OSOS. ZOOLOGIA, ANTROPOLOGIA E HISTORIA DEL OSO IBERICO

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osos Jesús García Díaz


Esta obra ha sido publicada con una subvención de la Dirección General de Cultura del Gobierno de Cantabria

Textos: Jesús García Díaz Fotografías: Jesús García Díaz, José Antonio García Fernández, José Riestra Basagoiti, Antonio Rodríguez Arduengo, Jean Clottes, Ernesto Díaz Otero, Francisco Javier Naves Cienfuegos, Mario Saénz de Buruaga, Jesús Aznarez Anaut, José Javier Sanz Gorrindo, Manuel Bahíllo Martín, J. Manuel Gento Terán, Gobierno de Aragón, FAPAS, FIEP (France) Edita: Cantabria Tradicional S.L. Ilustración de guardas: Escena de cacería palaciega de animales salvajes Óleo sobre lienzo, detalle, procedente de Castilla y León Mediados del siglo XVIII Colección Arte de Occidente. Zamora

ISBN: 978-84-15112-18-1 Depósito Legal: SA-849-2012 Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier sistema, sin el permiso previo de los titulares del copyright.


A Alejandro, que nunca me dejaba coger arándanos del monte porque había que dejarlos para los ositos, que seguirá teniéndolos en su cercanía.


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índice A modo de Prólogo, por José Riestra

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Introducción: El oso, su mundo y el nuestro

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1.- Historia del árbol familiar. Retrato íntegro de una especie Contemplando al oso: un animal muy humano

pág

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2.- La geografía: del oso a través del tiempo. Ayer y hoy: Del dominio ibérico al refugio cantábrico

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Primera parte: El oso ibérico: el animal y su entorno

La tierra del oso ibérico: una geografía variada cada vez más reducida

3.- Ecología y comportamiento. Las señas de identidad de nuestro oso pardo

pág 59

Caloca: un punto de encuentro

Segunda Parte: Escenarios de una coexistencia: el oso en el mundo de los hombres 4.- Vecinos y adversarios. Osos y hombres antes de la Historia

Un oso de la mente: la visión de los primeros artistas

5.- Fiero pero admirado. Deidad pagana y trofeo de reyes

pág 125

Hablan las piedras: osos románicos, un románico del oso

7.- El oso, una necesidad. Objeto de comercio, estudio y pensamiento

pág 101

Ingenios del hombre en tierra de osos

6.- Destronado y despreciado. El repudio de una bestia innoble

pág 81

pág 153

Con nombre propio: protagonistas de nuestro recuerdo

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índice osos

8.- La pervivencia cultural. Huellas etnográficas, antropológicas y literarias

La Vijanera: el rito del tiempo en torno a la figura del oso

9.- El trofeo de caza. Persecución y agonía del rey de las fieras

pág 201

Cantabria: Imágenes de un tiempo pasado

10.- El emblema de nuestras montañas. Una nueva visión del oso

pág 177

pág 241

Estudiado y divulgado: Una especie protagonista de cientos de títulos

Epílogo: El destino del oso y nuestro futuro

pág 267

Fuentes Bibliográficas

pág 269

Agradecimientos

pág 281

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a modo de prólogo El Oso de Jesús Podemos en la lectura de este libro descansar sobre una precisa descodificación de un universo tan fácil de ver y tan difícil de interpretar. Nos estamos refiriendo al de este gran plantígrado: el OSO. Una criatura tan poderosa como simbólica. Con gran tino, desvelando sus claves más secretas, el autor consigue aunar los fenómenos biológicos, históricos, culturales y fantásticos que dimanan de una gran variedad de textos, enriquecidos con las proyecciones psicológicas que el hombre hace sobre una de sus creaciones arquetípicas más controvertidas y más fascinantes. Como es lógico, al otro lado de una obra como ésta, casi por norma hay, además de una persona, un “personaje”. Y -suerte para nosotros- Jesús tiene tanto de lo uno como de lo otro, pero en este caso este persona-je es además una rara avis, un espécimen de difícil taxometría que de seguro traería de cabeza al mismísimo Linneo si tuviera que clasificarlo. Podría pasar por un ratón de biblioteca a juzgar por las horas que vive entre libros, pero bien se le pudiera comparar con un bisonte, por su aspecto montuno y aclimatado a las bajas temperaturas, libre como una rapaz, orgulloso como un gato. Jesús es una criatura en absoluta armonía con el medio natural, que se adapta a cualquier paraje por agreste o extraño que se le presente, un simpático “bicho raro” -que bien podría ser un oso-. Jesús habita en un medio urbano donde es reconocido y respetado por la gran mayoría de sus conciudadanos; ha sido concejal de urbanismo de su ciudad por ocho largos años, y desarrolla labores de asesor urbanístico, pero nadie que le conozca se lo imaginaría conducien-

do un coche de alta gama de esos que tocan en la rifa de los despachos de muchos consistorios o haciendo alguna fechoría tan de moda durante tanto tiempo. ¿Alguien se imagina en la España del pelotazo urbanístico, en la selva del ladrillo, un concejal de urbanismo que, además de eficaz es honrado?. El Ave Fénix, Pegaso, o el mismísimo Unicornio nos son más creíbles que un edil incorruptible en el mercadillo del monopolio patrio. Pero al margen de sus conocimientos urbanísticos que son amplios, tenemos la suerte de contar con que el autor de la obra en cuestión es un naturalista de conceptos integradores, un ambientalista de consecuencias, poseedor de una sabiduría que aúna pragmatismo y sensibilidad con esfuerzo y naturalidad. Por otra parte Jesús es un amante y conocedor de las costumbres y culturas de la tierra, portador de genes remotos, mezcla bien su sangre andina con la que salpica las brañas cántabras de su corazón. Esta faceta se suma otros pequeños grandes contrastes y todos configuran el perfil de una personalidad absolutamente peculiar. ¡Ah!, el libro... “Por sus obras les conoceréis”. Una obra única fruto de la pluma de un ser no menos singular. El Oso. Solitario, pacífico, vegetariano, tranquilo, misántropo, tímido, dormilón... ¿que poder tiene sobre nosotros?. ¿Por qué le amamos u odiamos, le respetamos y tememos o por qué lo humanizamos o divinizamos?. Nadie hasta ahora como el autor de esta obra se había molestado en mirar a esta especie animal desde el otro lado del espejo.

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a modo de prólogo osos

¿Es el oso en verdad como lo vemos, o quizás nuestro cerebro tan condicionado nos devuelve una mirada distorsionada del animal?. Probablemente nuestras creencias, filias y fobias nos van haciendo un retrato a medida de nosotros mismos, según vamos creciendo, evolucionando o involucionando mientras le observamos. La metamorfosis del oso a través de nuestros ojos es una película a cámara lenta de nuestra propia mutación Disfrutad de esta sesión de psicoanálisis donde por arte de magia Jesús recuesta al rey de la creación en un diván, y sienta bolígrafo y cuaderno en mano al hermano Oso para que nuestro ego se encuentre cara a cara con su simpático psiquiatra ocasional. Pasaran ante tus atónitos ojos, el oso furioso, el lujurioso, el valiente, el traidor, el asesino, el dócil, el amigo y un sin fin de pequeños espejos de nuestro alter ego. A veces estamos tan aprisionados en la cárcel cultural como lo están los osos de una casa de fieras.

José Riestra Basagoiti

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introducción El oso, su mundo y el nuestro Hablar de osos es hablar de algo que nadie desconoce. El oso es con seguridad la criatura salvaje más popular de todo el Hemisferio Norte de la Tierra y arrastra consigo una carga mítica que ha venido dejando una secuela de supersticiones, leyendas, rituales y todo tipo de manifestaciones imaginables entre la humanidad. Tal vez el único animal que se le pueda aproximar en importancia cultural -en Europa y Norteamérica- es el lobo. El mundo del oso, y más concretamente el mundo del oso pardo (Ursus arctos) es nuestro mundo. Llegamos a Europa a la vez, nos extendimos por el continente casi de la mano. Exactamente igual aconteció en parte de Asia y en Norteamérica. Coetáneos, hemos compartido el escenario de la vida manteniendo una serie de relaciones cambiantes según hemos ido construyendo la Historia. Pero el oso no ha estado solamente cercano; se ha mostrado siempre frente a nosotros, separado por un imaginario espejo en el que al otro lado hemos ido viendo nuestra propia imagen en el corpachón de la criatura. Y es que el aspecto antropomorfo del oso resulta incuestionable por evidente. Pintores, dibujantes, ilustradores y escultores han explotado durante mucho tiempo esta particularidad, representando el oso en multitud de situaciones humanas. El oso y el hombre tienen la misma postura, la misma silueta en su posición vertical, se nutren de acuerdo a un régimen omnívoro, amamantan a sus crías sentados, anda con la planta del pie entera sobre el suelo -cosa inhabitual en los cuadrúpedos-. Así, el oso se presenta como parejo al hombre, semejante en la diferencia. Los yavapai o yuma, de Arizona, consideran que sólo hay una cosa que nos diferencia: el oso no sabe hacer fuego.

En su antroporfismo radica la presencia del oso en el folklore y mitología de prácticamente todas las culturas que han tenido ocasión de conocerlo; y no sólo a “nuestro” oso pardo, como sucede con las de la vieja Europa nacida de los bosques (celtas, ligures, eslavos, etc.) sino a sus diferentes especies: el oso polar entre los inuit, el oso frontino o de anteojos entre los pueblos andinos, el oso pardo siberiano entre los ainu de Hokkaido o el gigantesco grizzly entre los indios de Norteamérica. Para numerosos pueblos cazadores del hemisferio norte el nombre del oso es tabú y la gente procura no pronunciarlo, por respeto y por temor. En las lenguas eslavas la palabra para designar al oso está hecha a partir de perífrasis; el vocablo ruso “medved” equivale a “el que conoce la miel” y el oso también es llamado “primo”. Para los sami de Laponia es el “señor del bosque” y algunas tribus indoamericanas le dicen el “hijo del jefe” o también el “hombre a cuatro patas”. Tenemos ante nosotros a una criatura que habiendo coexistido (lo que en rigor no significa convivir) en el tiempo y lugar de los humanos, ha sufrido profundos cambios de imagen en nuestra percepción histórica, y con ello ha adoptado “papeles” radicalmente distintos. Es así que ningún otro animal puede atesorar sobre sí mismo la condición -desde una atribución humana- de Dios, Rey, Diablo, Bestia y Bello con las que se le ha considerado a través de los tiempos. Es precisamente este carácter “mutante” del oso de nuestro imaginario colectivo un factor importantísimo a la hora de evaluar la trascendencia que el animal ha tenido en nuestra Historia y en nuestra cultura. Tanto es así que los cambios en la percepción cultural e ideológica del oso han servido como refe-

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introducción osos

rencia -y evidencia- de no menos profundos cambios en el pensamiento dominante entre la humanidad (o el pensamiento de los dominantes entre la humanidad, que diría Marx). Sólo así se explica la repentina transformación del oso venerado por su naturaleza al oso honrado en su realeza como consecuencia de la irrupción del poder como objetivo, y de este noble animal al oso vilipendiado y demonizado por el pensamiento medieval, prisionero de la labor dogmatizadora de un cristianismo cuya expansión era paralela a los miedos introducidos entre las gentes. La veneración del oso de los primeros tiempos de la humanidad ha persistido no obstante en diferentes culturas, como algunas nativas americanas que aún tienen

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al oso como un animal para ser respetado, y también antiguas leyendas se han convertido hoy en cuentos relacionados con el oso, muchos de ellos para los niños. La imagen del oso en la cultura popular le ha ayudado a convertirse en un icono reconocido para la mayoría de la gente. El oso ha sido el animal de peluche más popular desde principios de 1900 y sigue siendo uno de los favoritos de los niños, así como de muchos adultos. Es un “compañero” de juegos y comparte muchísimos hogares con las personas. Y por si fuera poco no sólo es tan “familiar” sino que las historias de hombres convertidos en osos son, además de extendidas, bastante populares. Como podemos ver, el oso ha estado formando parte de las diferentes culturas y aún hoy es muy popular


introducción osos

en nuestra cultura contemporánea. No importa en qué lugar viva alguien, siempre estará familiarizado con estos animales de alguna manera.

los perros son cada vez en mayor medida entrenados, junto con los tiradores, para no hacer acreedor al oso del destino de un jabalí.

Incluso su propio nombre se ha visto envuelto en juegos de palabras con la evolución de las diferentes lenguas. La palabra “oso”, procede de un término del antepasado común indoeuropeo como “orks”, que en latín pasó a “ursus”, en griego “arktos” y en galés “arth”, de donde deriva el nombre del legendario rey Arturo, fruto de un tiempo en que la fascinación por el animal lo asociaba a la realeza. Por otra parte, es muy posible que el alemán “bär” y el inglés “bear” procedan de “brun” (marrón), un apodo atribuido al oso por el tono de su pelaje.

Envuelto en la magia y misterio con que los humanos prehistóricos hicieron una deidad, después admirado por las primeras culturas, que lo veneraron como un rey y cuyos reyes se identificaron con él. Más tarde repudiado y asociado con lo demoníaco por una Europa sometida a la ignorancia y los miedos del credo cristiano, hasta hace poco tiempo proscrito en las montañas donde se convirtió en la alimaña más perseguida, y finalmente restablecida su imagen y reconciliado con los hombres merced al triunfo de la razón, quienes lo hemos reconvertido en un símbolo de la preservación de la vida.

Al fin, venerado y temido, repudiado y perseguido, cazado por necesidad o por deporte, el oso siempre ha conocido los diferentes efectos de tener su mundo tan accesible al hombre. Afortunadamente parece que la sensibilización de las personas crece poco a poco y cada vez son más quienes defienden la presencia de tan singular criatura en los territorios montañosos del septentrión ibérico al que ha acabado por quedar confinado.

El oso, desde siempre, ha estado entre nosotros.

Este favorable cambio en la visión del oso ha llegado incluso a colectivos que, aparentemente, no parecían mostrar una especial querencia por su protección, como los cazadores, que actualmente se manifiestan ampliamente por la coexistencia razonando que en el monte hay sitio para todos: cazadores y osos. Y ciertamente resulta constatable esta actitud. La presencia del plantígrado en el escenario de una montería se resuelve con la suspensión de ésta, si se sabe de la presencia de osas con crías el aviso por radio es inmediato para evitarles molestias o desgracias mayores, y

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Escena de cacería palaciega de animales salvajes. Óleo sobre lienzo -detalle- procedente de Castilla y León. Mediados del siglo XVIII. Colección Arte de Occidente. Zamora.


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