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Laudelino Vázquez. La Serena

Laudelino Vázquez

Resumen: Después de viajar a lomos del Cuélebre, Miguel Miralles ha despertado en la cueva de La Serena. Mientras, su mujer y su amigo siguen devanándose los sesos con el móvil aparecido de la nada.

Robert Jonhson

Senderos de montaña

Mingo se había quedado medio dormido repasando los últimos movimientos del móvil de Miguel: en la última hora las letras se deslizaban por la pantalla adquiriendo vida propia; saltaban de un lado a otro, se mezclaban como si estuvieran aprendiendo un baile enloquecido, en el que él intentaba aprender los pasos con una E que tropezaba constantemente. —¿Eh, qué? —se sobresaltó cuando la E le agarró por los hombros y empezó a zarandearlo— Déjame, déjame, así no aprenderé a bailar nunca. Y además no quiero bailar contigo, yo…

La cara de Natalia se encontraba muy cerca de la de él, cuando finalmente consiguió despertar del todo. —Estás rara —fue lo único que atinó a decir en el lento viaje de vuelta a la normalidad—, nunca te vi esta expresión enloquecida. —¿Has despertado del todo? Porque ¡menuda sesión de danza llevas con el alfabeto! —le respondió Natalia, intentando recomponer su expresión—. Creo que tengo la clave. —Ah, sí. La clave, ¿qué clave? —respondió Mingo volviendo a la realidad. —La del móvil. Lo del senderismo por León… creo que estábamos equivocados siguiendo las rutas: Miguel nunca dio un paseo de más de diez minutos sin sentarse, así que pensé que tenía que ser otra cosa. Mira esto.

Giró el teléfono para que pudiera contemplar la pantalla, y le señaló en el medio de una de las rutas. —¿Qué numero ves ahí? —El cuarenta y nueve —respondió Mingo sin aclararse aún del significado de lo que estaba oyendo. —¿Y aquí, en el sendero que cruza desde Busdongo? —El sesenta y uno. —¿El cruce entre el cuarenta y nueve y el sesenta y uno sigue sin decirte nada? —Tendría que tomar un café para despejar y así y todo, dudo que me dijera nada. —¿Cual era la búsqueda que más se repetía en los últimos meses? —La de ese cantante de blues, que no recuerdo el nombre. —Robert Johnson —Sí, ese. Ya sabes que a Miguel cuando le daba, perdón le da —se interrumpió Mingo enrojeciendo ante el error cometido— por un estilo musical es capaz de estar meses y meses agarrado a la guitarra sin soltarla, acuérdate cuando se obsesionó con Eric Clapton la cantidad de veces que tuvimos que oír aquella especie de versión de «I shot to sheriff»… ahora se habrá aficionado al blues. —No buscaba un estilo musical, ni inspiración. Robert Johnson es más famoso por la leyenda de que vendió su alma al diablo. Al parecer era un músico mediocre, desapareció durante tres meses y cuando volvió era el músico maravilloso que revolucionó el blues. Como compuso muy pocas canciones y fue de los primeros del club de los veintisiete…

“Hay una leyenda sobre el músico de blues Robert Johnson, que vendió su alma al diablo a cambio del regalo de la música. Robert Johnson influenció a todos, desde Muddy Waters a los Rolling Stones y formó el futuro del Rock’n’Roll. Sin embargo, no es seguro que este trato sea cierto. Sin embargo, sabemos que la ciudad de Clarksdale es donde Johnson hizo el trato. El lugar donde convergen las carreteras americanas 61 y 49 se conoce exclusivamente como el Cruce del Diablo. Es un gran lugar para los fanáticos del blues, pero no recomendamos hacer un trato con el diablo.”

Sabrina Miles,

en https://m.sworld.co.uk/02/11228/photoalbum/robert-johnson-y-el-cruce-del-diablo

—Espera, espera —interrumpe, Mingo—. Vas demasiado deprisa. No sé qué es el club de los veintisiete. —No es demasiado importante para esto, son un montón de cantantes que se suicidaron o murieron a esa edad . —Ah, vale, vale. —Pero lo importante aquí es dónde dice la leyenda que se apareció el diablo a Robert Jhonson. —Algo leí, pero… —En el cruce de la autopista 61 con la 49. O al revés, como prefieras. ¿Entiendes ahora? —Llámame imbécil pero estoy demasiado obtuso… —Mientras creía que iba a ensayar con su guitarra, Miguel se desplazaba todo los días a un lugar por el que pasan un sendero con el número cuarenta y nueve, y otro con el sesenta y uno….

La cara de Mingo se ilumina por fin con la comprensión, pero pronto vuelve a su expresión sombría y agotada. —Pero eso no quiere decir nada, Natalia. Sabemos que Miguel aporrea la guitarra durante horas, sabemos que sueña con tener su banda, ser el cantante y tocar la guitarra, pero también sabemos que todos le animamos, le repetimos aquello de «persigue tus sueños. Si quieres, puedes…» y toda esa propaganda que nos tragamos todos hoy en día, pero también sabemos que lo hacemos porque lo queremos y nos jode decepcionarle. Ya hubo que convencerle de que no cantara porque un gato atropellado suena armonioso a su lado, aunque a él hubo que decirle que se centre en la guitarra que ahí sí que sí, pero la guitarra es el mal menor, no la toca, la destoca, la exprime, la revienta…. —Mira esto y dime qué piensas.

Natalia coloca los dedos sobre la pantalla y amplia todo lo que puede el mapa por el que los senderos serpentean y le señala un punto que parecía desierto, pero al ampliar el tamaño muestra un nombre que hubiera pasado desapercibido sin buscarlo. Mingo se acerca una vez, dos , tres y cada una de las veces, clava la mirada desconcertada en Natalia. —Será una casualidad —tartamudea— aunque se llame así, no tendrá nada que ver con esto… —¿Qué decía Sherlock Holmes? ¿No me lo repetiste unas cuantas veces? Cuando revisado todo lo posible, no se encuentra solución ¿dónde hay que buscar? —En lo imposible, pero, pero… es imposible. —Tú lo has dicho: es imposible. Miguel desaparece, no sabemos nada de él, su teléfono no responde, no hay rastro alguno, y de repente, su móvil cae en la habitación a las tres de la mañana cuando no hay nadie en ninguna parte, no ha podido entrar por la ventana cerrada, ni venir de la calle, ni del piso de arriba. El móvil, que unos instantes antes mostraba que estaba sin cobertura o sin batería cuando le enviaba un mensaje, de pronto aparece con un enorme estruendo, cargado por completo y con una llamada perdida de Miguel de un instante antes. —Lo has resumido muy bien, aunque puede que mejor resumen sea el nombre ese del mapa… —¿A ti también te parece raro que todo eso ocurra después de que Miguel, con su guitarra, visitara un montón de veces, un lugar en el que el sendero cuarenta y nueve y el sesenta y uno se juntan? ¿Un lugar que se llama El Cruce del Diablo?

Mingo guarda silencio.

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