¡Creo! Cofrades en la Fe

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Por ninguna razón jamás debe ser coaccionada la libertad de conciencia de la persona, pues es un derecho a realizar en cualquier campo de su actuación, especialmente en materia religiosa (Cfr. D.H. 3), cuando se trata de tomar las decisiones morales. b) Formación de la conciencia La conciencia no es autosuficiente, necesita formarse para que su juicio sea conforme al bien verdadero y no caiga en error o en la tentación de acomodar sus propios juicios a las conveniencias personales. Esta formación dura toda la vida, comenzando por la educación infantil que ha de despertarle el reconocimiento de los valores y la fidelidad a la ley interior. Una educación prudente es la que enseña la virtud, preserva y sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos, fruto de la debilidad y de las faltas humanas. En la formación de la conciencia la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar, orientándolo siempre al bien. También nos ayudan los buenos ejemplos, los sanos consejos de otros y las enseñanzas de la Iglesia, que nunca hemos de infravalorar. c) Decidir en conciencia A la hora de tomar una decisión en conciencia para actuar moralmente, puede hacerse conforme a la razón y a la ley de Dios o apartándose de ellas. Para buscar siempre lo que es justo y bueno se deberá hacer un discernimiento, interpretando los datos de la experiencia y los valores que están en juego, los buenos consejos de personas entendidas y la ayuda del Espíritu Santo. Aunque siempre se ha de obedecer el juicio cierto de la conciencia, también ésta puede equivocarse por ignorancia o error, pero no será culpable si no ha faltado la voluntad de buscar la verdad y el bien. Obrar en contra de la conciencia es pecado. Pero no es menos cierto que, por las muchas influencias que hoy tenemos, nuestra conciencia está afectada y puede formular juicios erróneos. Esta ignorancia puede ser responsabilidad de la persona por no haberse preocupado de buscar el bien y la verdad; en este caso se trata de una ignorancia culpable del mal que comete. Por desgracia, hoy, el desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, el mal ejemplo de los otros, el dejarse llevar de las malas pasiones, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y la falta de conversión y caridad, pueden llevar a una desviación del juicio en la conducta moral, como está ocurriendo con frecuencia. Nos recuerda el Conc. Vat. II: “Cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad” (G.S. 16).

2. LAS VIRTUDES En el nº 1803, párrafo 2º, se define la virtud: “La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma”. San Gregorio de Nisa decía: “El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios”. a) Las virtudes humanas Son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien y se adquieren mediante las fuerzas humanas y son los frutos de la realización de unos actos moralmente buenos. Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental, por eso se llaman “cardinales”, son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y elegir los medios rectos para realizarlo, aplicando sin errores los principios morales a los casos particulares. La justicia es la virtud que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido. Con respecto a Dios se llama “virtud de la religión”; con relación a los hombres dispone a respetar los derechos de cada uno y armonizar las relaciones humanas para promover la igualdad y el bien común. La virtud de la fortaleza asegura, en medio de las dificultades, la firmeza y constancia en la búsqueda del bien; permite vencer las tentaciones y superar el temor, incluso a la muerte y de hacer frente a las pruebas y persecuciones. La templanza es la virtud que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados; asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. Estas cuatro virtudes, adquiridas por la educación, son purificadas y elevadas por la gracia, forjando nuestro carácter y facilitándonos la práctica del bien. El hombre verdaderamente virtuoso es feliz al practicarlas. b) Las virtudes teologales Las virtudes teologales adaptan las facultades del hombre a la participación en la naturaleza a Dios. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino. Estas virtudes fundan, animan y caracterizan el obrar moral cristiano y son infundidas por Dios en el alma de los fieles para que sean capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna.

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 8 X Mayo 2013 X Página 22


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