Luz y Tinta Nº 127

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Nº 127 —Octubre de 2022 Julio de la Fuente, actor y director de “El Hogar”

Las malditas erratas

Cuentan de un editor rico —y solo los ricos pueden hacer algunas cosas— que se empeñó en imprimir un libro sin ninguna errata. Se lo dio a corregir a cinco correctores profesionales sucesivamente y, por último, lo corrigió él mismo. Satisfecho del resultado, mandó poner en la primera página lo siguiente: “El editor de este libro garantiza que no contiene ninguna errita”.

Difícil resulta un libro sin erratas y más una revista como ésta, hecha con tan pocos medios y tan escaso personal y en la que prima el voluntarismo. En mi experiencia editorial, he conocido erratas de todo tipo, desde las realmente divertidas hasta las irritantes porque subvierten el sentido de lo que se quiere decir. Y he padecido muchas, como la de aquel copista, en los tiempos en que mandaba mis originales a máquina y que me cambió “hipóstasis” por “hipótesis”, mandando mis reflexiones al limbo. Y excuso decir que, en más de una ocasión, recién salido un libro de la imprenta lo primero que advirtiera fue una puñetera errata.

No es de extrañar que, a poco de inventarse la imprenta, en Amberes, en los tiempos en que era el centro del mundo editorial —Cervantes, Diego de Saavedra y Francisco de Quevedo, por ejemplo, preferían editar allí sus obras—, se sacaban las galeras en pliegos de cordel, que se distribuían popularmente y se abonaba un doblón a quien señalara una errata. Tan difícil resultó de siempre corregirlas.

Venga a cuento todo el cuento anterior para añadir que, a pocos días de la aparición del número anterior de Luz y Tin Ta, el 126, un atento y meticuloso lector me envió un mensaje privado señalándome dos erratas que contiene aquel número. Lógicamente le di las gracias por su atención y en mi fuero interno me alegré de que una revista con 300 páginas sólo contuviera dos erratas. Y sobre todo, teniendo en cuenta que me la guiso yo solo y generalmente con la urgencia del día 10 llamando a rebato.

Nada excusa, por supuesto, esas dos erratas, salvo la benevolencia de nuestros lectores, y el aviso me hace redoblar mi atención para que en lo sucesivo se cuelen las menos posibles. Será cosa de estar en la procesión y de vez en cuando repicando las campanas.

Mientras tanto, y bajando al mundo real, en Italia la ultraderecha ha acabado alzándose con una mayoría absoluta, no tan sorprendente en el convulso panorama político italiano, y que quizás sea también una errata que corregir en el concierto de la Unión Europea, como el desconcierto de la política española, con las autonomías, unas y otras, disputándose el plato de lentejas con que pueden conseguir la primogenitura fiscal.

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Francisco Trinidad
Fotografía de Portada: Guendy PROMOTOR y DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA : José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECCIÓN, DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Francisco Trinidad DIRECTORA DE COMUNICACIÓN: Lola González Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico info@moldeandolaluz.com moldeandolaluz.com Número 127 Octubre de 2022 4 Entrevista a Julio de la Fuente 18 Francisco Trinidad. Una declaración postal de amor 22 Gloria Soriano. La higuera 24 Rincón para el recuerdo. Bertolt Brecht 26 Laudelino Vázquez. Inma, que fuma un cigarrillo 32 Juan Depunto. El palomar de la Breña 40 Monchu Calvo. Aires de cambio para nuestros pueblos 44 José Luis Cuendia, “Guendy”. Arturo Vigil 78 Deb Achak 98 Myke Reyfman. Montañas de Rhyolite 126 Hannah Altman 143 Marjolein Martinot 158 David du Chemin. Más allá de la imagen única 224 Silvia Alessi 248 Pedro Avellaneda 266 Fotos seleccionadas

Nuestra

4 Sawarna, Java; de
Foto

Foto del Mes

5de Daniel Kordan

Julio de la Fuente, caracterizado como actor de “El Hogar”

Julio de la Fuente, a punto de estrenar“El Hogar”

La portada de este mes está dedicada a un gran cineasta con mayúsculas, Julio de la Fuente. No es la primera vez que Julio ocupa la portada de nuestra revista. Esta ocasión es muy especial, pues estamos a pocos días del estreno de su última creación, “El Hogar” un largometraje de ficción, como bien le gusta decir, un homenaje al cine de Charles Chaplin, especialmente a su película “El Chico” que acaba de cumplir cien años; por ello, el homenaje no puede ser más fiel: Julio, acostumbrado a trabajar en el alambre sin red, lo hace contando una historia de cine mudo en blanco y negro.

El que tiene el placer de entrevistarle en esta ocasión para las páginas de Luz y TinTa tiene el honor de haber sido el Productor Ejecutivo de su trabajo. Por ello, y como soy consciente de que si me extiendo mucho en la presentación terminaré no siendo objetivo, dada mi vinculación con la película, y además prefiero que los espectadores juzguen por sí mismos. Pero no puedo por menos que decir que nos encontramos ante un gran trabajo, de dirección, de actores y técnicos, y un gran plantel de figurantes al mejor estilo del cine neorrealista. Con unos escenarios únicos como son los que Asturias nos brinda de forma natural, en este caso diferentes atmosferas de Oviedo y de Llames de Parres. Pero dejemos que el propio Julio nos cuente, como lo está viviendo y sintiendo.

—¿Qué se siente a punto de estrenar EL HOGAR el próximo 31 de octubre en el Filarmónica, de Oviedo?

—Siento una gran responsabilidad. Es el momento en el que el publico te dice si la película le ha gustado o no. Como capitán del barco, donde toda la tripulación espera ansiosa ese veredicto, sientes un ejercito de hormigas patrullando por tu cuerpo, a la espera de si el público aplaudirá o no.

—Como director, ¿que esperas de tu última creación?

—Espero que las nuevas generaciones tengan una pequeña noción de lo que fue el cine cómico, y en especial el que hicieron los pioneros del cine mudo en blanco y negro y que no conocen. También espero que les haga reír, sentir, y pensar a todas las personas que vayan al cine a verla.

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—Se supone que, siguiendo la trayectoria de sus películas anteriores, El Hogar será presentada a diferentes festivales de cine, nacionales e internacionales.

Ciertamente, la película será presentada en los festivales más importantes, tanto nacionales como internacionales, por supuesto también en cines y televisiones.

—Últimamente se está hablando mucho de la promoción del cine asturiano, ¿que tiene que decir al respecto?

Mi asignatura pendiente siempre ha sido que el cine asturiano tuviese la importancia que tienen otros cines como el catalán, el vasco o el gallego. Pero según pasan los años me doy cuenta de que cada vez más mis ilusiones se asemejan a una hermosa utopía. Hay un poema de José Saramago que termina diciendo: “¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa¡ ¡Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento¡» Me identifico plenamente con sus palabras, a sabiendas de que pensar así tiene un precio. En los últimos dieciséis años de mi carrera como realizador he hecho catorce cortometrajes, tres largometrajes documentales, dos películas de ficción y cuatro obras de teatro, y tengo la sensación de que todo sigue igual, al menos en mi caso me encuentro con las mismas dificultades o más que las que me encontré a la hora de realizar mi primer trabajo. El cine asturiano es muy singular y diverso, dejando de lado los piratas que más que trabajar juegan con este arte saltándose las normas más elementales de la legalidad, y que hacen mucho daño a este noble oficio; en el entorno verdaderamente profesional existe una rivalidad poco sana, que a veces se impregna de un sectarismo que ayuda muy poco al desarrollo de la pluralidad creativa. Siempre me he negado a la idea de que esto no tiene solución, pero como dice nuestro paisano el cantante Víctor Manuel en una de sus canciones refiriéndose a la patria, que curiosamente se titula “Esto no es una canción” dice: ¡Aquí cabemos todos o no cabe ni Dios¡ y yo no puedo por menos que pensar en esa Asturias patria querida, donde desde diferentes esferas no somos todos iguales, al margen de los riesgos económicos que corre cada realizador. Quiero negarme a creer que el cine profesional asturiano son algo más que dos directores y un festival, pues no es la primera vez que escucho esa manifestación. Sobre todo cuando se te reconoce el trabajo en otros lugares, el mismo que se te niega en tu patria chica. Así la posibilidad de desarrollar tus aptitudes es imposible, más allá del riesgo económico personal que ese siempre lo tienes abierto.

—Algún nuevo proyecto para el 2003.

No, me temo que este trabajo sea el punto final. Nunca se puede decir “de este agua nunca beberé”. Pero tienen que cambiar mucho las cosas, las razones ya te las he dicho en la pregunta anterior. Son dieciséis años haciendo cortos, teatro y películas de ficción. Sinceramente no puedo más, es mucho el dinero perdido y el esfuerzo realizado, llevando en mis trabajos el nombre de Asturias por un total de veinticuatro países, recibiendo premios y selecciones finalistas. Y algo más importante que el dinero perdido, que lo es, dejando en ello la salud. Siento una gran envidia sana al ver como se valora el trabajo de otros realizadores en sus regiones de origen, desde mi punto de vista aquí no se nos valora adecuadamente, ni somos lo suficientemente reconocidos por quienes pueden hacer algo más por el cine, mientras las ocasiones en las que se consigue el esperado y merecido reconocimiento es en otros lugares lejos de nuestro entorno más íntimo. Abandonar, no abandonas nunca, pero seguro que será bajo otras características, donde el riesgo económico no lo asuma yo, como ha ocurrido en estos dieciséis años, serán colaboraciones especiales puntuales, para ello, siempre estaré abierto y dispuesto a poner mi grano de arena, como la colaboración que acabo de hacer contigo en tu corto “Solo”, donde me ha encantado hacer el papel del viejo profesor que se encuentra con su alumno años después, corto para el que te deseo toda la suerte del mundo, pues te lo mereces.

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Julio de la Fuente, con los niños protagonistas de “El Hogar”

Muchas gracias, Julio, desde Luz y Tinta íí que te deseamos lo mejor, y que este trabajo tan icónico, este homenaje al cine que te hizo amarlo desde niño, el cine de Charles Chaplin, seguro que será reconocido y admirado por todos aquellos que aman el cine como nosotros, aquí, en nuestra patria chica, a la que bien te refieres y seguro que siguiendo la dinámica de tus trabajos anteriores también será admirada y reconocida en muchos lugares del mundo. En este caso la prueba del algodón serán los festivales de nuestro país y los de allende los mares.

Suerte,Julio, tú sí que te lo tienes más que merecido. Las personas cambian, van y vienen, las obras permanecen, y en ocasiones hacen que uno no sea profeta en su tierra, pero como las obras perduran en el tiempo, al final el trabajo se termina reconociendo en todas las esferas, esperamos y deseamos que no sea muy tarde para ese reconocimiento, y que lo puedas ver y disfrutar más pronto que tarde.

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15 Alcalde de Parres y concejales junto al ctor Carlos Olalla y Julio de la Fuente
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Francisco Trinidad

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Una declaración postal de amor

Pocos placeres reserva la vida tan agradables y plenos como el cenar solo tras un fértil día de trabajo. Cuando a las 8 de la tarde cierro mi ordenador, apago las luces de mi estudio y salgo camino a Casa Ramiro siento que el mundo me pertenece y que todas mis ideas, alborotadas tras un día en orden, se disparan en mil direcciones en las que la caja de Pandora de mi cerebro intenta sin éxito que nada escape a su control. Los escasos quinientos metros que separan mi casa del bar de mi amigo Ramiro se me hacen largos porque las ideas no responden a su ritmo normal sino que intentan adaptarse al silencio de la calle y al ritmo monocorde de mi corazón.

Cuando llego al bar —los pocos minutos que han transcurrido desde que salí de mi casa suelen ser suficientes para desconectar del ritmo de trabajo— Ramiro me señala con un gesto cómplice la mesa del rincón, generalmente libre a esa hora en que la barra en cambio se puebla de ociosos en busca de tertulia y de un trago de vino. En cuanto me siento llega mi amigo con una caña de cerveza tostada, uno de los periódicos del día y esa permanente sonrisa que le distingue; charlamos un par de minutos sobre cosas intrascendentes, como el agobio del calor en verano o los rigores del frío en invierno, y a continuación me pregunta qué me apetece cenar. No necesito consultar su carta de menús, pues conozco perfectamente su oferta, así que pido lo que más me apetezca en ese momento, salvo que Ramiro me informe de que tiene uno de esos magníficos pescados que entran en temporada y que a él le sirve una pescadería cercana para deleite de su clientela. Su cocinera tiene una mano especial para el pescado a la cazuela, aunque a mí lo que más me gusta es el punto de fritura que siempre consigue bordar.

Luego tomo mi cerveza en silencio, saltando de una página a otra del periódico, del que suelo tomar algunas notas para adobar mis reflexiones, hasta que llega Ramiro con mi cena y una copa de vino de un cosechero de la Ribera del Guadiana que me levanta el alma. Alguna vez, pocas, a decir verdad, se me acerca uno de los clientes de la barra para saludarme —en el barrio nos conocemos todos— y comentarme algún pormenor de la actualidad o de mis frecuentes apariciones en la televisión local donde participo sin mucho entusiasmo en una tertulia que pasa revista a las necesidades y evoluciones de la ciudad. Pero las más de las veces los saludos de los vecinos y clientes asiduos se limitan a un gesto de cabeza o a media sonrisa tímida, con lo cual paso la cena en soledad, navegando en mis propios pensamientos.

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Una de aquellas tardes, cuando llevaba a medias mi cerveza, levanté la vista del periódico y vi que en la mesa de al lado se sentaba una señora de buen ver: tópico, sí, pero muy cierto, desde la primera mirada uno quedaba prendado de sus ojos, del gesto alegre que desprendía su rostro y, por qué no decirlo, de lo vistoso de su vestimenta en este bar donde todos vestimos de trapillo. Por alguna razón de las que alimentan el subconsciente tuve la sensación de que llevaba un rato mirándome, así que le sonreí mientras cerraba el periódico, sin saber por qué lo cerraba y, lo que es más cierto, sin saber por qué le sonreía. Luego me sumergí en mi cena, con alguna mirada subrepticia a aquella vecina que, cuando yo pedí mi segunda copa de vino, se levantó, me hizo un breve gesto de despedida y salió del bar tras intercambiar unas pocas palabras con Ramiro.

Al día siguiente y al otro volví a encontrarla, en la misma mesa, y se produjo idéntico juego de miradas. Como ella se iba primero, le pregunté a Ramiro quién era y me dijo que era una larga historia. Quise entender que tenían un parentesco lejano, que ella estaba pasando unos días en la ciudad y que venía por las tardes porque seguramente no tenía otro sitio al que ir y sobre todo porque, en la duermevela de los recuerdos, aquel bar del barrio donde había vivido de niña le ayudaba a alimentar su nostalgia.

Una tarde, por fin, ella se acercó a mi mesa, cuando yo tomaba mi cerveza, me preguntó si podía sentarse y comenzamos una charla que, cuando Ramiro me preguntó por mi cena, continuamos delante de un pescado a la cazuela y una botella de vino que apuramos entre ambos mientras ella desgranaba sus recuerdos y yo me dejaba atrapar por la magia de sus palabras.

Fue entonces cuando me dijo que Ramiro le había dicho quién era yo y que nos conocíamos desde niños —yo no la recordaba entonces—, que habíamos ido juntos al colegio, aunque en aulas separadas como entonces se estilaba, niños y niñas, y que durante un curso solo había tenido ojos para mí que le había tirado de las trenzas en un recreo. En ningún momento había reconocido en aquella mujer a la niña de largas trenzas que iluminaba mis juegos en el patio de la escuela. Me dijo su nombre, Susana, y entonces se descorrió la cortina de mi memoria: una tarde, siendo adolescentes, nos habíamos besuqueado en el cine del barrio, en la última fila que frecuentaban las parejas para esos menesteres lúbricos; yo le había puesto la mano izquierda encima de su hombro y la había ido bajado hasta tocarle un seno. Ella apartó mi mano, como yo esperaba.

Nada le dije de este recuerdo, entre otras cosas porque ella comenzó a contarme que vivía en París, que había sido modista en un taller de alta costura, que ahora estaba jubilada y que había venido a recordar y despedirse del barrio. Me preguntó por mi vida, incidió en mis amores, que han sido pocos y desafortunados, y al despedirse me dijo que volveríamos a vernos en días sucesivos y que tendría mucho gusto en volver a compartir otra cena que pagaría ella.

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F o T o : E L M ar M i T ón

Durante unos cuantos días volvimos a coincidir en el bar, saludándonos brevemente, y otra de las tardes se acercó de nuevo a mi mesa y compartimos una cerveza. La noté cansada, pero seguía siendo jovial y de charla agradable. Me preguntó si me apetecía que compartiéramos la cena y, ante mi asentimiento, le pidió a Ramiro su mejor vino y otro pescado a la cazuela. Casi al final de la cena, y bajando mucho la voz, me dijo que estaba enferma y que necesitaba volver a París para consultar con su médico. Me lo dijo, sin embargo, sin darle mucha importancia, así que yo tampoco le conferí mayor alcance.

Al terminar la cena la acompañé hasta su casa, no muy distante de la mía. Al llegar al portal, me dijo que subiera a tomar una copa, pero yo pretexté que era tarde, que no tenía costumbres, que… Ella no insistió.

Volvimos a vernos durante dos o tres días en el bar, hasta que se despidió, me dijo, porque al día siguiente tenía cita con su médico. Y nunca más volví a verla.

Le pregunté a Ramiro varias veces y siempre hallé la misma respuesta: nada sabía de ella. Hasta que una tarde me sirvió la cerveza de costumbre y me llevó a la mesa un recorte de periódico en el que se publicaba la muerte de la reputada modista española Susana de la Riva. Miramos ambos la noticia en silencio y me sumergí en una cena silenciosa y plagada de sensaciones. Me dominaba sobre todo la impresión de que el tiempo es inflexible y la enfermedad le marca pautas que quedan fuera de la posibilidad del conocimiento.

Cuando iba a marcharme, Ramiro se me acercó con un sobre azul en la mano: —Susana me pidió que, cuando ella muriera, te entregara esta carta.

Mi sorpresa ante el sobre fue bastante menor que ante su contenido. Era una carta escrita con una caligrafía exquisita, en la que me decía que conocía su enfermedad y su límite desde hacía meses y que había ido al barrio para despedirse de sus recuerdos. Lo que menos hubiera esperado, añadía, era encontrarme a mí y por eso había ido todas aquellas tardes al bar de Ramiro, prendida del recuerdo de aquel beso adolescente en el cine, que recordaba con total claridad, aunque no me lo hubiera mencionado en nuestras breves charlas. Añadía algunos detalles más que acababan conformando aquella carta como una expresa declaración de amor y finalizaba diciendo que aquella noche en que la acompañé a su casa le habría encantado hacer el amor conmigo, conseguir físicamente lo que mentalmente había fantaseado tantas veces, pero que, ante mi negativa, no había insistido porque no tenía la suficiente experiencia y habilidad sexual y temía poder decepcionarme. Mejor así, terminaba, dando alas a la imaginación.

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Gloria Soriano

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La Higuera

En aquellos tiempos del arte de birlibirloque, mientras una niña jugaba con un hada a ser un árbol, un mago envidioso las perseguía sin dejarse ver. Cuando la niña fue convertida en higuera, el mago se apresuró a transformar al hada en una pelusilla blanca y de un soplido la despeluzó. La niña higuera la vio desaparecer con las pupilas de las hojas llenas de rocío. El mago antes de irse la zarandeó: las ramas se le doblaron y el corazón se le hundió hasta las raíces. A medida que las risotadas del malvado se extinguían, las ramas fueron recuperando su postura pero el corazón se quedó bajo tierra. Desde allí impulsaba el tronco hacia arriba y la copa a lo ancho.

La higuera crecía hermosa y complaciente esperando que alguien la rescatara. ¡Qué otra cosa podía hacer!

A la gente le gustaba descansar bajo su sombra y comer los higos maduros. Ella, atenta a sus conversaciones, se mantenía al corriente de los sucesos. Una vez que lugareños o foráneos estaban listos para partir, la higuera suplicaba:

“La hospitalidad de la higuera auxilio para quien en sus entrañas”

Si el lenguaje de las higueras no estuviera tan limitado, su petición habría sido más fácil de entender.

Tampoco estaba claro que la oyeran.

Una noche un ruido le interrumpió el sueño profundo de primera hora. Al despertar sintió un peso grande en las ramas más altas y el lamento de un hombre:

—¡Ay, como bajaré de aquí! —repetía la voz.

A él le daba miedo saltar y se agarraba fuerte para no caer. Pasaron una noche espantosa. Al amanecer, el hombre vio un carruaje que se acercaba por el camino.

— Por favor, por favor, ayúdeme —empezó a gritar, y el caballo se detuvo junto a la higuera.

—Pero hombre, ¿cómo te has subido ahí? —dijo el cochero, que sin esperar respuesta le ayudó a bajar.

El hombre del árbol solo se acordaba de haber bailado sin descanso y por dinero para tres mujeres cubiertas de tules. Mira, mira, estoy forrado de billetes, dijo palpándose el cuerpo. Pero cuando metió las manos en los bolsillos y rebuscó entre los pliegues de la ropa, no encontró nada. Pobre, ha enloquecido, dedujo el cochero. Pero la higuera pensó que había sido hechizado por las hijas del mago de quienes tanto había oído hablar.

Los hombres se fueron sin despedirse aunque ella clamó, más alto que nunca: “La hospitalidad de la higuera auxilio para a quien en sus entrañas”.

Después de haber pasado la noche sin dormir, pensó que llevaba mucho tiempo confiando en que alguien atendiera su petición, y qué había conseguido, nada. Ningún provecho obtuvo por abanicar a la parturienta, o ayudar al sabio a interpretar un enigma; tampoco por sanar con su leche las picaduras de insecto de la hija del rey y eliminar las verrugas de la reina. Hizo esto y aquello, y no quiso seguir recordando para dejar de mortificarse. Estaba enfadadísima y decidió cambiar de estrategia. Si hubiera podido volver atrás, habría sacudido las ramas hasta derribar al hombre encaramado, y colocado las hojas de perfil para que no dieran sombra; y durante los abrazos, chorreones de jugos irritantes. Y todo así. A partir de entonces se iba a comportar de esa manera.

La higuera estaba en boca de todos mezclada con palabras gruesas. Cundía el enojo. Los hombres parlamentaron durante horas antes de condenarla a muerte, los más jóvenes serían los verdugos. Familias enteras acudieron a la ejecución. Primero la despojaron de las ramas, después fue la amputación del tronco, y por último picaron en el suelo para desenterrar las raíces. Descubrieron que nacía de las manos de una mujer. Al ver el hilo de sangre que manaba de un dedo roto, cortaron el resto de las raíces como si fueran uñas. Cuando el cuerpo femenino emergió envuelto en humores terrosos, los hombres descreídos de hadas y heroínas se quedaron paralizados, mientras que las mujeres, asombradas de la astucia con la que había logrado liberarse, cosieron su dedo, le prepararon un baño, ropa de su talla y la acogieron como a una más.

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Bertolt Brecht

Eugen Berthold Friedrich Brecht, más conocido como Bertolt Brecht (1898-1956) fue un dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del teatro épico, también llamado teatro dialéctico.

Wikipedia

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Odiseo y las sirenas

Como es sabido, cuando el astuto Odiseo avistó la isla de las sirenas, aquellas cantantes devoradoras de hombres, se hizo atar al mástil de su navío y a sus remeros les tapó los oídos con cera a fin de que, gracias a esta cera y a las cuerdas que lo ataban, su goce artístico quedara sin consecuencias nefastas. Mientras remaban bordeando la isla al alcance del oído, los sordos esclavos pudieron ver a nuestro héroe retorciéndose en el mástil como si anhelara liberarse, y a las seductoras mujeres hinchando sus temibles gargantas. Todo transcurrió, pues, aparentemente según lo previsto y acordado. La Antigüedad entera creyó en el éxito de la artimaña del astuto héroe. ¿Seré yo el primero en tener ciertos reparos? Pues lo cierto es que me digo: sí, todo perfecto; pero ¿quién puede decir, aparte de Odiseo, que las sirenas cantaron realmente al ver a ese hombre atado al mástil? ¿Querrían aquellas poderosas y hábiles mujeres prodigar su arte con gente que no tenía ninguna libertad de movimiento? ¿Será esto la esencia del arte? Antes me inclinaría a pensar que las gargantas hinchadas vistas por los remeros se debían a los insultos que, con todas sus fuerzas, lanzaban ellas contra aquel cauto y condenado provinciano, y que nuestro héroe se retorcía en el mástil (cosa de la que también existen testimonios) porque, en definitiva, se sentía avergonzado.

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Imagen de Gordon Johnson en Pixabay

Laudelino Vázquez

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Inma, que fuma un cigarrillo

Un cigarrillo. El tiempo de fumar un cigarillo. Ni más ni menos. Todo lo que pido es poder encenderlo y dejar que se consuma entre los labios lentamente. Y sin embargo, es posible que el muchacho de la mochila violeta ya se haya bajado del vaporetto de la dos. Y si lo hizo, no tardará nada en verme: tampoco he elegido cuidadosamente el escondite. Simplemente, tenía que sentarme, dejar caer las bolsas, y esperar, porque ya no puedo más.

Y eso lo saben. Supieron desde el primer momento que llegaría un punto en que me derrumbaría, cuando entendiera que están por todas partes y que es inútil seguir; lo comentarían como si contaran chistes, aunque Luca di Monteaquila no es precisamente un hombre con sentido del humor. Seguro que en los momentos de confusión, hasta que alguien deslizó mi nombre, más de uno rezó para que no se le saltaran las clavijas y tuviera alguna idea peligrosa. Después de todo, don Luca sólo quería que sobre el cuello de su esposa luciera una joya digna de una reina. Mejor aún: la joya de una reina.

El collar, coronado por un delicadísimo corazón de alejandrita, verde a la luz del día, y rojo intenso cuando lo ilumina la luz artificial, fue encargado por el Zar Nicolás I después que en 1837 se quemara su Palacio de Invierno: «que se queme todo, para mí, simplemente, guardad las cartas que mi esposa me escribió cuando era mi prometida». Y acabó en el cuello de su amada consorte Alejandra Feodorovna, que lo bautizó «El corazón de Nicolás» como consuelo por lo perdido, que no fue tanto porque tampoco ella lo necesitaba: «sólo somos verdaderamente felices cuando nos encontramos a solas en nuestras habitaciones, yo sentada en sus rodillas mientras él es amante y tierno».

¿Por qué esta historia de amor me llegó tan adentro? La pregunta acompaña al paquete de cerillas, que por fin aparece en algún bolsillo del chaquetón, en su camino hacia el cigarrillo. El último. Si es que llego a encenderlo. Y sigue ahí —la pregunta—, mientras la llama por fin crepita al contacto con el tabaco, y aspiro la primera bocanada.

Con qué poco nos conformamos cuando no hay más remedio. Ya no sueño con ser princesa y ocupar el Palacio de Oreanda en Crimea, el que Nicolás le construyó a Alejandra después de quemarse el otro, pero ella nunca llegó a ocupar, por la guerra, primero, y después por su salud quebradiza. Ni seré la reina del lugar, ni soñaré con Alejandra (Mouffy, la llamaba él), la alemana, la que murió diciendo «voy contigo Niky» ¡Qué par de tortolitos, tiernos y simples! A lo mejor ahí está la respuesta a la pregunta anterior. Ahí y en el hecho de que Alejandra Feodorovna había nacido en Alemania, un lugar, mágico y aterrador, al que papá me llevaba a menudo.

—Mira, Inma, ¿ves ese cartel, ahí donde pone Zwillbrock?

—Sí, papá.

—Pues eso es Alemania.

Por razones que nunca llegué a entender —aunque tratándose de papá, es inútil intentar entender nada—, nunca cruzamos la frontera, porque, según él, los extranjeros son seres extraños y peligrosos. Aunque vivan a siete quilómetros y medio de Eibergen «todos los que viven más allá de Groenlo, son extranjeros. Nos basta y sobra con Eibergen».

A él le bastó, y yo no salí hasta los quince años; entonces, en un paseo en bicicleta, los muchachos del grupo se rieron de mí porque tenía miedo a cruzar la frontera al otro lado. Reírse, sólo se rió Siem, pero entonces, Siem I, conquistador de todos los corazones adolescentes de Eibergen, ocupaba en mi mundo el lugar del Zar Nicolás. Así que entré

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en Alemania. No encontré nada distinto a Holanda y así se lo dije a papá.

—Nunca me entenderás, hija –fue su lacónica respuesta.

—Café espresso.

En la segunda calada, el camarero interrumpe el hilo del pensamiento. Mientras le pido el café como una autómata (¿Será posible que tenga tiempo también para un café?), por instinto, observo que la jarra de cristal y los vasos imitan piezas del siglo XVII elaboradas en «cristallo», el famoso cristal veneciano, cuando las formas se hicieron más ligeras y delicadas e incorporaron la filigrana de vidrio blanco opaco dentro de un cristal transparente.

—Bonita imitación –añado intentando explicarme ante el camarero que me mira con la indiferencia del profesional–. Es que soy especialista en imitaciones.

Sonríe y entra a buscar el café. Después de tantos años, sirviendo cafés a extranjeros en la Plaza de San Marcos, supongo que nada puede extrañarle. Ni siquiera esta ropa inadecuada para el principio del verano. Pero no voy a explicarle que tengo frío, que se me ha metido hasta los huesos –a veces pienso que me sale “desde” los huesos– y que no me preocupé demasiado al abandonar la habitación del hotel. Me puse lo primero que tenía a mano, el chaquetón cheviot, que me da un cierto aspecto de campesina holandesa, y que en cuanto caliente un poco el sol me empapará en sudor. Si es que llego a la hora del calor, si es que puedo fumarme el cigarrillo, y reunir fuerzas para intentar escapar otra vez. La campesina que nunca dejé de ser, huyendo campo a través. Pero esto es Venecia. Y mis campos están muy lejos, también en el tiempo.

Apenas podría distinguir, como entonces, los mati ces del verde entrando por las ventanas indefensas. Sin persianas ni cortinas porque «a todas horas es la hora del Señor, y todo lo que hagamos debe aprobarlo. Si él nos ve, y seguimos su ley, todos deben vernos», repetía papá. Y como papá debían pensar el resto de los vecinos, porque nadie en Eibergen oculta lo que hace en su casa.

Por no ocultar, no ocultaban ni las malas copias. La obsesiva repetición de «La danza» de Matisse, que papá pintaba una y otra vez, con la sonrisa anuente de mamá (mamá siempre sonreía, siempre decía que todo estaba bien, siempre entendía lo que papá quería decir). Y que yo empecé a pintar también el día que descubrí el original. No porque me atrajera especialmente –era demasiado niña para entender la excepcionalidad del movimiento infinito–, sino porque las imitaciones de papá eran horribles. Los bailarines parecían un grumo y en lugar de moverse, de ondularse de una manera má gica, se aplastaban los unos a los otros, emborronados en colores imposibles.

De ahí, y de las largas, larguísimas noches de invier no, me vino la afición a las copias. Del abuelo Jan Arie aprendí a no tener las manos desocupadas, a moldear las cosas, y con él descubrí lo sencillo que me resultaba imitar las formas, los colores, los paisajes, lo fácil que era convertir la materia en similar.

El abuelo, vuelve con la cuarta calada, queda, lenta y corta, como si alargar el cigarrillo me garantizara unos minutos más. Él me apoyó cuando le dije que no soportaba más Eibergen, al pesado de Siem, a mis padres, y a la profesora Ter Mate y su insoportable empecinamiento en suspenderme dibujo por no se sabe qué. A mí, que me licencié con matrícula en la Royal School of Art de Londres. A Inma de Jonk, reconocida experta europea en arte, capaz de restaurar y reproducir cualquier obra por deteriorada que parezca.

Quizá tenga que agradecérselo a papá después de todo. Repetir «La danza» hasta que no se distinguía de la original exigió años de perfeccionamiento. Y además, me proporcionó el pequeño placer de vengarme de tantas sandeces oídas.

—Matisse, el autor de ese cuadro, se llama Matisse. Y era francés, papá. Es un cuadro de fama universal y no la obra de un pintor desconocido de Groenlo al que el mundo trata injustamente por ser un buen holandés. Un extranjero, llevas copiando el cuadro de un extranjero los últimos quince años.

No sé si me creyó: salía hacia Londres y quedó boquiabierto. Indeciso, entre creerme y pensar que le engañaba por gastarle una broma. Aunque poco impor taba ya, el deterioro de nuestra relación había llegado a tal punto que sólo pensábamos –los dos– en no volver a vernos.

Hemos cumplido, pero no por eso puedo seguir perdiendo tiempo pensando en papá. Noto el calor en los pies –por suerte el único calzado a mano eran las sandalias– y la bufanda rosa comienza a molestar, pero no puedo permitirme perder unos segundos en quitarme ropa, ni siquiera el sombrero que me puse para que me tapara un poco la cara, en uno de esos arrebatos absurdos a los que empuja el miedo: en la habitación del hotel, parecía un verdadero disfraz. Ahora sé que es una tontería, que en cuanto el chico de la mochila se baje del vaporetto –si es que no se ha bajado ya y espera el mejor momento para actuar–, me reconocerá entre los cientos de turistas que abarrotan los cafés de San Marcos.

Por eso miro el cigarrillo que ya ha llegado a la mitad y aprovecho para mecerme en los recuerdos dulces de los últimos años. Las llamadas constantes, el trabajo esperando porque no hay expertos en restauración, no al menos como yo. Las copias oficiales de Inma de Jonk, tan cotizadas. Y las otras. El desplazamiento casi imperceptible hacia el otro lado. La reconstrucción del

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cuadro perdido, de la joya olvidada. Todo fue natural: ellos tenían los medios, yo el conocimiento. Nunca supe dónde ni por qué, solo hacía mi trabajo, me pagaban –muy bien por cierto– y a otra cosa.

Así fue como conocí a Luca di Monmteaquila, un hombre de negocios con la infraestructura necesaria para que “apareciesen” cuadros de pintores secundarios flamencos, de algún olvidado de los italianos del XVII, de algún discípulo especialmente querido de Leonardo. La «reconstrucción» de un cuadro «perdido» de Giulio Romano, un discípulo de Rafael, cuyas obras tenían muchas veces carácter temporal, por lo que «encontrar» una de ellas supone una cantidad ingente de dinero. Y más aún, si se trata de una pequeña copia de «La caída de los gigantes» que el artista pintó para el Palacio Te en Mantua, y que un burgués de la ciudad le encargó para colgar en su propio palacio y sorprender a algún ilustre visitante.

Nada es complicado, si no se quiere complicar. Y nada lo hubiera sido, si me hubiera limitado a acabar la obra en la residencia napolitana de don Luca. Hasta el día en que la vi. Casi sin querer, porque la Signora Andrea, tenía tal pasión por la joya que no podía menos que enseñarla a cuantos personajes importantes –que no eran pocos–, pisaban el palacete. El corazón refulgía en verde en pleno mediodía, y aunque la Signora hablaba bajo, como para no molestar, o que no la oyeran, no pude evitar oírla.

—Es una esmeralda durante el día y un rubí por la noche. Luca siempre me busca cosas únicas. La dueña fue una reina rusa....

Su voz se perdió mientras salía para despedir a la visitante.

Todo lo demás fue sencillo. Llamar al viejo Carlo, y darle algunos detalles iniciales. Es bueno, muy bueno. Y caro, muy, muy caro: Para fabricar un cristal sintético, emplea como material base una sal absolutamente pura, el alumbre amoniacal. la calcina a 1.200 grados. A continuación extrae la alúmina del horno y la criba en un matiz vibratorio para obtener finísimas partículas de un diámetro inferior a una micra. Después una llama calienta el material hasta los 2.050 grados centígrados.... qué más da cómo lo haga, pienso mientras dejo de chupar el cigarrillo para no gastarlo.

El caso es que «El corazón de Nicolás» acabó en mi poder un día antes de irme. Y que no pudo llamar la atención, porque la copia era mi obra maestra. La más perfecta imitación. Y sin embargo, no había pasado una semana, cuando noté que algo extraño ocurría en mi estudio de Roma. Y supe que me habían descubierto.

Los primeros días creí que podría conseguir huir si fingía no saberlo, buscando alternativas distintas. Pero

siempre estaban allí. Sin ser vistos. Una sombra apenas, un movimiento. Y el muchacho de la mochila violeta.

Cuando se dejó ver, entendí que ya no había escapatoria, que la última carrera, de hotel en pensión y de ciudad en ciudad, no era más que el deseo de tener conmigo un poco más «El corazón», mi corazón.

Esta mañana lo he guardado en una bolsa de plástico y he decidido traerlo conmigo aquí. A la Plaza de San Marcos. Es posible que entre tanta gente...pero sé que no es más que otra falsa ilusión. Vendrán a por su joya. Aunque no les importara, su honor les obligaría a recuperarla. Pero les importa. Y mucho. La Signora Andrea es el más grande trofeo de Luca, un hombre hecho a sí mismo que jamás soñó poseer una mujer como ella. Todo capricho es poco para ella, y «El corazón» era su máximo capricho.

El camarero ha dejado el café sobre la mesa y al cigarrillo todavía le quedan un par de caladas. Así que alzo la vista buscando al muchacho de la mochila.

No lo veo, pero en cambio, una foto colgada en la pared de enfrente llama poderosamente mi atención. Sobre un fondo dorado, bañados por el sol de la tarde, un grupo de varas de hierba, que semejan por la forma monjes en procesión, dejan tras de sí un rastro de sombras. Un intenso y extraño rastro de sombras.

También el artista se llama Rafael, aunque no llego a distinguir el apellido; le habrán preguntado miles de veces, como me pregunto yo ahora por qué. Qué quiso reflejar en esa fotografía en la que yo intuyo las sombras, o mejor dicho, la Sombra. La que avanza en forma de muchacho con mochila, se sienta a mi lado sin hacer ruido y pregunta amablemente.

—¿Dónde está?

Sigo mirando la fotografía, en la que las figuras pare cen sostenerse en pie por un milagro, a las que podría oír jadear, fatigadas, intentando llegar al final del camino. Si es que hay algo al final.

—¿Qué hay al final del camino? –pregunto.

—Horror. O por lo menos, eso dijo Roberto cuando le pregunté.

La respuesta me obliga a mirarle. Treinta y ocho, quizá cuarenta años. Han enviado un buen profesional. Hasta correr sería un esfuerzo inútil.

—Dame el paquete.

Obedezco mansamente la orden y le entrego las bolsas de plástico donde oculté burdamente el collar. Lo entreabre y mira.

—Don Luca está muy enfadado. Pero la Signora Andrea lo está más aún.

Observo el cigarrillo. Queda una calada.

—Tengo una curiosidad.

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El parece calcular la posibilidad de que intente una última jugada.

—No te preocupes –añado para tranquilizarle–. Sólo quería saber tres cosas.

—Dime.

—¿Quién lo descubrió? ¿Me dejarás acabar el cigarrillo?

—Acábalo mientras te cuento.

—Gracias.

—La Signora Andrea puede que no sepa mucho. Don Luca le dijo que le regalaba una esmeralda de día y un rubí de noche porque si le dice que es una joya de alejandrita igual se la tira a la cabeza, pero no es tonta. Cada noche revisaba el corazón con una luz especial de alta intensidad: tu copia perfecta, al alcanzar cierto punto derivó del rojo hacia el marrón.

—Con una luz normal no lo hubiera descubierto.

—No.

—Lo descubrieron el mismo día que marché.

—El mismo.

Asentí lentamente aspirando con fuerza el último resto del cigarrillo, con la vista clavada en la procesión de sombras que parecían llamarme.

—¿La tercera?

—La tercera ¿qué?

—La tercera pregunta.

—Ah, sí. Aunque está un poco frío ¿te importaría que me tomara el café?

—Ya te dejé el último cigarrillo. Lo siento.

Casi con pena se inclina un poco hacia delante. Sé que en la mano empuña un arma silenciosa, oculta bajo la mesa a miradas indiscretas.

Contemplo otra vez la fotografía de las sombras.

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Juan Depunto

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El palomar de La Breña

“¿Cómo sugerir, por ejemplo, una ciudad sin palomas, sin árboles y sin jardines, donde no pueden haber aleteos ni susurros de hojas, un lugar neutro, en una palabra?”

“ La peste” (1947) a LbErT Ca Mus

“Se oyó un aleteo de palomas azoradas. Yo pensé: Todos somos palomas azoradas”

“ El manuscrito carmesí” (1990) a n Tonio Ga L a

Muy cerca de donde 120.000 hispanovisigodos, mandados por el rey D. Rodrigo, perdieron la batalla de La Janda frente a tan solo 12.000 musulmanes comandados por Tarik, se encuentra el parque natural de la Breña. Éste es un monte poblado de pinos piñoneros y de algunas otras especies; se extiende entre el Faro de Trafalgar y el río Barbate, que desemboca en la costa del municipio que le da nombre a esta localidad.

El parque de la Breña y marismas del Barbate se desarrolla en dirección oeste-este paralelo al océano. Por él discurren numerosos senderos y hay varias cortijadas y pequeños núcleos de población como el de San Ambrosio, próximo a la ermita visigoda que lo nomina. Muy cerca del paraje de S. Ambrosio (perfectamente señalizado en la carretera Ca-2143 que va de Caños de Meca a Barbate, a su izquierda) se encuentra este inmenso palomar, hoy reconvertido en Hotel Rural con encanto.

En la prehistoria esta zona era primera línea de costa (las partes altas, como Vejer o Benalup o la Sierra del Retín) o incluso mar (como las marismas del Barbate y la laguna de la Janda, hoy desecada por el franquismo y a 20 km de la costa).

Según la “Tabula” romana, la Vía Hercúlea transitaba por la costa desde Cádiz a Roma; en Barbate (Bessippo) nacía la primera bifurcación del camino hacia Carmona por Medina. La producción del “Garum”, la típica salsa romana subproducto del despiece

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del pescado, tenía en esta zona su mayor interés, por disponer de las mejores almadrabas del mundo, de las que quedan innumerables restos de construcciones dedicadas a la fabricación de dicha salsa y su posterior manufactura, mandándolas a Roma a través del puerto en cinco días.

La primitivamente llamada “ batalla del Guadalete”, y luego “de la Janda” y ahora del “Barbate” o de “Vejer” (según evolucionan los datos históricos), mencionada al principio y que duró ocho días (pereciendo en sus marismas fangosas el Rey D. Rodrigo), fue la más trascendente de la Historia de España, pues desde entonces se asentaron los musulmanes en estas tierras durante ocho siglos.

A partir de la expulsión de judíos y moriscos, por los Reyes Católicos y por Felipe III, estos buenos profesionales y artesanos se refugiaron mayoritariamente en el norte de África, donde fueron muy bien recibidos dada su preparación profesional y laboral. Y desde ese momento intentaron la recuperación de lo que fueron sus territorios a través de la piratería berberisca, a la que se unió el turco. Por eso estaba prohibida la construcción en la costa, dado que no se podía garantizar la seguridad, y esas tierras se dedicaban a pastos en los que había corrales (“corralizas”) que resguardaban la ganadería. Para la vigilancia se construyeron múltiples torres y castillos que estaban en comunicación visual continua y desde las que se daba la alarma en caso de invasión.

La corraliza de “La Porquera” (donde dormitaban los jabalíes) es el origen de nuestra Hacienda en la que se asienta el Palomar. Aunque está solo a tres kilómetros en línea recta del mar, hay acantilados desde los que se puede ver pero es casi imposible subir. El punto más cercano de desembarco está a 8 kilómetros y las zonas intermedias están llenas de monte bajo (“breñas”) con escasos pasos solo aptos para animales. Los piratas unicamente accedían de noche, para no ser descubiertos. Los pastos tenían rentas bajas porque los pastores se tenían que pasar la mitad de la jornada diurna recogiendo al ganado, por lo que éste disponía de menos tiempo para pastar.

Las torres vigías o torres almenaras (almenara es el fuego que se encendía arriba de la torre), estaban a cargo de un torrero que cobraba un buen sueldo por las condiciones en las que tenía que vivir: sin huerta, sin familia, con prohibición de jugar a cartas, etc.

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a fin de disponer de todo su tiempo a la vigilancia sin distracciones. Se comunicaban de noche con hogueras y de día con humo, lanzando tantas flechas de fuego como barcos divisara.

El cerro de la Porquera, donde está el palomar, disponía de la torre almenara más estratégica de toda la zona, pues desde ella se divisaba de Tarifa a Cádiz y esto suponía además controlar la entrada y salida del Mediterráneo y de las flotas de Indias. Estas torres estaban en los territorios del Duque de Medina Sidonia que se llevaba tan mal con el rey que terminaron enfrentandose en una batalla en el s. XVIII por necesitar el rey controlar la zona directamente. Esto dio lugar al nacimiento de la población de Puerto Real.

Otra de la importancia estratégica de las palomas residía en sus prestaciones como mensajeras. Una paloma podía llegar de Cádiz a Madrid (unos 600 km en línea recta) en menos de un día; también eran capaces de ir de Cádiz a Canarias (unos 1600 km) o entre Canarias y un barco que hubiera zarpado hace 5 días del Nuevo Mundo; podían así avisar de la llegada de un galeón, cargado de plata y oro, sin que estas mensajeras fueran interceptadas.

La propiedad del Palomar fue de un tal Ventura de Osio, hijo de un propietario de molinos de marea y salinas de Cádiz y nieto del Superintendente de Andalucía de la época, máxima autoridad. Él era Administrador de la Real Aduana y Ministro de la Real Hacienda. Consiguió del Rey una cédula real que le permitió reconstruir el colmenar anexo y mantener abierto el palomar, de la “Hacienda de la Porquera”, también llamada de la Virgen del Pilar.

Tanto Ventura, como su padre y abuelo, desde sus privilegiadas posiciones de autoridades sin pertenecer a la nobleza, participaron además de en la política y en sus negocios, como tertulianos de la época en la que se debatían los temas de la Ilustración que tanto contribuyeron al florecimiento en Cádiz de estas nuevas corrientes que lo convirtieron en un centro europeo del pensamiento ilustrado y desembocaron en la Constitución de 1812.

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Ventura poseía la exclusividad de las exportaciones de miel a América. En Cádiz esperaban embarcar múltiples personas innovadoras que veían imposible desarrollar sus ideas en tierras que eran posesión del clero y la nobleza, reticentes a los avances. Como autoridad aduanera seleccionaba a las personas que consideraba de interés para aportarle nuevas ideas y mientras éstas esperaban el embarque a América (cosa nada fácil) los invitaba a su casa. El cultivo de la miel empezó en la zona en la época de los árabes, llegándose a llamar “Vejer de la miel” y S. Ambrosio la pedanía de la Breña, por ser el patrono de la apicultura.

En la Hacienda de La Porquera se dispone de vivienda, oratorio, bodega, almacenes, el enorme palomar, un gran colmenar, huerta, olivar, viñas, moreras, arboledas y tierras de secano y monte bajo (Las Breñas).

Ventura y su mujer, Luisa, no tuvieron hijos y a su muerte dejaron la Hacienda a una orden religiosa a cambio de que le dijeran misas diarias a perpetuidad. A los ocho años, ante la inexistente gestión, la casa era una ruina, vendiéndose a precio de tierra improductiva. En 1765 Pedro de Fagoaga, de México, vive el resurgir de la actividad minera en ese país, pero necesitaba materias como la pólvora, sal y azogue para la extracción de la plata. Lo resuelve comprando la Hacienda y su palomar, a través del obispado de Cádiz.

A continuación la Hacienda pasa a ser propiedad de los canónigos de la Catedral de Cádiz, que le encargan a un tal Braulio Manzanares la gestión de la misma. Con él se rehabilita la Hacienda que termina pasando a sus hijos. Estos Manzanares son oriundos de Cordovín, en La Rioja. Como curiosidad, actualmente en el complejo hotelero se sirve un vino que casualmente es de Cordovín y su dueño también se llama Braulio Manzanares, lo que ya colma la coincidencia después de 150 años...

Este viejo palomar situado en esa Hacienda de la Porquera es el más grande del mundo, según consta en el libro Guinnes Words Records.

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Como saben, este Libro Ginnes es una obra de referencia en asuntos de records. Publicada anualmente, contiene una colección de primeras marcas mundiales, tanto Humanas como de la Naturaleza. Y, a propósito de esta cita, el propio libro en sí mismo es todo un récord, pues es el libro más vendido, con derechos de autor, de toda la historia. Igualmente es uno de los libros más robados de las bibliotecas públicas en Estados Unidos. El concepto se ha extendido más allá de su foro original, dando lugar a series de televisión y a un museo. Está reconocida como la principal autoridad internacional en la verificación de distintos récords mundiales.

La hacienda tiene unos 400 m2 y en ella El Palomar contiene 7.770 nidos de paloma fabricados en terracota.

La obsesión por el número 7 se origina en varias fuentes. Por un lado se le considera relacionado con la perfección, por otro con motivos mitológicos y simbológicos judeo cristianos. También se supone que trae suerte. Desde la antigüedad se le asoció a las fases de la luna que duran siete días y a los siete cuerpos celestes conocidos alrededor del Sol: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Sadías tiene la en siete días el mundo las tres ligio nes

mo teis Tamen el

se mencionan las siete trompetas y las siete copas. Siete son los pecados capitales, los Sabios de Grecia y los dioses de la Fortuna. También son siete las maravi- llas del mundo antiguo y las colinas de Roma y siete los brazos del candelabro judío. Se dice que siete vidas tiene un gato y siete son los colores del Arco Iris, pudiendo así seguir durante largas páginas… Volviendo al Palomar, está construído por gruesos muros de 11 metros de altura, en los que se asientan los nidos de terracota, definiendo una serie de calles paralelas que dan a un amplio patio donde hay un bebedero en el que también se bañaban las aves, al abrigo de depredadores (el techo estaba cubierto con lonas).

Como las palomas suelen ocupar dos tercios de los palomares, se calcula que en sus mejores tiempos lo habitaban unas 5.000 parejas. A esto hay que añadirle 1 o 2 crías cada 3 semanas; dado lo prolífico de las mismas, al mes podríamos hablar de 10.000 palomas y 5.000 crías. Esto nos da de 80.000 a 100.000 palomas al año. Los productos derivados de esta gran fábrica preindustrial son abundantes, tanto en estiercol como en carne.

Por eso el complejo se construyó para abastecer a los barcos que partían hacia América, tanto de aves vivas (que servían de alimentación y como mensajeras), como de nitrato potásico procedente del estiercol de paloma (el guano o palomino) que es un

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componente fundamental de la pólvora. El guano o palomino era también un magnífico fertilizante natural, al punto que para muchos cultivos se tenía que utilizarlo diluido en agua u otros estiercoles animales. Se empleaba sobre todo para el cultivo del cáñamo y del tabaco. El palomar producía de 10 a 15 toneladas de guano. Por eso había tantos palomares en las costas, cuyas palomas gozaban de protección real, estando militarizadas en España hasta bien entrado el tercer milenio en el que vivimos, por su capacidad mensajera, aunque realmente desde finales de los 50 del siglo XX dejaron de utilizarse.

Para mantener plena la producción, el palomar necesitaba de unas 2.500 hectáreas de terreno en el que cultivar alimento para todas las palomas.

El Palomar en la actualidad no está en producción, sobre todo porque las necesidades alimenticias y de pólvora han cambiado desde el s. XVIII y porque, aunque hay bandadas de palomas que esporádicamente se posan en el mismo, lo habitan varias parejas de cernícalos, mochuelos y lechuzas, que son aves hoy protegidas, y que son depredadores de palomas.

La Hacienda hoy esta convertida en un hotel privado, manteniendo anexo e intacto el palomar, al que se permiten visitas gratuitas pidiendo permiso al personal encargado del hotel y admitiéndose propinas para su mantenimiento, como reliquia histórica, no ya con la función que tuvo.

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Referencias documentales: 1. Cartelería colocada en varias de las calles del palomar. 2. https://www.palomardelabrena.com/es/index.html 3. https://es.wikipedia.org/wiki/Palomar_de_La_Bre%C3%B1a 4. https://culturacientifica.com/2016/06/29/siete-numero-popular 5. https://es.wikipedia.org/wiki/Libro_Guinness_de_los_records 6. Hotel Palomar de la Breña: Ver en Google (el enlace es larguísimo).

Monchu Calvo

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Monchu Calvo conb la ceramista Mar Lluna

Aires de cambio para nuestros pueblos

Yo nací en Gijón, una ciudad industrial de la costa cantábrica, aunque la procedencia por parte de mis padres era de origen rural. Estudié y trabajé siempre, hasta mi temprana jubilación, en esa misma ciudad. Tambien me casé y tuve mis hijos en ese entorno urbano.

Cuando las circunstancias me obligaron a suspender mi vida laboral, me planteé darle un cambio a mi estilo de vida, y alquilamos una casa en Bueres, en pleno Parque de Redes. Había quedado viudo recientemente, y mi nueva pareja, que nunca había pisado un pueblo más que de visita, apoyó esa decisión. Vendimos la casa de la ciudad, y nuestros ojos tuvieron que acostumbrarse a dejar de ver semáforos y casas de muchos pisos para contemplar bosques y prados, cuya yerba alimentaba las numerosas vacas que comían aquel pasto.

Debo decir que no me arrepiento en absoluto. El cambio enriqueció mi vida, y aunque perdí algunas cosas como el contacto con mis amigos, que las redes sociales mitigan, y una actividad cultural mas rica, gané otras cosas que para mí son mas importantes, entre ellas la comunión diaria con un paisaje soberbio, y las relaciones con vecinos del pueblo y, en mi caso puedo decir con orgullo, de casi de todo el Parque de Redes, pues pocos habrán que no me conozcan, gracias a mis fotos y mi actividad divulgadora de todo lo que ocurre en los dos concejos que forman el parque, que casualmente en los dos he vivido, puedo decir que felizmente, cada uno con sus singularidades, pero a Caso y Sobrescobio los llevo muy metidos en mi corazón.

Hago este preámbulo porque estoy asistiendo a un cambio social delante de mis ojos, que no deja de asombrarme. Y cada vez es mas palpable, y aunque los pueblos y

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Alejandro y Beatriz, en la cabaña de Piquero. Turismo ornitológico

el paisaje siguen ahí, este último con grandes cambios en su estructura, sus habitantes nada tienen que ver con los que toda la vida conocí. Estos dias asistí a la desaparición, de forma trágica, del panadero que toda la vida nos llevaba el pan a nuestras casas, y así, muchos y muchas más que formaban esa gran familia ligada a la tierra durante siglos, y con abundante parentesco entre si. Conocedores de los rincones más ocultos de esa tierra que los alimentó, y donde apacentaron sus animales. Caserías y majadas, que habitaron durante la recogida de la yerba, o cuidando sus ganados en aquellas pobres cabañas que malamente les protegían con un techo de madera de las lluvias y temporales, mientras duraba su estancia en esos poblados de altura.

Todo eso está casi desaparecido, incluida la gente. La demografía nos ofrece una visión geriátrica de nuestros pueblos. El crecimiento es negativo, pudiéramos decir en toda la región asturiana. Ese es el gran problema que tenemos.

La sostenibilidad social de las áreas rurales no es producto únicamente del crecimiento económico, sino también de las dificultades de la reproducción de la vida social. Que no haya jóvenes, que las mujeres se vayan, que los mercados de trabajo sean poco dinámicos, son indicadores contundentes de que los cambios socioeconómicos han producido nuevas dificultades y desigualdades. Y sin embargo están llegando nuevas gentes convencidos de que estas tierras son el futuro, y como apunta el titular de este artículo son los nuevos pobladores que sueñan con esta tierra, y traen bajo el brazo proyectos para ella.

Desde luego no están ligados a las actividades tradicionales de antaño, ganadería y cultivo de tierras, o por lo menos si tienen algo que ver, concebidas de distinta manera.

Estos nuevos residentes van a significar una ampliación de las formas de vida tradicionales que harán mas atractivo el entorno rural, además de enseñar nuevas oportunidades que las personas autóctonas nunca se habían percatado de ellas. A todo esto, ayudará la tecnología, los nuevos sistemas de comunicación, las redes sociales, la globalización que hará que un embutido de buey casín pueda enviarse a Melbourne sin problema, y cobrarlo, o que un vecino de Soto de Agues reciba en 24 horas un recambio para su motosierra enviado desde Milán.

Asi que no puedo mas que dar la bienvenida a este norte, que ellos y ellas ven como tierra de futuro, ligada al verde y al agua, a esos nuevos vecinos, y amigos en algún caso. Mirian y Cesar, de Madrid, propietarios del Restaurante La Carasca, de Orle. Pilar y Sito, de Madrid, que quisieron casarse en la finca Beldreu, antiguo recinto ferial, y formar una empresa para realizar rutas a caballo y eventos, como su boda, en aquel mismo lugar.

Alejandro, de Málaga, y su pareja Beatriz, de Palencia, buscando un terreno con cabaña para crear una empresa de turismo ornitológico. Thomas, periodista inglés, que compró casa en Caleao, y desde ahí mandará sus reportajes al periódico inglés.

José María Morales, productor cinematográfico, enamorado de nuestro paisaje, y también con cabaña cerca de Caleao. Héctor Calderón, que con un grupo de compañeros se afincaron en Nieves, y tienen un rebaño de cabras a las que pastorean de manera tradicional, y producen un queso exquisito.

No me olvido de nuestra compañera fotógrafa Mar Lluna, madrileña, pero con taller y tienda de cerámica en nuestro concejo de Caso.

Así podría enumerar a un sinfín de nuevos vecinos, amigos, muchos de ellos, biólogos, diseñadores, traductores, músicos, etc.

Esos serán los nuevos pobladores de Caso y Sobrescobio, y de Asturias y el norte cantábrico, si se consigue una mejora en el entorno en cuanto las comunicaciones, tanto físicas, con buenos accesos, como tecnológicas, internet rápido y seguro. Con esto se puede conseguir atraer a nuevos pobladores a nuestros solitarios pueblos, que hoy luchan desesperadamente contra la despoblación.

¿El precio a pagar? La pérdida de una cultura vernácula que desaparece con los últimos habitantes cuando se los llevan a una residencia o se mueren. Solo nos quedará su recuerdo, y alguna vieja fotografía que nos mostrará cómo era aquel paisaje hace años y como es ahora, y para lo que se utilizaba en tiempos tan dispares, como muestra el contraste entre las fotografías de la feria de ganado, hace años, y la boda de Pilar y Sito, dias atrás.

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Beldreu. Boda de Pilar y Sito Beldreu. Antiguo recinto ferial

José Luis Cuendia, “Guendy”

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Arturo Vigil Herrera: El misterio que rodea las maravillas del fondo del mar

Tengo que confesar que soy un verdadero profano en esto de la fotografía submarina, y como amante de la fotografía no deja de sorprenderme su belleza, los engrandecidos y coloridos fondos marinos, el descubrimiento de singulares ejemplares, y sobre todo haber conocido a Arturo y ver de qué forma materializa en imágenes su pasión por el mar. En la medida en que se va descubriendo su mundo fotográfico se advierte que su pasión está fuera y dentro de los océanos, está en los bosques, en la fauna, en la flora..., él es capaz de crear pequeños submundos dentro de los entornos en que se mueve con sus cámaras.

Cuando uno tiene buenos amigos, es lógico y normal que los amigos de tus amigos también sean buena gente, y al conocerlos se produzca una prolongación de la buena amistad entre ambos. Conocí a Arturo a través de mi amigo Felipe Pereda, estábamos inmersos en el proyecto de un corto cinematográfico basado en un cuento del escritor asturiano Armando Palacio Valdés; estudiábamos sobre el papel una secuencia que debería de ser grabada en el interior de un pozo del río, llegamos a la conclusión de que la única manera de que la escena resultara creíble era utilizando buzos con cámaras en el interior del río. A Pipe, que es como afectuosamente llamamos y conocemos a Felipe Pereda los amigos, ese día se le encendió la bombilla y dijo: “Buceador conozco yo al mejor, mi amigo Arturo, que viaja por los océanos del mundo en sus días de asueto, solo con que veáis alguna de sus fotos comprenderéis de lo que estoy hablando”. ¿No tiene nada en redes para echar un vistazo? No es muy amigo de las redes sociales, suele vender sus trabajos a plataformas americanas, comentó Pipe. Acto seguido, le llamó y quedamos con él, más bien le asaltamos a la hora de la comida en su trabajo dos días después.

Una semana después me invitó a su hide personal, al que he vuelto varias veces este año con diferentes amigos comunes. El hide lo tiene instalado en una finca de su propiedad en la zona rural de Villaviciosa, un lugar donde Arturo es feliz, desde allí alterna sus buceos al mar con las aves y los animales monteses que fotografía desde la discreta ventana del hide que da a una pequeña laguna artificial repleta de peces, y a donde acuden infinidad de pájaros. Nunca había conocido a alguien que sintiera tanto amor por lo que hace y el respeto que tiene por todos los seres vivos que acuden a su hide. Durante el rodaje del corto “Solo” metía prisa a todos a la hora de rodar con las truchas fuera del agua, pues aunque fueron adquiridas en una piscina laboratorio que se dedica en Asturias a repoblar los ríos asturianos, bajo ningún concepto permitió que ninguna muriera fuera del agua, siendo devueltas con vida al rio Sella.

Como era de esperar, el trabajo realizado por Arturo y su amigo Kike, su colaborador en este corto, en lo que a sus trabajos se refiere el rodaje ha sido sobresaliente; como

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perfeccionista que es, no se conformó con los resultados que eran óptimos para el equipo de producción, volvió otro día a sumergirse en la profundidad del rio para hacer mejor lo que ya estaba bien hecho.

Todo artista, y Arturo lo es por sus cuatro costados, precisa de un marco idóneo para dar a conocer su obra, y desde las páginas de Luz y Tinta nos enorgullece dar a conocer su trabajo.

Si su fotografía fuese de tema documental, quizá su nombre estaría unido a la prensa deportiva o de la naturaleza, pero eligió un camino mucho más complicado: La fotografía creativa en las profundidades del mar. A través de sus trabajos a lo largo de esta nueva temporada 2022-23, podremos apreciar ráfagas de color que interpretan la velocidad y movimientos de las especies marinas, siempre en busca de una plasticidad que nos sugiere fuerza y vida.

Este tipo de fotografías se ha enriquecido con las nuevas técnicas, pero Arturo se ha sabido adaptar y potenciar perfectamente, siendo uno de los grandes exponentes, y sin recurrir a complicados procesados pues sus imágenes no son retocadas más allá de modificar levemente la luz y el color.

Lamentablemente, la fotografía sigue siendo considerada el pariente pobre de todas las actividades artísticas. Quizás algún día, en un futuro no muy lejano, alguien descubrirá a Arturo, como nosotros lo hemos descubierto, y seguro que con el tiempo se le considerará como a un “clásico” de la fotografía creativa en la temática del submarinismo y de la naturaleza, al igual que tantos fotógrafos que al final terminamos entronizando, y que en su tiempo fueron totalmente ignorados.

Mientras llega ese momento, pedimos a Arturo que no deje de producir obras de la categoría de las que aquí nos ofrece. Su arte tiene que seguir camino. Algún día llegará el aplauso que desde aquí comenzamos a prodigarle.

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Deb Achak

Criada en New Hampshire, Deb Achak tiene una maestría en trabajo social y es fotógrafa y cineasta autodidacta. Ella vive en Seattle, WA con su esposo e hijos en una gran casa antigua que alguna vez fue una cama y desayuno. La fotografía artística de Deb explora los elementos naturales del agua y la hierba, elementos de la tierra con composiciones limpias y sencillas destinadas a calmar y calmar. Sus hijos también son un tema cada vez mayor de su trabajo de bellas artes. Sus fotografías han sido exhibidas en Black Box Gallery, Portland, OR; Talleres Fotográficos de Sante Fe, Sante Fe, NM; el SE Center for Photography, Greenville, SC: y el Vermont Center for Photography, Brattleboro, VT.

Deb Achak nos dijo que confiáramos en nuestra intuición: “Las últimas palabras de mi madre a mis hermanos y a mí antes de morir fueron “confía en tu instinto”. A lo largo de los años me ha llamado la atención lo profunda y revolucionaria que es esa simple frase. Se ha convertido en mi mantra, mi estrella polar. Cuando aquietamos nuestra mente, la liberamos del pensamiento consciente, la intuición se puede escuchar y sentir, y se convierte en la guía perfecta. Hace algunos años, comencé a notar que cuando estoy en un flujo profundo con mi arte, se convierte en una meditación y puedo escuchar mi voz interior con total claridad. En esta serie utilizo agua, color, movimiento y la forma humana para expresar la cualidad meditativa que siento cuando estoy sincronizado con el flujo de la creación. Busco capturar ese momento único donde mi cámara, mi intuición y el mundo natural están perfectamente alineados.”

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Mike Reyfman

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Montañas de Rhyolite

Lagos de cráter, áreas geotérmicas, campos de lava y ríos glaciares. Islandia. Paisaje en construcción

Las asombrosas características geológicas de Islandia son un regalo para los fotógra fos de la naturaleza. La isla es una de las regiones volcánicas más activas de la Tierra, donde se pueden encontrar casi todos los tipos de actividad volcánica y geotérmica. Islandia tiene uno de los paisajes más singulares del mundo. La ira ardiente de los volcanes de la isla, mezclada con el movimiento de los glaciares helados que dan forma a la tierra, ha creado un paisaje espectacular e impresionante que es el sueño de todo amante de la fotografía. Los valles del Rift y los géiseres, las fuentes termales y las montañas de Rhyolite, las formaciones columnares de basalto y los campos de lava, las áreas geotérmicas y los cráteres lunares, los ríos y arroyos glaciales multicolores crean infinitas oportunidades para obtener imágenes impresionantes.

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Hannah Altman

El pensamiento judío sugiere que el recuerdo de una acción es tan primario como la acción misma. Es decir, cuando mi mano está herida, recuerdo otras manos. Traigo el dolor a otros dolores: mi madre agarrando mi muñeca jalándome a través de la intersección, los dedos de mi bisabuela entumecidos en el barco que se dirigía a Cuba huyendo de los nazis, las palmas de las manos de Miriam vertiendo agua para los hebreos en el desierto: así es como un El judío entiende la acción. Debido a que ningún espacio físico es un hecho para la diáspora judía, el tiempo y los rituales que se sumergen en él se centran como un modo de continuar. El linaje de un cuento popular, un objeto, un ritual, late a través de la interpretación y la representación. En este trabajo exploro las nociones de la memoria judía, las reliquias narrativas y la creación de imágenes; las obras se posicionan en el pasado como recuerdos, en el presente como historias que se cuentan, y en el futuro como acciones para interpretar y repetir. Acercarse a una imagen de esta manera no es solo preguntar cómo se ve, sino preguntar: ¿cómo la recuerda?

Hannah Altman es una artista judía estadounidense de Nueva Jersey. Tiene una Maestría en Bellas Artes de la Virginia Commonwealth University. A través de medios de base fotográfica, su obra interpreta las relaciones entre gestos, cuerpo, linaje y espacio interior.

Recientemente ha expuesto en el Museo de Arte Contemporáneo de Virginia, la Galería Blue Sky, el Fideicomiso Cultural de Pittsburgh y el Festival Photoville. Su trabajo ha aparecido en publicaciones como Vanity Fair, Carnegie Museum of Art Storyboard, Huffington Post, New York Times, Fotoroom, Cosmopolitan, iD y British Journal of Photography. Recibió el premio Bertha Anolic Israel Travel Award de 2019 y fue incluida en los finalistas de los premios Critical Mass y Lenscratch Student Prize de 2020.

Ha dado conferencias sobre su trabajo e investigación en todo el país, incluida la Universidad de Yale y la Conferencia Nacional de la Sociedad para la Educación Fotográfica. Su primera monografía, publicada por Kris Graves Projects, se encuentra en la colección permanente de la Biblioteca Thomas J Watson del Museo Metropolitano de Arte.

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Marjolein Martinot

Marjolein Martinot ( The Netherlands, 1965) es una fotógrafa holandesa que vive en Francia. Siempre se ha sentido atraída por la fotografía desde una edad temprana y ha seguido usando y explorando el medio a lo largo de su vida, mientras criaba a una familia de seis hijos. Su fotografía toca lo poético, mientras se esfuerza por seguir siendo auténtica y verdadera al mismo tiempo. Su objetivo es evocar sentimientos mediante el uso y la mezcla de diferentes enfoques fotográficos y cámaras analógicas. El enfoque principal del trabajo de Marjolein está en la vida cotidiana: la familia, los amigos y los lugares y las cosas que la tocan. Ha participado en varias clases y talleres de fotografía, y trabaja en proyectos personales y comisiones.

Declaración:

“Sin embargo, esos momentos siempre son rápidos y se desvanecen casi instantáneamente. Siendo una persona tímida por naturaleza, estos encuentros uno a uno me dan un verdadero impulso, una energía particular y una sensación de confianza que disfruto mucho. Con todo mi trabajo fotográfico, a menudo trato de evocar sentimientos y sentimientos internos, mientras observo y hago paralelos con mi propia vida. En mi última serie de fotos, Riverland, intento retratar la forma en que un río serpenteante se compara con el curso siempre inesperado y desconocido que toma y fluye la vida...”

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David du Chemin

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Más allá de la imagen única

El enigmático Gato en el Sombrero nos dijo una vez que “no hay nadie vivo que sea tú, más que tú”. El menos ficticio Miles Davis nos recuerda (como traté de hacer hace dos semanas en este artículo) que esto es cierto, pero que lleva algún tiempo llegar a él, que puede llevar mucho tiempo reproducirlo o, como fotógrafo, para disparar como tú.

¿Pero cómo? Los proyectos personales, o fotografiar en serie o cuerpos de trabajo, pueden ayudarlo a convertirse en el tipo de fotógrafo que «toma como usted mismo» de una manera más enfocada que cualquier otro enfoque que haya encontrado. Claro, nadie es más tú que tú, pero ¿se nota en tu trabajo? Si lo hace o no es el resultado de las elecciones que haces, y creo que los cuerpos de trabajo te ayudan a llegar allí.

Un cuerpo de trabajo es más que una sola imagen. Y es más que una simple colección de imágenes individuales, que para muchos fotógrafos a menudo es solo una compilación de grandes éxitos, más que un conjunto cohesivo de imágenes destinadas a decir (o explorar) algo específico.

Un cuerpo de trabajo no es “aquí están las 24 mejores imágenes que hice el año pasado”, sino “aquí hay 24 fotografías sobre payasos de circo (o, ya sabes, lo que sea)”.

Un cuerpo de trabajo depende de un tema o una idea. Tiene una línea transversal y hace en múltiples imágenes lo que una sola imagen no puede. Dice más. Y con el tiempo, estos cuerpos de trabajo se vuelven parte de la voz del fotógrafo. Son una forma de ayudar a descubrir esa voz y una forma de expresar esa voz.

Cambiar su enfoque de hacer imágenes individuales, lo cual es necesario al principio a medida que aprende su oficio, a hacer cuerpos de trabajo es un gran paso adelante para la mayoría de los fotógrafos.

Era para mi. Cambió todo para mí y es uno de esos hitos que miro hacia atrás y veo como un punto de inflexión.

La búsqueda de cuerpos de trabajo nos obliga a ser más intencionales y menos puramente reactivos; nos permite tomar más tiempo y volvernos más reflexivos. Los cuerpos de trabajo nos permiten ver más y decir más. Si la imagen individual es una gran letra, un cuerpo de trabajo es la canción completa, o incluso un gran álbum. Es una experiencia más grande.

Los cuerpos de trabajo nos obligan a profundizar y nos permiten hacer el tipo de fotografías que solo se pueden hacer desde esa profundidad de familiaridad con nuestro sujeto. Esa profundidad nos da más que decir sobre un tema y el tipo de conocimiento que nos permite abordar el tema de manera más creativa para hacer no solo una serie fuerte, sino también imágenes individuales más fuertes.

Aprender a hacer cuerpos de trabajo te ayudará a aprender a “disparar como tú mismo”.

Para darte algo de inspiración y una idea de lo que quiero decir, quiero presentarte a tres fotógrafos que crean cuerpos de trabajo o que trabajan en serie muy bien. Debido a esta exploración más prolongada de ideas y temas, estos fotógrafos han creado un trabajo que es claramente propio. De este compromiso con las series, el trabajo ha surgido no solo con impresionantes imágenes individuales, sino también con voces visuales que son únicamente propias.

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Valda Bailey

Valda Bailey es una fotógrafa inglesa que trabaja en lo abstracto y lo expresivo. Encuentro su trabajo profundamente conmovedor, y quiero sugerirle que mire y responda a esta serie llamada Lakeside (que se muestra arriba ). La línea de paso es clara; contiene solo nueve imágenes, pero mira lo bien que funcionan juntas para expresar esa idea simple. No toca la misma nota una y otra vez, sino que crea un ritmo.

La serie Blossom Blizzard de Valda también hace esto. Un tema claro se expresa mejor en ocho imágenes que en una sola. Y todo su trabajo tiene una estética cohesiva. Incluso la forma en que Valda usa el color tiene armonía; estas son decisiones intencionales y le dan a Valda lo que reconoceríamos como su voz. (Actualizado: entre escribir esto y publicarlo, el sitio web de Valda se está actualizando. Puede encontrar sus carteras aquí, pero es posible que los enlaces específicos anteriores no funcionen).

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Sam Abell

Sam Abell es un fotógrafo estadounidense cuyo trabajo ha aparecido con frecuencia en National Geographic . Es muy probable que ya conozcas su trabajo, aunque es posible que no sepas su nombre. En el contexto de Sam, un cuerpo de trabajo se llama ensayo fotográfico. Es una serie, pero tiene más que una línea temática; también incluye un hilo narrativo. Eche un vistazo a sus galerías para tener una idea de cómo todas sus series tienen una estética o apariencia similar (pero no idéntica). En concreto, échale un vistazo a su serie Terranova .

Como todos los fotógrafos que trabajan para el famoso rectángulo amarillo, Sam no solo aparece en un lugar y toma algunas imágenes. Él se demora. Él llega a conocer el lugar. No piensa solo en imágenes individuales, sino en cómo pueden funcionar todas juntas. Este enfoque lo obliga a tomar más decisiones que el trabajo de una sola imagen y, al final, aunque sus series funcionan muy bien juntas, sus imágenes individuales también son más fuertes por eso.

http://samabell.com/newfoundland

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Eduardo Burtynsky

Edward Burtynsky es un gran ejemplo de un fotógrafo cuya voz es reconocible tanto en lo que dice fotográficamente como en cómo lo dice. Tiene una voz que no puedes confundir con nadie más. Burtynsky fotografía paisajes industriales: la mano del hombre sobre el medio ambiente. Ha fotografiado salinas en la India, canteras en Italia, barreras de troncos masivos en Canadá y astilleros de desguace de barcos en Bangladesh, entre muchos otros temas. Todo su trabajo depende de este tema más amplio y, dentro de él, de temas más pequeños como el agua, el petróleo o las canteras. Y todo ello es asombrosamente hermoso.

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Mire un puñado de grabados de Burtynsky y aprenderá a reconocer su trabajo en cualquier lugar. Su uso del patrón, la escala y el color tiene una armonía que es imposible pasar por alto. Vea más del trabajo de Burtysnky en su sitio web aquí o en cualquiera de sus extraordinarios libros.

Tener tu trabajo reconocido no es el punto. El punto es hacer fotografías más fuertes porque ha elegido profundizar en menos temas y tomar decisiones intencionales sobre lo que es y lo que no es “usted”.

Como fotógrafo, hay un momento para estar en todo el mapa, pero eventualmente, se beneficiará de tomar decisiones más sólidas sobre lo que realmente significa “fotografiar como usted mismo”. Y aunque pueda parecerlo, esto no es una limitación creativa, sino todo lo contrario, de hecho. La libertad que se obtiene al trabajar dentro de las limitaciones de un proyecto personal es extraordinaria. Saber qué es y qué no es “tu mermelada”, como dicen, es liberador. Desafiante también, pero ahí es donde siempre ha llegado la fluidez. Ahí es donde la gente creativa siempre ha hecho su mejor trabajo.

Uno de los mayores elogios que creo que cualquier fotógrafo puede recibir es: “Supe que esa fotografía era tuya en el momento en que la vi, incluso antes de ver tu nombre”. Ahí es cuando sabes que estás disparando como tú mismo.

Ahí es cuando sabes que has encontrado tu voz. Aunque, para mí, esto no es algo que encontré o “descubrí”, sino el resultado de un trabajo en el que tomé decisiones que cada vez me parecían más propias. Creo que la voz se elige, y comprometerme a fotografiar cuerpos de trabajo me ha dejado más claro qué temas encajan conmigo y cuáles no, y me ha hecho mucho más consciente de mis gustos y preferencias visuales.

¿Qué piensas? ¿Has notado cómo algunos fotógrafos trabajan en serie para explorar un tema, una historia o una idea? ¿Tienes un fotógrafo favorito cuyo trabajo es tan «ellos» que constantemente se destaca como suyo? ¿Has probado a trabajar en serie y has descubierto que tu trabajo se vuelve mejor y más “tú”? Me encantaría saber de usted en los comentarios a continuación.

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Silvia Alessi

Silvia Alessi ( Bérgamo, Italia, 1975) trabajó como peluquera y maquilladora desde los 17 años. “En 2004, durante un viaje a Asia, descubrí el interés por la fotografía de reportaje. Desde entonces, he viajado mucho persiguiendo mi pasión por la fotografía y contando historias dignas de ser contadas. Mi proceso es una mezcla de expresión artística y reportaje, inspirado por una apertura a diversas culturas y tradicion. Combinar esta apertura con la curiosidad y la expresión artística me ha permitido producir fotografías galardonadas.

Durante muchos meses antes de viajar al destino elegido, investigo y desarrollo mi concepto, considerando particularmente el contexto social. También considero profundamente la cuestión de encontrar el lenguaje visual apropiado para representar bellamente el concepto.

‹Mi compromiso es contar historias que sean dignas de ser contadas›.

Me interesa presentar temas sociales contemporáneos, quiero que mis fotografías hablen de la actualidad, especialmente de aquellos temas que se ignoran. Mi compromiso es contar historias que sean dignas de ser contadas. Me gusta llamarme ilustrador con una cámara y busco formas novedosas y provocativas de construir mis imágenes para que haya una conexión con el espectador, quien puede responder con una nueva conciencia o, a veces, con irritación u ofensa. Mi proceso implica el compromiso con personas reales, que tienen nombres, vidas vividas en sociedad... historias. Me comprometo cuidadosa y respetuosamente con mis sujetos, y exploro con ellos los temas y preguntas que traigo a la situación. Esto implica mucha conversación, reflexión sobre significados y conexiones y luego una profunda consideración de la construcción de imágenes para expresar fielmente el resultado de esta colaboración. A veces mi trabajo es desafiado en torno al tema de las fotografías posadas, sugiriendo particularmente que tales imágenes son menos poderosas que las espontáneas. Mis fotografías surgen de una conversación entre las vidas de mis sujetos, mi compromiso con esto, la inspiración creativa del cine y

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la fotografía y luego el desarrollo de imágenes únicas que no replican fotografías existentes ni recrean imágenes dictadas por sensibilidades asiáticas u occidentales.

Quizás la idea de “butoh” captura mejor mi proceso. En un proyecto japonés re ciente, el maestro Kazuo Ohno insistió en que hay una falta de sentido en su baile... a veces, al buscar un significado, podemos perdernos. De manera similar, quiero que mi fotografía sea un baile con mis sujetos, quiero fusionarme con mis sujetos y transmitir la profundidad de su experiencia humana, al mismo tiempo que reconozco humildemente la inmensidad de la tarea que implica imaginar la experiencia vivida de otro. En el momento de la presentación pública, me encuentro emocionado y abrumado por las profundas conexiones que sugieren mis imágenes. A veces parece que trato de escribir una obra de teatro completa en una noche o trato de recoger el mar en un balde. En este momento pienso en mis sujetos y sus historias, encuentro consuelo y confianza en aquellos que he llegado a conocer mientras mi fotografía baila con ellos.

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Pedro Avellaneda

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PEdro av ELL anEda (Zaragoza, 10 de octubre de 1936) es un fotógrafo español que cursó estudios de Bellas Artes en Zaragoza. Pronto demuestra sus dotes creativas y a los 24 años funda y dirige la compañía de teatro independiente Grupo 29, poniendo en escena obras de Ramón del Valle-Inclán, Federico García Lorca, Alfonso Sastre, Fernando Arrabal, Jean Cocteau, William Shakespeare y otros autores. En 1963 tiene los primeros contactos con el cine, La Gitana será el comienzo de su carrera cinematográfica. En 1970 comienza a interesarse por la fotografía. Trabaja en su propio estudio y posteriormente dedica su mayor actividad a la foto creativa, siendo sus primeras etapas en Zaragoza, Madrid, Segovia, Italia y Barcelona. Sus colecciones fotográficas se han exhibido en diversas ciudades europeas y americanas. Importantes son sus colaboraciones con diversos artistas como los pintores Paco Simón o Fernando Sinaga. La realización de innumerables catálogos, carteles y carpetas, en la que destaca la elaborada para la inauguración de las obras de restauración de la Aljafería de Zaragoza.

Funda y dirige el «Grupo 29» de teatro, representando más de cien obras de diversos autores (Valle-Inclán, Federico García Lorca, Alfonso Sastre, Fernando Arrabal, Eurípe des, W.Shakespeare, Eugène Ionesco, Jean Cocteau, Bertolt Brecht, etc.). Escenografía, montaje y dirección son algunos de los premios obtenidos durante este período. Realiza algunos filmes en pequeño formato (La gitana, Romeo y Julieta en los infiernos, Palabras a sangre y fuego y Tiempo de metal) con los que obtiene varios premios en festivales internacionales (mejor película, dirección y fotografía en color). Comienza a interesarse por la fotografía. Durante algún tiempo trabaja en su propio estudio y, posteriormente, dedica su mayor actividad a la foto creativa. Sus colecciones fotográficas Brujas, Cartas de amor, Canción de cuna, Retratos y Cósmica se han exhibido en diversas ciudades europeas y americanas. Profesor de fotografía en Taller Spectrum-Canon de Barcelona, Centre Internacional de la Fotografía de Barcelona y Taller Spectrum de Zaragoza. Ha impartido talleres especializados de retrato y collage en Zaragoza. Monasterio de Veruela, Pamplona, Tarazona, Córdoba, Huesca, Valencia, etc. Ha realizado la decoración de los artesonados de escaleras para la nueva sede de la Diputación General de Aragón. Colabora con el pintor Paco Simón en la instalación de éste en el desierto de Nagev (Israel) y posterior reinstalación de la obra en Gelsa (Zaragoza), con la colaboración de la embajada de ese país y el Gobierno de Aragón. Jacob Bañuelos (México) le incluye en su tesis doctoral sobre Sistemas de fotografía manipulada, 1993. Diseña la carpeta Aljafería y realiza un collage original para la inauguración de las obras de restauración y rehabilitación del Palacio de la Aljafería (Zaragoza), 1998. Viaja a Roma, seleccionado por el Gobierno de Aragón, para el proyecto «España en Roma, Roma en España», dirigido por el Instituto Cervantes de esa ciudad. Roma 2001.

El fotógrafo y creador multidisciplinar Pedro Avellaned, vecino de Gelsa desde hace muchos años, ya cuenta con un merecidísimo hueco en el Reina Sofía de Madrid. El museo ha renovado recientemente su exposición permanente, colocando un collage que Avellaned realizó en 1980 con papel de bromuro y recortes de impresión en offset.

Así, el pasado 27 de enero, este polifacético artista, que recibió el Premio Aragón Goya 2016 -máximo reconocimiento de las Artes Plásticas en la Comunidad- se desplazó a Madrid, acompañado de sus amigos Teresa Luesma y Jose Lizaga, para visitar en persona la exposición en la que luce su collage, que se encuentra junto a obras de autores tan reconocidos como Cristina García Rodero, Toni Catany, Carlos Cánovas, Pepe Espaliú, Joan Fontcuberta, Ouka Leele, Humberto Rivas o Josep Renau.

Sin duda, un merecido reconocimiento a la aportación de Avellaned al arte contemporáneo, que se asienta en valores tan fundamentales como la originalidad de la mirada poética, la independencia, la libertad creativa y la coherencia de su larga trayectoria artística.

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15 de agosto al 30 de septiembre

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267 20fc8dfa-1316-4e9e-8513-09f607832481, por michael john

another way of thinking, por ionut caras

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artist and his painting, por alejandro sviridov
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atardecer, por fran marat
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beauty with freckles, por dmytro
272 biker, por eric
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cat, por alejandro sviridov
274 cf254ca1-d042-46d7-8e43-256e0232aec8, por michael john
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colors, por loco matarov
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drew, por alejandro sviridov
277
entrada toro y caballo segorbe, por raúl viciano alberich
278 f6974f0e-f5ca-4e74-b60c-4401530f6d96, por michael john
279
future champion, por kalunsky
280 girlfriend,
por dmytro

green, por kinsuk lin

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lago del silencio, por nicolás

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luces de otoño en karaul-oba, por nicolás

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mirada, por juan martínez martínez

mysteries, por sergio vido

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286 naked, por zachar
287
no a la guerra, por sergey

play boy, por ionut caras

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playón de bayas, por marta.g.s.

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playón de bayas, por marta.g.s._

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291
self portrait with aurora, por antón
292
serie sorolla, `por viciano alberich
293
simbad y la tormenta, por carlos gianoli
294 still
life, por tatiana
295 still lufes series, por tatiana
296
sun, por loco matarov
297
sunflowers, por ionut caras

the magical nights, por alex

298
299 the white towel, por talyuka
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voyeur, por jean claude sanchez
302 Bodegones4
303
El pavo real, por Margarita K
304
Natación, por Noly
305
Velos al viento, por Margarita K
306
Voleibol de playa, por Noly
307
Beauty retouching, por Ali
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