Luz y Tinta nº 100

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Nยบ 100 - Abril de 2020


Presentación

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Por fin, hemos llegado al número 100, este número mágico en el que confluyen las aspiraciones de los números anteriores, de todos los números precedentes. Desde el número 0 no hemos dejado de crecer. Iba a escribir ‘mejorar’, pero no me corresponde a mí enjuiciar la trayectoria de calidad que hemos venido siguiendo desde aquel lejano día. Han sido muchos los meses ocupados en confeccionar esta revista que tantas satisfacciones nos viene dando. Para ello, solo hemos seguido una norma: hacer aquello que nos gusta y hacerlo como pensamos que puede gustar a nuestros lectores que, por cierto, han ido creciendo mes a mes hasta llegar a las cifras actuales, realmente motivadoras: en el momento en que escribo, el número 99 está a punto de alcanzar las 17.000 visitas, una cantidad realmente notable que, no es por sacar pecho innecesariamente, muchas publicaciones seguramente envidiarán. El crecimiento ha sido innegable y satisfactorio; por eso, como motivo de este número, hemos elegido el ala delta, como símbolo de nuestro afán por volar y volar, ascender poco a poco y seguir persiguiendo metas que en este momento sería incapaz de considerar. De momento, es preciso asimilar lo hasta ahora realizado, procurando no sucumbir al éxito: no todo está conseguido, aunque la euforia de esta celebración pudiera hacernos pensar lo contrario. Por eso hemos llevado a la portado esa bombilla, icono que se ha utilizado desde siempre para identificar la generación de las ideas. Y ese es el deseo que quisiera expresar en este número 100: que no nos abandonen las ideas, ni por supuesto la colaboración de nuestros impagables colaboradores, capaces de rellenar este mágico número 100 con aportaciones literarias y fotográficas que nos han llevado a un ejemplar de casi 700 páginas, símbolo de la vitalidad de nuestra revista Luz y Tinta. Casi 700 páginas, efectivamente, de modo que su visión y su lectura puede colaborar a rellenar este tiempo extra que nos han regalado con el confinamiento a que nos somete ese invisible pero todopoderoso virus, Covid-19, por mal nombre coronavirus. Porque mientras nosotros, imitando el título de Juan Marsé, estamos encerrados con nuestro juguete, este número 100, fuera ruge la marabunta de ese coronavirus del que tanto habrá que hablar. Entre las cosas más sensatas que he podido leer sobre esta reclusión a que nos obliga esta pandemia, destaco lo que decía el microbiólogo español, Julio Martínez Aniceto: “Se salvan más vidas evitando que haya enfermos que tratándolos”. Esto que puede parecer una perogrullada es en cambio una máxima que debe guiar nuestras reflexiones. Evitar antes que tratar, lógicamente, una enfermedad que nadie vio venir, que nadie en su sano juicio puede decir que estuviera a la vista hasta que nos golpeó de lleno; y ello, su imprevisión y la sorpresa de su ataque, así como la dureza de sus efectos imprevisibles hace meses, a pesar de esa legión de inconscientes que, en lugar de centrarse en buscar escenarios para aportar ideas centradas en combatir la enfermedad, aprovechan la situación para arrimar el ascua a su sardina, instalados en una pugna política que tiene mucho de rapiña electoral y muy poco de lealtad institucional. Nosotros, mientras tanto, aquí seguimos, trabajando con luz y con tinta, con fotografías y con textos, celebrando nuestras cien ediciones —y alguna más que algún día habrá que recontar, para recordar los especiales—, lamentando que las otras actividades que teníamos previstas se hayan tenido que quedar en la nevera y deseando a nuestros colaboradores y lectores que el coronavirus sean solo un tropezón en nuestra andadura por una vida que todos deseamos larga y provechosa. Y por cierto, acompañada por nuestra revista, Luz y Tinta, cuyas más de 600 páginas en esta edición pueden contribuir a hacer más llevadero el tiempo inevitable, y esperemos que eficaz, confinamiento.

Francisco Trinidad —3


Foto de portada. Diseño: Guendy. Elegir una foto para la portada no era una misión difícil, sino imposible. Basta con observar detenidamente los cientos de fotos que componen este especial número100 para comprender lo quimérico que puede resultar esa tarea. Por ello, hemos decidido una portadasin foto, pero con Camarito representando a todos los moldeadores y amantes de la fotografía, hoy confinados por el coronavirus, pero dentro del símbolo de las ideas y la creatividad, la bombilla que nos ilumina, “la luz” con la que se escriben las imágenes, “la tinta” de las letras en blanco en homenaje a todo el personal sanitario del mundo.

PROMOTOR y DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECCIÓN, DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Francisco Trinidad DIRECTORA DE COMUNICACIÓN: Lola González

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Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico info@moldeandolaluz.com moldeandolaluz.com


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Foto del Mes. Georgi Cherniadiev José Luis Cuendia, “Guendy” Francisco Trinidad, Historias de fantasmas Gloria Soriano, El destino de Frank A. Palacio Valdés, “Polifemo” Laudelino Vázquez, El chamán Mario Eduardo Blanco, El jamón de B y M Monchu Calvo, Parada para repostar Juan Depunto, El tiempo pasa Antonio Martínez Rodríguez, ¡Y ya van 100! Ildefonso Robledo, Venecia desde la ensoñación Pepe Latas, Homenaje a la Placa Húmeda Colodión César Colado Fotos seleccionadas. Marzo de 2020 Ionut Caras, Banco de historias Dasha Matrosova Irina Dzhul Jesús Álvarez Rodríguez, Paisajes asturianos José Ángel Viesca, “K amarón” Paulina Stpetersburg Nadima (Shibina Nadegda) Tatyana Saravut Whan, Arte y cultura tailandesa Anna Averianova, El viaje de mis amigos Daniel, Antártida Duong Dinh José Luis Maylín Kezzin José Vidarte, Peces de distintos continentes Felipe Pereda Jacobo Rodríguez Mike Reyfman Eric Burkhanaev, Guerreros

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Foto del mes de febrero, 202

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“Laundry” de Georgi Cherniadiev

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José Luis Cuendia, “Guendy”


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Ojo+Euro+Rey =

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Totalitarismos, No. Gracias. (De la serie Vanitas. Modelo: Paloma Mba Mangue.) —13


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Sueùos de una historia interminable. Modelo: Betty Moreno —33


Francisco Trinidad

A mi amigo Antonio Bravo, que sabe de literatura inglesa mĂĄs que nadie. En recuerdo de los buenos vinos perdidos

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Una historia de fantasmas Cuando compré esta mansión georgiana, y por aquello de ir conociendo el pueblo, me acerqué algunas tardes al pub, disfrutando del paisaje de castaños y avellanos en el kilómetro y medio que nos separa. Una vez en la barra del popular y cuidado establecimiento, pedía un té con leche e invariablemente se me acercaba algún vecino curioso que me hacía preguntas de todo tipo, desde mi historia personal antes de comprar la casa hasta mis planes de futuro y los de mi familia. Yo contestaba lo que me apetecía en cada momento, sin mentir, pero dejando claro que los silencios son muy expresivos y que las palabras suelen ser como un cepo. Así me gané fama de zorro, lo que me preocupa bien poco, y así conseguí que en lo sucesivo los vecinos preguntaran lo mínimo. Siempre correspondí a su saludo y siempre respondí a sus preguntas, aunque mis contestaciones no les resultaran del todo satisfactorias, por lo escuetas a veces y por lo incomprensibles más veces aún. Cómo explicarles a estos curiosos vecinos lo que ni yo mismo entiendo. Lógicamente, cada vez se me acercaban menos en el pub o en las calles, las pocas veces que las paseaba, y sobre todo desde que trascendió, aparte mi bien ganada fama de solapado, mi supuesta falta de respeto hacia los fantasmas que pudieran cohabitar en mi casa. Todo fue, claro, porque una de las tardes en que me acerqué al pub un viejo rubicundo de ojos saltones al que había visto algunas veces

dicho que en la casa en que usted vive mora el fantasma de Lady Pamela Hamilton, viuda de lord Edward Hamilton, que fue asesinada por su palafrenero?

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sin mantener ningún tipo de conversación con él acercó su jarra de cerveza a mi taza de té y, tras un lacónico saludo, me espetó a boca jarro: —¿Ya le han dicho que en la casa en que usted vive mora el fantasma de Lady Pamela Hamilton, viuda de lord Edward Hamilton, que fue asesinada por su palafrenero? Me hizo tanta gracia la especie que a punto estuve de soltar la carcajada, pero me contuve y miré al paisano con toda la ironía del mundo, mientras le decía, divertido y ajeno a su preocupación: —No lo sabía, pero si alguna noche me la encuentro arrostrando su condena y arrastrando su cadena tendré mucho gusto en presentarle mis respetos. En ese momento se hizo un agobiante silencio a nuestro alrededor y noté todos los ojos, estupefactos, fijos en mi. Parece ser que había pinchado en hueso. Me encogí de hombros, apuré el té que me quedaba y salí al fresco del otoño. Cuando llegué a la casa, me dejé embargar por una risa tonta que a nada conducía, lógicamente, pero que me reconciliaba con esa parte de mi sentido del humor que traza fronteras. No volví a acordarme de Lady Pamela Hamilton hasta un par de meses después. Una tarde, leyendo en la sala que había instalado en el ala oeste, sentí como una presencia ajena, levanté los ojos y pude ver, enfrente de mí, a una bella dama ocupando uno de los butacones bajo la ventana que da al jardín. Tenía una densa

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melena de reflejos caoba que enmarcaba unas facciones delicadas, muy expresivas, y dominadas por el marrón de unos ojos cálidos y penetrantes que me miraban. Aparentaba unos cincuenta años, quizás menos, y aparecía envuelta en una especie de bruma, como recubierta por un cendal de gasa fina. Supuse que sería el fantasma de Lady Pamela Hamilton o la representación mental que yo me hacía de aquella quimera que tan poco me preocupaba. Y supuse también que tal como había llegado se marcharía, sin aspavientos, sin cadenas, sin gemidos…; en fin, como un fantasma educado. Pero no fue así. Lady Pamela había decidido acompañarme y desde aquel día, siempre que me recluía en aquella sala, ella me acompañaba en silencio, sentada bajo aquella ventana, hierática e inmóvil. Yo la miraba de vez en cuando de reojo y allí seguía. Si tomaba el jerez que suelo beber algunas tardes acompañando mi lectura, allí estaba ella y creo que, al igual que cuando leía estaba silenciosa e inmóvil, cuando bebía sus labios adoptaban en cambio un rictus que recordaba una sonrisa lejana, no muy propia de un fantasma, todo hay que decirlo. Así me acompañó durante diecisiete años, más o menos. Solo desaparecía de su asiento y solo abandonaba su quietud fantasmal las tardes en que, en lugar de leer o tomar mi jerez en silencio, encendía el televisor para seguir un partido de polo o una carrera de caballos de Ascot o del Grand National. Quizás le molestaba el griterío de las gradas de seguidores de aquellas competiciones o quizás no es muy apropiado para un espectro participar de un mundo virtual como el de la televisión en el que la realidad y la ficción se mezclan para alumbrar oscuros rincones que muchas veces subvierten el subconsciente. Diecisiete años, digo bien, fiel a nuestra cita y en que no me abandonó ni una sola de las tardes en que me senté en mi butacón de lectura, bien para leer, bien para degustar dos dedos de mi jerez preferido mientras mis pensamientos volaban por el parterre del ensueño. Hasta que una tarde desapareció. Leía yo una de las ficciones de Henry James, The third Person, cuando noté su ausencia. Levanté los ojos en un momento de la lectura y me di cuenta de que ella no estaba en su silla de costumbre. Miré por toda la sala, por si se le hubiera ocurrido cambiar de ubicación y hasta me levanté y me asomé al jardín por si hubiera decidido tomar el aire en aquella tarde densa. Al día siguiente tampoco apareció; y así, un día tras otro, tarde tras tarde, hasta completar la semana. El domingo, a eso de las ocho de la tarde, cuando estaba a punto de cerrar el Sons and Lovers, de Lawrence, sentí una especie de sacudida en el corazón y comprendí que había llegado mi hora, ese eufemismo que usan los humanos para evitar la mención de la muerte. A partir de entonces, esta mansión quedó de nuevo vacía, alimentando la fantasía de los habitantes del pueblo que siguen divulgando el breve paso de Lady Pamela Hamilton por la vida consciente y su larga singladura como fantasma perdido en pasillos polvorientos, estancias mal iluminadas y sonidos desencajados de la rutina. Hasta que hace un par de meses sentí cierta pulsión, indefinible pero inevitable, que me hizo volver a esta sala, que seguía más o menos como aquel domingo en que la llamada del tiempo me hizo abandonar la lectura de la novela primeriza de D.H. Lawrence. Aquella tarde todo seguía igual: recias estanterías de nogal repletas de literatura inglesa, un mueble bar en una esquina con buena provisión de espirituosos, cuatro cómodos butacones tipo Chester para la lectura reposada, un televisor descastado sobre una mesita baja y aquel butacón que durante diecisiete años ocupara casi todas las tardes Lady Pamela. La diferencia era que un vendedor, de engolada apostura, le explicaba a un matrimonio joven las ventajas del campo teniendo el pueblo a solo un kilómetro, las excelentes condiciones económicas de aquel palacete bien conservado y todas las posibilidades de reforma que podían acometerse,

✒ Una tarde, le-

yendo en la sala que había instalado en el ala oeste, sentí como una presencia ajena, levanté los ojos y pude ver, enfrente de mí, a una bella dama ocupando uno de los butacones bajo la ventana que da al jardín.

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Foto de Irina

✒ Aquella tarde

todo seguía igual: recias estanterías de nogal repletas de literatura inglesa, un mueble bar en una esquina con buena provisión de espirituosos, cuatro cómodos butacones tipo Chester para la lectura reposada, un televisor descastado sobre una mesita baja y aquel butacón que durante diecisiete años ocupara casi todas las tardes Lady Pamela.

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empezando por aquella sala, les decía, que amueblada con criterios modernos y desprovista de los pesados cortinajes actuales resultaría muy luminosa. La primera puñalada ocurrió pocas semanas más tarde. Asistí sin querer a la llegada de un trapero que se llevó mis libros con un destino incierto en la trasera de un ruidoso carricoche de esos que llaman furgonetas. Durante los meses siguientes asistí al zafarrancho de pintores, escayolistas. albañiles y carpinteros que le dieron un vuelco total a la sala. La amueblaron con impersonales muebles de Ikea, pusieron un par de lámparas de tipo led y coronaron el agravio con un televisor enorme y con cientos de juguetes ruidosos ocupándolo todo. Luego llegaron un par de mocosos, rubios y gritones, que se pelean continuamente y dan cuerda a todos los juguetes a la vez, mientras en el televisor se proyectan dibujos animados que —oh, milagro— algunas veces consiguen paralizar a estas dos condenadas criaturas. Yo en cambio cumplo con mi destino, vengo algunas tardes, me sitúo en una esquina, miro cómo gritan y juegan estos dos diablos y, sin dejarme ver, compadezco a Lady Pamela Hamilton si sigue asomándose como yo, buscando la tranquilidad perdida de esta sala que en su día convertí en gabinete de lectura y que hoy es una antesala del manicomio. Pero no puedo renunciar a estas penosas visitas, a pesar de toda la amargura que me producen. Es lo que tiene, supongo, el haberse convertido en fantasma sin nada que purgar y sin ningún crimen execrable que llevarse al recuerdo, por mucho que más de una vez me haya apetecido retorcerles el cuello a estos dos pipiolos que jamás dejan de gritar, que jamás apagan el maldito televisor y que jamás cogen un libro en el que puedan comprender que, más allá de sus gritos, existe un mundo silencioso y apacible, propicio para la muerte.


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Foto Mario Eduardo Blanco

Gloria Soriano

Nota previa El destino de Frank es una micronovela (el término me lo acabo de inventar) que consta de dos partes. La primera parte tiene seis breves capítulos, la segunda está compuesta por varios micros. En total, todo seguido, son unas doce páginas que iré publicando en números sucesivos de Luz y Tinta.

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PARTE 1ª

El destino de Frank Capítulo 1: El libro Saltó por la ventana del camarote a una balsa y alejado por las olas se perdió en la oscuridad. Fin de la novela. Me quedé pensativa, la espalda reposando sobre almohadones. No tenía claro si el monstruo creado por Víctor Frankenstein iba a morir. Su intención era suicidarse, ir al punto más septentrional del hemisferio, hacer una pira funeraria y esparcir las cenizas por el mar. Repasé las últimas páginas en busca de algún matiz que pudiera haber pasado por alto. Entonces releí: “mi espíritu descansará en paz; o, si es que puede seguir pensando, no lo hará de esta manera”. Él tenía dudas: ¿cómo sería lo que sigue al final del desamor, del dolor, de esa ofuscación que le impedía discernir el bien del mal? Sin cambiar de postura proseguí con mis cavilaciones. Hay humanos que amenazan con el suicidio reclamando atención, pero no quieren morir, solo desean que los amen; y hay monstruos muy humanos. A él no le faltaban motivos para el suicidio: el rechazo de todos, la muerte del padre, el sentimiento de culpa. Su creador le había negado el afecto y un nombre propio, una identidad. En el imaginario colectivo ambos se funden en un vocablo, Frankenstein: los mismos genes, el carácter atormentado. Decidí que en adelante, al hijo lo llamaría Frank. Hubo un tiempo en que a Frank, a pesar del rechazo de los hombres, la contemplación de la naturaleza le insuflaba deseos de vivir. Yo, mirando la pared que tenía mal iluminada al frente, era incapaz de imaginarlo quemándose a lo bonzo sobre una plancha de hielo o flotando a la deriva. Nadie había visto una fogata gigante cubriendo el cielo de nubes negras, y tampoco su cadáver. Apagué la luz y me dormí convencida de que Frank, el gigante, seguía vivo. Por más días que pasaban la idea de que Frank estaba vivo no se me iba de la cabeza ni del corazón. Más que una imagen, me rondaba un sentimiento. En otras novelas de finales abiertos, una vez que me decantaba por una opción, trágica o esperanzadora, me quedaba en paz. Que Frank estuviera vivo me inquietaba, no por miedo a sus violentas acciones, sino por lo terrible que me parecía vagar sin cariño, sin comprensión. Admitir la muerte de Frank significaba matar la esperanza de hacer justicia a un ser puro que las miradas ajenas convirtieron en monstruo.

✒ Hay humanos

que amenazan con el suicidio reclamando atención, pero no quieren morir, solo desean que los amen; y hay monstruos muy humanos. A él no le faltaban motivos para el suicidio...

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Capítulo 2: El trabajo Otra vez la rutina se impuso como un mantra. Aparentemente todo fluía, o se estancaba, con la serenidad de un jardín japonés. Un poco de sosiego me venía bien para trabajar. Era la cajera de un banco, la máquina de contar dinero. Con precisión de cirujano despegaba a gran velocidad las esquinas de los billetes enfajados. Uno, dos, tres… noventa y nueve. Falta uno, vuelta a empezar. Contar y leer eran mis dos principales ocupaciones. Los fines de semana quedaba con Isma y sus amigos para tomar una copa. El ruido del bar no dejaba espacio para la conversación. Cerrábamos la noche en un local con una pequeña pista de baile donde me exhibía cual pavo real. Tal despliegue a veces me granjeaba amantes que desaparecían con la luz del día. Invariablemente, los lunes mi vida regresaba a la abstracción de los números. De casa al metro novecientos pasos, del metro a la oficina cuatrocientos veinte. Una mañana tranquila de mediado de mes, mientras hacía un cuadre parcial, sentí voces en el patio de operaciones. A través del cristal del bunker vi a dos hombres jóvenes, bien vestidos. Uno de ellos, pistola en mano, agrupaba a mis compañeros contra la pared. Otro me ordenaba que le abriera la puerta del habitáculo donde me encontraba. El ladrón no llevaba ni arma, ni saco. Las manos libres. El dinero que iba guardando se le caía de los bolsillos. Aún le quedaba mucho por recoger. Parecía una acción no premeditada. El joven, muy nervioso, me pidió una bolsa de plástico. Sentí lástima por su agobio, y enojo por su falta de profesionalidad. Decidí servirle en vez de sermonearle, los nervios juegan malas pasadas. Vacié mi Louis Vuitton de mercadillo y se lo di. En el día a día yo solía arreglarme con cantidades que no superaban la décima parte de mi sueldo, pero aquella mañana vi desaparecer mi bolso portando unos cinco años de mi salario. Del atracador desarmado recuerdo su chaqueta de corte color mostaza, el pelo rubio, el sudor en la frente. No podría describir los detalles de su cara, lo miré sin ver, tal vez para no tener que reconocerlo, o tal vez porque esa era mi manera de mirar un rostro corriente. Del que sostenía el arma solo tengo una idea de su corpulencia, su espalda ancha. No sé qué les arrastró hasta el delito, si fue una venganza por un crédito denegado, o las necesidades del consumo. No tuve sensación de peligro, buscaban dinero y lo tendrían. En el caso de Frank, nadie entendió lo que quería y sintieron miedo ante su presencia. ¿Es acaso más peligrosa la fealdad que un arma? Yo no me asusté pero una compañera tardó tiempo en recuperarse. Después la empresa contrató un vigilante para disuadir con su presencia a los aficionados.

✒ No tuve sensa-

ción de peligro, buscaban dinero y lo tendrían. En el caso de Frank, nadie entendió lo que quería y sintieron miedo ante su presencia.

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Armando Palacio ValdĂŠs


“Polifemo” El coronel Toledano, por mal nombre Polifemo, era un hombre feroz, que gastaba levita larga, pantalón de cuadros y sombrero de copa de alas anchurosas, reviradas. Estatura gigantesca, paso rígido, imponente, enormes bigotes blancos, voz de trueno y corazón de bronce. Pero aún más que esto, infundía pavor y grima la mirada torva, sedienta de sangre, de su ojo único. El coronel era tuerto. En la guerra de África había dado muerte a muchísimos moros, y se había gozado en arrancarles las entrañas aún palpitantes. Esto creíamos al menos ciegamente todos los chicos que al salir de la escuela íbamos a jugar al parque de San Francisco, en la muy noble y heroica ciudad de Oviedo. Por allí paseaba también metódicamente, los días claros, de doce a dos de la tarde, el implacable guerrero. Desde muy lejos columbrábamos entre los árboles su arrogante figura, que infundía espanto en nuestros infantiles corazones; y cuando no, escuchábamos su voz fragorosa, resonando entre el follaje como un torrente que se despeña. El coronel era sordo también, y no podía hablar sino a gritos. —Voy a comunicarle a usted un secreto —decía a cualquiera que le acompañase en el paseo.— M i sobrina Jacinta no quiere casarse con el chico de Navarrete. Y de este secreto se enteraban cuantos se hallasen a doscientos pasos en redondo. Paseaba generalmente solo; pero cuando algún amigo se acercaba, hallábalo propicio. Quizá aceptase de buen grado la compañía por tener ocasión de abrir el odre donde guardaba aprisionada su voz potente. Lo cierto es que cuando tenía interlocutor, el parque de San Francisco se estremecía. No era ya un paseo público; entraba en los dominios exclusivos del coronel. El gorjeo de los pájaros, el susurro del viento y el dulce murmurar de las fuentes, todo callaba. No se oía más que el grito imperativo, autoritario, severo del guerrero de África. De tal modo, que el clérigo que le acompañaba (a tal hora, sólo algunos clérigos acostumbraban a pasear por el parque), parecía estar allí únicamente para abrir, ahora uno, después otro, todos los registros que la voz del coronel poseía. ¡Cuántas veces, oyendo aquellos gritos terribles, fragorosos, viendo su ademán airado y su ojo encendido, pensamos que iba a arrojarse sobre el desgraciado sacerdote que había tenido la imprevisión de acercarse a él! Este hombre pavoroso tenía un sobrino de ocho ó diez años, como nosotros. ¡Desdichado! No podíamos verle en el paseo sin sentir hacia él compasión infinita. Andando el tiempo he visto a un domador de fieras introducir un cordero en la jaula del león. Tal impresión me produjo, como la de Gasparito Toledano paseando con su tío. No entendíamos cómo aquel infeliz muchacho podía conservar el apetito y desempeñar regularmente sus funciones vitales, cómo no enfermaba del corazón ó moría consumido por un aliebre lenta. Si transcurrían algunos días sin que apareciese por le parque, la misma duda agitaba nuestros corazones. “¿Se lo

Armando Palacio Valdés (18531938) fue un novelista asturiano mundialmente reconocido. Autor de 22 novelas entre las que se pueden destacar varias obras maestras —Marta y María, El cuarto poder, La fe, La espuma o La aldea perdida, por ejemplo—, sus obras fueron traducidas a todos los idiomas cultos del mundo y es el autor español que más títulos tiene adaptados al cine. Es así mismo autor de algunos cuentos recogidos en todas las antologías del siglo XIX, entre ellos este Polifemo que es una auténtica filigrana literaria y que traemos a este número 100, constatando que mantiene la emoción a pesar de los más de cien años que nos separan de su publicación.

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Imagen de VintageBlue en Pixabay . habrá merendado ya?” Y cuando al cabo le hallábamos sano y salvo en cualquier sitio, experimentábamos a la par sorpresa y consuelo. Pero estábamos seguros de que un día u otro concluiría por ser víctima de algún capricho sanguinario de Polifemo. Lo raro del caso era que Gasparito no ofrecía en su rostro vivaracho aquellos signos de terror y abatimiento que debían de ser lo únicos en él impresos. Al contrario, brillaba constantemente en sus ojos una alegría cordial que nos dejaba estupefactos. Cuando iba con su tío marchaba con la mayor soltura, sonriente, feliz, brincando unas veces, oras compasadamente, llegando su audacia ó su inocencia hasta a hacernos muecas a espaldas de él. Nos causaba el mismo efecto angustioso que si le viésemos bailar sobre la flecha de la torre de la catedral. “¡Gastaar!” El aire vibraba y trasmitía aquel bramido a los confines del paseo. a nadie de los que allí estábamos nos quedaba el color entero. Sólo Gasparito atendía como si le llamara una sirena. “¿Qué quiere usted, tío?” y venía hacia él ejecutando algún paso complicado de baile. Además de este sobrino, el monstruo era poseedor de un perro que debía de vivir en la misma infelicidad, aunque tampoco lo parecía. Era un hermosos, danés, de color azulado, grande, suelto, vigoroso, que respondía por el nombre de Muley, en recuerdo sin duda de algún moro infeliz sacrificado por su amo. El Muley, como Gasparito, vivía en poder de Polifemo lo mismo que en el regazo de una odalisca. Gracioso, juguetón, campechano, incapaz de falsía, era, sin ofender a nadie, el perro menos espantadizo y más tratable de cuantos he conocido en mi vida.

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El Muley vivía en poder de Polifemo lo mismo que en el regazo de una odalisca. Gracioso, juguetón, campechano, incapaz de falsía, era, sin ofender a nadie, el perro menos espantadizo y más tratable de cuantos he conocido en mi vida.

Imagen de OpenClipart-Vectors en Pixabay Con estas partes no es milagro que todos los chicos estuviésemos prendados de él. Siempre que era posible hacerlo, sin peligro de que el coronel lo advirtiese, nos disputábamos el honor de regalarle con pan, bizcocho, queso y otras golosinas que nuestras mamás nos daban para merendar. El Muley lo aceptaba todo con no fingido regocijo, y nos daba muestras inequívocas de simpatía y reconocimiento. Mas a fin de que se vea hasta qué punto eran nobles y desinteresados los sentimientos de este memorable can, y para que sirva de ejemplo perdurable a perros y hombres, diré que no mostraba más afecto a quien más le regalaba. Solía jugar con nosotros algunas veces (en provincias y en aquel tiempo entre los niños no existían clases sociales) un pobrecito hospiciano, llamado Andrés, que nada podía darle, porque nada tenía. Pues bien, las preferencias de Muley estaban por él. (Los rabotazos más vivos, las carocas más subidas y vehementes a él se consagraban, en menoscabo de los demás.) ¡Qué ejemplo para cualquier diputado de la mayoría! ¿Adivinaba el Muley que aquel niño desvalido, siempre silenciosos y triste, necesitaba más de su cariño que nosotros? Lo ignoro; pero así parecía. Por su parte, Andresito había llegado a concebir una verdadera pasión por este animal. Cuando nos hallábamos jugando en lo más alto del parque al marro ó a las chapas, y se presentaba por allí de improviso el Muley, ya se sabía, llamaba aparte a Andresito, y se entretenía con él largo rato, como si tuviese que comunicarle algún secreto. La silueta colosal de Polifemo se columbraba allá entre los árboles.

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Busto de Armando Palacio Valdés en el Campo de San Francisco de Oviedo, lugar en que se desarrolla este relato.

Pero estas entrevistas rápidas y llenas de zozobra fueron sabiéndole a poco al hospiciano. Como un verdadero enamorado, ansiaba disfrutar de la presencia de su ídolo largo rato y a solas. Por eso, una tarde, con osadía increíble, se llevó a presencia nuestra el perro hasta el Hospicio, como en Oviedo se denomina la Inclusa, y no volvió hasta el cabo de una hora. Venía radiante de dicha. El Muley parecía también satisfechísimo. Por fortuna, el coronel aún no se había ido del paseo ni advirtió la deserción de su perro. Repitiéronse una tarde y otras tales escapatorias. La amistad de Andresito y Muley se iba consolidando. Andresito no hubiera vacilado en dar su vida por el Muley. Si la ocasión se presentase, seguro estoy de que éste no sería menos. Pero áun no estaba contento el hospiciano. En su mente germinó la idea de llevarse el Muley a dormir con él a la Inclusa. Como ayudante que era del cocinero, dormía en uno de los corredores al lado del cuarto de éste en un jergón fementido de hoja de maíz. Una tarde condujo al perro al Hospicio y no volvió. ¡Qué noche deliciosa para el desgraciado! No había sentido en su vida otras caricias que las del Muley. Los maestros primero, el cocinero después, le habían hablado siempre con el látigo en la mano. Durmieron abrazados como dos novios. Allá al amanecer, el niño sintió el escozor de un palo que el cocinero le había dado en la espalda la tarde anterior. Se despojó de la camisa: —Mira, Muley —dijo en voz baja mostrándole el cardenal. El perro, más compasivo que el hombre, lamió su carne amoratada. Luego que abrieron las puertas, lo soltó. El Muley corrió a casa de su dueño; pero a la tarde ya estaba en el parque dispuesto a seguir a Andresito. Volvieron a dormir juntos aquella noche y la siguiente, y la otra también. Pero la dicha es breve en este mundo. Andresito era feliz al borde de una sima. Una tarde, hallándonos todos en apretado grupo juganod a los botones, oímos detrás dos formidables estampidos. —¡Alto! ¡Alto! Todas las cabezas se volvieron como movidas por un resorte. Frente a nosotros se alzaba la talla ciclópea del coronel Toledano. —¿Quién de vosotros es el pilluelo que secuestra mi perro todas las noches, vamos a ver? Silencio sepulcral en la asamblea. El terror nos tiene clavados, rígidos, como si fuéramos de palo. Otra vez sonó la trompeta del juicio final. —¿Quién es el secuestrador? ¿Quién es el bandido? ¿Quién es el miserable?... El ojo ardiente del Polifemo nos devoraba a uno en pos de otro. El Muley, que le acompañaba, nos miraba también con los suyos, leales, inocentes, y movía el rabo vertiginosamente en señal de inquietud. Entonces Andresito, más pálido que la cera, adelantó un paso, y dijo: —No culpe a nadie, señor. Yo he sido. —¿Cómo? —Que sido yo —repitió el chico en voz más alta.

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✒ Cerré los ojos. Creo que mis compañeros

debieron hacer otro tanto. Cuando los abrí, pensé que Andresillo estaría ya borrado del libro de los vivos. No fue así, por fortuna. El coronel le miraba fijamente, con más curiosidad que cólera.

—¡Hola! ¡Has sido tú! —dijo el coronel sonriendo ferozmente.— ¿Y tú no sabes a quién pertenece este perro? Andresito permaneció mudo —¿No sabes de quién es? —volvió a preguntar a grandes gritos. —Sí, señor. —¿Cómo?... Habla más alto. Y se ponía la mano en la oreja para reforzar su pabellón. —Que sí señor. —¿De quién es, vamos a ver? —Del señor Polifemo. Cerré los ojos. Creo que mis compañeros debieron hacer otro tanto. Cuando los abrí, pensé que Andresillo estaría ya borrado del libro de los vivos. No fué así, por fortuna. El coronel le miraba fijamente, con más curiosidad que cólera. —¿Y por qué te lo llevas? —Porque es mi amigo y me quiere —dijo el niño con voz firma. El coronel volvió a mirarle fijamente. —Está bien —dijo al cabo.— ¡Pues cuidado con que otra vez te lo lleves! Si lo haces, ten por seguro que te arranco las orejas. Y giró majestuosamente sobre los talones. Pero antes de dar un paso, se llevó la mano al chaleco, sacó una moneda de medio duro, y dijo volviéndose: —Toma, guárdatelo para dulces. ¡Pero cuidado con que vuelvas a secuestrar el perro ¡ ¡Cuidado! Y se alejó. A los cuatro ó cinco pasos ocurriósele volver la cabeza. Andresito había dejado caer la moneda al suelo, y sollozaba, tapándose la cara con las manos. El coronel se volvió rápidamente. —¿Estás llorando? ¿Por qué? No llores, hijo mío. —Porque le quiero mucho... porque es el único que me quiere en el mundo —gimió Andrés. —¿Pues de quién eres hijo?—preguntó el coronel sorprendido. —Soy de la Inclusa. —¿Cómo?—gritó Polifemo. —Soy hospiciano. Entonces vimos al coronel demudarse. Abalanzóse al niño, le separó las manos de la cara, le enjugó las lágrimas con su pañuelo, le abrazó, le besó, repitiendo con agitación: —¡Perdona, hijo mío, perdona! No hagas caso de lo que te he dicho... Llévate el perro cuando se te antoje... Tenlo contigo el tiempo que quieras, ¿sabes?... Todo el tiempo que quieras... Y después que le hubo serenado con estas y otras razones, proferidas con un registro de voz que nosotros no sospechábamos en él, se fué de nuevo al paseo, volviéndose repetidas veces para gritarle: —Puedes llevártelo cuando quieras, ¿sabes, hijo mío?... Cuando quieras... Dios me perdone; pero juraría haber visto una lágrima en el ojo sangriento de Polifemo. Andresillo se alejaba corriendo, seguido de su amigo, que ladraba de gozo.

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Laudelino Vรกzquez


El chamán Éramos un grupo de cuarenta y alguna personas de mediana edad tirando a la edad tardía, burgueses acomodados, escogidos de entre los colegios de abogados y arquitectos de unas cuantas ciudades superpobladas que un día decidimos que ya estaba bien y que la vida era otra cosa. Compramos unas hectáreas en Cualquier Parte —así llamamos finalmente a la propiedad, porque la idea es que no importaba dónde estuviéramos situados físicamente— y en apenas dos meses habíamos solucionado todos los problemas legales que pudieran surgir, los arquitectos se dedicaron con ahínco a la construcción y reconstrucción de un nuevo mundo en el que vivir, alejados del lío de las ciudades, pero sin que faltara una sola de las comodidades del mundo moderno. Cualquier Parte, conectada con cualquier parte, fue el lema bajo el que se levantó la nueva ciudad. Poco a poco, Cualquier Parte fue creciendo, primero lentamente, y luego, a partir de un artículo en Nuestro País, de forma exponencial, de manera que los menos de cincuenta originales se convirtieron con relativa rapidez en dos mil habitantes. Nada que supusiera especiales complicaciones, porque la parcela se había comprado a un precio irrisorio en una de esas provincias vacías: tanto que en los primeros cinco años, Cualquier Parte adquirió rango de capital de comarca, y absorbió total o parcialmente los restos de vida que quedaban en treinta kilómetros a la redonda. Lógicamente, a medida que crecía, la idea original de construir un mundo para nosotros solos, se desvanecía: un detalle aquí, un requerimiento municipal allá… ni siquiera conseguir un ayuntamiento independiente, nos libró de ser un sitio más en el que vivir. Con sus cosillas, sus peculiaridades, sus carestías —barato no es vivir aquí—, pero el crecimiento nos obligó a integrarnos en un sistema del que ya nos liberaríamos. A no ser que hiciéramos como los trece del grupo fundador que optaron por volver a refundar otro Cualquier Parte en un lugar aún más alejado. Pero cuando lo hicieron, la edad ya era tardía, tirando a más tardía, los ideales menguantes y el capital invertido mucho menor que en el primer intento, así que se limitaron a vegetar bañados en su propia utopía. Y mientras nosotros, bien. Quiero decir, no como lo soñamos, pero íbamos tirando: digan lo que digan las leyes y las gentes sobre la igualdad, iguales éramos mucho más los unos que los otros. Había elecciones, sí, porque tenía que haberlas, pero la agrupación Pobladores de Cualquier Parte, en la que se integraban los que quedaban de los menos de cincuenta originales, ganaba todas las elecciones por incomparecencia de rival. Unos porque pronto se integraron en la casta originaria, y los otros, porque en realidad, habían venido a vivir aquí en busca de una

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Foto de Kristof Browk

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oportunidad de vivir mejor, cuando se dieron cuenta que mucho bla bla bla, pero cuando había que trabajar, necesitábamos mano de obra, cuanto más barata mejor. Sí, nuestros cultivos ecológicos y nuestra economía sostenible, pero cuando había que doblar la cerviz, pues se necesitaba que lo hicieran los que habían venido para eso. Y esa gente era consciente de que alterar el estatus quo, igual animaba a más a seguir el ejemplo de los trece y adiós oportunidad de vivir razonablemente bien. Que no sé si me explico. El caso es que aunque los cargos tuvieran la nominación obligatoria de cara al exterior, en Cualquier Parte, el alcalde, era el Guía, un concejal cualquiera bien podía ocupar puesto de Embajador de lo Terreno… y así hasta donde quieran imaginar o dónde les diera por imaginar a los Fundadores, que siempre fuimos gente de natural dialogante, tolerante y comprensiva con tal de que nos dejaran hacer lo que nos diera la gana. Solo se nos coló el Chamán. Y eso porque no vimos venir el peligro: apareció un día vestido con traje de lanilla gris y capa sobre el traje, por supuesto con chaleco y reloj de bolsillo, sombrero hongo, bastón y un enorme collar dorado sobre el traje que le abarcaba el pecho entero. Lo cual tampoco era tan excepcional en un lugar en el que cada cual vestía como le venía en gana, y el vehículo oficial del ayuntamiento era un landó descubierto, tirado por dos caballos. Lo único que verdaderamente llamó la atención es que la entrada por medio del pueblo y a pie, la hizo una tarde del ferragosto con más de cuarenta grados a la sombra. Y el hombre ni sudaba. Ocupó una habitación en la Casa Rural del Hoyo Grande, y al día siguiente se personó en el ayuntamiento y pidió hablar con el regidor. Por lógica, lo llevaron a Paco Chinitas (imagino que se habrán dado cuenta que ese no era su apellido, pero tampoco recuerdo el verdadero) que en aquel mandato ocupaba el puesto de Guía. —Soy descendiente del huantino Huachaca, don Antonio —vino a decirle así por toda presentación, y ante la cara de extrañeza de Chinitas—, huantino yo mismo, y como tal, dotado del don de la clarividencia y la curación. —¿Y? —respondió Chinitas que temía vérselas con un loco. —Pues que vengo a ocupar la plaza de chamán de este lugar. Tendió un documento antiguo, medio destrozado, señaló aquí, allá y acullá y terminó la exposición con un contundente: —Como dice aquí, aquí y aquí, soy de familia de chamanes reconocida desde el año del señor de mil y quinientos veinte, y aquí —señaló abarcando todo Cualquier Parte— es donde ejerceré mis dones. Para el bien de todos ustedes.


✒ ...la parcela se había comprado a un precio

irrisorio en una de esas provincias vacías: tanto que en los primeros cinco años, Cualquier Parte adquirió rango de capital de comarca, y absorbió total o parcialmente los restos de vida que quedaban en treinta kilómetros a la redonda. No añadió “y en el mío propio” que le hubiera correspondido, pero Chinitas ya estaba en otra cosa y le dijo que bueno, que sí, que si tenía donde vivir, pues que un chamán nunca sobra. Y en nada, el Huantino que así se hizo llamar, comenzó a ejercer su cargo. Con su plática de energías, vibraciones y pacha mamas, pronto se hizo una clientela numerosa que se exponía a sus humaredas y tratamientos ancestrales y a los que no les salía barato mantenerse en armonía con el universo. Y pronto consideró que los que no iban a su consultorio, no estaban exentos de cumplir con las normas que nos permitirían mantenernos en la tierra sin herirla. Y como habíamos venido aquí con una idea vagamente similar a esa, aunque ya no la recordáramos, pronto nos vimos abocados a hacerle caso o despertar la cólera de los dioses que en realidad era la suya y que se manifestaba en excrementos en las puertas, roturas de cristales e incluso secuestro de mascotas que aquí es de lo más duro que puede pasar. Hubiéramos tomado alguna medida, si hubiéramos recordado cómo se hace eso, pero las sucesivas reuniones del Consejo no llegaban nunca a ninguna conclusión, y el Huantino, comenzó a comportarse como si Cualquier Parte fuera suyo. Y claro, algunos no lo soportaron y acabaron por concluir la aventura utópica, volviendo por donde habían venido. Y eso seguramente hubiera sido el fin de Cualquier Parte, porque la única frase que se oía en el pueblo, era “alguien debería hacer algo” y , sobre todo, cada vez la decían más de los cultivadores y esos, que veían peligrar su medio de subsistencia en caso de irnos los del pensamiento y la filosofía. Pero el Huantino que de tonto un pelo, se refugió en su espacio, y no asomaba el hocico por las zonas de los labriegos ni aunque le ofrecieran bañarlo en oro. Hasta que vino el año aquel de la peste, o la plaga. Qué se yo. El año aquel que dijeron que nos íbamos a morir todos y que mejor ni arrimarnos los unos a los otros que de contagiarse, adiós que te vi muy buenas. Y el Huantino, vio la oportunidad y comenzó a pasearse, gritando que nos arrepintiéramos, que la vida era nada, y que por nuestros pecados así nos veíamos. —Cuatro días, la vida son cuatro días —gritaba, agitando un sahumerio que llenaba las calles de olor a madera quemada. Un día, el chamán no salió, pero como nadie salía, tampoco se le echó de menos, más bien se agradeció el silencio, pero a los tres días sin noticias, Chinitas llamó a la Guardia Civil, que lo encontraron en su casa, con un golpe de azada en la frente y un hilo de vida. —Lo bastante para decirnos, que como profeta era muy, muy bueno, porque desde que dijo por primera vez que la vida eran cuatro días hasta que lo encontramos moribundo, efectivamente, habían pasado cuatro días. Aunque por motivos de la peste o la plaga o lo que fuera, estuvimos sin asomar el hocico casi medio año, y al Huantino lo incineraron el mismo día aprisa y corriendo no nos fuera a contagiar. Cuando por fin se declaró derrotada la peste o la plaga o lo que coño fuera, lo primero que hicimos fue un monumento al Chamán, así mayúsculo, en el que se recordaba su historia y cómo de injustamente una azada había decidido acabar con su vida. Y también recordamos que no hubo forma de encontrar la menor pista sobre lo que había al final de la azada. Y que vista la experiencia no necesitábamos chamán alguno. Por si las moscas. Que no sé si me explico.

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Mario Eduardo Blanco

El jamón de ByM

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Reflexiones iniciales Corren tiempos difíciles para la “humanidad” y entrecomillo esta palabra porque, si el batir de las alas de un pequeño insecto puede tener unas consecuencias impredecibles según la teoría del “Efecto mariposa” lo que ahora está ocurriendo, a nadie se le escapa que está ya modificando ya, de forma dramática, el acontecer del mundo. Y es ahora cuando se pone a prueba el quién es quien ante una situación tan compleja como dramática, en la que, de forma muy distinta, salen a flote las actitudes de cada cual. Si bien es cierto que en una parte importante de la población afloran sentimientos solidarios, paralelamente surgen quienes aprovechan esta difícil situación para diseminar odios o arañar intereses. De todo esto quiero quedarme con la inmensa mayoría en la que fluyen sentimientos y deseos de justicia universal. Confío en que, por una vez, el olvido no sea más veloz que la memoria y aprendamos esta dura lección para continuar, tras la debacle, con idénticas y ambiciosas aspiraciones del lema oficial de nuestro país vecino: “Liberté, égalité, fraternité”. Aprovecho para homenajear a los muchos héroes de estos días luctuosos que, con su actitud y testimonio cada día, van muchísimo más allá de sus obligaciones, dando prueba de que aún hay esperanza para el mundo. ( Escribí este relatito hace ya algún tiempo. Los hechos en él contados sucedieron realmente como se relatan y creo que es un momento oportuno para invitarnos a meditar.)

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El jamón de B y M “La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo” Eduardo Galeano Regalaron un jamón a B y M, producto de una de esas cestas tan típicas de fiestas como las que celebramos estos días. Un exquisito y apetitoso jamón, tanto que B y M decidieron realizar una obra de caridad pues las fechas así lo requerían y, haciendo cábalas de a quién podrían auxiliar, pensaron en una buena mujer, viuda reciente, con abundante familia y que en aquellos momentos pasaba por una situación de miseria y necesidad bien conocida. Habiéndolo hablado y meditado concienzudamente, B y M se pusieron manos a la obra y con un afiladísimo cuchillo jamonero descarnaron el hueso con la mayor habilidad que les era posible, tanto es así que el limpio hueso brillaba refulgente, eso si, produciendo un aroma no despreciable. Una vez concluido tan metódico trabajo, envolvieron con cuidado el apetitoso hueso y allá fueron las dos con el regalo a la casa de la pobre mujer que a buen seguro recibiría con agrado tan suculento obsequio. Una vez entregado volvieron tan ufanas a su casa con la satisfacción que da el haber realizado una buena obra. Esa misma tarde, cuando aún hablaban de su buena acción, y mientras merendaban un jugoso bocadillo de las lonchas más apetitosas de tan aprovechado manjar, sintieron el timbre del interfono, rápidamente y casi sin preguntar abrieron la puerta, poco después, de entre la oscuridad de la escalera, vieron surgir la figura de una pobre mujer cuya extendida mano les devolvía un pequeño envoltorio de papel algo grasiento y cuya cara limpia mostraba la dignidad que alguien había tratado de arrancarle no hacía demasiado tiempo. (Este minirrelato está basado en hechos reales)

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Monchu Calvo

✒ Rara es la semana que no

me dicen que alguno de ellos emprendió ese último viaje, que cerró el libro que guardaba esas vivencias, y no va a abrirse nunca más, y quedarán esas casas vacías, donde el polvo del olvido irá cubriendo bancos, mesas y cocinas, como arropándolos para un sueño largo

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Parada para repostar Qué orgullo haber llegado hasta aquí. Y qué bueno haberos tenido de pasajeros de lujo. Con todos vosotros os he acompañado por montes, cabañas y palacios, ferias y charlas con pastores, y gente variopinta. Todo un placer haber compartido esos momentos, porque en muchos casos eso ya sería imposible de realizar por haber desaparecido esas personas. Hemos llegado a un número muy importante para una revista como la nuestra, y debemos sentirnos muy satisfechos por ello. La colaboración de tantos compañeros y compañeras han puesto los artículos con el listón muy alto, así mismo la calidad y cuidado de las fotografías que acompañan los relatos, nada tiene que envidiar a ninguna publicación. Yo me siento empequeñecido de compartir espacio con ellos, y trato de que lo que cuento sea grato de leer, y os muestre un territorio de belleza exuberante que intento trasmitir con modestia, pero también con vanidad, porque esta tierra se lo merece. Un paisaje que poco a poco va perdiendo esa escala humana que compartía paisaje y paisanaje, unidos de la mano. Y los dioses de la “ingeniería de los montes” (curioso oxímoron) prefieren un paisaje sin cabras, ni ovejas o vacas, ni esos molestos ganaderos. Y mientras tanto, perdemos biodiversidad, cultura y convertimos a los espacios protegidos en parques temáticos (animo a comparar las “excelentes” cifras de visitantes del Parque Natural de Redes, con las deprimentes cifras de

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✒ Un paisaje que

poco a poco va perdiendo esa escala humana que compartía paisaje y paisanaje, unidos de la mano. Y los dioses de la “ingeniería de los montes” (curioso oxímoron) prefieren un paisaje sin cabras, ni ovejas o vacas, ni esos molestos ganaderos.

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habitantes del Parque o de su cabaña ganadera): todo un éxito, a costa de una cultura rural abocada a la desaparición de su esencia de siglos. Recuerdo la conversación de un antiguo pastor reconvertido en urbanita por circunstancias de la vida, procedente de los Beyos, una de las zonas más salvajes y agrestes de Asturias, que me decía: Esto tan fartu de urbanidá que nada deseo más que ser probe y tener un rebañu cabres con cencerru purruanu... Un zurrón, una guiyada, un buen perru, y una cama en una cabaña mullida con felechu. (Estoy tan harto de urbanidad, que nada deseo mas que ser pobre, y tener un rebaño de cabras con cencerro porruano... un zurrón, un palo largo, un buen perro, y una cama en una cabaña mullida con helechos.) De Octavio hablé en alguna de mis crónicas, y esas palabras sintetizan muy bien ese mundo que me esfuerzo en contar, y que Luz y Tinta tiene a bien brindarme estas páginas para ello. Pues después de esta parada para repostar, seguiremos buscando memoria por esos pueblos del Alto Nalón, que cada vez lo tenemos más complicado, pues esas gentes que atesoran esas historias, resulta difícil encontrarlas. Rara es la semana que no me dicen que alguno de ellos emprendió ese último viaje, que cerró el libro que guardaba esas vivencias, y no va a abrirse nunca ms, y quedarán esas casas vacías, donde el polvo del olvido irá cubriendo bancos, mesas y cocinas, como arropándolos para un sueño largo, que quizás se despierte algunos días al año con la visita de hijos o nietos, que vienen de fin de semana a la vieja casa de sus padres o abuelos. Mientras tanto aquella antigua cocina, donde la leña de su fogón obraba el milagro de cocinar aquel puchero que lentamente condensaba aromas y gustos que nunca más volvimos a saborear, solo recibirá algún rayo de sol que se colará por las contraventanas echadas, que nos asemejan a una persona con los ojos cerrados, ya sin ropa en los tendales y sin gallinas que indolentes picotean aquí y allá, como última imagen de un mundo que se desvanece. Mientras redacto estas líneas una gran pandemia asola nuestro país, y creo que el mundo entero. Estamos recluidos en nuestras casas, y hay una catástrofe hospitalaria que no puede atender a tantos enfermos que ingresan, con un elevado número de fallecidos. Parece que el mundo ha estornudado, y en su sacudida muchas cosas se han venido abajo, sanitariamente y en el plano económico. Veremos en qué acaba todo esto, pero preveo que lo hará de mala manera. Acongoja ver nuestras ciudades y pueblos vacíos, y los pocos que salen, como fantasmas temerosos.


Fiestas de La Salud, La Felguerina, Caso, 1955

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Juan Depunto


El tiempo pasa

IV. Llegó la hora de partir* Llegó la hora de partir y de decirnos el adiós… Tradicional escocesa, Robert Burns, s. XVIII

El destello del cometa Hacía ya un tiempo, justo ahora siete años, que me pasó por primera vez. Es lo que Eloy Sánchez Rosillo tituló en uno de sus poemas “El fulgor del relámpago”. Y ocurrió significativamente el día de Santa Cecilia. Como si la patrona de la música, de las notas blancas y de las negras, hubiera querido marcarme con su destello… Mi antigua historia duró poco y no llegó a fraguarse; sin haberla llevado a pasear de la mano, sin saber el sabor de su lengua, pronto, en pocos meses, viví la segunda parte. La que Eloy, en otro poema suyo más maduro y con más desengaño, tituló “All passion spent”. Al conocerla se me vinieron ambos inmediatamente a la mente y deseé que esto último tardara mucho tiempo en ocurrir, todo el tiempo; que no llegara nunca. Porque nunca me he sentido tan bien, tan a gusto, tan en armonía y tan sereno como aquella noche de Santa Lucía, en la que la patrona de las luces y las sombras me apuntó con su destello. Noche en la que no quería salir de ese bar, pidiendo una copa tras otra. Otra, y todo ello sin motivo aparente; o sin más razón que su presencia, que turbó mi alma atormentada de tantas batallas con el amor. Me sentí confundido, como si estuviera vagando placenteramente por esos bosques cercanos de la Alhambra, poblados de duendes y geniecillos que todo lo ven y todo lo oyen para contárselo luego a las hadas que, como todo el mundo sabe, son las que deciden sobre estos asuntos. Me pregunté qué me pasaba. Fue instantáneo; nada más verla y oírla todos mis sentidos giraron hacia ella entablando una especie de conexión en línea en la que percibía que ella sentía lo mismo hacia mí, como así lo manifestó más tarde de alguna manera, de la única manera que podíamos hacerlo ante nuestra amiga común.

Se puede ver en el n.º 75 de Luz Y Tinta, página 46, la nota “Cambio de rumbo” acerca de la estructura general de la obra “El tiempo pasa”, de la que forma parte este capítulo que pertenece a su cuarta parte “Es hora de partir”, seleccionado en esta ocasión en honor a la redondez del número 100 de Luz y Tinta. Enlace: http://amantesdelafotografia3. ning.com/prof iles/blogs/luz-y-tintano-75 *

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Pensé como mantener la conexión; tuve el reflejo de capturar el instante con una foto, seguido de la excusa posterior de compartirlo… Funcionó. Hoy tengo su teléfono y su confirmación de que también algo le agradó a ella. Pero aún no me atrevo a llamarla. No sé nada de ella. Apenas si aseguraría el tono de sus ojos verdes, aunque quizás fue el reflejo de una noche gélida con luces de colores, navideñas, iluminando calles y ventanas. Se me quedó grabado el pliegue de la piel de su cara, cercano a su boca, provocado por su sonrisa permanente, dulce, suave, acariciadora. Con esa amabilidad tierna del algodón que te ponen en la herida. Fue en la barra de un bar. Siempre en la vida aparece en momentos importantes la barra de un bar, como le ocurrió a Sabina con la del único bar que vieron abierto… Me pregunté por su situación, si sería soltera o casada, si separada o divorciada. Si tendría hijos o si le hubiera gustado tenerlos. Algunos detalles si intercambiamos. Profesión, deporte y poco más. Y sobre todo, me quedó la sensación de estar a gusto con ella, que todavía me dura y reconforta. Esa es justamente la única razón que nuestra amiga común me refería de su amante, al que ahora llora, cuando le preguntaba qué admiraba más en él. Es la razón principal a partir de la cual pueden venir detrás todas las demás razones. Sin ella las otras no sirven, aunque haya armonía y coincidencias. Porque creo sobre todo en las similitudes, empezando por sentir lo mismo y a la vez. No a destiempo, juntos.

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✒ Y qué les habrá escrito en su carta a los Reyes

Magos. Yo les he pedido algo muy especial, de incienso y mirra, de oro y plata, de canela y clavo, de menta y limón, de carne y hueso... Bonita excusa para llamarla y felicitarla personalmente.

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No sé si tendrá edad suficiente o le pareceré pasado; o si le gustarán mayores y con canas, con tantas canas que parece me cayeron todas las nevadas de la vida. Me pregunto quién habrá sido su último amante. O su actual, porque tampoco sé si lo tiene. O si está libre como yo. ¿Quién le velará sus sueños? ¿Quién la tapará a medianoche, con estos fríos, cuando se quede su espalda desnuda? ¿Quién pronuncia su nombre? Quién, quién, quién… Me pregunto dónde pasará la noche buena y la noche vieja, las noches duras de este invierno gélido, blanco, amenazador; un invierno que nos está dejando ateridos, paralizados, sin aliento. Y qué les habrá escrito en su carta a los Reyes Magos. Yo les he pedido algo muy especial, de incienso y mirra, de oro y plata, de canela y clavo, de menta y limón, de carne y hueso... Bonita excusa para llamarla y felicitarla personalmente. Estas fechas son propicias al contacto humano, a la sociabilidad. Veremos qué pasa, cómo se desarrollan los acontecimientos y si en el vagón del tren de nuestras vidas hay un asiento para mí, junto al suyo, porque quiero que me cuente muchas cosas, todas las cosas, para yo contarle más, todas las mías. Y eso se lleva su tiempo, todo el tiempo, mientras respiramos vida… Pusimos énfasis en la despedida. Suficiente para trasmitirnos ese impacto mutuo.

✒ Fue en la barra

de un bar. Siempre en la vida aparece en momentos importantes la barra de un bar, como le ocurrió a Sabina con la del único bar que vieron abierto… Me pregunté por su situación, si sería soltera o casada, si separada o divorciada.

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Antonio Martínez Rodríguez


¡Y ya van 100! Parecía increíble y lejano desde aquellos primeros números de Luz y Tinta, ¡y ya van 100!! “Vértigo” es el título que Francisco Trinidad da a la presentación del número 98 de Luz y Tinta y vértigo es lo que siento al escribir ahora mismo para celebrar este número 100 tan especial y tan mágico. Desde que conocí Moldeando la Luz en el año 2010 han pasado muchas cosas en mi andadura fotográfica y por supuesto todas buenas. He tenido la suerte de participar en la página aportando mis humildes trabajos de fotografía, así como participando en Luz y Tinta con algún artículo. En este número 100 me gustaría felicitar a todos y cada uno de los artífices de esta heroica cifra que desde aquel número “0” han trabajado muy duro hasta llegar a este gran momento. Guendy, Paco Trinidad, Lola González, Pepe Haro, Eugenio, Mª Bernarda, Salvatore Grillo, KarlFM, Reveramaestro, Narciso, Monchu, Ricardo “Completu”, Juanjo, Juan Depunto, Ilona, Mª Esther, Gloria Soriano, Marta… Son muchos (me ocuparía más de un folio enumerarlos todos) los que han participado para hacer posible que cada número de Luz y Tinta iniciara su andadura por las redes, y los grandes trabajos que se publican sirvieran de ejemplo y modelo para otros. Cada edición ha sido espectacular, y en cada una de ellas se ha ido aumentando la calidad en los trabajos, en la maquetación y en las fotografías. Sin dejar de lado ninguno de los números, recuerdo muy especialmente algunos como el número 24 en el que se hizo un concurso para elegir la portada, las series de “Grandes fotógrafos”, los especiales de los encuentros de moldeadores, tanto en Madrid como en Asturias… y por supuesto, en el que fui elegido fotógrafo del mes en enero de 2012. Me sentí como un niño en el día de su cumpleaños recibiendo los regalos, loco por contárselo a todo el mundo y sin poder creérmelo porque yo pensaba “¿Cómo voy a ser yo el elegido este mes?” Es imposible, se han tenido que equivocar, hay grandes fotógrafos que son mis referentes, de los que estoy aprendiendo cada día, y soy el elegido. No puede ser… Hoy nos encontramos celebrando el número 100 de Luz y Tinta, y yo espero y deseo que celebremos el número 200 con el mismo ánimo e ilusión y con los grandes profesionales de los que aprendo cada día e intento ser mejor fotógrafo. Feliz número 100 de Luz y Tinta.

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Ildefonso Robledo

Venecia desde la ensoñación “Sólo la belleza es a la vez visible y divina…” “Saludó al mar con los ojos, y su corazón se llenó de alegría al contemplarse tan cerca de Venecia…” Thomas Mann Llegamos a Venecia un día lluvioso y solamente cuando la lluvia aflojaba podía buscar perspectivas que me brindaran la posibilidad de hacer alguna fotografía. Unos días después, cuando pude contemplar las imágenes en la pantalla del ordenador fue cuando tomé conciencia de que ese tiempo tan desapacible había resultado, a la postre, un regalo inesperado, ya que con el cielo encapotado de agua la luz azul que lo envolvía todo despedía una belleza especial. Y es que como afirmó Truman Capote refiriéndose a esta ciudad, uno de los platos fuertes de la cultura y el arte europeos, “contemplar Venecia es como comerse de golpe una caja entera de bombones de licor”. Con las imágenes que ahora os brindo, con las que quisiera contribuir al aniversario de nuestra revista “Luz y Tinta” que este mes estamos celebrando, quisiera mostrar algo de esa Venecia de ensoñación.

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Pepe Latas

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Homenaje a la Placa Húmeda Colodión (Wet Plate Collodion) Este es mi pequeño homenaje a los inicios de la fotografía, y por supuesto al nº 100 de Luz y Tinta. Imagino que casi todos los que están aquí conocen este procedimiento fotográfico. Ha habido decenas de técnicas para revelar las fotografías, pero esta llegó para quedarse bastantes años, fue creada en 1852 por Gustave Le Gray, el cual utilizaba un sulfato de protóxido de hierro para su revelado. El colodión es una solución de nitrocelulosa en una mezcla de éter y alcohol, algo parecido a un barniz. Esta solución se debía verter sobre una placa de vidrio húmeda, donde se mezclaría al nitrato de plata con el que se sensibilizaba y revelaba la imagen. El hecho de que las placas tuviesen que estar húmedas para el revelado de la imagen obligaba a los fotógrafos a llevar un laboratorio en forma de carruaje para prepararlas antes de la toma. A pesar de este inconveniente de tener que llevar el laboratorio a cuestas, el colodión húmedo supuso una gran mejora en la fotografía y contaba con varias ventajas sobre técnicas anteriores: 1. La utilización de este procedimiento permitía una reducción muy notable en el tiempo de exposición, que pasaba de los casi 15 minutos del cianotipo —técnica utilizada hasta el momento— a unos pocos segundos con el colodión húmedo. 2. Esta reducción de tiempo también conllevaba una disminución de costes, hecho que favoreció a la regularización de la fotografía. 3. La estabilidad de la emulsión entre colodión y nitrato de plata era mucho mayor que las anteriormente utilizadas, lo que daba una mayor seguridad y tranquilidad a los fotógrafos. 4. Con su regularización se abandonaron técnicas anteriores como el Daguerrotipo, que no permitía realizar copias a partir de un negativo. En la década de 1880, su uso empezó a ser desplazado por la aparición de la instantánea fotográfica, de las placas secas de vidrio al gelatino-bromuro como las novedosas cámaras Kodak. Pero las placas de vidrio al colodión siguieron empleándose muchas décadas después en los talleres de artes gráficas.

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Por todo lo anterior voy a dejar un pequeño truco de Photoshop, para que se pueda emular esta técnica. Se necesita por supuesto una foto que se quiera convertir y dos fotos de texturas. .—Foto/Duplicar .—Filtro/Otro/Paso alto (y se le da un valor de 4px) .—Superponer .—Seleccionar las dos capas/convertir en objeto inteligente .—Imagen/filtro/desenfoque de movimiento .—Angulo —10 y distancia 12/15 .—Clic en mascara de objeto inteligente .—Pincel y jugar a quitar el desenfoque en las zonas que se quiera que queden nítidas .—Clic en una de las texturas y ponerla en Multiplicar .—Clic en la otra textura y ponerla en Luz Suave .—Clic en imagen .—Mezclador de canales/monocromo .—Azul poner valor +200 .—Rojo: jugar valores hacia la izquierda .—Verde, si se necesita, jugar también con los valores hacia la izquierda .—Curvas/levantar sombras .—Niveles/jugar con los parámetros .—Filtro de fotografía/Sepia .—Jugar con la densidad de filtro para que quede un tono “antiguo” .—Clic en la capa superior .—Crtl+Shift+Alt+E .—Jugar con el pincel de Sobrexponer, tanto en las sombras como en los medios tonos Y en teoría, debería alcanzarse un resultado más que aceptable. NOTA FINAL: No en todas las fotos funciona bien, solo es cuestión de elegir la foto que se pueda adaptar a este tipo de efecto.

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Fotos seleccionadas Marzo, 2020

140—


Amsterdam, por A. Grachev .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Aquellos viejos cacharros, por Arantxa.

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Bakery, por Yuri Gagari .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

DETALLES......MOMENTOS DE REFLEXIÓN, por Joan Anglas F.

144—


DETALLES......SIMÉTRIA Y PROFUNDIDAD, por Joan Anglas F..

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

green look, por Jelvin Bornes .

146—


Intima, por Susana Gudiño .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Lara, por Andreeva .

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Mírame, por Susana Gudiño .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Photographic study of a friendly face, por Duong Dinh.

150—


Portrait, por Gregory.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

PRAGA, por A. Grachev .

152—


Redhead, por Andreeva .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Señales sin señal, por Luis Miguel Aller.

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The ancient fountain., por Jacobo RodrĂ­guez Perez.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 The girl on the piano, por S.Benz .

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White tulle, por Andreeva .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

A Fonsagrada, por Jacobo RodrĂ­guez Perez e.

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Aaaaaahh, por Andrei Romano.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Amenaza de lluvia..., por KamarĂłn Viesca .

160—


ANNA Portrait, por JL.Maylin .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Artesano, por Julia.

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Autumn concert, por Lucas.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Balcony light, por Arkadiy .

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Bepa, por Daria .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 Boat, por Makapeh.

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Butterfly, por Vadim Trunov.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Carnival, por Lucas .

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Cascada Fitz Roy, por Alekse.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Catedral Naval de San NicolĂĄs ..., por EdwardG .

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Contrastes marinos, por Luis Miguel Aller.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Cumbres nevadas, por Vaio.

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Retratos caseros, por Pepe Latas

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Dolomitas, por EdwardG.

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Champy y la paloma, por Manuel Palacio Castro (Yerbatu).

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

DETALLES.......DE OTROS TIEMPOS, por Joan Anglas F.

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DETALLES......JUNTO A LA ORILLA DE LA PLAYA, por Joan Anglas .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

DETALLES......LABORES ARTESANAS, por Joan Anglas F.

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EL HOMBRE AIRADO, por Mario Eduardo Blanco García.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 En silencio, por Lorna Aguirre.

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Exposició ..., por Salvador Roig i Ser.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 Fallen Angel, por Ilich bczonko.

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Frutero, por Arantxa .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Girl_Nina, por A.Polyakovvfr .

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Guendy, sigues coleccionando fotos de bicicletas., por Arantxa .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

HDR, por JohnAavitslan

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He lives in the forest, por Voytsekhov .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 Hora del té y de algo más, por Catherina .

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In search of Picasso, por Kezzin.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Iris y el mar, por Raul Viciano Alberich .

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Laundry, por George

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 Libya details, por Deven O’Toole.

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Lingerie, por Gregory.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Llanes, por Diana Valverde .

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Los jugadores, por Mario Eduardo Blanco Garcí.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Los laberintos del hielo., por Daniel.

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Los laberintos del hielo., por Daniel2.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Mechanical_ MecĂĄnico, por A.Polyakovv.

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Muro Gold, por Luis Miguel Alle.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

No title, por Kezzin .

200—


Patagónica, por Aleksey .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Peeling Potatoes, por Deven O’Toole.

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Photographic study of a friendly face, por Duong Dinh .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 Photos of today remembering past times, por Eric .

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Photos of today remembering past times, por Eric.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 Pintando, por Raul Viciano Alberic.

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Portarit, por Dimitriv .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Portraits in the forest, por Voytsekhov.

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Prehistoric skin, por S.Ivanov.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Remembering another decade, por Ruslan .

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Retrato in blue, por Pepe Latas.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Rocas heladas, por Alex .

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Seda, por Lorna Aguirre.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 Sin título, por JL.Maylin.

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Sombras, luz y agua, . . . I, por José Antonio Machado.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Still lifes, por Michael .

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Still lifes, por Michael.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Sweet water, por Milen .

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Tales of the Mediterranean, por Lucas .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 Tatyana Lis, por M.Dasha .

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Technology, por Yi Wan.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

The bridge, por Andrei Romanov.

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The park s lake, por 梅艳芳. Anna .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Torre del Oro, Sevilla, por Juan Depunto.

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Universos, por Ildefonso Robledo.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Va de dioses, por Quino.

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What a good times, por Roman.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Ziwa, por E.Horobets.

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Chapones con mi vista, por Luis Miguel Aller.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Panorama view from Pliegue Tumbado, por Karol Poland.

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Pictures, por A. Zharov.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Suave luz, por Lorna Aguirre.

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Vernazza..., por kristof browk.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Will not hurt‌, por David D .

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A room in the rural countryside, por Paulina Stpetersburg .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Abandono, por Luis Miguel Aller .

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Anna, por Eric .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Benedictine Abbey in Tyniec, por Karol Poland.

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Between day and night, por Kinsuk lin .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Cabaret series, por Kezzin .

240—


Calle de la Cabeza.., por Antonio Martinez Rodriguez .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Cerrado, por Aitar .

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Cinderella3, por Irina .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Coronavirus quarantine, por SSstudy .

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Daybreak, por Kinsuk lin.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Desafiando las leyes de la gravedad._Castro de las gaviotas_, por KamarĂłn Viesca.

246—


Reality and fiction, por Olga

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

DETALLES......EN UNA BOTELLA DE AGUA, por Joan Anglas .

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En busca del ave prometida ..., por Eric .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Follow the dance, por Sergey S.

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Fotografía casera para momentos de crisis - tal día como hoy, por Mario Eduardo Blanco García.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

FusiĂłn retrato_pintura abstracta, por Guendy (JLCP.

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Fusión_Foto_Pintura, por Guendy (JLCP).

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Glances, por Sasha.

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Glass water, por Pavel.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 Happy Days, por Ignachenco .

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How rich he is, por Lenin Kaspov.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Interesting face, por Olga .

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Lady, por Irina .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

LuciĂŠrnagas japonesas, por Daniel.

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Marzo_March, por Maikel Reyfman .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

miradas duales, por Pepe Latas.

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Noche magica, por Loco Matara.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Ocuppations and professions, por Nodia.

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Para todo, por Vladimir.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Paz en el cantábrico..., por Kamarón Viesca .

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Portrait, por SSstudy.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Quiraing..., por kristof browk.

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Red hair, por Sla Bertz.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Retazos de las Cataratas el Iguazú, por Oscar Rubén Suárez.

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Riomaggiore..., por kristof browk .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Roma lluviosa 1 (trilogĂ­a), por Pepe Latas.

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Setback, por Igor.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 Solo en la tercera fase, por Loco Matara.

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Sotres (Asturias), por JL.Maylin .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Summer evening..., por kristof browk.

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Sunset, por Saravut Whan

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020 Surprise, por Nadima (Shibina Nadegda).

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Taiga boy. Mongolia, por Saravut Whan

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

The farewell, por SSstudy .

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The farewell, por SSstudy.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

The king of the house, por Tатьяна .

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The lady with the necklaces, por Pavel .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Valle abierto en Soto de Agues., por KamarĂłn Viesca .

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Vestido de flores, por Margarita K .

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

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White and radiant, por Lenin Kaspov.

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Fotos seleccionadas. Marzo 2020

Cataratas del IguazĂş, p

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or Oscar Rubén Suárez.

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Banco de h

Ionut Caras


historias

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Dasha Matrosova


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Irina Dzhul

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5Luz y Tinta.

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Paisajes asturianos Jesús Álvarez Rodríguez

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José Ángel Viesca, “Kamarón”

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Paulina Stpetersburg

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Nadima (Shibina Nadegda)

https://www.youtube.com/watch?v=erqDbRg5fm0 Nadezhda Shibina Modelos Maria Fetter @ marifetter2013, Pavel Shapovalov Impresionante Haspi @natalinauma fotógrafo-diseñador Nadezhda Shibina armor @ belllka666 Modelo Victoria @ 7405.victoria Estilista Marina Zakharova @mariartik_makeup Fotógrafo Nadezhda Shibina @shibinanadegda & @dressshibina & @fotostudiya_shibinoy

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Mi Madre

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Tatyana

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Arte y cultura tailand Saravut Whan

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Los viajes de mis am Anna Averianova

En el colectivo fotográfico SSstudy, decidieron que fuera la fotógrafa Anna Averianova la que aportara sus trabajos al nº 100 de Luz y Tinta 470—


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Isla de Sumba. Indo

Daniel

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Duong Dinh

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José Luis Maylín

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Kezzin

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Peces de distintos c José Vidarte García Laso

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continentes (1)

Aulonocara Baenschi.

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corydora sterbai. 590—


Altolamprologus calvus. —591


cyprichromis leptosoma yumbo yellow hembra (incubando crias en la boca).

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Epalzeorhynchos bicolor (macro).

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Farlowella acus(detalle comiendo algas). 594—


Farlowella acus. —595


Haplochromis ahli.

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Juidochromis marlieri.

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Julidochromis dickfeldi.

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L-015 Peckoltia Vittata. —599


Lamprologus brichardi. 600—


Macropodus opercularis (pez paraiso, macro).

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Melanotaenia boesemani (vertical). 602—


Melanotaenia boesemani 2.

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Melanotaenia boesemani.

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Neolamprologus leleupi. —605


Nannacara aureocephala. 606—


Melanotaenia praecox.

En el próximo número de Luz y Tinta se completará esta colaboración sobre Peces de distintos continentes, quedando para el siguiente número un especial sobre Peces Killis, especialidad en la que Vidarte es especialista y en la que se ha hecho acreedor a distintos premios.

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Felipe Pereda

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Jacobo Rodríguez

Esta colaboración de Jacobo Rodríguez tendrá una segunra parte en el próximo número de Luz y Tinta.

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Antártida Mike Reyfman

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Eric Bukhanaev

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Guerreros


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