¡Creo! Cofrades en la Fe

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Dar razón de nuestra oración a quién nos la pidiere (Cf. I Ped.3:15) BERNARDO OLIVERA Monje de Azul (Argentina)

1. INTRODUCCIÓN

2. PRESUPUESTOS

He cometido una gran imprudencia: ¡he aceptado dar razón de mi oración a quien me lo pidiere! Bien digo imprudencia, pues no pregunté para aclarar lo pedido, ni medí mis fuerzas, ni tuve en consideración las consecuencias. Sólo me basé en esto: lo haríamos juntos, con el Señor a mi lado.

En cuanto personas humanas somos “uno en relación”, somos, por lo mismo, seres dialogales. Nuestra capacidad inherente de comunicación reclama comunión existencial. Nuestra exigencia de comunión sólo se sacia en la unión con el ser Absoluto: Dios.

Me doy cuenta que “dar razón” es explicarme, y no como un maestro sino como un testigo. En cierta medida he aceptado revelarme, pero con la esperanza de revelarlo a Él.

Nadie ignora que nuestro vivir es relacionarse, y relacionarse bien es amar. En este entramado de relaciones, en el cual existimos y nos relacionamos, oramos.

Me resultó y resulta interesante el cambio de “oración” en vez de “esperanza”, tal como dice el texto bíblico. En efecto, en el contexto de una doble invitación: a vivir bien y la paciencia, Pedro aconseja: dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza; y agrega: pero hacedlo con dulzura y respeto... (I Ped.3:15-16). No me pasan desapercibidas algunas traducciones que dicen: esté siempre dispuestos a defenderse si alguien les pide explicaciones de su esperanza, pero háganlo con modestia y respeto...

La oración es una actividad teologal antes de ser psicológica. Es una comunicación que comienza en la Trinidad, Ella toma la iniciativa. La oración es una gracia, un don: Cristo-Dios hablándonos nos capacita como interlocutores, dándose nos posibilita darnos.

Pues bien, quiero dar razón de mi oración, sin defenderme y con dulzura, modestia y respeto. Y si hablo algunas veces en plural, o en forma impersonal, en lugar de usar la primera persona del singular, es por simple motivo de pudor espiritual. Estoy detrás de lo que digo. Soy monje desde hace cincuenta años, me siento bien inculturado en lo monástico, lo que no impide una rica apertura a la interculturalidad religiosa y congregacional. Soy, básicamente, un buscador del rostro del Señor, siguiendo sus huellas, y algo y a Alguien he encontrado. Esta búsqueda, y también los encuentros, se sitúa en un ámbito muy concreto y tangible: una vida consagrada a Dios-Trinidad, vivida bajo un Abad y una Regla, la de San Benito; una vida comunitaria en comunión fraterna estable y simple; una vida ascética, es decir: humildad, obediencia, discreción en el uso de la palabra, vigilias, ayunos, trabajo, pobreza y castidad; una vida de autoconocimiento, aceptación de mí mismo, conversión y sentido del humor.

La fe es un abandonarse en la verdad de la Palabra de Dios, sabiendo y aceptando humildemente que sus designios son insondables y sus caminos inescrutables. Podemos decir que ella es como un auricular para escuchar al Señor y, de modo complementario, un micrófono para responderle. No hace falta decir que cuando la fe es débil, es poco lo que se escucha, y nuestra voz es apenas amplificada. Aunque Él tiene buen oído y siempre escucha. La experiencia creyente de un orante oscila entre la luz y las tinieblas, la certeza y el abismo. La purificación de la fe consiste en un despojo de representaciones y en un mero aferrarse. Nada más glorioso y nada más crucificante que creer. En definitiva: ¡ay de nosotros si no creyéramos! Cuando oramos en estado de gracia, como amigos de Cristo-Dios, nos relacionamos con Él mediante la fe viva; es decir: una fe vivificada por el amor o, en otras palabras, una fe enamorada. La gracia o favor del Señor se traduce en amor al cercano abierto al lejano. Concretamente, y al menos: servicio en sus necesidades, misericordia en sus miserias, gozo en sus felicidades, apoyo en sus pruebas, orientación en sus despistes. En otros términos, benevolencia y beneficencia: queriendo afectivamente el bien de los demás y haciéndoles efectivamente el bien. Sin esto, todo lo demás es palabrería.

¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 7 X Abril 2013 X Página 13


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