Caminopropio Nº 21

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Caminopropio Nº 21 Edición Digital

Abril de 2010

Sumario:  La progresía y Malvinas Por Enrique Lacolla

 ¿Medios a medias? Por Elio Noé Salcedo

 Hacia la configuración de un nuevo orden mundial Por Roberto Feletti  El Congreso, la Logia y la Unidad Continental Por A. J. Pérez Amuchástegui - Crónica Histórica Argentina - Más Allá de la Crónica. T.2, LVII

 Mi paso por Misiones Por Norberto Alayón

Caminopropio por La Patria Grande:  García Nossa y el socialismo popular de Colombia Por Roberto Ferrero

 Cristina en Perú y Bolivia. En la senda del nuevo ABC de Perón Por Julio Fernández Baraibar

 Bicentenario de la hermana República Bolivariana de Venezuela Palabras de la Presidenta Cristina Fernández ante la sesión de la Asamblea Nacional

Cartas de Lectores:  Carta de un Marino por las Islas Malvinas

En la senda de Man CORRIENTE CAUSA POPULAR

En la senda de Manuel Ugarte, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Juan Domingo Perón

Jorge Abelardo


La progresía y Malvinas Por Enrique Lacolla

Todo es según el cristal con que se mira. El de nuestros progresistas suele estar bastante empañado. Esta vez el nuevo aniversario de Malvinas no ha encontrado mucho eco en la prensa. Sin embargo, la naturaleza del momento por el que se está pasando en el viejo contencioso del Atlántico Sur merecía algo más que alguna mención anecdótica vinculada a las vivencias de los sobrevivientes del conflicto, como la que dedica La Nación a dos veteranos, uno argentino y el otro británico. Más allá de lo aleccionadora que resulta la comparación en lo referido al trato que uno y otro recibieron después de la guerra y a la forma en que el Estado favoreció –en el caso del inglés- o limitó -en el del argentino- las posibilidades de reingreso de ambos a la sociedad, falta, en esta como en otras evocaciones, una reflexión abarcadora que encuadre al problema en las líneas generales de la historia y de la actual configuración global. La prospección petrolífera que empresas británicas han comenzado en aguas del archipiélago, las protestas de nuestro gobierno, la cerrada negativa de su homólogo de Londres a tomar en consideración el tema de la soberanía y la toma de posición unánime de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños en el sentido de respaldar el reclamo argentino en el asunto, son aspectos que deberían ser mencionados en cualquier referencia al aniversario cumplido el pasado viernes. El vigor con que el presidente Luiz Inacio Lula da Silva manifestó su disgusto ante la inoperancia de las Naciones Unidas para forzar una negociación en este caso de coloniaje practicado por el Reino Unido a 14.000 kilómetros de distancia de sus costas, es también un dato que debería haber sido tomado en cuenta, en tanto representa una señal proveniente de una potencia mundial, de momento la más provista de fuerza diplomática para propulsar la unión iberoamericana. Más inquietante aun resulta la desatención de Página 12 respecto al mismo tema. Este diario, de brillante concepción periodística, en su edición del 2 de Abril no hizo (o al menos no presentó en ningún lugar destacado) mención alguna al aniversario que se cumplía y al problema austral. Al día siguiente se limitó a informar sobre el discurso de la presidente Cristina Fernández en Ushuaia y a ofrecer algunas breves notas complementarias, de las cuales la más extensa era una dedicada a los castigos infligidos a los conscriptos de manos de la propia oficialidad durante la guerra. Este órgano de prensa que apoya al gobierno de Cristina Fernández y que hace gala de un progresismo de izquierda muy atento no sólo a los derechos humanos sino también a los temas vinculados al aborto y al matrimonio gay, no pareció encontrar conveniente o importante ocuparse a fondo de este asunto de relevante interés nacional. Y esto nos lleva a una vez más a interrogarnos acerca del papel que el progresismo, o cierto subgénero del mismo que gusta adornarse con ese apelativo, desempeña en las luchas por la liberación nacional. No hay duda que en el caso de Página 12 sus editores han sabido sacudirse la intransigencia abstracta de muchos grupos de izquierda que no logran nunca


acomodar sus objetivos a la realidad y que, por consiguiente, en situaciones señaladas por un avance popular enmarcado en límites burgueses, terminan jugando objetivamente a favor de la reacción al plantear, con carácter ineludible, exigencias que romperían antes de tiempo el provisorio frente popular que se ha formado. Pero esa superación a la que aludimos en el caso del matutino que mencionamos, no llega a asumir del todo aspectos tan esenciales como la comprensión dialéctica de los procesos sociales y, en especial, la significación decisiva que tiene la cuestión nacional en la definición de estos últimos. La geopolítica, otro factor esencial para la construcción de un destino comunitario, suele ser ignorada olímpicamente en cualquier evaluación que, desde el ángulo del espectro ideológico al que nos referimos, se ocupe de medir y evaluar las circunstancias en las cuales se ha de desarrollar el proceso social. De alguna manera la izquierda “pura” (“pura” en el sentido de su intransigencia ideológica y ética sin tachas) parecería estimar que ese vocablo está asociado de forma inexorable a las teorizaciones nazis sobre el Lebensraum o espacio vital y considerarlas por lo tanto como abominables y desechables. La cuestión no es así, desde luego. No sólo porque la geopolítica suministra indicaciones válidas acerca de cómo una “causalidad espacial” de carácter geográfico contribuye a determinar los desarrollos de la política de poder, sino también porque sus principios son comprendidos y asumidos por las élites dirigentes de las grandes potencias, que obran en consecuencia y cuyos actos nos afectan. El mundo de hoy brinda una gran variedad de ejemplos acerca de cómo la geopolítica está presente en la evolución de las relaciones internacionales. Libros como los de Zbigniew Brzezinski El Gran Tablero Mundial o El dilema de Estados Unidos exponen claramente y casi sin eufemismos las líneas directrices de la actual política exterior norteamericana. A nadie se le puede escapar el carácter geopolítico que tienen acciones como la fragmentación de la ex Yugoslavia, el aliento a la disolución del ex imperio soviético a través de las “revoluciones naranja”, el cerco misilístico a Rusia, la desestabilización del Tibet como intento de amedrentar a China, la presencia estadounidense en Afganistán e Irak; el valor de Israel como bastión de la influencia occidental en Medio Oriente y la implantación de bases norteamericanas en Colombia. Pretextos como el narcoterrorismo o el fundamentalismo islámico para excusar el intervencionismo militar en el tercer mundo no deberían convencer a nadie, toda vez que las políticas aplicadas para reprimirlos, lejos de conseguir su supresión, los exacerban y sirven en realidad para justificar los desplazamientos imperialistas con el manto de un hipócrita barniz moral. En efecto, más que en domar esos males, las políticas empleadas para reducirlos están pensadas, el fondo, para incentivarlos. La persistencia del problema de la droga permitiría dormir la capacidad de resistencia o las veleidades de insurrección de la creciente masa de desarraigados que el sistema produce en su propio seno a medida que avanza la concentración de la riqueza en unas pocas manos; por otro lado, la guerra infinita y de baja intensidad contra los rogue states y los outlaws fundamentalistas es el elemento ideal que el imperialismo necesita para explicar su presencia en los rincones del globo dotados de mayor valor geoestratégico.

La impotencia ante la realidad Es esta incapacidad de la progresía para valorar la complejidad de factores que


componen la realidad lo que explica su impotencia. Immanuel Wallerstein se interrogaba hace poco sobre la renuencia de la izquierda brasileña en apoyar a Lula. Analizando una serie de reportajes publicados por el principal periódico de izquierda de ese país, Brasil de Fato, a cuatro intelectuales progresistas a propósito del trigésimo aniversario de la fundación del PT, Wallerstein observa que su resistencia al gobierno de Lula proviene en gran medida de la incapacidad que la izquierda tuvo siempre en el sentido de seguir siendo popular y al mismo tiempo permanecer a la izquierda del espectro ideológico. Para estos observadores el “lulismo” ha abandonado los principios y los objetivos políticos que enarbolara para llegar al gobierno, se ha convertido en uno más de los partidos que forman parte de la “mermelada política” brasileña y se ha mimetizado con el conservadurismo y el populismo. Sin duda que la política económica del gobierno del PT es pragmática y en gran medida aplica o ha aplicado recetas neoliberales, moderadas por un programa de centro izquierda de corte pequeño burgués; pero al mismo tiempo ha seguido incrementando el potencial industrial de su país, lo ha proyectado al nivel de una potencia económica de primer plano en el concierto mundial y, sobre todo, ha desplegado un dinamismo en su política exterior que ha hecho que Fidel Castro exalte la forma en que “ese trabajador metalúrgico (Lula) se ha convertido a sí mismo en un distinguido y prestigioso hombre de estado cuya voz es escuchada respetuosamente en las reuniones internacionales”. En otras observaciones de Castro respecto a Lula sólo cabe encontrar expresiones de cálida amistad y respeto, y una actitud comprensiva respecto de las inevitables concesiones que el mandatario brasileño debe hacer al pragmatismo político, inclusive en lo referido a la producción de etanol. ¿Qué explica la diferencia de actitud entre los intelectuales de izquierda que se separan de Lula o lo condenan, y la de un conductor cuyos pergaminos revolucionarios no discute nadie? Es bastante simple: los progresistas latinoamericanos (y de otras latitudes), descritos en términos genéricos, adolecen de un temor al populismo que no es otra cosa, en última instancia, que la expresión de su incompetencia política y su miedo a ejercer al poder. Son tan exigentes que la meta que se ponen delante de sí les es siempre inalcanzable. Pero mientras tanto se sienten cómodos en el trono de la indignación moral, que en algunas ocasiones no deja de ofrecer buenos réditos económicos. Fidel, en cambio, es un revolucionario realista abierto a la comprensión de la complejidad de las cosas. Esa exquisitez que se arropa en una ética que se supone inmarcesible es lo que suele confundir a la progresía respecto a episodios como el de Malvinas. En cualquier evocación de ese acontecimiento se preocupan en primer término por resaltar el carácter oportunista que tuvo la operación, que habría estado forzada por una fuga hacia delante de la dictadura, derivada de lo cada vez más insostenible de la situación interna de nuestro país. El progresismo asimismo hizo un acompañamiento vergonzante a los intentos de “desmalvinización” como los protagonizados por los gobiernos constitucionales que siguieron a la dictadura y que tuvieron su reflejo cinematográfico en películas como Los chicos de la guerra e Iluminados por el fuego.


En efecto la desmalvinización, iniciada en 1982, cuando el gobierno militar escondió a los veteranos que volvían del archipiélago impidiéndoles recibir el homenaje popular que merecían y que habría actuado como bálsamo de las heridas físicas y psicológicas que sufrían, fue proseguida por los gobiernos constitucionales que siguieron a la dictadura. De una manera lateral, pero de una forma también perversa, el progresismo en general contribuyó a esa desmalvinización a través de la “compasión” en que envolvió a los “chicos de la guerra”, convertidos en víctimas sacrificiales de un emprendimiento que no habría tenido pies ni cabeza y que habría sido montado por la dictadura tan sólo para salvar su propio pellejo embarcándose en una aventura militar que se presumía fácil. Ahora bien, más allá de la imbecilidad de este último cálculo, derivado del infantilismo de creer en el apoyo que la causa Malvinas encontraría en Washington, no parece probable que haya sido el solo oportunismo el factor que determinó el desembarco. Se trató de una operación planificada y que respondía a determinaciones geopolíticas de bulto, como la presunción de la existencia de grandes reservas petrolíferas en la cuenca Malvinas, presunción que había llevado a Gran Bretaña, desde 1975, a poner en una vía muerta a las negociaciones en torno del destino de las islas. La escasa o nula disposición de nuestros progresistas para percibir este dato, se da de la mano con su incapacidad para comprender el carácter dialéctico del acontecer histórico. Pues lo de Malvinas se puso de manifiesto, desde un primer momento, como una de esas paradojas monumentales que Hegel denominó “ironías de la Historia”. Que un gobierno militar de un anticomunismo acérrimo y enfeudado a Estados Unidos se atreviese a enfrentar al principal aliado de este y a romper la homogeneidad –presunta- de la alianza occidental de la cual ese gobierno creía formar parte desde una posición subordinada, era un acto de una torpeza tan supina que no podía sino trastocar los elementos que configuraban la posición de la Argentina en el mapa, poner de manifiesto cuál era la fuerza real a la que el país debía enfrentarse y donde estaban los aliados que requería. Así las cosas, los verdugos de la guerrilla guevarista de pronto hubieron de encontrarse abrazados a Fidel Castro a través del canciller Nicanor Costa Méndez… ¿No es este un proceso formidable para extraer lecciones de él? El progresismo cree que no. En realidad ni se plantea leer lo acontecido como un proceso. Más bien entiende que las cosas son como son, que no evolucionan, que quien fue “malo” una vez ha de serlo siempre y de la misma manera. No comprende que la realidad es multifacética y cambiante y que, si bien es necesario poseer una línea conductora que resguarde los principios a los que se quiere servir y las metas a las que se pretende alcanzar, esa directriz no está allí para paralizarnos en una actitud admonitora y estatuaria, sino para sostener como una flexible columna vertebral los movimientos a que se ve obligado a hacer el cuerpo. Se trata de un viejo dilema que recorre la práctica política: cómo adaptarse a la sinuosidad del camino sin derrapar ni perder el rumbo. De cómo se lo vaya resolviendo dependerá mucho de lo que para nosotros se fraguará en el futuro.


¿Medios a medias? Por Elio Noé Salcedo (*) Una mirada, la de Elio Noé Salcedo, reivindica la participación ciudadana para propiciar una propuesta de contenidos de los medios de comunicación que contemple criterios distintos a los exclusivamente comerciales.

Que los medios y los programas televisivos deben ser rentables, de acuerdo. Que el criterio único, hegemónico o dominante debe ser el comercial, discutible. Que es necesario tener en cuenta al destinatario de la programación, no como mero consumidor sino también como persona y partícipe necesario en el proceso de comunicación, absolutamente imprescindible. ¿Acaso no es eso la democracia a nivel del acto comunicativo? Al parecer, los medios (sobre todo la TV) no son aquel instrumento para poner en común o formar comunidad, según creíamos, sino un mercado cautivo, donde el hombre es una mercancía más. Así, el mercado mediático se convierte en un mercado de baratijas o de productos que tienen el sello de las mejores marcas pero, en realidad, son de imitación y de mala calidad. ¿Es que, a falta de mejores ofertas, hay que contentarse con lo que hay? ¿Ese es el ideal que nos proponen? En una gran cantidad de casos, el emisor, que es quien se supone da inicio al proceso de comunicación y debería estar interesado en la comunicación, no parece estar interesado sino en el negocio que genera esa cantidad de oyentes o audividentes que tienen prendido el receptor. El tan mentado y a la vez deshumanizado rating. Es más. Si nos llevamos por los temas que tratan y los comentarios que hacen, poco es lo que parecen saber de sus oyentes o audividentes algunos animadores radiofónicos y televisivos. Conocer a quién le hablamos debería ser una condición necesaria como comunicadores, si la intención es realmente comunicarnos. En su defecto, las víctimas deberían ser sujetos de amparo judicial, como lo son hoy los victimarios. Pero la única voz que el emisor excluyente escucha, amparado impunemente por la naturaleza medial y unidireccional de los medios, es la del rating; voz impersonal, por cierto, representativa sólo de la existencia numérica del oyente o audividente, pero no de su personalidad, sus valores, problemas, necesidades e intereses cognitivos, afectivos, espirituales, culturales o existenciales. Por lo que se ve y se escucha, poco interesa al emisor omnipotente, omnipresente y prepotente de las aspiraciones y preocupaciones esenciales y a largo plazo de su presunto interlocutor o interlocutora. Sobre la base de un cálculo masivo y masificante, aunque no colectivo o comunitario, le basta con conocer las aspiraciones y preocupaciones inmediatas del receptor, las más triviales, superficiales y pasajeras, que no sean otra cosa que “pasar un buen rato”, despreocupado o despreocupada de sus problemas, pero sobre todo de las verdaderas problemáticas que aquejan a todos.


De esas problemáticas no se habla en general (salvo la televisión pública). Mejor dicho, los medios privados hablan, informan y opinan, pero en forma fragmentaria y descriptiva, nunca analítica e integral, a lo sumo anecdótica, y siempre, cuando no omiten o tergiversan importantes aspectos de la realidad, enfocando los efectos antes que las causas. Porque los efectos están a la vista, que es lo que importa en este mundo de las imágenes y de las apariencias, sobre todo cuando favorecen los intereses económicos del medio emisor o de sus socios comerciales. En cambio, para encontrar las causas se requiere pensar y/o profundizar (investigar). Y eso no da rating y no genera utilidades económicas, según estiman en forma por demás ligera empresarios devenidos comunicadores y comunicadores devenidos empresarios. ¿Será que los defensores del statu quo, además de haber proscripto durante varias décadas aquellas viejas funciones de los medios de formar e instruir, la han reemplazado por la de alienar, más acorde con la oferta y la demanda? ¿O acaso la idea era alejar cada vez más al oyente o al espectador de la reflexión, del pensamiento genuino y hasta del sentido común, preparando el terreno para terminar de domarlo con la des-información? Ya demostró el chileno Valerio Fuenzalida que la televisión puede entretener sin dejar de ser “educativa”, y sin que ello impida generar un “producto cultural”. Tanto que propuso como modelos de esa “televisión educativa” géneros como la telenovela, el magazine (la revista televisiva) y el gran reportaje (suerte de documental periodístico testimonial y en parte dramatizado). Son géneros que crean, además, mucho trabajo. ¿Qué diría Mamá Cora? ¿Es importante pensar? ¿Para qué pensar si ellos piensan por nosotros? ¿No es eso más cómodo y menos problemático? ¡Con todos los problemas que tenemos, encima quieren que pensemos! Afortunadamente, y para muestra basta un botón, los televidentes autoconvocados de 6, 7, 8 Facebook decidieron dejar atrás al mismo tiempo el rating deshumanizador y 65 años de desencuentros entre la clase media y los gobiernos populares. He allí la dimensión histórica de la patriada, no importa si de 5 mil o 15 mil personas ocurrida el viernes 12 de marzo en Plaza de Mayo (que poco a poco, como la Revolución de Mayo, se extiende a todo el país). La manifestación, sin duda y en forma contundente, les dio la espalda a los profetas del odio, que todavía escriben todos los días ¡viva el cáncer! A falta de democracia mediática, retaceada al pueblo argentino por sólo un puñado de jueces, un sector de la clase media argentina decidió comenzar a gritar al aire libre la alegría de vivir en un país promisorio, sólo demorado por culpa de aquello que Eva Perón denominaba “la imaginación de la injusticia”. * Magister en Comunicación Institucional. Univ. Nacional de San Juan.

El artículo fue publicado en Página 12 – La Ventana, el 14 de Abril de 2010


Hacia la configuración de un nuevo orden mundial Por Roberto Feletti (*) El cierre del proceso de capitalización del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), cuyo principio de acuerdo comenzó a estructurarse en la última Asamblea de Gobernadores realizada en Cancún en el mes de marzo, promueve la reflexión sobre el rumbo que tiende a adoptar el multilateralismo financiero y crediticio para el desarrollo, después del desencadenamiento de la crisis internacional. Al considerar el tema no podemos soslayar el intento de Europa y los Estados Unidos de restituir al Fondo Monetario Internacional (FMI) su rol de celador del equilibrio económico global. Las discusiones que se desarrollan en el seno del G20 reflejan esta tendencia. Existe una pretensión de que el FMI comience a reunir información sobre los equilibrios del sector externo de los países integrantes, con el objetivo de diseñar un balance global que les permita a los países desarrollados, esencialmente a EEUU, restablecer el orden en su balance de pagos. Esto revela que no encuentran mecanismos, como en el pasado, para transferir su crisis al resto del mundo. Estas dificultades se verifican en dos aspectos: • El límite para devaluar su moneda, sin el riesgo que deje de ser reserva internacional. La acumulación de reservas internacionales en dólares por parte de los países emergentes, impide que EEUU administre esa liquidez y la depreciación de su moneda conforme a sus necesidades de equilibrio macroeconómico. No es casual que Olivier Blanchard (Economista en Jefe del FMI) se pronunciara sobre la inconveniencia para los países emergentes de acumular reservas en sus bancos centrales. Tampoco que estos últimos hayan abierto un debate sobre la necesidad de poner en valor esas reservas acumuladas en exceso, adquiriendo activos y/o cancelando pasivos.


• La recesión interna y la abundancia de fondos sin aplicación real. Esto impide una suba de la tasa de interés en los países centrales y un posterior “vuelo a la calidad” de la liquidez internacional. Este es el cuadro de situación que impulsa el renovado vigor del FMI como gendarme económico mundial, en busca de un diseño que restablezca el viejo orden. Nada es nuevo en el viejo Fondo. Quienes imaginaban un reverdecer de los acuerdos de Bretton Woods, e inclusive aconsejaban financiarse con sus recursos, paulatinamente se resignan ante la evidencia de que las recetas continúan siendo las mismas, sólo que hoy encuentran más dificultades para ser aplicadas. Esta tendencia se traslada a los organismos multilaterales de crédito para el desarrollo, principalmente al Banco Mundial (BM) y al BID. El BM se encuentra surcado por un fuerte debate sobre “voz y representación”. Si bien los consensos del G20 definieron que los países en desarrollo y en transición debían acrecentar su participación en las decisiones del Banco dado su rol de prestatarios y el peso específico de sus economías (esencialmente Brasil, Rusia, China e India), la realidad evidencia que su capitalización no va a reflejar un mayor peso específico de los países de ingresos medios - excepto en el caso de Brasil y China- sino que, por el contrario, el incremento de capital refuerza la capacidad de los países desarrollados para orientar los criterios de asignación crediticia del Banco. Estos mínimos cambios en la “voz y representación” a favor de los países en desarrollo, se contrarrestan con un encarecimiento del crédito para inversión. La promoción de esquemas de ayuda subsidiada a los países de ingresos más bajos y de proyectos que mitiguen los impactos ambientales y de cambio climático, relegan la importancia de fondos para inversión en infraestructura para el desarrollo. Además, se da por sentado una pérdida del peso relativo global del Banco, pues esta capitalización apenas restablece los niveles de oferta crediticia previos a la crisis. En el caso del BID, el aumento de capital reflejado en el aporte de los EEUU tiende a ser exiguo para las necesidades de la región. Pero lo más novedoso es el intento de limitar el otorgamiento de los créditos de inversión para el desarrollo al cumplimiento de salvaguardas de sustentabilidad macroeconómica y medioambientales, hasta ahora inexistentes en los cincuenta años de vigencia de la institución. En lo atinente a la sustentabilidad macroeconómica, hubo un clara tentativa de introducir el monitoreo del FMI en los países tomadores de créditos para el desarrollo. La incertidumbre sobre el rumbo que pueda adoptar el sistema monetario internacional en los próximos años, sumado a las presiones que instalan los países desarrollados para cerrar sus brechas, obligan a un fuerte replanteo de la posición de aquellos que se encuentran en desarrollo para no ser actores pasivos de soluciones que no les favorecen.


La importancia de la región en el rediseño poscrisis. En esa dirección, las naciones suramericanas nucleadas en la UNASUR, han comenzado desde 2005 rondas de discusión tendientes a configurar una arquitectura financiera para la región, que consolide la solvencia externa y autonomice a Suramérica de la volatilidad de los mercados internacionales. Todavía estas iniciativas se encuentran en etapa de deliberación y, en algunos casos, con principio de ejecución, pero dan cuenta de que la crisis financiera internacional, entre otros efectos, ha generado las condiciones para pujar por una distribución más equitativa del poder en el nuevo orden mundial, rechazando aquella que históricamente tensionó a la región a procesos de pobreza, desigualdad y dependencia. La revisión de las instituciones de integración regional centradas en la multilateralidad de pagos -como el convenio ALADI-, o la multilateralidad de crédito como es el caso del BID-, exige la recreación de instituciones para la integración que puedan hacerse cargo de las necesidades de financiamiento para el desarrollo y de la coordinación del uso de reservas. Iniciativas como el Banco del Sur, la capitalización de la CAF -y su extensión a Suramérica-, y la ampliación del sistema de uso de la moneda local para el intercambio intraregional, son decisiones que reflejan esta vocación continental. La región se encuentra ante la oportunidad histórica de profundizar este camino, para no ser prisionera de un rediseño monetario y financiero internacional, que la vuelva a insertar pasivamente en los flujos de capital con las consecuencias por todos conocidas. Suramérica ha alcanzado en la primera década del siglo equilibrios externos que le permiten pensar políticas públicas autónomas y regionales. Su afianzamiento depende de la capacidad de influir como bloque en el rediseño poscrisis. La Unasur es la herramienta para este objetivo. * Viceministro de Economía

Artículo publicado por el diario Crítica de la Argentina, el 18 de Abril de 2010

El profesor A. J. Pérez Amuchástegui fue uno de los pocos historiadores académicos cuya interpretación de la historia argentina se acercó en puntos decisivos a la realizada por la Izquierda Nacional. Su análisis acerca del federalismo artiguista, su exacta comprensión sobre la naturaleza continental del proceso revolucionario y de las Guerras de la Independencia, su juicio sobre el papel contrarrevolucionario jugado por las burguesías portuarias y en especial la de Buenos Aires, contrastan notoriamente con el neomitrismo impuesto en la historia académica por el dúo Halperín Donghi – Luis Alberto Romero. El siguiente artículo está tomado de la excelente “Crónica Histórica Argentina”, colección dirigida por Pérez Amuchástegui y editada en Buenos Aires en 1968.


El Congreso, La Logia y la Unidad Continental Por A. J. Pérez Amuchástegui Crónica Histórica Argentina – Más Allá de la Crónica. Tomo 2, LVII Desde los días mismos de la Independencia ha existido una duplicidad de criterios respecto de los contenidos específicos de la solemne declaración de Tucumán. Para unos, el 9 de julio de 1816 se quiso proclamar la emancipación rioplatense; para otros, la intención fue continental. El mismo 9 de julio firmó Pueyrredón en Tucumán una circular a los pueblos por la que comunicaba la buena nueva, y de allí, seguramente, nace la confusión, pues dice: “El soberano Congreso de estas Provincias Unidas del Río de la Plata ha declarado en esta fecha la independencia de esta parte de la América del Sud de la dominación de los Reyes de España y su Metrópoli, según la Augusta resolución que sigue: “„El tribunal Augusto de la Patria acaba de sancionar en Sesión de este día por aclamación plenísima de todos los Representantes de las Provincias y Pueblos Unidos de la América del Sud juntos en congreso, la independencia del País de la dominación de los Reyes de España y su Metrópoli. Se comunica a V.E. esta importante noticia para su conocimiento y satisfacción, y para que la circule y haga pública en todas las Provincias y Pueblos de la Unión. Congreso en Tucumán a nueve de julio de mil ochocientos diez y seis años. Francisco Narciso de Laprida, Presidente. Mariano Boedo, Vicepresidente. José Mariano Serrano, Diputado Secretario. Juan José Paso, Diputado Secretario‟” “Lo comunico a V.E. para que determine la solemne publicación y celebración de este dichoso acontecimiento, y circule sus órdenes al mismo efecto a todos los pueblos y Autoridades de esa Provincia”. A la vista de esta circular y del Acta, resulta que “el Congreso de estas Provincias Unidas del Río de la Plata” declaró la Independencia de “las Provincias Unidas en Sudamérica”; y de allí algunos han inferido rápidamente que la expresión continental tuvo valor de mera referencia, sin otra implicación de tipo político. Es del caso analizar el problema a la luz de estos y otros testimonios. Toda acción humana es intencionada, y la historiografía aspira, precisamente, a mostrar la realidad ocurrida con las intenciones que le proveen su peculiar significación. En 1966 realizamos un trabajo en equipo con Irene Calvo, María Rosa Mateos y Aurora Ravina, que presentamos al Cuarto Congreso Internacional de Historia de América, sobre los Contenidos Americanos de la Declaración de Tucumán, con el propósito de aclarar debidamente el sentido de esa declaración. Aquí expondremos ahora sucintamente las conclusiones.

La línea lautarina


El 26 de marzo de 1816 se iniciaron las sesiones del Congreso, con la presencia de las dos terceras partes de los diputados electos. El litoral y la Banda Oriental no enviaron representantes y quedaron así, marginados de las Provincias Unidas cuya soberanía asumió el Cuerpo. Buen número de los diputados presentes pertenecían a la Logia Lautaro, o simpatizaban con ella en los propósitos de auspiciar la unidad política continental, conforme a los ideales postulados por la Gran Reunión Americana. Por lo mismo, veían con honda desconfianza las pretensiones localistas que enarbolaban las banderas federales. Ese federalismo estaba muy lejos de la ortodoxia doctrinaria que a su hora fijaron Hamilton, Madison y Jay. Tal vez Artigas haya tenido una conciencia clara de los puntos de vista que correspondían al federalismo. Los demás, sólo sabían por mentas que el régimen federal respetaba las autonomías locales, y entendían a su manera el significado de federación. Y nada tiene de raro que ello ocurriera en toda Hispanoamérica, cuyas instituciones tradicionales eran básicamente distintas de las norteamericanas. Allá las autonomías han tenido desde los comienzos de la colonización una significación concreta tanto en lo político como en lo económico, mientras que en el Río de la Plata esas autonomías representaban regímenes patriarcales que procuraban defender los intereses económicos internos de la voracidad hegemónica de Buenos Aires. Ante la experiencia vivida, la Logia entendía que la unidad continental que auspiciaba sólo podía lograrse a través de una centralización del poder político, y estimaba –conforme al criterio imperante en la época de la Restauración- que la solución más adecuada se lograría mediante una monarquía constitucional. La otra alternativa era una dictadura fuerte que impusiera el orden homologando intereses y obtuviera la paz interior necesaria para el desenvolvimiento nacional. La monocracia se consideraba indispensable para la unidad continental, pues entendían que la indiscriminada deliberación de los pueblos iba a engendrar secesión. Conforme a ese criterio, es claro que “la monarquía temperada” resultaba inmejorable, ya que el afán parlamentario de los federalistas podía tener su salida en la representatividad de las Cámaras, mientras se aseguraba la concentración de la fuerza militar y el poder político e, incluso, se evitaba todo resquemor de los soberanos europeos por el establecimiento de las repúblicas.

El Acta de Independencia Pero de cualquier manera, y antes de establecer la forma de gobierno, entendían los lautarinos que era preciso denunciar la existencia de un país soberano, cuya estabilidad política estuviera avalada por suficientes recursos económicos, indudable cohesión nacional y firme fuerza militar. Así lo había señalado Miranda cuando proyectó la unidad sudamericana, entidad que, por sus condiciones po-


tenciales, podía ser garantía de un régimen institucional sólido y duradero. Y así lo entendieron los lautarinos, que presionaron fuertemente para cristalizar los proyectos de Miranda. Por esos motivos, el congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata extendió sus atribuciones para asumir la representatividad de las Provincias Unidas en Sudamérica. Quien recorra las páginas de El Redactor observará que de pronto, desde comienzos de julio de 1816, se eliminan las referencias a lo “rioplatense”. Y el Acta de la Independencia, por supuesto, no está referida sólo al Río de la Plata, sino a todas las Provincias Unidas en Sudamérica.

El cambio de denominación No se trata, pues, de un accidente, ni de un error, ni de una simple referencia geográfica. El cambio de denominación –Sudamérica en vez de Río de la Platatiene su fundamentación en indudables propósitos de unidad continental. En el momento, esa aspiración política estaba respaldada por una concepción estratégica que apuntaba a asegurar la fuerza militar. Ya el Director Supremo había aprobado, el 24 de junio, la célebre Memoria de Tomás Guido, en que mostraba las efectivas posibilidades de libertar a Chile y al Perú, y desde entonces la política directorial apuntó a consolidar la unidad sudamericana mediante la liberación de distritos oprimidos que pasarían a constituir con el Río de la Plata un solo cuerpo político. El Acta de Independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica hacía posible que cualquier distrito continental, con sólo adherir a la declaración y enviar sus diputados al Congreso soberano, quedara de hecho y de derecho comprendido entre las provincias independizadas, y fuera acreedor al apoyo económico y militar de sus hermanas, pues todas constituían el mismo Estado. La campaña militar que se preparaba tenía la intención, ya enunciada por los jacobinos de la primera hora, de extirpar del cuerpo nacional todo enemigo de la causa, mediante una guerra de conquista que asegurara la tranquilidad exterior necesaria para el ordenamiento interno. La proyectada guerra contra el Brasil se trocaba ahora en acuerdos dinásticos que tendían a la unidad y a la pacificación; y en cambio se llevaba la acción bélica contra el irreconciliable enemigo que había abortado la Revolución en todo el resto de Hispanoamérica. Porque es del caso tener en cuenta que, a la sazón, el único lugar no reconquistado para el imperio hispánico era el Río de la Plata. Y de allí, forzosamente, tendría que salir la fuerza capaz de iniciar la liberación del continente y de promover la unidad política sudamericana que, simultáneamente, reclamaba Bolívar desde Kingston en su famosa Carta de Jamaica del 6 de septiembre de 1815. En esa misma línea intencional se halla la designación de Santa Rosa de Lima como patrona de la América del Sur, la aprobación de la bandera celeste y blanca como símbolo de independencia y soberanía sudamericanas, y el cambio de designación del jefe del Ejecutivo que comenzó a firmar documentos públicos como Director Supremo de las Provincias Unidas de Sud América. Y por eso mismo San Martín, en cumplimiento de la circular que ordenaba hacerla conocer “en todas las Provincias y Pueblos de la Unión” envió a


Chile el Acta de la Independencia que Marcó del Pont hizo incinerar en acto solemne. Con estos antecedentes, que suelen omitirse no siempre por olvido, resulta muy coherente el proyecto de restablecer la dinastía incaica en el restaurado imperio sudamericano, e incluso las peligrosas tramitaciones ante la Corte lusitana para coronar un emperador de la América del Sur que vinculara la sangre de Braganza con la de los Incas. No es del caso analizar aquí si eso estaba bien o mal; si era un disparate o una sensata medida política. Basta comprender esas tramitaciones, y ellas sólo son comprensibles si se atiende a la intencionalidad americanista de quienes las auspiciaron. Volviendo en ese aspecto a los lineamientos del Plan Revolucionario de Operaciones.

Mito y realidad La anacrónica posición de algunos historiadores, que creen poco “patriótico” señalar la similitud de contenidos intencionales de la Declaración de julio y la Carta de Jamaica, ha pretendido minimizar la importancia de la corriente continentalista. Así, hasta se ha expedido un “dictamen”, formado por doce miembros de una novísima academia, que afirmaron con tono apodíctico. “…Nadie ignora que el anhelo de todos los habitantes de este suelo era el de constituir una nación independiente con las provincias que integraban el antiguo virreinato del Plata y no con los demás Estados de Sudamérica. A lo sumo, un reducido número de visionarios coincidía con el pensamiento de Bolívar en cuanto a una Confederación de Estados”. Y como remate de esa aseveración, lanzada sin otra prueba que la hipotética autoctoritas de los ínclitos opinantes, se agrega con un dejo de ironía: “…Habría que preguntar si nuestros congresales de Tucumán creyeron alguna vez que en ese momento estaban representando también a Chile, Perú, Paraguay, Colombia, etcétera”. Al margen de que en nuestros días ni los niños de pecho se conforman buenamente con el “criterio de autoridad” por el mero hecho de creerse tal; y pasando por alto, en fin, que en 1816 nadie podía creer nada de Colombia porque esa república fue proclamada por Bolívar en 1819, es bueno señalar en qué medida el chauvinismo incontrolado puede llevar a la formulación de aseveraciones gratuitas, incapaces de resistir el menor embate de una crítica objetiva. No deja de ser curioso que quienes se dicen seguidores de Bartolomé Mitre se esfuercen por negar hasta las evidencias que surgen de la obra de dicho historiógrafo. Ni siquiera advierten que, entre multitud de otros documentos muy elocuentes, las Instrucciones reservadas impartidas a San Martín para su campaña sobre Chile, expedidas por el Director Supremo el 21 de diciembre de 1816, señalan de manera categórica e indudable la intencionalidad que sustenta la denominación Provincias Unidas en Sudamérica. El apartado 14° del “Ramo político y administrativo de esas Instrucciones dice textualmente:


“Aunque, como va prevenido, el general no haya de entrometerse, por los medios de la coacción o del terror, en el establecimiento del gobierno supremo permanente del país, procurará hacer valer su influjo y persuasión, para que envíe Chile su diputado al Congreso General de las Provincias Unidas, a fin de que se constituya una forma de gobierno general, que de toda la América unida en identidad de causas, intereses y objeto, constituya una sola nación; pero sobre todo se esforzará para que se establezca un gobierno análogo al que entonces hubiese constituido nuestro congreso, procurando conseguir que, sea cual fuese la forma que aquel país adoptase, incluya una alianza constitucional con nuestras provincias”. La directiva no tenía nada de asombrosa para San Martín; por el contrario, coincidía plenamente con su pensamiento, expresado de manera categórica al diputado mendocino Tomás Godoy Cruz en carta del 24 de mayo de 1816, donde, a propósito de las advertencia que él haría al Congreso si fuera diputado, decía: “1°) Los Americanos o Provincias Unidas no han tenido otro objeto en su Revolución que la emancipación del mando de fierro Español y pertenecer a una Nación”. La conjunción o denota allí indudablemente idea de equivalencia, e indica que para San Martín era indistinto decir Americanos que decir Provincias Unidas; y esos Americanos querían pertenecer a una sola Nación. Lo mismo pensaba Manuel Belgrano cuando auspiciaba coronar al Inca en el imperio sudamericano que tendría por sede el Cuzco; lo mismo también Güemes, que recibió alborozado el proyecto; lo mismo Acevedo, Serrano, Sánchez de Bustamante y, en fin, la inmensa mayoría de los diputados que apoyaron las gestiones tendientes a establecer una monarquía continental. A la luz de las trascriptas Instrucciones y de muchísimos otros testimonios concomitantes, resulta pues, que ese “reducido número de visionarios” que “coincidía con el pensamiento de Bolívar en cuanto a una Confederación de Estados”, estaba integrado por los principales jefes militares, los diputados de los pueblos representados den el Congreso y, como si ello fuera poco, también por el Director Supremo, a quien el Congreso confió la dirección política de las Provincias Unidas para que ejecutara las disposiciones del Cuerpo Soberano. Y es claro que dicho funcionario, vocero natural del Congreso, tenía que entender –a pesar de la académica ironía- que los diputados reunidos en Tucumán querían representar a “toda la América unida en identidad de causas, intereses y objeto”, razón por la cual los pueblos sudamericanos debían constituir “una sola nación” o, en su defecto, vincularse políticamente por una “alianza constitucional”, lo que equivale a formar una Confederación de Estados similar a la que auspiciaba Simón Bolívar en la Carta de Jamaica, sin que, al efecto, importe demasiado si esa unidad política se lograría con una monarquía o una república. Para quien sepa leer –y lo haga libre de prejuicios y sin segundas intenciones- queda incontrastablemente demostrado que la campaña sobre Chile llevaba implícito el proyecto de organización política continental de las Provincias Unidas en Sudamérica. El transcripto apartado de las Instrucciones entregadas a San Martín no tiene, ni mucho menos, carácter de inédito ni de poco conocido. Lo reprodujo in extenso


Bartolomé Mitre en su Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, apareció íntegro en el tomo III, páginas 402 a 416 de los Documentos del Archivo de San Martín, y ha sido agregado también el tomo IV, páginas 561 a 575 de los Documentos para la historia del Libertador General San Martín publicados conjuntamente por el Museo Histórico Nacional y el Instituto Nacional Sanmartiniano. Por poco dedicado y perspicaz que sea un investigador, parece que resulta demasiado gruesa la omisión heurística y no puede aducirse olvido por parte de quienes todavía niegan los contenidos americanos del movimiento emancipador. Sin duda, tuvo razón Eulalio Astudillo Menéndez cuando, en la Revista Militar, afirmó hace 29 años que “el Congreso de Tucumán fijó el plan de operaciones de San Martín”. Y es también indudable que la Declaración de Independencia, hecha al molde de la Logia Lautaro, retomó el plan jacobino (y mirandino) de constituir el Estado Americano del Sur, y fijó la magnitud continental de la Revolución.

A 34 años del golpe cívico-militar de 1976(I) Como homenaje a toda una generación de argentinos que luchó en defensa de sus ideales y sufrió cárcel, persecución y muerte a manos de la última dictadura cívico-militar, CAMINOPROPIO inicia una serie de artículos e historias de compañeros y amigos de la Izquierda Nacional como la que aquí presentamos. La Subsecretaría de Derechos Humanos del Gobierno de Misiones está editando un libro con testimonios breves de los detenidos en dicha provincia, durante la época de la dictadura cívico-militar del 76-83. El texto siguiente es el enviado por el Prof. Norberto Alayón para el libro.

Mi paso por Misiones Por Norberto Alayón (*) Nací en 1945 en el barrio de Parque Patricios de la ciudad de Buenos Aires, en un hogar de clase media baja. Mis padres fueron obreros de la industria tabacalera. Me gradué de trabajador social en 1965 y el 15 de marzo de 1970 llegué a Posadas para asumir la función de Profesor Titular a cargo de la Secretaría de Asuntos Académicos de la Escuela de Servicio Social, dependiente de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE). En marzo de 1971 me radiqué con mi familia en Corrientes, viajando todas las semanas a Posadas para el dictado de mis clases. En marzo de 1972 retorné a Posadas, asumiendo con dedicación exclusiva mi labor docente en dicha Escuela universitaria.


El país vivía en dictadura, la cual se había iniciado el 28 de junio de 1966 cuando aquel general, proveniente del nacionalismo católico, Juan Carlos Onganía, derrocó al gobierno constitucional de Arturo Umberto Íllia. El Cordobazo de 1969 dio por tierra con las aspiraciones de aquel pigmeo oligárquico, que recitaba que la “Revolución Argentina” no tenía plazos, sino objetivos y que aspiraba a gobernar por largos 20 años. Luego lo sucedieron otros dos militares: Roberto Marcelo Levingston y Alejandro Agustín Lanusse. A pesar de la dictadura, que luego pasó a ser una “dictablanda” en relación con las bestias mayores de marzo de 1976, se vivía un clima de altísimo voltaje político, con significativos niveles de participación social. En 1971 yo había iniciado en Corrientes mi acercamiento a la “izquierda nacional”, que dio origen a un nuevo partido político: el Frente de Izquierda Popular (FIP). Y a mediados de 1972, ya en Posadas, formé parte de la Junta Promotora del FIP en Misiones. A raíz de mi militancia en el FIP sufrí el primer hecho de discriminación ideológica en la Escuela de Servicio Social de la UNNE. En junio de 1973 había sido designado Secretario Académico de esa unidad académica y por presiones del Secretario de Planeamiento de la Universidad, Arquitecto Carabajal, como así también de los servicios de informaciones locales, fui dejado cesante en el mes de agosto. En noviembre de 1974, un denominado Comando Nordeste de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), amenazó mediante un escrito remitido por correo que volaría el local partidario (ubicado en la calle Rioja 396 de Posadas) si no era cerrado en 24 horas. En las elecciones provinciales del 13 de abril de 1975, fui candidato a Gobernador de la provincia por el FIP, siendo acompañado en la fórmula por Javier Aquino, con la consigna partidaria en la boleta que proponía “Liberación Nacional y Patria Socialista”. Hacia diciembre de 1975 recrudecieron las amenazas y las intimidaciones. Primero, fuerzas del Ejército allanaron mi domicilio particular, sito en Carlos Pellegrini 116. Y luego se produjo el asalto y robo del local del Partido, a la par de que un llamado Movimiento Cívico Argentino – Sección Misiones profería amenazas de muerte a distintos dirigentes políticos, entre ellos a mí. Cuando se produce el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976 estuve unos días escondido, viajé a Buenos Aires y luego volví a Posadas, donde en esos primeros días no se registraba un clima plagado de detenciones y desapariciones como en otros lugares del país. Claro que no podía abandonar mi trabajo en la Universidad, pero ello me indujo al error. Fue así que el 5 de abril, alrededor de las 23 horas, un policía Ríos de civil y otros “señores educados” se aparecieron en mi domicilio y concretaron mi detención. Me llevaron en uno de los dos Ford Falcón en que se movilizaban al Departamento de Policía y más tarde, en la caja de una camioneta, a la cárcel de Candelaria, en el interior de Misiones. Ahí me encerraron en un Pabellón que, tragicómicamente, ostentaba en la entrada un cartelito que decía “Fase de So-


cialización”. En rigor, no era que el comunismo internacional había invadido al Servicio Penitenciario Federal de Argentina, sino que ese pabellón albergaba a presos comunes, los cuales habían sido trasladados hacia la parte de atrás de las instalaciones para poder recibir a otro tipo de “delincuentes”. Y a partir de ese momento, mi vida quedó a cargo del Coronel Juan Antonio Beltrametti, Jefe del Área Militar 232, personaje oriundo de Concepción de la Sierra, cuñado del médico Raúl Justo Lozano (que había sido Rector Normalizador de la Universidad Nacional de Misiones) y primo hermano del ex Gobernador Luis Ángel Ripoll. Para no aparecer como poco alegres, tal vez podríamos desplegar un cántico que mentara “Beltrametti, Lozano, Ripoll: un solo corazón”. Así fue pasando el tiempo, con incertidumbres, con vacíos, sin visitas de familiares, sin abogados, sin correspondencia, sin noticias de mis padres que vivían en Buenos Aires, ni de mi compañera que vivía en Posadas, ni de mis dos pequeñas hijas que vivían en Corrientes, sin saber casi nada del afuera, hasta que hacia el 25 de mayo me notifican que el “amigo” Jorge Rafael Videla y su Ministro del Interior, Albano Harguindeguy, me habían puesto a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional), por medio del Decreto 427/76 que habían firmado el 14 de mayo. El 25 de mayo, después del recuento matinal diario, nos pusimos a cantar el Himno Nacional, lo cual habíamos acordado por nuestra cuenta el día anterior. Ese día nos dieron chocolate bien caliente como desayuno y al mediodía empanadas de carne. ¡Todo un gesto fraternal y patriótico del Servicio Penitenciario Federal! El “gesto”, obviamente, no me conmovió en lo más mínimo, pero mi pragmático y apolítico paladar sí que lo agradeció, a pesar de los dictadores civiles y militares que estaban arrasando con el país. Eso sí, en una o dos oportunidades nos mandaron un cura provocador, que ofició una suerte de misa y que, “sin querer queriendo”, nos refregó la noticia de que habían matado a Roberto Santucho en un operativo. Yo no era -ni soy- religioso, pero hubiera deseado que lo siguieran enviando al cura “oficialista”, porque me podía distraer un rato, mitigando la soledad del vacío. A veces me distraía con un episodio común, natural, que convocaba mi atención, y aún hoy sobresale en mi memoria banal: observar a los pilinchos, los días de fuertes lluvias, escarbar la tierra con su fuerte pico y engullirse a las lombrices y gusanos para sobrevivir ellos y alimentar a sus propias crías. Un día cualquiera aconteció un episodio pintoresco. Trajeron detenidos a cuatro jóvenes que habían cometido un delito común: asaltar a unos mormones y, al no calibrar bien la época en que vivían, se les ocurrió mandar un mensaje solicitando rescate o algo parecido. Rápidamente fueron capturados, confundidos en un principio como activistas políticos. A los pocos días a los cuatro les tomaron las medidas de sus talles para proveerles del uniforme correspondiente y los pasaron al pabellón de atrás, cambiando de "status": dejaron de ser presos políticos y se transformaron en presos comunes. Hacia el 23 de setiembre, casi aún en la madrugada, nos despertaron abruptamente, nos sacaron al pasillo, nos hicieron desnudar y volver a vestir, nos esposaron, nos hicieron subir a un micro y nos llevaron de paseo. ¿A la cárcel de Po-


sadas, a Resistencia, a dónde? Primó la cárcel de máxima seguridad de Resistencia y comenzamos a visitar por dentro a la más renombrada U 7 En la cárcel de Resistencia el “clima” era otro. Detenidos de todo el país, algunos desde antes del golpe del 76, con algunos “pesos pesados”, que en la actualidad ocupan cargos políticos de relevancia, aunque no necesariamente sean relevantes ellos por sí mismos. Acudamos a otro episodio, para matizar y aliviarnos un poco de la desgracia de aquella época. Un día llaman para ir a misa y me apresté raudamente, a pesar de mi agnosticismo. La gran sorpresa no fue ver a los detenidos montoneros entonar las canciones religiosas, habida cuenta de su coherente origen. Mi asombro recayó en los miembros del ERP (de raigambre marxista) que también ensayaban con unción las estrofas religiosas. Más tarde me enteré del acuerdo respetuoso que habían acordado con un solidario cura, que valientemente intercambiaba noticias del afuera, sin discriminar a los familiares por tal o cual pertenencia política, práctica que a muchos de los propios detenidos no les era común. A la siguiente misa, yo mismo -ferviente no católico- respeté los códigos y hasta llegué a aprenderme de memoria algunas estrofas litúrgicas. Peticioné, en su momento, por la opción para viajar exiliado al extranjero, pero no tuve respuesta alguna. Y así, soportando un clima especial en el pabellón que me tocó, llegué al 23 de diciembre de 1976, día que se produce la recuperación de mi libertad. En rigor, se trataba de la excarcelación, porque libertad no existía ni adentro de las cárceles (obviamente), ni tampoco afuera. El día anterior, como buen presagio, nos acicaló el peluquero de la cárcel a aquellos que en definitiva íbamos a abandonar la penitenciaría chaqueña. La pulcritud de los militares genocidas, que no dudaban en arrojar personas vivas al mar o que torturaban aplicando la picana eléctrica en la vagina de mujeres embarazadas con toda naturalidad, no habría de permitir que los liberados en esa ocasión fueran vistos con rasgos de desprolijidad. Tampoco habían dudado cuando, unos diez días antes, concretaron la terrible Matanza de Margarita Belén. Como despedida nos brindaron sandwiches de milanesa, nos robaron efectos personales y parte del dinero que teníamos depositado por nuestros familiares. Nos hacinaron en un micro celular y nos llevaron al Regimiento militar de Resistencia. Con el apretujamiento, con el calor de diciembre en el Chaco y con mi viejo asma, bajé casi desmayado. Y ahí, el iluminado pedagogo General Cristino Nicolaides (que se creía encarnado en una suerte de Dios omnipotente) nos brindó una densa charla educativa, recordándonos que nos daban la libertad, pero que ellos (los militares) sabían que habíamos cometido actos indebidos y que por eso habíamos estado presos. La verdad que tenía razón Cristino: para su lógica medieval, era un terrorista cualquier persona que aspirara a una sociedad más justa e igualitaria. A partir de entonces, retorné a Buenos Aires sin trabajo alguno. Al salir de la cárcel me enteré que había sido dejado cesante por la ley 21.260/76 de seguridad nacional, en mi cargo de Profesor Titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNAM. Con fecha 5 de abril de 1976 (el mismo día de mi detención), el coronel Walter César Ragalli, Delegado Militar en la UNAM, había firmado la Reso-


lución Nº 179 dando por finalizados -“por razones de seguridad”- mis servicios docentes. Dicha ley de “seguridad nacional”, del gobierno inconstitucional, me impedía ocupar cargos públicos por cinco años. Y, en consecuencia, como profesional del Trabajo Social, disciplina intrínsecamente relacionada con la acción del Estado, estaba virtualmente inhibido para desempeñarme laboralmente. De ahí que quedé compelido a intentar -con escasísimo éxito además- llevar a cabo diversas y nada gratificantes actividades por fuera de mi profesión, para mal sobrellevar la existencia cotidiana. En Buenos Aires me encontré con mi madre moribunda, situación que yo desconocía totalmente porque en la cárcel de Resistencia también estuve privado de visitas y de correspondencia. Ella sufría del corazón y escuchó por radio mi nombre entre los detenidos en Misiones en abril de 1976. De ahí en más se desbarrancó totalmente, debiendo ser internada en distintos hospitales, aunque ya sin posibilidades de recuperación. Falleció al poco tiempo de mi excarcelación: el 10 de febrero de 1977. Mi padre, muy resentido por todo lo mal vivido en ese período y enfermo pulmonar a su vez, fue mejorando gradualmente, aunque no se llegó a recuperar del todo. Falleció casi exactamente a los dos años de la muerte de mi madre: el 9 de febrero de 1979. Con mi esposa y nuestro hijo de un año de edad, terminamos exiliándonos en Perú en setiembre de 1979 y regresamos a Buenos Aires en julio de 1982, después de la Guerra de Malvinas y con Reynaldo Benito Bignone como el último Presidente de facto de la feroz dictadura militar, que se había denominado a sí misma con el eufemismo de “Proceso de Reorganización Nacional”. Pero, a pesar de todo, todavía estamos de pié, todavía “cantamos” en pos de una sociedad más justa. Nos golpearon fuerte, pero nos fuimos rehaciendo. Nos hicieron retroceder, pero de a poco volvimos a avanzar. Y para seguir avanzando es imprescindible no perder la memoria. Porque son muchos, civiles y militares, los que apoyaron la dictadura desde distintos lugares y cargos y ahora aparecen disimulando y reciclados, como si no hubieran tenido ninguna responsabilidad en la barbarie generalizada de esa época. Porque la memoria y el develamiento de quienes contribuyeron con la dictadura, resulta indispensable para evitar la repetición de los hechos. Todo lo que se haga en este sentido siempre será insuficiente, porque los genocidios -tanto en lo que respecta al accionar de sus actores principales, como en los diversos grados de complicidad que se registraronno pueden ni deben ser olvidados. (*) Trabajador Social. Ex Presidente de la Junta Provincial del Frente de Izquierda Popular. Candidato a Gobernador de Misiones por el FIP en las elecciones del 13/4/75. En la actualidad es Profesor Regular Titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, donde se desempeñó como Vicedecano entre 1998 y 2002.


Caminopropio por La Patria Grande GARCÍA NOSSA Y EL SOCIALISMO POPULAR DE COLOMBIA Por Roberto Ferrero En Colombia, los esfuerzos por darle un carácter nacional y propio al marxismo están ligados al nombre de Antonio García Nossa (1912-1982) y al tercer socialismo colombiano, puesto que el primero se había diluido y el segundo –el del Partido Socialista Revolucionario (PSR)- se había transformado en Partido Comunista, stalinizado por completo ya desde los años ´30.

La etapa del Cauca García Nossa, criollo auténtico, descendiente de indios de Sogamoso por parte de madre, economista y pensador original, nació en la capital de Colombia y comenzó sus estudios de Derecho en la Facultad de Santa Clara de Bogotá. Los prosiguió al tiempo en la “Universidad del Cauca” –departamento del sudoeste pacífico- de la ciudad de Popayán, su capital, donde ya antes de recibirse, a los 22 años, publicará poesías y un libro de relatos, titulado “Colombia S.A. Cuentos proletarios”, que tendrá muy buena crítica. Alternará también en esos años con el discutido crítico Baldomero Sanin Cano (europeísta pero admirado por Mariátegui) y con el poeta y traductor popayano Guillermo Valencia, senador nacional conservador, cuyas idea el joven García nunca compartió, pero “mereciendo el constante honor de que las discutiese conmigo”, según recodaría. Actúa entre los mineros, indios y campesinos de la zona de Cauca y de Tolima y en 1932 organiza las “Ligas Indígenas” del primero de esos departamentos, adoctrinando a los indios guambianos y paeces mediante la utilización del teatro experimental como instrumento de autoconciencia colectiva, al modo que muchas décadas después lo hará Raúl Dargoltz en Santiago del Estero. Escribe sobre la problemática indígena, funda después el “Instituto Indigenista Colombiano” y se interesa por la problemática de los demás pueblos originarios de Latinoamérica, a los que conocerá de cerca en sus viajes a Méjico, Honduras y Bolivia. En 1935, por pedido del Dr. Plinio Mendoza Neira, Contralor General de la República, realiza una minuciosa y “extensa investigación en la totalidad de la región caldense, en su medio físico, en su estructura social, en su economía del café, en su tradición minera, en sus formas de poblamiento, en sus procesos de urbanización y en las modalidades originales de su organización municipal”. El resultado fue su formidable “Geografía Económica de Caldas”, que sirvió de Tesis para la obtención de su título de abogado, y que es, según sus comentaristas,


una obra aún no superada en su género. Este trabajo y similares, como los de Luis López de Mesa, Alejandro López, Luis E. Nieto Arteta, Luis Ospina Vázquez y otros analistas de la realidad nacional, tanto como la novelística antioligárquica de César Uribe Piedrahita y J. A. Osorio Lizarazu, expresaban en el plano cultural los tiempos de renovación en todos los órdenes que se habían abierto en Colombia con la presidencia de Alfonso López Pumarejo (1934-1938), el líder liberal progresista apoyado aún por Jorge Eliécer Gaitán. Tras una breve experiencia docente en la Univerisas del Cauca y pasada la etapa indigenista juvenil –que nunca abandonó del todo, como se comprueba con la posterior publicación de los libros “Pasado y presente del Indio” (1939) y “Régimen Indígena del Salariado” (1949), muy alabado por J. M. Ots Capdequi, máximo especialista del derecho insano- García Nossa se vuelca a una magna tarea: crear prácticamente de la nada los instrumentos de análisis para llegar a una interpretación científica de la realidad de Colombia. Este era un tema ausente hasta entonces tanto en la ensayística de izquierda (monopolio estéril del stalinismo repetidor de con signas) como en la cátedra universitaria, donde la Reforma del 18 aún no se había hecho presente: las Casas de Altos Estudios de la República Conservadora (1880-1930), en efecto, tenían como ideología oficial al neotomismo de Rafael María Carrasquilla y José Eusebio Caro y no sólo prohibían a Marx, Engels y los utópicos, sino también a Descartes, Hegel, Kant y Darwin… Esta carencia, dice Antonio García, explica “que las juventudes rebeldes de postguerra hubiesen tenido capacidad de adherir a consignas revolucionarias del nuevo evangelio, pero no de pensar teóricamente y de recrear –de cara a los problemas específicos de su sociedad y su tiempo-una ideología revolucionaria, una capacidad de reflexión crítica acerca del proceso histórico de la nación colombiana.”

Por una Ciencia Social autónoma y nacional El trataría de poner remedio a esa lamentable ausencia y para ello partió de la idea –hoy obvia pero pionera en los años 40- de que se debía refutar la concepción de las ciencias sociales como valor absoluto y como poseedora de leyes universales e intemporales, como las que informan las disciplinas físicas y matemáticas. “Uno de los más difundidos y peligrosos mitos de las Ciencias Sociales –decía- consiste en la creencia de que la teoría científica social es absolutamente universal y de que su validez desborda el marco de los espacios culturales y los procesos históricos”. Guiado por estos principios, aun siendo marxista –o justamente por serlo- procedió a historizar el marxismo y a situarlo en las circunstancias específicas de su nacimiento en Europa y en el siglo XIX acotándolo así debidamente en su verdadera operatividad analítica y política para los países de la periferia extraeuropea. Comprendió que se “hacía necesario efectuar los primeros diagnósticos científico-sociales sobre la sociedad colombiana, y crear, literalmente, un nuevo instrumento de análisis y un moderno y renovado aparato institucional de investigación y registro de los fenómenos económicos y sociales”, como decía ya en su “Geografía Económica de Caldas” de 1937.


A través de sus decenas de libros y artículos persiguió incansablemente el objetivo de articular una teoría independiente para Latinoamérica y el Tercer Mundo y dar al socialismo un carácter verdaderamente nacional. Advirtió que ciertos aspectos de la doctrina de Marx y Engels, como el librecambismo, el europeísmo, el internacionalismo y la subestimación del papel del Estado eran necesariamente nocivos si se los aplicaba literalmente en su patria y demás países hispanoamericanos, por lo que, sin prejuicio ni temores, recurrió para corregir aquellas facetas a las concepciones proteccionistas del gran economista alemán Friedrich List, a la escuela histórica alemana (Schmoller, Wageman y Wagner) y aun al keynesianismo en boga. Polemizó repetidamente con el stalinismo y mostró cómo “la dictadura del proletariado degeneró en una dictadura burocrática” (v. su “Dialéctica de la Democracia”, pág. 22), tratando de abrirse paso entre el dogmatismo de la izquierda prosoviética y las ideologías confesionales hegemónicas en la Universidad. No se plegó, en sus caracterizaciones socio-económicas de la realidad histórica latinoamericana, a las tesis tradicionales del stalinismo que aseguraban la naturaleza “feudal” de la sociedad colonial, y menos a las elucubraciones ultraizquierdistas que veían una estructura “capitalista” naciendo con la Conquista y la Colonia. Descubre, en cambio –explica Julián Sabogal Tamayo- “que lo fundamental de las relaciones económicas de América Latina es su carácter mestizo. […] España trajo al nuevo mundo una economía en transición del feudalismo al capitalismo; el nuevo mundo aportó un sistema particular de colectivismo primitivo, mercantilismo y esclavismo: el resultado fue un sistema de relaciones sociales mestizadas. De la anterior hipótesis –concluye- se desprenden consecuencias cruciales para las formulaciones políticas, ya que si las relaciones de producción existentes en América Latina no pueden asimilarse a las europeas, tampoco la experiencia histórica del desarrollo europeo puede ser calcada por los latinoamericanos; se debe necesariamente formular estrategias de desarrollo apropiadas”. Su estrategia era el “socialismo humanista” colombiano.

El socialismo popular junto a Gaitán y el Movimiento Nacional Era partidario de una economía planificada por el “Estado Popular”, que es aquél en que “participan, directamente, todas las fuerzas sociales revolucionarias […] por medio de una pluralidad de partidos revolucionarios, del libre juego de líneas ideológicas, de una constructiva posibilidad de oposición crítica, así como de un sistema de descentralización democrática de la autoridad y la toma de decisiones.” (“Una vía socialista para Colombia”, 1977, pág. 49.) Viga maestra de su concepción era la idea de una Reforma agraria que superara tanto el latifundio como el minifundio, mediante un sistema de cooperativas rurales, y de la cual la “fuerza motora” debía ser “la activa y directa participación del campesinado”, porque “ninguna reforma agraria estructural –decía- ha podido tener éxito y conquistar sus objetivos finales cuando las fuerzas sociales que las promueven y dinamizan han perdido la capacidad de participación política o de efectiva presión sobre los aparatos del Estado…”


Aunque evolucionista en su perspectiva del socialismo, siempre se enfrentó a las fuerzas oligárquicas y antinacionales de Colombia. Por eso reivindicaba –explica Luis Emiro Valencia- “las emblemáticas luchas indígenas y de negros de los palenques, mitayos y encomendados en la Colonia y la insurgencia de los Comuneros de José Antonio Galán, de Simón Bolívar y las guerras libertadoras del siglo XIX”. La fundación en 1946 del nuevo Partido Socialista Colombiano, que él encabezó, no lo apartó de las grandes tradiciones nacionales del pueblo colombiano, sino que lo ligó más estrechamente al líder popular Jorge Eliécer Gaitán, cuyo equipo de técnicos –Guillermo Hernández Rodríguez, Luis Rafael Robles y Antonio Ordóñez Ceballos- orientó para la redacción del llamado “Plan Gaitán”, que el caudillo presentó al Parlamente Colombiano como un proyecto de reformas estructurales de gran envergadura. Las concepciones sociales y políticas de García Nossa y su equipo habían contribuido, con ese Plan, a explicitar y exponer razonadamente las ideas de un “socialismo de Estado” que en sus líneas más gruesas alentaba en el pensamiento de Gaitán. Sabido es que el caudillo del ala popular del Partido Liberal –al que había reingresado después de disolver UNIR en 1935- se había graduado con una tesis sobre “Las Ideas Socialistas en Colombia” y se había perfeccionado en derecho penal en Italia bajo la guía del célebre profesor socialista Enrico Ferri, el contendor de Juan B. Justo de 1911. Para la época del unirismo ya había esbozado Gaitán un nacionalismo revolucionario, que por la profundidad de las reformas propuestas y el rol tutelar adjudicado al Estado por la inmadurez de las masas, él llamaba en oportunidades “Socialismo de Estado”. Y se definía como socialista “porque nuestro credo consciente, pensado y estudiado es ese”, como lo recuerda Chumbita, pero ese credo debía ser auténticamente nacional, porque –creía- “no podía tomarse la totalidad de las doctrinas socialistas y transponerlas de la misma manera que una mercancía, sino que era indispensable un método, una aclimatación, una adaptación a las circunstancias, a la sensibilidad, a los antecedentes del pueblo”. Debía también poseer un perfil raigalmente latinoamericano. Era el planteo que, con un mayor vuelo intelectual, sostenía Haya de la Torre, admirado por Gaitán y a quien el colombiano había tratado infructuosamente de entrevistar en 1934. Así, el núcleo de la doctrina gaitanista, resumida por Osorio Lizarazo, enuncia que “La tierra debe ser para quien la trabaja. El latifundio improductivo es un crimen contra la economía y la sociedad. […] Los obreros deben intervenir en la reglamentación de la producción y en la administración de las fábricas […] El Estado tiene el deber de intervenir en la dirección de la economía, cuyo proceso no puede entregarse a su fuerza intrínseca, porque engendra el monopolio y la opresión por los más hábiles y los más audaces”. Sabemos también que nunca pudo llevar a la práctica sus ideas porque fue asesinado por la oligarquía colombiana el 9 de abril de 1948. Después del horrendo crimen y el espontáneo “Bogotazo” que le siguió, al ser esterilizada y derrotada la insurrección popular García Nossa fue perseguido por el gobierno pro-fascista de Laureano Gómez y privado de su cátedra; no será reintegrado a ella hasta 1968, pero en 1951, con el apoyo de Gerardo Moli-


na Ramírez y Luis Emiro Valencia funda el “Partido Socialista Popular de Colombia” (PSPC) como “partido socialista, democrático, revolucionario, autónomo y nacionalista”, en la línea nacional y antiimperialista del gaitanismo, que reivindica expresamente en un libro posterior: “Gaitán y el problema de la revolución colombiana”, fechado en 1956. Elabora los estatutos y la doctrina del Partido y, en esa misma línea de construcción, dirige la revista “Masas” y el periódico “El Popular”, en el cual colaboran Narsés Zalazar Cuartas, Rubén Darío Utría, José M. Romero, Eduardo Suescun y su discípulo dilecto Luis Emiro Valencia, primer egresado del Instituto de Economía de la Facultad de Derecho de Bogotá que él había fundado en 1943. Sostenedor de una “Tercera Posición”, no trepidará en dar su apoyo al gobierno del General Gustavo Rojas Pinilla, surgido del golpe de 1953 y convertido prontamente en alternativa precisamente tercerista y popular al anacrónico bipartidismo conservador-liberal, que había empantanado a Colombia en la violencia y el atraso. Colabora en cargos técnicos, como la Contraloría General de la República y el Concejo Nacional de Economía, para alejarse luego por disidencias en relación al programa económico del “rojismo”, el cual será barrido del escenario nacional en 1957 por el esfuerzo conjunto de todos los partidos oligárquicos de Colombia. Es que creyendo que podía contar con un gobierno que les respondiera, la partidocracia colombiana se dio con la ingrata sorpresa de que el nuevo Presidente –legalizado por la Asamblea Constituyente de 1954 para un mandato de cuatro años- comenzó a desarrollar una acción de gobierno que desbordaba la habitual de conservadores y liberales: estableció nuevos impuestos a los beneficios empresarios y a las exportaciones de café; creó las empresas estatales AVIANCA de transporte aéreo, Cementos Boyacá de cemento y ECOPETROL de explotación petrolera, y la semiestatal acería “Paz del Río”; desafió al monopolio de las finanzas privadas mediante el Banco Popular y el Banco Cafetero; y creó la Secretaría Nacional de Asistencia Social (SENDAS) para ayudar a los carecientes. Pero lo que desbordó el vaso de la indignación de las elites tradicionales –porque ponía en jaque su hegemonía política- fue que Rojas Pinilla se diera a la creación de una fuerza de apoyo propio en una línea de afinidad con el peronismo argentino: el “Movimiento de Acción Nacional” (MAN), que trataba de rescatar los sectores gaitanistas para la nueva experiencia nacionalista y que rápidamente, explica Perla Haimovich, “apareció llamando a la lucha abierta contra la oligarquía y tomando una definida orientación clasista”. Recibió el apoyo de la nueva central sindical rojista, la “Confederación Nacional de Trabajadores” (CNT), atacada por el Cardenal Primado de Colombia y afiliada a la ATLAS (la Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalizados), confederación continental creada a instancias y con el apoyo decidido del general Perón. Solidarios contra esta política, los capitostes del liberalismo y del conservadorismo, Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez, unieron sus fuerzas y la suerte del General quedó echada. Cayó el 10 de mayo de 1957. No obstante aquel apartamiento circunstancial de mediados de los „50, cuando el general colombiano retorna en 1963 al país del que había sido expul-


sado y constituye una poderosa formación política popular, la “Asociación Nacional Popular” o ANAPO, Antonio García y sus amigos se sumarán a ella, tratando de organizar con muchos dirigentes de base una línea interna más radical: la “ANAPO Socialista”, tentativa que Valencia estimará “un esfuerzo inútil desde el punto de vista de los intereses electorales del núcleo amorfo que impulsa el movimiento rojista”. No se le pudo dar organicidad y coherencia ideológica al movimiento de Rojas Pinilla y nuevamente se retiran los seguidores de García. El general conserva sin embargo el apoyo del Partido Comunista pro-soviético y se presenta a elecciones presidenciales en 1970. En este año, el Jefe de la ANAPO –dirigida en la práctica por su enérgica hija Maria Eugenia- alcanza el punto más alto de su popularidad: “El General que trece años antes había salido al exilio, que once años antes había sido tachado de indignidad en un juicio político espectacular […] que había sido señalado como el representante de la dictadura tiránica” –dice Mario Arruela- vence ajustadamente a Misael Pastrana, el candidato de conservadores y liberales coaligados en el “Frente Nacional”. Paralelismo notable con el fenómeno argentino del regreso de Perón en 1973, pero con una diferencia manifiesta: el fraude adjudica la victoria a Pastrana y las grandes manifestaciones populares de protesta no logran torcer el brazo al gobierno regiminoso, respaldado por un Ejército que no ha respondido a las expectativas de Rojas. En cuanto a García Nossa, fue reintegrado en 1974 a la Universidad Nacional de la que había sido expulsado el año anterior por su oposición al gobierno conservador pastranista, prosiguiendo con su producción académica, teórica y política –en 1977 publica “Una vía socialista para Colombia”-, siempre con el “propósito indeclinable de crear una teoría independiente y autónoma para América Latina”, como dice con exactitud Sabogal Tamayo. Su pensamiento recibió el reconocimiento, entre otros, de Herbert Marcusse y Lewis Hanke, y aunque moderamente reeditado en los países bolivarianos, ha permanecido casi como un desconocido para las nuevas generaciones intelectuales y políticas de su país. En el Sur del continente, salvo el estudio circunstancial de Dardo Cúneo (protagonista a su vez de una tentativa de un socialismo nacional que desembocó en el frondizismo), a propósito de su libro “Atraso y Dependencia en América Latina”, tampoco se le ha prestado atención. Es el precio que pagó por su independencia ideológica, marginado a la derecha por el stablishment que tan duramente fustigó siempre, y a la izquierda por el aparato de prestigio del stalinismo colombiano, al que enfrentó como una desviación del verdadero espíritu revolucionario del marxismo y el leninismo. CENTRO DE ESTUDIOS PARA LA EMANCIPACIÓN NACIONAL (CEPEN) Roberto A. Ferrero - Presidente


Cristina en Perú y en Bolivia En la senda del Nuevo ABC de Perón Por Julio Fernández Baraibar En la década del 50, el general Juan Domingo Perón estableció las bases de la primera política de integración latinoamericana, realista y posible. Afirmaba el presidente argentino, en su memorable discurso del 11 de noviembre de 1953, ante los oficiales del Estado Mayor del Ejército: “La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. (…) Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina”. “Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separado, o juntos, sino en pequeñas unidades” (América Latina en el año 2000: unidos o dominados, pág. 71, Ediciones de la Patria Grande, Casa Argentina de Cultura, México, 1990). Este proyecto que se llamó el Nuevo ABC –aludiendo al que fuera el primer ABC pensado por el canciller brasileño Barón do Rio Branco- tenía don componentes inescindibles. Por un lado, el Nuevo ABC significó el planteamiento crudo y descarnado de una alianza estratégica con el Brasil, lo que constituía una revolución copernicana en el paradigma tradicional no sólo de nuestra cancillería y nuestras Fuerzas Armadas, sino también en la concepción tradicional del radicalismo de cuño yigoyenista y del nacionalismo popular argentino. Sí para aquellos, la idea de establecer una unión con el Brasil era visto como una ofensa a las pequeñas soberanías parroquiales de nuestros fragmentados países, para estos Brasil era todavía el verdugo del pueblo paraguayo, el aliado del mitrismo antifederal, el predador de la heroica Paysandú, a la que cantara Gabino Ezeiza. Para la visión continentalista de Juan Domingo Perón, por el contrario, era la conclusión necesaria y evidente del peso geográfico, político, económico, demográfico y cultural de los dos países. Brasil y Argentina eran las dos columnas sobre las que se levantaría firme la arquitectura integradora. Por el otro lado, la alianza con Chile, Paraguay y Bolivia significaba, en esta arquitectura, el contrapeso necesario para evitar la tentación hegemónica que podía brotar en Brasil, por obra de su tamaño y su potencialidad productiva.


Así, Argentina encabezaba la voluntad integradora de los países hispanohablantes, convocando a sus vecinos más cercanos. Si el Uruguay no estuvo en la invitación fue tan sólo por la abierta orientación antiperonista del gobierno colorado de entonces –Luis Batlle-. No obstante y para hacer evidente la coyuntural ausencia del Uruguay en aquella propuesta, es necesario mencionar la invitación que el recientemente electo presidente Perón le formulara al doctor Luis Alberto de Herrera, respondiendo a su saludo: “Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los Estados Unidos de Sudamérica”. Conocedor de los mecanismos objetivos del poder y de los Estados, Perón se adelantaba a cualquier posibilidad hegemónica, tanto de un Brasil que volviese a sus orígenes imperiales, como a una Argentina porteña que intentase –como en el siglo XIX- reemplazar al virrey español. El recientemente fallecido pensador uruguayo Alberto Methol Ferré expresaba en las últimas conversaciones con amigos y discípulos su preocupación porque la Argentina no parecía haber entendido esa expresa indicación de Perón. Desde su atalaya montevideana, no veía Methol Ferré, en la cancillería argentina una clara decisión y una firme voluntad de convocar a todos los países hispanohablantes, sobre todo a los del Pacífico. “Una integración entre desiguales termina en hegemonía”, advierte desde su último libro. Y agrega a continuación: “Se trata de llevar una delicada política que evite una hegemonía brasileña, porque una hegemonía traería la destrucción de América del Sur y de América Latina como posibilidad” (Los Estados Continentales y el Mercosur, Ediciones Instituto Superior Arturo Jauretche, Buenos Aires, 2009).

Perú y Bolivia, el arco del Pacífico Los recientes viajes de la presidente Cristina Fernández de Kirchner a Lima y a La Paz y lo expresado en sus discursos y declaraciones, se inscriben en lo mejor de aquella política propuesta por el general Perón y cierran el círculo iniciado con el Mercosur y el acercamiento a la República Bolivariana de Venezuela. Los argentinos debíamos al Perú un desagravio. Alguna vez, la miserable aldea, barrosa y maloliente, del Plata, había sido parte del extenso virreinato con sede en Lima. El Perú fue liberado del yugo español por el hijo de las Misiones Occidentales, José de San Martín. Por el Perú había peleado el joven argentino Roque Sáenz Peña, antes de ser presidente de nuestro país. Había sido el Perú el primero en alistarse en nuestra guerra anticolonial contra el ocupante de Las Malvinas. Emocionados recibimos los argentinos las demostraciones de lealtad continental y de afecto fraternal cuando salieron pilotos y aviones de los hangares peruanos para sumarse a la lucha en los cielos australes. Y mil veces agradecidos estuvimos ante los esfuerzos del peruano Pérez de Cuellar, secretario general de las Naciones Unidas, para evitar el choque de las armas colonialistas con los defensores argentinos.


Solamente la depravada inmoralidad de un gobernante venal y sin patria pudo ensuciar estos siglos de hermandad, al venderle armas al Ecuador, enfrentado ocasionalmente en una guerra insensata con el Perú. Solamente un espíritu corrompido por la avaricia pudo en un sólo acto traicionar a dos pueblos hermanos y enturbiar un afecto sin mancha entre tres pueblos suramericanos. Esa ignominia, ese delito –cuyo encubrimiento hizo volar, en nuestro propio país, una ciudad por los aires- interrumpió de hecho, durante todos estos años, nuestra relación con el Perú. Poco podíamos conversar sobre política suramericana con el Perú, si no tomábamos el toro por las astas y pedíamos humildemente perdón. ¿Por qué iban a confiar los peruanos en un país que prometiendo garantizar la paz entre Perú y Ecuador le vendió armas a uno de los beligerantes? Hasta ese lugar de abyección llevó Menem la herencia política de Perón. Cristina hizo lo único que podía hacer para que la voz de la Argentina volviera a tener valor en el Perú. Fue y pidió disculpas. Y con ello no sólo reparó la afrenta cometida por el miserable, sino que cumplimentó el aspecto que le faltaba a su gran política latinoamericana, restablecer el diálogo con hispanohablantes, abrirse a uno de los principales países del Pacífico y cerrar el círculo de la bioceanidad continental. No es de poca significación que el viaje y la reparación se hayan realizado en el año del bicentenario de los primeros gritos independentistas del continente. Pero no se limitó a ello. Al homenajear, en su discurso, a Víctor Raúl Haya de la Torre y recordar el parentesco de su ideario con el del General Perón, Cristina expuso la génesis de su propio pensamiento y visión acerca del proceso de integración latinoamericano. Haya de la Torre y Perón conforman los más importantes antecedentes en el siglo XX de la política integradora que hoy viven nuestros pueblos. Mencionarlo, por otra parte, frente al presidente Alan García, era ponerlo frente al espejo de la historia de su propio partido. El viaje inmediato a Bolivia completa el movimiento que planteara Perón y que nos reclamaba Methol Ferré en imborrables conversaciones. Bolivia ha iniciado un nuevo proceso institucional, intentando que la república cobije y sea expresión de todas las vertientes que conforman su ciudadanía. Es, por otra parte, un país que requiere del apoyo sincero y fraterno de sus vecinos para consolidar su sistema democrático y su nueva constitución. El homenaje brindado a la nueva Generala del Ejército Argentino, Juana Azurduy de Padilla, evoca necesariamente nuestro pasado común, del que debemos recordar, en este año en que se cumplen doscientos años de nuestro primer gobierno patrio, que su presidente, Don Cornelio Saavedra, era hijo de aquellas tierras altas. Ya no es tan sólo Venezuela nuestra amiga suramericana, con todo lo importante que ha sido y es. Estas visitas de Cristina a Perú y Bolivia deben ser interpreta-


das en el sentido integrador que le adjudicaba Perón. Estamos dispuestos a una gran y estrecha alianza con el Brasil. Sin ella, ni Brasil ni Argentina tendrán cabida en el mundo que se está conformando. Pero para que ello no se frustre en un intento hegemónico, Argentina invita a todos los hispanohablantes del continente para realizar el sueño de Bolívar junto al gigante que habla portugués.

PALABRAS DE LA PRESIDENTA DE LA NACIÓN CRISTINA FERNÁNDEZ ANTE LA SESIÓN SOLEMNE DE LA ASAMBLEA NACIONAL DE LA REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA, CON MOTIVO DE LOS ACTOS POR EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE ESA NACIÓN Señora Presidenta de la Asamblea Nacional; señores Diputados y Diputadas de la Asamblea Nacional; señor Presidente de la República Bolivariana de Venezuela; señores Jefes de Estado presentes; señores primeros ministros; movimientos sociales; comitivas que acompañan de distintos lugares de Latinoamérica y del mundo: quiero, en primer lugar, agradecer este increíble e inmerecido honor de hablar ante la Asamblea Nacional de la bolivariana República de Venezuela, en su Bicentenario. Faltan pocos días también para el 25 de mayo de 1810: nuestro Bicentenario, que esperamos Comandante Chávez y a todos los que están aquí nos acompañen, también, en Buenos Aires. (APLAUSOS). Escuchaba atentamente a Cilia cuando leía la decisión de esta Asamblea que era conmemorar el Bicentenario de Venezuela, conmemorar el 19 de abril. ¿Qué significa conmemorar? Viene de memoria y además de festejos, de festejos de la memoria. Hugo, cuando estaba por entrar aquí, me sugería - no puede con su genio - que empezara mi discurso desde el Descubrimiento de América y yo le dije que eso podía ser para él y sus interminables discursos, pero que yo iba a empezar desde 1810. (RISAS Y APLAUSOS). Y escuchaba también atentamente al historiador que me precedió en el uso de la palabra y que reivindicaba las gestas libertarias de la América del Sur diciendo que no era cierto que hubieran sido solamente una planificación o una idea del liberalismo imperante en Europa. Yo me voy a permitir- fiel a mi espíritu de legisladora, o ex legisladora, ahora Presidenta y también un poco polemista, por qué no - decir que creo que las acciones de la historia, las acciones de los hombres son una profunda interacción y una relación también dialéctica de intercambio permanente entre los unos y los otros. Por supuesto, que las ideas de Belgrano, de Moreno, de Bernardo de Monteagudo, de Castelli, los ideólogos, los jacobinos de aquel 25 de mayo de 1810, o las de Francisco de Miranda eran


ideas que tenían que ver con la libertad de nuestros pueblos ante el insoportable coloniaje a los que nos sometía España, la explotación que de estas tierras, de sus gente hacía España y también de la nueva generación de criollos que habían nacido de españoles, pero que ya sentían estás tierras como propias, junto a los pueblos originarios, junto a los mestizos. Pero no podemos tampoco ignorar que el mundo que estaba allí, que las ideas de Voltaire, de Diderot, de Montesquieu había hecho nido en la cabeza de estos hombres. No para copiarlas, sino para utilizarlas como un instrumento que sirviera a sus pueblos, que de eso se tratan las ideas: instrumentos que sirvan para la liberación de los pueblos y para la construcción de sociedades más justas y más equitativas. Si las ideas no pueden exhibir esos resultados sólo quedan en ideologías, cuando pueden exhibir esos resultados se transforman en política y adquieren toda la verdadera dimensión que tienen que tener las grandes batallas culturales, que son precisamente las de transformar la historia. Y ese 1810 tenía una América que bullía en todas partes, que había también conocido fuertes levantamientos de los pueblos originarios; en el Alto Perú la figura de Túpac Amaru descuartizada; en el Perú es el símbolo de que la idea de libertad e igualdad no tiene nacionalidad, son valores universales. (APLAUSOS), que han atravesado la historia, no desde 1810, desde mucho antes, porque son valores que hacen a la condición humana, la libertad para decidir sobre la propia vida. Pero no solamente la libertad para decidir sobre la propia vida, sino para tener una vida igual o mejor de la que tengo y por lo tanto una libertad para sostener la igualdad. Por eso digo que en realidad nada nuevo se ha inventado cuando hablamos de libertad e igualdad. Esos hombres y esas mujeres, la Juana Azurduy que hace poco entregué al Presidente Morales su sable de Generala, la hicimos Generala en la República Argentina (APLAUSOS). Esos hombres y esas mujeres interpretaron, entonces, valores universales que vienen desde el fondo de los tiempos y que es la necesidad de la autodeterminación de los pueblos y de que cada sociedad pueda construir su historia, su presente y su futuro. ¿Y cómo nos fue en ese primer centenario, que culmina en 1910? Y por eso también la interacción a lo que yo hablo, a lo que había pasado en el mundo, aquí en la América del Sur los libertadores, los fundadores en su gran mayoría terminaron exiliados, olvidados, aunque también perseguidos. El primer centenario en 1910, nos encuentra a los argentinos - y voy a hablar de la experiencia nuestra- en un centenario muy diferente al que vamos a celebrar ahora. Era un centenario donde, como en casi toda la región, se habían consolidado repúblicas en un modelo de división internacional del trabajo, donde nosotros proveíamos materias primas que eran industrializadas y generaban riqueza y valor muy lejos de estas tierras. Y los hombres que habían hecho 1810 pensaban exactamente lo contrario. Cuando uno conoce el pensamiento económico de Manuel Belgrano, de Mariano Moreno hablan de la necesidad, precisamente, de generar riquezas en nuestros propios países. Podríamos decir que a lo largo de este primer centenario las ideas de esos fundadores y las ideas de esos libertadores habían quedado muy alejadas de las prácticas políticas concretas de nuestras sociedades y fundamentalmente de quienes tenían la responsabilidad institucional de conducir los países. Este segundo centenario nos encuentra también en un mundo absolutamente diferente. Si el del siglo pasado lo dividieron la contradicción este-oeste, que impuso en nuestra región la feroz Doctrina de la Seguridad Nacional, que sufrimos en muchos de nuestros países y que significó también la desaparición de generaciones enteras y fundamentalmente en retraso económico más formidable del que se tenga memoria, debemos decir


que este Bicentenario encuentra a los pueblos de la América del Sur en una nueva etapa de transformación y en lo que yo denomino una segunda independencia. (APLAUSOS). ¿Por qué segunda independencia? Y ahí sí voy a coincidir absolutamente con quien me precedió en el uso de la palabra, es necesario ante un mundo que se ha vuelto a derrumbar en valores como los del libre comercio, que en realidad el Estado debía desaparecer, que el mercado todo lo decidía y todo lo resolvía, valores que se derrumbaron estrepitosamente nos encuentra a todos nosotros - hombres y mujeres de la América del Sur - ante no solamente la responsabilidad histórica de conducir y dirigir por voluntad democrática nuestras sociedades, los Estados que nos toca gobernar, sino también la de atrevernos como se atrevieron aquellos hombres a formular categorías de pensamientos que nos sean propias, códigos, ideas que sean elaboradas por nosotros mismos, en materia económica, en materia política, en materia de interpretar la historia y fundamentalmente en algo que propiciaron aquellos hombres de 1810, y que fue lograr la unidad latinoamericana con un objetivo fundante para la liberación de nuestros pueblos. (APLAUSOS). Crear la América del Sur, crear la unidad de nuestra región, Latinoamérica y el Caribe no debe llevarnos a pensar que todos debemos ser iguales, porque creo que allí está el secreto precisamente que hemos logrado reconstruir y recrear en estos tiempos de la América del Sur: aceptar nuestras diversidades, nuestros diferentes procesos históricos, nuestras diferentes identidades. Yo pertenezco a un partido político, a un movimiento político que hizo punta en 1945, cuando el mundo se dividía entre este y oeste, en crear lo que fue la tercera posición, un principio absolutamente latinoamericano, donde no nos planteábamos como parte ni de un mundo ni del otro, sino que recreábamos -desde nuestra propia historia, nuestra propia identidad, nuestras propias necesidades - una forma de gestión, una forma de ver el mundo, una forma de conducirnos y una forma también de relacionarnos con el mundo. El mundo ha cambiado profundamente, en estos últimos 20 ó 30 años, ha cambiado más que en los últimos 200 años todos juntos. Esto nos obliga a nuevos desafíos y a nuevas interpretaciones. Yo sé que es difícil en procesos históricos de mucha fuerza poder abstraerse por un minuto y poder mirar el mundo desde la perspectiva diferente que se está gestando. Se está gestando un nuevo orden internacional, más allá inclusive de sus propios protagonistas. Interpretar esto, pivotear sobre esto y usarlo en el buen sentido de la palabra en beneficio de la construcción de nuestro proceso histórico en la América del Sur, debe estar en la inteligencia de todos nosotros, como estuvo en la inteligencia de esos hombres y de esas mujeres de 1810, de codificar aquel mundo, reinterpretarlo y aplicarlo a su propia realidad para, desde allí, pivotear y efectuar la transformación que aún está pendiente. Menos pendiente que antes, cierto es, porque, en realidad, ese Consenso de Washington que dominó toda la América del Sur, fue lo que, precisamente, generó la reacción que vino después. Y que puso precisamente en marcha numerosos procesos en nuestra América del Sur donde la noción de libertad se asoció a la de igualdad una vez más como en 1810. Porque, tal vez, estos dos valores, libertad e igualdad, expresan como pocos lo que sentimos aquí los hombres y mujeres en la América del Sur. Una sociedad más equitativa, más igualitaria, donde sabemos que no todos son iguales, pero sí queremos darles igualdad de oportunidades a todos los que han nacido. (APLAUSOS) No puede ser que el solo hecho de nacer en un hogar pobre condene a nuestros niños o a nuestras niñas a cancelar toda posibilidad de futuro.


Por eso hablaba de ese movimiento político que empezó en el '45 y del cual yo he sido una militante toda mi vida. Yo le digo "peronismo", algunos le dicen "justicialismo". A mí me gusta decirle "peronismo". (APLAUSOS) Fue un movimiento político que hizo de la movilidad social ascendente su eje fundamental y que permitió que los hijos de los obreros pudieran llegar a la universidad y que, aún, el hijo o la hija de trabajadores pudieran llegar a ser presidentes de la república por el voto popular y democrático de sus pueblos. (APLAUSOS) Yo no sé si será esta realidad de hoy exactamente la que soñaron San Martín, Bolívar, Belgrano, Moreno, Monteagudo, Sucre, Juana Azurduy, pero estoy segura que se le parece bastante más que la que teníamos hace quince años en nuestra región y en nuestro continente. De eso estoy absolutamente convencida. (APLAUSOS) Esto significa, entonces, que hemos dado también un gran paso, un gran avance. Este siglo XXI debe plantearnos a nosotros, hombres y mujeres de la América del Sur, y lo he charlado con el presidente Chávez y con otros compañeros presidentes de la región en muchísimas oportunidades, que el mundo que viene o que ya está, para ser más precisos, va a ser un mundo ambivalente, un mundo de grandes adelantos científicos y tecnológicos pero, al mismo tiempo, un mundo cruzado por contradicciones que no van a ser las del siglo XX, del más puro racionalismo, porque aún cuando el enfrentamiento entre Oeste-Este era muy ideológico, era un enfrentamiento del mundo moderno, era un enfrentamiento del mundo racional. Hoy estamos ante otros desafíos, ante otros dilemas más insolubles, pero también estamos ante una oportunidad aquí en nuestra América del Sur, una región libre de conflictos o enfrentamientos raciales o religiosos, al contrario, una región rica y respetuosa de la diversidad y de la pluralidad como pocos que, al mismo tiempo, cuenta con riquezas, con recursos naturales inconmensurables, que deberemos prepararnos también para agregarles valor también, por qué no, para defenderlos. Porque ahí está, en mi país, una plataforma que vino navegando 14.000 kilómetros para sacar petróleo de nuestras Islas Malvinas. Ese espejo, es un espejo en el cual debemos mirarnos todos los hombres y mujeres de los distintos países y saber que la batalla por los recursos naturales, la batalla por el agua, la batalla por la defensa de nuestros recursos, tal vez, sea una de las claves que debamos entender en el siglo XXI. (APLAUSOS) Por eso también quiero agradecer aquí y ahora la solidaridad de la República Bolivariana de Venezuela, de todos los países de la región -y cuando digo todos, son todos- el apoyo permanente en lo que es, no una causa de la Argentina, ni siquiera una causa regional: desterrar enclaves coloniales como el que tiene el Reino Unido en el sur del continente que es, por sobre todas las cosas, una obligación universal. (APLAUSOS PROLONGADOS) Allí en Malvinas, a la que nosotros denominamos "causa universal". ¿Por qué? Porque una de las cosas que deberemos discutir y debatir los países de la América del Sur en todos los foros, los que estamos reunidos aquí, en todos los foros, en Naciones Unidas, en todos los espacios institucionales y no institucionales, es fundamental que se termine el doble estándar en el mundo, en donde los poderosos pueden violar las disposiciones de Naciones Unidas o de la Organización de Estados Americanos y solamente estamos obligados a respetarlas los que somos más débiles o no tenemos la fuerza necesaria para que se nos respeten nuestros derechos. (APLAUSOS PROLONGADOS) Se tiene que terminar el doble estándar internacional en materia de respeto a las normas vigentes. Si todos somos signatarios de la Carta de San Francisco, si todos somos


miembros de las Naciones Unidas, ¿por qué algunos respetan sus disposiciones y otros las violan una y otra vez en forma sistemática? (APLAUSOS) Yo quiero en este nuevo escenario internacional, ejercer el multilateralismo en serio en todos los ámbitos y en todos los frentes. Es la garantía de volver a ser una sociedad de justicia, una sociedad de derecho en términos universales. Tenemos que lograr, finalmente, que los derechos de todos sean respetados. (APLAUSOS) Y, fundamentalmente, defender aquí en la América del Sur, el concepto de paz y de respeto a la voluntad democrática de cada pueblo expresada libremente. (APLAUSOS) El respeto a la soberanía popular es para nosotros una cuestión que está en nuestro ADN. Fuimos un partido proscrito, perseguido, en donde se prohibió en mi país mencionar el nombre de sus fundadores o cantar la marcha que nos distingue. Esto no pasó hace cuatro siglos con los españoles; esto pasó hace mucho menos tiempo, fue durante el siglo XX. Por eso digo que una de las claves que debemos entender aquí, la hemos entendido y así lo hicimos, cuando acudimos a ayudar a la hermana República de Bolivia, su Presidente elegido democráticamente, Evo Morales (APLAUSOS), cuando presidentes y presidentas de la UNASUR nos reunimos allí, en La Moneda. Fíjense que curioso: un organismo como la UNASUR, que no está institucionaliza en términos de acuerdos o tratados como tienen otros tipos de organizaciones, pudo lograr lo que otros no pudieron en etapas más recientes en Centroamérica. Y fue, precisamente, impedir la violación de la voluntad popular que quería, precisamente, destituir al Presidente Evo Morales. Lo tomo como ejemplo, pero como ejemplo de lo que podemos hacer, fundamentalmente, cuando unimos nuestros esfuerzos y nuestras inteligencias que, ¡ojo!, no significa quién grita más fuerte, sino quién puede con mayor inteligencia unir esfuerzos y lograr resultados, que de eso se trata esencialmente la política. (APLAUSOS) Por eso, y no quiero extenderme demasiado porque si no voy a batir algunos récords que creo que le pertenecen y le van a seguir perteneciendo al comandante Chávez o a Fidel también, es cierto, no sé si han ganado alguno vos, me parece todavía, habría que cronometrar tal vez y ver, quiero decirles algo. Hoy cuando asistimos a este maravilloso desfile que tuvo lugar para conmemorar el Bicentenario de Venezuela, yo sé, Hugo, bueno, que tú eres un militar y como a todos los militares les encantan los aviones, los tanques y esas cosas, es una cosa que ya viene en el ADN de cada uno, pero yo quiere decirle algo, presidente Chávez: la parte del desfile que más me gustó fue la última, la del caballo blanco, con toda la caballería, como debió de haber sido en 1810, cuando dijeron: "¡A la carga!" y corrieron frente a nosotros. Así deben de haber hecho en Ayacucho, así debe haber sido Carabobo, así debe haber sido Maipú, así debe de haber sido la batalla del Norte, así deben haber sido todas las batallas que fueron construyendo la independencia. (APLAUSOS) Yo creo que no fue solamente una cuestión militar. Lo militar siempre implica la noción de fuerza. Yo creo que el gran poder estuvo en las ideas, en esa cultura por la libertad que es capaz de hacer que un pueblo haga los sacrificios más extremos con tal de obtener su liberación. Me acuerdo del éxodo jujeño. Cuando Manuel Belgrano mandó quemar todas las casas para que los realistas cuando pasaran no encontraran nada, ni hacienda, ni casas, ni pasturas y no fueron sus soldados los que quemaron todos, fue el pueblo jujeño que


quemó sus propiedades y acompañó, junto al ejército de Belgrano, en la tarea liberadora. Hace poco, el día viernes, estuvo visitándonos en la República Argentina el Primer Ministro de la República Socialista de Vietnam. Nosotros cumplimos 200 años y él me decía que Hanoi cumple este año 1.000 años, mil años. Mil años en los que pasaron las principales potencias del mundo ocupando su territorio. La última, la más importante de la última centuria. Y fíjense ustedes, con mucho poderío militar, en Vietnam se tiraron el doble de bombas que durante toda la Segunda Guerra Mundial y, sin embargo, ese pequeño gran pueblo, pudo vencer durante siglos a tantísimas ocupaciones. (APLAUSOS) Y conversando con él, porque claro, cuando sucedía Vietnam yo era una estudiante, era muy joven, pero era un icono, como era también la Revolución Cubana, un icono de nuestras juventudes. Entonces así charlando con él en un momento hablaba de la ofensiva de allá del año Tet, del '68, y entonces él me dice: "Mire, esta herida -y me muestra una pequeña cicatriz, porque fue un combatiente de los 12 años- me la hicieron durante la ofensiva del año Tet". Y yo pensaba: pensar que nosotros a nuestros libertadores los miramos desde una estatua o desde un cuadro; ellos los siguen mirando, los están gobernando y los pueden ver todavía recorriendo las calles. Pero lo importante, y me parece que es lo que une toda la historia completa aquí y en el mundo, es que no hay poderío militar, no hay poderío económico que pueda con la decisión de un pueblo cuando este decide liberarse. (APLAUSOS) Y yo creo, para terminar, que este es el mensaje que nos dan esos hombres y esas mujeres que enfrentaron al ejército más poderos en aquel momento, en 1810, el mensaje es que lo que define la libertad de los pueblos, la construcción de nuestras sociedades, es el valor y el coraje que tengan sus ciudadanos para defender los sagrados derechos de la libertad y de la igualdad. (APLAUSOS) En nombre de esos valores, vengo hoy aquí a saludar ante esa Asamblea Nacional, legítimo lugar donde está representada la soberanía popular de Venezuela, al coraje de sus hombres y mujeres, los del 19 de abril de 1810 y los del 19 de abril de este 2010. ¡Gloria y honor a ambos! Muchas gracias, ¡viva la patria!, ¡viva Venezuela!, ¡viva Argentina!, ¡viva el Bicentenario! Gracias. (APLAUSOS) Fuente: www.presidencia.gov.ar 19-04-2010


Carta de un Marino por las ISLAS MALVINAS Sres. Directores de Medios de Comunicación: Soy Guardiamarina de la Reserva Naval promoción XVII del Liceo Naval Almirante Brown. Orgulloso miembro de la Armada Nacional; de sus epopeyas, de la historia de nuestro héroe Guillermo Brown en las luchas por la emancipación. Luchas desconocidas por gran parte de la sociedad en gran medida por la incultura inoculada por los monopolios mediáticos que hasta ahora han regido los contenidos de la TV argentina y que OCULTAN los saberes y las historias que forjan nuestra identidad nacional. Condeno las atrocidades de los Astiz y rescato lo mejor de nuestra Armada Nacional. No soy “independiente” [Dios me libre de tal independencia] como dicen ser algunos periodistas de los grandes medios que esconden su filosofía conservadora neoliberal y su sumisión al poder económico y que nos lavan el cerebro con frivolidades para que sigamos siendo colonia. Estoy formado en el PATRIOTISMO y nunca me sentí cómodo en las relaciones carnales de sometimiento al NORTE. Siempre me sentí más hermano de nuestros pueblos y países vecinos que del imperio. Los operativos UNITAS comandados por EEUU no me simpatizaron nunca y cuando navegaba cerca de las Malvinas en el Crucero ARA Argentina o en el Portaviones Independencia [no podíamos acercarnos a pesar de las relaciones de “confianza” hacia nuestra Armada Nacional] me emocionaba ya que sentía que esas estribaciones en el horizonte eran parte de nuestra Patria Argentina y de América Latina, y no de los ingleses. En esta breve carta quiero hacerme SOLIDARIO con la intervención de la Sra. Presidenta de la Nación en la reunión de RÍO en defensa de nuestra SOBERANÍA IRRENUNCIABLE [y que consta en la Constitución Nacional desde 1994] sobre las ISLAS MALVINAS e ISLAS DEL ATLÁNTICO SUR y me siento orgulloso y sensibilizado por el apoyo de las naciones latinoamericanas, de América del Sur y del Caribe, por su solidaridad hacia nuestro pueblo. Sin más los saludo Atentamente Guardiamarina [RN] Gustavo González Ramella DNI 8.011.044 Miembro de Carta Abierta Necochea


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