metrópoli de Sudáfrica, Holanda, caía derrotada en aquel desenlace. Richard Gerver extrae su propio balance: “La próxima gran idea posiblemente resida en un chaval de un pobre barrio de Soweto; la educación debe dirigirse a ese joven, para que esa idea pueda ser descubierta y por supuesto, realizada”. Finalizada la competeción, Katleho, Jade y Nabeel continúan tejiendo sus sueños en sus respectivas universidades. Cuentan que, poco a poco, el sonido de las vuvuzelas y el tránsito de turistas se difumina. No es un punto y final. A Sudáfrica todavía le queda un último partido que jugar.

Un gol por la educación

C

on la atenta mirada internacional puesta en la Copa del Mundo de fútbol 2010, celebrada en Sudáfrica, la campaña 1 GOL por la Educación se propuso hacer más ruido que las vuvuzelas. Esta iniciativa, de la Campaña Mundial por la Educación (CME), respaldada por el equipo directivo de la FIFA, quiso aprovechar el interés de miles de millones de personas por el mayor evento deportivo a escala mundial para visibilizar que 72 millones de niños y niñas no acuden a la escuela. Su propósito es “instar a los gobiernos, tanto del norte como del sur, a invertir más en políticas educativas”, explica Leticia Silvela Coloma, la responsable del proyecto en España. Ya han conseguido 15 millones de firmas a favor de la educación, que presentaron el pasado 20 de septiembre en Nueva York, en la Cumbre la revisión de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas, para recordar que la enseñanza de los más jóvenes no es un juego.

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titución garantizó el “derecho de todos a una educación básica”; 16 años después, “estamos democrática y políticamente liberados pero no económicamente”, reconoce Mangena, que subraya los desequilibrios económicos que persisten como legado. Hace referencia a la batalla diaria que conduce cada día su hermano, Michael Mangena, director de Primaria de una escuela de barrio humilde. Este director puede presumir de haber sido el mejor de su clase, de su máster y de su tesis, estudiada bajo la luz de una vela. De él dice el diario local sudafricano Orlando Urban News, que “transformó la empañada imagen de una de las entonces destartaladas escuelas de Primaria de la vecindad Orlando-Este (Johanesburgo) en uno de los colegios de mejor rendimiento académico”, al contribuir, entre otras cosas, con una ayuda de 500 rands mensuales de su bolsillo -unos 53 euros- para el almuerzo diario de 85 estudiantes. Contactamos con él. Nos habla de los que, por su experiencia, son los tres principales obstáculos que atraviesa el sistema educativo sudafricano de hoy: la distribución desigual de los recursos, herencia del Apartheid; el conflicto del idioma de enseñanza en un país con 11 lenguas oficiales; y la implantación de un sistema educativo basado en los resultados -OBE, por sus siglas en inglés-, “desordenado y fallido, que se derrumba”. Del reparto desigual de recursos, vestigio de la segregación racial durante medio siglo, el director de Primaria recuerda que “las antiguas escuelas ‘Whites Only’ -sólo para blancos- todavían disfrutan de los mejores edificios, instalaciones deportivas y recursos humanos”, lo que se traduce en “mejores habilidades, conocimientos y recursos”, añade. “De ahí que los padres negros de clase media estén sacrificando importantes sumas de dinero para que sus hijos se matriculen en estos centros”; y el problema, antes racial, “se haya transformado en un asunto de clases sociales”. Los docentes, tampoco satisfechos, secundan estos días

desigualdades latentes en los 90, una vez desmontado el Gobierno racista; y consiste básicamente en “predefinir las habilidades de los chavales a fin de prepararlos para una posición predeterminada en el futuro; no es educación como tal, sino capacitación”. Lo explica el que fuera asesor educativo del Gobierno laborista de Blair, Richard Gerver, que también hiciera pinitos con este modelo de enseñanza; aunque los principales intentos de ponerlo en práctica fueron los de Estados Unidos -con la Ley de George Bush ‘Que ningún niño se quede atrás’-, Australia y Hong Kong. El fracaso en el experimento norteamericano es sabido; finalmente las escuelas acabaron enseñando para el examen y bajando el nivel, a fin de puntuar más alto; pero en Australia y Hong Kong la marcha fue diferente. Gerver explica que el problema no es del sistema en sí “sino de los resultados en los que se base”; aunque al determinar las capacidades de los estudiantes de antemano se tiende a “limitar más que a potenciar”. “Australia es un gran ejemplo”, explica el asesor británico, porque su modelo “está fundado en la creencia de que cada niño tiene su potencial y es responsabilidad del sistema encontralo”. En Hong Kong, sin embargo, “en la última década se han dado cuenta de la necesidad de una mayor inversión en el enfoque creativo para conseguir un desarrollo económico sostenible y se han alejado del sistema exclusivamente basado en resultados”, añade; y reconoce que algo parecido ocurre en China, donde por el momento está funcionando “porque el país se encuentran en un período de desarrollo industrial, pero empiezan a darse cuenta también de la necesidad del enfoque creativo”. Michael Mangena coincide con Gerver al afirmar que “es un sistema copiado de otros países para un entorno totalmente distinto”.

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descomunales entre los servicios que se prestaban a unos y otros, de trato o incluso de salario entre los propios maestros. En aquella época, un profesor negro percibía la mitad de honorarios que su colega blanco; en el caso de los mulatos, era un 30%. Y el Gobierno sudáfricano empleaba una suma doce veces superior para la educación de los niños europeos que de los pequeños negros; y cinco veces mayor que para los mulatos. En 1994, tras la elección presidencial de Nelson Mandela en las primeras votaciones mediante sufragio universal en Sudáfrica, las cosas cambiaron y la nueva Cons-

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