Presencia evangélica julio/agosto 2021

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Vida comunitaria

La pelota no se

A

más de un año de comenzada la pandemia una minoría de la población persiste en negar la existencia del virus y su letalidad y se opone a las vacunas y una minoría de esa minoría se manifiesta intensamente en contra de las medidas de cuidados establecidas por las autoridades sanitarias. Las actitudes negacionistas se manifiestan también de otras maneras en distintos sectores de la sociedad como el fútbol, algunos programas de televisión, y en las medidas que se proponen y se cuestionan desde la política. La pelota no se mancha dijo el que la trató mejor que nadie. La pelota no se para, que siga rodando ordenan hoy desde las organizaciones que administran el fútbol. No importa cuántos jugadores se contagien, ni cuantos queden con secuelas... ya vendrán otros pibes a ocupar su lugar. Lo importante es que el negocio no se detenga. Ahora que no hay lugares nocturnos abiertos, las fiestas clandestinas son otra oportunidad de negocio y en algunas de ellas la distribución de sustancias prohibidas aumenta la facturación.

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A la hora de aplicar o de oponerse a las medidas de cuidado parece que importan más las encuestas que miden el humor social que la eficacia o no de las medidas en discusión. Lo prioritario es el poder, las tácticas para conseguirlo, conservarlo y en lo posible, aumentarlo. Y no necesariamente el derecho a la educación, a la libertad individual o la salud de la población que se invoca. En estas circunstancias y en muchas otras vemos que se subordina la salud, el bienestar y la vida del conjunto de la población a los intereses particulares de unos pocos.

Y en el barrio cómo andamos? Al costado de la autopista los pibes juegan al fútbol como siempre. En la vereda de ASE un grupo de nenes y nenas juega a las escondidas, otros simplemente comentan y glorifican al fulano que ganó la pelea de ayer y se burlan del que no aceptó el desafío a pelear y del llorón de siempre, que va a contarle a la madre que lo están molestando. En la otra esquina, otro grupo de adolescentes un poco más grandes comparten hoy una birra,

ayer una jarra, mañana lo que pinte. El de la esquina, sub-sesenta, sentado en su banquito en la vereda escucha música a todo volumen con sus secuaces mientras la jarra pasa de mano en mano. Casi nadie usa barbijo, a lo sumo algunos lo llevan colgado del cuello o de la muñeca. Y los quince de fulana o los dieciocho de mengano; no hicimos fiesta porque no se puede, vino la familia nomás, entre diez y veinte personas; y el día de la madre igual; y el clásico: cuando puedas vení a tomar unos mates que tengo tanto para contarte. En el barrio se manifiestan las mismas conductas que en otros sectores de la sociedad sólo que con mayor crudeza, sin velos que la cubran o disimulen. A mí no me va a pasar; si hasta ahora no nos mató el hambre, la droga, las golpizas o la policía, no nos va a matar ahora un bichito que ni se ve. Y si lo hace es porque estaba escrito, el destino. Sin embargo, aunque no se vea, o precisamente por eso, el virus se escapa en una risa, en un estornudo, o en el simple acto de respirar sin filtros y viaja por el aire para seguir contagiando. Y cuando aparecen los síntomas ya es tarde. Desde que comenzó la pandemia son


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