Ficción La Revista/9

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dos maletas Memo Anjel*

Por esos días la gente bajaba de los barcos después

bailó con ella en la proa, se amaron en un camarote pobre

de un viaje en el que perdían una tierra vieja y peligrosa y

y antes de que él llegara a Barranquilla, ella se quedó en

ganaban otra de la que se sabía poco o nada. Abrían mucho

La Guaira. Allí, al bajarse, la acompañaron unos hombres

los ojos cuando veían tanto verde y gente de colores

de barba y sombrero negro grande. Nunca supo si judíos

diversos. Las guías de viaje mencionaban más hombres

ortodoxos o de algún grupo protestante. Shmuel Baruj no

con maracas y mujeres de pollera que puertos que hervían

habló de religión con la mujer y prefirió decirle que sus

debido al calor y el movimiento. Pero sea como fuera, el

ojos eran como soles y que le podía adivinar la suerte en

mundo estaba revuelto, los barcos seguían llegando a

la palma de la mano. Ella se dejó y él le dijo: vas a ser una

estas tierras y se devolvían con las bodegas repletas de

buena mujer. Ese día se amaron lento, como si ella fuera

banano, plátano, carbón y cobre. Y en esto de barcos con

una geografía que él se estuviera aprendiendo. Después,

gente que desembarcaba y se ponía nerviosa, Shmuel

cuando la vio bajar en el puerto de la Guaira, arrastrando

Baruj bajó de un paquebote que atravesó el mar en casi

un pequeño baúl con ruedas, le dijo lo mismo. La mujer

cuatro semanas. Mucha agua, mucha gente distinta con

vestía un traje de flores que le quedaba un poco amplio

su pequeña carga al lado: maletas, sacos, pequeñas cajas.

y largo, y se había quitado el maquillaje de la cara. Ya no

Los puertos se multiplicaron en este viaje y él, que venía de

era la mujer alegre del barco sino alguien que cumpliría

Hamburgo en segunda clase y con dos maletas de tamaño

muchos deberes. Bastante calor, eso sintió Shmuel Baruj

mediano, conoció los colores del agua, los movimientos

cuando ella se perdió por entre las calles del puerto, detrás

de los marineros por la cubierta y la casa de máquinas, el

de esos hombres que parecían cuervos cansados. Todos

ir y venir de las olas y a muchas personas que no querían

terminamos perdidos, se dijo él. Apoyado en la barda,

hablar de lo que había pasado y preferían charlar sobre

miraba el mar y las casas, el vuelo de los pájaros y el cielo

las noticias, el tiempo o la baraja con la que jugaban. Las

sin una nube, azul e infinito. A su lado y a la altura de las

preguntas sobre el pasado, rebotaban contra las caras. Y

rodillas, permanecían sus dos maletas.

en ese barco en el que unos jugaban a las cartas, otros

Shmuel Baruj, antes de que le dieran la visa, había pulido

leían libros sagrados y los demás no paraban de mirarse

metales en un taller de Hannover, vendido abrigos

y luego bajar los ojos, Shmuel Baruj conoció a una mujer,

recosidos en Bremen, arreglado relojes y motores en Bonn

* Profesor universitario, escritor y habitante, por azar, en el mundo de la virtualidad. Ya no sé si existo. Vivo y trabajo en Medellín.

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