Nudo Gordiano #16

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Enero Febrero 2021 No. 16

Nudo Gordiano DIRECTORIO Consejo Editorial Julio César Calleros Rodríguez Enrique Ocampo Osorno Julia Isabel Serrato Fonseca

Dirección Enrique Ocampo Osorno dirección@revistanudogordiano.com

Jefa de Diseño Editorial Mary Carmen Menchaca Maciel

Jefa de Contenidos y Marketing Linette Daniela Sánchez

Editora en Jefe

Toluca, Estado de México, México. Nudo Gordiano, 2021. Todos los derechos reservados. Revista literaria de difusión bimestral

Ana Lorena Martínez Peña

contacto@revistanudogordiano.com

Difusión

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Erasmo W. Neumann

Ilustrador Esteban Hernández


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Índice Cuentos - la Espada Ángel

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Osvaldo Arturo Mijangos Ricárdez

Pared

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Daniel Enríquez Robles

Fragmentos de mi ser

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Gisell Ceballos

La sabiduría del recuerdo

16

María Agustina Caro

No llores sobre leche derramada

18

Bohemia en Prosa/Hannis Vanessa Vaca Parra

Casi

22

Juan Pablo Goñi Capurro

Poemas - la Lanza Walpurgis Nacht

26

Brandon Barrios

Antología II

27

Jorge Diego Mejía

Mujer

30

Elena del Carmen Abilar

Ciudad del Siglo 21

32

Eunice Martínez

Oniros

33

Emmanuel Illescas Martínez

Aquende y Allende

34

Gybarch Andrés Martínez Merchán

Ensayos - El Buey Borges y el problema del punto de vista

40

Marcelo Sánchez

El retrato de la mujer y el mito del amor romántico en la 46 novela La amortajada Leida Castellanos Alcántara

Reseña - El Yugo Elástico de Sombra Fernando Guerrero F

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Osvaldo Arturo Mijangos Ricárdez Un ángel amaneció en el patio. Creo que era idiota porque no controlaba su saliva y continuamente se empapaba. En lugar de hablar, emitía sonidos guturales, agitaba los brazos descoordinadamente, defecaba ahí mismo, revolviendo después su excremento que hedía terriblemente. Parecía no poder volar, quizá por aquella falta de control sobre su cuerpo. Pude haberlo llevado a otra parte, a la iglesia, supongo, pero Cici quedó encantada con él y no paraba de abrazarlo, de limpiar su inmundicia y regalarle dulces de leche y frutas a pesar de mi desconfianza. El ángel la veía sonriendo con esa mueca grotesca que le permitía su boca torcida, dejándola acercarse cuanto quisiera, y comía vorazmente las golosinas crujiéndolas entre sus dientes equinos, desalineados y sucios. Durante semanas lo tuvimos sentado en el patio. Ni pensar en darle un lugar dentro de la casa. Aunque Cici reclamara, el ángel permanecería afuera y lo cubriríamos en las noches con los retazos de sábanas en que ella se había destrozado los dedos al coserlos. Si su madre la hubiera visto, qué orgullosa y enternecida estaría de nuestra pequeña. Compramos también un tazón para perros para darle agua y otro más para poner su comida —que siempre regaba por todos lados—, incluso planeaba levantar una pequeña techumbre con lámina y resguardarlo del sol y de la lluvia. Quisimos mantenerlo en secreto pero a cada rato batía sus alas haciendo gran escándalo, los vecinos iban saliendo alarmados, recogiendo la ropa o las macetas que habían salido volando. Pronto todo el mundo lo venía a visitar, y aunque al principio le regalaban coronas de espliego y rezos, cuando vieron su naturaleza enferma empezaron a traer agua bendita y pequeñas esculturas de animales con cuatro cabezas, entre otras cosas. El ángel aceptaba todo y se adornaba con sus regalos con una infantil expresión de felicidad. Fue tomando fama, el ángel imbécil de la calle tres. Venían varias personas para entrevistarnos, periodistas de traje y corbata, troupes de fenómenos, los mesías de las nuevas sectas. 6


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Hacían una larga fila para pasar y verlo, y acariciar sus alas, y guardar sus fluídos en brillantes cálices dorados. A todos decíamos que el ángel se quedaría allí, con nosotros, con Cici. Él parecía de acuerdo, prodigándole cuidados sencillos a mi hija, prendiendo luces fantasmales que bailaban en la noche frente a nuestra ventana, haciendo emerger de la nada breves jardines con formas caprichosas. Todo parecía tan tranquilo, como el sebo inocuo que algunas personas tienen en el lóbulo de la oreja. Por entonces me dedicaba a los seguros. Iba a las casas en zonas de riesgo, a las oficinas centrales de algunas compañías, a los muelles, y vendía seguros contra incendio, contra robos, contra desastres naturales, contra incapacidades. Tenía que dejar a Cici sola durante mucho tiempo. Creí que el ángel sería una distracción para ella, para que no se aburriera en las tardes, tal vez haciéndole probar la responsabilidad. Juntos buscamos revistas de repostería y libros de cocina de diferentes países con tal de que se entretuviera alimentando al ángel, su comida favorita es el salmón con risotto de verduras, me diría después emocionada. Tramité un seguro de vida para él e incluso estaba pensando en adoptarlo, darle un nombre y

un apellido. Las cosas parecían tan tranquilas. A pesar de todo no me interesaba que se fuera, llegó a ser como la puerta oxidada que uno se acostumbra a escuchar o aquellas líneas de salitre que se acumulan en los rincones. Después renegaría de mi suerte, culpándome por no haber actuado a tiempo, y es que, qué clase de Dios permite una abominación de ese tipo, en qué clase de mundo algo así puede llegar a nacer. Regresé del trabajo un día y escuché gritar a Cici, corrí tan rápido como pude al patio. El ángel batía las alas más fuerte que nunca, también lanzaba alaridos. De alguna forma había tomado a Cici por sorpresa, quizá cuando le alimentaba, y se elevó con ella como jamás lo había hecho, desgarrándole la ropa con sus manos largas y blancas. De su vientre nació un miembro rojo envainado en piel como el de los perros, y con él estaba violando a Cici, haciéndola llorar tratando de cubrirse con los jirones que pudo asir de su ropa. Quise acercarme, pero la fuerza de las alas era enorme. El ángel me veía y aleteaba con mayor furia. Sonreía. Terminó de usar a mi hija y la arrojó a mis pies desvanecida, un líquido azul y pestilente le nacía entre las piernas, impregnando el piso de su sustancia viscosa. Tenía rasguños, unos cuantos en las manos y en el torso, y parecía convulsionarse: sus ojos se movían rápidamente y sus extremidades 7


temblaban. La abracé viendo al ángel que ya volvía aquietado a su lugar, la abracé y la llevé a su cuarto esperando que un milagro la hiciera olvidar. Le vinieron una fiebre y vómitos espantosos. Aunque los gritos seguramente se escuchaban por toda la calle nadie vino a preguntar qué pasaba, por el contrario, al día siguiente varias personas me detenían para saber si no le había ocurrido algo al ángel, que escucharon mucho ruido salir del patio, con un genuino gesto de preocupación. No soportaba ya ver sus alas infestadas de piojos o escuchar su voz desarticulada, sentía náusea sólo de imaginarlo afuera con sus ojos fijos, vacíos de razón. Cuando comencé a soñarlo —devorando la casa entera, dibujando en la tierra la desnudez de Cici—, tuve que ir al médico a que me prescribiera calmantes o cualquier cosa potente, le dije, algo que borre todas estas imaginaciones. Sin embargo, seguía fantaseando con futuros aterradores, con el miedo de Cici, la inocencia que jamás le vería de nuevo. Qué Dios permite una criatura así. Por las noches eran peores mi ansiedad y enojo. Crispaba las manos y terminaba lastimándome las encías de tanto que apretaba los dientes, a veces incluso lloraba conteniendo los gritos, reviviendo en mi mente una y otra vez las lágrimas que Cici dejaba escapar, y su pequeña cabeza golpeando el aire. En un arranque de rabia compré clavos de herrero, tomé un mazo y, desarmando la mesa del comedor —un armatoste de más de dos metros de largo— fabriqué una cruz para dejarlo desangrarse. Esperé a que estuviera dormido para inyectarle un sedante para ganado en el brazo y en la parte superior de la nuca. Con paciencia y hasta con alivio, fui enterrando los fierros en su carne blanca, turgente, cuidándome de que su sangre verdosa no me tocara, él, mientras tanto, ya despierto y atontado, movía los ojos hacia todos lados, por momentos levantaba un ala, después la otra, pero no lograba tener el suficiente control como para quitarme de encima. Terminé de sujetarlo con alambres, y con gran esfuerzo, logré erguir la cruz contra la pared de la casa montando algunas poleas y tiras de cuero. Durante casi una semana no paró de sangrar, y donde su sangre caía crecían ortigas y cardos. De no haber sido porque varias personas se quejaron del trato inhumano que le daba — amenazando incluso con meterme preso— lo hubiese dejado allí el resto de mi vida, sufriendo el picoteo de las aves y el golpe de la lluvia. Fue una suerte que el gobierno no se metiera. 8


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A partir de eso los profetas, los maestros, los ascetas que habían roto su voto de silencio sólo para ver al ángel, quizá creyendo que evangelizaban a una mente débil, me hablaban de la sagrada misión que seguramente tendría, del divino mensaje que su presencia significaba, visitándome constantemente con mensajes de personas cada vez más lejanas y de nombres más extraños, pidiendo un santuario para el ángel o formar un grupo que dedicase día y noche a estudiar su misterio. Él, por su parte, parecía comprender de cierta forma que no podría seguir castigándolo, y que si así lo hiciera, alguien más lo llevaría consigo a algún lugar mejor. Lo odié tremendamente, más por haber embarazado a Cici, mi pobre niña. Le había crecido una panza descomunal y su línea alba estaba hecha arabescos, toda llena de diminutas pústulas oscuras. Se volvió huraña: hizo una rabieta cuando quise llevarla a la escuela, mordió sus brazos y rasguñó su cara, por lo que decidí dejarla en su cuarto; prefería pensar que quizá después se le pasaría, aunque eso fuera un absurdo. En cuanto al ángel, qué podía hacer sino soportarlo. Sin embargo, como no viera salida y pasaran los meses, decidí aprovecharme del efecto avasallante que parecía ejercer en las personas. Compré un remolque, lo acondicioné con un par de colchones y sábanas y me dediqué a viajar con él por todo el país, anunciando sanaciones milagrosas, cambios en la suerte, buena fortuna para quien diera una limosna al santo ángel. Poco me importó mi trabajo vendiendo seguros, también los trámites de adopción, lo dejé todo menos a mi hija y al monstruo. Eso fue un suplicio, Cici no permitía que nadie, incluso yo, la tocara, y aunque tardé mucho explicándole con maneras suaves que lo mejor era irnos, que no permitiría que el ángel se le acercara otra vez, al final ya estaba sentada junto a mí cruzando una carretera infinita, ella tan callada que parecía catatónica. Paulatinamente recuperaría el habla pero ya no como antes, repetía las maneras del ángel y por momentos parecía que se comunicaban, ella al frente y él encerrado atrás, en un lenguaje primitivo e íntimo. Seré sincero si digo que tuve celos, que tenía unas ganas tremendas de prohibirle a Cici ese idioma, pero eso hubiera puesto en riesgo los avances que bien a mal llevábamos. Para entonces ya tomaba los medicamentos a puños, sin embargo, las imágenes ahora tenían densidad y hasta podía tocarlas; supe que no habría de durar mucho más. 9


En las visiones reconocía el olor del ángel e incluso podía rozar sus alas con mi mano, pero en nada cambiaba el final, nunca cambiaba el final. De La Providencia a San Fernando, de Santa Clara al Río Verde, los pantanos y las sierras y el pedazo de desierto que encontramos, a todas partes llegó la buena nueva del ángel. Y la gente venía a verlo, en serio, llegaban a veces con costales de granos, con cheques en blanco, con amuletos gitanos y egipcios. Todos los regalos eran aceptados, todos tirados después a mitad del camino al siguiente pueblo o vendidos a precios exorbitantes, santificados por el ángel, anunciaba. La criatura sufría menos de lo que hubiera querido, nunca le faltó el alimento y los fieles se encargaban de asearlo y acicalarlo a cambio de las extrañas flores que hacía crecer allí donde estuviese. Cici dio a luz en una encrucijada a la entrada de Santa Isabel. No podía soportar la forma en que la camioneta se agitaba en la terracería y tuvimos que parar cuanto antes. Bajé corriendo hasta el pueblo por una partera, con tan sólo mencionar que traía al ángel conmigo salió de inmediato. Puso una sábana en el piso acostando sobre ella a mi hija y dibujó un círculo alrededor con albahaca. El trabajo duró unas siete horas en las que estuve dando vueltas alrededor de Cici, a veces me detenía y alcanzaba a ver el sudor corriendo por sus mejillas rojas, el cabello pegado a su cráneo. El ángel también estaba inquieto y se podían escuchar sus manos descosiendo los colchones, estrujándolos. En el momento final se hizo un pesado silencio, más porque no se oía el llanto natal sino más bien algo como un zumbido, algo como el canto de una cigarra. La partera salió corriendo y santigüándose cuando vio salir de mi hija un animal que era todo ojos y todo dientes nadando en un río de agua del color de la pus, con ayuda de unos pequeños apéndices parecía querer levantarse. En su remolque, el ángel estaba a punto de romper la reja, aullaba y se sacudía con violencia mientras sus uñas rasguñaban las paredes de metal. 10


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Mi hija yacía exhausta sobre la sábana, doblaba el cuello como para lograr ver al producto, pero le ordené que no se moviera y solo alcanzó a mirar cómo pisé una y otra vez al monstruo, cómo sonreía y lloraba al mismo tiempo. Intentaría gritar, yo creo, no le alcanzó la fuerza y se desmayó. No sé cómo habrá hecho, qué fuerza inhumana habrá empleado, pero el ángel logró romper el remolque y salió enfurecido a buscar a su hijo. Al ver un amasijo iridiscente de carne machacada se abalanzó sobre mí. No recuerdo más que sus puños torpemente apretados, su boca chorreando saliva y gritando. Cuando desperté, muchas horas después, seguía en el mismo lugar, al querer moverme noté que tenía rotos un brazo y un par de costillas, sangraba profusamente de la cara, quizá me faltaran algunos dientes, pensé. Con cuidado me fui levantando y todo seguía igual: el remolque destrozado, la camioneta abierta, la sangre regada, el engendro esparcido en el suelo. Allí estaba también Cici abrazada por el ángel, cubierta con sus alas, ambos durmiendo con una expresión de paz, de alguna clase de inusual y nostálgica felicidad. No los desperté, tampoco intentaría hacerle daño al ángel a pesar de que estaba descuidado, supongo que por creer haberme matado. Vi su mano escuálida en el vientre de Cici, la manera en que la cobijaba con sus alas manchadas. Y comprendí. Cici estaba allí no porque la hubiese convencido de volver a confiar en mí, sino por el ángel. Caminé hacia el pueblo a buscar a la partera, quería que me acomodara los huesos rotos, que me dijera a qué hora pasaba el tren. Partí con la esperanza de que Cici fuera feliz y ambos pudiéramos rehacer desde un nuevo inicio nuestras vidas. Quizá alguien los encontraría, dándoles refugio, quizá después fundarían alguna religión que pudiera perdonarme. 11


Daniel Enríquez Robles

Había una pared que se sentía muy orgullosa de los cuadros y condecoraciones que colgaban entre sus ladrillos.

Uno a uno, se llenó de fotografías, títulos y grados que hacían que la gente mirara hacia ella.

Sin embargo, las personas miraban el señuelo del crecimiento, no a la pared, que cada día quedaba más oculta por los marcos y los cuadros.

Esta pared se obsesionó tanto con las chispas del ego, que olvidó lo esencial: ser feliz por sostener una inmensa mansión, de más de 300 años de antigüedad.

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Gisell Ceballos Seguí corriendo en el bosque, no sabía a dónde dirigirme, solo quiero huir de aquello que me estaba atormentando. Quiero huir de esas voces, de mi sufrimiento, de mis pensamientos, de mi ser; así que corrí y seguí haciéndolo hasta que vi algo que realmente no me esperaba: un niño y su madre quienes me miraban angustiados. Era entendible su angustia, lo pensé. Seguro yo lucía como una desquiciada. Entre la sangre, el barro, las hojas, el sudor, no podría ni reconocerme yo misma; esa chica que a la vista de todos era hermosa y perfecta, había quedado atrás, ahora solo estaba aquella persona con un aspecto tan espantoso, inmundo y desaliñado, que generaba un sentimiento hasta el momento, no descubierto por hombre alguno. Necesitaba un refugio, es todo lo que puedo pensar. No sé quiénes son las dos personas que tengo a pocos metros de mí, pero de algo sí estoy segura: si no consigo su ayuda rápido no lograré ganar esta batalla. Con mi último aliento, logré pronunciar débilmente «ayuda» y antes de que mi vista se tornara negra, pude percibir, en medio de mis ojos nebulosos, a ellos dos corriendo hacia mí. No sé cuánto tiempo pasó, me siento en una especie de trance, no sé si aún estoy dormida o ya he despertado. En este momento solo veo aquello de lo que quiero escapar, ese monstruo que me tenía. No lo soporto más, quiero dejar atrás eso, a aquel ser de espanto, pero no logro borrar esas imágenes, no logro borrar de mi piel la sensación de su lengua fría y aterradora moviéndose por mi cuello, era escalofriante sentir de nuevo sus grandes y peludas manos a mi alrededor. No quiero sentir eso nunca más, cada golpe, cada cuchillazo, cada lengüetazo, cada tacto, por más insignificante que fuese, siempre helado, cada sonido que salía disparado de su horrible boca. Al parecer, no se saciaba del sufrimiento que me producía en todo momento. Reconozco que eso, más que una persona, era un ogro, gigante, peludo, con sus sonidos escalofriantes; ese ser repugnante que desprendía un olor nauseabundo, y sus ojos, ¡oh, Dios!, podría jurar que sus ojos eran la cosa más horrible de ver, no había brillo, no había un rastro de luz: eran oscuros, en ellos solo se veía maldad, algo detestable rondaba por su iris, todos los pesares del mundo se encontraban entre ese infierno que me miraba, no había nada más que maldad pura. Cada vez que me miraba, el miedo se apoderaba enteramente de mí, ya no podía dejar de temblar y solo quería gritar y escapar de esa pesadilla. Sobresaltada, asustada, adolorida y con lágrimas, desperté. No veo nada a mi alrededor. 13


Después de un lapsus de cordura demente, logro percibir, estoy en un hospital, ¿dónde estaba el niño y su madre? ¿dónde estaba aquel monstruo? Más importante aún: ¿Cómo llegué al lugar en el que estoy? Solo veo paredes blancas, algunas vendas, cables conectados a ella, realmente no logro procesar nada, estoy desesperada, y necesito respuestas. Luego la puerta de la habitación se abrió, noté que entraba un hombre con bata blanca, era fácil suponer que era un doctor. Sin embargo, el pánico se apoderó de mí, mientras él repetía que estaba ahí para ayudarme. No puedo confiar en nadie, tengo mucho miedo, a pesar del dolor retrocedo hasta chocar con lo que parece una pared. Sentí un lento respirar en mi cuello, grité fuerte. Desperté de un estado onírico. Todo indicaba que estaba desquiciada, no estoy dispuesta a recibir ayuda, no quiero que nadie se acerque, si alguien me toca podría lastimarme de nuevo, siento en mis entrañas la perversión del mundo, del universo y de sus partes. Solo recuerdo sentir un pinchazo y oscuridad total, estado onírico, calma. Al despertar, estando más calmada, pude hablar con una de las enfermeras del lugar, ninguna dio respuesta alguna. En ese momento, volví a sentir miedo, había perdido la noción del tiempo, llevaba un mes desaparecida, aguantando al monstruo que me retenía, pero estaba a salvo, al fin lo estaba. Días siguientes pregunté por la mujer y el niño que me salvaron, por más que me esforcé, nunca encontré respuesta, me decían que me encontraron sola y, también acompañada, a unos metros más profundos en el bosque, de un cuerpo destrozado, con señales de torturas inimaginables; era cuerpo del monstruo que me mantuvo cautiva, nadie supo cómo murió, o quién lo hizo. 14

Yo no pude haber sido, estaba demasiado herida para lograr acabar con él; en todo caso, me senté aliviada, y lloré por todo aquello que no había llorado, me sentía frágil y pequeña mientras las lágrimas se abultaban en mis mejillas. Vi a mi familia entrar, eran mi ruta de escape, mi esperanza en la vida. Eran mis padres quienes me abrazaron hasta que se cansaron. En sus brazos me sentía en mi hogar, al fin estaba a salvo, el monstruo no volvería, solo en sueños dónde cada noche me retenía. Para mí era como una necesidad saber de la mujer y su niño, nadie me daba respuesta, quería agradecerles, al fin y al cabo, gracias a ellos seguía con vida. Poco a poco me fui recuperando, no fue fácil, pero realmente sentía que estaba dejando todo el choque emocional que me agobiaba atrás, lo más difícil era pasar las noches, allí ese monstruo volvía entre mis pesadillas, revivía aquello que al oscurecer me consumía, pero sea como sea, debía salir adelante. Tiempo después, la ciudad se encontraba consternada, en el bosque bajo tierra, habían encontrado una bóveda con dos cuerpos, en su momento no le di atención a la noticia, pero luego algo me dijo que debería leerla y lo que leí me dejó consternada «Se ha encontrado en el bosque una bóveda con dos cuerpos ya descompuestos, tal parece que fue utilizada como un espacio de torturas. Los dos cuerpos ya fueron identificados: Cloe Evans y su hijo de tan solo 7 años Jay Evans, según investigaciones tenían alrededor de 5 años de haber fallecido […]»


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Realmente no lo podía creer, no tenía sentido, la noticia anunciaba que llevaban muertos unos cinco años, realmente esto era imposible, no podía ser real, se repetía, no podía ser real, no tenía ningún sentido, porque hace solo tres meses, esa mujer y su niño fueron los que en el bosque, mientras corría desesperada, a punto de morir, me dieron su ayuda. Mi cabeza daba vueltas y no podía encontrar una explicación. Me siento en una desesperación colosal, una confusión que no puedo soportar. Necesito desahogarme. Al regresar a mi casa en mi cabeza rondaban varios pensamientos. ¿Será que vi sus fantasmas? No podía ser, ¿cómo me ayudaron si solo eran fantasmas? En medio de mi desespero, empecé a mover toda mi habitación. Mientras lo hacía, algo llamó mi atención, eran una especie de cuadernos que nunca había visto, no tenía ni idea de cómo habían llegado hasta ahí. Nerviosa, los tomé. No sé por qué, pero sentía que allí podrían estar las respuestas a lo que sucedía. Lo que descubrí, al abrirlo, solo me llevó a sentir miedo de mi propio ser. Eran diarios, de más de 9 años, escritos con mi letra, pero yo no los recordaba. Había relatos de situaciones que nunca había vivido, y estaba escrito bajo el nombre de «April» ¿Quién era? Un monstruo ¿Cómo lo sé? Aquel cuaderno contenía cada detalle de los más de seis asesinatos que había cometido, incluido el de los Evans, su secuestro y posterior tortura y asesinato; relataba cómo cambió de planes, cuando cinco años después de lo ocurrido, un hombre estaba por descubrirlo, y aunque estaba fuera de sus propósitos, tuvo que raptarlo. Al pasar de página algo se revolvió dentro de mí, pues ahí se encontraba una foto de April: un yo de otra forma, yo era ella, yo era el monstruo, yo asesiné, nadie me mantuvo en cautiverio, yo nunca fui la presa, siempre fui el depredador, no podía más con esto, no podría vivir así, no podía existir más, sabiendo que tengo un implacable monstruo dentro de mí, desorientada y asustada de mi propio ser. Salí de mi habitación caminando a paso lento hacia la cocina, y en mi desesperación abrí cajón tras cajón hasta encontrar lo que necesitaba, aquel objeto de metal que levanté hasta mi frente, lo posé allí y, con el intento ubérrimo de callar mi mente, apreté el gatillo, dejando de existir, extinguiéndome, volviendo al hueco de donde surgí.

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María Agustina Caro

(Inspirado en el Banquete de Platón)

Una noche tranquila en la Antigua Grecia, un joven poeta llamado Agatón, decidió realizar un festejo e invitó a sus amigos a su casa, había logrado su primer éxito teatral. Se trataba de un simposio de saber. Entre música, risas y vino, placeres mundanos comenzaron a interrogarse de algo muy simple pero a la vez tan complejo para esos tiempos. Doy fe que para éstos también. Yo estaba ahí, escondida, sin que nadie me notase, observándolos mientras hablaban. La belleza excede el ojo vulgar de quien la observa, cómo así, también el tiempo. Nadie sabe cómo encontrarla, nadie sabe amar. Alcibíades, uno de los invitados, provocó un gran escándalo debido a su ebriedad. El silencio se apoderó de la sala. En ese instante, Sócrates, que también estaba en el festejo y ve la figura de una mujer, se preguntó quién era. En la cena no habían invitado mujeres. Decidió callar para no generar más conmoción. En el silencio se agudizan los sentidos, y lo único que sintió fue su perfume. La nostalgia tiene un aroma a misterio que perdura en el tiempo. Cerró los ojos y se trasladó a una tierra desconocida, una tierra de nadie, un lugar donde la soledad penetraba hasta en los huesos, dejando un último aliento en el sentir. Ahí también estaba ella. La mujer sin identidad. Dijo llamarse Diotima. En ese sitio se escuchaba una suave brisa y no había absolutamente nada, pero parecía estar completo, sus cuerpos estaban cargados de emociones. Fruto de esta soledad también sentían su propia gravedad provocándoles cansancio. —¿Dónde estamos? —preguntó Diotima confundida. —No lo sé, ni sé cómo hemos llegado. Parece ser que no pasase el tiempo —dijo Sócrates asombrado. —Lo único que hay en esta tierra esesa aura que nos envuelve y hace que nuestra existencia se sienta insoportable. Ni los querubines de Hades se atreverían a caminar por este lugar. 16


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—No es tan ameno. Me parece placentero estar en un sitio desconocido. Creo que el desconocimiento es el impulso a la vida, es el incentivo a la búsqueda. La vida se trata de eso, una permanente búsqueda. —Acá no hay nada, solo viento, los minutos no corren y lo único que se siente es nuestro propio pesar. —¿Y dónde comienza el dolor y termina el placer? ¿Se puede evitar el sufrimiento en la permanencia del dolor? —refutó Sócrates. Diotima al quedarse sin respuesta, empezó a desvanecerse como se consumen las llamas del fuego que son apagadas por el viento. Solo quedaron sus huellas. Ese segundo de asombro sigiloso, había fecundado en Sócrates una escena para evadir aquel escándalo creando un misterioso encuentro con una mujer, llegando a la conclusión de que ese lugar tan extraño, oscuro y silencioso era lo más recóndito de su consciencia. Tal vez, la figura de la mujer era un recuerdo, producto de un deseo frustrado. La única forma de persuadir el malestar es el conocimiento. La pulsión del Eros es lo que nos motiva a la permanente búsqueda y supervivencia. El Eros también sirve para llegar a la verdad. Y yo, enamorada del Eros, dejé mis huellas en tu recuerdo desvistiéndome, por si alguna vez se te hubiese ocurrido buscarme. Una garza de tigre de garganta desnuda se pasea por el jardín. Ahora estoy en otro tiempo y en otro cuerpo preguntándome si habrás sobrevivido, y si es así, en qué lugar del mundo te encontrarás porque yo aún te recuerdo. Y vivo en la insatisfacción de la espera de la eterna enamorada.

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Bohemia en Prosa: Hannis Vanessa Vaca Parra

—Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca. Gabriel García Márquez. —He tenido ese silbido en la cabeza toda la mañana. ¿Tú también escuchas eso? —No, cariño. Ya te he dicho que no oigo nada, te me estás poniendo muy chocho con la edad —dijo la anciana sonriendo. —Quizá tú te me estás volviendo sorda, querida —repuso atento el interrogador. Ambos sonrieron y continuaron con su rutina matutina, el café caliente sudaba su taza sobre la mesa, mientras unos cansados dedos tajaban el pan. —Hoy es miércoles —sostuvo el anciano. —Y, ¿qué deseas hacer, mi alma jubilada? —respondió ella mirándolo con curiosidad. —No sé, podemos salir a dar una vuelta al pueblo, señora. Solía decirle señora o tratarla de usted, para provocar enojos momentáneos que acababan en gestos del más dulce cariño. —Sé a dónde quiere llegar Don Bernardo, pero déjeme decirle que treinta años a su lado me han preparado para las más imaginativas corridas del amor. —Temo que me conoce muy bien, señora, aun así, lo seguiré intentando durante todo el desa-yuno. Si no le molesta, claro. La anciana soltó una carcajada y se acercó para propiciar los esperados mimos, mas cuando la cansada mano tocó el rostro divertido del esposo, una olla de tímida leche hirvió esparciéndose por la estufa y apagando la que fuese una viva llama de gas. —¡Ay! —exclamó Beatriz—. Es un desastre. —No te preocupes, amor. —Pobres vacas —dijo Beatriz precipitándose a limpiar con un paño la leche derramada sobre la estufa. —¿Qué? ¿Por qué dices eso? —preguntó Bernardo al reír de la ocurrente preocupación de su esposa. 18


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—Les van a doler las ubres —insistió Beatriz repitiendo —. Pobres vacas. —Cariño —le dijo Bernardo con tono muy alegre—. Eso no es cierto, son cuentos que le dicen a los niños para que no descuiden sus tareas. —Bien sabes que mis abuelos eran campesinos y… —Y los campesinos inventaban ese tipo de historias para que los niños no descuidaran sus tareas —interrumpió Bernardo—. Al decirte que cuando la leche se derrama las vacas sienten dolor, se aseguraban de que realizaras bien tus obligaciones. Me parece un acto vil, el apro-vecharse del noble sentimiento de culpa de un niño para manipular su comportamiento —Tú siempre dices eso de mis creencias, sin embargo, te equivocas. ¿Recuerdas esa vez que entró un cucarrón en la sala? Te dije que llegaría visita y te reíste. Tiempo después vino la vecina por un poco de ayuda para abrir su puerta porque había roto la llave en la chapa de la entrada y estaba sin manera de poder entrar a su casa. —Eso solo fue una casualidad —dijo Bernardo con tono despreocupado. —¿Ah, sí? —dijo Beatriz—. Y la vez que… —Ya, amor —Bernardo la interrumpió nuevamente. Beatriz guardó silencio—. Lo siento, eres una vidente de las visitas próximas y el estado de las vacas solitarias —. Bernardo sabía que no tenía caso intentar expandir la discusión. Beatriz nunca había pensado en la posibilidad de que sus historias de niña fueran fantasías, por eso él la veía como un ser ingenuo y dulce que no podía dejar escapar de su vida —Tú eres mi premonitora favorita —le dijo sonriendo. La amaba. —¡Ay! No digas eso —respondió Beatriz—. Bien sabes que la vidente era mi abuela. —Cariño —dijo Bernardo en medio de carcajadas—. No me puedes estar hablando en serio. —Sí, amor —insistió Beatriz—. De ahí vienen mis dones. Ambos sonrieron y se propiciaron cariños que solo fueron interrumpidos por el silbido en la cabeza de Bernardo. 19


—¿Te pa sa algo? —pr —Es ese silbido — eguntó Beatriz. favor —r respond espondió —¡Aaaah ió Berna ! —excla Bernard s e r io . r do. o con el mó Bea cerrado t sem r iz—. ¡El la boquil —Son d g a la os mil q s! no he —Qué d del gas. uiniento esilusión señora— s pesos , no som . La lech estamos —conte os grac e q s intoxicad e u e e n e cuentra iosos, so stá a su os —res Ambos c en la ne izquierd lo —P pondió ont reguntó a. ¿Los t Bernard —Será m inuaron sonrien ie a ne senc Bernard o. —N do. ejor que o. i o, señor comprar el señor a , n o t más lec engo se comedia él. Era m he ncilla — entira, s frío — dij vaya a respon í o Beatriz si no desea tom lo la s v t e ie n ja ía ar el caf tendera . Se son refiriénd é por r h ose a Be ió al ve acer un tener qu rnardo. ademán El ancian e le d e v a d o se des ntarse d hasta su pidió de e la mec isgu caja reg a la pue su espos e is rta. Esta d t r s ora e adora. E os, pero a y se dir ba atrav ran solo do sintió los cam igió esando c in in aún más ó co p con des la sala c fuerte e bido en precio. u a n l su cabe —Le rec terrible za, este ibo el din estar tra sil- es ero, señ s las mu t ir ó or —dijo su mano parec y bien e imper í . la tende a meables ra pareselladas su casa o de su B e rnardo m cráneo, des de sabía co etió su m n certez r e v ano dere o lv ie a n , do las m un mal m quino lo cha al b o olsillo y ovimien n p edas en ondió co to dula noch zá hizo el interio n picard e. Sería ía r le resusted, p arece qu : —Ay, no me lo mejor sitase al rante v e sí los a a cree doctor e pués de tengo se r n los día todo —s que vites y qu n s c e il e llamas lo s — o s n D d r e ió e bería us scon com e a un p siguiensi acaso ted fijars placenc lo. Tomó la r a e m ia m ie . á mero, p ntras ab s llaves s —le dij sobre la ría la ca or pru de la rep o la tend ya casi c ja d is e er a n e a y t gistrado e hacerle lva cabe se puso pana. Sa ra—. No za, un so lió, el día p e d r e d r e a r el tiem interrum mbrero estaba b casa un po a…—la es pió su se de do rillante, gato ma r tenla m c puerta— ón y se q erca de ullaba s árbol. In . ¡Ah! Un su uedó mir obre las tentó ac mal pres anramas d ercarse recía ba agio —d e un — a él, per stante a ij ¿ o D . o el gato isculpe? sustado daño as pa—pregu , temió q í que se — n M t ó u ire, sobr e le hicie Bernard dijo un traba e el cale o. se sa jo para lo con ocurrencia n n e d g a : —este r r io a s bombe , , sí mismo d e e s una m esas qu es dor ros—, y . aripo e tienen so, es u sonrío p u n n ara un presagio cráneo e muerto. n el de mue Seguro Hay que rte, va a que alg t endera. tener cu haber uien los nuó su c idado — llama, p amino. U a fi r m ó la ensó. Co nas cuad da de sie nti- — ras más mpre es L o que m allá su tie taba cer —Por Dio e falt n- nar rada. s, si es m d o con fa aba, otra vidente iércoles gente? ¡M stidio—. —pensó . ¿Qué le nada gra ira que Esperem Berpasa a e descans v se dijo, e , sin em os que sta —r ar un m mientras b n a o rgo lo te espondió sea iércoles se dispo cinco cu ndré en . !— nía a ca adras qu c u e nta minar la e lo sep expendio s Ya s araban d . —¿Qué e el próxim d se le ofr tendera o cuan irigía a la salida ece? —p al ver e d de la po r o n eguntó trar a Be un estru levantar lvosa tie la nue rnardo s se de su e n d o nda vamente sacudió in siquie mecedo —Me gu no supo las pare ra frág ra. staría lle d s il es, i era su es muro var una c s r á d bolsa de n e e l o h lu asta que o los gar los leche, p escuchó que se or tint m la o vían, nevera s ineo de acudirse las bote llas de v c o n el idrio que 20 había en


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mblante

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su interior; el enmarcado calendario antiguo sobre el que se había posado la mariposa cayó de su puesto en la pared, y se quebró en pedazos obligándola a retirarse de la tienda en un confuso vuelo de espanto ocasionado por la algarabía inquietante del lugar. —¡Por Dios! —exclamó la tendera—. ¿Qué puede ser eso? —No… no… no lo sé —titubeó Bernardo, estaba impávido. Un carro de bomberos pasó a gran velocidad, no sabía lo que ocurría. Qué rápidos eran los bomberos, qué pronta su respuesta. —Se lo dije, esas mariposas nunca traen nada bueno —aseveró la tendera. —Será mejor que no le cuente nada de esto a Beatriz o no voy a poder deshacerme de sus fantásticas afirmaciones —murmuró Bernardo. —¿Cómo dice, señor? —Preguntó la tendera. —Nada —respondió Bernardo—. Debo retirarme, muchas gracias. Bernardo caminaba con prisa, se sentía curioso por lo que había acontecido, quería ver a Beatriz, ella lo haría sentirse a salvo, ya habían enfrentado juntos la tormentosa juventud y disfrutado el placer de libidinosos días de alcohol y reglas rotas, siempre había sido ella quien lo aliviaba. Se acercó a casa, el gato en el árbol no estaba, imaginó que había bajado en medio del estruendo. En la puerta de su casa Beatriz le sonreía, soltó la bolsa de leche que inmediatamente se derramó e intentó acercarse a ella cuando unas manos lo tomaron del brazo. —Señor, señor, no puede acercarse más, hubo una explosión—le dijo una voz. —Pero mi esposa está allí —dijo Bernardo volteándose. Quien le hablaba era un bombero. —Señor, por favor, trate de calmarse —dijo el bombero—. Está usted en shock. —¡¿Cómo que me calme?! ¡¿Cómo que en shock?! —dijo Bernardo confundido—. Le estoy diciendo que mi esposa está en la puerta, debo ir con ella. —Señor —le dijo el bombero en tono compasivo mientras lo sostenía firmemente en dirección hacia él —. Su casa explotó, voltee cuando esté listo y mírelo usted mismo. Bernardo se arrodilló de espaldas a su casa, el sombrero de pana le fue arrebatado de la cabeza por un remolino de cenizas. Las paredes no temblaban, el silbido había desaparecido. Entretanto, un gato salió de los arbustos y bebió la leche derramada a costa de las dolientes ubres de las vacas.

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Juan Pablo Goñi Capurro Las tres tenían pinta de putas. Capaz que no tanto por el vestuario, al fin y al cabo en el verano, las que tienen buen cuerpo se dedican a mostrarlo, sino por la actitud. Estaban atentas a la calle, iban de a una a la vereda cuando se acercaba algún coche, se recogían bajo la farola cuando no había movimiento. Y no se movían de una esquina sin atractivos, peligrosamente cercana a la calle 9 de julio, donde se daban cita las prostitutas conocidas. Tres putas trabajando sin autorización del jefe de calle, pecado mayúsculo. Carlos consultó a Javier, el conductor le respondió con un cabezazo. Acercaron el patrullero a ritmo lento, sin dar parte radial. Carlos pensó qué decir, existía la lejana posibilidad que se tratara de tres mujeres que aguardaban que las pasaran a buscar. La liga de la rubia era demasiado, aun para el exhibicionismo reinante los sábados, pero no podía propasarse. Frenó el patrullero, las tres permanecieron rodeando la columna del alumbrado como si no lo hubieran visto. —Se hacen las boludas, llámalas y las cargamos. —Tranquilo, Javi, déjame. Carlos descendió. Las observó. La rubia tenía una falda escocesa, tipo escolar. El rubio era artificial, la piel y los rasgos eran contundentes. Las otras dos habían mantenido —o acentuado —el cabello negro original. Una vestía un short minúsculo, blanco para acentuar más las piernas. La otra, minifalda negra, ajustadísima. Tacos altos para las tres, de plataforma ancha. Y tops, la mitad de las tetas afuera. Al acercarse, el policía se inundó de perfume dulzón, empalagoso. Tendría discusiones al regresar a casa. —Buenas noches. —¿Qué pasa? Habló la de shorts, se veía más joven. Las tres en realidad representaban menos edad que las habitués de esquinas oscuras. Tal vez por eso escogían mostrarse bajo las luces. —Necesito saber qué están haciendo. —¿Es contra la ley estar en la vereda? Además de los shorts, tenía corto el cabello, pegado al cráneo. Cabeza pequeña como los ojos, labios finos. Bonita. Y combativa. —Cumplo órdenes, no me gustaría tener que llevarlas a la comisaría. La rubia abrió la cartera, sacó un atado de cigarrillos baratos. Más a favor de la presunción del policía. La tercera, callada, cabello largo y desparejo, retrocedió, ocultándose a medias con la columna de hormigón. 22


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—El señor cumple órdenes, ¿quién les dio órdenes de molestar a la gente que no molesta? Carlos alzó la voz. —¿Qué están ocultando? La rubia consideró oportuno intervenir. —Tranquila, Yoli, el oficial hace su trabajo. Estamos esperando, somos actrices y tenemos que filmar un corto en esta esquina haciendo de prostitutas. Admiró la salida de la rubia. ¿Filmando? —¿Dónde está el equipo para filmar? —Fueron a buscar las luces, van a venir pronto. Igual, filman con celulares. La tercera se retiró más, se puso a hablar por su móvil. Carlos no la observó, entretenido con las otras. La tal Yoli sonrió: dientes blancos, cuidados. —Te lo creíste, decí que no. Me sale bárbaro el personaje, ¿son así o no son así las putas? Los shorts marcaban la raja de la morocha. Carlos reconoció que se había puesto caliente. El asunto de la filmación le borró la fantasía de llevárselas para catarlas, como hacía el jefe de calle. La rubia subió la apuesta. —¿No quieren participar? No está en el guion, pero a los chicos seguro que les encanta que haya policías apretando a las putas. Analizó los datos, las chicas no eran mal habladas como las putas traqueteadas, pero tampoco tenían un vocabulario propio de universitarias; conforme sus prejuicios, bien podían ser actrices. —Dale, invitalo a tu socio —agregó la de pelo corto. Carlos se sorprendió cuando tuvo a Javier a su lado. —¿Qué pasa que no las llevamos? —Las chicas son actrices, Javier. Están esperando para filmar un corto, actúan de putas. Javier llevó el cabello hacia atrás. No les creía.

Los ojos de la morocha se burlaban, estaba claro. Se acercó la tercera, celular en mano. —Habló Pedro, están llegando. Van a usar linternas. Las compañeras aplaudieron. La flaca se dirigió a los policías. —Buscan un efecto verdad, por eso usan celulares y poca luz, la mínima para que se vean las caras cuando actuamos a lo oscuro. Una moto frenó. Dos muchachos se quitaron los cascos, las chicas fueron a saludarlos. Javier, rígido, miró con recelo. Carlos aprovechó para consultar los mensajes del grupo de la peña. Las chicas y los dos jóvenes hablaron en la esquina, a diez metros de los uniformados. Esta vez fue la morocha de pelo largo la que tomó la delantera, la de las tetas más grandes. —¿No se enojan? Los chicos dicen que no tienen una escena para policías, qué lástima. —¿Qué? —Javier, a las chicas se les ocurrió que podíamos actuar en el corto. —¿Actuar en un corto estando de servicio? ¿Dónde tenés el cerebro, en la pija? Javier caminó hacia el patrullero. Carlos tosió, y marchó detrás. Las chicas hacían poses mientras uno las filmaba con un celular y el otro las iluminaba con una linterna metálica. La de cabello corto le retuvo el brazo. —Al final, no nos dijiste si parecemos putas de verdad. A Carlos le pareció que todas estaban atentas a la respuesta. —Están bárbaras, yo bajé para detenerlas. La bocina impaciente lo forzó a despedirse sin continuar el diálogo. Cerró la puerta del patrullero, llegó a escuchar que el flaco del teléfono gritaba acción. Javier aceleró, el semblante adusto. Estaban lejos cuando estallaron las carcajadas.

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Brandon Barrios. Aire para que el espíritu vuele liviano y tranquilo a su morada. Y coros de brujas para guiarlo.

Pascuas oscuras. Sonoras. Pactos de precios invaluables.

La nieve es la canción del alma. Y los lobos en formación perfilan lo que sucedió.

El hermano entregó a una virgen en el monte y las piedras aullaron.

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Jorge Diego Mejía Tus flores Las que cuelgan en el balcón Las que están sobre el diván Las que están en el jardín

Que no olvida mi tacto, que no descuida mi olfato Que no posterga mi gusto ni mengua mi impulso Que me renueva la licencia de existir.

Tus flores Todas son hermosas Las que están pintadas en el bodegón Las que se marchitan lentamente en el cuarto oscuro Las que florecen cada tarde en tu vestido estampado

Tu vívida angiosperma, acogedora y febril Que mi histórica memoria no pretende borrar Ese pistilo rosa que me acoge cual polinizador nocturno Ese cáliz, santo grial, liturgia penitente y omnipotente

Todas tus flores son hermosas, Pero la que prefiero y añoro es aquella que se esconde… En lo más profundo de tu pudor Aquella flor que riegas con tus recuerdos Con tus húmedas pasiones y deseos de mujer

Una reminiscencia, un fulgor de la belleza encarnada La copa que almacena la miel de nuestro amor El néctar de la vida en la juventud tardía

Aquella orquídea, Catleya Trianae, Que con el rocío de tus fantasías se hace agua Ese retoño, ese brote, conjunción de sensaciones

La malicia y lo simple del cortejo Tus labios como pétalos Tus cálidas entrañas Lirios de mayo Tus flores… 27


Petirrojo ¿A quién cantas, pequeño? ¡Ahora que el mundo te pertenece! ¿Los leprocomios salvajes de Hiroshima …Las brumas cancerígenas de Chernobyl …Los lugares comunes de Medellín …Las fábricas oxidadas de la periferia? ¿A quién engañas, bermejo? —También morirás de esplin — Tú que encomias los líquenes y el musgo Tú que crees en el amor de tu pajarita Aquella que se halla en el nido del vencejo Tú que adivinas el orden de las cosas Serás el juglar que cubra mi sepelio. 1995 Una máquina triste Un centelleo en el firmamento Rastros de un lamento Recovecos de risas y juegos infantiles Ella voló emancipada de patriarcas Tú permaneces más tiempo del estipulado Ahora sos una estatua de sal Un pergamino vencido Un grano de mijo.

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Hacer el amor no es tan bueno

Hace frío y la sábana está helada Hace frío adentro y afuera Quitarme las plumas de ganso vestirme de tigre, de león o de hidra Hacer el amor no es tan bueno Los líquidos salados y la sangre Te conviertes en un dragón malvado Hacer el amor, a ti, te hace mucho bien Pero a mí, pone profundamente triste Hacer el amor —como le llamas — No es nada afable, nada bueno Porque tengo que abandonar mis juguetes Porque apenas tengo 7 años y me duele el alma.

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Elena del Cármen Abilar

Arco inaugural de la existencia. Diapasón del amor hecho milagro. Intuición a flor de piel, siempre despierta. Ternura encendida.

Brújula, bitácora y timón de la barca que lleva tus tesoros. En la mesa una lámpara y el pan siempre abierto de tu alma vigilante.

Eres vaho aromado de la tierra bendecida por la lluvia a la siesta. Eres la diosa de toda alabanza manantial de amor y esperanza.

Eres toda la magia y el hechizo

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del jardín en plena primavera. Tu cuerpo se multiplica en fronteras cuando el hombre, artesano del amor; liba de tu fruto en sazón …

Y eres la brisa que pulsa las ramas del árbol de la vida. Eres fruto, eres nido; eres música, sinfonía de cordial algarabía.

Tu vientre es un cuenco de soles paridor del milagro de la vida, y en los pródigos surcos del amor siempre eres vendimia. ¡Oh Mujer…! Fuiste ungida con el óleo de los sagrados olivos de oriente, para ser luz a la par del hombre, caminar codo a codo el destino y ser uno en los propósitos divinos.

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Eunice Martínez Cuerpos amontonados, cuerpos apilados reflejan los inefables tratos que les hemos dado.

Miradas de lanzas se palpita en las calles. Sociedad perdida, sociedad podrida.

Te hemos desvencijado te hemos apedreado. Sociedad perdida, sociedad podrida.

¡Vamos!

¿Qué medicina podremos darte? ¿Con qué remedio dotarte? Sociedad perdida, sociedad podrida Lobo insaciable. Ciudad que gotea sangre que se aferra a la presa, presa con cara de ti con cara de mí. La lluvia gotea mentiras, todos beben de ella, y todos se embriagan con ella.

El chasquido del látigo es escuchado; el látigo en mi mano, tu espalda sangrando. El látigo en tu mano, mi espalda llorando.

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Que las ruinas pueden levantarse, los cimientos reedificarse y que los muros derruidos pueden volver a ser transitables. ¡Vamos! Que aún no hemos acabado, que confío en la botella del remedio que tiene tu rostro, y en las instrucciones que llevan mi nombre.


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Emmanuel Illescas Aparicio. ¡Oh, hijos de Hipnos y la cárite Pasitea! Hoy acudo ante ustedes para aclarar, en búsqueda de la respuesta veraz a la intriga en la que me sumergen. Cabalgué a su cueva en la oscuridad no por el pueblo de los mil hijos, sino por los maldadosos conmigo: Fantaso, Morfeo, Ikelos y Epiales. Sé que no soy rey ni gobernante para ser digno de su intervención, solo quiero saber el origen onírico del amor y desprecio plasmado. No acudo a Eros, sino a Fantaso por los sueños donde ella actúa como un títere distante en la vida, si lo confiesas, dormiría en paz. Ahora te pregunto a ti, Epiales, ¿Eres tú quién disfruta mi sufrir? Porque he imaginado su rechazo por las pesadillas donde la pierdo. ¿Acaso solo juegas conmigo, Ikeros? He vaticinado veranos con ella y sus besos otoñales en las sombras, con duda sobre si se harán realidad. Morfeo, al último acudo ante ti por tu importancia en mi vida, antes de dormir solicito tu favor para sentir su amor onírico y real.

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Gybarch Andrés Martínez Merchán —I— A ELE. «Como en la playa virgen

ESENCIA DEL ZUMBIDO

dobla el viento

Entre el lirio y la orquídea la abeja canta, la desolación queda sin rastro: fluente que borra su llegada.

el leve junco verde que dibuja un delicado círculo en la arena

—II—

así en mí

METAMORFOSIS DE LA ABEJA Salto al vacío, Respiro, vuelo, siento, caigo, me someto; el viento toca las alas salvadoras: metamorfosis de la abeja. ANACRONISMO DE LA PALABRA Verso tras verso dolor de infinita cadencia: remar en el ancho espejo del laberinto. Y la duda lacera mi pensamiento, flor de loto que el vitalicio Pájaro Azul lleva en sus alas. Helicoidal besana del ámbar que besa tus pies. Desiderátum de la mariposa enraizada a tus belfos: Eros de reminiscencia. 34

tu recuerdo.» IDEA VILARIÑO «Epígrafe para un libro condenado Lector apacible y bucólico,

«Que tu cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones.» Alejandra Pizarnik

ingenuo y sobrio hombre de bien, tira este libro saturniano, melancólico y orgiástico. Si no cursaste tu retórica con Satán, el decano astuto, ¡tíralo! nada entenderás o me juzgarás histérico. Mas si de hechizos a salvo, tu mirar tienta el abismo, léeme y sabrás amarme; Alma curiosa que padeces y en pos vas de tu paraíso, ¡compadéceme!... ¡O te maldigo!» CHARLES BAUDELAIRE


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ÁPSIDE DE LA BESANA Adventicio de remembranza que doblega el plano cóncavo de la página. Asincronismo del amplio mar de arena en el peregrinar constante del pretérito.

«Nosotros parte de la invención, elementos que

Biaxial cuerpo: allende y aquende de la asíntota que conjuga la flor amarilla.

ayudan al movimiento entre ruedas y tuercas.» Javier Costa Puglione

Caleidoscopio del aforismo que postra tu nombre en mis míseras letras. MÚSICA DE MIS PALABRAS Retazo de palabra que por mi mano brota, azul infinito que llaga el recuerdo. Pulula la rememoración como un río doloroso de extenso alcance.

«Pero tu música rozadora de lo inaccesible describe una órbita tangente a los sueños celestes.» Edgarda Cadenazzi

Y en el movimiento perpetuo: el verbo cae en la sangre.

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TRANSFIGURACIÓN DEL PENSAMIENTO Abeja que roza el dodecaedro infinito: figura volátil que salta entre los lazos de la transformación y la involución. Miro el dédalo de los espejos que se unen y ya no soy yo el que está, soy el otro que se desvanece. ASTENIA DE BALUARTE Lanzo mis manos en el auxilio del vacuo grito del silencio: no percibo nada, nada, nada, solo la astenia de mi cuerpo.

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«Alguna vez alguna vez tal vez me iré sin quedarme me iré como quien se va.» Alejandra Pizarnik


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DESOLACIÓN Decadente desdoblamiento que resguarda mis raíces. Asonada en la vasta presencia de la euclídea sangre en mis venas: desolación del tiempo que soy, seré y fui.

«[…] ¡oh muertos!, y mi ensueño va tejiendo semblantes las pupilas febriles, los labios anhelantes que lentos se deshacen en la tierra apretada.» Gabriela Mistral

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Marcelo Sánchez 1. Introducción El presente trabajo se ocupa parcialmente de una hoja manuscrita por Borges que contiene apuntes para un ciclo de conferencias referente a “Problemas de la novela”. No se sabe si estas conferencias fueron presentadas. Balderston (2018) publica este manuscrito, lo fecha (hacia 1951) y ofrece análisis a cerca de los “problemas” referidos al destino humano, y a la importancia relativa del argumento y los personajes. Aquí brindamos una primera aproximación a otro “problema” que formaba parte de esas conferencias planeadas: el del punto de vista. Nos circunscribimos a una sola de las fuentes indicadas por Borges: la novela Don Segundo Sombra (1926) de Ricardo Güiraldes. Como en Balderston, el método que usamos es partir de la fuente bibliográfica en cuestión e indagar las posibles intenciones del conferenciante. 2. El “problema” del punto de vista En la hoja manuscrita, el punto de vista aparece en los dos listados que da Borges, como punto tercero del primer listado y quinto del segundo listado (Balderston, 2018, 100): 3.

El problema del punto de vista: Wilkie Collins, The ring & the book, Don Segundo.

----5. El problema del punto de vista: Henry James. Además de los novelistas Collins y James, las fuentes de Borges incluyen dos libros, la novela de Güiraldes y The ring and the book, poema narrativo de Robert Browning (publicado entre 1868 y 1869). Partiendo de Collins —en quien el punto de vista es múltiple— este aspecto de la narración continúa desarrollándose (con nuevos matices) en Browning y James. Si Browning busca la verdad que subyace a los varios puntos de vista —y a la incertidumbre de las relaciones humanas—, James no abriga esperanzas en cuanto al esclarecimiento de unos hechos intrínsecamente ambiguos. El nombre de James ya aparece vinculado al punto de vista en una fuente que da Borges para el “problema” del argumento y los personajes. Proponiendo nuevas formas de acercamiento a la trama, James establece un punto de vista que no coincide con 40


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el del escritor: es el punto de vista de un personaje que narra la historia no objetivamente, sino filtrada por sus características idiosincráticas (psicología, intereses e inserción en la trama).1

de no hay peleas ni pasa nada, se advierte la evolución del pueblo argentino: de peleador a pacífico” (867).4 Las virtudes criollas que Borges valora no son las vigentes en el mundo

3.

1 Borges fue brindando opiniones sobre James a lo largo de décadas, concluyendo en la aquí pertinente del prólogo (publicado en 1986) a Los amigos de los amigos, de James.

El caso de Don Segundo Sombra

Dado que no contamos con materiales muy explícitos para conocer la postura de Borges con relación al punto de vista en Don Segundo, aquí rastreamos posibles pistas. A fin de descifrar las intenciones de Borges con relación a este tema, las entradas del diario en Bioy Casares (2006) son especialmente útiles para los años 50 y 60.2 La razón es que entonces (hasta 1967) aún vivía la viuda de Güiraldes, y Borges presumiblemente tenía incentivos para morigerar en público sus objeciones a Don Segundo.3 El narrador de la novela, Fabio Cáceres, es un hijo no reconocido por su padre, abandonado al cuidado de unas tías, y apadrinado por Don Segundo, gaucho reservado y razonable. José Hernández, en el Martín Fierro, había ya narrado una gran amistad, aquella entre Fierro y el sargento Cruz. Una diferencia importante entre las dos obras es que el Martín Fierro reivindica socialmente al gaucho, mientras que este es evocado por Don Segundo en un tono elegíaco.

2 En lo sucesivo, todo número de página sin una fuente explícita corresponde a ese diario. 3 Así, en 1959, al considerar en broma la posibilidad de que la novela haya sido escrita en tono satírico, Borges dice: “Mientras Adelina [del Carril] viva, mejor es no decirlo” (584). Curiosamente, en ese mismo párrafo se habla de Collins, indicando cuántos más recursos narrativos presenta este

Borges tiene un problema con Don Segundo que es casi simétrico al que tiene con el Martín Fierro. Mientras este le parece estéticamente admirable, pero moralmente problemático, en Don Segundo lamenta la falta de elementos épicos —vacío que no vienen a llenar las virtudes criollas encarnadas en el protagonista—. Dice Borges al respecto: “Todo se arregla con la presencia, don41


en comparación con Don Segundo: “Güiraldes es como quien hace juegos malabares con tres naranjas, muy atento a que no se le caigan”. La consistencia con la que Don Segundo es atacada en Bioy Casares (2006) contrasta con el enorme prestigio (aparentemente considerado inmerecido por Borges y Bioy) de que entonces gozaba la novela de Güiraldes. En 1956 se comenta allí: “En la encuesta de la SADE sobre la novela argentina más representiva, la que recibió más votos es Don Segundo Sombra” (221). 4 Sarlo (1995) ha estudiado la “problemática” relación de Borges con Don Segundo. bárbaro sino las de la civilización; la barbarie para Borges sólo cuenta por el culto del coraje, —y según comprendió al menos desde el Evaristo Carriego (1930) —. Contemporáneamente este tema sería mejor abordarlo en un contexto arrabalero que en el rural de la literatura gauchesca. En todo caso, Borges deplora la falta de acción en Don Segundo, al punto de que en Crónicas de H. Bustos Domecq (1967), aun antes que muriera Del Carril, escribió lo siguiente (cuento “Catálogo y análisis de los diversos libros de Loomis”):5 “En los libros de otros autores, fuerza es admitir una escisión, una grieta entre el contenido y el título. Las palabras La cabaña del Tío Tom, no nos comunican, acaso, todas las circunstancias del argumento; el articular Don Segundo Sombra no es haber expresado cada uno de los cuernos, testuces, patas, lomos, colas, rebenques, caronas, bastos, mandiles y cojinillos que integran, in extenso, el volumen.” En cuanto al tema que aquí nos ocupa, el punto de vista, Borges ha notado que a aquel concernía la única crítica que se hizo a Don Segundo al ser publicado: “Nadie atacó a Don Segundo: creo que solo Ramón Doll, que dijo que el libro era la estancia vista por el hijo del patrón.” (473). Borges no compartía esta observación que preconiza la crítica literaria de la izquierda, según la cual Don Segundo reflejaría 42

una visión nostálgica y elegíaca de la oligarquía terrateniente: “La crítica de Doll, de que en Don Segundo está el campo visto desde el lado del patrón me parece una idiotez. ¿Qué significa? Nada.” (797). Por lo tanto, queda por ver cuál sería la postura de Borges sobre el punto de vista de Don Segundo. En tal sentido, es informativa la crítica de Borges a la falta de adecuación entre el tema y cómo este es narrado.

Hay veces en que el narrador no sería creíble en términos de sus conocimientos o emociones: “Habla de calles paralelas y perpendiculares entre sí. Se asombra el chico de que el trazado del pueblo sea en damero, como si hubiera visto otras ciudades, acaso de Europa; el damero para él tendría que ser lo natural. El episodio con el tape6 no está mal, aunque la ansiedad del chico es un poco absurda y muy absurda la embestida del tape contra la pared.” (816, nuestras aclaraciones). 5 Al respecto, dice Bioy en 1964 (1024): “Concluimos el cuento de Loomis. No he podido


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Borges habla de un déficit en la construcción del carácter central, lo cual se vincularía con el punto de vista del narrador, a su vez reminiscente de la infancia de Güiraldes, de quien leemos: “Tenía una idea romántica del gaucho. Lo veía como algo perdido y con lo precioso de todo lo perdido y con la pátina del tiempo además. Usted ve que en Don Segundo Sombra no sabemos casi nada de Don Segundo. Y no lo sabemos porque Güiraldes no lo sabía tampoco. Es un personaje que aparece respetado por los demás, y que no sabemos si es realmente el personaje que cree el chico, o si es un impostor que está haciéndole una broma al chico que cuenta la historia.” (Sorrentino, 1973, 26).

estilo que podía aprobar un lector de Apollinaire” (472-473). En conexión con esto, en un manuscrito (también c. 1951) de “El escritor argentino y la tradición” —texto programático central sobre qué es el “arte nacional” para Borges— leemos: “No sé en virtud de qué razones La urna es menos argentino que Don Segundo Sombra.” (Balderston, 2013, 35). En La urna “pudor y timidez” serían virtudes argentinas que prevalecerían sobre la ausencia de color local (Enrique Banchs se refiere a los nada autóctonos ruiseñores y tejados). En contraste, los motivos gauchescos de Güiraldes son presentados en un lenguaje “que no habría existido sin los cenáculos y polémicas de Montmartre”, mientras que la fábula “proviene de Kim de Kipling, que proviene a su vez de Huckleberry Finn, de Mark Twain”. De estos dos antecedentes Borges siempre ha alabado la amistad entre los dos personajes centrales, lo que se contrapone a una poco clara referencia a “esa relación desagradable entre Don Segundo y el relator” (366). Esta última crítica no es menor, ya que esa relación sería lo único que sostiene a Don Segundo: “Me parece muy difícil hacer un film sobre un libro que es casi una serie de cuadros de costumbres. Porque, fuera de la creciente amistad entre el tropero viejo y el chico, yo no sé qué acción novelesca tiene.” (Sorrentino, 1967, 93). Borges ahonda en los problemas estilísticos de Don Segundo: “Sí, tenía mucha dificultad para expresarse.” Recuerda una de las primeras frases del libro: “La pesca misma parecióme un

Otro déficit que afecta la narración es el lenguaje. Güiraldes podía combinar voces camperas con otras solo usadas en la ciudad, como “pampa”, (Fernández Moreno, 1967, 14), o emplear la palabra “resero” en vez de “tropero”.7 Borges también reprueba las metáforas de cuño vanguardista al decir con sorna: “De pronto apareció un libro gauchesco en un

7 Dice Borges: “Parece que [Carlos] Mastronardi objetaba la palabra resero en Güiraldes. ‘¿Por qué no evocar la tropa? ¿Por qué evocar un montón de reses en el gancho?, decía.[…] [“Tropero”] evoca la tropa de animales vivos. En cambio, resero sugiere las reses, el animal muerto.” (1081, nuestras aclaraciones). gesto superfluo...” BORGES: “La pesca un gesto: ¡Qué animal! Poco antes emplea una palabra como chuscada, una palabra que no tiene

atenuar una broma sobre Don Segundo, que apenará a Adelina.” Como el cuento tardó en ser publicado (en enero de 1967), no está claro que haya sido leído por la viuda de Güiraldes muerta meses después ese mismo año, el 18 de diciembre. Sobre la falta de acción, v. también otras entradas del diario (174, 272 y 1137). 6 El localismo ‘tape’ denota un hombre de rasgos aindiados, robusto y de baja estatura.

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nada de criolla. No se daba cuenta del ambiente de las palabras: de pronto se olvidaba del tono criollo y escribía: Arriméme.” (274). También es relevante la conocida idea de Borges de que, en la literatura gauchesca, es mejor cuando el paisaje no se describe, pero se siente, como en el Martín Fierro. Sobre esto vuelve años después: “Parece imposible escribir un libro sobre el gaucho en el que no haya una sola descripción de la pampa, de la llanura. Y sin embargo en el Martín Fierro no hay ninguna. Y sin embargo sentimos la llanura. […] ahí está dada la llanura, indirectamente […] Creo que eso es mucho más eficaz, por ejemplo, que las descripciones que encontramos en un libro —por lo demás admirable— como Don Segundo Sombra. Porque me parece que en Don Segundo Sombra el autor deja el relato y se pone a decir que a la izquierda había, por ejemplo, un monte y que a la derecha había una estancia o un rancho, lo que fuera. En cambio, en Martín Fierro todo fluye” (1976, 1h 20’ 9’’). Peor aún, habría un tono grandilocuente en las descripciones de Don Segundo, de lo que se lamenta Borges (2001, 187) en la Nota sobre “La tierra purpúrea”, de 1941: “Nadie ignora que su narrador es un gaucho, de ahí lo doblemente injustificado de ese gigantismo teatral que hace de un arreo de novillos una función de guerra. Güiraldes ahueca la voz para referir los trabajos cotidianos del campo; Hudson (como Ascasubi, como Hernández, como Eduardo Gutiérrez) narra con toda naturalidad hechos acaso atroces.”8 La inadecuación del “punto de vista” de Don Segundo parecería entonces relacionada con otros problemas de la novela, como los atinentes al lenguaje utilizado, el desarrollo de los caracteres, las descripciones del paisaje y la intensidad de la acción.

4. Conclusión Borges planeó disertar sobre el “problema” del punto de vista, incluyendo a Don Segundo al lado de narradores como Collins, James y Browning. A diferencia de estos narradores —en cuyas historias el punto de vista es múltiple, o al menos no coincidente con el del autor—, el punto de vista desde el cual se narra Don Segundo es único (y reminiscente, según Borges, de la infancia de Güiraldes). En cualquier caso, esta novela no es del agrado de Borges por razones que en parte conciernen al punto de vista. Habría una falta de adecuación entre el tema y cómo este es

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8 Cf. Fernández Moreno (1967, 12), donde Borges fustiga ese “defecto capital” de Don Segundo: “Está lleno de descripciones, y esas descripciones no corresponden al narrador. El narrador se supone que es un paisano, que ha sido un paisano, ¿no?”.

narrado. No sería convincente que el narrador, que es un paisano, abunde en descripciones (hasta teatrales) del paisaje rural. Güiraldes también revelaría tener “mucha dificultad para expresarse”, siendo insensible al “ambiente” de las palabras. La debilidad del narrador acaba desdibujando un aspecto tan central a la novela como es la imagen del protagonista. Para Borges, el inadecuado punto de vista interactuaría así con otros déficits de Don Segundo, como la ausencia de acción épica o las limitaciones de sus dos personajes centrales —y aun la “relación desagradable” que estos entablarían—. Aquí nos hemos ceñido a solo una de las fuentes con que Borges planeó ilustrar el “problema” del punto de vista. Nuestra discusión ofrece un panorama de las ideas que él podría haber discutido al referirse a Don Segundo, basadas en algunas de las opiniones vertidas por el escritor argentino que son relevantes al respecto. En todo caso, se trata de una buena ocasión para revisar, en base a un manuscrito recientemente exhumado, estas facetas del original pensamiento de Borges sobre el género de la novela.

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Leida Karina Castellanos Alcántara “¿Por qué, por qué la naturaleza de la mujer ha de ser tal que tenga que ser siempre un hombre el eje de su vida?”. MARÍA LUISA BOMBAL María Luisa Bombal (Viña del mar, 8 de junio de 1910 – Santiago, 6 de mayo de 1980) fue una escritora chilena que ha sido elogiada desde la publicación de su primera novela La última niebla, en 1935; también, “hoy se la considera iniciadora de la narrativa vanguardista chilena, una de las principales representantes de la prosa de vanguardia hispanoamericana, y un nombre clave y pionero en la expresión de la conciencia de lo femenino en la literatura” (Domínguez Romero, 2012, p. 68). La vida de María Luisa Bombal comienza a ser caótica y desafortunada a partir del regreso a su país natal en 1931, después de haber vivido algunos años en Francia, pues se encuentra con quien sería su primer amor, Eulogio Sánchez, un hombre mayor y divorciado, que más adelante la ilusionaría con falsas promesas de amor; esta experiencia es, quizás, lo que se esconde detrás de la historia de Ricardo en La amortajada. El amor y el matrimonio son aspectos sumamente importantes para ella y pasará el resto de sus días buscándolo infructuosamente, pues a pesar de que sí estuvo casada, se sabe que su primer marido era homosexual y fue más bien un contrato que no la hizo feliz, y sus segundas nupcias se caracterizaron por problemas económicos que finalmente no le permitieron continuar con la vida burguesa a la que estuvo acostumbrada desde niña. Al leer a Bombal encontramos atisbos de denuncia al papel limitado que se le ha otorgado a la mujer, por lo que podríamos pensarla como feminista; sin embargo, ella no se consideraba como tal, incluso tenía inclinaciones políticas de derecha. No fue una rebelde de su clase social ni luchó por cambiar el sistema, sino que aceptó ese mundo establecido como algo inmodificable, por lo cual, no concibió su vida fuera del matrimonio ni le preocupó el hecho de que aún no existiera el voto femenino (Balart Carmona, 2014). El propósito de este ensayo es demostrar la inconformidad al rol social establecido para la mujer reflejado en La amortajada (1941), pues si bien Bombal no propone en la novela un enfrentamiento a éste ni modificar la realidad, sí son notorios los estragos que dicho rol tiene en su vida. I. Inconformidad al rol social de la mujer La amortajada cuenta la historia de Ana María, es ella quien nos hace un recuento de su vida centrándose, principalmente, en tres hombres: Ricardo, Antonio y Fernando, pues son ellos quienes la definieron mientras estuvo viva. Esto sucede porque, para Bombal, “el sentimiento de la mujer […] gira alrededor del hombre. Ellos son los que mandan 46


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en mis libros y los que determinan nuestros sentimientos y problemas” (Guerra, citada en Crisóstomo Caldera, 2017, p. 32). Sin embargo, a pesar de que los personajes femeninos de la obra literaria de la escritora chilena “están marcadas por una visión patriarcal de la mujer, ya que el sino de la vida de las protagonistas se basa en las relaciones con el hombre, entregándole a él la llave de la felicidad o de la desdicha” (Crisóstomo Caldera, 2017, p. 33), Ana María es también una transgresora para la época. Esto se evidencia en las relaciones sexuales que mantiene con Ricardo sin estar casados, algo impensable para esos años y mucho menos en la clase social alta en la que se desenvolvía. Asimismo, al saberse embarazada, ella comprende que debe abortar, debido a que, si su padre se enterara de su estado, sería una desgracia y vergüenza para la familia. Bombal lo plantea muy bien, pues, aunque el aborto siga siendo estigmatizado hasta el día de hoy, la verdad es que es una práctica que se ha realizado desde siempre con ayuda de la herbolaria u otras mujeres con experiencia, muchas veces conocidas como brujas: “Mañana, mañana buscaré esas yerbas que… o tal vez consulte a la mujer que vive en la barranca…” (Bombal, 1941, p. 23). Al respecto de la sexualidad, me parece importante destacar que María Luisa Bombal (…) fue la primera autora latinoamericana que describió un encuentro sexual en sus obras. Sin lugar a dudas, ello significó un desafío al imaginario patriarcal imperante en la época, en el que la mujer debía guardar discreción y vivir de manera silente su sexualidad, pues es un ámbito en el que ella no tenía voz. (Crisóstomo Caldera, 2017, p. 34) Ana María no disfrutaba su vida, no era feliz, el matrimonio nunca fue lo que esperaba y le pesaba profundamente cumplir con las pocas labores que se esperaban de ella: “Tener que peinarse, que hablar, ordenar y sonreír. Tener

que cumplir el túnel de un largo verano con ese puntapié en medio del corazón” (Bombal, 1941, p. 74). Ese puntapié recibido por el darse cuenta, también, de que Antonio nunca la amó, de que se engañó a sí misma durante mucho tiempo. Esto a consecuencia del amor romántico, y una de sus características: el perdonar y justificar todo en nombre del amor, así, Ana María “rehuía las confidencias, amparada en su categoría de mujer legítima, segura de que ello representaba una elección, un puesto de honor definitivo en el corazón distante de su marido” (Bombal, 1941, p. 72). Y es que el amor romántico hiere, porque (…) el amor es histórico, es decir, está condicionado por las épocas y por las culturas; está especializado por género, lo que quiere decir que tiene normas y mandatos diferentes para las mujeres y para los hombres y, además, va de la mano del poder. (Varela, 2017, p. 56). El rechazo a los trabajos domésticos, el cuidado de los hijos, la soledad de un matrimonio sin amor, y que todo esto la volviera mezquina, nos muestra que ella estaba inconforme con ese papel tan limitado que se le había dado. Así, llega a preguntarse: ¿Por qué, por qué la naturaleza de la mujer ha de ser tal que tenga que ser siempre un hombre el eje de su vida? Los hombres, ellos, logran poner su pasión en otras cosas. Pero el destino de las mujeres es remover una pena de amor en una casa ordenada, ante una tapicería inconclusa. (Bombal, 1941, p. 74) En palabras de Rosario Castellanos, lo anterior también se podría decir de la siguiente manera: “No es equitativo —y contraría el espíritu de la ley— que uno tenga toda la libertad de movimientos mientras el otro está reducido a la parálisis” (Reyes, 2005, p. 667). Pese a que Castellanos habla del espíritu de la ley, en este caso particular me gustaría trasladarlo al espíritu de Ana María: esta limitación que ella siente mata su espíritu. 47


Me apoyé del fragmento anterior para pasar al que, a mí parecer, es el punto más importante de la obra y uno de los significados que le podemos dar al título: Lo interesante aquí es ver de qué modo aparece expresado este cuerpo femenino: el cuerpo se presenta paralizado, desprovisto de movimiento, de acción a p a re n t e , pues en un sentido real y concreto ha dejado de ser, de sentir, de existir, aunque es, paradójicamente desde ese espacio de inmovilidad, de silencio, de no-ser, desde el que la protagonista de La amortajada se mueve, habla y es, consigue hacerlo con libertad, consigue enunciar desde su auténtico yo. (Domínguez Romero, 2012, pp. 72-73) Ella misma lo dice: “Ya ves, la muerte es también un acto de vida” (Bombal, 1941, p. 48

81). Es así porque, por fin, está libre de todos aquellos que puedan dominarle: su esposo, sus hijos, su padre, la sociedad.

Sabemos que Ana María no estaba de acuerdo con su rol, ya cuando está muerta, dado que “Solo después de haber dejado de existir puede enunciarse, recobrar y reconquistar su voz, enquistada en vida bajo el poder de la moral dominante” (Domínguez Romero, 2012, p. 81). Mientras vivió, nadie más que Fernando, la escuchó, pero no pudo comprenderla; se encontraba sola, sola con sus pensamientos y sentimientos. Mientras vivió fue acallada, quizá no explícitamente, no obstante, ya sabemos cómo funciona ese adoctrinamiento de “calladita te ves más bonita”. Ana María fue desdichada debido a que, a pesar de haber seguido al pie de la letra lo que se exige implícitamente a todas las mujeres, ella siempre deseó algo más, lo cual logró al morir. En palabras de Bernardita Llanos (citada en Domínguez Romero, 2012): La experiencia histórica femenina se hace sinónimo de una muerte psíquica, pues la sujeto bombaliana vive escindida entre lo que debe ser y lo que desea, sin poder resolver su dilema hasta después de cumplir con su misión reproductiva y morir biológicamente. (p. 81). La amortajada, si bien no armonizaba con la moral en turno, y que aún perdura, nunca fue capaz de sobreponerse a las dificultades de la época, probablemente porque no sabía cómo o quizás porque no sabía que eso se podía, por lo que aprendió a “ser pasiva, obediente, sumisa, cómplice, cosa, [como parte de un] entrenamiento para lo que se considera su destino natural: el matrimonio, premio de su buena conducta, corona de virtudes, cielo alcanzado con las manos” (Reyes, 2003, p. 248). Conclusiones A lo largo de la novela somos testigos de la


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infelicidad de Ana María provocada por la monotonía de su vida doméstica y por los vanos intentos de amar y ser amada en un sistema patriarcal en donde “El amor romántico en ningún momento habla de relaciones igualitarias, todo lo contrario” (Varela, 2017, p. 61). Ella se entrega por completo a Ricardo y éste la abandona; más tarde se siente incapaz de corresponder el amor de Antonio, y cuando logra hacerlo, él hace uso de los privilegios que se le otorgan por el simple hecho de ser hombre: tener amantes. La amortajada es un “libro de triste magia”, como bien señaló Borges (citado en Domínguez Romero, 2012, p. 70), ya que me parece muy lamentable que la protagonista deba morir para sentirse libre, para sentirse ella. Entiendo que la muerte, en general, representa una liberación de lo terrenal para los seres humanos, empero, es injusto que hasta el día de hoy, la mayoría de los hombres no necesita esperar para gozar de libertades y derechos que deberían estar garantizados para todas las personas, cuando hay muchas mujeres siendo silenciadas y privadas del placer de disfrutar la vida. Por otro lado, como mencioné al inicio, María Luisa Bombal no denuncia como tal el papel subordinado de la mujer en una sociedad patriarcal, pues La amortajada es una novela narrada desde la perspectiva de una mujer muerta, es decir, un ser silenciado para siempre (…) Su discurso se registra pero no es oído; ella habla dando paso a otras voces a través de la suya, voces de hombres que no la escucharon, porque en vida siempre tuvo que callar. (Ferrero, citada en Neira Alarcón y Ríos Quezada, 2011, p. 67). Así, Ana María es silenciada de nuevo, quienes la velan y entierran no pueden escucharla, entenderla y actuar de manera diferente. No obstante, gracias a la literatura, sí es posible un cambio porque su discurso sí llega a un destinatario: los lectores. Somos nosotros quienes podemos advertir estos sutiles, y no tan sutiles, llamados de atención respecto a la situación de la mujer, entre las muchas otras maravillas que presenta esta novela, y seguir movilizándonos para que cada día las mujeres estén más cerca de la libertad, así como los hombres, pues al final, el sistema nos afecta a todos.

anexo/1003/1293/2105.pdf

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Fernando Guerrero F. Estimado Juan, La tradición es un fantasma que conjura la invención del hombre civilizado. Quizás en la obra de Juan Cárdenas, el legado de los invisibles que habitan el movimiento del machete, dejan escuchar las otras voces que remueven la presencia agotadora de la blanquitud. El viento susurra, aconseja y también transforma lo presente: —Y el viento, —dicen los que lo han visto—, tiene una cara muy fea, como de trompetista, siempre con los cachetes inflados de huesos triturados y la frente arrugada por el esfuerzo perpetuo de ser quien es —.El viento deja cogido de aliento al machetero, y abre la maleza con el filo de su lengua. La brujería y lo brujeril no son sombra uno del otro, cada uno camina con paso firme por las regiones de sus hablantes. Si quien es hechizado sufre también el reverso del hechizo, sea con —la piel de oso que debe usar para salir de noche— para poder conservar en secreto el resplandor de una sutil esgrimidita cadenciosa en medio de un combate cara a cara. La escritura de una tradición conjuga también la tradición de una escritura. En la voz de Hector Sandoval y Miguel Lourido, se mueve la voz de Juan, y entre la voz de Juan y la tradición, se mueven las otras voces que traen un halito de sonidos, un ligero movimiento de tiempos que convocan a pensarse entre lo que se vive y lo que nos dicen que se ha vivido. La ecuación es simple, no es de matemática euclidiana y cálculo preciso, es quizás como un armador de jazz que improvisa y a la vez hace el pase mágico para que el otro entre. Ese es quizás el lance de escritura entre las voces que escucha y llegan a Juan, y las voces y vivencias que mueven los cuerpos de sus amigos, los que le han contado la historia y le han soplado la conjura. En Villarrica la magia no es artilugio. Ahí, la magia rasga las vestiduras, las del ser y no serlo, las del otro biche que embriaga, el biche que es también sombra de árboles. —Yo soy de Villarrica, pueblo muy famoso porque allí hay mucha dama de aquellas, ya me entienden ustedes, de las que hacen hablar a las piedras, de las que rezan al revés, de las que voltean la lengua ajena, de las que saben volar y hacer conjuro de amor, conjuro de odio y hasta hechizo para ganar las elecciones departamentales—. De un pueblo a otro, tradiciones que mutan y transforman de color de piel y van más allá de la piel. Las que hacen cantar 52


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a la piedra, o zumbar los trompos que en los andes recogía detrás de peñascos y cantos de illa en el fulgor de la media noche; las que salen desde grutas en los peñascos hasta las que acontecen en una calle y una discoteca donde se ve danzar en dos patas de carnero a un joven buen mozo. La tradición se guarda bajo el as de la contemplación. No hay pueblo que no tenga su santo y su cerro sagrado, o casa que no sea habitada por la sombra de la noche o la evanescencia numinosa del medio día. La tradición roba, asalta, busca moverse por lugares insospechados, y en elástico de sombra, la tradición se blandea a machete limpio, ese es la magia de la escritura de Juan, esa es la escritura de Juan en la magia que lo lanza hacia este y otros libros. Miguel, Don Sando, Cero, viajan en búsqueda de una tradición que se esconde entre piel y sombra. Recorren las huellas de la guerra, las cicatrices de la herencia dada por quienes ostentaban tierras robadas, esos pobres —blancoides que ni son blancos, ni son negros, ni son indios ni son nada, remedos morenos del Hombre blanco. Consumidores de una fantasía de dominación ajena. Tiranos de minifundio suburbano, emprendedores de galpón vacío, eternos ordeñadores de la burocracia patoja, administradores de favorcitos entre los doctores, rellenadores de recibos falsos…—viajan los tres y encuentran las historias que narran la otra violencia de los cuerpos, la que niega al otro y se ensalza de su gloria, la que desgarra piel y vestiduras y se bandea como bandera ritualizada por el fluir de la sangre fuera de los cuerpos, la que es medalla y trofeo de una guerra calada justico por los héroes de la patria, en nombre de estirpes y apellidos que se blanquean y vuelven incoloros al mejor postor. En fin, eso nada tenía que ver con el secreto, nada con la búsqueda que desataba otros rituales de existencia y otras maneras de ver los mundos del secreto que Miguel, Sando y Cero transitaban, porque —uno puede tener

el ritual, pero lo que vale es el secreto— y entre andanza y andanza va apareciendo lo innombrable, se ritualiza el camino y se devela lo caminado. La magia no es artificio. Lo mágico no es realismo evanescente. Aquí y allá, entre las orillas del Patía y las ondas musicales del sotareño, acontece siempre el hechizo y la confabulación de espectros, de sombras, de personas que acumulan brillo de oro y derraman miseria entre los caminantes o viajeros. Bajo las sombras de la ciudad se esconde la tradición que Miguel carga, sea con escarabajo en el bolsillo, sea con un soplo que avisa las gracias o desgracias del tránsito. Miguel sin un centavo se posa en una plaza, desmitifica al sabio de la fabulación científica y esgrime al viento para trenzar un acto mágico. Con algunas monedas camina hacia el bar, se toma unas polas, es invitado al encuentro con quienes han desaparecido en el camino, no lo sabe pero ahí se encuentra, se desarma, pierde el sombrero y con un tim-bu-ta-la, desaparece tres veces repetido. Queda en el espacio la búsqueda y el encuentro de una historia entre otras, las del elástico de sombra, la de los movimientos de la esgrima de machete, las de Nubia y sus alas negras, las que invitan a descifrar los textiles de Yazmín, la voz oculta de Fidelia Mina y las que permiten comprender que —el ritmo es el temblor del tiempo humano— y el tiempo es también una sombra de la memoria. ¡P.D. Me pregunto si el viento habrá soplado bajo el as de la escritura, algún ligero temblor de las manos mientras acontecía el elástico de sombras. Frontera colombo ecuatoriana 17 de noviembre de 2020. 53


Nudo Gordiano es una revista literaria colaborativa que acepta propuestas en forma de cuentos, poemas, ensayos literarios o reseñas literarias, de acuerdo con las bases de nuestras convocatorias. Las convocatorias pueden consultarse en www.revistanudogordiano.com/ convocatoria, en www.facebook.com/RevistaNudoGordiano o en www.twitter.com/NudoGordianoMX. El consejo editorial se reserva el derecho de juzgar las propuestas para seleccionar los textos a publicar en cada número. Los autores publicados en Nudo Gordiano conservan siempre los derechos intelectuales de su obra, y solo ceden a Nudo Gordiano los derechos de publicación para cada número. Gracias a todos ustedes, lectores y escritores. Les debemos todo.


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