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CONOCIENDO A LA FAMILIA DOMINICANA EN LA SELVA PERUANA Fr. Brian J. Pierce, OP Promotor de Familia Dominicana en América Latina y el Caribe

En agosto pasado tuve la maravillosa experiencia de poder pasar diez días en la selva peruana, en la parte del Bajo Urubamba donde se encuentra la misión de Kirigueti. Aunque conozco a varios de los frailes del Vicariato Regional de Santa Rosa, y vivo en Lima con los estudiantes del Vicariato, nunca había tenido la experiencia de ver, oír, y palpar con las manos (1 Jn 1) la realidad de la selva. No pretendo decir que en diez días llegué a conocer la realidad de los pueblos de la selva, pero sí he podido experimentar un poco de esa realidad y ver la hermosa labor apostólica de la Familia Dominicana en esta parte del Perú. El autobús de Lima se malogró en el camino, así que llegué tres horas tarde a Satipo, pensando que ya había perdido la conexión que Fr. David Martínez había organizado con Enrique Tantte, piloto de la avioneta de Alas de Esperanza. Medio dormido todavía, me monté en un moto-taxi y llegué a la pista justamente en el momento decisivo, y con suerte (y con la ayuda de algún ángel de la guarda, supongo), dentro de veinte minutos Enrique y yo estábamos volando hacia el mundo verde de la selva. Cuando vi las sonrisas en los rostros de David y de los niños y jóvenes al llegar a Kirigueti, sabía que iban a ser días de gracia para mí. ¡El sólo imaginar 10 días sin automóviles, autobuses, combis, y teléfonos celulares ya era para mí saborear algo del Reino de Dios! El primer día pude conocer algunos aspectos de la misión y el trabajo que Fr. David, junto con un equipo de tres profesores (Yela, María y Fredy), está llevando a cabo maravillosamente bien. Dado que no hay otros frailes compañeros en la misión en este momento (¡Sentí la tentación de quedarme yo!), me impresionó que David y estos tres laicos han logrado crear un ambiente muy fraterno y de vida en común: trabajan coordinadamente, comen juntos, y organizan, juntos con los mismos estudiantes, la vida de estudio y las celebraciones eucarísticas en común. Estos esfuerzos me parecieron muy sanos y esperanzadores, y ayudan, a mi parecer, a crear un ambiente de formación integral. El domingo por la tarde, por ejemplo, vi al equipo de profesores reunido en tres grupos con los jóvenes, tratando temas de desarrollo humano y comunitario. Me alegré mucho al ver que los jóvenes del internado no están recibiendo sólo una educación formal, sino que están siendo formados para la vida, para ser personas responsables en sus comunidades. Con todo el equipo me sentí muy ‘en casa’ y les agradezco enormemente su fraterna acogida. Y a los jóvenes, les agradezco el haber compartido conmigo su alegría y sus ganas de estudiar, y por haberme invitado a probar uno de sus platos preferidos: ¡chicharra asada! El mismo día domingo, después de la misa, conocí a un profesor, llamado Nicolás, de la comunidad de Cochiri. Nicolás estaba de visita en Kirigueti con su familia para acompañar a su hija que regresaba a Sepahua para seguir con sus estudios en el internado de chicas que tienen las Dominicas Misioneras del Rosario y los frailes allí. Después de una plática agradable e informativa con el profesor, Nicolás, sentados debajo de un árbol frente a la capilla, me dijo, “Padre, mañana volvemos a nuestra comunidad. ¿Por qué no nos acompaña?” No recuerdo exactamente qué pasó en las siguientes horas después de la invitación que me hizo el profesor Nicolás, pero lo que sí sé es que a las 9 de la mañana del día siguiente estaba subiendo en una canoa con dos familias para emprender un viaje de dos días, río arriba, hacia Cochiri. Agosto no es época de lluvias, así que aprendí muy pronto que viajar por el río en esos meses significa que a veces la canoa lleva a las personas y en otras veces las personas llevan la canoa. ¡Una relación mutua! Llegamos esa primera noche a la comunidad de Campo Verde, y después de un caldito de pato silvestre, dormimos en la posta de salud, gracias a la hospitalidad de la comunidad. Muy cansado después de un día de mucho empuje, dormí como un niño, gozando de los sonidos de la selva nocturna. El día siguiente seguimos nuestro camino hasta Cochiri. ¡El saber que el regreso a Kirigueti iba a ser río abajo fue una gran consolación para mí!

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