Magazine Veracruzano No. 213

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DICIEMBRE 2016 - No. 213 - Año 18

SUMARIO DIRECTOR Carlos Vergara Sz.

Bienvenido

Hacienda El Mirador, del alemán Carl Cristian Sartorius, quien se hace acompañar del autor de la pintura, Salomon Hegi (der.), otro viajero del siglo XIX.

Magazine Veracruzano es una revista mensual editada e impresa por Vergara Comunicación. Se fundó el 3 de junio de 1998. Su domicilio legal se encuentra en Calle 7 No. 507 entre avenidas 5 y 7 Colonia Centro CP 94500 Córdoba, Veracruz, México. Circula en Córdoba, Orizaba, Xalapa y Veracruz, Ver., México. Se prohíbe la reproducción total o parcial de este impreso, reservándonos el derecho de promover el ejercicio de la acción penal ante las autoridades contra quien lo copie o reproduzca. De acuerdo con las disposiciones legales vigentes, el contenido de los artículos es responsabilidad exclusiva de los autores, por lo que los juicios expresados en ellos no reflejan necesariamente la opinión de los editores. No se devuelven originales no solicitados. Valor de ediciones anteriores $20 Contacto: Teléfono: (271) 717 90 21 y 271 135 14 27 mail: magazine.veracruzano@gmail.com En internet estamos en: www.magazineveracruzano.blogspot.com Facebook - Magazine Veracruzano Twitter - magazinever Youtube - magazineveracruzano Issuu - magazineveracruzano Flickr.com/photos/magazineveracruzano

Nuevamente es un gusto enorme poder saludarte a través de estas páginas. En esta ocasión con una edición que incluye artículos interesantes que resaltan, por un lado la importancia de los cordobeses en la cultura, como es el caso de la entrevista a Miguel Capistrán, realizada por Michael K. Schuessler, antes del fallecimiento del investigador, publicada originalmente en idioma alemán. En otro aspecto, la posibilidad de recrear la vida de los nativos y de las ciudades y pueblos de nuestro estado en el siglo XIX, a través de la descripción vívida de otro alemán, Carl Heller, en lo que se llama crónica de viaje. En este número iniciamos con la primera parte de esta crónica, comentada por el historiador Horacio Guadarrama, a quien agradecemos nuevamente su colaboración para los lectores de Magazine Veracruzano. Espero que este número sea de tu completo agrado y sin más preámbulo te invito a iniciar tu lectura ¡gracias!

Carlos Vergara Sz.

Vestigios del paasado

Página 11

Secciones y artículos 3.....Clic, fotografía contemporánea 4.....Noticias culturales 5.....Viaje de Carl Bartholomaeus Heller por el Estado de Veracruz a mediados del siglo XIX, Horacio Guadarrama O. 10...Galería de Imágenes Antiguas, Gustavo Trujillo Martín 11...Flujos migratorios en la zona de Córdoba 12...Miguel Capistrán, el historiador cordobés de la literatura mexicana, Michael K. Schuessler 15...Una nueva plaza cívica para Córdoba en sus 400 años, Carlos Vergara Sz. 16...Diccionario del Diablo Ambrose Bierce


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Clic

Chacuaco del antiguo Ingenio y Hacienda de Toxpan, Cรณrdoba.

Foto: Martin

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Falta la barda perimetral

Restauración de la Catedral, a punto

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Nueva biblioteca ‘Rosita Galán’ E

l pasado 9 de noviembre fue inaugurada la nueva Biblioteca Rosa María Galán Callejas, ubicada en la colonia Vista Hermosa, al sur de la ciudad. El nuevo espacio, de 510 metros cuadrados, cuenta con recepción, área de exposiciones, zona de lectura, áreas verdes, sala de cómputo, área de trabajo, ludoteca y salón de usos múltiples. Al nombrarse con este nombre a la nueva biblioteca, se reconoce la importancia y el legado de Rosita Galán, destacada poetisa, escritora, cronista de la historia local y regional, compiladora de leyendas y poesía cordobesa, activista y promotora de la cultura, quien falleciera en 2009. Esta biblioteca se suma a las ubicadas en el centro, Luis Sáinz López Negrete; en Toxpan, Rubén Calatayud Balagueró; Fernando Salmerón Roiz, en San Román; y la de El Bajío, en la zona rural.

os trabajos de restauración de la Catedral de Córdoba avanzan a marchas aceleradas y prácticamente está terminada la obra. Ahora está en proceso de pintura, para lo cual ya se escogieron los colores, que se seguirán siendo las mismas tonalidades que ha tenido en los últimos años: azul claro y blanco. Bajo la supervisión del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), a la obra sólo le restaría recuperar la barda perimetral del atrio, la cual es de gran valor histórico pues posee placas con los nombres de los benefactores que hicieron posible su construcción.

Entre artistas

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l pasado mes de noviembre el acuarelista y caricaturista Ignacio Rosas honró al artista plástico Jaime Sánchez, con una caricatura, en el marco de la instalación mensual del Jardín del Arte, en el Parque 21 de Mayo. Los presentes aplaudieron y rieron con la obra en la que el pintor retrata al autor de los murales Córdoba para siempre, ubicado en el Palacio Municipal, y La Mulata de Córdoba, situado en concurrido café del centro de la ciudad. El último domingo de cada mes se instala en el 21 de Mayo el Jardín del Arte, un espacio para cultura y las artes, para que los cordobeses y sus visitantes puedan conocer la obra de los artistas locales y pasar un fin de semana agradable.


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Carl Bartholomaeus Heller

Viaje por Veracruz Horacio Guadarrama Olivera Historiador e investigador del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la UV. Miembro del Círculo Ramón Mena Isassi

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uego de tres largos y fatigosos meses de viaje y de dejar atrás Viena, punto de partida, Bélgica, Alemania, islas Madera, Barbados, Haití, Jamaica, Cuba y Campeche, el 9 de noviembre de 1845 llegaba al puerto de Veracruz el naturalista alemán Carl Bartholomaeus Heller a bordo del vapor inglés Tweed. La claridad de la noche hizo que la imaginación de Heller se desbordara: “gozamos desde el barco -comenta emocionado en su diario de viaje- de la vista mágica de la ciudad iluminada por la luna, que estaba ante nosotros sumida ya en un profundo silencio”. Las primeras luces del día siguiente se encargarían, como veremos, de sacarlo de esa alucinación nocturna que equiparaba a Veracruz con Venecia de noche. De Heller sabemos bien poco. Nació en Moravia, actualmente parte de la República Checa, en 1824: tenía pues escasos 21 años al llegar a tierra mexicanas. Llegó a ser profesor del Theresianum de Viena. Aparte de sus Viajes por México,1 tiene otras dos obras sobre éste: Mexiko, Andeutungen, Über Boden, Klima, Kultur und Kulturfähigkeit des Landes (Viena, 1864) y Ausdem tropischen Amerika (Viena, 1880), aún no traducidas al español. Murió en Viena en 1880. Elsa Cecilia Frost nos hace un boceto de su personalidad que es digno de tomarse en cuenta pero al que no hay que ceñirse demasiado. Según ella, el moravo es un científico obsesionado por su objeto de estudio -la naturaleza. y por lo mismo poco sensible a los aspectos sociales: “el paisaje está siempre antes que el hombre que lo habita”. Aparte de ser un “hombre introvertido y malcontento”, es “poco afecto a hacer amistades, a no ser con otros euro-

(1845 - 1846) A don Rubén Calatayud Balagueró memoria y conciencia de Córdoba

peos”, amén de estar “lleno de prejuicios acerca de los americanos”. El botánico alemán venía a México con el fin de recolectar y estudiar “plantas vivas”. Aparte del estado de Veracruz, visitó Puebla, México, Toluca, Tabasco,2 Chiapas y Campeche en poco menos de dos años y medio. El apoyo que recibió por parte del archiduque Luis de Austria y de la Sociedad Imperial y Real de Jardinería de Viena para llevar a cabo su empresa, fue decisivo. No es casual entonces que haya dedicado su diario al primero. El presente trabajo tiene como objetivo retomar y continuar, a nivel del estado de Veracruz, la tarea de revaloración que Margo Glantz3 y José Iturriaga de la Fuente,4 entre los más destacados, han hecho de los diarios de los viajeros extranjeros que visitaron México durante el siglo XIX. Resulta ocioso decir que el diario de Heller puede ser útil a historiadores, antropólogos, arqueólogos, literatos, biólogos, agrónomos, geógrafos y ecólogos. Si bien, como dice Frost, este joven viajero está lejos de haber hecho una “pintura cabal de la sociedad mexicana” de la época, no por ello deja de mencionar múltiples aspectos aunque no reflexione mucho sobre ellos. Así, nos habla de comidas y bebidas; bailes, juegos y fiestas; flora y fauna; ríos, barrancas, cascadas y montañas; habitación y vestido; arquitectura relevante y zonas arqueológicas; fenómenos naturales; enfermedades, robos y guerras; ciudades, pueblos y rancherías. Es obvio que siempre hay que considerar la relatividad de sus afirmaciones y comentarios, la subjetividad de sus impresiones, común a prácticamente todos los viajeros del siglo XIX.


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Imágenes decimonónicas Pág. anterior: Vista de Veracruz, desde el mar, 1831. Óleo sobre cartón de Johann Moritz Rugendas. Col. Arte Gráfico de Munich. Tomado de Veracruz y sus viajeros, de Bernardo García Díaz y Ricardo Pérez Montfort. En esta pág.: Veracruz, 1862. De Hubert Sattler, óleo sobre tela, detalle. Col. Museum Salsburger Carolino Augusteum, Salsburgo, Austria. Tomado de Veracruz y sus viajeros, de Bernardo García Díaz y Ricardo Pérez Montfort.

El mismo Heller estaba consciente de esta debilidad metodológica: En una obra de este tipo no puede hablarse de un manejo objetivo del material, ya que sólo se trata de una selección de un diario de viaje en el que registré, en orden cronológico, mis experiencias y observaciones (…). No se trata por lo tanto, de una obra que pretenda tener algo más que el valor de ofrecer descripciones fieles y libres de cualquier influencia extraña. El crítico severo puede encontrar mucho qué objetar (...). Tan no era objetivo que incluso poco antes de desembarcar en el puerto de Veracruz, se atreve a dar una idea general del país al que está a punto de llegar. En México, afirma categórico, “reina la arbitrariedad, la anarquía y en consecuencia existe poca seguridad y el viajero queda abandonado a su buena suerte y a la Providencia”. Curiosamente esta visión se parece mucho a la que en general se tiene sobre la primera mitad del siglo XIX mexicano. Es interesante, en este sentido, el resumen que José Rogelio Álvarez hace sobre las diversas actitudes que adoptan los viajeros extranjeros ante una realidad tan sorprendente, cambiante y de marcados contrastes como lo es sin duda México: El viajero extranjero, en suma, registra especialmente lo que no hay en su país, lo extraño, si de veras conoce lo propio y es objetivo; lo que juzga superior o inferior, si se remite a una tabla de valores; lo que supone de antemano que va a encontrar y su admiración o decepción una vez que le consta; pero a menudo solamente encuentra lo que quiere ver, porque anticipa a la opinión un prejuicio.5 De cualquier manera, agrega Andrés Henestrosa, todos ellos, “así el que niega como el que afirma, el que atina como el que yerra, han contribuido con sus luces y con sus sombras a crear la imagen de México, a hacerle su mitología y su historia”. Pero también este escrito pretende ser una invitación a

Pág. siguiente: Aduana del puerto, tomada de Veracruz de 1849 a 1860 por J. S. Hegi.

viajar, al estilo de Fernando Benítez y del mismo Iturriaga de la Fuente, por los lugares y caminos que este admirador de Humboldt nos describe, a reconstruir su itinerario por Veracruz, a redescubrir, en una palabra, el Veracruz del presente a través de una mirada del pasado. “Porque siempre fue verdad -confirma Henestrosa- que de fuera ha de venir quien vea aquello que nosotros, por sernos cercano y cotidiano, no vemos”.7 El itinerario de Heller por Veracruz se puede dividir en dos etapas, interrumpidas por una corta y obligada visita al centro del país de tres meses y medio. En la primera, que va de noviembre de 1845 a junio de 1846, conoce, aparte del puerto de Veracruz, Santa Fe, Paso de Ovejas, El Mirador, Zacuapan, La Esperanza, Totutla, San Bartolomé, Huatusco, Santa María, Alpatláhuac, Calcahualco, Jacala, Elotepec, San Diego, Pueblo Viejo, Tres Encinos, Chiquihuite, Córdoba, Tomatlán y Orizaba. En la segunda, que sólo abarca la segunda quincena de octubre y los primeros días de noviembre, toca Perote, Las Vigas, San Miguel, Xalapa, Plan del Río, Cerro Gordo, Boca del Río y Alvarado. Aunque confunde la isla de Sacrificios con la de San Juan de Ulúa, su descripción del puerto de Veracruz es muy ilustrativa: (...) está formado por una serie de bancos que rodean una pequeña ensenada. Algunos de estos bancos de arena sobresalen y forman pequeñas islas, entre las cuales la de Sacrificios (sic), que se encuentran a la izquierda, es la más notable por el castillo construido en ella (...). Al amparo de sus fuertes muros ancla la mayoría de los barcos, que a pesar de ello están poco protegidos (...) durante el norte, ya que ni estos muros ni los bancos de arena pueden contener la espantosa fuerza de las olas y por ello rompen las amarras con frecuencia y se estrellan en la costa. La mayoría de esas “pequeñas islas” serían “devoradas” por la ciudad, debido a que la piedra múcar de la que estaban formadas, era en aquella época un material de construcción prácticamente insustituible. Pero si su descripción del puerto es triste, la ciudad es francamente desoladora. Vaya que si Heller puso su “granito de arena” en la construcción de la leyenda negra de la cuna de Francisco Xavier Clavijero:


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Frente al castillo, que lleva el nombre de San Juan de Ulúa, se extiende un páramo arenoso en el que se levanta Veracruz, como una ciudad en un desierto sin consuelo ni alegría, con sus muros desnudos y sus casas. Veracruz corresponde perfectamente a su actual población, que encadenada a ella sólo por el comercio, y viviendo sólo para él, está en condición de mantenerse allí. Cualquier otro lugar de México me parecería más apropiado para una ciudad que esta horrible costa yerma y apenas puede entenderse que el número de sus habitantes haya llegado a los 20 000; en cambio se comprende muy bien que haya descendido a 6 ó 7 000. El calor más horrible, la falta de agua, los alrededores sin sombra, la nube de mosquitos y otros insectos dañinos y, por último, la fiebre amarilla que, en promedio, arrebata la vida de dos tercios de los europeos recién llegados (...) Ni siquiera la arquitectura porteña, con excepción del zócalo, se salva de la severa mirada del alemán: (...) entramos a la ciudad por una bella puerta, donde ante todo fuimos registrados y tasados a pesar de pertenecer a un puerto europeo. Inmediatamente después de la puerta, se abre una gran plaza en la que no pude encontrar ni bellezas especiales ni mucho menos limpieza. Las casas de tipo español, de techos planos, forman calles rectas, pobladas más por zopilotes y bestias de carga que por gente. Sobre la masa de casas se elevan diesiséis cúpulas, que pertenecieron en su tiempo a iglesias otrora suntuosas, pero de las cuales quedan ahora muy pocas en buen estado. El lugar más hermoso de Veracruz es la Plaza Mayor, donde se encuentra el Ayuntamiento, también más o menos bello, y existe cierta animación. Al lado está el mercado (...) Heller no fue ni el primero ni el último viajero extranjero en destacar la fuerte inclinación de los mexicanos por las bebidas alcohólicas. Pero su calidad de abstemio le hizo ver en cada porteño un catador profesional: En general parece que en Veracruz se bebe más de lo que se come y el ron y otras bebidas espirituosas desempeñan un papel tan importante que ya han cortado prematuramente el hilo de la vida a muchos europeos. Acostumbrado a no tocar ni una sola gota de esas bebidas, me

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quedé asombrado al ver gente que no separa el vaso de los labios. Según él, la comida porteña del mediodía era una mezcla de platillos ingleses, franceses y mexicanos. Por desgracia no pudo gozar de esta cosmopolita gastronomía, ya que un alemán -dice en tono de reclamo-, “a no ser de paladar caprichoso”, tardaría en acostumbrarse a ella. Lo primero que uno se pregunta después de leer su descripción de la ciudad extramuros, es cómo era posible que ese Sahara veracruzano estuviera habitado: Una vez que las murallas de la ciudad8 quedan detrás, se encuentra uno en un desierto de arenas ardientes en el que no puede verse ni una hierba ni una plantita. Colinas formadas por estas arenas, que cambian de forma con cada viento fuerte, se alinean unas tras otras, semejantes a túmulos, lo que no puede menos que producir una impresión triste. El primer tramo del camino Veracruz-México estaba en tan malas condiciones, que a Heller le parecía un auténtico milagro el que algún tipo de carruaje pudiera circular por él: “Cubierto por arenas profundas en las que se hundían las patas de nuestros animales –comenta molesto-, me era imposible comprender como puede transitar por aquí ningún carruaje (la llamada ‘diligencia’ que recorre dos veces por semana el camino Veracruz a México)”. Santa Fe, que entonces estaba a cinco horas de camino desde Veracruz, no era más que un pobre caserío sin importancia, pero al europeo le debió parecer un oasis en el desierto: El lugar está formado por unas casas hechas de cañas. Entramos en la mejor de ellas donde había una pequeña “tienda”, del tipo de las que se encuentran una y otra vez a lo largo del camino y en las cuales se pueden hallar a veces algunas vituallas además de ron. El interior de estas casas está arreglado de una manera notablemente sencilla. Dos o tres asientos bajos, cubiertos con cuero de buey, y cuando más una mesa y una hamaca forman el sencillo mobiliario. Allí el tórrido clima obligó a Heller a relajar un poco sus “buenas” costumbres. Por lo pronto el “tepache”, al parecer a base de zarzaparrilla pues la piña no aparece por ningún


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El Zapateado, anónimo del siglo XIX. Óleo sobre tela. Col. Museo de Arte del Estado, Orizaba. Tomado de Veracruz y sus viajeros, de Bernardo García Díaz y Ricardo Pérez Montfort.

lado, le sirvió como bebida de transición para refrescar la garganta: Como todavía no había aprendido a saciar mi sed con ron fresco, es decir, blanco, busqué agua y dado que ésta era imbebible tuve que trabar conocimiento con otra bebida mexicana. Se llama “tepache” y se prepara con azúcar fermentada y agua, tiene un color sucio y nada transparente, pero sabe bastante bien y en un clima caliente es un refresco muy recomendable. Heller no era precisamente un cowboy, así que su primera experiencia como jinete de una mula fue un verdadero viacrucis. El teutón parecía, por momentos, don Quijote de la Mancha desfaciendo entuertos, sólo le hacía falta su inseparable Sancho Panza. Sobre el lomo de mi bestia había una silla muy mala, se la viera como se la viera; en cuanto al animal, habría podido estudiarse en él, sin dificultad, la anatomía de los cuadrúpedos, de modo que mi mal sentada personilla, se balanceaba de aquí para allá, armada con sable y pistolas, como si hubiera de trabar un sangriento combate en cualquier momento. Poco antes de llegar a El Mirador, pasa por un bosque de encinos “donde no hay ni invierno ni verano, sino que reina siempre la primavera”. Le impacta tanto que cree haber encontrado una especie de edén terrenal: Pareciera que aquí ha querido la naturaleza crear un segundo paraíso. El verde eterno y la floración constante, la fertilidad del suelo, el clima agradable y sano, la tranquilidad y distancia de todo mundo hacen de este sitio uno de esos lugares que sólo puede imaginar una fantasía muy viva. Uno de los lugares en el que más tiempo permaneció (casi cuatro meses) fue la hacienda cañera de El Mirador, propiedad del alemán Carl Christian Sartorius (1796-1872), quien se había exiliado en México por profesar ideas liberales. Con el tiempo, Sartorius haría fortuna con la explotación de la caña de azúcar y se convertiría en algo así como el patriarca de los alemanes que venían a México a “hacer la América”, y en el protector de los viajeros alemanes y no alemanes que se aventuraran por aquellos parajes veracruzanos. Tan es así que escribió un libro sobre nuestro país: México como meta de la emigración alemana (1852) -ilustrado por cierto con grabados realizados a partir de dibujos del paisajista Johann Moritz Rugendas (18021856)-, a través del cual quería convencer a sus coterráneos de

las bondades de estas tierras. Su descripción de la hacienda es francamente idílica. Por un lado, en los puestos de mando estaban por supuesto los “esforzados” alemanes, y por otro, los “aborígenes útiles” que, fuera de sus vicios de fin de semana, eran de una nobleza y honestidad a toda prueba. Con seguridad Tomás Moro, autor de la célebre obra Utopía, hubiera envidiado la suerte de Sartorius: Los habitantes, a excepción del personal alemán necesario para su dirección, son en su mayoría indios o mestizos unos trescientos en total, que viven dispersos en chozas construidas con palos; todos trabajaban en la hacienda. Este pequeño pueblo, que vive alejado de las grandes ciudades, es notablemente bueno y trabajador y los robos, que en otras partes de México son tan frecuentes, aquí son excepciones. Sin embargo, también aquí la bebida y el juego dominicales son los vicios dominantes, sin que haya en México autoridad lo bastante fuerte para enfrentárseles. Pero una vez que transcurre este día, todos vuelven laboriosamente al cultivo de los campos de caña de azúcar, al corte de madera, a la producción de ron y a los demás trabajos. Una vez instalado en El Mirador, Heller inició una serie de “paseos” y “excursiones botánicas” a los alrededores de la hacienda, sólo interrumpidos por los molestos “nortes” que hacían intransitables los caminos. Así, sabemos de la “Cueva del Tigre” cuyas cercanías ofrecían una exuberante vegetación: “Árboles y piedras, ramas secas y frescas cubiertas con las parásitas más extrañas, entre las cuales se destacaban las muy notables orquídeas con sus flores lujuriantes. Pequeños arbustos y palmas rastreras cubrían el suelo, y entre ellos se extendía una gran cantidad de plantas rastreras”. Había también un pequeño bosque de naranjas silvestres, en cuyas ramas se posaban papagayos a saborear la amarga fruta. También nos enteramos que había otras pequeñas haciendas: la azucarera de Zacuapan, propiedad del señor Baetke, que tenía fábricas de azúcar y ron, y dos cafetaleras: la Esperanza, propiedad del señor Ettlinger y otra propiedad del señor Eichhorn. Todo se vale cuando se trata de celebrar un fandango, el pretexto es lo de menos y si éste es hacer tiempo para que esté lista una barbacoa de cabeza de buey, mejor todavía. La receta es, según Heller, la siguiente: Se toma como está, con piel y pelo, se le pone sal y especias en las orejas y en el hocico, y se coloca en un petate cocido. Después se hace un hoyo en el suelo, se calienta con carbón y una vez que se ha secado éste, se mete la cabeza,


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Hacienda El Mirador, tomada de Veracruz de 1849 a 1860 por J. S. Hegi.

se cubre con tierra y se prende un fuego encima. Se necesitan doce horas para hacer este gustoso platillo y como la preparación se empieza por lo común en la noche, las alegres gentecillas lo aprovechan para un fandango, el baile favorito de los mexicanos. El baile, el canto, la música y el ron parecen ser los “ingredientes” básicos de todo fandango que se respete: El tal fandango, que yo me imaginaba como una diversión animada, no es otra cosa que un zapatear en el suelo, con lo cual hombres y mujeres buscan desarrollar toda su gracia mediante movimientos sensuales. Bastan dos guitarras y algo de ron para incitar en los mexicanos un deseo ilimitado de baile, pues parece que no quieren acabar nunca. Es característico el rasgueo uniforme de las cuerdas que los mexicanos hacen saltar perfectamente con las uñas, y que acompañan a ratos con cantos llenos de patriotismo, entonados con voces roncas que se entremezclan. Con mucha frecuencia acostumbran improvisar estrofas aisladas, que si salen bien son acogidas con clamoroso aplauso. Entre excursión y excursión, Heller conoce Totutla, que en ese entonces tenía “quinientos habitantes, una iglesia y una escuela. Algunas casas hechas de lodo y palos se agrupan juntas; sus habitantes se dedican sobre todo al cultivo del maíz”. Cuando llega al pueblo de San Bartolomé, encuentra a media población disfrazada “con verdaderos vestidos de bufón, adornados con garras horribles y negras que representaban larvas. Bajo los abigarrados vestidos llevaban pequeñas campanillas, sombreros de paja en la cabeza, ricamente engalanados con plumas y en la mano un ‘machete’”. Pero no se trataba del carnaval del lugar, sino de la celebración de la fiesta de la Purísima Concepción deNuestra Señora, que el alemán presencia entre sorprendido y horrorizado. Vale la pena transcribir completa su descripción del “Baile de Moctezuma”: Pronto se alistaron los enmascarados para empezar su baile; a la cabeza iba un hombre que se distinguía por llevar un frac negro y viejo, salido Dios sabe de dónde, y una corona de madera. Empezó la música que tocaba una guitarra y un violín y con ella el acostumbrado fandango; todos empezaron a brincotear haciendo gestos horribles y agitando los cuchillos, entremezclándose como locos; más parecía esto una danza guerrera que una fiesta reli-

giosa. En medio de un continuo repicar de campanas, sacaron sobre unas andas de madera, una imagen que debía representar a la madre del Salvador, pero que se asemeja más a una deidad indígena. Apenas había salido esta figura por la puerta de la iglesia, cuando los danzantes se lanzaron sobre ella como si quisieran acabarla, pero dieron vuelta rápidamente y formaron la vanguardia de la procesión. Tras ellos iban dos hombres que quemaban incienso en recipientes de barro, después dos que lanzaban continuamente cohetes (...) a los que seguían las andas y detrás la multitud entonando horribles cantos. Una vez que dieron así una vuelta en torno a la iglesia, cada uno de los danzantes hizo un lamentable solo y con ello terminó la ceremonia religiosa. “Ídolos tras los altares”, diría Anita Brenner. Por lo menos Heller concientiza el famoso sincretismo religioso: “aquí –dicehabía una mezcla de idolatría con los usos religiosos de nuestra iglesia”, aunque peque de simplismo al afirmar que los españoles vieron en el cristianismo “un medio para atraerse poco a poco a los primitivos pueblos mexicanos”, como si la conquista espiritual hubiera prescindido de la espada.  Continuará Notas 1 La versión en español que utilizamos es: Viajes por México en los años 1845-1848, trad. y nota preliminar de Elsa Cecilia Frost, Banco de México, 1987. 2 Su viaje por Tabasco está incluido en: Coprián Aurelio Cabrera Bernt. Viajeros en Tabasco: textos, tr. del alemán por Angélika Scherp, Gobierno del Estado de Tabasco, Villahermosa, 1987 (Biblioteca Básica Tabasqueña, 15). 3 Véase Viajes en México. Crónicas extranjeras, SEP, México, 1982 (SEP/80, 34), 2 ts. 4 Anecdotario de viajeros extranjeros en México, siglos XVI-XX, FCE, México, 1988 (Sección de Obras de Historia), 2 ts. 5 “Presentación”, en Ibidem , t, II, p. 9. 6 “Presentación”, en Ibidem , t. I, p. 9. 7 Ibidem. 8 En relación a las murallas que rodeaban a la ciudad de Veracruz, Frost señalaba erróneamente que Heller ve “lo que no existe” y que “Veracruz no tiene ni nunca tuvo murallas que la protegieran”. En defensa del alemán habría que preguntarse si Frost ya no digamos conoce la historia del puerto, sino si alguna vez lo visitó y no conoció el Baluarte de Santiago, último vestigio visible de dichas murallas.


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Galería de Imágenes Antiguas

Callejón de San Antonio

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racias al celo de un coleccionista y a la gentileza de otro amante de Córdoba, Magazine Veracruzano presenta una cuarta obra del maestro Gustavo Trujillo Martín del Campo, uno de los artistas plásticos cordobeses más importantes del siglo XX. Utilizando distintas técnicas pictóricas, Trujillo retrató las calles, edificios y paisajes de Córdoba. Fue maestro de varias generaciones de jóvenes y dio clases de dibujo en la ESBAO. Las ilustraciones forman parte de una colección plasmada en un calendario cívico del H. Ayuntamiento de 1995-1997. Cada obra contiene comentarios al calce, y aunque no se especifica su autoría, al parecer son del mismo maestro Trujillo, quien incluso en algunos casos corrige los pies que había colocado a sus grabados.


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Los hallazgos arqueológicos hallados en la región son numerosos y muchos de ellos se encuentran resguardados en el Museo de la Ciudad. -- Foto: Magazine Veracruzano

Flujos migratorios en Córdoba

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n el mes de agosto pasado, el historiador Agustín García Márquez estuvo en Córdoba para impartir un curso-taller en el Museo de la Ciudad denominado Historia y cultura de Córdoba y su entorno, dentro del conversatorio sobre Cultura e historia, organizado por Gustavo Vergara, investigador del IVEC. En su intervención destacó los flujos migratorios prehispánicos y modernos de los grupos humanos que han llegado a la región de Córdoba. Por la importancia de lo que dijo, retomamos los aspectos más importantes para el lector de Magazine Veracruzano y te lo damos a conocer García Márquez refirió que antiguamente “pudo haber bandas prehistóricas de mayences, oaxaqueños, o ambas”, que llegaron a asentarse a lo que hoy son los límites territoriales de Córdoba, pero debido a la actividad volcánica y la consecuente alteración del suelo “no se ha podido encontrar evidencia de su presencia”. Lo que sí es seguro, afirmó el historiador es que Olmecas xicalancas (u olmecas rurales, denominados así por otros científicos) habitaron la zona de Córdoba y dejaron una huella importante de su estadía. Posteriormente, arribaron los Nonoalcas. Éstos Salieron de Tula hacia el 1050 y llegaron al Valle de Tehuacán, luego a Tehuipango y se dispersaron por la Sierra de Zongolica. Hacia el año 1200 llegaron a esta región y ocuparon el Cerro de Toro Prieto y Totolinga (Piedra Móvil), así como el Valle del Río Seco.

El Cerro del Toro Prieto, dijo García Márquez, fue acaso la población más importante de que se tiene registro en la región de Córdoba, incluso por encima de Toxpan, debido a su importancia como centro comercial y poblacional. De esa época se han identificado 61 sitios habitados, el mayor número registrado hasta ahora por los arqueólogos, refirió. Más tarde, entre los años 1150 y 1200, los Nahuas-chichimecas recorrieron el Centro de Veracruz conquistando y destruyendo pueblos. A la llegada de los chichimecas al Valle de Córdoba, éste quedó casi deshabitado. Probablemente a este grupo racial pertenecen los habitantes de Chocamán y Amatlán, expresó el historiador. De esta época sólo se han descubierto 14 sitios habitados, todos de escasa población. Agustín García Márquez destacó que el trabajo que realiza en la actualidad la arqueóloga María Bertilla Beltrán es importante pues intenta recopilar y todos las investigaciones aisladas que existen de la región y sistematizarlas para hacer una línea temporal y un plano de la distribución geográfica de los pueblos que habitaron la región de Córdoba. 

SIGLO XIX Agustín García Márquez mencionó que en el siglo XIX también ocurrieron inmigraciones importantes, tanto por el número de personas que llegaron a Córdoba, como por el aporte cultural que hicieron. Entre los años 1875 y 1900, dijo, se registró una oleada importante de “charros”, es decir, personas habitantes de El Bajío y Occidente, como Jalisco, Guanajuato, Michoacán, que llegaron a la ciudad. Poco más tarde, a partir de la guerra de independencia de Cuba, en 1892, hubo una llegada masiva de isleños a la región que perduró varios años.


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Miguel Capistrán Michael K. Schuessler*

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iguel Capistrán, “nuestro historiador de la literatura mexicana”, como alguna vez lo bautizara el escritor Héctor de Mauleón, murió el 25 de septiembre del 2012, y con su partida se desvanece un universo de conocimientos, anécdotas, efemérides, datos, en suma, una visión privilegiada del mundo cultural mexicano. Elena Poniatowska se refiere a Miguel como “un enciclopedia andante” porque “lo sabía todo, todito”. No dejó “escuela” propiamente dicha, pero jóvenes investigadores reconocen su influencia, la asesoría brindada por este generoso ser que era Miguel Capistrán Lagunes. Para retar al olvido y la indiferencia, Miguel dejó una obra compacta y diversa que incluye su controvertido libro sobre Borges, a quien trajo a México en dos ocasiones (1973 y 1978) y que detalla los pormenores de su estancia en este país. Miguel era un apasionado del acontecer diario y antes que la diabetes dañara su vista, leía por lo menos cuatro periódicos al día, actividad digna de quien también dedicó parte de su vida a la Hemeroteca Nacional. Su gran pasión fueron los Contemporáneos, el “grupo sin grupo” que incluía entre sus adheridos más destacados a Xavier Villaurrutia, José Gorostiza y su predilecto, Jorge Cuesta. También era gran defensor de Antonieta Rivas Mercado, de quien el “Capis”

reconocía mucho más que las dimensiones de su bolsillo: ella impulsaba el teatro experimental en México y lo hizo desde un palco de su teatro Ulises, donde se presentaban obras de Cocteau y otros dramaturgos europeos por primera vez en la capital mexicana: así fue como escritores (y actores) como Villaurrutia y Salvador Novo establecieron contacto con este movimiento dramático que tanto influyó en sus obras. Durante ocho años en que fue su asistente, Capistrán gozó de una productiva amistad con uno de los más prominentes miembros de esta agrupación: Salvador Novo, quien proclamó al joven Miguel su apto heredero como cronista de la Ciudad de México (Monsiváis se indignó) y a quien le confió detalles íntimos de su vida personal, y de la de sus amigos escritores, artistas, actores e intelectuales. Esta formidable iniciación en las letras mexicanas le encaminó hacia muchos proyectos, en particular al rescate de obras de los autores de esta generación, como las de Jorge Cuesta (UNAM, 1964), Xavier Villaurrutia (FCE, 1966), José Gorostiza (Universidad de Guanajuato, 1969), Gilberto Owen (FCE, 1979) y, en últimas fechas, la poesía y prosa de José Gorostiza (Siglo XXI, 2007). Como ya se dijo, Miguel Capistrán fungió como Investigador en la Hemeroteca Nacional, adscrita al Departamento de Investigaciones Bibliográficas

El historiador cordobés de la literatura mexicana de la UNAM, y más adelante fue nombrado Encargado de Asuntos Culturales del Gobierno del Estado de Veracruz, donde también fue Director del Museo de la Ciudad. En Córdoba, su querido “terruño”, Miguel resultó clave en la preservación de lo poco que quedaba en pie de sus monumentos históricos, incluyendo la que alguna vez fue casa de la familia de Jorge Cuesta. Capistrán es autor de varios libros monográficos, entre ellos, La crítica cinematográfica de Xavier Villaurrutia (UNAM, 1971), Los Contemporáneos por sí mismos (Conaculta, 1995), y Borges en México (Random House Mondadori, 2012); fue pionero en el género de las entrevistas por televisión y trajo a México a escritores e intelectuales como Norman Mailer, Gore Vidal, Ernesto Sabato, Susan Sontag y Mario Vargas Llosa, enriqueciendo así, el mundo cultural del México de medio siglo. En 2011 entrevisté a Miguel en varias ocasiones con la idea de convertir nuestras pláticas en un pequeño volumen, o al menos, en una entrevista por entregas. Él estuvo de acuerdo y con gusto contestaba mis preguntas desde una mesa del Konditori, del Café la Parroquia o de uno de los ubicuos Sanborns. Como era capaz de hablar solamente de Novo por más de dos horas, he decidido recopilar algunos de los fragmentos más sugestivos de estas charlas.


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¿Me podrías contar un poco sobre tu juventud en Córdoba y tu llegada a la Ciudad de México? Tuve una niñez y adolescencia como la de todo mexicano en provincia, con muchas limitaciones y problemas, y sobre todo padecí de un ambiente muy conservador. En una palabra, era muy represivo en varios aspectos, y como se dice muy bien con aquella expresión de “pueblo chico, infierno grande”, pues no dejó de marcarme, aunque de todas maneras lo recuerdo todo como una experiencia de las más memorables, porque fue un periodo no solo de formación sino de descubrimiento. Desde el primer día de ingreso al Colegio Cervantes —una escuela de maestros republicanos—, tuve mi primer contacto con la literatura en serio, con una de las figuras que luego ha sido uno de mis grandes ídolos: Federico García Lorca, porque en las canciones que teníamos en el kínder cantábamos algunas de Lorca, y la que más recuerdo es “La Tarara”. Dentro de este ambiente provinciano, ¿tuviste algún maestro, algún estímulo en particular, una biblioteca? Digamos que mi primera maestra —o quien me incitó a la lectura— fue mi abuela paterna porque ella leyó muchas cosas, ya que mi abuelo era muy buen lector, sobre todo de diarios como El Imparcial, que era el periódico de la época. Mi tío, el hermano de mi padre, iba todas las tardes a la estación del ferrocarril en Peñuela, Veracruz, donde está mi casa, a recoger el periódico. Y además él siempre nos leía, a mi abuela y a mí, cuentos de Las mil y una noches. Ahí me di cuenta de que todo ese universo, esa atmósfera que yo tenía desde muy pequeño, de imaginar cosas y de inventar, de hablar con un amigo imaginario, tenía una razón de ser en la cuentística, en la literatura, y cuando descubrí los primeros cuentos de hadas en todo este mundo imaginario, ya lo había imaginado desde mi

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perspectiva a una corta edad. Yo tendría cuatro, cinco años, y cuando llegué al kínder a los seis, vi que sí había un correlato con lo que era mi propia intuición: que de verdad existía ese mundo, sobre todo el de las hadas. A partir de ahí, yo empecé también a inventar historias —incluso mi papá decía: “a ver, cuéntame un cuento; a ver, invéntate uno”—, porque me encantaba. Cuando llegó el momento de ver en realidad qué tenía que estudiar, pues sí, toda mi inclinación humanística, digamos, me orientaba a buscar algo que tuviera que ver con las artes, con la literatura. Y buscando qué carrera me podía dar todos esos elementos, consideré la arquitectura, porque reunía cuestiones prácticas y era una de las “Bellas Artes”. ¿Sentiste alguna presión familiar por hacer algo “práctico” en la vida? Sí, sobre todo con mi papá. Además, mi familia estuvo integrada por cuatro hermanas y yo era el único hijo hombre, y el mayor. Por tradición, yo tenía que estar, digamos, al frente del negocio familiar y hacer algo pragmático. Fue un drama para mí, sobre todo al darme cuenta después de tres años de estudiar arquitectura, que no era mi camino, y tuve una situación conflictiva con mi padre; pero al fin me salí de esa carrera. Yo nunca he tenido realmente capacidad para las matemáticas ni para el dibujo. En cambio, con las cuestiones intelectuales, digamos mentales, siempre se me han facilitado.

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¿Cuál fue la reacción de tus padres cuando les dijiste que ibas a dejar arquitectura? No sabía cómo plantearle el asunto a mi padre. Entonces, de alguna manera bastante habilidosa, empecé a ir con un psicólogo. Por esas épocas conocí también a Emilio Carballido, dramaturgo y cordobés. Fue por 1960, cuando un amigo me llevó a conocerlo; desde entonces seguí frecuentando a Emilio. Pensé en estudiar psicología y también economía pero obviamente iba a fracasar igual. Afortunadamente, Carballido vio que yo tenía un gusto serio por la literatura y me hizo ver que la iba a regar totalmente y me aconsejó que entrara a letras, no para aprender a escribir ni para hacer todo eso, sino simplemente para desarrollar una profesión. Así empecé, por ejemplo, a asistir a conferencias y lecturas, como la que hizo el maestro Novo de su libro de poesía en Bellas Artes. Fui y ahí lo vi por primera vez, pero no me le acerqué. ¿Cuándo tuviste el primer contacto con Salvador Novo? Lo vi por primera vez en 1958. Yo leía en Córdoba las columnas que publicaba en las revistas Mañana y Hoy. Me fascinaba el ambiente que describía, por ejemplo, cuando hablaba de los ensayos de una obra que iba a montar en su teatro, La Capilla, o de la sesión de la Academia o de sus encuentros con Dolores del Río, que era su vecina... Todo ese mundo a mí me seducía, y conocerlo era una de mis grandes ilusiones, al igual que a Alfonso Reyes, pero a Reyes ya no lo pude conocer. Mi primer encuentro con el Maese Novo fue cuando salió la edición de las obras de Jorge Cuesta y se las llevé, porque Novo era uno de sus amigos; estaba ahí, en la entrada de La Capilla, sentado en un jardincito, tomando el sol. Llegué, le entregué los libros y sostuvimos un diálogo corto; me impresionó hablar con él. Ya después, pasando el tiempo, cuando me metí en el mundo de la in-


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Miguel Capistrán, el cuarto de izq. a der., en el 2006, en la inauguración de la Feria del Libro de Córdoba.

vestigación y cuando se celebraron sus sesenta años de vida en 1964, recuerdo que como parte de esas celebraciones se editaron los libros que recogieron sus columnas periodísticas con el título de La vida en México en la época de Ávila Camacho. Yo escribí una reseña en forma de carta, donde le puse muchas de esas cosas que ya sabía yo de él por mis investigaciones sobre Cuesta en la Hemeroteca. Después vimos a Novo en La Capilla, en su despacho, y ahí fue cuando el editor Rafael Jiménez Siles le propuso que viera lo que yo había escrito. Novo se quedó impresionado y dijo: “esto vale la pena publicarse”. Tomó el teléfono y llamó a Raúl Noriega, sucesor de Fernando Benítez en la dirección del suplemento México en la cultura, y luego me dijo: “Has hecho una radiografía mía; me has leído todo, bárbaro”. Entre otras cosas, en el texto yo mencionaba que Novo descubrió el mar en San Francisco, y entonces él hizo una cita de una línea suya donde habla del mar. ¿Quiénes fueron tus primeros maestros de literatura en la UNAM? El primero fue Julio Torri, el “Ateneísta”, compañero de Alfonso Reyes. Daba unas clases nada agradables, ya estaba muy grande. Torri llegaba y nos decía que había que leer tal texto y sacar las palabras más interesantes. Otro maestro fue Luis Rius, de los exiliados españoles. Todavía estaba más o menos joven, era el guapito. Entrar a sus clases era toda una odisea porque desde antes de la hora, las chavas estaban en la puerta para ganar los primeros lugares. En el cuarto semestre, mi maestro fue Antonio Alatorre; ése de veras era un maestrazo. Fue una clase muy satisfactoria para mí, porque finalmente le encontraba el sentido de lo literario a los estudios que estaba emprendiendo. Equivocada o absurdamente, pensé en tomar los estudios de Letras Españolas, como se denominaba lo que hoy es Letras Hispánicas, para, digamos, “aprender a escribir”. Lo malo con Alatorre fue que era su época previa al

psicoanálisis y no podía superar su introversión. Imposible establecer un diálogo con él. Muchas veces intenté acercármele a la salida de la clase, pero él se iba rápido. Evadía completamente todo asedio. Me interesé más en la investigación ya estando dentro de la carrera, e influyó la práctica que tuve al preparar la edición de las obras de Jorge Cuesta. ¿Y cómo hiciste esa edición? Una publicación clave, la verdad sea dicha. Cuesta era cordobés y yo soy de Córdoba, y en la escuela primaria tenía un compañero, Juan León Cuesta Izquierdo, sobrino de Jorge. Esa circunstancia hizo que, al igual que otros amigos, yo fuera a su casa o él fuera a la mía para jugar o hacer la tarea. Así conocí la casa de los Cuesta, que ahora es el Museo de la Ciudad de Córdoba. No solo me fascinaba la casa en sí por sus dimensiones, sino por la biblioteca, que no era la de Jorge Cuesta, sino la de un cuñado de él, casado con su hermana Natalia. Era una muy buena biblioteca y estaba instalada en una parte que me llamaba mucho la atención, un tapanco o un mezzanine; tenía una escalera de caracol muy bonita para subir, y ahí conocí muchas de las ediciones o colecciones de libros que en esa época eran de lo que más me atraía, como El tesoro de la juventud, que yo ya tenía, por cierto. Yo me llenaba la vista con esos libros. Por ahí empecé a tener un contacto con los Cuesta, un apellido muy conocido y tradicional en Córdoba. Y mi papá y su hermano, mi tío Carlos, eran agricultores igual que el padre de Cuesta, y siempre estaban muy activos. No eran el tipo de agricultores tradicionales de la región, sobre todo el padre de Cuesta. Era un hombre al que le gustaba mucho experimentar. Por ejemplo, él introdujo la naranja Washington Navel en la región, o sea, la naranja de ombligo o sin semilla. Y en un rancho que él tenía cerca, pero donde no era tan abundante la humedad como en la zona de Córdoba, introdujo el riego y consiguió dos o tres cosechas de algunos produc-

tos al año. Por eso le decían “el apóstol de la agricultura”. ¿Qué pudiste aprender de Jorge a través de sus parientes, conociste a su papá? Sí, bastante, pero resulta que yo no sabía nada de Jorge. Mi tío vivía en Peñuela y esa casa está a la orilla de la carretera Córdoba–Veracruz. Entonces, cuando el padre de Cuesta regresaba de uno de sus ranchos donde consiguió esas cosechas e introdujo el riego, pasaba y hacía tertulia en el corredor de la casa con mi papá, mi tío y algún otro amigo de ellos. ¿Nunca salió el nombre de Jorge Cuesta en la conversación? No, hasta que Juan León, sobrino de Jorge e hijo del hermano menor de los Cuesta, fue a mi casa a hacer la tarea y mi mamá lo invitó a cenar. Lo presenté y mi papá dijo: “ah, tú eres nieto de don Ernesto, y eres hijo de Juan, el más chico de los Cuesta”. Luego dijo otra cosa que fue definitiva para mí, que me marcó para siempre: “Y eres sobrino también de Jorge, el poeta que murió en búsqueda del elixir de la eterna juventud”. Eso me impactó: ¿cómo que un personaje así, como de leyenda para mí, era un alquimista? Por todas mis lecturas infantiles de magos y alquimistas, quise saber quién era, quién había sido y qué había hecho. En ese momento yo no supe que había sido químico, pero empecé a investigar. Eso ocurrió cuando yo tenía diez años. Entonces me decían, “No. Estás muy chico para saber muchas cosas, no estás preparado para ello”, y el caso es que se me avivó la curiosidad por saber quién era Jorge. Había una leyenda, una leyenda negra, que fui poco a poco descubriendo en Córdoba con respecto a los Cuesta, sobre todo acerca de Jorge, porque ya con el tiempo y avanzando en las investigaciones, supe algunas de las razones por las que una amiga decía que “hablar de Jorge Cuesta en Córdoba, durante mucho tiempo, era tabú”. Yo pregunté dónde había cosas de Jorge Cuesta para


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En los 400 años de su fundación

Una nueva plaza para Córdoba Carlos Vergara Sz. Círculo Ramón Mena Isassi carlosvergarasz@gmail.com

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órdoba está por celebrar en el 2018 los 400 años de su fundación y urge que las autoridades municipales convoquen a la formación de un Comité Organizador de los Festejos, pues estamos a sólo un año y dos meses de que concluya funciones la actual administración municipal. Si bien, las actuales autoridades no llegarán al 2018, sí les tocará celebrar una fecha igual de importante, la del 29 de noviembre, día en que se otorgó la licencia de fundación, por lo que desde ese mes deberán iniciar los festejos y prolongarse todo el año siguiente. Es cierto que una limitante pueden ser los recursos, pero ese no debe ser obstáculo para una celebración digna, llena de esplendor, en la que se destaquen la cultura, historia y tradiciones de Córdoba. Una obra que no cuesta mucho dinero y puede conjuleerlas, y todo mundo me decía “no dejó nada”. Y es cierto, no dejó una obra publicada. Sí escribió mucho en periódicos y revistas literarias, pero a su muerte todo quedó disperso y nadie había tenido el cuidado de rescatar su obra. Hubo un intento en la revista Letras de México, que dirigía Octavio G. Barreda, desde luego a raíz de la muerte de Jorge. Se le hizo un homenaje al mes siguiente de su fallecimiento y ahí aparecieron cosas de él, como su poema “Canto a un dios mineral”, en la versión que se conoce hasta la fecha, y que está inconclusa. Fue, desde luego, una conmoción porque era un escritor muy conocido, un escritor que en su momento tuvo mucho impacto e influencia, incluso desde el punto de vista político por sus editoriales en El Universal, y en la crítica, porque fue uno de los críticos de la realidad mexicana más agudos de su época. En ese entonces, Emilio Carballido estaba muy involucrado como maestro de teatro en Xalapa y sobre todo con la editorial de la Universidad Veracruzana, que dirigía Sergio Galindo. Le pregunté a Emilio:

La imagen sólo es ilustrativa

gar y simbolizar el pasado y el presente de la ciudad, es la de un nuevo parque o plaza cívica, donde se entrelacen arquitectónicamente la naturaleza característica de la región, la historia, con monumentos conmemorativos, y fuentes de agua, enmarcado en un concepto contemporáneo de diseño constructivo. Afortunadamente Córdoba aún tiene para dónde crecer y existen espacios suficientes, incluso arbolados, para materializar este proyecto. La falta de áreas verdes ante la depredación de la naturaleza es un problema grave de nuestra ciudad y un parque de esta naturaleza vendría a compensar dicha pérdida. Ojalá los diferentes niveles de gobierno y la sociedad civil hagan eco de esta iniciativa, puesto que hace falta una nueva plaza cívica y parque en Córdoba. 

“¿Y Jorge Cuesta, por qué no se publican sus cosas?”. Él me decía: “es que no existe nada, no hay, no dejó nada publicado”. No recuerdo con precisión quién me dio el dato de que Jorge Cuesta se había suicidado. Eso por sí solo era un estigma en un país como México, tan católico. ¿Por qué un suicida muere fuera de la Iglesia, por qué no se permite hacer misas por él? Supuestamente, se suicidó en la Ciudad de México. Aquí fue, en la ciudad. Lo que yo sabía era, simplemente, que se había suicidado. Quise investigar qué había ocurrido, por qué todo era un mito. Supe también que su suicidio había sido muy terrible según contaba la leyenda que circulaba, de que se había castrado; lo presentaba de una manera casi monstruosa. Por otro lado, también circulaba el cuento de que había tenido una relación incestuosa con su hermana Natalia; todo eso le añadía más elementos siniestros. Y además, se había casado con Lupe Marín, ex mujer de Diego Rivera. Por ello, me cuestioné: ¿cómo

era posible que siendo una persona tan importante, no hubiera ningún testimonio? Comencé a buscar la manera de llegar a este personaje para encontrar sus huellas. Carballido me contactó con Natalia Cuesta, eran muy amigos, y en una época tuvieron un grupo literario importante: Xenia, en el que estaban Rosario Castellanos, el mismo Carballido, Dolores Castro, Rubén Bonifaz Nuño, todo un grupo que también estuvo concentrado en la revista América, dirigida por Efrén Hernández, el poeta y cuentista que, a su vez, en esas páginas, publicó las primeras cosas de Juan Rulfo en México. Por todo esto que me cuentas te dicen “el historiador de la literatura mexicana”, ¿verdad? Una especie de título nobiliario. Yo siempre he dicho “soy investigador, nada más”.  * Tomado de http://www.milenio.com/cultura/Suplemento_Laberinto_0_182981974.html


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Diccionario del Diablo Ambrose Gwinet Bierce (1842-1914)

Cenobita, s. Hombre que piadosamente se encierra para meditar en el pecado; y que para mantenerlo fresco en la memoria, se une a una comunidad de atroces pecadores. Centauro, s. Miembro de una raza de personas que existió antes que la división del trabajo alcanzara su grado actual de diferenciación, y que obedecían la primitiva máxima económica. “A cada hombre su propio caballo”. El mejor fue Quirón, que unía la sabiduría y las virtudes del caballo a la rapidez del hombre. Cerbero, s. El perro guardián del Hades, que custodiaba su entrada, no se sabe contra quién, puesto que todo el mundo, tarde o temprano, debía franquearla, y nadie deseaba forzarla. Es sabido que Cerbero tuvo tres cabezas, pero algunos poetas le atribuyeron hasta un centenar. El profesor Graybill, cuyo erudito y profundo conocimiento del griego da a su opinión un peso enorme, ha promediado todas esas cifras, llegando a la conclusión de que Cerbero tuvo veintisiete cabezas; juicio que sería decisivo si el profesor Graybill hubiera sabido: a) algo de perros y b) algo de aritmética. Cerdo, s. Ave notable por la uníversalidad de su apetito, y que sirve para ilustrar la universalidad del nuestro. Los mahometanos y judíos no favorecen al cerdo como producto alimenticio, pero lo respetan por la delicadeza de sus costumbres, la belleza de su plumaje y la melodía de su voz. Esta ave es particularmente apreciada como cantante: una jaula llena, puede hacer llorar a más de cuatro. El nombre científico de este pajarito es Porcus Rockefelleri. El señor Rockefeller no descubrió el cerdo, pero se lo considera suyo por derecho de semejanza.

meme Cerebro, s. Aparato con que pensamos que pensamos. Lo que distingue al hombre contento, con “ser” algo del que quiere “hacer” algo. Un hombre de mucho dinero, o de posición prominente, tiene por 32 lo común tanto cerebro en la cabeza que sus vecinos no pueden conservar el sombrero puesto. En nuestra civilización y bajo nuestra forma republicana de gobierno, el cerebro es tan apreciado que se recompensa a quien lo posee eximiéndolo de las preocupaciones del poder.

sa vista le hace ver las cosas como son y no como debieran ser. Los escitas acostumbran arrancar los ojos a los cínicos para mejorarles la visión.

Cerradura, s. Divisa de la civilización y el progreso.

Cita, s. Repetición errónea de palabras ajenas.

Cetro, s. Bastón de mando de un rey, signo y símbolo de su autoridad. Originariamente era una maza con que el soberano reprendía a su bufón y vetaba las medidas ministeriales, rompiendo los huesos a sus proponentes.

Clarinete, s. Instrumento de tortura manejado por un ejecutor con algodón en los oídos. Hay instrumentos peores que un clarinete: dos clarinetes.

Cínico, s. Miserable cuya defectuo-

Circo, s. Lugar donde se permite a caballos, “ponies” y elefantes contemplar a los hombres, mujeres y niños en el papel de tontos.

Cleptómano, s. Ladrón rico.


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