El Cuaderno 60

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elcuaderno 60

ISSN: 2255-5730. Mensual de cultura Segunda época. Septiembre del 2014 www.elcuadernomensual.es

PALABRA DE JUÁREZ / Sergio Gaspar / Jorge Carrión Juan Bonilla / Paulino Viota / Luis Gordillo / Pablo Armesto


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elcuaderno Huesos en el desierto

Número 60 / Septiembre del 2014

El umbral perverso

Portada:

Pablo Armesto

Nordeste, 2014 › madera estucada y fibra óptica, 105 µ 105 µ 8 cm › Nubes y claros, exposición en la galería Gema Llamazares de Gijón www.gemallamazares.com gema@gemallamazares.com Tel.: 984 197 926 › Hasta el 23 de octubre

Ciudad Juárez muestra una fuerza expansiva que se repliega hacia las lomas y los cerros bajo el cielo azul del desierto. En primavera, los tonos del territorio —inserto en la confluencia del Río Grande o Río Bravo, dos cadenas montañosas y El Paso, Texas— enlazan un tamiz gris, lo arenoso, el calcinamiento blancuzco, los matorrales amarillentos. En invierno, los mismos colores se atenúan y se funden con el velo espectral de las nubes o la niebla. A pesar de la luminosidad celeste que cae sobre el desierto, la urbe fronteriza luce pálida, aquí y allá descolorida. Algún reflejo metálico o un color restallante rompe la monotonía; la potencia solar y el polvo tienden una pátina cruda sobre las avenidas, las azoteas, el cristal de las ventanas, las láminas de zinc y los vehícu­los. Como tantas ciudades mexicanas, Juárez presenta el aspecto de un enorme traspatio que alternara la multitud, el reposo de cosas obsoletas, el verdor esporádico, el asfalto irregular y las calles terregosas, con la eficacia de las máquinas, las telecomunicaciones, los servicios modernos, la industria de vanguardia. Una prótesis de concreto, alta tecnología, basura en los baldíos urbanos, que decoran el plástico, los baches, el óxido y los jirones de trapo. Ciudad Juárez sería también otra locación idónea para la música electrónica nortec, oriunda de Tijuana, Baja California: un ensamble de sonidos digitalizados de grupos norteños, ritmos categóricos, bandas tradicionales de Sinaloa y ecos «latinos». Sergio González Rodríguez, Huesos en el desierto

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AHORA CASI TODO MÉXICO ES CIUDAD JUÁREZ

Sergio González Rodríguez:

/ Jaime Priede / Llama la atención que

un rostro pueda expresar tanta honestidad como capacidad de resistencia. Presentar tanta bonhomía como batalla. Parece fruto de un equilibrio arcano entre ambas. A estas alturas de su vida y hechos, no queda en él rastro alguno de ingenuidad, pero sí alguna chispa de un niño vivaz, resistente, que ha probado jarabe de palo. Hay en su mirada, la del hombre actual, una conexión latente con todo lo que se mueve a su alrededor. Una mirada que delata una experimentada capacidad cerebral de analizar gestos e indicios en décimas de segundos. Sergio González Rodríguez (Nuevo México, 1950), galardonado con el Premio Casa de Amèrica Catalunya a la Libertad de Expresión en Iberoamérica 2013, completa con Campo de guerra, Premio Anagrama de Ensayo 2014, su trilogía dedicada al estudio de fenómenos extremos de las sociedades actuales. Campo de guerra analiza la tendencia geopolítica encabezada por Estados Unidos, que con el pretexto de combatir el terrorismo a escala mundial, impone el

EN TIERRA DE NADIE Elena de Lorenzo Álvarez En Huesos en el desierto (2002) Ciudad Juárez es un locus eremus de barriadas sin luz eléctrica, baldíos solitarios y basureros clandestinos, unas modernas soledades por las que transitan autos con vidrios tintados y trabajadoras a turnos de las maquiladoras. Este lugar yermo, desértico, solo puede ser territorio de desdichas y engendrar muerte, huesos en el desierto:

La finísima arena al viento de Lomas de Poleo se traga las huellas. El silencio es avasallador. La sensación de inermidad se vuelve absoluta. El paso de cualquier persona se cancela en aquella tierra suelta que repele la memoria. Avidez ilímite y carencia absoluta se cruzan en Lomas de Poleo. Entre estos extremos debieron de situarse las víctimas en la víspera de sucumbir» (página 26). A medio camino entre algo y la nada, Ciudad Juárez es también la frontera, un espacio impreciso donde los límites, no ya geográficos, sino

morales y legales, se difuminan, como subrayaban las penumbras y los claroscuros del mundo de narcotráfico y corrupción de Sed de mal de Orson Welles (1958). Llevado al límite, este imaginario de la frontera de México y Estados Unidos como espacio de violencia y transgresión culminaría en potentes imágenes dignas de una Babilonia apocalíptica, como las de sangre, sexo y ritos satánicos de La historia de Perdita Durango de Barry Gifford (1991) o el vampírico bar de carretera con trasfondo de pirámide azteca de Abierto hasta el amanecer de Robert A. Rodríguez (1995); pero la frontera de Huesos en el desierto se asemeja más a esa twilight zone, esa dimensión crepuscular, desconocida, de que hablaba Robert K. Ressler —el criminólogo del fbi que acuñó el término de asesino en serie— precisamente para referirse a la frontera como una zona en que no se sabía bien qué era posible. En esa zona, fronteriza en todos los sentidos y crepuscular, se adentró Sergio González Rodríguez y de allí volvió con una historia insólita de violencia extrema, desolación y aterradora impunidad sobre el asesinato

Con modos narrativos consolidados hace décadas, la obra cruza documentos y testimonios, pruebas y evidencias, y va alternando la historia del crimen con la historia de la investigación

y la desaparición de cientos de mujeres que poco tenía que ver con la versión oficial que se fraguaba desde el Estado. Esta culpabilizaba por imprudencia o comportamiento libertino a buena parte de las víctimas, minimizaba los hechos rebajando su número, acusaba a los grupos civiles de magnificar el asunto y cerraba los casos a golpe de raudas detenciones y ruedas de prensa: se aseguraba que la mayoría de los homicidios estaban resueltos con la detención de un multihomicida, que otros podían ser crímenes pasionales o circunstanciales y que las desapariciones podían ser voluntarias. Frente a este discurso normalizador de la violencia generado desde diversas instancias del Estado —policía, jueces, políticos— y voceado por los medios de comunicación, surgió, una vez más, el nuevo periodismo y la no ficción. Del mismo modo que Rodolfo Walsh en Operación masacre (1957) o, por ceñirnos al marco mexicano, que Elena Poniatowska en La noche de Tlatelolco (1971), Sergio González fue armando un discurso alternativo, inverosímil pero real, capaz de contrarrestar la versión oficial, verosímil pero falsa. [•]


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Sergio González Rodríguez «Ahora casi todo México es Ciudad Juárez»

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control y la vigilancia, tanto en el mundo físico como en el virtual, a partir de plataformas militares e impulsando el orden paulatino de grandes corporaciones, cuya sinergia en el espionaje a gran escala, a cualquier escala, se está comenzando a revelar. Dicha trilogía, cuya hermana mediana fue su interpretación acerca de las decapitaciones y usos rituales de la violencia en El hombre sin cabeza (Anagrama, 2009), comenzaba con un escalofriante reportaje sobre las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. El título nos remite a determinadas secuencias del cine, pero en este caso son huesos reales en un desierto veraz. pregunta. Huesos en el desierto denuncia tanto los crímenes misóginos ocurridos en Ciudad Juárez como el drama profundo de un país convertido en el reino de la impunidad y la imposibilidad de justicia. «El Estado de derecho en México es una ficción», se puede leer en sus páginas. Una afirmación que se hace presente en la mente del lector de forma constante ante los documentos, testimonios, indicios y evidencias que se acumulan en el libro. Mientras avanzaba en la lectura, pensaba en usted como individuo, en la posible soledad y frustración de su compromiso con la verdad. En este tipo de investigaciones siempre faltan verdades finales, verdades compartidas. Parece que la búsqueda de la verdad siempre se concreta en una lucha contra el poder, no solamente contra la maldad. ¿Hay siempre una insatisfacción, un fracaso, ante esa imposibilidad de cerrar la verdad? respuesta. Al inicio de mi investigación sobre los asesinatos contra mujeres en Ciudad Juárez ignoraba yo la trascendencia de los crímenes. En ese momento, el imperativo era informar acerca de una situación anómala. La urgencia en torno de la verdad vendría con los años. Cuando uno vive como yo en un país como México, muy pronto sabe que, en cuanto a las instituciones, habrá escasos resultados. Soledad, frustración, insatisfacción, imposibilidad son conceptos (o sentimientos, o percepciones) que carecen de significado

[en tierra de nadie •] Apostó primero por eso que llamaban nuevo periodismo, el relato demorado, ordenado, contextualizado, contrastado, de los hechos, frente a la cobertura informativa que obraba por acumulación de breves notas o sensacionalistas o aparentemente objetivas que solo voceaban las declaraciones oficiales —ese periodismo que llaman de dijismo y declaracionitis—. El canal importa: los reportajes se fueron publicando en el diario Reforma, una nueva cabecera que nació invocando calidad e independencia aquel mismo año de 1993 en que apareció la primera víctima. Pero la investigación fue creciendo y esos reportajes se convirtieron en el hipotexto de Huesos en el desierto (2002), que entra ya de pleno en el campo de la no ficción. Con modos narrativos consolidados hace décadas, la obra cruza documentos y testimonios, pruebas y evidencias, y va alternando la historia del crimen con la historia de la investigación: hay lugar para el relato de los hechos («Una muchacha para nunca jamás», «La pequeña holandesa»), para el contexto en que se producen («La dimensión desconocida», «El mapa difícil», «¡Arriba el norte!»), para la historia de la investigación, que es tanto la construcción de la propia como la de la oficial («Cuentos crueles», «Los motivos del lobo», «Policías bajo sos-

Hay un patrón de violencia y el denominador común de buena parte de las víctimas es que eran obreras y jóvenes con cierta independencia económica y sexual, donde se advierte una doble discriminación, por sexo y por clase social pecha»), y para la focalización de un puñado de protagonistas, como el acusado Sharif («La maldición de la tía bruja»), su abogada («La defensa imposible»), la fiscal («La ciudadana X»), R. Ressler («Un superdetective en la dimensión desconocida») o los políticos («La familia feliz»). Sergio González consigue, al fin, establecer una serie de líneas argumentativas que la versión oficial de los hechos dejaba al margen: que nada de lo que sucede en la frontera norte es ajeno al tráfico de drogas y personas y a los víncu­los políticoeconómicos de las mafias; que hay un patrón de violencia y que el denominador común de buena parte de las víctimas es que eran obreras y jóvenes con cierta independencia económica y sexual, donde se advierte una doble discriminación, por sexo y por clase social; que la misoginia no solo

cuando se realizan investigaciones como aquellas. Es decir, puede más la obcecación de insistir una y otra vez que el olvido. ¿Por qué? Porque el resultado de las omisiones o comisiones institucionales, en mi caso, fortalecen mi persistencia, mi capacidad crítica. Así ha sido hasta el momento, por lo menos. p. La mujer y su papel social devaluados en las ciudades fronterizas. Esa ideología patriarcal para la que toda mujer es por naturaleza pecadora y debe ser castigada. Ella no tiene poder y no se asume con poder, pero su progresiva independencia económica y sexual es la fuente de rencor masculino, de una barbarie a veces contenida y a veces expresada en toda su crueldad. Supongo que está al tanto de la creciente violencia de género en España durante los últimos años. ¿Al final los crímenes contra mujeres se producen por una fantasía masculina? r. En gran parte la violencia misógina proviene de las fantasías de reafirmación masculina, del machismo más arraigado. Pero también hay un entorno violento que favorece dicha agresividad, y no me refiero tanto a las narrativas del cine o la literatura, sino al fundamento agonista del ultracapitalismo, su ontología de la violencia y la guerra que reclama la supremacía de la especie humana sobre las demás y sobre la naturaleza, y en ella el hombre (individual, egoísta, rapaz, guerrero y entregado a satisfacer todos sus deseos, por delirantes que sean) es el modelo de modelos. p. El escritor suizo Friedrich Dürrenmatt escribió: «Nuestra razón solo ilumina el mundo de un modo insuficiente. En la zona crepuscular de sus límites tiene lugar toda paradoja». ¿Cómo se vuelve tras haber indagado una y otra vez en esa zona crepuscular? r. Lo de Dürrenmatt es una derivación de Nietzsche, cuando afirma por una parte que cuando se observa el abismo no hay que olvidar que al mismo tiempo el abismo nos puede observar también; y: quien no tiene alas no debe tenderse sobre abismos. Hay que mantener

produce la violencia, sino que distorsiona la investigación y la cobertura informativa; que la policía y la justicia es negligente en sus diligencias, e incluso incurre en omisiones, destrucción de evidencias y torturas; que la esfera estatal se ha convertido en un teatro de simulaciones, teatro porque se inventan culpables y móviles y se manipulan informes, y porque se escenifican resoluciones para dar los casos por cerrados ante la opinión pública. Establecidos los hechos y demostrado que la actuación policial, judicial y gubernamental es incapaz de restaurar el orden, en el doble sentido de detener los crímenes y detener a los culpables, solo quedaba preguntarse por las razones de tanta impunidad y aquí topamos, de nuevo, con los modos del poder y sus complicidades con el crimen organizado. Como toda literatura vinculada a la narración de la violencia presente, Huesos en el desierto no solo narra para recordar —que también—, sino que narra para comprender y para intervenir en la realidad. Se trata de percibir la violencia y de cambiar la percepción de la violencia: por un lado, visibiliza unos hechos silenciados, con lo que evita la normalización de la barbarie; por otro lado, pasamos de un puñado de homicidios mayoritariamente resueltos a una narración del

feminicidio (Sabina Berman y Elena Poniatowska hablan ya de un «holocausto de género»); y, por último, queda sobre el tapete la evidente ruptura de la normalidad social que resulta de una situación en que la violencia es consentida por un Estado que se ha retirado del espacio público, pues ni lo controla ni vela por sus ciudadanos, lo que supone una quiebra del estado de derecho. Una enumeración de decenas de casos y cuerpos descritos breve y asépticamente conforme al lenguaje burocrático y forense constituye el cierre de la obra:

23/09/02, Erika Pérez, entre 25 y 30 años, cabello color castaño, blusa estampada con flores, pantalón y pantaletas debajo de las rodillas, correa del bolso alrededor del cuello, camino de terracería a partir del crucero de las calles Paseo del Río y Camino San Lorenzo», y así hasta llegar al 23/01/93, cuando apareció el cuerpo de Alma Chavira Farel, la primera víctima. Y como sabemos que no se trata de personajes ni de datos ficticios, ese listado que ya nada aporta a la argumentación trasciende el ámbito de la crónica y se convierte en una suerte de trágica letanía y laico responso, cuyo efecto intensifica esa cita final de Marcel Schwob:


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una actitud vigilante (autocrítica) para evitar que el abismo lo trague a uno; o bien, hay que alternar, como me gusta hacer, la observación del abismo con otras actividades menos riesgosas. Encarar el crepúsculo puede hacer que uno se vuelva crepúsculo a su vez, incapaz de discernir las diferencias necesarias. La zona del umbral debe agudizar la perspicacia.

p. Una de las citas que abre Huesos en el desierto es de El caballe­ ro y la muerte de Leonardo Sciascia. La secuencia en la que se hace referencia a una Constitución no escrita cuyo primer artículo reza: «La seguridad del poder se basa en la inseguridad de los ciudadanos». Supongo que lo ha constatado muchas veces durante el proceso de investigación de Campo de guerra, «Al inicio de mi investigación sobre los recientemente galardonado con el asesinatos contra mujeres en Ciudad Premio Anagrama de Ensayo 2014… r. El aserto de Sciascia recuerJuárez ignoraba yo la trascendencia da la dialéctica del amo y el esclavo, de los crímenes. En ese momento, el consustancial al pensamiento occiimperativo era informar acerca de una dental desde que Hegel la formuló situación anómala. La urgencia en torno mejor que nadie. Lo malo está en de la verdad vendría con los años» que el Estado soslaye que, desde su huella hobbesiana, los ciudadanos son expulsados de la noción de bien común y se convierten en adversarios o enemigos del poder político y económico por solo estar ahí. En Campo de guerra propongo la teoría del Estado alegal para comprender las disfuncionalidades de los Estados actuales, en particular, el mexicano. p. En el epílogo personal de Huesos en el desierto, usted deja constancia de las amenazas, los ataques personales y la violencia sufrida a causa de una pesquisa tan sistemática. Un balance necesario para cerrar el círcu­lo de lo expuesto, una especie de certificado de autenticidad hecho con su propia sangre, si me permite decirlo así. ¿Era

Y tú me devolverás los cuerpos de mis niños y mis niñas».

color amarillo hasta las rodillas, de una talla superior» (página 443),

Podría decirse que donde termina la crónica de Sergio González comienza Roberto Bolaño La parte de los crímenes (2666, 2004):

pues su armazón narrativa es precisamente una sucesión de casos y víctimas, ahora situados en Santa Teresa, unos plenamente identificables bajo identidades ficticias, otros ficcionales, pero plenamente verosímiles, no ya literariamente, sino conforme a los patrones reales de violencia.

La muerta apareció en un pequeño descampado en la colonia Las Flores. Vestía camiseta blanca de manga larga y falda de

usted consciente desde un principio de los riesgos que corría o hay un momento en que las cosas se complican y uno ni puede ni quiere dar marcha atrás? r. Cuando comencé a indagar los asesinatos contra mujeres en Ciudad Juárez, nunca imaginé lo que vendría: no solo la ineficacia, ineficiencia, irresponsabilidad, corrupción, indiferencia de las instituciones mexicanas ante dichos crímenes, sino la negativa a aceptar su gravedad por parte de funcionarios, políticos, empresarios, periodistas, académicos, etcétera. El simbolismo de la sangre es muy útil para explicar mi testimonio personal sobre los hechos (accedí al estatuto de víctima yo mismo) además de la actitud de los negacionistas: quieren lavarse la mancha de aquellos crímenes, el estigma de sociedades que se niegan a encarar su propia historia. Mi inadvertencia inicial del trasfondo político y geopolítico de tales crímenes se transformó en un aprendizaje de vida que incluyó lo insospechado: la crueldad vengativa de quienes me secuestraron, torturaron y amenazaron. Que es similar a la de quienes niegan los hechos acontecidos en dicha frontera. p. No sé si ha leído la novela Gomorra de Roberto Saviano sobre la mafia italiana o la reciente Cero, cero, cero, sobre el narcotráfico. La escritura del primero le obliga a vivir en clandestinidad, con constante protección, enclaustrado. Ni siquiera el envase de la ficción sirve de protección cuando uno se adentra en determinados mundos con la intención de desmontarlos, de mostrar su faz verdadera. ¿Pensó en algún momento en escribir una novela basada en sus investigaciones? Si cualquier hecho dramático puede transformarse en novela, ¿el país se acostumbra a no enfrentarse a sus interrogaciones reales? r. Conozco y admiro la obra de Roberto Saviano, su peculiar compromiso por unir la denuncia y la mejor expresión literaria. Por mi parte he mantenido la ficción y la no ficción en ámbitos separados. Se trata de una decisión formal: la narrativa sin ficción no requiere del

A medio camino entre algo y la nada, Ciudad Juárez es también la frontera, un espacio impreciso donde los límites, no ya geográficos, sino morales y legales, se difuminan

Nada de modalidades oblicuas, elipsis, alusiones o figuraciones: aquí Bolaño literaturiza el mal mediante la acumulación reiterada de escenas de extrema violencia con leves variantes, siguiendo las leyes de esa no ficción que viene dando cuenta de la violencia en Hispanoamérica desde hace décadas, y en cuyo relato de los hechos, construido a base de acumulación de testimonios y evidencias, no cabe lo ambiguo, lo impreciso ni lo indeterminado. Una vez más, la frontera, esta vez literaria, se diluye. En una hábil vuelta de tuerca, la novela utiliza los recursos de la no ficción, que a su vez se había nutrido de estrategias literarias para remozar el viejo periodismo. Del mismo modo, el propio Sergio González se convierte en personaje de 2666 (páginas 470, 581) y queda de nuevo situado en la frontera, esta vez, entre la realidad y la ficción: «No era un periodista de crónica policial, sino de las páginas de cultura», pero «a veces, pensaba, ser periodista cultural, en México era lo mismo que ser periodista de policiales». ¢


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concurso de la fantasía para lograr sus fines (que para mí son, sobre todo, un asunto de conocimiento, información, crítica). La ficción ofrece múltiples posibilidades de reinventar la realidad, pero prefiero escribir ambas vertientes sin mezclarlas. Eso sí, he escrito texto de autoficción: relatos ficticios en los que me inserto como personaje real. Desde luego, nada de esta propuesta formal se halla en mis libros sin ficción. Hasta ahora, no he necesitado alterar dicho criterio, pero uno nunca sabe si el futuro lo exigirá y me entregaré a escribir una novela ficticia basada en hechos reales (que es lo que consumó Roberto Bolaño en 2666). Ahora, estoy comprometido en escribir una novela sin ficción, que, de acuerdo con 2666 es una obra magistral, una el Diccionario de la rae son «hechos interecinta de Moebius donde un lado santes de la vida real que parecen ficción». El es mi libro y el otro su novela. Así centro del relato lo ocupa la trama del poder en un caso específico de hechos acontecidos quiero verlo yo, desde luego. Al de orden público.

estar dentro de la novela con mi nombre como el periodista que investiga los crímenes estoy con un pie en la ficción y otro en la realidad. Un privilegio extraño, pegajoso y desconcertante al mismo tiempo

p. Usted aparece como personaje en 2666, la novela de Roberto Bolaño. ¿Habló a menudo con Bolaño sobre Ciudad Juárez? ¿Cómo valora el libro en ese contexto? r. Tuve con Roberto Bolaño un intercambio de mensajes electrónicos, intermitente y difícil por intromisiones en mis comunicaciones, que a la fecha persisten. Aquello se dio entre 1999 o 2000 y 2002, cuando terminé y publiqué Huesos en el desierto. Roberto quería saber detalles de aquellos asesinatos contra mujeres, pues él escribía su novela 2666, que retomaba esa materia en una de sus partes. Se llamaría La parte de los crímenes. Conocía bastante del tema pero deseaba conocer más. Nunca estuvo en Ciudad Juárez y quería saber cosas de primera mano sobre la frontera, los criminales, las víctimas. Cuando en 2002 viajé a Barcelona a presentar mi libro, pude conocerlo en persona, y me contó que me pondría como

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personaje en su novela con mi nombre. Era una operación creativa que incluía un elemento real en su novela para hacer que la literatura pudiera afectar la realidad. O algo así. 2666 es una obra magistral, una cinta de Moebius donde un lado es mi libro y el otro su novela. Así quiero verlo yo, desde luego. Al estar dentro de la novela con mi nombre como el periodista que investiga los crímenes estoy con un pie en la ficción y otro en la realidad. Un privilegio extraño, pegajoso y desconcertante al mismo tiempo. p. Catorce años después de la publicación de Huesos en el desierto, ¿sigue de algún modo comprometido con aquella investigación? r. Ni un día he dejado de pensar en esos asesinatos, en las víctimas y en que los asesinos están libres. Escribo y persisto en aguardar que se haga justicia. No es nada grato vivir como el comisario de aquella novela de Dürrenmatt [La promesa], que incluso en el retiro continúa a la espera de atrapar al asesino, pero es preciso hacerlo. La memoria y la persistencia es lo menos que podemos hacer por las víctimas y sus familias. Sobre todo, ahora que muchos cómplices ideológicos de la barbarie contra las mujeres en Ciudad Juárez insisten en ahogarse entre la amnesia y la negación. p. El libro ofrece también una perspectiva sociológica de Ciudad Juárez muy precisa: su nomadismo cultural, el tráfico incesante de personas, la sobrepoblación móvil, la internidad provocada por el exceso de personas y el exceso de desierto. Una ciudad de la frontera norte de México que se asienta en un territorio indeciso entre algo y la nada, como relata Barry Gifford en sus crónicas. ¿En qué ha cambiado desde entonces Ciudad Juárez? Promedio de edad de 22 años al comenzar el siglo xxi… r. Ciudad Juárez no ha cambiado mucho en estos años: eso sí, la vieja ciudad de los bares y las cantinas casi se ha extinguido. Es una urbe que vive del ramo de servicios y aún mantiene una fuerte industria maquiladora. Pero su calidad de vida es mínima entre las

2666 La novela que viene del futuro Alan Pauls Roberto Bolaño dijo alguna vez:

Hay libros que inspiran miedo. Miedo de verdad. Más que libros parecen bombas de relojería o animales falsamente disecados dispuestos a saltarte al cuello en cuanto te descuides». La categoría —libros «temibles»— parece pensada a la medida de 2666. Como todas las grandes ficciones de Bolaño —pienso en Estrella distante, por ejemplo—, 2666 da miedo. Da miedo y risa al mismo tiempo. Leerlo es entrar en un temblor, una convulsión física. No es un libro que se dirija al lector; no pretende hablarle ni hechizarlo. Quiere tocarlo, marcarlo, atravesarlo con el viento helado de la muerte y la brisa ardiente de la carcajada. Es el extraño poder que tienen los libros que han descifrado el misterio del límite de la literatura: cómo hacer que la literatura se salga de sí, de sus goznes, y alcance un más allá. Lo que nos lleva a la cuestión central de 2666: la cuestión de lo póstumo. ¿Por qué diríamos que 2666 es la novela póstuma

de Roberto Bolaño? ¿Solo porque apareció después de la muerte de su autor? No lo creo. Me parece que 2666 era póstumo antes, mucho antes de que Bolaño muriera. Es lo que sucede con las grandes obras post mortem: El hombre sin atributos de Musil, Salò de Pasolini, Querelle de Fassbinder. No son obras de recapitulación, de balance, ni siquiera summas. Son obras que inventan mundos y formas que solo puede inventar alguien que ya no es de este mundo ni se reconoce en estas formas. Obras heridas, enfermas, inconsolables, que no encajan del todo en el mundo en el que aparecen. Obras-zombi a las que les falta siempre algo, o que tienen siempre algo de más, un extra, un suplemento que les impide adaptarse. De ahí la extrañeza que afecta a todo el libro —al libro como Todo—, su poderosa fragilidad, su monumentalidad desajustada, llena de agujeros. De ahí el tono que lo atraviesa de

Ese misterioso 2666. ¿De qué se trata? ¿Una clave numerológica? ¿Un toque de milenarismo satánico? Tal vez. A mí me gusta pensar que se trata de un año y, en cierto sentido, de una singular operación de ciencia ficción

punta a punta: esa modulación distante, como velada, al mismo tiempo fúnebre y feliz, cercana e imposible. Lo que nos lleva al título, a ese misterioso 2666. ¿De qué se trata? ¿Una clave numerológica? ¿Un toque de milenarismo satánico? Tal vez. A mí me gusta pensar que se trata de un año y, en cierto sentido, de una singular operación de ciencia ficción. Una ciencia ficción a la Philip Dick, pero también a la Edgar Allan Poe: esa ciencia ficción en la que los muertos hablan. Porque 2666 es el año de la novela: el año en el que la novela se escribió, el año desde el cual llega hasta nosotros. En ese sentido, 2666 no es una novela sobre el futuro. Es una novela que viene del futuro, de ese más allá en el que la literatura parece nacer de nuevo. ¢


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cumplió. Ahora, casi todo México es Ciudad Juárez. Por ejemplo, la violencia contra las mujeres en el Estado de México se ha vuelto otro agravio mayor.

ciudades de México. Continúan la violencia, la explotación sexual y la violación de derechos de las personas, los sistemas estratégicos (como seguridad o salud) son insuficientes y malos, prolifera el pandillerismo y es grave el consumo de drogas entre los jóvenes. Y, desde luego, la violencia misógina y el feminicidio están lejos de ser erradicados. La degradación institucional que México ha vivido en los últimos años comenzó a detectarse en aquella frontera. En los años noventa del siglo anterior, advertí que si no se controlaba el desastre juarense, el problema se extendería. Le llamé el riesgo de «fronterizar» el país. Por desgracia, mi diagnóstico se

Rodolfo Martínez

p. Hablábamos antes de Roberto Saviano. En Italia, el periodismo de investigación ha mostrado cierta debilidad al ser liquidado a golpe de censuras y demandas. ¿Ocurre lo mismo en México? r. La censura y las demandas judiciales son las grandes amenazas en la actualidad contra el derecho a la información en todo el mundo. En México, por fortuna, ha habido un desplazamiento del periodismo de investigación desde los medios convencionales (radio, televisoras, prensa) hacia la industria editorial (libros) y el espacio transmediático: internet, redes sociales y nuevas plataformas de comunicación. Desde luego, el impacto, alcance y penetración varía y no llega a ser tan poderoso como cuando se maneja una noticia en el espacio mediático, que articula aquello que Ferrajoli definió como «poderes salvajes»: la fusión del gran capital comunicativo con la política, en especial, la política corrupta que suele tener nexos encubiertos con el crimen organizado. Aun así, en México es posible el periodismo de investigación de alta calidad. p. El libro se abre con una cita de un proverbio europeo del siglo xv que dice: «Lege rubrum si vis intelligere nigram» («Lee lo anotado en rojo si quieres entender lo escrito en negro»). Creo que también podría aplicarse este proverbio a Campo de guerra… r. Sí, desde luego, y quizás resulta relevante recordar la frase latina que cito en Campo de guerra: «Inter arma silent leges» («En tiempos de guerra, las leyes callan»). Cuando se quiere que todo el mundo sea como un teatro de operaciones bélicas, donde los usos civiles de la tecnología y el gobierno colectivo se someten al modelo de control y vigilancia integral, y las sociedades se polarizan en beneficio de la industria de las armas, debemos replantear el futuro desde ahora y la urgencia de limitar tales excesos desde lo jurídico. ¢

Ciudad Juárez en la memoria de Dante

Vine a Ciudad Juárez a sepultar a mi nieto Martín Corpus, el sicario. Además, aquí están mis ancianos padres, mis orígenes y está también la herida que nunca cicatriza, de la que habló Carlos Fuentes. Yo soy de Juárez y mis orígenes me reclaman, como me reclama la sangre de mi estirpe. Sangre que ha corrido a mares por los últimos siete años, en perfecta oposición con el agua del Río Bravo, cada vez más escasa; entre más sangre, menos agua. Pero antes que empiece a hacer asunciones, déjeme explicarle cómo yo, hombre de bien y con cierta cultura, pudo haber tenido en sus lomos la simiente de un abominable sicario de mala muerte. Para empezar, le diré que tengo cincuenta y tres años de edad. Nacido y criado en Ciudad Juárez, lugar donde viví hasta la desaparición de mi hija Alma —la madre de Martín—, ocurrida en 1997. He vivido en Estados Unidos desde 1998; Tacoma, Washington, para ser precisos. ¿Que por qué me fui tan lejos de la frontera? Quería alejarme lo más posible, no solo de la frontera, sino de México y su versión de neoliberalismo, que cada vez se me antoja más macabra, desde 1993 a la fecha. Tenía yo diecisiete años cuando nació Alma, producto de un amor inexperto, frágil y extremadamente hormonal, que su madre Leticia y yo mantuvimos por poco tiempo en nuestros años de la preparatoria. Durante ese tiempo nos unía la atracción física más que nada, ya que a Leticia le gustaba el baile, Juan Gabriel, las fotonovelas

Cita, las tardeadas del Salón Panamericano y era devota de la tradición anual del Miércoles de Ceniza. Ella escuchaba Radio Sensación, una de las estaciones de radio más socorridas por la juventud local de aquellos años, mientras yo escuchaba la música rock que tocaban las estaciones de radio de El Paso, Texas, de cuya señal gozamos los juarenses en nuestra calidad de vecinos fronterizos. A pesar de ser un muchacho de barrio periférico y populachero, yo apenas sabía bailar. A los dieciocho había leído varios libros del boom y empezaba ya a leer a Kafka, Sartre y Nietzsche. Como usted ve, no teníamos casi nada en común. La relación se disolvió no mucho después de nacida la niña. El compartir una hija como Alma nos permitió tener una relación de cierta camaradería, pero era poco lo que convivíamos. Leticia no pudo terminar la preparatoria y, aunque sus padres no la desampararon y le perdonaron a regañadientes el mal paso que había dado tan joven —ambos teníamos dieciséis cuando salió preñada—, ella tuvo que trabajar desde un principio, ya que yo no le pude cumplir. Leticia tiene el testimonio de ser una de las primeras madres solteras que levantaron la industria maquiladora, sello distintivo de la bonanza fronteriza cuyo máximo auge fue a mediados de los ochentas, sostén de tantas familias que de otra forma no hubieran tenido la oportunidad de subsistencia. También con eso arrasó el neoliberalismo a través de la llamada «guerra del narco».


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elcuaderno Huesos en el desierto

Número 60 / Septiembre del 2014

El uso de la palabra Uberto Stabile Ciudad Juárez es una ciudad de México situada en el norte de la república, en el estado de Chihuahua, a orillas del Río Bravo. Al otro lado del río, en territorio estadounidense, se encuentra la ciudad de El Paso, Texas. Por su población de 1.321.004 en 2010, Ciudad Juárez es la mayor ciudad del Estado de Chihuahua y la octava zona metropolitana más grande de México. Originalmente llamada Paso del Norte, recibió su actual nombre en 1888 en honor a Benito Juárez. Ciudad Juárez es tristemente conocida por sus episodios de violencia, homicidios brutales y una fuerte presencia del narcotráfico, habiendo sido considerada en repetidas ocasiones como la ciudad más peligrosa del mundo. El 6 de enero de 2011, caía asesinada la poeta y activista pro derechos humanos, Susana Chávez, ella que luchó por los esclarecimientos de los feminicidios perpetrados en la ciudad fronteriza se convertía en víctima de la barbarie que trataba de frenar. Tenía 36 años. Su cuerpo fue hallado con la cabeza cubierta por una bolsa de plástico y la mano cercenada. Es-

te execrable crimen fue el detonante para que un grupo de jóvenes escritores y amigos de Susana iniciaran una serie de movilizaciones que culminarían con la celebración, en septiembre de 2011, del primer Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez, encuentro que pretendía rendir homenaje a la poeta y compañera asesinada, denunciar la impunidad de los crímenes en la frontera de México, así como el progresivo deterioro de las libertades civiles y los derechos humanos en la región. Durante los meses previos, este mismo grupo organizó diversos actos en la mítica Cafebrería Sol y Luna, un espacio cultural aislado en el centro de la ciudad, que se erigió de inmediato como símbolo de la resistencia de los jóvenes activistas. En la primavera de 2011 me llegó una invitación para participar en este primer Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez, donde presentaría el libro y el documental Tan lejos de Dios: poesía mexicana en la frontera norte, fruto de mis anteriores viajes a México, durante los años 2009 y 2010, por los estados de Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León.

Yo, por mi parte, terminé la preparatoria y me dediqué a la vagancia por un tiempo. Me la pasaba fumando mariguana con mis amigos, leyendo libros y oyendo música; y cruzándome de mojado al lado americano para asistir a conciertos de rock, en el Coliseo de El Paso. Tiempo después, mi hermana mayor, que ha vivido en Los Ángeles, California, desde los años sesentas —y se hizo ciudadana americana—, me arregló la residencia americana. En 1981 me puse a estudiar inglés en El Paso Community College. Luego, para arreglar mi ciudadanía americana lo más pronto posible y poder conseguir un empleo decenAhora, el comienzo de males mayores te en El Paso, me enlisté en el ejérfue cuando instituyeron la policía cito americano, de donde salí tres montada, lo que dio lugar a una represión años después con un buen trabajo policiaca sin precedentes. A eso le siguió en el municipio de El Paso. A los veinticuatro años me casé la desaparición de las mujeres, que fue con Silvia, una muchacha que conoel principio del fin de Juárez como lo cí cuando estudiaba en el Commuconocimos; esto último se convirtió en nity College. Al año siguiente nació un hecho notable por primera vez en David y dos años más tarde César. 1993. A principios de 1994 se inauguró la Silvia viene de una familia acomocomedia dantesca a nivel nacional con el dada, y a insistencias de ella pude conseguir un préstamo con su padre surgimiento del movimiento zapatista, de para comprar una casa muy acogeMarcos y el asesinato de Donaldo Colosio dora, estilo americano, en el fraccioque prosiguió con el desalmamiento del namiento El Campestre de Juárez; país. Lo demás es historia aunque yo hubiera querido volver a mi barrio en la colonia Francisco Villa. Mi situación no estaba nada mal; trabajaba en Estados Unidos, ganaba dólares y regresaba todos los días a mi casa en Juárez. Mis hijos hicieron su escuela en El Paso desde un principio, y les encantaba volver a casa en el lado mexicano donde la vida era más holgada y libre, porque no había tantas restricciones como en el lado americano. Bastante idílico, ¿no cree?

Rodolfo Martínez Ciudad Juárez en la memoria de Dante

El execrable crimen de Susana Chávez fue el detonante para que un grupo de jóvenes escritores y amigos de Susana iniciaran una serie de movilizaciones que culminarían con la celebración, en septiembre de 2011, del primer Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez

Susana Chávez Castillo / © Zerk

Luego vinieron los noventas y las cosas comenzaron a cambiar, empezando con la actitud de los jóvenes, muy bien reflejada en la música de Nirvana. Atrás había quedado la candidez de los muchachos de los ochentas; los jóvenes se hicieron apáticos e impersonales. Muchas cosas empezaron a pasar en Juárez, antes impensables, como la migración por millares de gente de las zonas rurales, que cambió la fisonomía de la ciudad y dio lugar al exagerado abaratamiento de la mano de obra en las empresas maquiladoras. Eso propició que la gente local perdiera oportunidades de trabajo, prestaciones y derechos. Y qué le cuento del hecho que la música popular ya no era la balada pop y música en inglés que antes sonaba en la calle y establecimientos. Los Temerarios y la Banda Machos desbancaron a Yuri, Mijares y Michael Jackson. Ahora, el comienzo de males mayores fue cuando instituyeron la policía montada, lo que dio lugar a una represión policiaca sin precedentes. A eso le siguió la desaparición de las mujeres, que fue el principio del fin de Juárez como lo conocimos; esto último se convirtió en un hecho notable por primera vez en 1993. A principios de 1994 se inauguró la comedia dantesca a nivel nacional con el surgimiento del movimiento zapatista, de Marcos y el asesinato de Donaldo Colosio que prosiguió con el desalmamiento del país. Lo demás es historia. Pero no le platico algo que usted ya sabe para eludir mi propio drama personal, que, al fin y al cabo, es lo que me tiene conversando hoy con usted. Simplemente quise hacer un recuento de los daños, quizá a manera de lamento catártico, para entrar en calor. Con la desaparición de las mujeres empezó la desintegración de nuestra esencia como juarenses, como mexicanos, como padres, hijos y como seres humanos. Ha sido un largo proceso. Y la obra que empezó Jack el Destripador la está consumando el narco superstar en turno. Ah, quiere oír acerca de Martín, el sicario. ¿Alguna razón por que le interese más saber de un vulgar sicario que de mujeres desaparecidas? Entiendo, básica naturaleza humana; usted no es el único.


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El 1 de septiembre llegué al aeropuerto de El Paso, Texas, donde me esperaba uno de los organizadores del evento, el periodista juarense Antonio Flores Schroeder, que junto al poeta Edgar Rincón Luna y la escritora Yuvia Cháirez, formaban el núcleo de la organización del encuentro. Cruzamos la frontera de noche y en unos minutos nos situamos en el centro de Juárez, una ciudad vacía, sobre la que pesa un silencioso toque de queda, cuando se pone el sol. Este escenario hostil para la ciudadanía, y el consecuente enclaustramiento de las personas y de las familias, deriva de la histórica segregación por usos del suelo, y las desigualdades socioeconómicas de Ciudad Juárez. La ausencia de mecanismos y espacios para la recreación del tejido social, de solidaridad y convivencia provocan un vacío espectral, en plazas, jardines y centros culturales. Entre el 2 y el 6 de septiembre de 2011, se celebraron numerosos actos en espacios insólitos para la poesía, en una ciudad en guerra con el narcotráfico. El encuentro buscaba acercarnos allá donde la palabra es más necesaria y apreciada, justo al lugar donde la violencia devora los sueños colectivos. Por ello se buscó recuperar los espacios públicos secuestrados por el miedo, y provocar la convivencia donde se impone el lenguaje de las armas. Leíamos en las rutas de autobuses,

ante la mirada atónita de los usuarios, en los parques como el Borunda o en el Bazar Cultural junto al monumento a Benito Juárez, leíamos en cafés como el Veracruzano o la Cafebrería, en la Universidad Autónoma y en la Universidad Regional del Norte, en la Embajada de los Estados Unidos, en hoteles o en la Biblioteca Comunitaria Ma’Juana, dirigida por Ana Laura Ramírez, en la colonia Virreyes, una de las más castigadas por la violencia en la periferia de Juárez. A diferencia de los habituales encuentros y congresos de escritores, en Juárez la palabra y el uso de la misma cobraba una dimensión claramente social y política, proyectando y recuperando para la sociedad civil espacios que habían sido requisados y desahuciados por el miedo a la violencia. […] En uno de los recitales, celebrado en la Biblioteca Comunitaria Ma’Juana, se acercó una vecina de avanzada edad y, conocedora de mi procedencia agradeció nuestra presencia en la colonia

Virreyes, porque según explicó, era muy importante y alentador saber que alguien les pudiera visitar desde un país tan lejano, y les hacía sentirse acompañados y pensados, en un lugar donde se sienten desamparados y olvidados. Esa reflexión sobre el valor de la presencia me llevó a proponer y organizar el proyecto de lecturas solidarias Escritores por Ciudad Juárez. La idea fue cambiar la preposición, así el carácter de encuentro, además de cobrar una dimensión internacional, reflejaría la intención de los organizadores, que más allá de su identidad como juarenses, proponen una acción de apoyo y solidaridad con la ciudadanía. Uno de los principales problemas y retos a los que se enfrentaban era la visibilidad de sus actos. Ciudad Juárez quiere y debe ser conocida por otras muchas causas y acciones que van más allá del constante recuento de víctimas. Necesitaban que desde afuera, desde el otro lado de las balas, llegaran mensajes claros y contun-

Ciudad Juárez quiere y debe ser conocida por otras muchas causas y acciones que van más allá del constante recuento de víctimas. Con este motivo se lanzó una sencilla convocatoria que consistía en organizar recitales y lecturas en distintas ciudades del mundo, a la manera de réplicas de un terremoto poético, coincidiendo con la celebración del segundo encuentro

Vera Grión › Ciudad Juárez, 2009 › Pintura, técnica mixta, 30 µ 40 cm • http://veragrion.blogspot.com.es/2014/01/ feminicidio.html

dentes del compromiso que manteníamos con su esfuerzo. Con este motivo se lanzó una sencilla convocatoria que consistía en organizar recitales y lecturas en distintas ciudades del mundo, a la manera de réplicas de un terremoto poético, coincidiendo con la celebración del segundo encuentro. A primeros de año redactamos una convocatoria para que se organizaran, allá donde tuviéramos eco, lecturas solidarias el 1 de septiembre de 2012, de manera simultánea bajo un mismo cartel y el epígrafe Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez. Propusimos total libertad sobre los espacios donde convocar las lecturas, desde casas particulares a plazas públicas, librerías, cantinas, teatros, escuelas, hospitales, centros de cultura, etcétera, así como la libertad sobre el tiempo de duración de los actos, la hora de convocatoria o el número de escritores y lectores participantes. La idea fue ofrecer la mayor flexibilidad para que cualquier iniciativa pudiera dar su fruto. […] La primera convocatoria de las lecturas solidarias se saldó finalmente con un total de 131 recitales en otras tantas ciudades, de 24 países, en cuatro continentes, una respuesta que superó todas nuestras expectativas, si se tiene en cuenta la escasez de recursos y el ajustado tiempo que tuvimos para la organización del [•]

A todos nos importa mucho más lo que nos puede afectar directamente. En Juárez no todos perdieron una hija, nieta, madre o pariente con las desaparecidas. En cambio, con el problema actual del narcoterror, todos estamos expuestos a caer a manos de cualquier sicario de pacotilla. Porque ahora todo puede ser motivo para morir; con eso que un sicario se puede alquilar por la módica cantidad de cincuenta dólares. Beto, el padre de Martín, se volvió a casar hará algunos trece años. Norma, su nueva esposa, se encargó de criar a sus vástagos (Martín y una niña que tuvo con ella) de una manera ejemplar. A los niños no les faltó nada mientras la familia estuvo unida. Yo les mandaba su dinerito que, después supe, no les rendía porque Beto con el tiempo se había hecho alcohólico, lo que ocasionó que hubiera inestabilidad en la familia. Honestamente, yo también me desentendí de ellos, porque estaba lidiando con mis propias aflicciones. Hace dos años Norma murió atropellada por un guiador ebrio, al cual nunca aprehendieron porque se dio a la fuga. A sus dieciséis años Martín no soportó el golpe, ya que había aprendido a querer a Norma como una madre. Para entonces Beto estaba casi totalmente desintegrado por su vicio —mismo que después dejaría— cuando Martín empezó a hacer ronda con rufianes de todo tipo, quienes eventualmente lo iniciaron en el vicio y la forma de hacer dinero «fácil» trabajando para el cártel, extorsionando y ejecutando gente. Para eso fue entrenado en el uso de armas de alto poder. Leticia se quejó conmigo y yo le había suplicado a Beto que tratara con el muchacho, pero él se negaba a creer en la maldad de su hijo.


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[el uso de la palabra •] evento. Regresé a Ciudad Juárez para colaborar y coordinar esas lecturas solidarias. El día 1 de septiembre de 2012 la organización Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez arrendó un gran salón de convenciones donde se instalaron ordenadores conectados a internet y se realizó un seguimiento en tiempo real de los recitales que se iban produciendo por todo el planeta. Teniendo en cuenta las franjas horarias, íbamos comunicando con los diferentes grupos en las diferentes latitudes. Se proyectaban sus imágenes en una gran pantalla, y a su vez ellos, en sus respectivas ciudades, podían ver todo cuanto sucedía en nuestro espacio. […] Al año siguiente, en 2013, decidimos lanzar una segunda convocatoria de las lecturas solidarias en el marco del III Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez. Los recitales se organizaron el 28 de septiembre y, aunque no dispusimos en esta ocasión de las conexiones simultáneas en la red para retransmitir los recitales, logramos que se sumaran a la convocatoria la nada desdeñable cantidad de 68 ciudades en 13 países. Muchos de estos recitales fueron grabados y pedimos a los organizadores que los subieran en formato vídeo a Youtube, bajo el nombre de «Escritores por Ciudad Juárez

en…» seguido del nombre de la correspondiente localidad. En el año y medio transcurrido desde que abrimos el blog que recopila los textos y poemas dedicados a Ciudad Juárez, hemos recibido la colaboración de 441 escritoras y escritores de 19 países, una cantidad que habla por sí misma de la sensibilidad que despierta una causa que no es ajena a nadie, pues el conflicto que se produce en Ciudad Juárez es el conflicto que se da en cualquier lugar del planeta donde la violencia se convierte en instrumento para imponer el miedo y la sumisión a los más bajos intereses y lucros personales, por encima de cualquier derecho y a cualquier precio. Esta antología, compuesta por 88 poemas, de autores procedentes de 15 países, quiere rendir homenaje a todas las víctimas y desaparecidas en Ciudad Juárez, y entre ellas a la propia Susana Chávez, a cuya memoria debemos el proyecto que hoy nos anima y une. Más allá de la poesía que encierran estas páginas, la intención de la antología y el proyecto que le da vida es hacer saber, a las personas que sufren en primera persona esa violencia, que no están solas, que tienen siquiera el calor de nuestras voces y el propósito de mantener viva la denuncia sobre la realidad que padecen. ¢

Número 60 / Septiembre del 2014

Poemas por Ciudad Juárez • Martin Niemöller (1945) Primero vinieron a por los judíos y no dije nada, porque yo no era judío. Después vinieron a por los comunistas y no dije nada, porque [yo no era comunista. Más tarde vinieron a por los sindicalistas y no me importó porque [yo no era sindicalista. También vinieron a por los intelectuales, pero como yo no era intelectual, me dio lo mismo. Luego vinieron a por los católicos, pero no me importó porque [yo era protestante. Por último vinieron a por mí. Entonces sí que reaccioné y grité, pero ya era demasiado tarde: no quedaba nadie para decir algo en mi defensa.

• Alberto Silva (Saltillo, México) Club de pelea somos enemigos de la verdad y nos gusta mentirnos si el tomate sabe podrido le ponemos limón y nuestra cumbia favorita para acompañar el momento la mayoría prefiere un sillón cómodo antes ke movilizarse o arrancarse el uniforme de la empresa o la marca de cerveza

<www.escritoresporciudadjuarez.blogspot.com> / <www.poemasporciudadjuarez.blogspot.com>

Rodolfo Martínez Ciudad Juárez en la memoria de Dante

Ayer lo encontraron tirado en la calle, con el pecho y el cráneo destrozados por impactos de pistola de nueve milímetros. Me pregunta usted si lo siento. No sé. Porque hay tantas cosas que no siento y no sé por qué. Apenas me habían dicho que las cosas se han compuesto en Juárez. ¿Será? ¿Cómo, ahora sí quiere oír acerca de Alma? Es cierto, es aterrador hablar de sicarios y del mal que representan. Pues le diré que Alma sacó el espíritu populachero de su madre. Aunque yo siempre la conminé a leer y a educarse, ella no quiso terminar los estudios que yo mismo ofrecí pagar, y a los Empezó a trabajar ahí desde diecisiete años ya andaba bien entrada los dieciséis, porque Leticia la con Beto. Ahora que pienso así las cosas, acomodó. Ahí conoció a Beto, Alma se parecía en todo a su madre, hasdel que salió embarazada a ta físicamente; morena, de rasgos autóctonos y sensuales, y pequeña de cuerpo. los dieciocho. Les encantaban Casi idéntica físicamente, también, a su los bailes, a los dos, y esa fue queridísima prima Sandra, quien acabasu perdición. La noche que ría igualmente desaparecida al salir de su desapareció, Alma venía de trabajo en la zapatería, pocos meses desun baile al que habían asistido pués que Alma. Beto, aunque buen hombre y trabajajuntos. Pero salieron de pleito dor, no era lo que yo quería para mi hija. y ella se fue sin avisarle, para Pero su madre decidió por mí, y ella les castigarlo. Tenía veinte años de dio la bendición. Será porque Beto es edad y nunca volvió a casa. Beto del rancho San Pedro de las Colonias, nunca se ha podido perdonar el Coahuila, como la familia de Leticia. Esno haberse ido con ella esa noche pero que al referir esto no piense usted que presumo de gran pedigrí, porque yo tampoco vengo de familia de abolengo y no fui criado en pañales de seda, ni mucho menos. Simplemente he sido el típico juarense progresista, que quiso aprovechar su cercanía con los Estados Unidos para hacer un futuro con ello y disfrutar de la vida en todo lo que ofrezca, sin mayores complicaciones. ¿No es eso lo que fuimos

algún día los juarenses, acaso; incluso los que no hicieron vida en Estados Unidos? Su sangre populachera hizo que Alma desde un principio también se sintiera en su elemento en el ambiente maquilador. Empezó a trabajar ahí desde los dieciséis, porque Leticia la acomodó. Ahí conoció a Beto, del que salió embarazada a los dieciocho. Les encantaban los bailes, a los dos, y esa fue su perdición. La noche que desapareció, Alma venía de un baile al que habían asistido juntos. Pero salieron de pleito y ella se fue sin avisarle, para castigarlo. Tenía veinte años de edad y nunca volvió a casa. Beto nunca se ha podido perdonar el no haberse ido con ella esa noche. El hallazgo del cuerpo de Alma, meses después, coincidió con mi crisis matrimonial y emocional, que casi me trastornaron por completo. Por eso me quise ir de Juárez solo y olvidarme de todo, y de todos, por un tiempo. Conseguí trabajo en la base militar Fort Lewis, en el estado de Washington, y estuve algunos años sin volver. En 2003 volví a finiquitar unas cosas con Silvia, mi exesposa, y a asegurarme que todo estaba bien con mis hijos. Luego me ahuyenté por otros seis años. Cuando estuve aquí la última vez, hace cinco años, encontré otro Juárez. La ciudad estaba sitiada por el ejército y había retenes en todas las arterias principales. Parecía que, casi como norma, había una ejecución a cada dos o tres cuadras de un retén y era común encontrarse cuerpos tirados, hechos unas coladeras. A veces, en las mañanas se encontraba uno cabezas, torsos y partes desparramadas de lo que alguna vez había sido gente. Muchas casas habían sido abandonadas. Incluso fui a buscar a un gran amigo mío de la infancia, a su casa, después de no haberme podido comunicar ya con él de ninguna otra forma a larga distancia. Cuál sería mi sorpresa al llegar y ver candados por todos lados, como señal inequívoca que la casa estaba abandonada. Ahí confirmé que Juárez ya no era mi ciudad. Hoy estoy hablando con usted y, a decir verdad, no sé si estoy hablando con un fantasma; o acaso el fantasma sea yo… ¢


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podemos devorar cucarachas molidas siempre y cuando nos digan ke son tortitas de soya somos enemigos de la verdad decimos «te amo» con sonrisa de abeja y palabras de miel aunke nos hagamos los sordos ante los millonarios ke contratan gente rica para llenarse el alma [de sarampión ante políticos (únicos empleados del mundo ke se sienten verdugos de su patrón) ante los policías (ke nos multan por falta de una luz) ante zombies ke nos kitan el sueldo afuera del cajero para esnifar piedra ante las vacunas que no curan ante los secuestros que nos dejan gelatinosos ante el asesinato de un familiar somos enemigos de nosotros mismos cuando arrancamos nuestra vista de la tarea mayúscula de ser buenos en este jardín pestilente se los aviento a los ojos carroñas de la tenebra culeritos sin alma a mí no me contagiarán de su violencia

• Antonio Flores Schroeder (Ciudad Juárez) Nuestros días Mataron a la mujer del trece Acecha al tiempo el silencio la última dealer de la vecindad fantasma de mil noches flaca porosa y tan falta de Dios y sin buena mota que vender. Lo mismo le sucedió a doña María que lloraba junto a Pancho cuando los extorsionadores iban a su farmacia cada viernes. Martín, el policía con diez autos y una mansión en la colonia Hidalgo, se voló los sesos una noche que encontró a su hijo sin cabeza. Los sobrinos de mi vecina no llegaron al cine: un recuerdo de silencio los alcanzó en un semáforo. El niño de Martina no podrá caminar una bala anónima entró en su espalda; tampoco el de Mario, mi amigo, que aún corre para huir de los disparos en el centro comercial. Y yo con todas estas muertes y noticias no podré ser el mismo de ayer, ahora soy como siervo del tiempo: sin sonrisas horas de color o repertorios de canciones norteñas ni alabanzas a los santos impunes.

• Arminé Arjona (Ciudad Juárez) Rento casa Zona residencial cochera electrónica 4 recámaras 3 baños Jacuzzi alfombrada amplio patio donde fácilmente caben 15 a 18 muertos.

• Liliana Pedroza (Chihuahua) Marisela mujer: Dijo que si la iban a matar que fuera enfrente del Palacio de Gobierno, para vergüenza de ellos. Y la mataron. (Pausa.) Allí mismo. (Pausa.) Sí. Un hombre que se bajó de un carro, la siguió y le disparó en la cabeza. (Pausa.) Ningún policía se acercó a auxiliarla, ni con los gritos ni con el ruido del disparo. Sola la calle a esas horas de la noche frente al Palacio, dicen que no escucharon nada. (Pausa.) La mataron por andar buscando al asesino de su hija. Por encontrarlo con sus propios medios. Por exigir que se le detuviera sin lograrlo, después de que se confesó culpable ante los jueces y él mismo los llevara donde estaban los restos de Rubí, en un bote, quemada y descuartizada. Por caminar de Juárez a Chihuahua para pedir justicia. Por quedarse durante días frente al Palacio de Gobierno como si con ello le fuera la vida. Y se la quitaron. (Pausa.) Por eso estoy aquí también… (Pausa.) por mi hija que hallaron en un terreno baldío, sin ropa y sin vida, con marcas de golpes en el cuerpo. (Pausa.) Estoy pidiendo justicia frente a esta cruz de clavos, cada clavo es una muchacha muerta…, son tantas…, no sé dónde martillar el mío, dónde poner a Alejandra, a mi Alejandra. Para pedir justicia o muerte como Marisela. Justicia o muerte. (Pausa.) Muerte. (Pausa.) Porque la justicia y el consuelo no llegan. (Pausa.) Muerte. Que me arranquen este dolor de una vez.

• Lina Zerón (México D.  F.) Un gran país Vivo en un país tan grande que todo queda lejos: la educación, la comida, la salud, la vivienda. Tan extenso es mi país, que la justicia no alcanza para todos.

• Luisa Fernanda Trujillo (Bogotá) Costumbre no duelen las heridas no duelen las muertes no duele el abandono ni los desamores tampoco duelen los despidos ni los desplazados ni los despojos ni los desalojos lo que duele es la costumbre hacer llevadera el hambre hasta volverla amiga caminar a ciegas andar entre penumbras la falta de césped el gris.

• Nabil Valles Dena (Ciudad Juárez) Litografía del desierto i Junto al barandal entretejido de bolsas de plástico sigo a una mujer que aprieta el paso. Recuerdo que pasé por aquí de niña con una corona de cartón en la cabeza y todo el mundo era el reino de mi padre. ii Esta vez voy sola. Tengo miedo por mis cabellos largos, porque nací rota del centro de mi cuerpo y pueden quebrarme como a una vara de lila reventar las serpientes azules de mis venas camino, y mi bosque se derrumba en avalanchas de arena.


elcuaderno Narrativa española en otoño Durante dieciséis años, dvd Ediciones ha sido un referente de la literatura española actual que acaparaba elogios por su exquisito diseño, por el rigor de sus ediciones críticas de poesía internacional y por la valentía de editar a autores españoles desconocidos hasta ese momento, tanto en el ámbito de la poesía como en el de la narrativa. Una vez cerrada esta aventura editorial, Sergio Gaspar (1954) ha tenido tiempo de reen­contrarse con su propia literatura. Este mismo mes llegará a las librerías Viento de tramontana (Edhasa), una novela definida por su propio autor como parodia con vocación literaria de la vida política y de la industria editorial española. Parodia que en este caso, semejante en intención al de Quevedo o Valle, hace más creíble la realidad que se esconde tras ella e invita al debate. Al pensar, por tanto. El Cuaderno ha mantenido una charla con el autor sobre estos aspectos y adelanta unos fragmentos de la novela correspondientes al capítulo inicial y al titulado «Noche diagonal».

SERGIO GASPAR

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Llegamos al Hotel Albons el viernes 24, exactamente a las once y cuarenta y dos minutos de un mediodía, diáfano y crístino, además de ténido, incluso me atrevería a matizar que pátino, del vilardo epílogo de agosto. Mi esposa y yo descendimos del Audi A3 que habíamos alquilado aquella misma mañana, a las nueve en punto, nada más abrir la sucursal de la empresa Over Rent, S. A., sita en la avenida Josep Tarradellas, número 42 de Barcelona. No saben cuánto me arrepiento ahora, mientras escribo estas líneas, de no haber tomado la precaución de memorizar la matrícula. Ignoro si lograré que no malinterpreten despiste tan morrocotudo, más exactamente, tan lidio, si les consigno de inmediato con mi mejor voluntad de colaboración que se trataba de un vehícu­lo de diésel sin azufre y no de gasolina, de 150 CV, modelo 2.0 tdi, de color blanco glaciar, de pintura metalizada… Si bien les imagino a ustedes en posesión de estos datos. No pretendo ofenderles. No dudo de su benemérita profesionalidad. Solo insisto en mostrarles mi cedazo deseo de transparencia, o sincera luticia, o día, noche, ponientes, o metal, música, labio, o lecho, pluma, cristal, o vicente aleixandre. •••• La amplia habitación, el baño amplio, daban a la piscina. Rememoro el contraste entre la verdura de la hierba, cuidada hasta la caricia, y la claridad azul del agua acogedora. Baño y habitación aparecían orientados al sur, abiertos de piernas al Baix Empordà, resguardados de la crueldad chifladora del viento tramontanal. A la izquierda se erguía el macizo del Montgrí, con la imponente silueta del castillo, como un halcón de piedra para aquella conciencia que lo contemplase con los prismáticos de las metáforas, señero y orgulloso a trescientos metros de altura, vigilando las dos llanuras que dominaba: la de tierra, la de agua. —El mar es un desierto de agua —revelé, rebelde a la realidad del mundo. —Todas las piscinas leen Marinero en tierra, su libro de cabecera —se rebeló Marta, rápida, como un resorte. A veces jugábamos a encadenar presuntas greguerías, un juego o un combate de quienes se habían conocido diecinueve años antes, jóvenes aún, mientras preparaban sus respectivas tesis doctorales sobre don Ramón Gómez de la Serna.

“La literatura española figura Javier García Rodríguez pregunta. Antes de entrar en materia propiamente literaria, permíteme que transitemos un trecho por los «exteriores» de la creación. Eras muy conocido hasta ahora en el mundo literario (esa falacia o hipérbole u oxímoron) básicamente por tu labor como editor. ¿Cómo has vivido la desaparición de dvd Ediciones? respuesta. Mal y bien. Mal, porque el cierre de la editorial me impide continuar con mi proyecto de colaborar a construir literatura española de calidad. Bien, porque ahora vivo más relajado y dedico más tiempo a mi propia literatura. En definitiva, tengo una sensación agridulce.

p. En relación a esta tarea, durante los últimos años tu editorial fue ejemplo claro de que se podía publicar narrativa en español de autores contemporáneos. ¿Cómo ves la situación actual de la narrativa española? r. Esperanzadora en lo que respecta a la creación. Han aparecido nuevos nombres, que aportan contenidos, estructuras narrativas y puntos de vista renovadores. El abanico de estrategias de narrar se ha enriquecido. Sin embargo, yo he afirmado a menudo, con voluntad provocativa de invitar a la reflexión, que la literatura española morirá en la primera mitad del siglo xxi. ¿Por qué? Se presta escasa atención a la literatura exigente y de riesgo que se escribe en España. La mayoría de nuestra sociedad literaria —periodistas culturales, críticos, editores y lectores, incluso los mismos autores— parece más interesada en traducir y leer a poetas y narradores que escriben en otras lenguas, con frecuencia el inglés, autores que a veces tampoco son gran cosa, que en creerse a la literatura española actual, a la consolidada y, sobre todo, a la emergente. p. ¿Es esta novela, Viento de tramontana, un sustituto natural de la tarea

editorial, una necesidad creativa o una exigencia artística largamente pospuesta por otras obligaciones profesionales? r. Cuando era editor, expliqué que yo no era un editor al uso, sino un escritor que editaba a otros escritores. Con dvd Ediciones, yo escribía editando. O, al menos, lo intentaba. Con Viento de tramontana, hago lo mismo, pero ahora escribiendo directamente. p. En el prólogo a tu novela, que es más sarcástico que informativo, dices que esta es «una parodia con vocación literaria de algunos aspectos de la vida política y de la industria editorial españolas». ¿Eres moralista, humorista o no te ves en estas categorías? r. La palabra moral, etimológicamente significa «costumbre». Viento de tramontana, en clave de humor, muestra algunas curiosas costumbres que mantienen la industria editorial y la política españolas desde hace años. Por ejemplo: la búsqueda de muchos editores del libro superventas por encima de cualquier otro objetivo; o la afición de nuestros políticos a usar la demagogia y a falsear datos, su falta de voluntad sincera de alcanzar pactos que nos hagan la vida más fácil a los ciudadanos, que les pagamos su [•]


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—El mar es el espejo ante el que se afeitan los dioses —propuse, sin excesiva convicción. —Las piscinas son los rectángulos en el libro de geometría del mar —replicó de inmediato, convencida. —¿Y qué pasa con las piscinas redondas, u ovaladas, o triangulares? ¿Aceptarás que esta vez has perdido? —Todas las piscinas del universo son rectangulares. Como las camas. Se levantó del sillón de mimbre de la terraza, que había invadido con sus glúteos todavía prietos, carne diseñada por la dieta y el gimnasio, y me besó. Hicimos el amor según el protocolo o algoritmo. Aquel verano Marta había decidido que terminásemos eyaculando sin excepciones en su boca, eso sí, no sin verme obligado antes a proporcionarle con las castizas estimulación lingual de clítoris y penetración de vagina la cuota de orgasmos vaginales y clitorianos que le correspondía, a porciones sosteniblemente iguales, como mujer universitaria, semifeminista y empedernida votante ecosocialista que era. Reconozco que al principio me había complacido su ocurrencia. Creí, ingenuo, que me salvaría del climaterio al que se condena cualquier macho si juega al sexo más de dos años, tres a lo sumo, con la misma mujer, en especial si se trata de la suya. Pero, tras soportar en torno a tres docenas de eyaculaciones archiantiprecoces y veraniegas, empezaba a resultarme un suplicio contenerme, alejarme con disciplina progresista de su clítoris calmado,

esperar a que regresara de sus tauromáquicas corridas, observarla recuperarse, sonreírme con calma, con más calma todavía, con demasiada calma siempre, mirándome alternativamente al glande y a los ojos, otra vez al glande, de nuevo a los ojos, empuñar el pene por fin con sus manos, masturbarlo con lentitud torturadora, abandonarlo tieso en el aire, aproximar sus labios a la punta, mostrarme la lengua prometedora, salvadora, lamerme… Al término de aquella laboriosa operación de cirugía erótica, con mi pene des-

Es verdad que los nombres inmovilizan el mundo. Es verdad que los nombres lo ponen en movimiento atascando al fin su garganta de greguerías, las pasaba canutas hasta lograr eyacular. Además, fuese por incapacidad de apertura mandibular o por pura mala leche, Marta no terminaba de separar los dientes lo bastante para que yo no acabara con el rabo escocido. Escupió mi semen en el lavabo y regresó a la habitación. —Yo no me ducho. Me lavaré en la piscina. ¿Vienes conmigo? •••• Cuando llegaron al Audi, bestia y viejo se apartaron con suavidad a la derecha, dispuestos a seguir su camino. Volví mi cabeza y pude ver, sobre el an-

ca izquierda del asno, la pegatina de otro asno más pequeñito cuyo cuerpo lucía las barras verticales, rojas y gualdas, de la señera catalana. Salí del coche. Grité. —¡Eh! ¡Deténganse! Como si fuesen sordos, o se lo hiciesen, siguieron alejándose. Entonces, percibí sin ningún género de dudas que la tierra entera del Ampurdán, con sus raíces, sus purines, sus lombrices, sus acuíferos, sus osamentas de iberos, griegos y romanos, pe­netraba las suelas de mis zapatos, ascendía por mis piernas, llegaba hasta mi garganta, removía mi lengua. —¡Señor Josep Pla! Es verdad que los nombres inmovilizan el mundo. Es verdad que los nombres lo ponen en movimiento. Asno y jinete se pararon primero, se giraron después, avanzaron unos metros, se llegaron a mí, se pararon de nuevo, me miraron. Josep Pla, como si fuese a fumarse una segunda colilla, se llevó un dedo a los labios. Después, escrutó a ambos lados, vigilante. Escrutó también el cielo, por si acaso. Bajó del burro con una agilidad inesperada. Se aproximó, cauteloso. —¿No será usted de la Generalidad de Cataluña? —me preguntó, inequívocamente preocupado. No me dio tiempo a responderle. —Esos tipos aparecen por todas partes. Lo sabía. Sabía que la pegatina del burro me delataría. Fue idea del burro. El pobre animal necesita una identidad, como todos. —No se preocupe. Soy de Soria. —¿Y ella…?

entre las candidatas a la extinción” [•] sueldo con impuestos directos e indirectos. Mi novela es moral porque representa esas costumbres disparatadas en forma de gigantesco disparate. p. ¿Crees, como dice uno de tus personajes, que «la crítica española o está muerta, o es “sexuagenaria”»? r. Eso lo dice un personaje. Yo diría que la crítica literaria tal como la hemos conocido, la española y la occidental, vive desconcertada. Sabe que ha perdido prestigio, autoridad e influencia. E intuye que quizá no lo recuperará nunca, ni en el papel ni en el feliz paraíso prometido del mundo digital. No ha muerto, pero su situación se parece a la de los moribundos. Me preocupa, porque pienso que difícilmente puede existir buena literatura sin buena crítica literaria. Sus destinos se entrecruzan. p. Las reglas del tiempo, del espacio, de la Historia (con mayúsculas y con minúsculas) quedan abolidas en tu relato. ¿Dirías que tu novela es un ejercicio de libertad? ¿Consideras, en todo caso, que cualquier novela debe serlo? r. ¡Vaya par de preguntas! Un escritor que no sea ingenuo sabe que escribe en régimen de «libertad condicional». Escribimos desde lo [•]


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Señaló a Marta, que había salido del coche y nos observaba apoyada de brazos sobre el techo abollado por el granizo. —También es de Soria. No tiene motivos para preocuparse, señor Pla. Volvió a llevarse un dedo a los labios. —Llámeme José Llano. Eso los despista mucho. Sé que debería haberme quitado la boina y, sobre todo, abandonar el tabaco, y no permitir que el burro me convenciese. Han puesto espías por todas partes. No descansan. En cuanto me dieron su medalla de oro, eso fue por 1980, vi claro que tendría que morirme. No me iban a dejar en paz. Usted no sabe la cantidad de premios que tienen. —Me miró, de nuevo seriamente preocupado—. ¿No se apellidará usted Trapiello? —No. —¿Jiménez Losantos? —No. —Esa gente es también muy peligrosa. También ellos están cargados de premios. No importa que sean rojos o nacionales. Todos andan cargados de condecoraciones, y medallas y premios. No hay manera de escaparse. Por eso me morí. —¿Pero usted está muerto? —preguntó Marta, divertida. —Bueno, según se mire. —No me parece usted muerto del todo —siguió Marta. El difunto Josep Pla empezó a contar con los dedos de su mano izquierda los dedos de la mano derecha de José Llano. —Llevo treinta y un años sin recibir ningún premio ni medalla ni hostias. Según esto, estoy muerto.

NOVEDADES SEPTIEMBRE

[s. g. entrevista •] que hemos leído, amándolo u odiándolo, con mayor o menor conciencia de ello, insertos en una o varias tradiciones, aceptándolas o rechazándolas o reela­ borándolas. Disfrutamos de la libertad de los condenados a un idioma, a un canon, a unos paradigmas literarios. Somos presos libres. Un escritor que lo ignore, a estas alturas de la historia o acumulación de textos literarios, no creo que logre escribir nada que valga la pena.

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Marta salió de detrás del Audi castigado por el granizo, sonriente, dispuesta a no desaprovechar la ocasión. —Señor Llano, si nos presta su burro con pegatina para llegarnos a Bellcaire, le dejaremos seguir muerto y en paz. —Bueno, hable con el burro. Si lo convence, hay trato. No albergo ninguna duda de que fue en ese preciso momento cuando el señor Josep Pla decidió cargarse a mi esposa. Marta se moría por ser graciosa, y, efectivamente, murió por serlo. Supongo que tantos años de estudiar greguerías acaban por pasar factura. Cada vez comprendo más nítidamente que todo cuanto siguió en aquella tarde y noche inverosímiles, hasta desembocar en el trágico episodio del Hotel Albons, no fue sino un intento por parte de ese vejete ladino de ganarse nuestra confianza. Y lo logró. ¡Con cien mil de a caballo que alcanzó su objetivo! Búsquenlo. Se lo ruego. Mi esposa yace muerta y asesinada en el Hotel Albons. Háganme caso. Se lo suplico. No pierdan más el tiempo con ese embrollo incomprensible de Al Qaeda, de células terroristas, de folletos y pistolas. ¿De qué me hablan? ¿Qué tengo yo que ver con esa historia? Me llevan los demonios cada vez que me recuerdo aquí encerrado, emborronando para ustedes estas cuartillas, mientras el señor Pla y su burro seguirán paseando mañana, libres y lentos, por los parajes extraordinarios del Ampurdán.

Noche diagonal Que el Gran Hombre Bajito me eligiese a mí para servirle de cicerone en su visita secreta a nuestra malquerida Barcelona, debo reconocerlo, me sorprendió. Al fin y al cabo, por aquellos tiempos, yo no era más que un modesto periodista, que se ganaba el pan escribiendo artícu­los para la revista Destino. Vaya destino. Ya habrá oído usted mil veces la frase del mártir y primo José Antonio Primo de Rivera, esa que reza «España es una unidad de destino en lo universal», una bonita frase, sin duda, seguida de cerca por otra siniestra y menos conocida, «Todo separatismo es un crimen que no perdonaremos»… •••• ¿Cómo explicarle a Nuestro Caudillo el concepto de acronía? ¿Cómo conseguir que entendiera que, por un capricho del experimentalismo narrativo, vivíamos gnómicamente en el 20 de noviembre de 1964 y en otro 20 de noviembre de 2012, pocos días antes de que se celebrasen las elecciones al Parlamento de Cataluña convocadas por Artur Mas i Gavarró, presidente en funciones de la Generalidad? No, no me resultaría empresa fácil. Ni tampoco que El Caudillo comprendiese, pese a su fino olfato histórico, curtido en un Alzamiento Nacional, una Guerra Civil victoriosa, una Guerra Mundial y una larguísima Guerra Fría, que aquel joven taxista había emigrado con su familia desde Pakistán a Barcelona, que, nada más llegar, lo habían encarcelado en un Aula d’Acollida per

En España, parece perfectamente posible, incluso hasta deseable, ser un escritor valioso sin haber leído ni vivido apenas literatura española… ¿No la estaremos cagando? p. La historia literaria, disfrazada de intertextualidad de toda condición, es el caldo de cultivo de tu narración. ¿Homenaje o necesidad estructural? r. Voluntad estructural, sobre todo, y bastantes homenajes también. Mientras yo escribía Viento de

tramontana, pensaba en Bajtín, en su propuesta de la raíz festiva, satírica y antinormativa de gran parte del arte en Occidente. O en su concepción de la novela como un pluridiscurso que se aleja de cualquier monodiscurso para reproducir así la pluridiscursividad en la que vivimos, este fantástico

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lío lingüístico que caracteriza a la sociedad real, que es una mezcla de voces, registros, tonos, etcétera. Y pensaba en Kristeva o Derrida, lecturas que marcaron mi larga juventud. Recordemos: no escribimos (ni tampoco hablamos ni pensamos) desde el lenguaje abstracto, sino desde el uso de textos concretos. El origen de nuestro texto no es el Lenguaje, con mayúscula, sino una constelación de textos minúscu­los que asumimos con mayor o menor conciencia, y los reformulamos más o menos explícitamente, de manera más o menos reconocible. Más que seres lingüísticos, somos seres intertextuales. p. Suenan en tu novela ecos de Quevedo, de El diablo cojuelo, de Valle-Inclán. ¿Puedes resumir lo que cada uno aporta a tu «enciclopedia» literaria o vital? r. Y resuenan, con estruendo, ecos del Cantar de mío Cid, de Garcilaso de la Vega, del Lazarillo, de Galdós, de Unamuno y Maragall, de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, de la generación del 27, de Josep Pla, de Gironella y la narrativa del franquismo, de la literatura de la democracia… Todo esto no es que lo haya leído: es que lo he vivido. Todo esto es mi vida. La literatura no me sirve para leer, sino para vivir. Además, en Viento de tramontana, he pretendido claramente reivindicar


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a Nouvinguts, es decir, un Campo de Catalanización para Inmigrantes y Extranjeros, instalado en cualquier institución educativa del Raval, es decir, del Barrio Chino, prisión didáctica donde le habrían enseñado, tal vez en inglés al inicio, que el catalán era y será la lengua oficial, propia e histórica de Cataluña. Sí, menudo aprieto el mío. ¿Cómo explicarle al Caudillo, en pocas palabras, que aquel recién llegado, tras cumplir su condena catalanizadora y salir libre con el título de eso, o incluso de Bachillerato, o con un pqpi al menos, probablemente se hubiese matriculado en un curso del Ayuntamiento de Barcelona, de quince días de duración o poco más, destinado a integrar a los recién llegados como conductores de taxi, honrados inmigrantes a los que sus clientes les pedirían: lléveme a la plaza Cataluña, o al paseo de Gracia, o al monumento a Colón, y te conducirían diligentes, guiados y salvados por el gps de su desconocimiento de la ciudad, el país y tal vez el continente en el que ejercían de taxistas?

asombrada y asombrosa de paleto lelo que le dio tanta fama. Landa, el cómico protagonista de exitazos de taquilla como No desearás al vecino del quinto o Vente a Alemania, Pepe, otro gran hombre pequeño, uno más que añadir a la larga historia de la España enana, les exponía a sus colegas tan antifranquistas como él, mejor dicho, se lo estaba repitiendo por infinita vez aquella noche de juerga, su teoría de por qué el landismo arrasó en las carteleras españolas

•••• Reconocí en un banco, entre la muchedumbre iluminada, a Alfredo Landa. Supongo que El Caudillo, que parecía deseoso de no perderse ni pizca del espectácu­lo de la nueva España, que incluso parecía pasárselo pipa con él, lo reconocería también. Supongo, sin embargo, que Nuestro Caudillo no alcanzaría a oírle al creador del landismo lo que yo, gracias a mis oídos acrónicos, estaba escuchándole explicar a un maduro José Luis López Vázquez y a un joven José Sacristán, que lucía la cara

como un maremoto erótico y liberador durante una década. Óigala, don Miguel, porque es más cierta que afirmar que al final todos calvos. —Tías en bikini y ropa interior. Tías en bragas y sujetadores. Tías más altas que nosotros, eso siempre. Mucho más altas y a ser posible extranjeras. Esta era la fórmula para acabar con el franquismo. Porque los hombres españoles, fuésemos rojos o nacionales, sin distingos, después de vencer el hambre de la posguerra, después de bajarnos de la

la tradición literaria española. Algunos escritores españoles la usan poco porque la desconocen mucho. Algunos la desprecian. Eso sí, sin haberla leído apenas. ¿Son imaginables y posibles autores como Thomas Mann, Virginia Woolf o David Foster Wallace sin que se hayan tomado la molestia de sumergirse a fondo antes en las tradiciones literarias de sus lenguas y sus países? Pues bien, en España, parece perfectamente posible, incluso hasta deseable, ser un escritor valioso sin haber leído ni vivido apenas literatura española… ¿No la estaremos cagando? p. ¿Te sientes parte de la tradición satírica española? ¿O descrees de las etiquetas nacionales? r. Me siento parte de la tradición literaria española, incluyendo la satírica. Considero que la literatura en Occidente lleva siglos siendo internacional. Por lo tanto, por pura lógica, existen literaturas nacionales. Las literaturas inglesa o estadounidense, por poner un par de ejemplos, no son precisamente anacionales: son nacionales y hasta nacionalistas, en gran medida. Algunas literaturas nacionales viven cada vez más acomplejadas y menos conscientes de sus posibilidades. ¿Te imaginas una…? La española, en efecto. Lo anterior no me lleva a defender una literatu-

Reconocí en un banco, entre la muchedumbre iluminada, a Alfredo Landa. Supongo que El Caudillo, que parecía deseoso de no perderse ni pizca del espectácu­ lo de la nueva España, que incluso parecía pasárselo pipa con él, lo reconocería también

mula y subirnos en los biscúteres, las vespas y las montesas, solo teníamos hambre de montarnos en una tía, en un montón de tías, y follarlas. Ni toros ni fútbol. Eso ya lo teníamos. Ni novias ni esposas. Eso también lo teníamos. La democracia significaba poder follar. Los tontos del bote de la censura ni se dieron cuenta. Bueno, a lo mejor sí lo sabían, pero ya andaban enfrascados en preparar traidoramente la transición como nosotros. Y las españolas, ¿qué querían las españolas? Pues lo mismo que nosotros: despelotarse y follar. El Destape vino antes. El Destape fue el comienzo verdadero de la Transición Democrática. No la trajeron los comunistas, ni Carrillo, ni Suárez, ni esos estrechos de la democracia cristiana, ni los curas obreros, ni los frailes nacionalistas, todos unos reprimidos que solo buscaban follar y predicar en vasco o catalán, ni González ni Guerra, ni mucho menos esos melenudos y barbudos de la universidad que nos ponían a caldo. Nosotros derribamos a Franco, qué coño. Con un par de cojones. No le faltaba razón a ese hijo de guardia civil, que pasó parte de su infancia en Figueras, por lo que siempre sentiré hacia él una simpatía a prueba de balas. Mi primer bikini lo vi en una película de Landa, no en una playa de Gerona. •••• Entre el tumulto, el desbarajuste y la ba­rahún­ da de la calle en fiestas y alcoho­lizada, caliente pese al aguanieve y un vientecillo de frigorífico que empezaba a levantarse, me tropecé con otro banco y, en él, un nuevo trío sentado.

Disfrutamos de la libertad de los condenados a un idioma, a un canon, a unos paradigmas literarios. Somos presos libres. Un escritor que lo ignore, a estas alturas de la historia o acumulación de textos literarios, no creo que logre escribir nada que valga la pena ra castiza y cerrada. Me lleva a exigir que la literatura española se conozca más a sí misma, críticamente, y que, durante el siglo xxi, brote un verdadero diálogo entre las distintas literaturas de Occidente y, de ser posible, del mundo. Una literatura global o mundial o sin etiquetas nacionales, en este siglo que comienza, no puede ser una literatura con dominadores y dominados, con unas lenguas que escriben para el resto del mundo, y difunden sus tradiciones, y otras lenguas que se limitan fundamentalmente a traducirlas y consumirlas. Descreo de los que creen que las literaturas nacionales han muerto. Hay literatura nacional para rato. Lo que está muriendo, o se encamina a morir, son algunas literaturas nacionales: sus obras, sus temas y sus autores. La literatura española figura entre las candidatas a la extinción. p. Josep Pla como hilo conductor y catalizador de toda la historia. ¿Qué representa este escritor en el imaginario literario? r. Pla es el escritor que le ha faltado a la prosa en castellano de España

en el siglo xx para enriquecerse en varios rasgos fundamentales. Citaré solo dos. Primero: transformar géneros como los del diario, las crónicas periodísticas o los ensayos de paisajes y costumbres en literatura de alta calidad. Segundo: aportar a la prosa castellana textos de primera categoría para el afianzamiento de una corriente de la que se habla bastante en los últimos años: la literatura del yo, donde podrían encuadrarse algunas obras de Vila-Matas, Marías, Trapiello, Wolfe o Vilas. Evidentemente, en un sentido amplio, esto del yoísmo en la narrativa española en castellano, más o menos elaborado, viene de lejos. Desde el Arcipreste de Hita hasta Nada de Laforet, Viaje a la Alcarria de Cela o algunas novelas de Martín Gaite, pasando por Azorín y sus primeras narraciones de pretensión claramente autobiográfica y que protagoniza un tal Antonio Azorín. ¿Hay algo que recuerde más a la literatura del yo que la decisión de elegir como tu nombre el de uno de tus personajes…? Pero, si Josep Pla hubiese escrito en castellano El qua­ dern gris o Notes disperses, la prosa

castellana del pasado siglo sería más rica y atractiva… En mi novela Viento de tramontana, Cervantes y Pla se encuentran en el barrio barcelonés del Raval y se hacen amigos. Este encuentro remite a una de mis aspiraciones culturales: que las literaturas castellana y catalana se conozcan de tú a tú, se respeten y se aprecien mutuamente. Lo intenté como editor, y fracasé. Confío en lograrlo con Viento de tramontana. Aunque seguro que también fracasaré. p. Esta novela es muy crítica con el nacionalismo catalán, pero no lo es menos con el nacionalismo español. ¿Estás en una postura ácrata? r. Estoy en comprender y aceptar una evidencia: millones de personas forman una nación catalana y millones de personas, incluidos bastantes catalanes, forman una nación española. Y estoy en defender un Estado, unas prácticas políticas y culturales, un clima social y de comunicación que resulten cómodos para ambas naciones. O, al menos, para la mayoría de sus miembros. Se diga lo que se diga, se quiera lo que se quiera, los sentimientos nacionales no han desaparecido, ni en España ni en Europa —tampoco las literaturas nacionales, por cierto—, y esta realidad hay que asumirla y organizarla con inteligencia, con respeto y con afecto. [•]


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Ava Gardner, bebida a lo bestia, se abría de piernas entre dos gordos también ebrios y famosos, los señores Hemingway y Welles. Enfoqué hacia ellos mis oídos hiperestésicos gracias a la acronía. —Todo mentira —decía La Bella Bestia, farfullando—. Me cago en los periodistas, en mis biógrafos y en Wikipedia. Me orino en Google. Todo es mentira, todo. Jamás les abrí la puerta desnuda a ese par de inspectores babosos de Luis de la Cruz y Juan de León cuando acudieron con La perfecta casada a cantarme las cuarenta en mi piso madrileño por haberlo convertido, según ellos, en un tablao flamenco y un lupanar. Mentira. Quienes se quedaron en cueros ante mí, como su madre los echó al mundo, fueron ellos. Unos exhi­bicionistas. Querían enseñármela. ¡Figuraos! ¡A mí, que me conozco todas las pichas de Hollywood, incluidas las vuestras! ¿Qué creían, que me iban a aportar unas armas policiales? Todo es mentira. Nunca me subí borracha a una mesa en un tablao español, una noche de juerga. Nunca me bajé las bragas y me meé ante todos hasta vaciarme la vejiga. Mentira cochina. ¿Dónde están las cámaras que lo prueben? Eh, ¿dónde? Continuó con más calma, entre el gordo y el gordísimo. —Es cierto que me gusta que los torerillos jóvenes se me meen en la cara. Nunca he recibido mejor maquillaje… Pero esa es otra historia, y no os la voy a contar. La Gardner se alzó y ensayó unos pasos, trastabillante. Recitó, como un ruiseñor ronco: —Torerillo en Triana, frente a Sevilla. Suéltale a tu Sultana tu meadilla.

[s. g. entrevista •] p. Todos los tópicos de la vida catalana y española están descritos con precisión y un punto de «maldad». ¿Hacías política ficción? ¿Te interesa la política como espacio narrativo? r. He hecho política mediante la ficción. Viento de tramontana es, sin duda, una novela política… Me interesa la política, en la vida cotidiana y en la literatura, porque me parece que las relaciones de poder entre los seres humanos son un tema tan atractivo como el amor, que es en realidad una variante del tema del poder. Me atraen la macropolítica —las relaciones entre las clases sociales a través de los políticos— y la micropolítica —las relaciones entre matrimonios o parejas, entre profesores y alumnos, entre padres e hijos, entre heterosexuales y homosexuales— porque el poder está presente en todas ellas. Separarse de

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Welles se sacó el puro de la boca, educado y caballeroso, antes de eructar. —Qué me vas a contar a mí de lo que son los ciudadanos periodistas de América… A mí… A mí, precisamente a mí… La Bella Bestia, tras un bello traspié, hablaba ahora con el culo caído en el suelo gélido de la calle encendida y chispeante. —Adoro España. Me gusta su libertad. Me siento libre como vosotros en esta tierra de toros y sangre y vino derramados. Una dictadura, dicen. Ja, ¿qué sabrán ellos de dictaduras? Yo siempre seré

Pero siempre será un adulterio por interés, por cálcu­lo político, jamás por atracción erótica, ni desde luego por amor. España, Excelencia, no nos la levanta esclava en América, esa puta democracia sometida a la tiranía de los periodistas y la prensa que llaman independiente y libre. Una mierda, vaya. Me encanta este país donde no te tropiezas con turistas bobos en pantalones cortos, una tierra de toreros valientes con orejas sangrientas en las manos y llena de playas vacías que solo nosotros disfrutamos. España para los americanos. España para Ava Gardner, Ernest Hemingway y Orson Welles. Brindo por nuestro paraíso español. A todo esto, El Caudillo se había apartado de mi vera y leía, con la barbilla alzada y complacido, una placa de piedra clavada en la pared de un edifi-

cio. La placa le murmuraba: «Avenida del Generalísimo Franco. Avenida del Generalísimo Franco. Avenida del Generalísimo Franco…». A pesar de que Hemingway se había suicidado en 1961, aprovechando que ya se encontraba allí, resumió la identidad de España con el estilo preciso que admiraría Carver. —La buena gente es la gente borracha, y en España he encontrado más borrachos que en ningún lugar del mundo. España es buena. Welles no quiso quedarse a la zaga, y se propuso adelantarlo con un par de citas. —Me enterrarán en España, en la finca de un torero de renombre, o en el Museo del Prado. Seguramente en un cuadro de Goya: Los fusilamientos de la Moncloa. Ese me vale… Y allá va la segunda. Todo hombre puede convertirse en un gran hombre. Incluso tú, Hemingway. Basta con engordar lo suficiente. Antes de que eructase de nuevo, una cuadrilla espesa de banderilleros con tripa me borró de la vista el trío de famosos. Aproveché mi circunstancia para buscar a Nuestro Caudillo y apartarlo de la placa que leía y escuchaba con embeleso. •••• Aquella noche no nos sonreía la suerte. Ni chocolate ni churros encontramos en la Bolera Boliche. El Caudillo tuvo que conformarse con un cacaolat muy caliente y una bolsita de magdalenas florecidas. Yo, por fin, logré sentarme ante un vaso, y más tarde otro, y enseguida otro más, de mi whisky tan amado.

Me interesa la política, en la vida cotidiana y en la literatura, porque me parece que las relaciones de poder entre los seres humanos son un tema tan atractivo como el amor, que es en realidad una variante del tema del poder un Estado es poder, pero separarse de otra persona también lo es. ¿Por qué la literatura ha de limitarse a tratar una sola clase de poder? p. ¿Qué tienes contra el turismo? r. Casi nada. Soy humano y, por lo tanto, soy turista. Aunque sedentario. Opino lo mismo que el subtítulo de esta noticia (El País, 16 de agosto de 2014): «El turismo de sol y playa vuelve a llenar las costas españolas y tira de un sector señalado como clave en la recuperación, a pesar de su sobreexplotación». En Viento de tramontana, dice mi Pla: «España es un régimen turístico o será una ruina inmobiliaria

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y social. Poderoso caballero es el turismo». p. Humor, sexo, parodia, crítica social, acronía. ¿Te sientes cómodo en la provocación? r. Una sociedad cultural abierta necesita provocadores, aunque puedan molestar. Lo que no necesita es gente que insulte a otros. Yo defiendo la provocación como uno de los motores de la ampliación de la libertad y el progreso sociales. Ahora bien, mi literatura y mi actitud vital no son básicamente provocativas, sino reflexivas. Lo que sucede es que, como dije en una reciente entrevista que apareció en la revista Quimera, «invitar a la reflexión resulta provocador». Optamos más por escucharnos a nosotros mismos o a los que piensan como nosotros que por prestar atención a los que piensan y viven distinto. Más por la consigna que por el debate. p. ¿Quieres decir algo de Ava Gardner? r. Encantado. En Viento de tramontana, escribí seis veces el apellido de Ava y las seis lo escribí mal: «Gad-

ner». No acudí a ninguna enciclopedia porque estaba absolutamente seguro de que se escribía así. Absolutamente seguro y absolutamente equivocado, como bastantes veces en mi vida. Al margen de estas consideraciones ortográficas, la aparición de Ava Gardner en mi novela es, en gran medida, una evocación de mi madre. Mi madre se parecía a la Gardner y se sentía orgullosa de ello. Como otras mujeres jóvenes en el franquismo, acudía al cine, contemplaba «al animal más bello del mundo» y, parafraseando el espléndido poema «Conchita Piquer» de Vázquez Montalbán, se evadía por unas horas de las humillaciones y ofensas que le infligía su insulsa vida cotidiana. Mi madre soñaba con ser actriz, cantante, bailarina. Le encantaban los musicales y bailaba valses sola en casa, porque a su marido le daba vergüenza bailar. Como muchas otras jóvenes que soñaban lo mismo, tuvo que conformarse con trabajar de criada en algunos hogares burgueses de Barcelona, en ser después ama de casa sin sirvientas, en trabajar de camarera con mi padre más de doce horas al día y en hacer unos flanes exquisitos que todos elogiaban y que yo jamás probé. Mi madre pronunciaba «Gadner». Quedaría hermoso decir que yo me he equivocado por eso al escribir el apellido de Ava. Quedaría hermoso, pero no sería verdad. ¢


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Conversábamos envueltos en el humo denso del local y protegidos por sus claroscuros clandestinos. —Señor Pla —se iba a sincerar Paco—, hábleme con franqueza. ¿Usted cree que los catalanes me quieren de verdad? Aunque Paco firmaba condenas de muerte sin temblarle el pulso, aunque los historiadores progresistas y marxistas lo hubiesen elevado con toda rapidez, justicia y merecimiento a los altares laicos de Gran Genocida de la Humanidad, en una muestra de unanimidad y clarividencia que algunos echábamos en falta en la valoración del padrecito Stalin, ese buen hombre, aunque yo supiera que con un gesto imperceptible de su rostro podría conseguir que me diesen la patada en el culo en la revista Destino y quedarme en la calle, pensé in whisky veritas, y hablé. Ya lo creo que hablé. —Excelencia, los catalanes solo nos amamos a nosotros mismos. —Ya sabía yo que no erais más que una panda de malnacidos. Me asombró escucharle usar a Su Excelencia un registro lingüístico tan soez, sobre todo porque había pronunciado la frase, y yo así se la había oído, sin abrir la boca, sin mover los labios, mudo. ¿Se habría tratado de una alucinación acústica? Proseguí. —Ustedes, los gallegos, son bisentimentales. Se quieren a sí mismos y quieren a España. Los catalanes nunca. No se deje engañar por monsergas de poetas modernistas y otras máscaras líricas o periodísticas. Nosotros, los catalanes, somos uni-

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sentimentales y monoamantes. No le voy a negar, porque nuestra historia así lo demuestra hasta el aburrimiento, que a menudo cometemos adulterio con España, o, dicho con más precisión, con los reyes, presidentes de república y gobiernos de España. Pero siempre será un adulterio por interés, por cálcu­lo político, jamás por atracción erótica, ni desde luego por amor. España, Excelencia, no nos la levanta. •••• —¿Se va enterando, Mi General…? La costumbre más extendida entre los catalanes no es regalar la mona, ni comer judías con butifarra, ni bailar sardanas, ni cantar en corales, ni visitar Montserrat, ni mucho menos leer a Ausiàs March: es hablar catalán. Se diferenciarán en creencias religiosas, o en ideas políticas, o en riqueza, pero se unirán en su manera de vivir, que consiste en hablar en catalán. ¿Necesita Su Excelencia que le ponga ejemplos? Pues se los pongo. El creso empresario textil del Llobregat y el payés con un trozo de avellanas en el Campo de Tarragona. El banquero y el obrero. El abad y el eremita. El cura y el ateo. El empresario de la leche y el lechero. El maestro de escuela en un pueblo de Gerona que da las clases en castellano con esfuerzo y los alumnos que lo escuchan aparentemente en castellano. Todos y cada uno de ellos hablan y oyen catalán. No se engañe usted pensando que Juan Antonio Samaranch, ese falangista sobre patines, se expresa en castellano. Habla en catalán, pero ustedes no se dan cuenta. Se lo aseguro yo. Incluso el simpático

Enrique Badosa y, desde luego, un servidor escribimos nuestros artícu­los castellanos en catalán. Nuestro uso, nuestra costumbre, nuestra forma de vivir es en catalán, y, cuando el uso se transforma en deseo valiente de uso, se transforma también en un valor moral. Respiré profundo y bebí un tercer trago, más largo que el segundo. —Excelencia, déjeme que se lo diga con toda claridad, si bien con todo respeto. Excelencia, usted debería haber actuado con mano izquierda y permitirles a los empresarios, a los curas, a los payeses, a los manobras, a los escritores de nuestro país que viviesen en catalán. ¿Qué importancia tiene para usted, piénselo bien, que rotulen una placa como «Avenida del Generalísimo Franco» o «Avinguda del Generalíssim Franco», si en ambos casos se estará llamando «Avenida de Yo»? •••• —Un último favor, señor Pla. Usted, que todo lo sabe, dígame. ¿Cuántos años se llamará todavía Mi Avenida como Yo? Sabía que quería saberlo. —Usted morirá en 1975. Doce años…, trece tal vez. Lo que tarden en rebautizarla. —Doce años… No son muchos. Me estrechó la mano por primera vez aquella noche. —Gracias. Desapareció avenida Generalísimo Franco arriba. Yo regresé a mi fonda por la misma calle, pero con distinto nombre. ¢


elcuaderno Narrativa española en otoño Jorge Carrión (Tarragona, 1976). Ha sido vinculado por parte de la crítica al movimiento Afterpop, aunque su trayectoria demuestra una predisposición a la independencia y un profundo sentimiento de atracción hacia los cruces de caminos. Ha vivido en Argentina y en los Estados Unidos y actualmente ejerce la crítica literaria en diferentes medios de España y de América. Licenciado y doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, da clases de Literatura Contemporánea y de Escritura Creativa en esa misma universidad. Fue miembro del consejo de redacción de la desaparecida revista Lateral y codirector de Quimera. Es autor de las novelas Ene (Laia Libros, 2001) y Los muertos (Mondadori, 2010). También es autor de diversos libros de viaje, como La brújula (Berenice, 2006), Australia. Un viaje (Berenice, 2006) o Norte es Sur: crónicas americanas (Debate Venezuela, 2009). Ha realizado también la edición de la magnífica antología Mejor que ficción: crónicas ejemplares (Anagrama, 2012). El fragmento que ofrecemos a continuación pertenece a las primeras páginas de Los huérfanos, su nueva novela. Un grupo de supervivientes de la tercera guerra mundial, procedentes de distintos puntos del planeta, lleva trece años aislado en un búnker bajo la ciudad de Pekín. La voz narrativa pertenece a Marcelo, uno de los integrantes del grupo, a partir del día en que uno de sus compañeros, aislado en una celda por su desconcertante comportamiento, se escapa y atenta contra la armonía del colectivo. Las miserias humanas, las traiciones y los sorprendentes descubrimientos se irán alternando con la muestra de informes que relatan cómo el fenómeno de la reanimación histórica ha conducido al colapso de la humanidad. Los huérfanos, relato de ciencia ficción en el que sobresale la profunda vocación humanista de su autor, verá la luz próximamente bajo el sello de la editorial Galaxia Gutenberg/Círcu­lo de Lectores.

JORGE CARRIÓN

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Los huérfanos He tardado trece años en acostumbrarme a la luz amarilla. Al abrir los ojos esta mañana no he sentido por primera vez la herida de lo indefinido. Aun antes de lavarme la cara y de ver mis propias facciones distorsionadas por el espejo envejecido, como cada día, reflejo cansado y sin aura, el torso cubierto por el desgastado suéter gris, los codos apoyados en el borde del lavamanos, me he dado cuenta de que mis pupilas habían descansado, de que mi cuerpo había dormido sin interrupción durante siete horas, de que mi cerebro —sobre todo— discernía entre anoche y ahora, pese a que no existiera ninguna diferencia luminotécnica entre el momento en que cerré los párpados y el momento en que los he abierto. Durante todo el día he pensado a intervalos en ello, en lo mismo: trece años he necesitado para acostumbrarme a la ausencia de días y de noches que no sean meros números, periodos digitales. Trece años de luz amarilla. No me siento, sin embargo, hoy más cuerdo que ayer. Quizá acostumbrarse a la luz amarilla signifique justamente lo contrario de la cordura: estar cada vez más perdido, sentirse progresivamente ajeno. Por eso he decidido dejar de ser un simple lector que rinde culto a las palabras para empezar a ser un escritor que las siembra en un teclado, que las nutre y las hace germinar en la pantalla, que las cultiva, temeroso, inquieto, tanto por la novedad de la acción como por las metáforas que está empleando para entenderla (palabras como seres vivos, el lenguaje como biología). La inquietud me ha atenazado durante horas: ni más ni menos que trece años de noches alteradas por la luz amarilla. Mientras simulo que trabajo, me sumerjo irrevocablemente en esa constatación, porque no es una idea, es un hecho: un hecho consistente como solo lo son los Chang pasa varias veces cerca hechos que pueden confirmarde mí, a paso acelerado, con se, es decir, los que no dependen la diligencia de un sobrecargo de una percepción individual ante un imprevisto en la cabina o negociada porque es posible del avión, pero nadie parece contabilizarlos y por tanto demostrarlos. percatarse de ello. Nos hemos —Trece, ni más ni menos, acostumbrado a su supervisión exactamente trece años desde sin pausa, a su perpetuo y la noche primera. sutil estado de alerta. A su Chang pasa varias veces cerpaternidad distante ca de mí, a paso acelerado, con la diligencia de un sobrecargo ante un imprevisto en la cabina del avión, pero nadie parece percatarse de ello. Nos hemos acostumbrado a su supervisión sin pausa, a su perpetuo y sutil estado de alerta. A su paternidad distante. De pronto reaparece y se encuentra a mis espaldas y me pregunta desde lo alto en voz muy baja: —Marcelo, soy consciente de que te va a parecer extraña la pregunta que voy a formularte, pero ¿no guardarás por casualidad el plano que hiciste del sótano? La palabra paternidad me ha hecho recordar en sus brazos a aquel lejano bebé llamado Thei. Un recuerdo extraño, porque muy pocas veces la tuvo consigo, la niña casi siempre estaba con Esther, recostada en su pecho excesivo, generoso y acogedor, de un lado para el otro, lloriqueando, mientras sus oídos recibían nanas o susurros en hebreo. Pero, contra cualquier exigencia de verosimilitud, ahora la veo, extremadamente frágil, acunada por su padre, quien la sostiene con una mezcla de voluntad de protección y de soberana indiferencia, como si no fuera suya pero el honor lo obligara a la custodia. Al regresar de la interferencia, me he encontrado con la cara de Chang, con la piel cetrina de la cara de Chang, allí en lo alto, que esperaba una respuesta. Mi ansiedad, como siempre, ha chocado frontalmente con su impasible autosuficiencia. Por el reverso de mis córneas, donde el blanco carnoso deviene abstracta oscuridad, han pasado simultáneamente pero en sentidos contrarios —durante lo que dura un parpadeo— el recuerdo de la última crisis y la amenaza de la próxima. En un hilo de voz, sin levantarme, le he dicho que no. Mientras él dudaba, al mismo tiempo que lo hacían las líneas céreas de sus rasgos, he tratado de estudiar su fisonomía para religarla con su nombre, pero sus palabras han llegado antes de que lograra su objetivo mi concentración:


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—No te preocupes por el plano del sótano… Y relájate, que te veo un tanto alterado… Yo también me acuerdo de que hoy es el Aniversario. He interpretado sus palabras como una invitación a reducir mi jornada laboral, de modo que he abandonado el escritorio y me he dirigido a mi catre, pensando en que es extraño que Chang se equivoque en una apreciación psicológica. Era imposible que supiera que al fin he dormido siete horas seguidas, que me he acostumbrado El primer mes y medio fue de a la luz amarilla (si es que me encuentro ante una adaptación definitiva). En cualduelo y desánimo; pero con quier caso, su interpretación tenía un movimientos lentos, como si alto porcentaje de probabilidades de ser estuviéramos inmersos en cierta, porque año tras año la fecha que ha una pecera llena de mercurio mencionado acaba imponiéndose como y no en un búnker inundado la única que realmente importa, eclipsanen luz amarilla do santos, cumpleaños, días internacionales, aniversarios históricos. La tenemos tan asumida que se nos hace difícil recordar que, tal día como hoy, doce años atrás, discutimos sobre la conveniencia de celebrar el aniversario de nuestro encierro. El primer mes y medio fue de duelo y desánimo; pero con movimientos lentos, como si estuviéramos inmersos en una pecera llena de mercurio y no en un búnker inundado en luz amarilla, fuimos dando pasos, fuimos asumiendo nuestro nuevo estado, fuimos imponiendo progresivamente el sentido común y organizándonos como comunidad. Asignamos las diferentes labores; racionamos las reservas de alimentos; decidimos, tras largos debates, mediante votación a mano alzada, nuestras formas de administración y de gobierno; fijamos los horarios laborales, las rotaciones, los turnos de descanso, los cuarenta y cinco días de vacaciones. En el transcurso de las deliberaciones sobre la conveniencia de celebrar el Aniversario, Susan recordó que los seres humanos nos caracterizamos precisamente por el culto a los ciclos anuales y manifestó su fe en la necesidad de mantener la memoria viva (eso dijo) de la fecha exacta en que cerramos las compuertas. Para Esther, defensora del sionismo, solo el recuerdo preciso de lo que ocurrió podía salvar lo que quedaba del ser humano. En algún momento me distraje y dejé que mi mirada estudiara el gateo de Thei entre las patas de las mesas, con su sucia muñeca bajo el brazo; su talla s (la única talla s del búnker) como una anguila entre nuestras piernas, convertidas en columnas de un laberinto donde jugar. Atribuyo a esa distracción el hecho de no recordar el primer grito de Anthony, que durante los años siguientes ha sido señalado por todos mis compañeros como el inicio de su locura y como el prólogo de nuestro declive. Porque fue entonces, en el transcurso de nuestras discusiones, cuando Anthony fue de pronto consciente de que llevaba trescientos sesenta y cinco días en los cerca de cuatrocientos metros cuadrados del búnker, y de que probablemente nunca volvería a conocer su afuera; gritó —según afirman— y esa conciencia primero le provocó balbuceos, más tarde constantes salidas de tono, muestras de exaltación, nervios perpetuamente desquiciados (manos trémulas, tics, la lenSi la luz amarilla no gua relamiendo una y otra vez los labios) y me engaña, lo que es una paulatina irracionalidad en la expresión. Tres o cuatro noches más tarde, sus gemidos bastante improbable, enfebrecidos no nos dejaron dormir y a la hay preocupación en mañana siguiente, por su mirada desorbitaesa mirada que Chang y da y por su incapacidad para articular frases Carl, que llegan tarde al cohe­rentes y por la fuerza con que agarraba refectorio, se intercambian nuestros antebrazos cuando quería dirigirse antes de dirigirse a sus a alguno de nosotros, concluimos que había enloquecido: desde entonces no ha habido respectivos asientos signos de mejora y por tanto no ha salido de su celda. Pero eso ocurrió más tarde, fuera del ámbito de lo que estoy ahora reconstruyendo. Recuerdo que aquel día fundacional yo apoyé los argumentos de Susan y de Esther, pero la opinión mayoritaria rechazaba las palabras que ellas habían enfatizado: memoria, histórico, deber, porque en realidad el debate era semántico. Chang invocó el peligroso uso que el Gobierno chino había hecho del concepto «aniversario»; Carl dijo que teníamos que olvidar las fechas si nuestro deseo era asegurar la supervivencia; Carmela habló durante muchos minutos, pero solo recuerdo el movimiento mudo de sus labios, como si durante todo el tiempo que ha

Jorge Carrión elcuaderno 19 pasado desde entonces mi memoria se hubiera dedicado a vaciar la voz de su cuerpo. Finalmente votamos la posibilidad de celebrar el Aniversario. La propuesta fue rechazada. —Sería celebrar una fecha ominosa —concluyó Ulrike, en nombre de la mayoría, aunque no sé si utilizando ese adjetivo, tan nuestro—. Si algo nos ha enseñado la historia es que no son positivas todas las formas de culto al pasado. El pasado. Excitante palabra. La sílaba pas se encuentra en todas las lenguas cercanas: past, passé, passat, passato, pasado. En catalán y en francés, pas significa «paso», pero también implica negación. Como si el recuerdo o la memoria fueran vías de acceso hacia algo. Como si la propia palabra fuera la contraseña. Paso palabra, paso con la palabra, gracias a ella. Pero no: te corto el paso. Como si se tratara de la llave, de la combinación numérica o la consigna secreta, pero fuera incorrecto uno de los números o de las letras. Después de pasadizo, pasado: «de pasar, la vida pasada, tiempo que sucedió, cosas que sucedieron en él, militar que ha desertado de un ejército y sirve en el enemigo». La palabra contiene el asa. El agarradero. Para no abismarse; para no ser mordido, masticado, engullido, deglutido por el abismo, que al cagarte te arroja a otro abismo, en cuyo esófago e intestino grueso y delgado y recto y ano, negros como solo lo son los interiores de las cosas, te precipitas, siempre hacia abajo, hacia la expulsión a otro abismo inferior, la crisis perpetua si no evitaste la caída aferrándote a la sílaba en que se encontraba el saliente del precipicio. No he tardado en cansarme de ganLa palabra contiene el dulear en el catre hojeando el Diccionario en busca de viejas palabras, trabajadas hace asa. El agarradero. Para tiempo. Como nube: «Masa de vapor acuono abismarse; para no so suspendida en la atmósfera, agrupación ser mordido, masticado, o cantidad de personas o cosas, almacén engullido, deglutido por el electrónico, líquido o gaseoso de memoria». abismo, que al cagarte te Como pasadura: «Tránsito o pasaje de una arroja a otro abismo parte a otra, llanto convulsivo de un niño capaz de privarle de la respiración». No reproduciré más: si lo hiciera no podría detenerme y no he empezado a escribir para dejarme llevar, sino para lo contrario: para controlarme. La crisis no puede repetirse. Cuánto me costó aprender a leer esas palabras a la luz de los fluorescentes amarillos. En eso pensaba cuando Thei escribía o leía, en mis lecciones o en las de otros, porque siempre que la encontraba en algún recodo del búnker, inclinada sobre un cuaderno o un libro, con la talla m de la última década, no podía evitar quedármela mirando: la extrañeza de aprender a relacionarte con el lenguaje exclusivamente a través de luz artificial. Que la escritura y la lectura sean experiencias condicionadas por el metal, la claustrofobia, la arquitectura y la luz amarillenta, en vez de relacionarse con la madera, la apertura, el parque o el jardín, la luz solar. Para alguien como yo, que fue a una escuelita con grandes ventanales y que disponía en casa de una mecedora en un patio al aire libre, es inconcebible que el lenguaje pueda aprenderse como lo que es, la libertad posible, la invitación al viaje y por tanto a la traducción, la libertad en potencia, una especie de utopía en marcha y por tanto siempre varios pasos por delante, entre las paredes del encierro, porque las palabras son móviles, inestables, ni la tinta ni el píxel pueden fijarlas. A los cinco o seis años, Thei ya empezó a impostar esa extrema concentración que la caracteriza, como si le fuera la vida en las letras que traza o en las palabras que lee, como si actuara para nosotros o como si quisiera parecer mejor de lo que es a ojos de una muñeca o de un padre visibles, y de una madre o una hermana invisibles, que la vigilan como un espectro o —lo que es lo mismo— una sombra. La sombra del búnker, su espejo sin luz, es el sótano. Descubrimos su existencia al tercer o cuarto año de encierro, cuando un día Gustav, al levantarse del rincón en que hacía sus ejercicios de meditación, comenzó a golpear el suelo con los nudillos y a pegar la oreja para escuchar su eco. Por un momento, Susan y yo, que nos encontrábamos cerca, temimos por la cordura de nuestro compañero: nos habíamos acostumbrado a los gritos animales de Anthony, que periódicamente hacían añicos nuestro sueño; pero no disponíamos de otro espacio que habilitar como celda. O eso creíamos. Porque enseguida Gustav nos explicó que aquellas placas de dos metros de largo por uno y medio de ancho que configuraban los suelos de las estancias y pasillos del búnker y que pisábamos como si


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fueran de cemento eran en realidad de una aleación de hapkeíta. Después de comunicárselo a Chang, limamos con paciencia el contorno de una de ellas y, tras varias horas de trabajo, la levantamos con dos palancas para descubrir una tumba negra de poco menos de un metro de profundidad. Las placas descansaban, encajadas, sobre una estructura de pilares. Habíamos vivido, sin saberlo, sobre un falso suelo, sobre un rompecabezas de huecos, sobre un sótano tan grande como el mismo búnker. Xabier y yo nos ofrecimos voluntarios para explorar—Pide un deseo —le he lo. Allí abajo no teníamos medidores de radioactividad, pero parecía improbable que dicho en un susurro. la grieta que tanto temíamos se encontrara Ella ha sonreído con justo allí, en el lugar más seguro del refugio. tristeza pero también con Con linternas en la frente, mi viejo amigo y compasión, como diciendo: yo gateamos durante seis o siete horas entre «Salir de aquí, si desearlo los pilares, con la esperanza de encontrar sirviera de algo» alguna reserva de algo, la recompensa para el dolor de rodillas que sentiríamos durante los días siguientes. Pero allí no había nada. Era un vacío especular, el plano a escala real del búnker cubierto por una pátina de polvo, el doble subterráneo y oscuro (un alivio) de nuestra prisión o vivienda. A lo sumo tendría unos treinta metros cuadrados más de superficie, porque los extremos, en vez de terminar con líneas rectas, como el original visible, lo hacían con semicírcu­los, como si el doble temiera las aristas. Es cierto que después dibujé un plano, con el número exacto de placas por cada sala y por cada pasillo: dónde irían a parar aquellas tres hojas ensambladas con su esbozo al carboncillo. Lo había olvidado. Si la luz amarilla no me engaña, lo que es bastante improbable, hay preocupación en esa mirada que Chang y Carl, que llegan tarde al refectorio, se intercambian antes de dirigirse a sus respectivos asientos. Después de comer el cuscús con atún cocinado por Kaury, que seis de nosotros hemos acompañado con las tres últimas latas de cerveza, el padre de Thei nos abandona durante unos segundos para regresar con trece velas encendidas sobre un bizcocho endurecido: el centelleo de esas mechas tantas veces reutilizadas crea en la máscara que es el rostro de nuestro coor­dinador otra máscara, superpuesta, como si tuviera tres rostros que se fueran alternando sin cambiar jamás la piel. No celebramos el Aniversario, pero sí el cumpleaños de Thei. Conservo un recuerdo realmente poderoso del día del encierro a causa del parto de Shu, porque el primer grito de Thei coincidió con el crujido del cierre de la compuerta. Mientras los que se quedaron afuera aullaban y Chang maniConfieso que, mientras pulaba la cerradura y hacía girar la rueda, su echaba de menos mi esposa se llevaba las dos manos al vientre de impriforma y el regalo que nueve meses y dos días, cerraba con fuerza hubiera podido hacerle, mis los puños, pocos minutos después de haojos han descendido y he ber roto aguas, las compuertas se cerraban, espiado el escote mínimo ella se abría, yo miraba alternativamente de su camisa verde, abierto a Chang en la puerta y a Shu en el suelo, a Chang ayudado por los fallecidos Frank y por la inclinación, y que he Ling, a Shu auxiliada por la fallecida Carmemirado a Thei por primera la, mi mirada pendular y mi mareo, vistos vez como a la mujer en que desde afuera de mí mismo, desde afuera de se está convirtiendo los ojos que aquella noche no pudieron cerrarse, hipnotizados por la luz amarilla y por aquellos muertos futuros, por la certeza de que no habría otra luz para mí que no fuera aquella, que el mundo exterior desaparecía, que la lectura se extinguía o empezaba a mutar, que los informes y su fuerza para anclarme en el presente se convertían en pasado, que los cuerpos de Laura y de Gina se quedaban al otro lado de la compuerta, que Thei nacía y su piel no conocería la luz natural, los baños de sol ni el bronceado, la vida al aire libre, las vacaciones en el mar o en la montaña, los parques, las terrazas, los glaciares, las costaneras, las ballenas, la lluvia, el océano, todo lo que había significado mi vida con Gina y con Laura, con Laura y con Gina, antes de que mis viajes nos separaran, las piernas abiertas de Shu, la niña que surgía, que brotaba como una palabra, que abandonaba ensangrentada el negro uterino para llegar al amarillo, es decir, a la vida, mientras su padre cerraba las compuertas y su madre moría. Hace exactamente trece años. Con las trece llamas entramadas sobre su rostro pálido, Thei se ha agachado ligeramente hasta tocar con el pelo, cada día más largo y más

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lacio, el tablero de la mesa, y contrayendo las mejillas y frunciendo los labios, levemente maquillados, ha soplado. —Pide un deseo —le he dicho en un susurro. Ella ha sonreído con tristeza pero también con compasión, como diciendo: «Salir de aquí, si desearlo sirviera de algo». He imaginado esas palabras en sus labios, emergiendo de ellos como en una viñeta, palabras dibujadas con pincel muy fino al lado de ese maquillaje que la luz amarilla convierte en magenta, como si los labios hubieran sido golpeados. No debería usar los pintalabios de las viejas que la rodean, ese carmín vetusto, tantas veces ensalivado durante estos años por mujeres que envejecían aceleradamente, sino un pintalabios nuevo, inmaculado, como ella. Confieso que, mientras echaba de menos mi impriforma y el regalo que hubiera podido hacerle, mis ojos han descendido y he espiado el escote mínimo de su camisa verde, abierto por la inclinación, y que he mirado a Thei por primera vez como a la mujer en que se está convirtiendo, porque pese a la estrechez y a la luz amarilla y a nuestra dieta deficitaria, ella sigue creciendo entre nuestros cuerpos que envejecen, su piel sin mácula entre nuestras pieles tatuadas y arrugadas. Pronto tendrá los senos tersos y escasos y deseables de su madre. —Siento tener que romper el encanto de este momento con una mala noticia —ha dicho de pronto Chang, sacudiendo mi evocación y mi deseo—: que no cunda el pánico, por favor, os ruego que mantengáis la calma: Anthony se ha escapado. —Esther ha Porque el presente no tirado sin querer un tenedor y su rebote metálico ha sido lo único que se ha oído existe para nosotros. en la atmósfera boquiabierta. Ni siquiera Tampoco el futuro. Somos nos hemos mirado, tal era el poder de la mero pasado irreconocible sorpresa—. Carl lo ha detectado hace dos en vías de extinción horas y media —prosigue—. De algún modo ha descubierto que el suelo de su celda está compuesto por dos placas y ha conseguido levantar una de ellas. Anthony está en el sótano. Ahora mismo podría encontrarse aquí debajo. Y ha mirado hacia el suelo. Y todos lo hemos imitado. Y así hemos permanecido durante varios minutos, en silencio, con la mirada clavada en el espejo opaco que nos separa de esa oquedad invisible que ha acompasado, durante trece años exactos, cada una de nuestras huellas. Hemos estado cerca de tres meses sin hablar, es decir, sin escribirnos, porque la última conversación —cuando se avecinaban los primeros estertores de la crisis— fue excesivamente larga y difícil, un auténtico ejercicio de agotamiento; pero no ha sido necesaria ninguna referencia a ella para que las palabras volvieran a fluir como si hubieran pasado unas horas y no ochenta y tres días de silencio. El encierro ha sido nuestro tema de conversación. No el encierro en su acepción más obvia, es decir, no nuestra clausura en nuestros búnkeres respectivos, sino cómo el paso del tiempo ha afectado el propio significado de la palabra encierro, cómo los años han provocado que el encierro sea cada vez más profundo y por tanto más íntimo, quizá hasta el punto de ya no ser lo opuesto de «la salida» o de «la liberación», sino una verdad absoluta, sin antónimo ni matices, un verdadero monopolio psíquico. Está claro que «lo exterior» es un concepto que ha dejado de tener sentido para nosotros. No existen realmente la isla del Pacífico donde vive Mario ni la ciudad de Pequín en cuyo subsuelo se ubica este búnker, porque para que algo exista no solo tiene que ser percibido, sobre todo tiene que ser representado; y no disponemos de percepciones ni de representaciones actualizadas de la isla ni de la ciudad, por no hablar del océano, de China, del mundo, del espacio exterior (porque los seres humanos nos acostumbramos no solo a vernos representados a escala doméstica, local, nacional e internacional, sino también como planeta, como sistema solar, como galaxia, en un juego de zooms que nos parecía absolutamente Durante los seis o siete normal, como si fuera natural verse a uno primeros años todos nos mismo desde el aire, desde el cosmos, cosaludábamos, a menudo mo si el punto tuviera derecho a la visión del complejísimo e inabarcable conjunto ni siquiera con alguna en el que se inscribe como un microbio). palabra, porque eran Por supuesto, poseemos mapas, algunas suficientes un gesto con imágenes, algunas películas, incluso algula mano o la cabeza, una nas direcciones de páginas web que consonrisa, una mirada tinúan en activo, por azar, posiblemente


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porque sus servidores siguen funcionando en la Zona, material pixelado que tiene como referente la isla, Pequín, los espacios que hay inmediatamente detrás de las compuertas y de las paredes de hormigón; pero son representaciones caducadas, vías de acceso de sentido único: hacia un pasado que no podemos reconocer como esbozo o antecesor de nuestro presente. Porque el presente no existe para nosotros. Tampoco el futuro. Somos mero pasado irreconocible en vías de extinción. Individuos totalmente incapaces de pensar en imágenes las ruinas o, peor aún, la nada que los circunda. Porque las ruinas invisibles e inimaginables no son ruinas: son nada. Nothing, rien, néant, niente, nulla, res: solo se puede llenar de nadas la palabra nada. En el interior el tiempo no es más que una terrible paradoja: o pura abstracción (segundos, horas, días, meses, años digitales, sin amanecer ni atardecer, sin ciclos lunares, sin estaciones, sin cambios térmicos, sin luz, sobre todo; Mario y yo ni siquiera somos mujeres, para tener el calendario de la sangre en las entrañas, el periódico recordatorio de que el tiempo está en la naturaleza, es «menstrual») o una cuenta atrás encarnada, constatable solo en nuestros cuerpos, en su deterioro y sus consumos (el tiempo es tanto mis arrugas como el lento vaciamiento del almacén, el pasado está en nuestros códigos de barras, cuyo presente insiste en recordarnos su inutilidad). Más de una hora hemos consumido con esas divagaciones. No he hablado con nadie durante tres meses, Marcelo, pero no te voy a mentir, no he echado de menos la palabra escrita ni el intercambio de ideas ni la sensación de estar acompañado, me ha escrito Mario, en español, sin acentos, no te ofendas, amigo, si te soy sincero es para que veas hasta qué punto el encierro es una realidad más poderosa que la soledad. Yo no estoy solo y sin embargo experimento lo mismo: cada vez estoy más lejos de mí mismo, aunque esté dentro de mí, me siento más hondo, como alejándome… Te entiendo. Eres el único. Pero no nos pongamos trágicos ni profundos ni superserios, che.

Pablo Armesto › En clave negra, 2012,

madera lacada, neopreno, led y fibra óptica, 75 µ 100 µ 9 cm • Nubes y claros › Gema Lamazares, Gijón › Hasta el 23 de octubre

Jorge Carrión elcuaderno 21 Es el che más falso que he leído nunca, le he escrito, imaginando su sonrisa (pese a que nunca haya visto su rostro). En ese momento ha pasado Esther por mi lado, inmutable. Durante los seis o siete primeros años todos nos saludábamos, a menudo ni siquiera con alguna palabra, porque eran suficientes un gesto con la mano o la cabeza, una sonrisa, una mirada. Después, lentamente, sin hablar sobre ello, dejamos de hacerlo. La sonrisa de Esther era un sol de medianoche: no desaparecía de su cara ni siquiera mientras dormía. Siempre nos hablaba, con una expresión más cercana a la plenitud que a la desdicha, de los nueve hijos que había dejado en el kibutz con su marido y del búnker comunitario que habían construido durante tres años en las tierras comunes. Ahora, en cambio, sus labios son una cicatriz horizontal, absolutamente inválida para expresar simpatía. Lo duro no es ver la ruina de esa herida suspendida en el ahora, sino saber que se trata de un resto arqueológico que nadie puede reconstruir, cuya insistente presencia ha ido borrando de nuestro recuerdo la sonrisa original. Hoy he soñado, le he confesado a Mario, que nuestro encierro en el búnker era un experimento ejecutado por un científico chiflado. La radioactividad ya no era peligrosa, el mundo había iniciado su reconstrucción, los supervivientes habían salido de las catacumbas; pero el científico había decidido mantenernos en la ignorancia para podernos estudiar como si fuéramos cobayas. Yo lo descubría porque descolgaba todos los espejos del búnker: había doce, en vez de los tres que hay en realidad, y detrás de cada uno me encontraba con un cristal transparente, y tras él con el punto rojo de una cámara. Cuando acercaba el ojo al objetivo, veía al científico chiflado, con su bata blanca y sus lentes de miope y su pelo alborotado, mirándome, divertido, a los ojos. Tienes sueños muy cinematográficos, me ha escrito Mario, sin acentos, con palabras distintas, porque nunca archivo nuestras conversaciones y lo cito de memoria, porque no escribo para registrar, sino para controlarme. Yo, desde que me quedé aquí solo, no he vuelto a recordar un sueño. ¿Era alguien que conoces, alguien del búnker? No: eras tú. ¢


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elcuaderno Poesía española en otoño

Número 60 / Septiembre del 2014

Juan Bonilla (Jerez, 1966) es sin duda uno de los escritores más polifacéticos del momento: cuentista, poeta, articulista, novelista, ensayista, traductor, editor, se ha empleado con infrecuente brillo en cada uno de los géneros y empresas que ha abordado y no le han faltado reconocimientos de diversa índole. Reúne ahora en Hecho en falta lo que él mismo subtitula Poesía reunida, auspiciada por la editorial Visor, que continúa con este libro la tendencia que a lo largo de los últimos años la ha llevado a publicar volúmenes compilatorios de distintos autores de la generación que cumple entre cuarenta y cincuenta años, caso de Manuel Vilas, Juan Antonio González Iglesias o Pablo García Casado, entre otros.

EN TODAS PARTES Juan Bonilla Hecho en falta. (Poesía reunida) Visor, 2014 140 pp., 10,00 ¤

/ Rodrigo Olay /

Quien haya seguido la trayectoria de Bonilla no puede sorprenderse de que Hecho en falta sean, sí, unas poesías reunidas, pero sui generis. Como el mismo autor explica en su sucinta «Nota» introductoria, los poemas ni se presentan en orden cronológico ni se separan u ordenan en secciones que se correspondan exactamente con cada uno de los libros de poemas que ha venido publicando desde hace veinte años, a saber: Partes de guerra (1994), El belvedere (2002), Buzón vacío (2006), Cháchara (2010), sin perder de vista el cuaderno de haikus Li.po.timias (2004) o la plaquette Ouija (2001), rebautizada en 2009 como Tos fingida, que reúne sus poemas estróficos; ni, tampoco, sus dos libros de poesía para niños, Multiplí­ cate por cero (1996) y Los invisibles (2008). De todos los poemas presentes en estos seis libros y dos plaquettes, Bonilla ha seleccionado setenta, algo más de un tercio, que ha hecho acompañar de nueve novísimos poemas inéditos hasta alcanzar el total de setenta y nueve textos que componen Hecho en falta, que es, digámoslo ya, a la vez que unas poesías reunidas, un libro nuevo, el mejor libro de poemas de su autor. Cuando Bonilla publica en 1994 su primer libro de versos, ya es un autor reconocido como cuentista y articulista. Ese estreno algo tardío nos ofrece, sin embargo, a un poeta de cuerpo entero ya en su primer libro. Y es que Bonilla, pese a ser un poeta muy variado, muy rico en tonos y procedimientos, que abarcan de la sutil pincelada lírica al largo poema en verso libre, logra dar en cada uno de sus textos un inconfundible acorde propio que los hace absolutamente reconocibles y que permite, en definitiva, que en Hecho en falta convivan en páginas consecutivas poemas separados por más de veinte años sin que advirtamos ningún tipo de fractura. Antes

bien, Bonilla consigue que sus temas, obsesiones y modos se iluminen recíprocamente. Componen Hecho en falta ocho poemas de Partes de guerra (más o menos un tercio de los que incluía el libro), veinte de El belvedere y catorce de Buzón vacío (algo más de la mitad de ambos libros), y diecisiete de Cháchara (más de dos tercios del total); y, en lo referente a sus otros libros de poemas, seis haikus de Li.po.timias, dos poemas de Tos fingida, dos de Multiplícate por cero, su primera colección de poemas para niños, y, finalmente, «Biblioteca», nunca recogido en libro y publicado en 1991 en una antología de joven poesía andaluza. Puede verse, de esta forma, que el grueso de Hecho en falta lo conforman poemas procedentes de los cuatro libros de poemas «oficiales» de Bonilla; que no se excluyen muchos de sus poemas recientes, pero sí de los antiguos; que sus publicaciones «marginales» apenas alcanzan un séptimo del total seleccionado; y que, aunque se recuperan dos poemas de su primer libro para niños, el segundo, Los invisibles, es el único de los libros de poemas de Bonilla que no aparece representado en Hecho en falta. Los setenta y nueve poemas que Bonilla ha elegido para conformar su poesía reunida se dividen en un total de ocho secciones de muy variable extensión. Aunque cada parte mantiene una misma estructura (todas comienzan con un haiku que les da título), lo cierto es que pueden advertirse notables diferencias entre cada apartado, lo mismo por el número de textos que se incluyen (oscilan entre los seis que forman la sección cuarta y los diecinueve que componen la última), por su procedencia (en determinadas secciones predominan claramente unos u otros libros, pero sin orden cronológico) y por la distribución de los inéditos (que se agolpan fundamentalmente en la octava sección: el libro se cierra con seis poemas inéditos seguidos). La gran trabazón interna de la obra de Bonilla dificulta que puedan trazarse compartimentaciones temáticas claras entre cada apartado: el

primero gravita en torno a una de las más notables obsesiones de Bonilla, la identidad («¿Quién soy si soy yo?», «Yo es otro»); el segundo da vueltas a la necesidad de trascendencia tan típica del autor («Catolicismo», «Epitafio del ateo»), resuelta siempre de manera conflictiva, incluso dura y nihi­lista a veces, pero siempre con unas gotas de ternura y esperanzada fe en el amor («Esto quería ser un poema de amor», «Patria» o «Nadiuska», poema este entre elegíaco y humorístico, pero no por ello menos conmo-

vedor). Sin ánimo de exhaus­tividad, puede apuntarse que la octava se pregunta recurrentemente por la entidad de la poesía, y abunda en otra constante bonillana: la concepción de la poesía como algo que trasciende la página impresa y puede encontrarse en cualquier lugar con más frecuencia que en un libro de versos (tema este, entre otros, de los excelentes segundo y último poemas de Hecho en falta). Por lo tanto, muy bien seleccionados y no peor reordenados, los viejos poemas suenan a poemas nuevos.

Los poetas malditos ah esas muchachas a las que les apasiona Sylvia Plath porque fue capaz de hacer lo que ellas no harán nunca (no me refiero a escribir atropelladas metáforas del miedo a amarse un poco sino a suicidarse) y esos muchachos que imitan a Bukowski (no me refiero a escribir poemas descosidos sobre su propia miseria sino a emborracharse muy seguros de que un día alguien los sacará de la miseria) y los Rimbaud de barrio bajo que ya que no pueden traficar con armas y dejar de escribir poemas escriben poemas y se masturban fantaseando con un cirujano del desierto que les amputa una pierna y cuánto Lautréamont de barrio alto a los que les encantaría tener un asomo de fuerza para quitarse la jeringuilla del brazo y escribir con propia sangre algún verso asesino ah los maiakovskis de las discogrescas dando mamporros a diestro y siniestro abriendo cejas y magullando pómulos y recibiendo alguna vez un cabezazo, con las narices rotas y felices, puestos en pie para decir revolución y los tiernos mancebos tristes que vallejan, gildebiedman, gamonedan, o hacen tintinear las monedas musicales de Machado y escriben ironías sentenciosas sin haber perdido nada todavía y hacen melancolía fugitiva de su tedio a todos los envidio por tener aquello que perdí ya para siempre: la ciega confianza en que escribir es un modo de engrandecer la vida la confianza ciega en que vivir no es nada si luego no sirve para caer de bruces en un poema


Juan Bonilla elcuaderno 23

La verdad Tu verdad no. Tampoco la Verdad. Ni mi verdad siquiera. Ese ejército móvil de metáforas, según dijera Nietzsche. Ya no es más que el sueño antiguo de unos fundamentalistas, de curas, de militares, de publicistas siniestros, de los líderes políticos y de ancianos timoratos. Ni la de Agamenón ni la verdad de su porquero. No te pongas a buscarla ni en los libros ni en la vida, ni en los ojos de otros seres ni en los espejos nocturnos. Que La Verdad ya no es más que un periódico de Murcia. mentado, desemboca aquí). Prueba impecable de esto es que el segundo y el último poema de Hecho en falta («En todas partes» y «Autocrítica») sean en realidad dos versiones de un mismo poema, aunque su doble aparición está perfectamente justificada por las muchas variantes incluidas (en realidad el último es un resumen del primero, con final alternativo), por la unidad que esta ordenación subraya en el conjunto y por su propia importancia. Bonilla es, en fin, un maestro de la rees­critura (y en ello estriba uno de los mayores atractivos de su obra): sin duda de la de textos ajenos (salta a la vista que «No volverás a ser joven» parte del famoso poema casi homónimo de Gil de Biedma; «De todos y de nadie», del «Vino primero pura», de Juan Ramón), pero también, y esto es mucho más infrecuente, de la de textos propios: sin salir de este libro, basta comparar el final idéntico del poema «Niño ciego» con el de «Om sweet om»; el procedimiento que articula el poema «Oferta de empleo» y que luego emplea «Cuanto sé de mí»; o el verso que se repite en los poemas «¿Quién soy yo?», «Cháchara» y «Cromo ultraísta». Pero, más aún, este trasvase es habitual entre todos los libros de Bonilla: entre decenas de ejemplos que podrían aducirse, ciñámonos a que «Rutina» pone en verso las páginas iniciales de su novela Cansados de estar muer­ tos; por su parte, el haiku «Gracias por todos / los No volverás a ser joven años que me diste / aque(ni falta que te hace) lla noche» proviene de un diálogo de otra novela suQue la vida no va en serio ya, Nadie conoce a nadie, lo empezamos a comprender muy pronto. y rea­parece en su libro de Como todos los jóvenes vinimos artícu­los y cuentos Je me fundamentalmente a hacer el tonto. souviens. Tendente al brillo del Ni dejar huella ni ingenio verbal (basta dedomar el lento potro tenerse en el juego de padel miedo a envejecer, morir. Morirse labras del título de este una fea costumbre de los otros. Hecho en falta) y a la belleza de la enumeración Pero ha pasado el tiempo («Respuesta del humano y no nos divertimos en la feria al replicante»), empedradel mundo. Solo aprendimos esto: da de hallazgos y riquíque la vida no es seria. sima en procedimientos de toda clase, desde los De todos los que pudimos ser visuales («La Y es un tiraen el espejo no nos queda nadie. chinas. / La o una piedra. / Eso es envejecer: El yo un arma cargada») a cualquier futuro ya nos viene grande.

Bonilla ha sabido escoger con tino sus mejores piezas y ha acertado a dejar fuera las que acaso hubiesen resultado prescindibles; además, nos ofrece un material muy corregido, con variaciones casi de todo tipo, que van desde el cambio de un par de palabras a la rees­critura completa del poema. Bonilla retoca títulos (el dudoso juego de palabras «Yo es orto» se devuelve al natural «Yo es otro»), introduce o suprime precisiones al respecto del origen de los textos (nos informa de que «Última imagen de la destrucción», de Partes de guerra, se basa en un texto de William Carlos Williams; «Ventajas de la ficción», por su lado, llevaba en Cháchara el subtítulo «Imitraición de Quim Monzó»), elimina versos (lo que a veces precisa, como en «Catolicismo», que comienza con un «[…]» que indica la supresión respecto de la redacción de Cháchara; y a veces no, como en «Visor», fragmento del poema «Metástasis» de El belvedere), altera palabras (resulta curioso el caso de «Poemas míos que otros escribieron» comparado con su versión en El belvedere, pues Bonilla cambia el nombre de los poetas a los que homenajeaba y pasa a homenajear a otros) y llega a reescribir poemas enteros (como en «Misión a las estrellas», originalmente incluido en El belvedere, pero que luego, muy cambiado y aumentado, pasa a Los invisibles y que, otra vez muy retocado, y de nuevo au-

múltiples juegos fónicos, incluso bilingües («In god we trash», «L’amour, la mugre»), a menudo desactivando fórmulas preestablecidas («Vamos a la caza del Señor», «Armaos los unos a los otros») y en ocasiones tendente al exceso, la poesía de Juan Bonilla, poética y antipoética, se logra completamente en los poemas largos y versiculares, en los que consigue dotar a su lenguaje de una inusitada potencia que supura autenticidad y vida (véanse los magníficos inéditos finales, como «Los poetas malditos»), acomodando a menudo diferentes registros irónicos o humorísticos (de un humor, por lo general, muy negro), sin desdecir por ello, ni siquiera en estos casos, del dulce regusto de unas

gotas de melancolía («Cádiz»). Está claro que Juan Bonilla no es un poeta preciosista, y que se da en algunos de sus poemas una cierta aspereza sobre todo prosódica y a veces también discursiva («Filosofía»), pero, en cualquier caso, pocos poetas son de tan grata lectura, poquísimos han logrado, como él, escribir tantos buenos poemas tan aparentemente variopintos, desde la sutil delicadeza de las décimas de «Caracola» a la verdad incómoda del verso libre de «Ventajas de la ficción», dando cuenta siempre de un universo tan personal e intransferible como complejo y presto al matiz de la relectura. De pocos poetas lamentaríamos más que, como se insinúa en la «Nota» inicial, pudiera este ser su último libro. ¢

¿Quién soy si soy yo? No ese niño que mira a cámara, agarrado al columpio, con cara de balón al poste en el último minuto. Ni ese que posa con su pelota de colores mordido por el sol, santificado por el fulgor del mar. No soy ninguno de ellos. Ni tampoco soy el muchacho que hace el paripé como si sostuviese con las manos la inclinación de la torre de Pisa. Ni el que cabalga una Yamaha negra y sonríe como si el mundo fuera una parcela que se acaba de comprar. Ninguno de ellos. Ni desde luego ese engreído con corbata en un despacho que le viene grande hablando por teléfono en otro idioma. Ni el que apoya la cabeza en el oro del hombro de una muchacha a la que no le queda apenas tiempo. No, no soy ninguno. Ni tampoco ese joven canoso con raqueta que ensaya una volea que se queda en la red. Ni ese conferenciante que lee una ponencia sobre Borges ante quince personas que parecen esperar el apocalipsis. No soy ninguno de ellos. Son todos ellos los atletas de una carrera de relevos. Ahora soy yo el que lleva el testigo y avanza por la calle del tiempo sin saber cuándo, a quién he de entregárselo. A un nuevo atleta que me mirará como yo miro ahora al niño del columpio, al de la playa, y al chico de la moto, al joven con despacho y al tenista de domingo y al conferenciante. La sucesión de extraños: mi equipo.

JUAN BONILLA

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elcuaderno

HOMENAJE

Jaume VALLCORBA la autoridad ilustrada / Javier Aparicio Maydeu /

¿Un hombre elegante y culto hasta el divismo?, ¿un hombre arrogante y exigente hasta el paroxismo? Jaume Vallcorba era lo uno y lo otro. Y por encima de todo, uno de los grandes editores internacionales contemporáneos: un catálogo de calidad, un criterio sólido en cada línea editorial, el olfato de elegir nuevos talentos, la valentía de recuperar clásicos (antiguos, la Chanson de Ro­ land, Francesco Colonna, Montaigne, Diderot; y modernos, Gris, Apollinaire, Buzzati) y la sabiduría de saber mantener el fondo. Resucitó a Zweig, Joseph Roth, Gracq, Hesse, William Saroyan o Simenon. No tuvo miedo de apadrinar a la élite (Fumaroli, Compagnon). Apostó por Javier Aparicio Maydeu es profesor titular de Literatura Española y Literatura Comparada de la Universidad Pompeu Fabra. Creador y director del Máster en Edición idec-Universidad Pompeu Fabra

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desde la fundación de su Facultad de Humanidael éxito internacional de Quim Monzó, Javier des en 1992. Fueron veinticinco años de amistad Cercas o Sergi Pàmies. Modelo del intelectual y de complicidad. Enseñaba en clase los trovadocosmopolita, discípulo de Martín de Riquer y res que le enseñó Riquer, recitaba a Petrarca y a cómplice de Francisco Rico. Amigo de grandes Ronsard y les decía a sus estudiantes que la Welteditores como Roberto Calasso, de Adelphi, años literatur de Goethe no era negociable: comparapaseándose por la Feria de Fráncfort exhi­biendo tismo o muerte (pero la filología en los cimientos su perfecto alemán (y su perfecto francés, italiade todo buen lector…). Lo recuerdo en el entierro no, inglés…). Un hombre que jamás se andaba con del padre Batllori, icono del humanismo conrodeos en un tiempo en el que impera lo políticatemporáneo, lleno de admente correcto, un hombre que miración por su talento, combatió la demagogia, la barata y Ahora que corren tan malos en el monasterio de Sant la cara. Muchos de quienes traba- tiempos para la lírica, la Cugat, y lo recuerdo cojaron con él se han hecho editores mo un conversador charde fuste. Enseñaba edición en las prosa, el teatro y la cultura mant que podía analizar trincheras del día a día, y siempre entera, la desaparición de a Kandinsky y repasar la pedía becarios de nuestro Máster Jaume Vallcorba es una en Edición de la Pompeu Fabra, hecatombe: perdemos rigor, historia de Europa en tres o cuatro frases brillantes. su casa, para formar nuevos edi- perdemos cosmopolitismo impenitente tores exigentes. Ya muy enfermo, genuino, perdemos valentía, Romanista pero germánico de conquiso clausurar la decimonovena ducta. Algunos lo recueredición del máster con una lec- perdemos calidad dan como un ególatra. Tal ción magistral de amor a los libros vez lo fuera. Pero no siempre y no con todos. Fue (léanla en <www.idec.upf.edu/es/seccions/idec/ generoso, créanme, pero a muchos les enerva el noticies.php?id=1388>). Fue siempre un perfectalento ajeno… Una traducción defectuosa podía cionista, y su exigencia constante, en ocasiones desencadenar en su despacho de la calle Muntadesmedida, pero necesaria para alcanzar ciertas ner una tormenta perfecta, la tipografía era asunmetas de calidad y de prestigio, fue criticada por to de Estado, como recuerda el excelente editor quienes prefirieron hacer leña del árbol de su sade Ediciones B, Ernest Folch, que trabajó con él, biduría. Yo lo conocí hacia 1985, cuando era ageny el papel tenía la obligación de ser ligeramente te en Carmen Balcells y él todavía tenía Sirmio en ahuesado para evitarle al lector incómodos dessu laboratorio y Quaderns Crema ya era una refetellos. Todo era elegido con el mimo con el que rencia de la edición en catalán. Después el destino se acaricia el lomo de un lebrel. Todos quisiequiso que fuéramos durante más de una década ron formar parte de su catálogo, y eso es lo que compañeros en la Universidad Pompeu Fabra, convierte a un gran editor en una marca indeleble. Ahora que corren tan malos tiempos para la lírica, la prosa, el teatro y la cultura entera, la desaparición de Jaume Vallcorba es una hecatombe: perdemos rigor, perdemos cosmopolitismo genuino, perdemos valentía, perdemos calidad. No escribiré la palabra excelencia porque me repugna (¿qué es, exactamente?, ¿no es una contradicción que la manoseen precisamente los políticos?), pero Jaume la encarnó como profesor y como editor, esto es, como hombre de letras, esa figura imprescindible para comprender el mundo que está teniendo demasiados detractores. El gran editor de Acantilado tuvo a su alrededor al mundo entero de la cultura en su funeral. Todos lo arropamos en la nave gótica, en silencio, y mientras sonaba el órgano, yo recordaba su entrañable recuerdo de la salsa romesco de su infancia en Tarragona, y una de sus frases sabias:

Hay quien se dedica a publicar libros que el público ya sabe que quiere; yo prefiero ofrecerle al lector aquellos libros que aún no sabe que le gustarán». Encarnó la obsesión por el esmero en un mundo de inmediatez. Nunca quiso ir a rebufo, se la jugó. Podía hacerlo. Y ganó. Y ganamos. Entren en su catálogo y elijan con qué libros desean disfrutar. ¢

Pablo Armesto › Arqueologías, 2014, madera lacada, neopreno y fibra óptica, 58 µ 58 µ 12 cm • Nubes y claros › Gema Lamazares, Gijón › Hasta el 23 de octubre


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VIAJE

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Un centenar de razones le piden a voces que vaya. Él va (...) para poblar un mapa vacío. (...) Va porque aún es joven y está ávido de emociones (...); va porque es viejo y necesita comprender algo antes de que sea demasiado tarde. Va para ver qué sucederá.

Uzbekistán

y la nostalgia

/ Belén Suárez Prieto /

Ruta de la Seda, caminos diversos por tierra y aun por mar de Asia a Europa. El sueño de peregrinar para tocar con las yemas de los dedos, para rozar lo que ese prodigio comercial, pero viajero, aventurero y de difusión de religiones, morales, noticias, lenguas, inventos... supuso. Esa hazaña, a lo largo de cientos de años, humana de vencer desiertos, cordilleras, tempestades y sol lacerante; fieras y bandidos. El enriquecimiento, la necesidad de ganarse la vida, la atracción enajenada de la seda, la belleza de la seda, la suavidad en la piel, la resistencia del tejido, la belleza resistente. El fulgor venido de algo que tantas veces nos produce repulsión, la baba de un gusano, que no llega a ser la baba del diablo, pero casi,

Uzbekistán significa algo así como «el lugar de los dueños de sí mismos». Enorme paradoja, enorme mentira. Uzbekistán es país independiente desde 1991, desde el desmembramiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, desde que la URSS dejó de serlo. Y a Uzbekistán lo convirtió en nación el régimen soviético, unificando territorios gobernados por emires, aquí y allá. Dicen que la sinuosa frontera que abraza los territorios uzbekos del este la diseñó Stalin cuando ya había ingerido una cantidad suficiente de vodka como para estar borracho; dicen que el desmesurado Stalin contaba el vodka por botellas, no por copas. ...alors que les Soviétiques avaient la vodka, la sainte vodka transparente, l’eau-de-vie, l’eau de la vie et de l’oubli... Antes de llegar a la capital uzbeka, Taskent, vuelo a Estambul. En un aeropuerto casi vacío porque es de noche, mientras espero el próximo avión, veo en las pantallas enumerado aquello que entendemos por «Oriente»: Ekaterimburg, Ho Chi Minh, Doha, Cairo, Süleymaniye… Si alguna vez llegáramos a un aeropuerto sin destino, sin billete, sin casi equipaje y nos dejáramos llevar por los nombres de las pantallas. No particular place to go. Kuala Lumpur, Tahran, Menida, Tiflis… ...et j’ai l’impression d’avoir vécu mille vies depuis, d’avoir fait courir tous les trains derrière moi jusqu’au bout de la terre. En el actual territorio uzbeko y mucho más, en la fascinante región de Asia Central, viajaron, saquearon, invadieron, permanecieron, sometieron, comerciaron, gobernaron, huyeron, guerrearon, deambularon, perdieron y ganaron Alejandro Magno, chinos, persas, turcos, árabes, mongoles, rusos, soviéticos...

Uzbekistán, que abandona el alfabeto cirílico en ruso para incorporarse al alfabeto latino en uzbeko, pero que no olvida el persa en caligrafía árabe

• Mercado en Taskent

Los uzbekos primigenios pertenecían a tribus nómadas venidas del norte, en el siglo xiv, tribus que se expandieron y cuyos miembros acabaron dando nombre al país. Uzbekistán, «el lugar de los dueños de sí mismos», con apenas unos lustros de independencia, con fronteras trazadas a golpe de estrategia soviética, con una historia, la de Asia Central, plagada de pueblos conquistadores, guerreros y comerciantes, que acabaron por formar un país ét-

nicamente híbrido. Uzbekistán, que abandona el alfabeto cirílico en ruso para incorporarse al alfabeto latino en uzbeko, pero que no olvida el persa en caligrafía árabe. Je ne me souviens plus à quel moment précis j’ai pris la décision de faire ce voyage... Por qué viajar a Uzbekistán, qué se me ha perdido allí, me preguntan antes del viaje. Primero de todo fue Samarcanda. Samarcanda, como ciudad clave de la

trabajada baba nudo a nudo, teñida con colores que también viajaron, de flores exprimidas, de especias... Y Marco Polo, Ibn Battuta, Ruy González de Clavijo, Sven Hedin. La obsesión por el viaje, por el camino, por llegar para seguir andando. Por el extrañamiento. Y además de la Ruta de la Seda están las cúpulas azul turquesa de las mezquitas y los alminares como las rocas y los muecines como sirenas que hipnotizan, sobre todo, cuando el sol se pone, y allí vamos, aunque el islam en Uzbekistán se practique casi siempre con una cierta timidez, porque para eso estuvo la Unión Soviética. Pero las cúpulas de las mezquitas y los patios de las madrazas se unen a la Ruta de la Seda, a los caravasares. Y además está la historia de Asia Central, toda ella. Vengo a Uzbekistán con la obsesión de Samarcanda y aparece Jiva, ciudadela de adobe patrimonio de la humanidad donde la gente sigue


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construyendo sus viviendas y cuya entrada está vigilada por una enorme y soviética estatua del matemático AlJuarismi, dicen que natural del lugar, que trazó el camino del álgebra. A Jiva llego en vuelo desde Taskent, la capital, hasta Urgench y de aquí en coche a la ciudadela. En el avión, de hélices, una jovencísima madre, desafiando precauciones y extrañezas occidentales, habla por su teléfono continuamente. El paseo por Jiva al atardecer, en completa soledad turística y en continua compañía uzbeka, por fin a solo 30 grados, en busca de la mezquita para escuchar la llamada a la oración de la tarde, es delicioso. Las familias salen a la calle, a seguir construyendo sus casas de adobe, a charlar, a sestear, a jugar un pequeño con una camiseta raída de Messi. Y como es imposible no querer ir más allá, no querer seguir cruzando fronteras, también en Jiva me gusta

BELÉN SUÁREZ PRIETO rápido y una parada para comer en uno de los muchos bares que, en un margen y en otro, ayudan a vencer el calor con sandía y cerveza del país. El camino está salpicado de controles policiales. Cada provincia es responsable de la seguridad en su territorio y el temor al yihadismo, medicina para

Y como es imposible no querer ir más allá, no querer seguir cruzando fronteras, también en Jiva me gusta estar porque me siento rozando Turkmenistán algunos que el país ya probó en años recientes, se vence con férrea vigilancia. Bujara, con el premio de poder disfrutar en soledad de los patios, de las calles estrechas del barrio judío, de los almacenes, los caravasares, donde se apilaba la mercancía que necesitaba sombra, mientras los camellos

Samarcanda, Maracanda, no defrauda, no puede defraudar. La plaza del Registán la conforman tres madrazas imponentes, en las que ya no hay actividad escolar, sino que, como tantas otras en Uzbekistán, también mezquitas, son pequeños zocos. La moneda uzbeka es el som, ha de cambiarse en el país, solo hay billetes y 1 euro equivale a algo más de 3 soms. Hay abundante mercado negro para el cambio, además de los despachos oficiales, y en muchas tiendas y restaurantes aceptan euros de buen grado y, sobre todo, dólares. Es habitual que los comerciantes pidan que les cambiemos monedas en billetes. El uso de la tarjeta, sin embargo, está poco extendido y los cajeros no abundan. El paseo del Registán bulle de noche. Las familias salen, comen helados, deambulan, los chicos, las chicas. No

• Caravasar en Bujara • Mercado en Samarcanda

estar porque me siento rozando Turkmenistán. Y antes de cumplir la obsesión de Samarcanda ya la rendición ocurre en Bujara, pura Ruta de la Seda, con sus mezquitas sujetas con pilares de madera, alminares, zocos, mausoleos, baños, fuentes, palacio de verano, atardeceres majestuosos, familias ruidosas y té. En Bujara dicen que pudieron fundarse las primeras madrazas, fundamentales instituciones académicas musulmanas, donde, además de estudiarse vastamente el Corán, se aprenden derecho, matemáticas, literatura. En Bujara, cerca, nació Avicena y allí se formó. Bujara, a la que llego por carretera atravesando una pequeña parte del desierto de Kizil Kum, ‘arena roja’, desde Jiva, siete horas de viaje, implacable bajo el sol de 50 grados, con la presencia de un jerbo que se nos atraviesa

reposaban fuera; padeciendo, por un instante, el espejismo de que el dinosaurio ya no estará a la vuelta. Pero el viaje solo se cumple cuando se llega a Samarcanda, al menos, este. Demasiado tiempo buscándola, demasiado tiempo esperándola, demasiado importante la promesa como para no cumplirla. Y Samarcanda, después de cinco horas en coche desde Bujara, aparece y aparece la majestuosa plaza del Registán, enorme, rehabilitada, deslumbrante en sus cúpulas azul turquesa. Soñadora al atardecer, poderosa bajo el sol abrasador de día. La emoción del viaje culmina aquí, mucho viaje por dentro, mucha necesidad del mito tan real. Y, hasta pisar Samarcanda, la joya del valiente y falto de compasión Amir Timur, Tamerlán, otro nómada, no me doy cuenta de hasta qué punto estoy lejos.

hace falta alejarse mucho para poder cenar en algún modesto restaurante sin presencia occidental excepto la propia, sin nada de turismo. Asumiendo la imposibilidad de la comunicación, me someto a lo que el dueño del lugar me ofrece, qué más da, todo es distinto, sabe diferente y es ininteligible. Para esto y no para otra cosa estoy aquí. Para comer mantis en un banco, los enormes raviolis rellenos de carne y cebolla, algo picantes, con salsa de yogur. Y para sentir Oriente sin disfraz, cotidiano, con los pies descalzos, en penumbra. Y para que todo sea incomprensible y esto sea lo más atractivo. Aunque acabe por darme cuenta de que siempre buscamos lo mismo. La cocina uzbeka es la característica de las tierras implacables: básica, recia, sin desperdicios, todo vale para preparar otro plato, sin sofisticaciones.

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Tierra doblemente dura, pues, país sin mar, el lago/mar de Aral es menos del que era, por el casi monocultivo impuesto por la URSS del algodón, sin planificación sensata y mucho menos de riegos. Apenas hay pescado en Uzbekistán, el desastre medioambiental es grande y la ruina económica de poblaciones que vivían de sacar del Aral lo que el agua tenía a bien ofrecer, tremenda. Está el plov, el plato nacional uzbeko, arroz cocinado con la propia grasa de la carne que lo acompaña y con zanahoria, que puede llevar, también, pasas y garbanzos. Y el shashlik, pincho moruno de carne, que se prepara en parrillas. Y la lagman, la sopa omnipresente, de mucho fideo y poco caldo. O la samsa, la empanadilla cocinada en el horno rellena de carne, patata o calabaza.

No hace falta alejarse mucho para poder cenar en algún modesto restaurante sin presencia occidental excepto la propia, sin nada de turismo. Asumiendo la imposibilidad de la comunicación, me someto a lo que el dueño del lugar me ofrece, qué más da, todo es distinto, sabe diferente y es ininteligible. Para esto y no para otra cosa estoy aquí Y como bebida imprescindible en toda la Ruta, y aquí también, el té, un té negro, solo, sin azúcar. En Samarcanda se sigue comerciando con seda, con especias, con legumbres, con frutas y frutos y verduras. El mercado, muy cerca del Registán, es enorme y lleno de gente. Allí


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encuentro unas bolitas blancas, de diferentes tamaños. Ignorante, pienso que son huevos de aves desconocidas. No: son pequeños quesos elaborados con los restos del yogur que se hace en casa, cocina de subsistencia, de ningún desperdicio, que duran mucho y que son muy secos y muy agrios. Su nombre es kurt. Tamerlán, héroe nacional en el Uzbekistán independiente, guerrero feroz y gran hacedor de Samarcanda, tiene en la ciudad su mausoleo, en el que está enterrado junto a su nieto favorito, el gobernante más científico que guerrero y, por ende, nada religioso, Ulugbek. Al lado de este mausoleo, me tropiezo con Ruy González de Clavijo, ya que la calle lleva su nombre. Enrique III, rey de Castilla y León, comisionó, entre otros, al señor González de Clavijo para visitar al poderoso nómada Tamerlán, con el objetivo

UZBEKISTÁN

El opio afgano sale del país por Tayikistán y, recorriendo Kirguistán y Kazajistán, llega hasta Rusia. Uzbekistán tiene pocos kilómetros de frontera con Afganistán, por lo que el control es relativamente sencillo. Aun así, tampoco se libra del tráfico da, la estatua de Lenin ha sido sustituida por la de Tamerlán, y está el islam y está el mercado. Y está la presencia policial en todas las bocas del metro. Taskent es la ciudad mayor de Asia Central y desempeñó y desempeña un papel económico fundamental en la región. Y desde Taskent, al valle de Fergana en coche, por un puerto cuya altitud y la nieve en la cumbre

de establecer relaciones y ampliar su conocimiento del mundo. ¿Por qué nos acordamos de don Ruy y no de otros embajadores? Porque este contó prolijamente su viaje en la Embajada a Tamorlán. Como contó Marco Polo y no contaron otros viajeros.

También está Taskent, dos horas desde Samarcanda en el tren español Talgo, la capital del país, ciudad en gran parte soviética de amplias avenidas y mastodónticos edificios públicos, tras la reconstrucción después del terremoto de 1966, cuando la solidaridad de la Unión de Repúblicas funcionó. Pero está la URSS, a pesar de ser borrada en gran medi-

Acceder al valle se hace bajo la estricta vigilancia de militares y policías y con el pasaporte siempre a mano. Dicen que por el integrismo. Pero también, aunque no es la principal vía, por el corredor de la droga. El opio afgano sale del país por Tayikistán y, recorriendo Kirguistán y Kazajistán, llega hasta Rusia. Uzbekistán tiene pocos kilómetros de frontera con Afganistán, por lo que el control es relativamente sencillo. Aun así, tampoco se libra del tráfico. Kokand, antiguo janato, Marguilan, capital de la seda uzbeka, se visitan en el valle, donde se recomienda a las mujeres modestia en el vestir. Fergana, casi en Kirguistán, otra vez casi del lado de allá, es una ciudad sin interés monumental, fundada por los rusos y muy corregida y aumentada por los soviéticos. La sensación en ella es extraña. Es el lugar de alo-

la compañía de un perro solitario que cruza la calle, se hace necesario buscar el calor del lugar de reunión de las familias a esa última hora del día, aquí, alrededor de una fuente.

• Comercio de especias, también hoy, en Samarcanda • Necrópolis en Samarcanda; al fondo, el cementerio soviético • Seda en Marguilan

Asia», de Antonio Rico, en su blog 625 Ranas).

Kokand, antiguo janato, Marguilan, capital de la seda uzbeka, se visitan en el valle, donde se recomienda a las mujeres modestia en el vestir

En esta ciudad de Samarcante se tratan de cada año muchas mercadurías de muchas maneras que allí vienen del Catay y de la India de Tartaria, y de otras muchas partes, y de su tierra, que es abastada...». alivian el calor. Al otro lado de las montañas, Tayikistán, otra vez tan cerca de una frontera, otra vez con necesidad de ir más allá. El valle de Fergana es la región más poblada del país, por ser la más fértil y tener gas y petróleo. Es también la más religiosamente integrista, con revueltas de vez en vez.

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jamiento para visitar la región. Atravesar grandes avenidas soviéticas, muchas en obras, casi de noche, sin luz en las calles, como en el resto del país, y con apenas tránsito, bordeando bloques de casas rusas del siglo xix, restauradas y decadentes de color rosa, provoca una extraña sensación de placidez, hasta que, ya de noche y con

On ne va jamais au bout des voyages, on s’arrête toujours avant... (Para la escritura de este texto, amén del viaje, han sido imprescindibles las lecturas, además de las de algunas guías y folletos sobre el país, de L’alcool et la nostalgie, de Mathias Énard, de aquí vienen las citas en francés; de La sombra de la Ruta de la Seda, de Colin Thubron, de aquí viene la cita que encabeza el relato; de La Ruta de la Seda, de Thomas O. Höllmann; de Embajada a Tamorlán, de Ruy González de Clavijo; del número 10, de marzo y abril de 2001, de la revista Altaïr; de «La misma

... pour partager ces instants extraordinaires sur le chemin, pour brûler dans le monde, nous n’avions plus de révolution, il nous restait l’illusion du voyage, de l’écriture et de la drogue. Desde Homero. Seamos quienes seamos, lo único que queremos es abrigarnos del frío en invierno, junto a las personas que amamos; junto a las personas que amamos, lo único que queremos es estar al aire libre en verano. Il te reste des trains à prendre, des mains à tenir. Ne pars pas sans moi, je t’en prie. Al fin, seamos de donde seamos, estemos donde estemos, lo único que queremos es comer, beber y amar. ¢


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CINE EN REVISIÓN: VIOTA

/ H.  G. Castaño /

Durante los dieciséis años en activo como director, Viota pasó de realizar una serie de cortometrajes de factura amateur en su Santander natal a intentar hacerse un hueco en la industria del cine con dos películas que no tuvieron ni el reconocimiento que merecían, ni el éxito que necesitaban para asegurar su carrera como cineasta profesional. En el «Modo de empleo» que acompaña esta edición de Intermedio, el propio Viota propone tres periodizaciones de su obra tomando en cuenta el lugar de rodaje, el formato y uno de los personajes. Ninguna de estas tres sitúa como un periodo aparte los dos títulos filmados en Madrid en 1970, Duración y Contactos. Pero como estos constituyen, desde cierto punto de vista, el momento en que se explicitan las preocupaciones programáticas del cineasta, es posible considerarlos como una clave a la hora de establecer la continuidad entre los primeros cortos y los dos últimos largos. Se trata de dos trabajos de espíritu vanguardista, hechos en cierta forma contra el espectador, como lo define Viota hoy en día, aunque en realidad se trata más de poner en tela de juicio cierta convención del modo de hacer y ver películas. En la presentación de Contactos que se puede ver en el cofre, Viota hace también hincapié en el aspecto más constructivo de esta apuesta radical. Y es que, con independencia de que la mayoría de los espectadores de la época se tomaran muy mal el visionado de estas películas, el objetivo no era otro que el de darle al espectador el tiempo necesario para apropiarse libre y activamente de lo que veía. La forma de la

La edición en dvd de las Obras 1966-1982 de Paulino Viota permite sacar del olvido, treinta y dos años después de su última película, a un cineasta hasta hace poco considerado maldito. Apartado de la práctica desde 1982, Viota se ha consagrado al estudio del arte cinematográfico. Sus tres largometrajes, así como sus cortos, permiten entrever las vías de una reflexión rigurosa y profunda sobre la forma del cine, su alcance político y su relación con el presente.

Cuerpo a cuerpo: el cine de

PAULINO VIOTA

Duración y Contactos están hechos en cierta forma contra el espectador, aunque en realidad se trata de poner en cuestión cierto modo de hacer y ver películas película se convertía para ello en un elemento más de la experiencia y quedaba en cierto modo «desnuda», desvinculada de todo artificio e ilusión, lo que acentuaba la dimensión política y subversiva del proyecto. El trabajo de Viota en Contactos se desarrolló bajo la influencia declarada de un libro teórico de Oteiza, Quousque tandem…!, así como de los primeros textos de Noël Burch, reunidos en su influyente Praxis del cine (Fundamentos, Madrid, 1970). Se trata de un tratado de poética cinematográfica que revaloriza los recursos formales básicos del cine para transformarlos en el punto de partida de una creación moderna y consciente de su tarea. En ese sentido, cabe considerar Contactos a partir de una poderosa axiomática de aspecto

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• Fotograma de Cuerpo a cuerpo (1982) • Contactos (1970). El personaje dice «2 minutos y 55 segundos»: la acción dura exactamente lo mismo que el plano

—se trata, en realidad, de un segundero que recorre en bucle el cuerpo de un reloj, lo que implica una relación directa con el momento exacto de la recepción—, Contactos se sumerge en la vida cotidiana de un pequeño grupo de militantes antifranquistas que opera en la clandestinidad. Como esta, el film realiza su programa sin concesiones. En este sentido es emblemático el plano-secuencia filmado en la esquina de una calle, en el que vemos juntos a dos personajes, tras lo cual uno de ellos se va y da la vuelta a la manzana. Al volver, el otro le dice «2 minutos y 55 segundos». Se trata sin duda de un ensayo para una acción clandestina, pero el tiempo de este ensayo coincide exactamente con la duración del plano. Esta precisión a la hora de filmar las secuencias va de la mano del rigor del elemento espacial: la película se construye en torno a tan solo cinco posiciones de cámara, que cubren los cuatro únicos espacios dramáticos. Esta limitación produce un fuerte efecto de anclaje a la realidad y corresponde, en el plano temporal, con el desorden en la presentación de las secuencias, así como con la abundante presencia de momentos sin valor narrativo, de tiempos muertos. Viota concluye, en la presentación en vídeo que contiene el cofre, que es como si la película la hubiese montado un ciego, eligiendo y ordenando los momentos de forma un tanto azarosa o, en cualquier caso, sin respetar la causalidad narrativa que dominaría en un film convencional. Esta analogía está muy bien traída a cuenta, sobre todo si se considera que es precisamente el ciego quien opera por contacto. De ahí que no solo el componente aleatorio de la ordenación de las secuencias pueda ser relativizado tomando en cuenta una organización táctil, imperceptible al control de la vista como lo es la acción clandestina, sino que la película en sí misma y sus formas «desnudas» desplazan cierta acomodación pasiva de lo visual —lo que podría denunciarse como «la ilusión»— en favor de una experiencia del cuerpo a cuerpo —la materia del film— que acentúa el valor de la opresión, la resistencia o la oscuridad a las que se someten tanto los personajes como los espectadores.

De la práctica a la teoría «formalista» basada, por ejemplo, en una distinción explícita entre el material espacial del film y el temporal. La búsqueda de formas mínimas y pulidas al extremo puede producir cierto desconcierto e incomprensión, de ahí que la introducción en vídeo de Viota y de su coguionista, el también teórico Santos Zunzunegui, sea una de las herramientas indispensables que brinda esta edición en cuatro dvd. La pertinencia de esta introducción no quita

mérito a la película. Al contrario, permite dar cuenta de su elevado nivel de exigencia y del hecho de que el primer «tema» de Contactos es el cine mismo, aunque la radicalidad de la propuesta no es para nada ajena a su contenido: la lucha antifranquista.

Contactos: cine a ciegas

En efecto, aunque en Duración el «concepto» no contiene ninguna alusión explícita a la situación política

Y, desde luego, no puede ser simple casualidad que el título de los otros dos largometrajes de Viota contengan, como Contactos, la referencia a motivos corporales. Con uñas y dien­ tes (1977) y Cuerpo a cuerpo (1982) son películas en las que el elemento corporal se hace explícitamente presente: la primera, sobre el fondo de un conflicto sindical, contiene palizas, escenas de cama y una larga secuencia de violación; la segunda se centra en un grupo de amigos y sus conflictos amorosos. Al margen de las intenciones de


Viota, que afirma haber querido hacer un cine más convencional, merece la pena considerar la pista de una continuidad entre estas tres películas que no se basaría tanto en un programa de orden «formalista» como en una atención

La continuidad entre sus tres películas se basaría en una atención constante al cuerpo como elemento fundamental del cine

Paulino Viota Obras 1966-1982 4 DVD + libro de 64 páginas en español e inglés. Subtítulos opcionales en inglés y francés Intermedio, 2014, 39,95 ¤ constante al cuerpo, no tanto como un motivo, sino sobre todo como un elemento fundamental del arte cinematográfico, que tendría tanta importancia como las formas básicas de orden espacial y temporal. En la entrevista que contiene el libreto que acompaña a las Obras, realizada en 1985, el cineasta afirmaba estar tomando notas «para una película centrada en lo que llamaría la sensibilidad o, mejor, la sensorialidad amorosa, o erótica (otra vez, pues, la realidad física, material). A pesar de que ya tengo ideas más que suficientes, nunca logro sintetizarlas en un guion». Quizá sea su consagración a la teoría del cine la que le ha permitido desarrollar ideas como esta. Cuerpo a cuerpo fue una experiencia marcada fundamentalmente por el descubrimiento del trabajo del actor, a cuya dimensión corporal Viota le ha dedicado algún curso y, esperemos, alguno de los escritos cuya próxima publicación en forma de libro anuncia el cofre. De momento, la edición de Intermedio permite hacerse una idea del trabajo teórico del cineasta gracias a una presentación de Río Grande (John Ford, 1950) acompañada de un esquema que analiza la película sirviéndose de la noción de estructura que Viota maneja actualmente. ¢

ARTE AL CINE: STRAUB & HUILLET

Sois Cézanne

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/ José Ramón Otero Roko / últimos años cuatro tomos con las es necesario que prestemos al conTodavía hay una pequeña comuni- obras completas en dvd de Straub templarlo toda nuestra atención, toda dad de resistentes, en el arte y en el y Huillet y, más allá de los galos de fil- nuestra capacidad para concentrarcine, que consiguen definir lo que es motecas y festivales, cualquier soldado nos, en la pintura y el pintor. No hay, un acontecimiento y lo que no, al me- romano que contemplara hoy una de al contrario de en la casi totalidad de nos en su estricto y particular juicio, esas películas caería aterrorizado. Por- las imágenes que consumimos en el y eso significa mucho en un modelo que es además esta misma editorial la mundo contemporáneo, un efecto social que tiende a exagerar las pe- que lanza recientemente una edición contagiado como un virus, una emqueñas diferencias y a uniformizar sencilla, pero cuidada, de las dos pelí- patía inducida por los trucos del cinelas grandes. Parte de esa comunidad, culas de las que hablamos, con el títu- matógrafo. La voz en off tiene exactalos franceses Jean-Marie Straub y lo Soy Cézanne, y el dvd se convierte, mente la fuerza y la energía que está Danièle Huillet hicieron dos pelícu- para sorpresa de quienes no miran ni en la esencia del sentido de lo que se las extraordinarias sobre Cézanne. escuchan, en un objeto de culto, como pronuncia en el libro. Nada es teatral, Una en 1989, a la que da título el nom- casi todo lo que publica el sello Inter- solo expresión y significado. Los cuabre del pintor, y otra en 2003, llamada medio, adorado por quienes solo te- dros los filma uno de los directores Una visita al Louvre, y que al parecer men que el cielo se nuble y se rompa, y de fotografía más prestigiosos de su tiempo, Henri Alekan, calificado como nadie, de aquellos a los que se oye en caiga una vez sobre sus cabezas. No es un cine fácil ni para todos «el poeta de la luz», y sin embargo son todas partes, escuchó. No sorprende porque son films muy difíciles que los públicos, privatizados por cierto planos fijos, a la velocidad de veintiséis fotogramas por segundo, en requieren predisponerse vez de los veinticuatro usuacontra el entretenimiento y No es un cine fácil ni para todos los públicos, Nadie nos va a convencer que constan en su mayoría privatizados por cierto por la industria de Hollywood, les. de que sigamos viendo la pede planos fijos de obras picpero ¿quién dijo que el cine tenía que ser fácil? lícula si no estamos pensando tóricas mientras una mujer en lo que leemos y escuchalee el parlamento del autor. Parlamento que corresponde a una por la industria de Hollywood, pero mos. Y no siempre, porque dos fragentrevista con el poeta Joachim Gas- ¿quién dijo que el cine tenía que ser mentos en alemán, al igual que una esquet, publicada unos años después de fácil? ¿Quién ordenó que el cine te- cena de la Madame Bovary de Renoir, nía que parecerse al cine, o a lo que quedan sin traducirse al castellano la muerte de Cézanne, en 1921. Sin embargo, las comunidades de nos han dicho que debe ser el cine, y por decisión de Danièle. Es entonces cinéfilos ven ahí otra cosa. Ven que la no a algunos libros, a algunos discos, cuando una lengua que desconocemos voz no lee, sino que interpreta, casi a algunas esculturas o pinturas? Si se- se convierte en música, y otra que comen un sentido morfológico, el senti- guimos así, ¿qué va a ser de la cultura prendemos se transforma en un desmiento de Cézanne. Que la ausencia humana que fue creada antes de que cubrimiento. Soy Cézanne, dice Cézanne, o la de ¿movimiento? no va en detrimento nacieran los videoclips? «Hacer una de la historia, sino que permite que se película —dice Straub, citado por la mujer que da voz a Cézanne, al final constituya a sí misma, incluso como historiadora del arte Natalia Ruiz, en de una visita al Louvre. Sois Cézanne Historia con mayúscula. Que en esas el interesantísimo cuaderno de vein- y sois Huillet, y sois Straub, ofreciendos películas no sucede casi nada o, tiocho páginas que completa el pack— do una razón de ser a todo aquello por mejor dicho, no sucede absolutamen- siempre ha supuesto para mí partir de lo que casi nadie jamás se preguntará te nada y sin embargo salimos eufóri- una emoción, de una revuelta, de una por qué razón está ahí. Excepto una cos celebrando nuestra admiración pregunta, de una experiencia, y en ab- pequeña comunidad que ve el cine que el mundo renunció a ver y escusoluto del cine». por el Arte, con A capital de Acción. Como decimos, no va a suceder cha las palabras ante las que otros se No sucede nada. La editorial barcelonesa Intermedio publicó en los nada. No debe suceder nada porque han negado a comprenderse. ¢

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Polígono Industrial de Porceyo | c/ Galileo Galilei, 262. 33392 Gijón | 985 167 070 | apel@graficasapel.com


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PINTURA

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GORDILLO / Juan Carlos Gea /

La pintura de Luis Gordillo carga con toda la complejidad de un tiempo complejo. Como casi todo en esta época, es cambiante, abundante, fluida, múltiple, tóxica. Pero es también, a la vez, directa, nítida, apremiante, invasiva; en el sentido más originario de la palabra, espectacular: un torrente de imágenes que inunda los ojos, esos boquetes siempre abiertos —incluso cuando se cierran para soñar o recordar—, brechas desguarnecidas por las que, desde siempre y aun más en el tiempo de la hipertrofia mediática, se nos intenta embutir absolutamente todo (adoctrinamientos, condicionamientos, mercaderías, ideologías, miedos y deseos) o extraer absolutamente todo (de nuevo, sobre todo, miedos y deseos). Si la pintura de Gordillo pertenece a este tiempo es fundamentalmente porque asume sin reservas como punto de partida esa situación y la condición de quienes la padecemos. Pero no para acatar, sino para atacar. Su obra levanta, de hecho, una respuesta frontal a todo eso. Y sin embargo es, en sentido estricto, una respuesta defensiva. La superficie de la pintura de Gordillo es, a esos efectos, una membrana de porosidad extrema, una

La pintura tóxica como defensa personal

zona franca de doble sentido por la que sin cesar entran y salen imágenes. Naturalmente, nosotros solo vemos las que salen. No podemos saber exactamente cuáles son las que han ingresado, ojos adentro, en la mente del pintor; pero cabe presumir que él recibe por vía ocular la misma descontrolada irradiación de iconos fosilizados, banales y, en general, ponzoñosos que saturan el medio y la mente de cualquier contemporáneo. Tampoco sabemos muy bien, ni tendríamos por qué, lo que sucede dentro, en la de Luis Gordillo; intuimos que es algo que tiene que ver con una lenta digestión, un triturado, una metabolización extremadamente complicada. Pero sí conocemos bien, sin embargo, las imágenes que brotan de esa membrana osmótica; las que Gordillo emite sin parar con un brío y una fluidez que contrastan con lo que seguramente haya

sido una laboriosa síntesis en los fondos de la psique. Frente a la mecánica y repetitiva inercia de las imágenes-espectácu­lo de los media, estas otras imágenes que flotan, cambiando sin cesar, desde hace sesenta años en la superficie de ese océano mental —la pintura misma— poseen, por el contrario, una fuerza singular, una carga movilizadora que se mantiene intacta desde que Gordillo ocupó un territorio que alguien tenía que ocupar. Es una pintura, como proclamara hace años Carlos Alcolea, que apremia a pintar (y está más que demostrado en bibliografías y hemerografías que también incita a escribir, a especular). Imágenes que vienen de imágenes y que generan imágenes que nadie más podía pintar de ese modo y que han incitado a pintar, de ese modo y de muchos otros, al menos a dos generaciones de pintores españoles. En la obra de los últimos años sigue intacta esa cualidad intoxicante que actúa con la misma sutileza y la misma efectividad que un gas nervioso. Uno que se absorbiese por los ojos: lienzos, papeles, monotipos digitales y fotografías despliegan motivos, iconografías, composiciones y recursos que quisieran resultarnos familiares, pero que no pueden


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GORDILLO

serlo porque nunca son los mismos a pesar de las insistencias, variaciones y reverberaciones que saltan de una obra a otra, de una serie a otra y de una época a otra en la obra de Gordillo, trenzándose en una tupida malla iconográfica.

respuesta visceral y sostenida a las insuficiencias de las distintas corrientes pictóricas de la modernidad y todo esto presuntamente posterior a la modernidad con una autoconsciente melancolía y ansiedad por las vanguardias, una fe subterránea en los viejos maestros y una aguda e intuitiva conciencia de las limitaciones del informalismo, el pop, todo tipo de nuevas figuraciones y todo tipo de conceptualismos inyectados en la epidermis de la pintura.

Muralla de imágenes

Y si su cometido fuese, en verdad, defensivo, ¿de qué defiende esta imponente muralla de imágenes? En una entrevista reciente, afirmaba Gordillo que, en primera instancia, le defiende de él mismo, de su «naturaleza problemática a nivel psíquico»; una función, por otra parte, respetablemente asentada desde que los románticos inmiscuyeran sus zozobras personales en el proceso pictórico y lo utilizasen para dar forma precisa a los imprecisos fantasmas de la subjetividad. Esa justificación defensiva puede valer sin tacha ante el propio autor. Pero, naturalmente, debería haber algo más que eso para quienes no lo somos. Porque, además,

Pandemia icónica

En todo caso, su obra parece basarse en una compulsión a responder a las imágenes impuestas, a la virulencia de la pandemia icónica contemporánea, con un imparable repertorio personal de imágenes (donde personal nada tiene que ver con la identidad sino con el proceso profundo, orgánico, de elaboración de las formas); un repertorio concebido, producido y bombeado hacia el exterior con una intensidad y agresividad equiparable a la de los agresores. Pero también con causticidad, con imaginación a la vez precisa y corrosiva, con una ironía sin cinismo y, segura y muy legítimamente, con todas las dudas del mundo sobre la posibilidad de una victoria. La obra de Gordillo concreta la vindicación permanente de

• Cardio-Respiratorio B, 2012, acrílico sobre lienzo, 62 µ 83 cm ••• Las tres obras de esta página: ST, 2013, 29,7 µ 21 cm, acrílico sobre papel

No es una defensa por cuarentena, como en la parte más solipsista y romántica de los expresionismos y los informalismos; pero, a diferencia del pop art, la reelaboración plástica de la cultura visual de masas no es tampoco en Gordillo ni mimética ni cómplice. Es reactiva y crítica, pero no narrativa ni mucho menos política, sin más mensaje o relato que la exhi­ bición del procedimiento y los resultados. Lo que impone y mueve, lo emocionante en Gordillo es el modo en que un solo hombre reproduce mediante la pintura estrategias de la cultura visual de masas —la repetición, la proliferación, la saturación…— y muta con una libertad casi insultante una parte de sus iconografías para llegar en cada caso a lo que se opone a aquella: lo único, lo irrepetible, lo no obvio, lo exento de todo mensaje. Por seguir con la metáfora inmunológica, cada obra de Gordillo es el resultado de una compleja pero a la vez espontánea función orgánica (qué fácil es pensar en su obra en términos de procesos celulares: divisiones, autorréplicas, mutaciones…) que acoge las imágenes externas y las utiliza para sintetizar una vacuna echando mano de todo lo que hay en el sótano del laboratorio. Que es mucho. O, al menos, para intentar la síntesis de la cura. Quizá no sea efectiva, nunca un espectador de la obra de Gordillo se ha podido sentir conmovido como el que asiste a una confesión, a la gráfica que libera una terapia. Ni siquiera, en sentido estricto, conmovido ante la expresión. Lo que importa es, al menos, una parte de eso que «problematiza» la psique de Gordillo —la parte de su problemática que tiene en común con su tiempo, con todos nosotros—; y también importa, sobremanera, el modo en que encara y resuelve su defensa. Al menos desde uno de los posibles vectores de aproximación a una obra tan compleja, la pintura de Gordillo puede interpretarse como una respuesta vital (casi mejor si ese vital se interpreta en su sentido más biológico) a la pandemia visual contemporánea, con todos sus efectos de alienación, neurosis, perturbación del deseo y perversión de la capacidad interpretativa, por citar los más obvios. Es una respuesta orgánica, interna, inmunológica, desarrollada con urgencia en cada caso, en cada pieza, a partir de los mismos elementos infecciosos.

Lo que impone y mueve en Gordillo es el modo en que un solo hombre reproduce mediante la pintura estrategias de la cultura visual de masas —la repetición, la proliferación, la saturación…— y muta con una libertad casi insultante una parte de sus iconografías para llegar en cada caso a lo que se opone a aquella: lo único, lo irrepetible, lo no obvio, lo exento de todo mensaje pero aun así es apasionante asistir a esa batalla e ir examinando los resultados. Las imágenes infecciosas de las que Gordillo se defiende a brazo partido no son solo, por cierto, las de la cultura de masas. También responden al aluvión visual que derrama la historia reciente de la pintura. Toda la trayectoria de Gordillo se deja explicar, desde este otro punto de vista, como una

un derecho a la defensa (propia) ejercido mediante la pintura con furia y cierto escepticismo, a la vez jovial y saturniano, circunspecto y espectacular, especular y especulativo. No se trata, en fin, de una defensa de la pintura que contraargumente, uno a uno, contra sus muchos certificados de defunción contemporáneos, sino una defensa (propia) que se basa en seguir pintando sobre ellos, usándolos incluso como soporte si viniese al caso. Como si Gordillo hubiese comprendido hace tiempo, en el centro de su subyugante fábrica de imágenes pintadas, que la mejor defensa de la pintura está en que, entendida y practicada de una cierta manera, siga siendo todavía una buena defensa contra uno mismo y contra todo lo de fuera. ¢ Luis Gordillo. Obra reciente

Galería Van Dyck (Gijón) Hasta el 23 de septiembre


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LÍNEAS QUE GENERAN MUNDOS La poética del trazo como símbolo del desplazamiento, del viaje, que siempre ha interesado a Pablo Armesto, encontró una inmejorable plasmación técnica en el uso de fibra óptica conectada a fuentes de iluminación led en proyectos seminales como Punto de encuentro (2004). Era una elegante literalidad: luz atravesando la fibra óptica y haciendo así visible a la vez el viaje y su trazado. Si en esa pieza la superposición de recorridos luminosos construía un lugar virtual, en su pintura (que es siempre a la vez escultura y retiene a menudo un discreto componente instalativo) el territorio del viaje se construye materialmente con recursos que tienen tanto que ver con las artes plásticas tradicionales como con el concienzudo trabajo del menestral que se mancha las manos con cementos, estucos, maderas, lacas, neopreno y, por descontado, circuitos electrónicos. En esos procesos, la luz como tal, su irradiación inmaterial, ha pasado inevitablemente a formar parte de las piezas. Y con ella, de modo igualmente inevitable, la sombra, que, como la luz misma, brota de un espacio pictórico que no solo está cosido o atravesado por los hilos luminosos, sino que también se rompe, se abre, se deja excavar, se horada. Una complementariedad que está muy presente en los Nubes y claros que dan título a esta muestra: un hito más en un ciclo de minuciosa y poética construcción de paisajes, climas, estados, contextos en torno a al rastro de una línea en movimiento. • Pablo Armesto › Un día gris , 2014, madera estucada y fibra óptica, 150 µ 150 µ 12 cm • Nubes y claros › Gema

Lamazares, Gijón › Hasta el 23 de octubre

NUBES Y CLAROS

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