Luz y Tinta Nº 103

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Nยบ 103 - Julio de 2020


Vacaciones Cuando termine de cerrar este número 103 de Luz y Tinta, me tomaré unos días de vacaciones, si por tal entendemos que voy a hacer cosas diferentes a las que hago habitualmente; en esta ocasión, un breve viaje acompañado de mis nietos, dos o tres semanas fuera de la rutina, y eso que mi vida no es en absoluto rutinaria. Al contrario. A pesar de algunos compromisos a fecha fija a que me fuerza el estar frente al timón de esta revista, mi vida es un continuo vaivén, saltando siempre de un tema a otro, de un libro a otro. Por eso, en este próximo tiempo fuera de mi casa, de mis libros y del abrigo solidario de lo cotidiano, procuraré vivir respetuosamente al margen de la pandemia del Covid-19 y de sus muchas amenazas a cuenta de tantos inconscientes que se han creído que el infierno son los otros cuando lo llevan pegado a su piel; y procuraré, sobre todo, olvidarme temporalmente de los despropósitos de algunos políticos empeñados en amargarnos el desayuno de todas las mañanas con sus salidas de tono, con sus descabalados cálculos electorales y con su desfachatez sin alivio, cántese en castellano, en vasco, en gallego o en el catalán del karaoke del conspicuo Jordi Pujol. Con esta inocente terapia no conseguiré mejorar ninguna de las perspectivas a que la actualidad me fuerza, pero igual me sirve para hacerme a la idea de que las elecciones autonómicas en litigio no me afectan de momento, pero especialmente de que el mundo sigue; y de que su fuerza gravitatoria nos envuelve a todos, aunque a veces seamos capaces de sumergirnos en una burbuja, llámese ‘vacaciones’ o quizás simplemente inconsciencia, que nos lleva a pensar que estamos en una encrucijada del camino distinta. Sea como fuere, volveré en septiembre, volveremos en septiembre, marcando una muesca más en el cómputo anual de esta revista que tantas satisfacciones nos da. Luz y tinta. Luz para alumbrar el camino y tinta para ilustrar el mapa de nuestros pasos en la historia. El camino está claro, de momento: seguiremos publicando fotos y textos que nos reconcilien con nuestra vida cotidana, tan distinta en una parte y otra de los distintos continentes en que nos movemos; y la tinta, en forma sobre todo de ideas, no ha de faltarnos mientras el mundo sea a la vez motivo de análisis y espejo de nuestras propias obsesiones. Luz y Tinta. Vida e ideas.

Francisco Trinidad


Nuestra foto de portada: M. Dasha Matrosova

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Foto del Mes. Pepe Latas José Luis Cuendia, “Guendy”, Angkor Francisco Trinidad, Un final como todos Benito Pérez Galdós, La conjuracion de las palabras Gloria Soriano, El destino de Frank Juan Depunto, Llegó la hora de partir Laudelino Vázquez, Progre de solemnidad Monchu Calvo, La pandemia demográfica Juanjo Gallardo, El humo Fotos seleccionadas. Junio de 2020 Juanjo Arrojo, Treinta años del ‘Elogio del horizonte’ Pepe Latas, Globos sobre Gijón Irina Dzhul, La historia de un guerrero Nadima / Claudio Serrano, Muñeca Fernando Alda Fotos que despertaron conciencias

PROMOTOR y DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECCIÓN, DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Francisco Trinidad DIRECTORA DE COMUNICACIÓN: Lola González

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Número Julio de 2020

Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico info@moldeandolaluz.com —3 moldeandolaluz.com


Foto del mes de junio, 2020

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“El caído”, de Pepe Latas

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José Luis Cuendia, “Guendy”

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Angkor. Capital del Imperio Jemer. Se encuentra ubicado a unos 5 kilómetros de la actual Siem Riep, en Camboya. Se ha convertido en un símbolo de Camboya, hasta el punto de formar parte de la bandera de su país. Muchos denominan este lugar como el elixir de la inmortalidad. Rodeada de pantanos y bosques selváticos extensos, Angkor es un gran yacimiento arqueológico con más de cien templos adornados con esculturas y bajorrelieves. El conjunto de Angkor abarca las distintas antiguas capitales del imperio jemer, que mantenían un mismo esquema urbanístico: una muralla cuadrangular rodeaba el templo de Estado, el baray, los templos menores, los barrios residenciales y el palacio real. Entre las capitales destacan la gigantesca Angkor Thom y Angkor Vat, la obra maestra del arte jemer, construida en el siglo XII, y considerada el mayor templo religioso del mundo. Angkor Vat, erigida por Suryavarman II (1113-1150), es un templo de planta cuadrada, con un santuario central rodeado por tres galerías concéntricas de alturas progresivas, y cinco torres cónicas cubiertas con abundantes motivos decorativos. Las torres evocan la forma del monte Meru, considerado el centro del mundo por los budistas. El panel esculpido más famoso, situado en la galería este, representa el Mar de la Leche ordeñado que, según la mitología hindú, era el trabajo de los demonios y los dioses para obtener el toek amrith, el elixir de la inmortalidad. En Angkor Thom, fundada a finales del siglo XII por Jayavarman VII, destaca el templo Bayón, que muestra la clásica planta de templo-montaña y posee 54 torres, cada una de ellas cuidadosamente decorada con cuatro bajorrelieves del rostro del rey. El foso de 100 m de anchura que rodea la ciudad, en la que vivían un millón de personas, es mucho más largo que cualquiera de las murallas medievales conservadas en Europa.1 El 14 de diciembre de 1992 fue declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Los templos y bajorrelieves de esta antigua capital, escondida en medio de la selva, son uno de los mayores tesoros arqueológicos del Sudeste Asiático. La fotos fueron tomadas el pasado mes de Noviembre 2019, en un viaje organizado por la Agencia Tetiaroa, por Vietnam y Camboya. Un viaje espectacular organizado a la perfección por su director, Cándido, y un grupo de asturianas y asturianos, ahora amigos todos, que nos hemos quedado con ganas de más. En el próximo número de Luz y Tinta se publicará la segunda parte de Camboya.

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Información facilitada por el guía que nos acompañó durante nuestra estancia en Siem Riep, y datos

recogidos en: Ciudades y Joyas de la Cultura, publicado por La UNESCO.

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Francisco Trinidad

Madrigal de las Altas Torres


Un final como todos

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recibí un correo electrónico de una lectora de Luz y Tinta que me comentaba muy elogiosamente mi último cuento —ya no recuerdo cuál era— y acababa comentándome que todos mis relatos tienen un final desgraciado o, cuando menos, triste, con un fondo pesimista que le resultaba descorazonador. Con toda razón, hacía referencia a dos o tres de estos relatos y me incitaba a que escribiera alguno con final feliz. No hacía falta, me decía con mucha gracia, que los protagonistas comieran perdices, pero sí al menos que se dieran un beso sincero y se cogieran de la mano para caminar hacia el futuro más inmediato. Durante toda la tarde pensé en ello. Nunca me había parado a considerar si el final de mis cuentos era triste o feliz, pesimista u optimista, quizás porque la finalidad de mis cuentos no es la de convocar tristeza o alegría, sino la de reflejar un trozo de vida. Quizás no de la vida que muchas personas sueñan o añoran, sino la de vida tal como yo la entiendo o quizás tal como quisiera que fuera. Ni la actualidad con sus altibajos, ni los señuelos del dinero, ni el chisporroteo del poder con su barniz de grandeza, ni siquiera la búsqueda del Santo Grial que llamamos felicidad motivan mis cuentos ni tercian en esos finales que pretendo casi siempre sorprendentes, como un salto en el vacío que va de la realidad al sueño o tal vez de un rincón de mi vida presente al desván polvoriento de la vida que me gustaría haber vivido. Se trata, creo, o por mejor decir, siempre he tratado de combinar realidad y ficción, de acomodar lo que es a lo que pudiera haber sido o quizás de encajar en la rueda de la verdad todas las apariencias, disfraces y fingimientos que se me ocurren. Con el paso de los días fui olvidando aquel correo electrónico y las reflexiones a las que me había llevado. Hasta que varios meses más tarde, con ocasión de una conferencia que hube de pronunciar en Ávila, conocí a su autora. Me habían invitado a un congreso sobre Santa Teresa en el que hablé de sus Meditaciones sobre los Cantares, algo totalmente alejado del mundo de mis cuentos pero que entra de lleno en el capítulo de mis intereses como estudioso de la literatura. Al terminar la lectura abreviada de mi comunicación, se me acercaron varias personas, unas para felicitarme, otras para comentar algún dato u ofrecerme una reflexión, todo ello incardinado en el mundo místico que nos congregaba. Hasta que llegó ella. Fue la última. En ese momento, comenzaba otra de las comunicaciones, así que la invité a salir al pasillo. Se presentó como mi lectora de Luz y Tinta, Alicia Ramírez, y casi sin darnos cuenta pasamos de santa Teresa a mis cuentos, del mundo místico de la santa al mundo onírico, y a veces hasta erótico, de mis cuentos. Ella insistía en el desaliento de mis finales; yo le hablaba, con mis mejores galas dialécticas y con toda o h ace m ucho

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► le hablé a Alicia de mi interés por el rey don Sebastián de Portugal y por la historia del llamado ‘pastelero de Madrigal’, Gabriel de Espinosa, que fingió ser el mismo rey la cortesía que su presencia suscitaba, de que el escritor debe ser la conciencia moral de la sociedad y de que el final del cuento debe ser como la chistera de un ilusionista y de lo difícil que es combinar ambas paradojas. Tan animados estábamos en nuestra charla que me costó abandonarla cuando comenzaron a salir todos los congresistas para el almuerzo. Me hubiera gustado quedarme con ella, seguir nuestro animado encuentro, pero me debía a la organización del congreso, tan amable en su invitación, así que me fui a comer con ellos, no sin antes quedar con Alicia Ramírez en que nos veríamos al día siguiente en que, finalizado el congreso, yo pensaba visitar Madrigal de las Altas Torres. “Ya te contaré”, le dije ante su pregunta de por qué precisamente Madrigal. Y quedamos para el día siguiente, a las 9 de la mañana, en la puerta de mi hotel. Durante el corto viaje entre Ávila y Madrigal de las Altas Torres, le hablé a Alicia de mi interés por el rey don Sebastián de Portugal y por la historia del llamado ‘pastelero de Madrigal’, Gabriel de Espinosa, que fingió ser el mismo rey, historia que tanta tinta ha hecho correr y a la que yo mismo —de ahí mi viaje y mi interés— he contribuido con algunos artículos que lógicamente Alicia no conocía. Cuando terminé de contarle el motivo literario que nos llevaba a Madrigal, reímos ambos porque también aquel episodio tenía un final desventurado, con todos los integrantes e intrigantes de esta historia condenados y con el fementido Gabriel de Espinosa ahorcado y posteriormente decapitado y descuartizado para escarmiento de fingidores. Solamente se libró de la escabechina la amante del impostor, doña Ana de Austria y de Mendoza, monja agustina del Monasterio de Nuestra Señora de Gracia del Real de la Villa de Madrigal, y eso por ser vos quien sois, ni más ni menos que la hija de don Juan de Austria. Una vez en Madrigal, fuimos hasta el hotel que tenía reservado para dejar el equipaje. Pero, además del equipaje, dejamos el pudor y acabamos haciendo el amor como dos adolescentes. Alicia era sensual y turbadora, como algún personaje salido de mis cuentos, y en aquella improvisada primera vez me demostró a las claras que conocía las artes del sexo y que sabía ponerlas en práctica. Salimos luego a recorrer Madrigal. Le expliqué a Alicia que de las cien torres que había tenido y de las que se vanagloriaba su pasado y su topónimo solo quedaban una treintena, suficientes para trazar un perfil airoso y, por qué no, asombroso. Visitamos la Iglesia de San Nicolás de Bari, el Real Hospital de la Purísima Concepción, las puertas de Medina y de Peñaranda, con algún otro sitio que se ha perdido en los meandros de la memoria, aunque nunca olvidaré el beso trufado de presagios que intercambiamos en el claustro silencioso y umbrío del palacio de don Juan II, reconvertido en convento de no recuerdo la orden, porque lo realmente interesante a día de hoy es que en lo que en su día fuera palacio nació Isabel I de Castilla, la reina católica de aromático recuerdo. Y acabamos, ya al mediodía, comiendo sin prisas en un figón de la impresionante plaza Mayor, rodeada de soportales y jalonada de casas blasonadas. Con una botella de vino de Madrigal, antecedente del Verdejo, tan conocido y reputado actualmente, compartimos viandas y charla, sobre todo charla. Allí repasamos a sus cuentistas favoritos, de Cortázar y Truman Capote a Guy de Maupassant y Henry James, pasando inevitablemente por un Jorge Luis Borges de apócrifas erudiciones y metafísicas perplejidades, en el que cobraban vida literaria espejos, espadas, laberintos y tigres. Hablamos también de temas más prosaicos, por supuesto, pero ella era insaciable, por lo que volvió a salir, maldita sea, el tema de mis finales que no le gustaban nada de nada. Por más que quise revestir su decepción con los oropeles de mi locuacidad, esclava de cientos de horas de tertulia, solo conseguí que me mirase con algo que entendí que no era simple condescendencia, sino indulgencia plenaria para quien solo imploraba perdón.

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El rey don Sebastián de Portugal, por Cristobal de Morais, 1565. Por la tarde visitamos la bodega de los Frailes y, dando un largo paseo, nos acercamos al convento agustino de extramuros, totalmente en ruinas y cuyas piedras seculares, muchas de ellas por el suelo, me hicieron recordar a fray Luis de León, que empleó parte de su fortuna en su construcción y que dejó escritos algunos de los versos más nobles de la literatura española de todos los tiempos, aunque a mi recién estrenada amiga Alicia la dejaban más bien fría. Lo suyo, como pude comprobar gratamente después de la cena, eran los cuentos de final abierto. Aquella noche rematamos nuestra recién estrenada pasión sin pensar en Borges, ni en Truman Capote, ni en Henry James, aunque alguno de sus fantasmas es posible que revoloteara sobre aquel lecho que, no me cuesta reconocerlo, fue el final perfecto de nuestra historia. Al día siguiente, ambos en silencio, absorto yo en la rutina de conducir y enfrascada ella en pormenores del paisaje que quizás tampoco le interesaban, viajamos hasta Ávila, donde nos despedimos con un beso, breve y definitivo, conscientes ambos de que, como en esos finales alígeros de mis cuentos, solo el azar —y ambos procuraríamos burlarlo— nos reuniría de nuevo, para hablar de cuentos, para visitar quizás otro pueblo o ciudad de piedras centenarias y, si acaso, para intercambiar de nuevo un abrazo que hiciera menos triste la despedida.

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http://www.cervantesvirtual.com/portales/ benitoperezgaldos/

Galdós por Sorolla

Benito Pérez Galdós

Benito Pérez Galdós (1843-1920) “representa el nacimiento de la novela española en la segunda mitad del siglo XIX. Galdós es el restaurador de nuestra tradición novelística, el recuperador de la tradición española del Siglo de Oro y uno de los máximos representantes del Realismo español. Con razón la crítica no ha dudado en calificarlo como el mayor novelista después de Cervantes, digno de emparejar con escritores clásicos de su siglo. Escritor de una gran riqueza inventiva que no encuentra parangón entre sus coetáneos. Cerca de ocho mil personajes forman el complejo y rico mundo de ficción creado por Galdós. Pasiones, debilidades, fisonomías, caracteres humanos, sufrimientos... se engarzan y cobran vida en un contexto urbano descrito con precisión y maestría.”

En este año en que se cumple el centenario de la muerte de Galdós nada mejor que recordarle a través de esta auténtica fiesta de las palabras escrita un año antes de su toma posesión como miembro de la Real Academia Española.


La conjuración de las palabras

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edificio llamado Diccionario de la Lengua Castellana, de tamaño tan colosal y fuera de medida, que, al decir de los cronistas, ocupaba casi la cuarta parte de una mesa, de estas que, destinadas a varios usos, vemos en las casas de los hombres. Si hemos de creer a un viejo documento hallado en viejísimo pupitre, cuando ponían al tal edificio en el estante de su dueto, la tabla que lo sostenía amenazaba desplomarse, con detrimento de todo lo que había en ella. Formábanlo dos anchos murallones de cartón, forrados en piel de becerro jaspeado, y en la fachada, que era también de cuero, se veía, un ancho cartel con doradas letras, que decían al mundo y a la posteridad el nombre, y significación de aquel gran monumento. Por dentro era mi laberinto tan maravilloso, que ni el mismo de Creta se le igualara. Dividíanlo hasta seiscientas paredes de papel con sus números llamados páginas. Cada espacio estaba subdividido en tres corredores o crujías muy grandes, y en estas crujías se hallaban innumerables celdas, ocupadas por los ochocientos o novecientos mil seres que en aquel vastísimo recinto tenían su habitación. Estos seres se llamaban palabras. *** r a se u n gr a n

Una mañana sintiose gran ruido de voces, putadas, choque de armas, roce de vestidos, llamamientos y relinchos, como si un numeroso ejército se levantara y vistiese a toda prisa, apercibiéndose para una tremenda batalla. Y a la verdad, cosa de guerra debía de ser, porque a poco rato salieron todas o casi todas las palabras del Diccionario, con fuertes y relucientes armas, formando un escuadrón tan grande que no cupiera en la misma Biblioteca Nacional. Magnífico y sorprendente era el espectáculo que

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este ejército presentaba, según me dijo el testigo ocular que lo presenció todo desde un escondrijo inmediato, el cual testigo ocular era un viejísimo Flos sanctorum, forrado en pergamino, que en el propio estante se hallaba a la sazón. Avanzó la comitiva hasta que estuvieron todas las palabras fuera del edificio. Trataré de describir el orden y aparato de aquel ejército, siguiendo fielmente la veraz, escrupulosa y auténtica narración de mi amigo el Flos sanctorum. Delante marchaban unos heraldos llamados Artículos, vestidos con magníficas dalmáticas y cotas de finísimo acero: no llevaban armas, y si los escudos de sus señores los Sustantivos, que venían un poco más atrás. Éstos, en número casi infinito, eran tan vistosos y gallardos que daba gozo verlos. Unos llevaban resplandecientes armas del más puro metal, y cascos en cuya cimera ondeaban plumas y festones; otros vestían lorigas de cuero finísimo, recamadas de oro y plata; otros cubrían sus cuerpos con luengos trajes talares, a modo de senadores venecianos. Aquéllos montaban poderosos potros ricamente enjaezados, y otros iban a pie. Algunos parecían menos ricos y lujosos que los demás; y aun puede asegurarse que había bastantes pobremente vestidos, si bien éstos eran poco vistos, porque el brillo y elegancia de los otros, como que les ocultaba y obscurecía. Junto a los Sustantivos marchaban los Pronombres, que iban a pie y delante, llevando la brida de los caballos, o detrás, sosteniendo la cola del vestido de sus amos, ya guiándoles a guisa de lazarillos, ya dándoles el brazo para sostén de sus flacos cuerpos, porque, sea dicho de paso, también había Sustantivos muy valetudinarios y decrépitos, y algunos parecían próximos a morir. También se veían no pocos Pronombres representando a sus amos, que se quedaron en cama por enfermos o perezosos, y estos Pronombres formaban en la línea de los Sustantivos como si de tales hubieran categoría. No es necesario decir que los había de ambos sexos; y las damas cabalgaban con igual donaire que los hombres, y aun esgrimían las armas con tanto desenfado como ellos. Detrás venían los Adjetivos, todos a pie; y eran como servidores o satélites de los Sustantivos, porque formaban al lado de ellos, atendiendo a sus órdenes para obedecerlas. Era cosa sabida que ningún caballero —211— Sustantivo podía hacer cosa derecha sin el auxilio, de un buen escudero de la honrada familia de los Adjetivos; pero éstos, a pesar de la fuerza y significación que prestaban a sus amos, no valían solos ni un ardite, y se aniquilaban completamente en cuanto quedaban solos. Eran brillantes y caprichosos sus adornos y trajes, de colores vivos y formas muy determinadas; y era de notar que cuando se acercaban al amo, éste tomaba el color y la forma de aquéllos, quedando transformado al exterior, aunque en esencia el mismo. Como a diez varas de distancia venían los Verbos, que eran unos señores de lo más extraño y maravilloso que puede concebir la fantasía.

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No es posible decir su sexo, ni medir su estatura, ni pintar sus facciones, ni contar su edad, ni describirlos con precisión y exactitud. Basta saber que se movían mucho y a todos lados, y tan pronto iban hacia atrás como hacia delante, y se juntaban dos para andar emparejados. Lo cierto del caso, según me aseguré el Flos sanctorum, es que sin los tales personajes no se hacía cosa a derechas en aquella República, y, si bien los Sustantivos eran muy útiles, no podían hacer nada por sí, y eran como instrumentos ciegos cuando algún señor Verbo no los dirigía. Tras éstos venían los Adverbios, que tenían cataduras de pinches de cocina; como que su oficio era prepararles la comida a los Verbos y servirles en todo. Es fama que eran parientes de los Adjetivos, como lo acreditaban viejisímos pergaminos genealógicos, y aun había Adjetivos que desempeñaban en comisión la plaza de Adverbios, para lo cual bastaba ponerles una cola o falda que, decía: mente. Las Preposiciones, eran enanas; y más, que personas parecían cosas, moviéndose iban junto a los Sustantivos para llevar recado a algún Verbo, o viceversa. Las Conjunciones andaban por todos lados metiendo bulla; y una de ellas especialmente, llamada que, era el mismo enemigo y a todos los tenía revueltos y alborotados, porque indisponía a un señor Sustantivo con un señor Verbo, y a veces trastornaba lo que éste decía, variando completamente el sentido. Detrás de todos marchaban las interjecciones, que no tenían cuerpo, sino tan sólo cabeza con gran boca siempre abierta. No se metían con nadie, y se manejaban solas; que, aunque pocas en número, es fama que sabían hacerse valer. De estas palabras, algunas eran nobilísimas, y llevaban en sus escudos delicadas empresas, por donde se venía en conocimiento de su abolengo latino o árabe; otras, sin alcurnia antigua de que vanagloriarse, eran nuevecillas, plebeyas o de poco más o menos. Las nobles las trataban con desprecio. Algunas había también en calidad de emigradas de Francia, esperando el tiempo de adquirir nacionalidad. Otras, en cambio, indígenas hasta la pared de enfrente, se caían de puro viejas, y yacían arrinconadas, aunque las demás guardaran consideración a sus arrugas; y las había tan petulantes y presumidas, que despreciaban a las demás mirándolas enfáticamente. Llegaron a la plaza del Estante y la ocuparon de punta a punta. El verbo Ser hizo una especie de cadalso o tribuna con dos admiraciones y algunas comas que por allí rodaban, y subió a él con intención de despotricarse; pero le quitó la palabra un Sustantivo muy travieso y hablador, llamado Hombre, el cual, subiendo a los hombros de sus edecanes, los simpáticos Adjetivos Racional y Libre, saludó a la multitud, quitándose la H, que a guisa de sombrero le cubría, y empezó a hablar en estos o parecidos términos: “Señores: La osadía de los escritores españoles ha irritado nuestros ánimos, y es preciso darles justo y pronto castigo. Ya no les basta introducir en sus libros contrabando francés, con gran detrimento de la riqueza nacional, sino que cuando por casualidad se nos emplea, trastornan nuestro sentido y nos hacen decir lo contrario de nuestra intención. (Bien, bien.) De nada sirve nuestro noble origen latino, para que esos tales respeten nuestro significado. Se nos desfigura de un modo que da grima y dolor. Así, permitidme que me conmueva, porque las lágrimas brotan de mis ojos y no puedo reprimir la emoción”. (Nutridos aplausos.) El orador se enjugó las lágrimas con la punta de la e, que de faldón le servía, y ya se preparaba a continuar, cuando le distrajo el rumor de una disputa que no lejos se había entablado. Era que el Sustantivo Sentido estaba dando de mojicones al Adjetivo Común, y le decía: “Perro, follón y sucio vocablo; por ti me traen asendereado, y me ponen como salvaguardia de toda clase de destinos. Desde que cualquier escritor no entiende palotada de una ciencia, se escuda con el Sentido Común, y ya le parece que es el más

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► Llegaron a la plaza del Estante y la ocuparon de punta a punta. El verbo Ser hizo una especie de cadalso o tribuna con dos admiraciones y algunas comas que por allí rodaban, y subió a él con intención de despotricarse; pero le quitó la palabra un Sustantivo muy travieso y hablador, llamado Hombre... sabio de la tierra. Vete, negro y pestífero Adjetivo, lejos de mí, o te juro que no saldrás, con vida de mis manos. Y al decir esto, el Sentido enarboló la t, y dándole un garrotazo con ella a su escudero, le dejó tan malparado, que tuvieron que ponerle un vendaje en la o, y bizmarle las costillas de la m, porque se iba desangrando por allí a toda prisa. “Haya paz, señores —dijo un Sustantivo Femenino llamado Filosofía, que con dueñescas tocas blancas— apareció entre el tumulto. Mas en cuanto le vio otra palabra llamada Música, se echó sobre ella y empezó a mesarla los cabellos y a darla coces, cantando así: —Miren la bellaca, la sandía, la loca; ¿pues no quiere llevarme encadenada —con una Preposición, diciendo que yo tengo Filosofía? Yo no tengo sino Música, hermana. Déjeme en paz y púdrase de vieja en compañía de la Alemana, que es obra vieja loca. —Quita allá, bullanguera —dijo la Filosofía arrancándole a la Música el penacho o acento que muy erguido sobre la u llevaba: —quita allá, que para nada vales, ni sirves más que de pasatiempo pueril. —Poco a poco, señoras mías —gritó un Sustantivo, alto, delgado, flaco y medio tísico, llamado el Sentimiento. A ver, señora Filosofía, si no me dice usted esas cosas a mi hermana o tendremos que vernos las caras. Estese usted quieta y deje a Perico en su casa, porque todos tenemos trapitos que la lavar, y si yo saco los suyos, ni con colada habrán de quedar limpios. —Miren el mocoso —dijo la Razón que andaba por allí en paños menores y un poquillo desmelenada, —¿qué sería de estos badulaques sin mí? No reñir, y cada uno a su puesto, que si me incomodo... —No ha de ser —dijo el Sustantivo Mal, que en todo había de meterse. —¿Quién le ha dado a usted vela en este entierro, tío Mal? Váyase al Infierno, que ya está de más en el mundo. —No, señoras, perdonen usías, que no estoy sino muy retebién. Un poco decaidillo andaba; pero después que tomó este lacayo, que ahora me sirve, me voy remediando.— Y mostró un lacayo que era el Adjetivo Necesario. —Quítenmela, que la mato —chillaba la Religión, que había venido a las manos con la Política;— quítenmela que me ha usurpado —217— el nombre para disimular en el mundo sus socaliñas y gatuperios. —Basta de indirectas. ¡Orden! —dijo el Sustantivo Gobierno, que se presentó para poner paz en el asunto. Déjalas que se arañen, hermano —observó la Justicia—; déjelas que se arañen que ya sabe vuecencia que rabian de verse juntas. Procuremos nosotros no andar también a la greña, y adelante con los faroles. ¡Mientras esto ocurría, se presentó un gallardo Sustantivo, vestido con relucientes armas, y trayendo un escudo con peregrinas figuras y lema de plata y oro. Llamábase el Honor y venía a quejarse de los innumerables desatinos que hacían los humanos en su nombre, dándole las más raras aplicaciones, y haciéndole significar lo que más les venía a cuento. Pero el Sustantivo Moral, que estaba en un rincón atándose un hilo en l que se le había roto en la anterior refriega, se presentó, atrayendo la atención general. Quejose de que se le subían a las barbas ciertos Adjetivos advenedizos, y concluyó diciendo que no le gustaban ciertas compañías y que más le valiera andar solo, de lo cual se rieron otros muchos Sustantivos fachendosos que no llevaban nunca —218— menos de seis Adjetivos de servidumbre. Entretanto, la Inquisición, una viejecilla que no se podía tener, estaba pesando fuego a una hoguera que había hecho con interrogantes gastados, palos de T y paréntesis rotos, en la cual hoguera dicen que quería quemar a la Libertad, que andaba dando

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zancajos por allí con muchísima gracia y desenvoltura. Por otro lado estaba el Verbo Matar dando grandes voces, y cerrando el puño con rabia, decía de vez en cuando: “¡Si me conjugo...!” Oyendo lo cual el Sustantivo Paz, acudió corriendo tan a prisa, que tropezó en la ¿con que venía calzada, y cayó cuan larga era, dando un gran batacazo. —Allá voy —gritó el Sustantivo Arte, que ya se había metido a zapatero.— Allá voy a componer este zapato, que es cosa de mi incumbencia. Y con unas comas le clavó la z a la Paz, que tomó vuelo, y se fue a hacer cabriolas ante el Sustantivo Cañón, de quien dicen estaba perdidamente enamorada. No pudiendo ni el Verbo Ser, ni el Sustantivo Hombre, ni el Adjetivo Racional, poner en orden a aquella gente, y comprendiendo que de aquella manera iban a ser vencidos en la desigual batalla que con los escritores españoles tendrían que emprender, resolvieron volverse a su casa. Dieron orden de que cada cual entrara en su celda, y así se cumplió; costando gran trabajo encerrar a algunas camorristas que se empeñaban en alborotar y hacer el coco. Resultaron de este tumulto bastantes heridos, que aún están en el hospital de sangre o sea Fe de erratas del Diccionario. Han determinado congregarse de nuevo para examinar los medios de imponerse a la gente de letras. Se están redactando las pragmáticas que establecerán el orden en las discusiones. No tuvo resultado el pronunciamiento, por gastar el tiempo los conjurados en estériles debates y luchas de amor propio, en vez de congregarse para combatir al enemigo común: así es que concluyó aquello como el Rosario de la Aurora. El Flos sanctorum me asegura que la Gramática había mandado al Diccionario una embajada de géneros, números y casos, para ver si por las buenas y sin derramamiento de sangre se arreglaban los trastornados asuntos de la Lengua Castellana. Madrid, Abril de 1868.

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Gloria Soriano


PARTE 1ª

El destino de Frank*

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Capítulo 5: A daptaciones

los asuntos financieros me mantuvo apartada de los pecios una buena temporada. En la siguiente inmersión descubrí que el ser que buscaba había abandonado la postura fetal. Estaba tendido bocarriba, los brazos ligeramente separados del cuerpo, recubierto de gorgonias y algas. De vez en cuando, su pecho se elevaba y se hundía. Frank, el autodidacta, había sabido adaptarse y aguantaba sin respirar, como las ballenas. Busqué resquicios que asemejaran branquias, pero no los encontré. Más adelante supe que unos organismos injertados en la piel le proporcionaban el oxígeno de la vida. Era humano, animal, vegetal, todo a la vez. Me preguntaba cómo habría llegado hasta allí, qué aventuras habría vivido desde que Walton, doscientos años antes, muchas millas al norte de tierra firme, le vio perderse en la distancia. A falta de ADN que confirmara su identidad, me propuse encontrar pruebas desentrañando el camino que había recorrido. oner en or den

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* Capítulos anteriores: 1 y 2, Luz y Tinta nº 100; 3 y 4, Luz y tinta nº 102.


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Fotos de Antonio Martínez Rodríguez

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Capítulo 6: La memoria

de suerte, coincidir con aquel científico jubilado. Compartíamos la mesa de un merendero frente al mar, cuando volcó mi cerveza sin querer. Después de disculparse, entablamos una charla que, debido a la hora, tuvimos que dejar para el día siguiente. Le hablé de la exploración que estaba llevando a cabo. El asunto le interesó hasta el punto de ofrecerme su ayuda. Era un estudioso de la mente cuyos experimentos con hombres y animales no fueron entendidos por la ley. Nos llevó meses conseguir un equipo para descifrar la memoria del que habitaba en los pecios. A través de esa información, reconstruiríamos su pasado. Un escáner registraba sus movimientos neuronales, y otro dispositivo, una vez decodificadas las señales recibidas, las almacenaba en un video. La cadena de conexiones también requería un cerebro que hiciera de médium. El mío sirvió. Las sesiones eran agotadoras. Los avances, lentos. Después de cada inmersión yo anotaba en un cuaderno lo que había visto. Algunas imágenes evocaban escenas anteriores a la muerte de Víctor Frankenstein, como lo fue el descubrimiento del fuego, episodio que había leído y en el que encontré alguna pequeña diferencia. Comprobar que mis visiones coincidían en general con las imágenes de la pantalla, confirmaba la identidad de Frank y el buen funcionamiento de la tecnología. En adelante solo tomé notas de los sucesos posteriores a su huida por la ventana del camarote del barco de Walton. Me hubiera gustado tener acceso al momento del salto, me preguntaba cómo, siendo él tan grande, pudo escapar por un vano tan pequeño. Aquel instante tuvo que dejarle una impresión imborrable, pero nunca lo evocó. ue u n golpe

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Juan Depunto

Este dibujo fue seleccionado por el Dr. Roger Ruiz para acompañar este relato en la revista médica que dirige, “Doctutor”.


EL TIEMPO PASA

IV. Llegó la hora de partir Llegó la hora de partir y de decirnos el adiós… Tradicional escocesa, Robert Burns, s. XVIII

Otra neumonía Fue a principios de febrero, el día 12, empezando los bombardeos informativos sobre la COVID-19, algo lejano a nosotros aunque acabábamos de tener el 31 de enero el primer caso, un alemán, y nueve días después un inglés, en nuestras dos islas más turísticas, Canarias y Baleares; en la península se detectaron los primeros pacientes el día 24 de febrero, en Madrid, Cataluña y Valencia. Al anochecer sentí un brusco quebrantamiento general, seguido inmediatamente de un escalofrío terrible. Me puse el termómetro y marcó 38,2º casi al instante; estos modernos termómetros digitales marcan de inmediato. Mi antiguo artilugio de mercurio, que aún conservo, necesitaba estar diez minutos puesto “para subir”. Empecé a cavilar sobre a qué podría ser debida esta subida cuando caí en la cuenta de cómo me había asfixiado al levantarme para ir a buscar el termómetro: yo ya tenía una EPOC muy avanzada, pero eso no justificaba la tremenda disnea que me aturdió de inmediato a ese mínimo esfuerzo. Volví a levantarme para buscar el pulsioxímetro2 y la asfixia, que iba creciendo con cada tanda de escalofríos, se manifestó con toda su crudeza: ¡65 de concentración! Ya no me cupo duda de donde procedía esa fiebre. Pensé en hacerme una radiografía pero entre el mal cuerpo, lo avanzado de la noche y, sobretodo, el miedo a contagiarme en una urgencia atestada de procesos virales respiratorios en todas sus variantes, dada la época estacional en la que estábamos, terminé por desechar esa idea. Además ya rondaba la dichosa COVID-19, aunque por entonces fuera sólo “como una gripe más”, aunque sin vacuna. Decidí por tanto autorrecluirme y conformarme con un diagnóstico solamente clínico y tratamiento empírico. Recordé que al mediodía previo, comiendo unos macarrones, me atraganté con su rica salsa de tomate. Me agarré de inmediato al diagnóstico de neumonía aspirativa, de mucho mejor pronóstico que la neumonía bilateral de la COVID-19 que ya empezaba a cobrarse sus muertos que más tarde vimos desfilar en esa hilera interminable de camiones militares llenos de féretros que salian de Bérgamo rumbo a no sabemos dónde. Así pues, me automediqué con un gramo de amoxiclavulánico cada 8 horas, el único antibiótico que tenía a mano, aunque estaba caducado hacía 3 meses, y continué con mi reclusión. El que cediera la fiebre rápidamente, aún permaneciendo una febrícula durante 3 o 4 días más, y la aparición de algunos signos más, como el esputo herrumbroso al principio y claramente hemático luego (por lo que tuve que suprimir el anticoagulante preventivo que tomo por mi fibrilación auricular paroxística), junto

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►Se puede ver en el n.º 75 de Luz Y Tinta, página 46, la nota “Cambio de rumbo” acerca de la estructura general de la obra “El tiempo pasa”, de la que forma parte este capítulo que pertenece a su cuarta parte “Es hora de partir”, seleccionado en esta ocasión como tributo al confinamiento por el coronavirus.Enlace: http:// amantesdelafotografia3.ning. com/profiles/blogs/luz-ytinta-no-75

Pulsioxímetro. 2. Un pulsioxímetro es un aparato que detecta la concentración de oxígeno en sangre a través de la piel y las ondas del pulso. La cifra normal está entre 96 y 100; por debajo de 70 puede ser necesaria la intubación del paciente, conectándolo a un respirador.


Esta es una radiografía normal del protagonista del relato.

3. El neumotórax es la entrada de aire en la cavidad pleural, entre el pulmón y la pared torácica, lo que comprime al pulmón. Es una urgencia que hay que resolver con un drenaje para sacar ese aire en situación anómala y comprometedora. 4. Semejante al neumotórax, pero en lugar de con aire con líquido. También hay que evacuarlo. 5. Las bullas enfisematosas son una especie de burbujas grandes de aire que sustituyen al tejido pulmonar normal.

6. Uno de los sonidos que trasmite el aire al entrar en los pulmones. Las crepitaciones son otros de los sonidos que se pueden auscultar.

con un dolorcillo atípico torácico y, sobre todo, la tendencia a la desaturación de oxígeno al más mínimo esfuerzo a pesar de haberme puesto oxígeno continuo durante 24 horas al día, me ratificó en el diagnóstico de neumonía. Incrementé al máximo mis broncodilatadores con corticoides que habitualmente tomo, pero no fueron suficientes. Necesité añadir corticoides sistémicos para doblegar la hipoxia rebelde. A los pocos días tuve que lidiar, en casa y confinado que es como torear sin picadores ni banderilleros, con un edema agudo de pulmón que, nuevamente, respondió bien a los diuréticos y a la posición semisentada. Por fin fue remitiendo toda la sintomatología menos la disnea. Ya la tenía en condiciones normales por mi avanzada EPOC y este palo añadido no iba precisamente a mejorarla. Con todo y con eso lo peor no había pasado: estando ya todos enclaustrados sin claustros por la COVID-19 y tras haber reducido el aporte de oxígeno solo para los esfuerzos (mi gimnasia sueca fisioterapéutica diaria) una noche de marzo me desperté a mitad del sueño con una importante disnea. De nuevo empecé a darle vueltas a mi cabeza buscando posibles causas que no conseguía encontrar. Descarté la embolia pulmonar porque, tras desaparecer el último esputo hemoptóico volví a mi querido Dabigatran (anticoagulante). Cogí el fonendo y me ausculté. En el hemitorax izquierdo, operado por un absceso de pulmón tras neumonía hace más de 20 años, no encontré nada reseñable, salvo alguna zona de hipoventilación y algún crepitante en la base. Pero en el derecho el silencio me horrorizó. Solo me lo explicaba con un neumotorax3 masivo o con un derrame pleural4 brutal, aun admitiendo que la auscultación de un pulmón con múltiples bullas enfisematosas5 es complicada para un experto internista, más para mí que era cirujano, aunque de los que usaban fonendo. Necesitaba con urgencia aclarar el dilema: Para un neumotórax el debut no fue lo suficientemente brusco y para un derrame masivo todo lo contrario. Era preciso recurrir a una radiografía. Para la radiografía tendría que ir a urgencias, bien del Centro de Salud o del Hospital. Y allí me iba a encontrar con la marabunta de pacientes catarrales, griposos y además ahora coronavíricos, que algo me terminarían contagiando en mi ya maltrecha salud, lo que sin duda acabaría conmigo. El miedo me paralizó una vez más y me conformé, mientras fuera capaz de seguir aguantando en casa, con volver al oxígeno durante 24 horas, esta vez sin antibióticos, pues desde que me recuperé de la primera fase de mi neumonía, en febrero, la temperatura no alcanzaba los 36º. Seguí cada día más aterrorizado, auscultándome para ver si soplaba un roncus6 de esperanza pero no sonaba la más de las humildes crepitaciones. Mis entendederas no acertaban a clarificar el diagnóstico y mucho menos a atisbar un posible remedio, salvo el sintomático del oxígeno. Y, por supues-

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Esta es una radiografía con neumonía del protagonista del relato.


El paciente referido con oxígeno.

to, descarté de inmediato la neumonía por el coronavirus porque no me interesaba en absoluto. Inconvenientes o ventajas del autodiagnóstico y del autotratamiento, según se mire. Al tercer día de esta terrible situación sepulcral, como el de Getsemaní, tuve una brillante idea: consultar con mi amigo neumólogo de cabecera cuyo nombre no quiere que aparezca aquí. Controlado como es él, me informó de una consulta neumológica de urgencias que nuestro hospital había organizado, en edificio aparte y con separación de pacientes coronavíricos y respiratorios en general. Allí además me podrían hacer la ansiada radiografía, que por otro lado temía pues si se confirmaban mis sospechas tendría que ingresar en el hospital para el correspondiente drenaje aéreo o líquido. Pero con su serenidad de experto me recomendó quedarme en casa protegido de contagios que, sin duda, agravarían la situación. Pensaba podía tratarse de una inflamación posneumónica aséptica y me recomendó una nueva tanda de corticoides7 sistémicos, además de las otras medidas que yo ya había tomado. Me tranquilizó bastante el que una especialista de confianza ratificara mi actitud. Mano de santo. Empecé a respirar de nuevo como antes de este desagradable retroceso y hoy ando entretenido en empezar a bajar las dosis del corticoide progresivamente, aunque los dolorcillos torácicos retroesternales al respirar, sobre todo al inspirar, y la importante desaturación al más mínimo esfuerzo me tienen mosqueado...

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7. Antiinflamatorios seme-

jantes a los naturales. Sistémicos quiere decir de aplicación general, no local.


Laudelino Vรกzquez

Fotomontaje sobre una foto de Pepe Latas


Progre de solemnidad Se acercó con pasitos tímidos, como si no pudiera despegar los pies del suelo, temeroso de que la mujer impresionante, acodada en la barra de la cafetería del hotel, le descubriera en el proceso de acercamiento. Alisó con un gesto brusco la vieja americana, compañera de demasiadas batallas, de las que el brillo en las solapas, el obvio desgaste, la falta de algún botón y las mangas deshilachadas, daban testimonio de que había vivido tiempos mejores bastante mejores, y con evidente timidez se acercó a la mujer a la que llevaba mirando un buen rato. —Perdona —exclamó con voz que delataba inseguridad—, supongo que creerás que es un truco, la típica frase que los hombres utilizamos cuando queremos ligar con una mujer, pero llevo un rato mirándote y no soy capaz a recordar de que te conozco, pero he oído tu voz y estoy absolutamente seguro de haber compartido contigo algo importante hace mucho tiempo. La mujer giró la cabeza con un gesto de evidente desconfianza, mientras las luces de las lámparas del techo brillaron con el baile de los pendientes, dos lágrimas de color rubí que, después de un examen detenido de su ropa y complementos, no se podía descartar que fueran rubíes auténticos. Todo en ella destilaba calidad, diseño, estilo y moda rabiosamente actual. —Si te digo la verdad —respondió con un gesto de hastío—, lo mismo me da que quieras ligar, trabajes para el Mossad o te dediques a la búsqueda del tiempo perdido, vendas lo que vendas, no me interesa. El hombre volvió a sentarse en el incómodo sillón que decoraba la entrada del hotel, cruzó piernas y brazos en un gesto defensivo y pareció ensimismarse, mientras esperaba la aparición de alguien: era evidente, por su aspecto, que jamás se hubiera podido pagar una habitación en aquel hotel. Pocos minutos después, un tipo estirado y con gesto de perdonavidas, entró por la puerta, vio al hombre sentado y le indicó con un gesto que esperara. —Esa voz —repitió dirigiéndose de nuevo a la mujer—, esa voz...Es inconfundible, pero tu imagen es muy distinta: no sé dónde te conocí pero no te pareces en nada a la que fuiste. —Me lo dicen muchas veces… —Pero esta vez es cierto. No es casual. La mujer que eras entonces y yo conocí, poco tiene que ver contigo. —Siempre fui la misma. —¿Siempre? ¿No te parece demasiado tiempo? —El tiempo no dura nada, es un maldito invento para la gente que se aburre, yo tengo demasiadas cosas que hacer para perder mi vida en tonterías. Hasta luego, si tu intención era ligar, mejor cambias de táctica. —Hasta siempre, Anabel —exclamó el hombre en voz lo bastante baja para que ella no pudiera oírlo—. Tenía que haberla conocido —continuó dirigiéndose al camarero, que le miró con la expresión de hastío del que ya no quiere oír ni una historia más—. Hace cuarenta años, esta señora que podía dar de comer a mi familia lo que resta de año con lo que costó su bolso, era una revolucionaria de pro, la guardiana de las esencias, la que acusaba a todo aquel que estuviera afiliado del partido comunista hacia allá —remarcó con un gesto de la mano derecha— de burgués revisionista, y a la que podía organizaba un consejo de guerra para expulsar de la organización a todos los malos anarquistas. En nombre de la libertad del pueblo fui sometido a uno de esos consejos el día que descubrieron con horror que había visto una película alienante y burguesa: Tiburón.

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El camarero levantó la ceja con gesto de resignación, consciente de que la tónica que el hombre había pedido le daba si no el derecho, la oportunidad de largar su historia al prisionero de la barra cuya capacidad de movimiento le impedía huir del ámbito de influencia de la voz. —¿Tiburón, la película de Spielberg? —preguntó acentuando la sorpresa. —Sí. Ese era uno de los grandes pecados que podíamos cometer. Aparte de desafiar la voluntad de nuestro líder, el gran Elías, héroe revolucionario de todas las tabernas, al que nunca habíamos visto en una manifestación, y que en memoria de una asamblea que nadie recordaba, se nombró coordinador de la quincena de miembros de nuestro revolucionario grupo de anarquistas, sobre el cual decidía cómo podíamos vestir, comer, follar (el que pudiera, que era casi nadie) o divertirse de una forma revolucionaria. Así que esa señorona que usted acaba de ver presidió el tribunal qué decidió mi expulsión del grupo por haber acudido a un espectáculo regresivo acompañado de una mujer evidentemente burguesa. —Grave acusación , pardiez, aunque mucho me temo que cierta. —Según se mire, sí. Aquella mujer que me acompañó al cine, era mi prima, supongo que les parecería burguesa porque iba maquillada y vestida con falda, lo cual en nuestro pequeño mundo era un delito imperdonable. De nada hubiera servido que les explicara que mi prima trabajaba en una fábrica de envasado de aceite, que se ganaba la vida como una honrada obrera, y que me pidió que la acompañara al cine porque su novio tenía que hacer horas extras y no le apetecía ir sola: éramos progres de solemnidad y las leyes del progreso y la libertad tenían que ser inexorables. Y esta señora que acaba de salir, era la más intransigente de todos. —Así es la vida —respondió el camarero—, pero la culpa la tenían ustedes por dejar que la hija de un banquero se les infiltrase para quitarse el aburrimiento de la adolescencia.. —Pues mire, eso no lo supe nunca. Y lo malo es que durante mucho tiempo viví con la mala conciencia de haber sido un traidor a mi clase y a mi causa. —¿Y por qué no aprovechó para decírselo ahora? Porque es evidente que usted si la había reconocido. —¿Para qué? —respondió el hombre—, nada de lo que pueda decir ahora va a cambiar lo que ocurrió hace 40 años. Siempre hay gente que está en el lado ganador y gente que estamos entre los perdedores, más aún entre los derrotados, como es mi caso. Le hablé para ver si se daba cuenta de mí, pero es obvio que esta ni siquiera me vio nunca. —Qué se le va a hacer. Por cierto me pareció ver que el señor Gil le hacía una indicación de como que esperara a alguien. —A su jefe. Parece que es muy maniático y quería que alguien le limpiara los zapatos a estas horas porque no soporta una mota de polvo. Y aquí estoy con mi equipo de limpiabotas —añadió, señalando una caja junto al sillón de entrada—. He tenido suerte, hoy va a ser mi primer cliente y ya casi es la hora de volver a casa. —Ah —exclamó el camarero—, el señor Monzón es el jefe de Gil. A sus 85 años, sigue presidiendo el banco que lleva su nombre. Es el padre de la señorita Anabel, esa que ustedes llamaban… ¿cómo? —Progre de solemnidad. —Eso, progre de solemnidad

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in de Len o t o f na obre u s e j a t on Fotom

v Kaspo


Monchu Calvo


La pandemia demográfica Hace ya muchos años que un terrible virus recorre nuestros pueblos, arrebatando implacable a sus habitantes. La guadaña de la despoblación siega existencias sin ninguna oportunidad de recuperarlas, sembrando de soledad lo que antes bullía de vida. El vaciamiento es una realidad en casi todas las zonas rurales. Bajo esa palabra existen al menos dos conceptos distintos, más o menos difusos, más o menos cargados de emociones, el del vaciamiento, dentro de un estado o región, de territorios que han estado poblados, o incluso, muy poblados hasta hace poco (un ejemplo, el de las aldeas asturianas); el de la disminución del número de pobladores del conjunto de una región o Estado (Asturias, otra vez, como ejemplo). Cuando escucho a un político o a un tertuliano agitar la bandera del despoblamiento como un problema que hay que abordar (soluble, por tanto), sé que estoy escuchando a alguien que no sabe de qué habla o a alguien que miente, ya por seguir la moda ya por obtener votos. La razón es sencilla: el despoblamiento, en la primera de las acepciones, la del abandono, para entendernos, de los territorios rurales y la concentración en las ciudades, es un proceso imparable que arranca, al menos, desde finales del siglo pasado y que se ha acelerado en los últimos años. Es, además, una tendencia mundial, de todos los continentes, y eso desgraciadamente no parece vaya a detenerse. Hace unas semanas, acompañado de mi amigo Maylin, visitamos uno, perteneciente al concejo de Laviana, que me atrae por su singular historia. Navaliego, se llama. Encajado en un tupido bosque, y con la visión perenne del tótem calizo de

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► [Olegario], luchador incansable para evitar que el abandono se adueñe de la pequeña aldea, y que él ofrece a todos los que quieran olvidarse de humos, aglomeraciones, y coronavirus, a cambio de regalarle a los ojos paisajes de bosques infinitos, y solo el sonido de los pájaros, que incansables vuelan sin pausa para alimentar a sus crías.

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Navaliego 1970

Peña Mea, esta pequeña aldea es un manifiesto contra el olvido, esa disciplina sin geometría, como esas camas desechas que esperan por sus cuerpos cada noche, con la esperanza de sentir su calor. En Navaliego volvimos a ver esas camas que alguien había abandonado recientemente, y que Olegario, un personaje irrepetible, empeñado en volverle la vida a aquellas casas, restauradas con mimo y paciencia, luchador incansable para evitar que el abandono se adueñe de la pequeña aldea, y que él ofrece a todos los que quieran olvidarse de humos, aglomeraciones, y coronavirus, a cambio de regalarle a los ojos paisajes de bosques infinitos, y solo el sonido de los pájaros, que incansables vuelan sin pausa para alimentar a sus crías. Sentados con él, a la sombra de un hórreo, y con una botella de sidra, de la que nos servía en vasos individuales, como marca la nueva normativa anticontagios, fue desgranándonos la que fue prospera vida de la aldea, allá por los años 60 y 70. En una fotografía que tiene enmarcada, nos muestra como era el pueblo en aquellos años. Sus casas habitadas en su totalidad. Familias amplias y con abundante prole. El cien por cien de los vecinos compaginaban el trabajo en las minas del entorno, ninguna a menos de una hora caminando por el monte, algunas incluso a dos horas, con las labores ganaderas. No había lugar para el aburrimiento. En la foto superior vemos las múltiples tierras donde se sembraba maíz y escanda, que luego molían en molinos de agua, y en algún caso, cuando esto no era posible, en otros accionados a mano, mediante unas manivelas. Dos de ellos fueron restaurados con mimo, y se muestran a los visitantes como auténticas reliquias de ingeniería rural. En uno situado en un paraje de increíble belleza, descubrimos todo un tratado demográfico, en forma de una tabla, que, colocada en una pared, enumeraba una a una, las familias que habitaban la aldea, con sus nombres, y el número de hijos de cada familia. Quedamos asombrados al fijarnos en la cantidad, porque alguna figuraba con 15, otras con 8 o 10, y 2 la que menos. Nos sorprendió porque estamos hablando de que eso acaeció en una sola generación, por eso mencionábamos al principio el símil de la guadaña de la despoblación. En la charla, a la que luego se sumó Rufino, otro habitante de una aldea cercana, nos mencionaba que, en aquellos montes, antiguamente eran el hábitat de numerosos osos, de los que nos muestra la caza de uno de ellos, allá por los años veinte. Nuestro amigo, gran aficionado a esta actividad cinegética, nos sorprende enseñándonos uno disecado, que amenazante figura al final de una escalera. Nos dice que lo cazó en Alaska. Personajes singulares. Soñadores, y que luchan porque la vida no abandone definitivamente nuestras aldeas, como los espejos que no se acuerdan de sus visitantes, unos segundos después de devolverles la última imagen. Si un día buscan estos lugares, acuérdense, Navaliego, cerca de Villoria. Laviana. Pregunten por Olegario.

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Juanjo Gallardo


El humo Raúl tenía 87 años, vivía a la vuelta de mi casa, le habían cortado la luz, le habían cortado el gas. Por eso hacía fuego con leña para calentarse la pava. Por las noches prendía velas para poder ver dentro de su rancho. Cuando me desperté, luego de ir al biorsi, abrí la ventana, ahí sentí el olor a quemado. Éramos varios vecinos que sentimos lo mismo. Se prende fuego una casa, dijo Manuel. Ahí salí, y me enteré que Raúl estaba adentro, entre las llamas. Su primo José me dijo, entre sollozos: “No lo pude sacar, no lo pude sacar.” José vive arriba de Raúl. Lo despertó el humo, bajó y no pudo ayudar, solo salió a la calle a pedir auxilio. Raúl te hizo caso amigo/amiga, se quedó en su casa. Raúl estaba afuera del sistema. Ese mismo que muchos defienden. “Inconsciente, quédate en casa”. Raúl les hizo caso. Todavía está en su casa, están haciendo las pericias en este mismo momento. Su leña, pa’ calentar agua pal mate, lo mató. Qué importa, si no murió de coronavirus. Y esto no va a salir en ningún medio. Un par de policías me hablaron muy bien, me pidieron datos con la mejor onda. Pero, un par de gorras, me dijeron: “¡No podés hacer fotos!” ¿Por qué?, me atreví a preguntarles. Porque no, fue la inteligente respuesta. Buen viaje, Raúl, mejor para vos que ya no estés acá. ¡Esto es una locura! Una señora me preguntó qué pasó. Cuando le conté, su exclamación fue, uhuuu, pobre. Y luego, mirando al verdulero, la doña dijo: —Me das un kilo de bananas. Descansa en paz, Raúl.

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Fotos seleccionadas Junio de 2020


Water trap and thread, por Voytsekhov

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

2020, por M.Dasha 78—

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2020, por M.Dasha 2 —79

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

After the rain, por EdwardGordeev

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Automotive workshop, por Yuri Gagari

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Bear dialogue, por S.Ivanov

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Dancer, por Oxana

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Dar es dar, por Juanjo Gallardo II

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Ethiopian man, por Deven O’Toole —85

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

In the pause, por Irina 86—

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Juego de Tronos, por Arantxa

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

La Habana. Cuba, por Anna

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Namibian woman, por Deven O’Toole —89

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Nude, por George

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Pecherías, por E.Horobets

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Penumbra..., por Kamarón Viesca

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Portrait, por Andreeva

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Precariedad en tiempo de crisis, por Pepe Latas 94—

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Rue de Paris, por François Arnaud —95

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

There is life, por Milen

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Tree house..., por Ionut Caras

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Turrón 2, por josé luis garrido gonzález

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Viajar con autocaravana, por Mario Eduardo Blanco

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Aged, por Anna

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An enchanted world, por Vadim Truno

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Arches-National-Park-, por Quino

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Artilleria antiaérea., por Kamarón Viesca

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

años 30, por Pepe Latas

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Berlín, por Isadora del Valle —105

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Between fruit, por David D 106—

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Bodegón de Tatiana

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Bénouville,-Normandia,-Francia, por Grecia Blanc 108—

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Callejeando, . . III, por José Antonio Machado —109

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Calma y silencio, por Daniel

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Cantábrico 2, por jose luis garrido gonzalez

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Carlos, por Juanjo Gallardo II

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Chateau de la Bretesche, por E.Horobets

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

China rural, por Daniel

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Cleanliness, por Milen

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Cool, por Susana Gudiño

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Cruce, por Daniel

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Dancer, por Oxana2 118—

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Desayuno en Tiffanys, por Dimitriv —119

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

desc Vehículos (trilogía), por Pepe Latas arga

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The girl in the red hat, por George

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Patricia. (Retratar el retrato de un retrato), por Mario Eduardo Blanco García

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Eve, por Duong Dinh —123

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Una Joya Universal...., por José Ortega Domínguez

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Desde Islandia., por JohnAavitslan

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Desierto de Namib, por J.L.Maylín

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Eduardo Galeano, por Juanjo Gallardo II

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

El agarre del amor., por Kamarón Viesca

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el caido, por Pepe Latas

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

El ojo, por Susana Gudiño

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Ethiopian woman, por Deven O’Toole

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Faro Tapia de Casariego., por Kamarón Viesca

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Flor de girasol, por Ildefonso Robledo

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Frutos secos, por Albert Navas

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Fuga de gas., por David Morán Barbón

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Girlfriend, por Eric 136—

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Good sensations, por Jesús Alvarez Rodríguez

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Gruta con vistas, por Albert Navas

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Hay que madrugar.El amanecer., por Manuel Antonio Centeno LLorente

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Isla de Senja, por EdwardGordeev

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La Habana2. Cuba

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Last memories, por Jesús Alvarez Rodríguez

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Lingerie, por Yi Wan —143

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Moda y Glamour. Fotos de encargo editorial, por Catherina 144—

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Moda y Glamour. Fotos de encargo editorial, por Catherina —145

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Mom with baby, por Aleksey

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Monk, por Duong Dinh —147

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

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Perito Moreno, por Yuri Gagari

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Pero que buenos que estaban..., por Julia

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Pictures, por A. Zharov

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Playa de la Malvarrosa - Barca

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Prague, por S.Benz

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Prague, por S.Benz2 154—

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Puesta d sol en el Delta de Okavango por J.L Maylin

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Resistiendo la fuerza del viento., por Kamarón Viesca

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Retratos animalescos

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Still life, por Michael

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Study session with Gladys, por Arkadiy —159

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Sueños, por Paulina Stpetersburg

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Sunset reflections, por EdwardGordeev

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Tarde de pesca., por Manuel Antonio Centeno LLorente

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The violinist de Andrew Lucas

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

The violinist, por Lucas

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Todo limpio, lavado, y ahora puedes relajarte

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Un antiguo monasterio Capuccino

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Tour-Eiffel, depuis la Seine. Paris, France, por François Arnaud

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Una mirada amiga, por A.Polyakovvfr

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Varadero.Cuba, por Ana —169

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Vehículos (trilogía), por Pepe Latas

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Winter portrait, por Eric —171

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Atardecer..., por Kamarón Viesca

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Xiao, por Anna

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Ciclismo, por Noly

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Cudillero, por Caxigalines

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

El mundo de las estrellas, por Loco Matarov

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Mireia..., por Kamarón Viesca —177

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Monk walking in ayudtaya world heritage on during sunrise,Thailand, por Saravut Whan

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RAQUEL, por JL.Maylin

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Riomaggiore. (Cinque Terre), por Maikel Reyfman

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Airport, por K i K e

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Baita..., por kristof browk

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At half light, por Sasha

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Bonsai III, por Karol Poland

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Kamchatka Costa del pacifico., por A. Grachev

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Crimen y castigo, por Fran Marat 2

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Crimen y castigo, por Fran Marat

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

El niño cantor, por Juanjo Gallardo II 188—

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Girlfriend, por Irina

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Glamour en blanco., por Margarita

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Grainau,-Alemania, por Isadora del Valle

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Highly skilled workers. Smolitskiy and team of MIR, por Nodia

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Homenaje a las víctimas del Holocausto. Berlín, por Isadora del Valle —193

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Mirada, por Pepe Latas

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Mireia. de Kamarón Viesca —195

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Mirrors, por kristof browk

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Nueva York, por Pelayo

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Rabbit, por Vladimir

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NY, por Ingrid Sanz —199

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Rainy afternoon and fishing, por Osman Naim 200—

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Rainy afternoon and fishing, por Osman Naim —201

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Teen smile, por Olga

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The bare tree, por Kinsuk l

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

The rabbi, por Aleksandre

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The return, por Igor —205

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

The Statue of Liberty., por Ingrid Sanz 206—

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The teacher and Margarita de Kezzin

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Un atardecer en La Capadocia, por Loco Mataro

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Visto y no visto., por Raúl Gorostiza

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Fotos seleccionadas. Junio 2020

Woman fashion, por Pavel 210—

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Woman portraits, por Lenin Kaspov —211

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Juanjo Arrojo


Treinta años del “Elogio del Horizonte”, caracola de Gijón El 9 de junio de 1990 se inauguró en el Cerro de Santa Catalina, de Gijón, la escultura del escultor vasco Eduardo Chillida, “Elogio del Horizonte”, una obra de arte en la que es protagonista el hormigón, lo que en su día le valió críticas desaforadas en las que se mezclaba el desprecio al hormigón como posibilidad artística, el precio que constó instalar la obra, 100 millones de las antiguas pesetas (600.000 euros de hoy) que entonces pareció elevado y hasta su ubicación en un lugar privilegiado de la geografía marina de Gijón. Treinta años más tarde aquellas críticas, cuando el Elogio del horizonte se ha consolidado como uno de los símbolos de Gijón, hacen sonreír con abochornada nostalgia. El pasado 6 de junio, en un acto conmemorativo al pie de la propia escultura, se recordaba el momento de su inauguración en 1990 con la presencia del propio Eduardo Chillida y se inauguraba una una exposición de paneles callejeros ilustrados que recogen la forma en que Chillida desarrolló la obra y parte de la historia de Gijón antes y después del Elogio. La exposición, que consta de dos partes —Treinta Años del Elogio del Horizonte y Elogio de Gijón— informa, a través de textos, fotografías e imágenes, del sentido de la obra, de su autor y de su proceso de creación, al par que hace un recorrido por la historia del Gijón de los últimos treinta años. En dicho acto conmemorativo, la alcaldesa de la ciudad, Ana González, definió la escultura como un “símbolo de la ciudad” que, dijo,representa “un abrazo de solidaridad que cobra vida porque es un organismo vivo”. Al respecto, suele recordarse que, desde el centro de esta impresionante escultura, se escucha el mar como si de una caracola se tratase. Para celebrar esta efemérides, Luz y Tinta publica las siguientes treinta fotos de la escultura realizadas por Juanjo Arrojo a lo largo de los treinta años de vida de esta caracola mágica.

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Pepe Latas


Globos sobre Gijón De siempre la aspiración del hombre ha sido volar. Desde el mitológico Ícaro hasta los modernos aviones ultrasónicos han sido muchas las energías empleadas en emular el vuelo de las aves mediante los inventos más arriesgados y las técnicas más sofisticadas. Uno de los inventos aeronáuticos más vistosos es el de los globos, que popularizó la literatura de Julio Verne —Cinco semanas en globo y La vuelta al mundo en 80 días son sus novelas más famosas al respecto— y que no ha dejado de asombrar desde entonces. Gijón mantiene desde hace años una regata de globos que contribuye a popularizar un modo de volar vistoso por lo exótico y por el colorido de las aeronaves que toman parte en este evento consolidado en el verano gijonés que tiene, como platos fuertes, una exhibición por encima de la ciudad, rozando casi los tejados; un espectáculo de aterrizajes sobre la bahía de San Lorenzo, mientras el público está en la playa; y un espectáculo nocturno en que las llamas que calientan el aire que hace elevarse a los globos son un aliciente más en el colorido de la muestra aerostática. Esta muestra nocturna, el llamado “Nigth glow”, se celebra en la explanada del “solarón”, en pleno centro de la ciudad. Las fotos de este reportaje gráfico de Pepe Latas dan cuenta de lo vistoso de una ‘regata’ cargada de nostalgia y espectacularidad.

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Irina Dzhul

“La historia de un guerrero”. Le disparé a mi clase magistral en Kiev Ph: Irina Dzhul -mastery.com/ Manager: K senia Musiychuk Mua: A lesia Opanashchuk Reportaje fotográfico aquí: https://vk.com/id 0 6?w=wall 0 6


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Así se hizo ২


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Nadima (Shibina Nadegda)


Muñeca Leo en la Wikipedia la definición de ‘muñeca’: “Una muñeca es una figura; generalmente de un bebé, una niña o una mujer hecha de madera, cartón, trapo, plástico, etc; que sirve de juguete y entretenimiento a los niños. En determinadas ocasiones, también se fabrican colecciones o series destinadas a adultos que pueden estar fabricadas en madera, porcelana, celuloide o cera.” Como corresponde a una definición de este tipo es sumamente aséptica. Para lo que yo entiendo por una muñeca falta una de sus dimensiones más importantes, la de los sueños. Porque una muñeca en brazos de una niña es una fábrica de sueños. Sueños de maternidad, por supuesto, que es el aspecto que más se destaca siempre que se habla de estos juguetes. Pero sueños también de amor —amor maternal, amor de príncipes lejanos, amor de juegos infantiles...— y sueños de aventuras galantes y de aventuras exóticas. Sueños de niños que ven el mundo con los ojos de la imaginación y entienden que no hay nada más hermoso que soñar despierto. Aunque a veces los sueños se crucen con aspiraciones y deseos; y sobre todo con espejos que devuelven imágenes deformadas o tan reales que, de suyo hirientes, rompen el azogue del espejo, salen de su mundo cerrado y abren de par en par otro universo de realidades encontradas. Por eso, quizás, desde que vi estas hermosas fotos de Nadima recordé un poema del poeta cubano José Ángel Buesa titulado “Las dos muñecas” y que debo copiar entero porque resume de forma magistral lo que he querido decir: I La nieta del mendigo suspira amargamente, mojando con sus lágrimas la muñeca de trapo: Sobre la falda humilde, como una cosa ausente, la muñeca es ahora solamente un guiñapo. Porque aquella mañana cruzo frente a su choza un brillante cortejo, rumbo al palacio real, y vio a una niña triste, que, en una áurea carroza, llevaba una muñeca de marfil y cristal. II Y, en tanto, en el palacio del benévolo abuelo, donde su ruego es orden y su capricho es ley, con los húmedos ojos llenos de desconsuelo, también llora la rubia nietecita del rey. Y también su muñeca sin par es un harapo, ya sin traje de oro ni cabellos de trigo, pues la princesa ansía la muñeca de trapo que tenía en su falda la nieta del mendigo. Muñecas, en fin, que más que juguetes son símbolos, realidades transplantadas al mundo de los sueños, espejos, por supuesto, que dependiendo del ángulo en que nos asomemos a él devuelven nuestro propio rostro o la imagen deformada de una realidad que en nada se nos parece o de una existencia que subraya sin alivio aquellos que somos o que queremos ser.

Claudio Serrano —259


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Imagen de Rudy and Peter Skitterians en Pixabay

Repertorio de

Fotógrafos Españoles

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Fernando Alda Su abuelo le transmitió el interés por la fotografía, en la que trabaja profesionalmente desde 1981. Instalado en Sevilla desde 1986, se especializó en fotografía de arquitectura al año siguiente de manera casual, tras encargar la reforma de su estudio a unos amigos arquitectos y realizar unas fotografías de sus trabajos en concepto de pago. En España, Alemania, Panamá o Brasil, entre otros países, Fernando Alda ha fotografiado las obras de cientos de arquitectos españoles, como Nieto Sobejano o Campo Baeza, y extranjeros, como Álvaro Siza. Estas fotografías han servido para mostrar en diversas exposiciones muchas de estas construcciones, algunas de ellas premiadas internacionalmente. Destaca la celebrada en The Museum of Modern Art de Nueva York en 2006, On-Site. New Architecture in Spain. Colabora con revistas especializadas como Arquitectura Viva, Casabella, A+U, Bauwelt, Wallpaper e Interior Design. Paralelamente, ha llevado a cabo un trabajo de investigación personal que se ha materializado en algunas exposiciones, entre las que figuran la celebrada en 2009 en el Colegio de Arquitectos de Cádiz, donde pudo verse su serie Tu alma es el mundo entero; la muestra que en 2011 acogió el centro cultural Isabel de Farnesio (Aranjuez), Del monumento a la ciudad, de la ciudad al mar; y La poética del esqueleto, que pudo verse en 2012 en Sevilla en la sala el Fotómata.

Publicaciones seleccionadas Sevilla x15, Sevilla, Colegio de Arquitectos de Sevilla, 1991; Desde el Sur, On Diseño 2000 Dreaming: soñando arquitectura, Jerez de la Frontera, Sala Cal, 2005; Madrid-Barcelona, en paralelo: dos ciudades en 40 imágenes, Madrid, Fundación COAM , 2005; Málaga, guía de arquitectura, Sevilla, Consejería de Fomento y Vivienda de Andalucía, 2005; Guía de arquitectura y paisaje de Panamá Sevilla, Inst. Panameño de Turismo y Junta de Andalucía, 2007; VV. AA., Guía de fotografía andaluza, Sevilla, Fundación de Madariaga, 2012. www.fernandoalda.com

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Fotografías que despertaron conciencias

Del colonialismo a la independencia de la India 14-15 de agosto de 1947. Delhi, India. “Al tocar la medianoche, mientras el mundo duerme, la India recuperará la vida y la libertad”. Con estas palabras, Jawaharlal Nehru, el primer ministro del país, anunció la independencia de la India, que oficialmente entró en vigor la noche del 14 de agosto de 1947. La separación de India y Pakistán, de confesión hinduista y musulmana respectivamente, fue difícil y costó muchas vidas: el éxito fue el resultado del compromiso político de ambas partes y de una larga campaña de protestas pacifistas lideradas por Gandhi. Pero también fue debido a la intervención de lord Louis Mountbatten, el último virrey británico. Sin embargo, el proceso todavía no ha concluido: la república no se proclamaría hasta 1950, y durante diez meses lord Mountbatten permaneció en el poder como gobernador general. Fue el responsable de conducir el país en la primera fase de transición. Henri Cartier-Bresson visitó la India entre 1947 y 1948 para documentar esta etapa histórica. Como muchas de sus famosas fotografías, esta imagen logra condensar en un instante la esencia de la historia. Lord Mountbatten, en primer plano, tiene la mirad fija en un documento, y parece que no presta atención a lo que sucede a su alrededor. Seguidamente, su esposa Edwina y Nehru conversan, aparentemente con cierta intimidad velada. Nuestra mirada sigue la línea diagonal que discurre entre el gobernador y Nehri, el nuevo protagonista de la política de la India: el fotógrafo se centra en él. Sentada entre los dos hombres se aprecia fugazmente el perfil de lady Mountbatten. La narrativa se desplaza de una dimensión pública a otra privada, desde la transferencia de las responsabilidades institucionales a las relaciones personales entre las tres figuras. Hoy en día se sabe que entre la mujer del gobernador y el primer ministro indio hubo un intenso vínculo romántico, que parece haber sido solo diplomático, y que se prolongó hasta la muerte de ella.

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