Luz y Tinta nº 98

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Nยบ 98 - Febrero de 2020


Presentación Algo tienen los números redondos, algún tipo de magia encierran, porque, cuando se celebra algo especial se busca siempre un número de esos que llamamos redondos: 10, 100, 1.000… Recuerdo con cierta ironía cómo al aproximarse el año 2.000 se pusieron en cuarentena todas las alarmas y los gurús de turno nos cantaron —con canto de sirena enamorada— todas las posibilidades del fin del mundo, o de cierta parte del mundo: sin ir más lejos, iban a dejar de funcionar todos los ordenadores si no les cambiábamos un algoritmo o una rabia de esas que podían imposibilitar el cambio de siglo. También recuerdo haber leído, aunque esta sea otra historia, los muchos temores que desencadenó el milenio o, sea, la llegada del año 1.000, con los monjes de todos los monasterios y cenobios rezando para que no descarrilara el mundo. Nada pasó en el 1.000 y nada pasó en el 2.000, como no pasará nada en el 3.000 si el mundo aguanta hasta entonces, que aguantará. Y todo ello, creo yo, por la magia o el misterio que encierran los números redondos y que desde Luz y Tinta llevamos tiempo viviendo en carne propia. A pasos cada vez más firmes se nos acerca el número 100, todo un reto que jamás hubiéramos soñado en los orígenes. Pero el tiempo pasa y hemos sido capaces de aguantar hasta aquí, número 98 ni más ni menos. Dentro de dos números habremos de enfrentarnos a ese número especial. Y no sin cierta sensación de vértigo. Es cierto que cada número, sea este 98 o en su día el 12, el 37, el 65 o cualquier otro, encierra un reto, a modo de escalón de esta escalera sin final que es nuestra revista. Cada día tiene su afán, dijo el clásico, y cada número tiene su intríngulis, diremos para ponernos cursis, si se nos permite. Y tanto esfuerzo —y tanta satisfacción al verlo terminado— encierra un número como otro. Incluído el 100, claro. Aunque al ser un número redondo, un número de esos tocado de una magia especial, sirve también para la reflexión. Para decir alto y claro: “hasta aquí hemos llegado”; y no dejaremos por ello de mirarnos en el espejo de los días y de afirmar que hemos llegado por nuestros propios méritos, sin ayudas ajenas, sin subvenciones ni dineros ajenos, sin premios, sin más reconocimiento que el de nuestros lectores, fieles mes a mes, fieles a una forma de hacer y de entender que nos enorgullece compartir. 100 números de Luz y Tinta. Casi nada. O casi todo. 100. Esta misma semana, hablando con un fotógrafo de élite internacional al que entrevistaremos en un próximo número, al recordarle que estamos ya en el número 98, me dijo: “Sois unos héroes”. No es que seamos héroes ni que tengamos un poder especial, se trata sencillamente de que tenemos un número de lectores de una especial fidelidad; lectores que nos acompañan desde el número 0, que nos hacen llegar sus sensaciones a través del post de Moldeando la luz y que con su fidelidad y sus opiniones nos dan el suficiente impuso como para proseguir en la tarea. Por eso, la próxima llegada del número 100 nos da sensación de vértigo, aunque lo que ahora realmente preocupa no es este número redondo sino los que vendrán después. Porque la responsabilidad y el compromiso habrán de ser más altos, efectivamente, y con ellos nuestro nivel de exigencia para que se mantenga el listón bien alto y, siempre que sea posible, para poder subirlo. Aunque sea poco a poco. Número a número.

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Vértigo Francisco Trinidad


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Nuestra foto de Portada: José Luis Cuendia , “Guendy ”

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Chema Madoz Pasiones adormecidas ■ F.T. Flores de mar ■ Gloria Soriano La noche trágica de Romualdo Fernández ■ M ario Eduardo Blanco El hombre del transistor ■ Monchu Calvo La lanza de Rajesh ■ L audelino Vázquez Fotos seleccionadas ■ Enero Límites callejeros ■ Pepe L atas Mis detectives ■ Nadima / Claudio Serrano La historia de algunas brujas ■ Irina Dxhul La fábrica de hojala de Júzcar ■ Juan Depunto Bajo un cielo profundo ■ Ricardo “Completu”

PROMOTOR y DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECCIÓN, DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Francisco Trinidad DIRECTORA DE COMUNICACIÓN: Lola González

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Número Febrero de 2020

Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico info@moldeandolaluz.com moldeandolaluz.com

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Nuestra foto del mes de ENERO Duong Quoc Dinh tiene 30 premios internacionales en su haber y es conocido en todo el mundo por sus esfuerzos por capturar la belleza de la forma femenina desnuda. Le encanta pintar sobre el cuerpo femenino. A pesar de su éxito, Dinh no ha presentado ningún trabajo en un concurso internacional de fotografía durante los tres últimos años y ha decidido volver a su primera pasión, la pintura. “La fotografía creó mi reputación internacional”, dijo Dinh. “Pero pintar es mi vida”. Fue fotógrafo del mes en las anteriores versiones de Moldeando la luz. En esta nueva etapa de nuestra red social lo hace ahora con su primera foto del mes. Algo más sobre la vida de este autor: Dinh dice que su manía por el dibujo comenzó a las 10. Recuerda dibujar con y sobre cualquier cosa que pudiera tener en sus manos. La maestra de quinto grado de Dinh, la Sra. Van, lo alentó a perseguir la pasión. A pesar de las dificultades de la posguerra a fines de los años 70 y principios de los 80, el pequeño estudiante viajó más de cinco kilómetros desde su casa hasta la escuela en lo que entonces eran las afueras rurales de la ciudad de Ho Chi Minh. A los 18 años, Dinh ingresó al Colegio de Artes Decorativas Dong Nai, una escuela vocacional que los franceses establecieron en 1903, con el sueño de estudiar en Gia Dinh, la academia de bellas artes más prestigiosa de la región sur. La pobreza de su familia convirtió esas aspiraciones en simples sueños. En cambio, caminó a clase en Dong Nai, todos los días, y se graduó en 1989 como el mejor de su clase. Tres años después, a la edad de 25 años, Dinh se casó con una chica local llamada Quach Thi Mong Ha. Para mantener a su joven familia, tomó cualquier trabajo que pudiera conseguir y redactó diseños para ao dai (vestimenta tradicional vietnamita), anuncios y logotipos de la compañía. Sin embargo, no pudo proporcionar una vida cómoda para su esposa y sus dos hijos. “Mi vida siguió siendo difícil hasta finales de 2000”, recordó Dinh. Un día, Dinh conoció a un fotógrafo en un parque en Dong Nai y se dio cuenta de que podía ganarse la vida decente tomando fotos de familias que se relajaban al aire libre. La hermana mayor de Dinh, que había emigrado a Alemania, le envió una cámara digital Fuji para ayudarlo a comenzar. “Fue un regalo tan precioso para mí”, dijo Dinh. “Un mes después, comencé a tomar fotografías, principalmente retratos, y las uní en álbumes”. Dinh aprendió rápidamente lo básico sobre cómo usar una cámara y Photoshop. Pronto se hizo famoso por producir imágenes que parecían más pintadas que tomadas. Al ver una oportunidad, tomó prestado dinero de su hermana y abrió un estudio donde produjo imágenes de alta calidad por el doble de la tasa vigente en la provincia en ese momento. Después de seis meses, su negocio y clientela se multiplicaron. Dinh recuerda no haber tenido tiempo para almorzar o cenar. Algunas noches, dormía en su estudio solo para cumplir con los pedidos de sus clientes a tiempo. Completó su graduación de Industrial Graphics de la Universidad de Bellas Artes de Dong Nai en el año 1989. En el año 2007 fue elegido para ser uno de los 10 artistas excelentes que fueron recompensados ​​y muy apreciados por el Comité Popular Dong Nai. Duong Quoc dice:

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“¡Mi vida fue muy difícil y solo rica en pasión artística desde que era un niño y ahora es lo que puedes ver en mi página aquí: principalmente gracias a aquellos que se ofrecieron a modelar para mí. Solo espero el trabajo que hago por ellos. En el futuro cuando ya no esté en la vida, puedo ayudarlos a tener una vida mejor... ¡eso es todo mi agradecimiento a ellos en lugar de agradecerles a todos!”


“The seduction and the power of the sea”, de Duong Quoc Dinh

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Entrega del Premio ‘Aula de las Metáforas’ a

Chema Madoz

El Patronato de la Fundación Aula de las Metáforas decidió por unanimidad el pasado 18 de noviembre conceder su premio bianual al fotógrafo Chema Madoz. En el acta de concesión de este cada vez más importante galardón el jurado destacó la singularidad de su obra, “que proyecta una visión poética del hombre y del mundo a través de la captación simultánea de la extrañeza y de la familiaridad de los objetos más cotidianos”, mediante “metáforas visuales” que “estimulan la curiosidad, potencian la reflexión y abren los ojos de quienes las contemplan a una percepción más profunda de la realidad”. Destacó también el jurado que, “con un lenguaje y una poética inconfundibles e irremplazables”, Chema Madoz “es uno de los más admirables poetas visuales de nuestro tiempo, y su obra una de las más sobresalientes experiencias artísticas contemporáneas”. Este premio se concede a una persona, entidad, medio o institución que haya destacado por su labor de apoyo, difusión y celebración de la poesía y el hecho poético. En ediciones anteriores fueron distinguidos el programa “La Estación Azul”, de Radio Nacional de España, Joan Manuel Serrat, el Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia), la librera ovetense Concha Quirós y la Fundación Centro de Poesía José Hierro. El premio, que consiste en una escultura de Pep Carrió diseñada en exclusiva, se le entregó a Chema Madozel pasado 25 de enero en la Casa de la Cultura de Grado, sede del ‘Aula de las Metáforas’, con importante presencia institucional: la consejera de Cultura del Principado de Asturias, Berta Piñán; el alcalde de Grado, José Luis Trabanco; el director del “Aula de las Metáforas”, Leopoldo Sánchez Torre, y el patrono de la Fundación, el escritor Manuel García Rubio, y el presidente del aula, el poeta de origen asturiano Fernando Beltrán, que declaró sentirse “emocionado porque Chema se merece todo, todo, todo y porque el Aula de las Metáforas cumple diecisiete años, a veces con esfuerzo inmenso y contra viento y marea, pero con el impulso a favor siempre de la poesía”. Tras el acto protocolario de la entrega del premio, Chema Madoz ofreció una charla coloquio con la periodista de Radio Televisión Española (RTVE), Ana Morente, a través de la cual desgranó el significado de su fotografía y su implicación con una forma de ver y entender el hecho poético que a ella subyace.

Fotos: José Luis Cuendia, “Guendy”

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Un momento del acto de entrega del premio a Chema Madoz. De izquierda a derecha, Berta Piñán, Consejera de Cultura; Elsa Suárez, concejala de Cultura del Ayuntamiento de Grado; Manuel García Rubio y Covadonga Santianes, patronos del Aula de las Metáforas; Leopoldo Sánchez Torre, director del Aula y Fernando Beltran, presidente y fundador del Aula de las Metáforas.

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Dos momentos de la entrega del Premio ‘Aula de las Metáforas’

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Intervenciones durante el acto protocolario. En la página anterior, Berta Piñán y Elsa Suárez. En esta página, Leopoldo Sánchez Torre y Manuel García Rubio.

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Visitando las instalaciones de la Casa de la Cultura de Grado. Arriba, en la Biblioteca y abajo, en el restaurado Llagar de sidra que atesora.

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Foto: Pepe L atas

Chema Madoz y José Luis Cuendia, “Guendy”, promotor de Luz y Tinta

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Violines y cuchillas para Chema Madoz Fernando Beltrán Y sobre los instantes / que pasan de continuo / voy salvando el presente, / eternidad en vilo… La inspiración, la reflexión y bonhomía de Jorge Guillén le llevaron a escribir unos versos que me asaltan y acompañan muchas veces, quizás como un recordatorio para no olvidar ni rezagar nunca, el valor único, cordial, raíz, inmenso, que tienen algunos momentos en la vida de cada persona. Y este es sin duda para mí uno de ellos. Permitidme por tanto una emoción, una eternidad en vilo, que no pienso a estas alturas de edad ni disimular ni acallar ni tacañear lo más mínimo. Porque existe algo llamado justicia poética, que hoy asienta y de qué forma sus reales —del verbo realismo mágico, por supuesto—, y hasta sus abstractos —del verbo pura poesía—, en este Aula de las Metáforas que ha cumplido ya diecisiete años de brega y exaltación poética contra todo pronóstico, contra viento y marea, pero a favor en todo momento del frágil e invencible impulso de la ilusión, la imaginación, la Alta fantasía, ese lugar en el que siempre llueve, como escribía Dante en su Divina Comedia; de las casas empezadas en definitiva por donde sólo pueden comenzarse las casas construidas exclusivamente por amor al arte, ese tejado donde únicamente los vencejos más tercos, osados e inconscientes saben y conocen que el alero es al aire, lo que el poema al vértigo. Llegáis por tanto ahora, incurables del Aula, a la Casa del Abismo y la Belleza, y lo hacéis esta vez para abrigar un acto, un reconocimiento, un escalofrío también, y repito, de estricta justicia poética. Y por si ello fuera poco, o alguien considerara este mérito excesivamente vago, sentimental o simple exceso lírico, me vais a permitir evocar de nuevo el jarro de agua fría y a ras de tierra que socavó en todos nosotros Jaime Gil de Biedma cuando nos arrancó de cuajo toda posible inocencia juvenil leyéndonos aquello de Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde.

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Y ocurre que ese más tarde sucede también en la vida de la poesía, en la vida de la fotografía, en la vida del arte. Pasa la vida, pasan las tendencias, pasan las poses, pasan los manifiestos, pasan una tras otra las distintas generaciones, y al final en la sagrada y efímera antesala del color que precede al olvido sinfín de todos nosotros, sólo quedan ahí, encaramados al Olimpo imprescindible, los únicos, los grandes, los contagiados de un ángel, pagano si queréis, que los demás no alcanzamos siquiera a vislumbrar más allá del estupor, la envidia, más allá de una admiración muda, entregada, absolutamente rendida, Chema. Oh Captain, my Captain…, oh capitán, mi capitán, como clamaba el himno que nos enseñó aquel rebelde sin más bandera que unas hojas de hierba, un prau diríamos aquí en la nuesa tierra, de versos sencillos y a la par estremecedores. Soñador, sagaz, agotador Walt Whitman supurándonos, superándonos siempre. Pero hoy veníamos aquí para hablar no sólo de poetas, sino de justicia poética, que, aunque del mismo tronco, son ramas muy distintas. Algo así como el negativo y el positivo de una fotografía, y si es así, quién mejor para hablarnos de ello —mejor dicho, y si me lo permite Chema, del claroscuro que queda finalmente entremedias de todos los contrarios— que quien ha tenido la generosidad de aceptar este Premio, y mucho más, de acercarse a acompañarnos y a compartir con todos nosotros eso de que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde… Bienvenido a esta tierra, querido Chema Madoz; bienvenido a tu casa, a nuestra casa; bienvenido al hogar donde las metáforas hallaron nido y a la vez vuelo hace siglos en un ala —como no podía ser de otra forma— de esta Casa de la Cultura de Grao, Grado, Grau, la villa de los mil nombres, de los mil charcos, la villa de las mil albricias y parabienes hoy al acoger a quien tal vez no merecía haber ganado este año el Premio Aula de las Metáforas, porque debía haberlo obtenido hace ya muchos siglos; todo el tiempo que lleva nuestro homenajeado asentando su mirada trípode sobre todas las superficies, barros, estratos, objetos, texturas y contexturas que en el mundo han sido, para picar luego sin desmayo el duro yunque del obturador con su dedo índice, con su piqueta del dedo índice, tok, tok.., tok tok…, tok, tok…, como gotas de lluvia al caer, como poderosa obra en marcha, obsesiva, tenaz, demoledora, imagino. Tempestad, fiebre, contumacia, sensibilidad en carne viva o impagable chaladura ensimismada, empeñada, desquiciada en la inútil e imprescindible tarea de intuir y sacar metáforas, metáforas, metáforas de debajo de las piedras, de debajo del alma, de debajo de todo lo que nos habían dejado escrito, dicho, plantado, establecido. Tocar lo intocable. Remover lo inamovible. Ni siquiera mirar de otra manera. Ir mucho más allá, y eso significa exacta y etimológicamente la palabra metáfora. Crear una mirada nueva, una mirada que estaba ya ahí, y sin embargo no existía. Poesía pura. Y en eso sí que se parecen la gramática de la imagen y la gramática de las palabras. Poesía visual, poesía verbal. Eternidad en vilo. Federico García Lorca, decía, acordaros, que poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que podían juntarse, y que juntas sin embargo forman un misterio. Creo, querido Chema, que nadie definió mejor tu obra. Juntando, jugando, conjugando cosas, cachivaches, objetos, rudimentos, jaulas, paraguas, raíles, realidades que nunca pensamos juntas, y que sin embargo estaban o no estaban ahí, aunque siempre lo estuvieron. Nube y jaula, alfiler y sombrero, zapato y torre Eiffel, plato

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y alcantarilla, piano y paso de cebra… Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde… Tú sin embargo lo entendiste desde siempre. Desde que empezaste a recoger trozos de aquí, trizas de allá, como la vida misma, y empezaste no a juntarlos, sino a confluirlos. A hacerlos fluir juntos para llegar a la postre y del modo aparentemente más natural y sencillo, de la videncia a la evidencia. Regar lo escondido, como tú dices, Chema, o como escribía —y ya termino— mi amada Wislawa Szymborska, alguien por fin…, y gracias, Chema Madoz por hacerlo, y hacerlo tan bien, alguien por fin tenía que meterse entre el barro, las cenizas, los muelles de los sofás, las astillas del cristal, para explicárnoslo todo… Pez y navaja, llave y lupa, pubis y copa, violín y cuchilla, árbol y escalera.*

* Texto parcialmente leído por Fernando Beltrán durante el acto de entrega del premio Aula de las Metáforas a Chema Madoz.

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Algunas fotos

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d Su primera fotografía la hizo cuando tenía seis años pero no fue hasta que cumplió los 20 cuando se dio cuenta de que esta disciplina se convertiría en su forma de vida. Al principio salía a la calle con su cámara de fotos y trataba de retratarlo todo pero siempre esperaba tropezarse con las ideas que recorrían su mente. En ese momento empezó a prescindir del azar para crear y materializar esos pensamientos. Saioa Camarzana d El espectador contempla extrañado las fotografías de Chema Madoz, ya que el hecho de enfrentarse a objetos plenamente cotidianos pero descontextualizados sorprende gratamente, puesto que tienen la capacidad de transportar al espectador a universos que creía imposibles. La fotografía nació para captar el instante, por lo que los objetos desaparecen como obra de arte una vez que han sido registrados y se guardan en un almacen en el estudio del artista. Lo importante en Chema Madoz es la fotografía, las esculturas, instalaciones o escenografías construidas son siempre accesorias del hecho fotográfico. http://catalogo.artium.eus/dossieres/artistas/chema-madoz/obra d Chema logra imágenes tan increíbles que podríamos pensar que utiliza algún tipo de montaje digital. Sin embargo, todo lo que él fotografía es hecho por sus propias manos. Agustina Caproli d En sus disparos en blanco y negro, entre cerillas, relojes, escuadras y cartabones, las formas de la naturaleza laten de mil formas distintas, como argumento y, a veces, también como excusa, fundiendo la inventiva del artista con la pericia del prestidigitador. Victoria Gallardo d Un universo propio de Alicia en el País de las Maravillas, aunque a veces se torne más tenebroso, como las películas de Tim Burton: una hoja «asesinada» por otra mucho más fuerte que hace las veces de un puñal, una mariposa atravesada por un dardo, una rosa amenazante con espinas ganchudas... Madoz tiene mucho de mago, de ilusionista, un gran «manipulador» que subvierte a placer las reglas de la naturaleza. Nada es lo que parece en sus manos. Natividad P ulido d En las fotos de Chema Madoz el blanco y el negro son dos elementos más de un enfrentamiento que, en lugar de separar, funde los objetos retratados en una nueva realidad. Para el fotógrafo madrileño, la ausencia de color abre las puertas a una realidad alternativa D. Mendoza d De ahí que la obra de Madoz se caracterice por dirigir su primera llamada a nuestro entendimiento y no a nuestra sensibilidad. Los objetos que pueblan las instantáneas de Madoz nos plantean ante todo un problema lógico que como espectadores competentes tenemos que resolver. Luis A renas

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Pasiones adormecidas F.T. Conocí a Claudia en los pasillos de la Facultad de Derecho donde ambos estábamos matriculados en cursos diferentes; ella, más joven, cursaba sin embargo un par de cursos más que yo, que me había entretenido aquellos años en la Escuela Técnica de Veterinaria, siguiendo la estela familiar, hasta que el aburrimiento por mi parte y la generosidad por parte de mi padre nos hicieron rectificar y me pasé a la carrera de Leyes, que era lo que siempre me había apetecido y lo que ahora llena mis pulmones de ilusión. El día que conocí a Claudia me enamoré sin sentido de su sonrisa y quizás de su aplomo. Y días más tarde, mientras compartíamos café y sonrisas, me di cuenta de que encajaba en la fantasía de carne y hueso que llevaba tiempo configurando como mi mujer ideal: tenía el pelo rubio, casi ceniza; los ojos azules enmarcados en un rostro de cutis muy fino, diríase marfileño, parodiando al poeta; y un cuerpo perfecto, propicio para todos los sueños. Solíamos quedar por las tardes, tomábamos un café y charlábamos de todo y de nada, especialmente de la marcha del curso, que en aquellos primeros compases del segundo trimestre ya se estaba poniendo serio. Pero también de nuestros planes de futuro: ella quería ser abogada en Madrid, a ser posible en un gran despacho, mientras yo me conformaba con regresar a mi pueblo y ocuparme de los asuntos de mis vecinos. No se lo dije, pero mi gran ilusión era convertirme en secretario del Ayuntamiento, un puesto que seguramente a mis padres les llenaría de orgullo. Algunas tardes alargábamos el café y acabábamos tomando unas cañas por el barrio de Argüelles, dejándonos envolver por la sensación de bienestar que produce el charlar sin prisa ante una caña de cerveza y unos ojos seductores. Una de aquellas tardes le cogí la mano mientras hablaba y noté que me recorría las venas una pulsión eléctrica que no había sentido hasta entonces. Otra tarde, mientras hablábamos riendo se juntaron nuestros rostros un par de segundos, los suficientes para

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que mis nervios cabalgaran el corcel de la ansiedad. En sus ojos, como de soslayo, noté idéntica ansiedad. Por fin, un viernes me animé y le hablé de salir el sábado a tomar una copa por los bares de Malasaña que bullían de jóvenes como nosotros a la búsqueda de una madrugada pletórica de sensaciones. No dudó en aceptar y allá nos fuimos el sábado, después de cenar. Tomamos la primera copa, mientras comentábamos la asignatura de Derecho Mercanti y su profesora, una vieja gruñona que sabía todo lo que pudiera saberse y que exigía en la misma proporción. La segunda nos sirvió para contarnos algunas anécdotas del Instituto, todas ellas teñidas del baño de oro de la ingenuidad adolescente y del crepitar de las pasiones adormecidas aunque siempre alerta. A la tercera se resistió —“Nunca he bebido tanto”, repetía—, pero terminamos en la esquina de una barra, riendo por todo, disparatando cuando hacía falta y entregados sin tapujos a aquel vaivén de risas que tenía mucho de seducción y otro tanto de efusión contenida ante su apuesta de futuro. En una de mis gesticulaciones, a las que tan inclinado soy, le rocé una rodilla y luego un muslo y, como vi que no rehuía el contacto ni esquinaba la sonrisa, dejé mi mano sobre su cadera, la atraje hacia mi y desde ese momento comenzamos a hablar en susurros, mientras nuestras manos buscaban meandros que escaparan a la vista de quienes, aunque ajenos a nosotros, compartían sin embargo una barra en la que la bebida no era el último objetivo. La acompañé a su casa, enlazados por la cintura, y la besé, recordando a Sabina, bajo una farola. Sus labios se me abrieron como burbujas de ensueño, su cuerpo se pegó al mío y sentimos ambos que la vida tenía una tercera dimensión que nos esperaba más allá de aquella noche de sábado en que entendimos el sentido último del vuelo de las golondrinas y el ritornelo de las olas barriendo la arena de la playa como en un jadeo que resonando y resonando esquiva la suave somnolencia sin deseo. Y así, entre besos cuando nos veíamos y suspiros cuando el tiempo se interponía entre nosotros, fuimos apurando aquel trimestre hasta que, terciado el mes de marzo y aprovechando un puente entre dos fiestas, me

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invitaron ella y su madre a pasar un fin de semana en un apartamento que tenían en la playa de San Juan, en Alicante. Dudé mucho si ir, pero Claudia insistió, me dijo que su madre, viuda desde hacía años, era adorable y muy buena anfitriona. Cuando, con el tercer beso —y su mano esquivando la estrechez de mi jersey—, me dijo que tendríamos todo el tiempo para nosotros, que podríamos disfrutar de paseos por la playa y copas en los lugares de moda, renuncié a mis recelos iniciales. Y así nos fuimos un viernes por la mañana, temprano. Su madre, como me había comentado Claudia, era agradable y diríase que mundana, encantada quizás de conocer al novio —seguramente era la palabra que ella usara, aunque yo tuviera mis dudas— de su hija y dispuesta a hacernos pasar un fin de semana apetecible. Condujo desde la puerta de su casa, con solo dos paradas para repostar y tomar un café, sin parar de charlar, de todo y de nada, pero sin parar, intentando que no quedara un hueco muerto en nuestra conversación y vigilando por el retrovisor mi rostro. Procuré adaptarme a la situación, interesarme por todas las nonadas que decía y evitar que mi rostro transmitiera la sensación de agobio que me invadía poco a poco. Llegamos a la playa de San Juan al mediodía, me enseñaron el dúplex que, me explicó Claudia, habían comprado cuando vivía su padre, abogado pudiente que había nacido en un pueblo cercano aunque había hecho su vida en Madrid; y me asignaron para dormir un cuartito en la planta baja con una exigua cama y un más que menguado armario, pero adecuado para un fin de semana. Ellas dormirían en sus habitaciones del piso de arriba. Fuimos a comer a un restaurante cercano y luego, por la tarde, detrás de una breve siesta, Claudia y yo salimos de paseo. Claudia parecía otra, radiante, más llamativa que de costumbre. Se había puesto para la ocasión una blusa azul sin apenas mangas, con una rebeca de tonos tostados y una falda blanca y zapatos de medio tacón también blancos

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que nunca le había visto en aquellos meses compartidos en un Madrid de chubasqueros y forros polares, de abrigos y recios chaquetones. Dimos un corto paseo, me enseñó los alrededores y acabamos en un bar de los llamados musicales, esos que solo permiten la conversación a voces, aunque quienes estábamos allí no echábamos de menos la charla. Entre beso y beso, entre trago y trago al combinado que habíamos pedido, entre caricia y caricia más o menos furtiva la música tampoco molestaba demasiado. Situados en una esquina estratégica Claudia y yo dejamos que nuestras manos disfrutaron de la holgura de la ropa, propicia para aquellos menesteres que no éramos los únicos en cultivar con más o menos descaro. En un momento de especial euforia le susurré al oído parte de mis deseos y noté que su blusa se agitaba con el ritmo acelerado de su respiración. Desde aquel bar hasta su apartamento fuimos cogidos de la mano, la mayor parte del tiempo en silencio. Y una vez con su madre, el fuego de nuestra pasión se fue sosegando poco a poco, como adaptándose a la horma familiar. Después de cenar, vimos una larga y aburrida película en la televisión y nos acostamos temprano, cansados del viaje y preparándonos para un fin de semana que pretendíamos intenso. Yo no tardé en dormirme, lógicamente, pero en plena madrugada, a lomos del primer sueño, sentí que se abría la puerta de mi cuarto y que alguien se metía en mi cama y me abrazaba por la espalda. Creyendo que era Claudia, me di la vuelta para besarla y me encontré, en aquella penumbra irrepetible, con el rostro azulado de su madre que me ponía el dedo en los labios y me susurraba rozándome con sus labios ardientes. “Tranquilo, que lo vamos a pasar bien”. Nervioso y confuso me dejé hacer y no imitaré al poeta diciendo que aquella noche corrí el mejor de los caminos montado en potra de nácar, porque aquella matrona era un caballo percherón sin domar, un corcel desbocado que me llevó al borde del abismo y, cuando estaba a punto de desmadejarme, me obligó a soltar la rienda para que la madrugada se vistiera de fuego para subir a la cumbre del olimpo. No sé cuánto tiempo estuvo en mi cama, pero cuando se despidió con un breve beso me zambullí de nuevo en la cadencia del sueño, relajando los músculos y aposentando los nervios. Cuando aún sonaba en mi consciencia el trote de caballos salvajes que había vivido un tiempo antes, volvió a abrirse la puerta de mi cuarto. Esta vez sí era Claudia y sus besos atolondrados, sus caricias nerviosas y sus susurros fueron como un rumor de caracola mientras el deseo le daba vida a nuestras manos y nuestros labios apuraban la miel de un silencio compartido. Cuando Claudia abandonó mi cama, la aurora comenzaba a asomar su rostro por las rendijas de la persiana y, aunque no me levanté muy tarde, pasé toda la mañana como en duermevela, buscando en el rostro y el comportamiento de las dos mujeres algún gesto de complicidad por lo vivido la noche anterior, y se me pasó la tarde pensando cuál de las dos mujeres pasaría la primera por mi cama aquella noche.

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...sus susurros fueron como un rumor de caracola mientras el deseo le daba vida a nuestras manos

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Flores de mar Gloria Soriano El hombre sube la rambla con un bouquet de veinticuatro boquerones que acaba de comprar en la lonja. Los lleva con delicadeza sobre el brazo, empaquetados entre hielos y helechos. Camina orgulloso, pensando en Elisa, en las artes de la pesca, en el obsequio con el que la quiere conquistar. Mucho mejor que un ramo de rosas, las rosas tienen espinas, las del boquerón están ocultas, se les puedes acariciar el lomo sin pincharte. Este regalo es más auténtico, como si él estuviera dentro del envoltorio. Cada vez que los peces se rebullen el hombre se detiene para poner orden. Le gusta que al asomarse al cucurucho de estraza le miren los cuarenta y ocho ojos, ver sus boquitas besuconas, las líneas plateadas de sus vientres convergiendo. Huelen a sal, a algas, a libertad. Aromas de su vida. Conoció a Elisa hace cuarenta años, antes de echarse a un mar sin límites donde encontró amores de vaivén, olas que dan paso a otras olas, vientos que humillan barcos, silencios que aturden, terrores de libertad. Ha regresado para rescatarla, como si fuera Penélope. Dejando el mar detrás, se va adentrando en la parte alta del pueblo. La casa que busca está en una plaza ajardinada. Ella vive en la última planta de un bloque de tres alturas. Toca el timbre y la mujer responde por el video portero. Traigo un ramo de boquerones frescos, le dice. Tiene que ser un error, le contesta, ni he encargado boquerones, ni los quiero. Si me abre, insiste el hombre, puedo explicárselo, pero la mujer no desea oírle. Abrazado a los peces, se sienta a la sombra de un magnolio y habla en alto. El ramillete de ojos escucha. Piensa que la mujer del ojo electrónico no le ha reconocido por la gorra, el rostro cuarteado, la voz, la barba dura. Cuando embarcó ni tan siquiera se afeitaba. Tenía entonces una voz indefinida que en el barco se le fue transformando en otra aguardentosa, acostumbrada a bramar desde el mástil, de proa a popa, del muelle a la cubierta, atando y soltando amarras. Desde el banco observa las ventanas del tercer piso, atento a los movimientos de las cortinas. Tal vez ella recapacite, se asome arrepentida y le haga señales. El hielo se deshace, la estraza se humedece, el agua se le escurre, los boquerones se aquietan. Pero el mar sigue ahí, entre las escamas. El hombre aspira sus recuerdos: el océano profundo y la primavera, cuando los bancos de pececillos buscan el sol; el olor de la costa nórdica, la africana, el Pacífico, el Bósforo, el mar Negro. El agua siempre es agua. No recuerda imágenes que diferencien los mares sin litoral, sin embargo, él puede distinguirlos por el olfato. Los boquerones agonizantes huelen a Mediterráneo. En las ventanas no hay señales de vida. El ramo mustio. En vez de tirarlo a una papelera como un amante despechado, se lo entrega a un mendigo y se aleja imaginando corales, estrellas, caballitos de mar… Al día siguiente, como un lobo domesticado, volverá a rondar a Elisa con un bouquet de medusas luminiscentes.

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La noche trágica de Romualdo Fernández M ario Eduardo Blanco Donec eris felix multos numerabis amicos, témpora si fuérint nubila solus erit. Ovidio M adrid: 18 de octubre de 2019. Subió las escaleras con una cadencia lenta, casi un baile, tambaleándose a cada escalón, a ambos lados, al tiempo que inclinaba ligeramente el torso y la cabeza, viejos reflejos de su antigua época de boxeador, “finta, jab y esquiva; finta, jab y esquiva; finta, jab y esquiva…” Y a cada impulso una idea, nueva y distinta, que le martillaba el cerebro de igual modo que los puños de John “El tigre” Cervantes, en aquella pelea que habría de marcar para siempre su vida y su destino. Ya en la amplia sala, más calmado por las palabras suaves y acompasadas de Juan, el abogado de oficio, pasante de Garrido y Uribe, que había aceptado defenderle, logró calmarse un poco y se acomodó en uno de los bancos de madera, al lado mismo de la puerta de la sala quinta. Vestía una simple americana azul marino deslucida por el paso del tiempo y de las inclemencias bajo la cual se hallaba una camisa que en algún tiempo había sido blanca y una corbata negra prestada por su único y dispuesto acompañante. Bajo ambos, un pantalón marrón mil rayas extraído de entre todo su ajuar, en el fondo del carrito del supermercado que tanto le valía para su continuo deambular por Madrid y todo ello acabado en unos playeros que hacían perfectamente juego con el resto de tan exigua indumentaria. Por lo demás una cara abetunada por tantos

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días y exposiciones al sol, a la lluvia, al frío más intenso y al calor más abrumador de la capital, con rasgos duros marcados por los martillazos de su antigua profesión y los que, posteriormente, le había ido dando la calle y que, por cierto, se le antojaba bastante más dura que el ring. Al poco, un ujier les hizo pasar a la sala. Acompañado de su abogado y de los dos policías que lo custodiaban, Romualdo ocupó el sitio que le indicaron, con la cabeza baja y, con el gorro de lana recogido frente al pecho con ambas manos, esperó a que le ordenaran sentarse, desde allí, escuchó, entre la nebulosa de su mente, la intervención del fiscal dirigiéndose, ora a la jueza, ora a los miembros del jurado. —Ilma. Magistrada, señores y señoras del jurado, con el debido respeto, creo que el caso que hoy nos afecta es sencillo, claro y no deja lugar a dudas. Tal como hemos descrito en la documentación aportada por la policía y que ustedes tienen en su poder, el acusado que hoy se sienta en el banquillo, D. Romualdo Fernández Prías, en la noche del doce del pasado marzo, hallándose en compañía del finado, se enzarzó en una fuerte discusión que concluyó con una pelea desigual, ya que se trata de un exboxeador profesional con amplios conocimientos sobre el ataque y la defensa. Por otro lado, nos consta la agresividad natural del agresor, tal como sabemos por el pasado del acusado, ya que en el transcurso de una de sus peleas llegó a causar daños con causa de muerte sobre su contrincante. El hecho además está sobradamente probado por la declaración de un testigo que presenció los hechos de forma clara y directa. Mientras el fiscal continúa con su declaración, los dos únicos asistentes en la sala, cuchichean y, en voz baja, casi al oído, uno le relata a su compañero: —Sí, hombre, ese que ahí ves es “El Toro de Chamberí”. Fue campeón de España y de Europa a finales de los años sesenta llegando a competir por el Campeonato del Mundo en Argentina durante el cual se produjo un terrible accidente falleciendo su contrincante. Dicen que, enloquecido, donó su bolsa a la viuda e hijos y se volvió a casa y, al poco tiempo su mujer, Pepita Ruiz, una modelo muy conocida en aquella época, le abandonó llevándose con ella al hijo de ambos. Posteriormente él, arruinado y sin familia, se abandonó a una vorágine de alcohol y deterioro progresivo. —Ya ves, uno nunca sabe, hoy estás en la cima y mañana… Mientras la jueza interroga al acusado:

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—¿No es más cierto que en la noche de autos, como acaba de escuchar, usted se peleó con Sebastián Arbesú González propinándole una soberana paliza? Y Romualdo, con la cabeza siempre baja y balanceante, esforzándose por emitir un mensaje que su mente se niega a coordinar pues tal parece que en su cabeza no hay más que una sopa de letras imposible de ordenar, haciendo un enorme esfuerzo, complicado más aún por la torpeza de su lengua enroscada dentro de la boca, con una voz gangosa y entrecortada, no sin hacer un titánico esfuerzo, responde: —Pppuuues nnnnoo se seeeñoooraaa. Eeraaa miii amiiiigooo. Nno mmeee aaacueeerdooo. Nnnunncaa heeee pegadooo aaa nnaaadie ffufuera del rinnng. —Está bien. ¿Quiere interrogar a su defendido? Comenta la jueza dirigiéndose al abogado de Romualdo. —No, es suficiente, replica el abogado. —Está bien, puede sentarse. ……………………………………………………………. Buenos A ires: Domingo: cuatro de febrero de 1968 La primera página del diario La Nación, el periódico más leído de Argentina y gran parte de países de habla hispana, amanece con el siguiente titular: “El mundo del boxeo se tiñe de luto”, pg. 28. Tras abrir

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la citada página, los bonaerenses y el resto del mundo en el que se leen este y otros diarios, se desayunan con la ampliación de la noticia: “Ayer, en un Luna Park a rebosar, tuvo lugar una tragedia tan triste como inexplicable; nuestro campeón del mundo del peso medio; Juan Manuel Galíndez Cervantes, más conocido por John “El Tigre” Cervantes, se desplomó sobre la lona tras una furiosa serie de golpes infligida por el peleador español Romualdo Fernández Prías. El hecho ocurrió en el minuto dos del quinto asalto de un combate descarnado muy alejado por ambas partes de la más pura ortodoxia boxística. Ya desde el minuto uno de la contienda, ambos púgiles se lanzaron, fajándose sin piedad, en un combate bronco que hizo saltar del asiento, en más de una ocasión a los miles de aficionados que se reunieron para ver la pelea en el estadio. Diríase que los nuevos gladiadores se enfrentaban en un singular duelo a muerte similar a los de hace dos mil años en la antigua Roma. El cuerpo del campeón, que fue inmediatamente trasladado al Hospital Italiano, situado a unas pocas cuadras del estadio, llegó, ya sin vida, diagnosticándosele una enorme hemorragia cerebral. El boxeador español se halla en estado de shock en la habitación del hotel en el que se aloja, estando atendido, en todo momento, por el ilustre doctor Don Adolfo Arenas Piclioti. Según hemos podido saber en este diario, el púgil gallego ha decidido abandonar para siempre el mundo del boxeo La Asociación Mundial de Boxeo WBA, a través de su Presidente, D.M. R Bob Ebans, junto al licenciado D. Osvaldo Bisbal, Presidente de la FAB, mostraron desde el primer momento su dolor ante lo sucedido y manifestaron su intención de hacerse cargo de las exequias y de la atención inmediata de la viuda y los dos hijos del fallecido. El cadáver, que ahora se encuentra en la morgue del Hospital Italiano, será trasladado a la parroquia de Santa Fe, de donde era originario Juan Manuel, y allí permanecerá en la capilla ardiente hasta el próximo viernes, día en el que se celebrará el funeral para ser enterrado a continuación en el cementerio municipal de dicha localidad. Este periódico, y todos cuantos en él trabajamos, se suma al dolor de todos los que amamos el deporte y en especial dedicamos nuestra mayor condolencia a la familia del que fue nuestro querido campeón. DEP” ……………………………………………………… M adrid: 25 de enero de 2020 En un conocido bar de una céntrica calle de Madrid, a las nueve de la noche, la televisión emite el habitual telediario de la noche. “Ya tenemos sentencia sobre el caso del excampeón de España y de Europa Romualdo Fernández, recordado como “El Toro de Chamberí” allá a finales de los años 60 del pasado siglo. Un luctuoso acontecimiento en el que se vio envuelto el antiguo campeón y que tristemente conmociona a la comunidad boxística nacional. Reunido el tribunal del jurado en el Juzgado de Instrucción nº 4 de Madrid de la sección nº 29 de la Audiencia Provincial de Madrid, considera, por unanimidad, probado que el acusado, D. Romualdo Fernández Prías, ocasionó la muerte de D. Sebastián Arbesú González tras propinarle una serie de fuertes golpes en la cabeza y pecho del agredido

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Atendiendo al veredicto de culpabilidad emitido por el tribunal del jurado, la jueza del caso ha dictado el correspondiente fallo condenando al acusado a la pena de veinte años de prisión por delito de asesinato previsto y penado en los arts. 139 1º y 3º, y 140 del Código Penal vigente en el momento en que ocurrieron los hechos. Al excampeón era frecuente verlo deambular por las calles de la Capital en un estado de deterioro visible frecuentando las compañías de otros sin techo como él.” ……………………………………………….. Tras escuchar la noticia, un estruendo de aplausos se hizo eco en la cafetería y entre risas, alborozo y cánticos de distintos himnos, en una especie de aquelarre diabólico en el que se mezclan improperios y consignas, aderezado todo ello con abundante alcohol y visiblemente fumados, un grupo de hombres y mujeres de distintas edades celebran la noticia, al tiempo que uno de ellos, dirigiéndose a otro le espeta, emocionado de alegría: —Te lo dije, Manolo: Sabíamos que tu testificación iba a ser crucial en este caso. Hay que reconocer que nos lo pasamos tremendo zurrando bien la pandereta a esos dos indeseables. Gracias a patriotas como nosotros ya tenemos menos basura en las calles.

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El hombre del transistor Monchu Calvo Tenían ganas de conocer a Tito, y habíamos planeado varias veces la visita, pero por unas cosas y otras fue quedando para atrás. Esta vez, dijimos que adelante, y allá quedamos en el Parque de Redes dispuestos a pasar un día, encima radiante, entre paisaje, paisanaje y fotografía. La venta de Les Lleres, que algún moldeador conoce, es un lugar que nunca defrauda. La vieja y decrépita casona, allí se nos descubre después de un corto trayecto entre bosques, mientras por un rústico puente cruzamos el rio Orlé, que cantarín serpentea entre piedras, donde el tiempo borró aristas que el agua rodea con sus brazos de espuma blanca. La mirada se derrama por un valle de prados verdes, curiosamente no se ven vacas y ovejas, que en previsión de nieve aguardan tranquilas en los establos. Desde fuera de la portilla ya divisamos la figura de nuestro anfitrión, que nos espera apoyado en su cayado. Al llegar le doy un abrazo. Y le presento a mis amigos a los que saluda campechano. Le digo que esta vez no llevamos ninguna mujer como modelo, pero le prometo que en este año algo haremos en su casa, alguna sesión fotográfica, con las guapas mozas a las que lo tenemos acostumbrado. Tito es un personaje singular. Vive con su hermano Toni en el cercano pueblo de Nieves. Tiene creo cerca de los ochenta años, si no los dejo atrás, pero, aunque tuvo en años pasados algún escarceo amoroso, no fue lo suficiente para retirarlo de la soltería impenitente de tantos varones célibes que habitan nuestros pueblos. Y se viene en su coche casi todos los días a este viejo caserón del siglo XVII que nunca sufrió reformas, mas allá de retejar de vez en cuando. Y pasa las mañanas atendiendo a sus animales y sentado delante del fuego que chisporrotea alegre, luchando para calentar la amplia cocina, donde un sofá cama, cubierto con tosca manta, acoge el reposo en las largas horas que le dejan las vacas entre las cebas de mañana y tarde. Un viejo transistor le hace compañía. Dice que lo prefiere a la televisión, que solo la pone en su casa mas que para ver “el parte”. Es esa

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compañía fiel que te cuenta cosas que pasan, que asistes como oyente a los muchos debates y tertulias, donde tú, que eres perro viejo, sabes que mucho de lo que dicen es mentira. Y la conversación deriva sobre el abandono de nuestros pueblos, casi tema obligado, cuando tenemos presente a uno de sus exponentes. Y nos dice que sí, que esto se acaba, “Nadie sabe qué ocurrirá en una generación”. Falta de oportunidades, emigración, desarticulación, envejecimiento, despoblación, extinción. Esta es la realidad de la España que desaparece del mapa. “Es como un cáncer: se lo va comiendo todo, sin parar. Es horrible”, por mucho que los expertos apunten propuestas, que, aunque suenen muy bien son irrealizables. Él nos dice que detrás de ellos ya no queda nadie que continúe con esa labor. Tienen buenas tierras y casas como les Lleres, por la que pagó hace muchos años trescientas mil pesetas. Un dineral, de aquella, pero hoy languidece cuando ves en algunas de las partes de la finca avanzar pequeñas manchas de helechos y matorral, aprovechando que estos meses el ganado está guardado. Y te da tristeza porque sabes que es cierto, que la naturaleza es preciosa y es reconfortante disfrutar de ella, pero muy pocos la cuidan y se preocupan de que una tierra por bonita que sea, sin vecinos no existe paraíso, o como escuchamos no hace mucho a una periodista, “donde el silencio cabalga montañas y las voces infantiles quedaron afónicas el siglo pasado”. Hoy, solo como detalle, poco más de treinta niños van a un solo colegio de la capital del concejo. Antes, cualquiera de los veintidós pueblos que lo componen, tenía más niños en edad escolar. Una inmersión en la realidad de un mundo que desaparece, una visión desde nuestras cámaras fotográficas, y una oportunidad que quizás en breve no podamos repetir, cuando nadie encienda el transistor de nuestro amigo Tito. Creo que Tito disfrutó de nuestra compañía, porque amablemente posaba para nosotros en los lugares donde le mandábamos ponerse. Quizás también él es un poco presumido, y recordaría las mismas sugerencias a las guapas modelos que recorrieron esos mismos salones y corredores, y el repetía las posturas que guardaba en su memoria. Reconozco que cuatro fotógrafos podemos llegar a ser muy pesados, pero también puedo asegurar que nuestro anfitrión en ningún momento puso gesto de cansancio o aburrimiento, solo apagó el transistor para que el locutor no lo distrajera de su labor como modelo.

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INSTANTES III

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La lanza de Rajesh Laudelino Vázquez —No, no está bien. ¡Rajesh! ¡ Rajesh! El resto de la comitiva mira al anciano que avanzaba delante de Rajesh esperando alguna respuesta, pero el viejo Kiran no tiene respuesta: Rajesh, el grande, el fuerte a pesar de sus menos de cincuenta kilos, se ha derrumbado por primera vez en casi cuarenta años. Jaidev, uno de los más fieles seguidores del festival, pretende hacer honor a su nombre —victoria de los dioses— y tira con todas sus fuerzas de los brazos de Rajesh, que es lo único libre que puede encontrar: como cada festival de la luna llena, el Thaipusam, Rajesh ha construido un kavadi de más de setenta kilos que le rodea de tal forma que apenas puede moverse por si mismo. Con él va a caminar los quince kilómetros que le separan de la cueva de Batu. Cada una de las veces un poco más pesada la carga Kavadi, cada una de las veces un poco más de esfuerzo, saltando, la cara atravesada por las pequeñas lanzas de hierro, y la lengua para evitar hablar y pensar solo en el dios. Concentrarse en Murugan, el feroz, el guerrero, pero también el generoso con sus adoradores leales. Todos miran a Rajesh con conmiseración. Ya no es el joven que hizo la promesa. Ya no tiene aquellos veinte años, pero Murugan ha sido espléndido con él: abre apenas los ojos, y en su mirada borrosa se lee el orgullo del hombre que ha cumplido. Se arrojó a los pies de la inmensa estatua que preside la entrada de las sagradas cuevas. Y le imploró, el tan orgulloso que nunca había pedido nada a nadie. —Si los salvas, hijo de Shiva —cuentan con admiración sus amigos, que dijo a los pies de la estatua— te serviré toda mi vida solo a ti Señor, solo a ti. Y cada Thaipusam, acudiré hasta tus pies, con mi kavadi para agradecerte su vida. El resto de mi vida, pero sálvalos. Y cuentan que no solo Murugan, Señor de la Guerra y de las Deudas, salvó a su mujer y al hijo que llevaba en sus entrañas, sino que cuidó de Rajesh desde entonces. A pesar de que los doctores decían que no, que

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Mira a su hijo que intenta bailar a su alrededor, pero le cuesta, porque las lágrimas no le dejan ver: Saravanan, de entre los miles y miles de personas que danzan, gritan, o miran, es el único que sabe lo que quiere Rajesh. no podían hacer nada por la mujer ni por el hijo de Rajesh. A pesar de que los vecinos de Jalan Rozario, el barrio en el que el padre de Rajesh, también llamado así, regentaba un pequeño local de comida de Tamil Nadu, la región de la India desde la que habían llegado sus antepasados más de un siglo atrás, también creían que era mejor aceptar el destino, ponerse en manos de Shiva el Danzante Cósmico y buscar una buena mujer para sustituir a Denhali, como tantos otros tuvieron que hacer antes. Claro que solo lo decían una vez, porque Rajesh aunque joven, ya era un hombre serio y decidido y tenía aquella manera de mirar. Así que confió en Murugan y el dios le premió con un hijo varón al que llamó Saravanan, otro de los nombres de Murugan, y al que no permitió nunca que nadie llamara por un diminutivo ni con otro nombre que no fuera el suyo. Y no solo le premió con el hijo y la vida de Denalhi que desde entonces no se separó de él ni un instante. Un día, cuando sus kavadi inmensos se habían hecho famosos, y una televisión de no sabe dónde le grabó subiendo los doscientos setenta y dos escalones finales con los más de setenta kilos de peso encima, atravesado por un montón de pequeñas lanzas y bailando y sonriendo feliz porque Murugan, el vengador, el feroz, pero también el generoso, le ayudaba con su propia mano a subir aquellos escalones sin aparente esfuerzo, y le hizo un hombre conocido en lugares de los que él jamás había oído hablar, la junta de turismo de Brickfields, la pequeña India de Kuala Lumpur, le ofrecieron formar parte del recorrido que los turistas ingleses (no importa de qué nacionalidad fueran, para Rajesh, todos son ingleses) hacen todos los días para sentirse viajeros de otros mundos, pudo dedicarse en cuerpo y alma a la fabricación de sus kavadis, cada vez más espectaculares, más grandes, nmás pesados, más hermosos, mientras Denalhi y el ya no tan pequeño Saravanan se hacían cargo del restaurante. Rajesh ha repetido cada uno de los días desde que nació su pequeño que es un hombre feliz, que no puede pedir más a la vida porque Murugan le ha dado todo lo que un hombre necesita: un hijo varón para perpetuar la familia, una buena mujer que lo ha querido y respetado y un motivo para levantarse cada mañana. Por eso, en medio del maremágnum que revolotea alrededor, ha encontrado algo en su interior, un golpe de memoria quizá, o la voz del dios que le ha llamado y es capaz de fijar los ojos en su hijo que le acompaña en cada Tahipusam, bailando alrededor de su padre para agradecerle él también a Murugan una vida de regalo. Y Saravanan entiende, y aparta al viejo Kiran que parece aún más viejo, un manojo de desconcierto y al Jaidev que habla pero no sabe lo que dice, hasta conseguir que alrededor de su padre se haga un hueco por el que entra un poco de aire. Rajesh, sonríe, si es que se puede sonreír con la cara y la lengua atravesada con las varillas de metal a las que añaden después la punta de lanza, en recuerdo de la que le regaló Parvati, la madre de Murugan, esposa de Shiva el Danzante Cósmico, dando origen al festival hace ya tanto. Y siente como el propio dios le empuja, le ayuda a levantarse tambaleante, acercarse a los primeros escalones y subir penosamente, uno, dos, cinco, seis, no más, porque ya no hacen falta más. 0 Y le gustaría poder decir que no, pero sería decírselo también a Murugan, y él le debe todo a Murugan, todo. Y sabe que Rajesh prometió acudir al festival toda su vida. No cuarenta, ni cincuenta, toda su vida. Y con Murugan hay que cumplir para que sea generoso porque su venganza puede ser terrible. Así que coge la lanza grande, la que le acompaña desde que

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alcanzó la edad adulta. Pintada en purpurina dorada, pero rematada en una punta de acero. La apoya en el primer escalón y la inclina hasta que alcanza más o menos los treinta grados. Mira a los ojos de su padre que ya no tiene que esforzarse para aguantarse en pie, porque solo tiene que hacerlo un segundo, quizá menos. Luego se deja caer con la ayuda de los setenta kilos del kavadi sobre la punta de la lanza. Saravanan sabe que no ha sendido ningún dolor mientras la lanza cruzaba el cuerpo enteco, el cuerpo que también pertenece a Murugan. Y sabe que Rajesh, ese padre del que se ha sentido tan orgulloso siempre, ha cumplido su promesa: toda su vida.

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Fotos seleccionadas durante el mes de Enero

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Evening Light...4, por JohnA avitsland

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Invisible, por Irina

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A maneceres, por Pepe L atas

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Autumn, por Michael

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Back home, por Saravut Whan

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Fashion designer, por Lenin K aspov

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Flakstad, Lofoten, por JohnA avitsland

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Fortress..., por kristof brow

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In a majestic frame, por Duong Dinh

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JanuarEnero, por M aikel Reyfman

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M acro, por Loco M atara

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New year, keep the promise of healthy life, por Lucas

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Ocaso, por Oscar Rubén Suárez

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Sobre el espacio de cuatro dimensiones รณ 2 temporadas en Khuzhir., por A. Grachev

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The old tree, por Jesús A lvarez Rodríguez

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Vitamin C, por Tатьяна

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Watch, por A rkadiy

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A déu 1 de maig’17, por David Roldán

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A mante de la caĂ­da, por Nataliorio

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arbol seco, por

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Pepe L atas


A rtist and model in all photos Bella Grigoryants., por K ezzin

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Atardecer en rojo, por Ildefonso Robled

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Atardecer, por Milen

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Atardeceres, . . ., por JosĂŠ A ntonio M achado

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Autumn, por Michael

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Beautiful sunsets, por Voytsekhov

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Bienvenidos, por Luis M anuel

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Bisti - De -Na-Zin desierto es una reserva en el Condado de San Juan en el estado de Nuevo MĂŠxico, por A leksey

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Black and white stockings, por Osman Naim

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Blue and red, por M.Dasha


Boyfriends, por Ignachenco

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Carau, por Daniel ColmeĂąa

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Ciudad de las A rtes, por JesĂşs A lvarez RodrĂ­guez

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Cold, por Nodia

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David and Goliat, por Vadim Trunov

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De la serie L a danza de tus manos, por Susana GudiĂąo


Decoraciรณn vietnamita de M arra G,Soriano

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descarga

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(1)


descarga

(2)

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descarga de

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A leksey


descarga

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DETALLES....LLENOS DE NOSTALGIA Y JUEGOS, por Joan A nglas F

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El colmillo, por JesĂşs A lvarez RodrĂ­guez

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el muro, por

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Pepe L atas


Emprenyats ..., por Salvador Roig i Ser

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En la mira, por Susana GudiĂąo


Evening calm..., por kristof brow

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Evening light..., por kristof browk

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Evening light...3, por kristof browk

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First contact, por Talyuka


Flor de tutú, por Susana Gudiño

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Fooling in front of the camera, por Dmytro

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Girl has grown up, por Roman

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Girlfriend, por Ignachenco


Girlfriend, por M argarita K

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Glamor and beauty, por Pavel


Glamour religioso, por M argarita K

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Gold, por Pavel


Green lips, por Susana GudiĂąo

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HDR, por Ingrid Sanz

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HOY VIERNES, por RICARDO GONZALEZ LOPE

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Iban de noche1, por Gloria Soriano


Iguana, por Carolina Ferrรกn

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Invierno en el planeta hielo, por K arol Poland

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Isla Pancha, por JosĂŠ M anuel Lois Ria

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Jan Van Eyck Square, por E.Horobets

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Javorovy potok, por K arol Poland

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Jizerka, por K arol Poland

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Joy, por Irina

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K ate, por Roman


Kola Últimos días de otoño., por A. Grachev

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L a albufera, por Raul Viciano A lberich

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L a belleza de las piedras, por Milen

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L a M aison du Gouffre, por E.Horobets

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L a maja desnuda, por Paulina Stpetersburg

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L a Toscana, por Yuri Gagari

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Little elf, por Eric

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LLEGADA SALVAJE, por RICARDO GONZALEZ LOPEZ

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Lluvia en puerto Pañuelo, por Oscar Rubén Suárez

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Look, por Gen


M acro, por Loco M atara

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MIRADAS AL SOL, por RICARDO GONZALEZ LOPEZ

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Mirror, por Vadim Trunov

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Momentos, por Ildefonso Robledo

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Momentos, por Lorna Aguir

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Morena 002, por A ntonio M artinez Rodriguez

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No hay edad para jugar, por A ntonio M artinez Rodriguez

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Nude, por Sla Bertz


Only one direction, por Jesús A lvarez Rodríguez

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Ordinary people, por Olga

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Other worlds, por Vladimir

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Portrait, por George

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Portrait, por George2

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Portrait, por S.Benz

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, por K insuk lin

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refugio de la naturaleza por

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Mirella Rendueles


Retrato, por Daria

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San Petersburgo, por EdwardG

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Se equivocรณ la paloma...ella no., por A na

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Seduction, por M akapeh

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Shadows of Mongolia, por Saravut Whan

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Shh...guau, por Susana GudiĂąo

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Sobre el espacio de cuatro dimensiones รณ 2 temporadas en Khuzhir, por A. Grachev

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Sombras., por Carlos Ortiz Fragalรก

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Still life, por Michael

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Such a century ago was glamor, por Sasha

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Sunset, por Nataliorion

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Test, por Olga

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The afternoon light on the дача , por Igor


The beauty of ballet, por Nadima (Shibina Nadegda

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The charm of an old studio with Elois, por O xana

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The first rays of sun, por Igor

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The fog, por Milen

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The seduction and the power of the sea, por Duong Dinh

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The smile, por M akapeh

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Those Greeks ..., por Eric

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three crosses, por

Jesús A lvarez Rodríguez

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Today gastronomic feast, por Deven O’Toole

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Vorozheich, por Fran M ara

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Water dreams, por Duong Dinh

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Éxito espectacular, por K insuk lin

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Límites callejeros Pepe Latas ► Espacios urbanos que confluyen en lineas y colores ► Gente bulliciosa en longitudes indefinidas ► Cruces singulares con limites al subsuelo ► Escenarios estéticos que bordean la imaginación ► Tiempos delimitados con vías en movimiento ► Avenidas contrapuestas captando la luz proyectada ► Simplemente gigantes esparcidos por el camino

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Mis detectives Fotos: Nadima Texto: Claudio Serrano Acostumbrados como estamos a la novela policíaca más conocida —de Dashiell Hammet a Conan Doyle con su irrepetible Sherlock Holmes, o de Raymond Chandler y Ross McDonald a, sin ir más lejos, nuestro Vázquez Montalbán con su inefable Pepe Carvalho— siempre imaginamos a los detectives unidos a su traje y su corbata, más o menos raídos, y a su coche utilitario, compañero de persecuciones y sobre todo de fastidiosas vigilancias. Y todo ello, lógicamente, en un medio urbano, barrios inhóspitos y oscuros al anochecer, con garitos de medio pelo, o pobladas avenidas en las que bulle la gente de toda laya y fluye el dinero por los aliviaderos de las cloacas. Nunca sin embargo hubiéramos imaginado detectives en un medio rural.

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Pero Nadima y sus fotografías, que tan bien conocen el entorno rural —basta admirar sus últimas entregas en Luz y Tinta para confirmarlo—, nos presentan hoy dos detectives rurales que no hubiéramos identificado como tales a no ser por el título que la propia fotógrafa da a esta serie. “My detectives”. Porque sus recios garrotes y esos prismáticos que usa uno de los personajes son propios de campesinos o gentes avezadas al entorno agreste en que nos sitúa a sus personajes. Porque sus vestimentas tampoco ayudan en la identificación, salvo que demos un salto en el vacío y pensemos quizás en un Sherlock Holmes en busca de Canterville.

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Sabiendo, pues, que son detectives, ojo avizor tras su presa, cabe preguntarse qué buscan realmente y si son detectives urbanos llegados a este medio rural en pos de algún misterio generado en zona urbana o son realmente detectives rurales siguiendo un caso generado entre sus propios vecinos. La experiencia detectivesca que hemos ido adquiriendo en novelas y películas de género nos inclinan a pensar en la ciudad como germen y origen de todos los males, aunque tratándose de Nadima y su fértil imaginación todas las posibilidades están abiertas. Ya dijo Juan Madrid en su día que la novela policíaca “en realidad lo que cuenta es la zozobra y la angustia de nuestro tiempo.”

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La historia de algunas brujas Irina Dzhul

Modelos: Veronika Vorontsova y Ekaterina Shevtsova

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La fábrica de hojalata de Júzcar Juan Depunto “Ahora sé que tengo corazón porque se me está rompiendo” El hombre de lata en El Mago de Oz Me llamo Miguel Topete y Venegas, marqués de Pilares, y nací en Morón de la Frontera, aunque en mis siglos, el XVII y el XVIII, ya hacía tiempo que dejó de ser frontera con el infiel. Pasados los catorce años de la guerra de Sucesión, en la que participé como militar apoyando al primer Borbón, finalmente tomó posesión del trono de España, Felipe V, al que elevé mi proyecto emprendedor. Tras las andanzas bélicas de mi juventud (también participé en el cerco de Gibraltar y en el rechazo de la invasión inglesa a Rota y al Puerto de Santa María) me dediqué a cultivar mi patrimonio y viajé por toda Europa y América buscando ideas tecnológicas que sirvieran a mi espíritu emprendedor. Una de esas ideas fue crear una industria como las que vi en Alemania y otros países europeos: la fabricación de hoja de lata, utilísima en el blindaje de barcos de guerra y otros muchos usos más. Teníamos que comprarla a los países productores a elevado precio, pues aquí no se producía porque era un gran secreto el de su elaboración, estando penado con cárcel el que los conocedores del mismo saliesen de sus respectivos países. Yo ya había oído hablar de esta idea a dos ingenieros suizos, Pedro Meurón y Emerico Dupasquier, que solicitaron autorización a la Real Junta de Comercio y Moneda para instalar una fábrica de “blanquear

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hierro” que era como se le llamaba al proceso de fabricar hojalata en la época. La idea original no fue de ellos, sino de Jerónimo de Ustáriz, Secretario de la Junta y del Consejo de Indias que tuvo la visión de industrializar el país y evitar importaciones de productos que se podrían manufacturar aquí. Las crónicas cuentan que a los técnicos los trajeron de Alemania metidos en barriles, al tener prohibida su marcha al extranjero para evitar la competencia. Estos ingenieros conocieron allá a Herr Ployer, maestro mayor de la fábrica de Hoja de Lata de Sajonia y consiguieron traérselo aquí. Su socio financiero fue el Conde de La Cadena y su hermano, prestamistas de la época, unidos al banquero Benito Berbrungen. Los hermanos eran avispados y decidieron pronto salir del negocio, vendiéndome su parte por consejo de Benito. Solía ir de cacería por la serranía de Ronda que, con sus espesos bosques de castaños, encinas, robles, alcornoques y quejigos, era un auténtico paraíso. En una de estas correrías exploré el maravilloso valle del Genal, el río que nace por ebullición de la tierra a la entrada del

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pueblo de Igualeja* y desemboca, después de alimentar con sus aguas a 15 pueblos, en el río Guadiaro que a su vez llega al Mediterráneo en el municipio gaditano de San Roque, en el Campo de Gibraltar. En la cabecera alta de este valle del Genal, cerca de su nacimiento, está el pueblo de Júzcar, y aquí, en su municipio, tras la oferta que me hizo mi amigo Benito Berbrungen, de origen alemán y establecido en Sevilla como banquero, estuve de acuerdo en que podría establecerse una próspera industria: tenía agua para mover la maquinaria necesaria para la fabricación de la hoja de lata, minas de hierro cercanas, para el producto base de la misma, abundante madera con la que abastecer los altos hornos y cercana salida al mar para vender mis productos (Estepona) y al interior (Ronda). El Rey, por cuya causa batallé esos 14 años, me otorgó su merced y privilegios para poder levantar la Real Fábrica, lo que hice durante los años 1726 al 1735, con una inversión de 300.000 pesos** y la ayuda inestimable de mi buen amigo y socio Benito (también conocedor de la fórmula secreta de unir las láminas de hierro a delgadas capas de estaño***). La fábrica la proyectó el ingeniero Juan Vergel y de ella hay detallada información, tanto por las descripciones que como dueños enviamos a la Real Junta de Comercio y Moneda, como de los detallados planos que elaboró nuestro ingeniero. Se comenzó a construir en 1727, empezando por canalizar las aguas de los dos ríos disponibles, el Júzcar y el Genal, llevándolas a dos zonas, alta y baja, en las que se dividió la fábrica para aprovechar mejor las aguas, ya que no eran muy abundantes ni estables, dependiendo mucho de las lluvias. En la parte alta estaba el corazón de la fábrica, la “laminadora” y la “blanqueadora” (la nave en la que se adhería el estaño a ambas caras de las láminas de hierro para formar la hojalata). En la parte de abajo se situaron los altos hornos, para fundir el mineral de hierro para obtener este metal, y la herrería. Entre ambas zonas había lavaderos de mineral, otros hornos, fraguas, almacenes, viviendas, tiendas, taberna, caballerizas, capilla, etc. Sobre una ventana de la “Blanquería” que da a la plaza donde está la capilla, se colocó un escudo con las Reales Armas, un rótulo con grandes caracteres que indican “ real fábrica de hoja de lata” y un tarjetón de piedra en el que podía leerse: reinando en españa los siempre invictos monarchas y cathólicos re-

yes d. phelipe quinto y doña isabel de farnesio, se dio principio a esta real fábrica de hoja de lata y sus adherentes, jamás vista en españa.

. Prácticamente desde que surgió la idea de la Fábrica en estos parajes fueron apareciendo los inconvenientes, de los que los primeros en darse cuenta fueron los hermanos prestamistas ya comentados. El primer problema fue disponer de especialistas que supieran del secreto para fabri-

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car la hoja de lata. Luego estaba lo alejado del lugar y la falta de caminos de acceso. A continuación la variabilidad de las aguas en función de las lluvias, para continuar con las dificultades para distribuir sus productos por las deficientes comunicaciones (llegué a pedir al Rey que me enviara 16 camellos de los que disponía en su Real Sitio de Aranjuez, pues tenían una mayor capacidad de carga que los mulos). Todo esto hizo que fuera solicitando nuevos privilegios financieros y subarrendara la propiedad, manteniendo inicialmente a su director, el cura Hidalgo, luego sustituido por el coronel Stellinguerff. Pero finalmente terminé vendiendo la fábrica que en ese momento disponía de casi 200 personas empleadas, entre director, contador, oficinistas, capellán polígloto, fundidores, blanqueadores, capataces, guardas, oficiales de forja, carpinteros, aprendices, limpiadoras, arrieros, mozos, etc., lo que se llevaba muchos miles de reales (el director cobraba 10.000 reales -unos 20.000 euros actuales anuales-, un blanqueador unos 180 reales al mes, es decir 360 euros actuales mensuales). Ya más tarde fueron surgiendo nuevos inconvenientes: el progresivo agotamiento del bosque y la escasa competitividad de la Fábrica, por las dificultades de producción, por la variabilidad del mercado y por la competencia que disminuía el precio. Por último surgieron obstáculos sociales varios, como la oposición de las siderurgias del norte que veían amenazada su producción y se quejaban de las múltiples ayudas financieras a esta del sur, la mala gestión de sus directivos (más preocupados en los beneficios de las ayudas y privilegios que de mejorar la productividad y mantener en buen estado la maquinaria), las quejas de los especialistas extranjeros que no veían compensado su esfuerzo, desertando muchos de ellos, etc. Todo esto dio al traste con la fábrica, cuya maquinaria terminó deteriorándose por falta de mantenimiento adecuado, dejando de producir hojalata y funcionando solo como siderurgia menor (rejas, herrajes, herraduras, alambres, clavos, chapas, etc.) para terminar del todo su producción en 1788 y recibiendo el certificado de extinción de actividades de la Junta de Comercio en 1793. Y yo os dejo con las letras de mi amigo JuanDepunto que os terminará de contar la historia de vuestro tiempo. *** Hoy en día los restos de la fábrica han sido adquiridos por Enrique Ruiz Fernández que, tras realizar una voluntariosa restauración, ha montado un complejo viñedo y bodeguero en el que produce unos caldos blancos y tintos que pronto darán que hablar. Tiene como encargado y hombre de confianza a su enólogo Fernando García de la Vega. Fernando, en ausencia del dueño, me estuvo mostrando los restos de la fábrica, la historia de la transición de la misma, su restauración y el actual complejo de modernas instalaciones. Me regaló el libro sobre la Fábrica que cuenta detalladamente todos los pormenores y que figura en

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la bibliografía referida. Nos acompañó en la visita “Momo”, un magnífico y albino ejemplar de bulldog, de lo más cariñoso y atento que he visto en perros. De la antigua fábrica quedaba poca cosa: las ruinas de la “laminadora”, el “cuarto de los secretos”, las ruinas de la capilla, algunos canales, un horno y poco más. Ni una sola máquina sobrevivió. En la “laminadora” creció un inmenso nogal en los más de dos siglos de abandono, que fue respetado por el nuevo propietario dejándolo dentro de la reconvertida nave de bodega, practicando un orificio en el tejado para que pudiera salir por él. En la bodega actual hay modernísimas barricas de roble americano y de acero inoxidable, cubas de fermentación, prensa de uvas y demás maquinaria de lo que es una moderna bodega. El “cuarto de los secretos”, la antigua “blanqueadora” de las láminas de hierro con el estaño, hoy reconstruida, se dedica al envasado de las botellas, numeradas, fechadas y consignando el tipo de uva; tienen un bello diseño, titulando a sus caldos con el nombre de la bodega: Antigua Real Fábrica 1725 Hojalata de Ronda La reconstruida capilla se utiliza como salón de actos y de catas (se hacen cursillos previa cita). Y los demás edificios existentes al día de hoy son viviendas del propietario y del personal de la viña y bodega, almacenes, etc. Para llegar hoy día a los restos de la Fábrica hay que desplazarse a Ronda y salir de ésta en dirección sur, buscando la localidad de Júzcar. La carretera de acceso está bien asfaltada pero es muy estrecha, tanto que en general no pueden cruzarse holgadamente dos coches, debiendo uno de ellos apartarse a los arcenes de ensanche que periódicamente aparecen. Este pueblo lo identificaremos inmediatamente al verlo entero de color azul, pintado así recientemente para ambientar y dar publicidad al estreno de una película sobre esos extraños seres azules que vienen a llamar “Pitufos” y que luego, tras referéndum de sus vecinos, se decidió dejarlo de este color.

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El pueblo es una preciosidad que merece la pena visitar, a pesar de la carretera. Además de su Ayuntamiento, establecimientos hoteleros y de restauración, etc., dispone de un curioso cementerio junto a la iglesia parroquial. Tiene un Museo Micológico, que muestra las maravillas de estos frutos de la zona en la que se suelen organizar jornadas micológicas en otoño. También dispone de un recinto expositivo, un punto de información turística y un centro cultural. Está situado en la ruta de “Fray Leopoldo”, el milagroso beato capuchino que nació en la no muy lejana Alpandeire y que pisó estas tierras hasta los 33 años en que se trasladó a Granada a desarrollar su labor mendicante donde falleció ya anciano y al que conoció en persona el autor de estas líneas en los años cincuenta del pasado siglo, siendo él niño de corta edad. Incluye poblaciones como Igualeja, Pujerra, Parauta, Cartajima, Júzcar, Faraján y Alpandeire. Desde esta última se puede volver directamente a Ronda. Sus fiestas son el tercer fin de semana de agosto, en honor a la Virgen de Moclón, que, como cualquier virgen que se precie, se apareció a un pastorcillo en un lugar lleno de zarzas y lentiscos cercano a la pedanía de Moclón, la del poblado de origen de la Fábrica. En los alrededores se encuentra la Sima del Diablo, lugar de deportes extremos como el barranquismo, en un paraje de ensueño. Para visitar la fábrica, hoy viñas y bodega, se tiene que pedir cita previa. Hay que salir de Júzcar por su barrio bajo, el que está junto a la iglesia, por la carretera MA-7301 en dirección a Alpandeire. A unos 1,5 km se encuentra, señalizado, el camino de tierra que sale a la izquierda de la carretera y que nos lleva a la propiedad tras recorrer 3,5 kms. Si se va en otoño lo primero que se ve son sus doradas viñas, puestas para deleitar como las manzanas del Jardín de las Hespérides... Referencias documentales: 1. Sierra de Cózar, P; Sierra Velasco, J. E. La Real Fábrica de Hoja de Lata de San Miguel de Júzcar. Ed. La Serranía, Ronda 2013. ISBN: 978-84-15030-68-3. 174 pp. 2. https://es.wikipedia.org/wiki/Júzcar 3. http://dbe.rah.es/biografias/46411/miguel-topete-y-venegas 4. http://www.malaga.es/es/turismo/patrimonio/lis_cd-5389/cnl-121/ real-fabrica-de-hojalata-y-altos-hornos-de-san-miguel-patrimonio-hidraulico

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Bajo un cielo profundo Ricardo González “Completu” Creo que la fotografía es una de actividades mas inquietas de la humanidad, desde su invento allá por el 1.826, por aquel ingeniero francés. Aunque también reconozco sin ser un hombre de ciencia que algo también tiene de fotografía la famosa Sábana Santa de Turín, de parece ser hace unos 2.000 años. Supongo que el 100% de aquellos que cuando han tenido su primera cámara de fotos bajo el manejo de sus manos, han hecho disparos sin tener ningún conociendo y habrán experimentado, con movimientos y encuadres inciertos. Los inquietos, como es mi caso, hacemos de las nuestras con ensayos de tubos de cartón del rollo del papel higiénico o perforando vasos de papel para ver a través del objetivo lo que pude pasar y sus efectos sin gastar dinero. Luego ya nos compramos una máquina mejor, hasta tal punto que los hay que se gastan miles de euros en sus equipos, aún siendo aficionados. Todo es normal bajo mi forma de ver las cosas hasta que, un día hablando con mi amigo Miguel, que lo conozco de hace varios años, me comenta que el hace astrofotografía con una de las primeras réflex que han salido al mercado y solo tiene 8 mega pixel. Si algún conocimiento de fotografía tengo, se desvanece de inmediato, solo de pensar que ya cuesta hacer un buen retrato a diez metros con la última y novedosa cámara de fotos, cuanto más hacerlas con una vieja y de lo más simple reflex, para fotografiar una constelación que se encuentra a miles de años luz. Miguel Fernández Reboeiras me sumerge con sus conocimientos desde su observatorio privado, enclavado en su finca en las inmediaciones de Villaviciosa (Asturias-España). Por cierto que entrar por primera vez en estos espacios cerrados es como si estuviéramos metidos en una película surrealista basada en las constelaciones y estrellas, una vez apagadas las luces y abierta la escotilla de techo. Como mis conocimientos por estos mundos son de cero, me comenta para ir entrando en detalles que la astrofotografía se divide en tres: Planetaria, que es la que está dentro de nuestro sistema solar; Campo Amplio: que son las zonas exteriores hasta donde llegan nuestras cáma-

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ras sin acondicionar y Cielo Profundo: que trata de lo que está fuera de nuestro sistema solar y de la que el hace sus fotos. Su maquina está modificada por delante del sensor con una ventana de resistencias y por una célula Peltier, cuya función es la de enfriar la cámara y conseguir la reducción de ruido. Los cambios continuos de la temperatura de la máquina, por largas exposiciones, modifica el enfoque continuamente y tiene que en un principio normalmente enfocar de forma manual. Una de las partes más importantes, incluso más que el telescopio es la montura que sirve como plataforma estable y está motorizada para hacer los seguimientos, ya que la misma rotación de la tierra causaría que las estrellas se arrastrasen por la imagen, con un efecto más que notable, incluso en exposiciones de treinta segundos. Hoy día, si viéramos las comparativas de astrofotografía de un aficionado con un material básico, serían realmente muy parecidas a las tomadas por un observatorio profesional. Como nos relata Miguel, en su caso y dentro de su observatorio, que la técnica mas complicada es la que requiere dos telescopios conectados a un ordenador, que permite corregir las desviaciones provocadas por el movimiento leve en el telescopio, para obtener imágenes de galaxias y nebulosas. Con un sistema de secuencias fotográficas de diez a veinte minutos, que luego superpone para conseguir una sola, y después las pasa al ordenador. Una vez que consigue el acople fotográfico, lo pasa a otro programa donde se limpia la imagen y le devuelve los valores al color normal, ya que de por si, porque su la cámara ya tiene quitado el filtro IR que viene por defecto como componente dentro del cuerpo réflex.

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Usando el programa PIXINGHC inventado por un español y que es usado como funcional también en la NASA, aumenta el contraste y realza los colores y le da puntualidad a las estrellas. Anclado en el centro del observatorio, se puede ver una columna y en la parte superior, sobre una meseta, un telescopio refractor solo con lentes y a un extremo colgado a modo de “nariz”, la cámara réflex. También usa un reflector que en su interior solo tiene espejos y, que por cierto, he de decir, que a primera vista de ingenuo, me pareció un bonito paragüero. Combinando el telescopio refractor con el reflector (se denomina un maksuzov), conseguiríamos más longitud focal. Si estos medios y conocimientos para la fotografía de Cielo Profundo los dedicáramos a zonas de Campo Amplio, por poner un ejemplo, veríamos de forma selectiva el interior de un cráter de la Luna. Claro que a mi y supongo que como al resto de lectores de nuestra revista, que nos hacemos la pregunta de que si nosotros hacemos una foto a la Luna con mucha exposición de tiempo, nos sale blanca y carente de texturas, y luego resulta que como en el caso que nos ocupa, se puede hacer una fotografía a la Galaxia Andrómeda, que se encuentra a 3 millones de años luz y con total nitidez de detalles y colores. A esta gran pregunta, dice que los anclajes están soportando la cámara, el telescopio y la montura. La montura hace seguimiento de los objetos celestes, pero suficientemente preciso para una calidad fotográfica, por lo que lleva un segundo telescopio con cámara que mediante a un PC ya conectado, corrige a nivel subpixel la desviación de la montura y así puede aumentar los tiempos de exposición. Aclara que para poner este conjunto de aparatos en movimiento, necesita igual dos horas, más el tiempo de exposición y las ediciones del conjunto de cada toma fotográfica. Sé que nuestro especialista en fotografía de cielo profundo es campeón en el Open de Bilbao y campeón nacional en la técnica de Jiu-jitsu ó para los entendidos, BJJ.

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Galaxia de A ndromeda a 3 m. años luz

Dice que no dispone de mucho tiempo para la fotografía porque tiene una empresa familiar con varios empleados y además es profesor de Yoga y Aikido, además de masajista diplomado, acupuntor y naturópata. A todo lector nos invade la pregunta de cuánto costó hacer el observatorio; o al menos a mi me corroía la pregunta, y me dice que lo fabricó él mismo, porque ya había trabajado de carpintero hace años y los materiales eran la mayor parte de los sobrante de haberse hecho la casa que había al lado, salvo la guía en doble “T”, por la que gira 180º la cúpula con la apertura para el telescopio, que la mandó doblar en círculo. Entre las fotos que nos aporta, están algunas de la Luna, otras del Centro de la Constelación de Orión que tan solo está a 4.000 años luz y de la Galaxia Andrómeda, la cual se encuentra a tres millones de años luz.

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Fotos que despertaron conciencias

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La explosión atómica de Nagasaki 9 de Agosto 1945 – Nagasaki, Japón. La ciudad japonesa de Kokura era el objetivo que Estados Unidos tenía la intención de golpear con Fat Man, la segunda bomba atómica utilizada en la Segunda Guerra Mundial. El escuadrón que transportaba la bomba estaba compuesto por seis enormes “fortalezas voladoras”, nombre con el que fueron bautizados los bombarderos B-29. Laggin´Dragon Enola Gay, este último el avión que tres días después dejó caer la primera bomba atómica sobre Hiroshima; volaron una por delante para comprobar las condiciones meteorológicas. Descubrieron que Kokura, el objetivo estaba cubierto de nubes ese día, por lo que el escuadrón decidió centrar su objetivo en Nagasaki. Eran las 11:00 horas del 9 de agosto de 1945. La bomba explotó a unos 500 metros sobre el nivel del suelo, produciendo una nube en forma de hongo que alcanzó una altura de 19.000 metros. La temperatura en la zona de la deflagración llegó a 4.000 ºC, generando potentísimos vientos. Aunque la onda de fuego en tierra fue inferior a la bomba de Hiroshima, en Nagasaki murieron unas 30.000 personas en cuestión de segundos. Ese día algunos bomberos tuvieron la tarea de monitorizar, medir y fotografiar la explosión. El escritor científico Wiliam L. Laurence, de The New York Times, y un joven oficial Charles Levy, que estaba detrás de la cámara, viajaban a bordo del avión Great Artiste. Gracias a ellos el mundo tuvo conocimiento de la terrible nube atómica. Está ampliamente aceptado que el horror transmitido por tales imágenes aceleró el fin de la guerra. Nadie esperaba ese resultado. Ni siquiera los científicos implicados en el Proyecto Manhattan- que ya en 1939 empezaron a investigar en el ámbito de las armas nucleares, anticipando una amenaza nuclear de los nazis- sabían exactamente qué se podía esperar en Hiroshima y Nagasaki.

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