¡Creo! Cofrades en la Fe

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En la oración se desenmascaran las ilusiones de la voluntad propia “Todo es puro para quien es puro” (Tit 1,15). Evidentemente esto supone una oración verdadera por la que se baja hasta el fondo del propio corazón para morir allí velando y orando. Una oración que, en el fondo ya nunca tendrá término. ¿Es posible esto? Ciertamente que sí para quien sabe por experiencia lo que significa orar con el propio corazón y no sólo con los labios o con la inteligencia. Uno y el mismo órgano no puede estar ocupado a la vez por dos objetivos diferentes. Simultáneamente no se puede leer un periódico y una novela, ni en el mismo instante escuchar dos discos distintos. Pero haciendo todo esto se puede orar, aun durante el trabajo e incluso durante el estudio. En efecto, la oración mana sólo del corazón, y solamente la plegaria puede ocupar el corazón hasta su fondo más íntimo. Por eso puede convertirse en la música de fondo que acompaña al ser y al obrar, a condición de que el camino hacia esta hondura permanezca libre. ¿Será imposible orar fuera de nuestro corazón? Por ejemplo, ¿elevándose a Dios a través de las cosas y de los seres humanos? ¿No sería éste otro camino hacia una plegaria que ya no necesitaría distanciarse de la vida concreta, sino que permanecería enraizada por completo en ella, una oración que nacería de la vida misma? De suyo, esta posibilidad existe y no deseamos excluirla. Todo lo creado es imagen de Dios y puede ponernos en la senda que lleva a Dios. Todo ha sido creado en el Verbo y puede, en consecuencia, hablarnos de Dios, por oscurecida que esté la imagen a causa del pecado, por enmascarado que esté el sonido divino de las cosas con los ruidos que se interfieren. La cuestión radica solamente en saber si tal camino, sin el socorro de la técnica tradicional de oración escrita en este libro, no está expuesto a convertirse en un largísimo rodeo sin más. Pues Dios no habla solamente en las cosas. Nos ha dado el don de su Palabra en la Escritura y de su propio Verbo, el Hijo; en nuestra carne humana. Una y otra Palabra nos son inefablemente próximas, mucho más cercanas y cualquier otra criatura: “Cerca de ti está la Palabra, en tu boca, en

tu corazón” (Rm 10,8). Y quien cree en la Palabra de Jesús, Jesús mora en él, y él en Jesús. Sin duda alguna, éste es el camino más corto, el atajo de su nombre: Jesús mismo. Este tesoro está escondido en tu propio corazón. No tienes más que pagar el precio, si las circunstancias lo exigen, de venderlo todo, lleno de alegría, y la oración será tuya. San Isaac el Sirio: “La cumbre de toda ascesis es la oración que no cesa nunca. Quien la alcanza, ipsofacto, queda instalado en su morada espiritual. Cuando el Espíritu va a habitar en un hombre, éste ya no puede dejar de rezar, pues el Espíritu ora sin interrupción en él. Ya duerma o vele, en su corazón la plegaria está siempre en marcha. Ya coma, beba, descanse o trabaje, el incienso de la oración sube espontáneamente desde su corazón, la plegaria no está ya ligada a un tiempo determinado, es ininterrumpida. Incluso durante su sueño se continúa, muy oculta, pues el silencio de un hombre que se ha liberado es ya en sí mismo oración. Sus pensamientos están inspirados por Dios. El menor movimiento de su corazón es como una voz que, silenciosa y secreta, canta para el Invisible”.

La plegaria cósmica Evagrio: “Es monje quien está separado de todos y unidos a todos”, pues la plegaria hace habitar en el profundo corazón del cosmos. Esta plegaria cósmica no se limita a ser una oración por el mundo. Es cierto que ésta intersección es muy poderosa, pero la oración actúa más todavía. Purifica los hombres y las cosas, pone al desnudo su centro profundo. La oración restablece y cura la creación, la contempla a la luz de Dios y se la restituye. Así la oración está siempre emparentada con la bendición y, normalmente, desborda en eucaristías, en acción de gracias. Porque, merced a la oración, el hombre de plegaria ha encontrado su verdadero yo en lo más hondo de su corazón, puede ahora reconocer todo lo demás. Ha recibido una visión nueva sobre los hombres y las cosas. A partir de su propio centro, alcanza también el centro de todo, cuanto le llega. Con tu amor, Señor, seré profundo como el mar, y llegaré al corazón de los demás.

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 8 X Mayo 2013 X Página 16


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