La caja de música y el filólogo asesinado

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La _____________________________________________________ caja de m煤sica y el fil贸logo asesinado 1路

O, flexamina atque omnium regina rerum, oratio


·2 José Javier Muñoz _____________________________________________________

José Javier Muñoz

LA CAJA DE MÚSICA Y EL FILÓLOGO ASESINADO *

Editorial LEDORIA J M R


La _____________________________________________________ caja de música y el filólogo asesinado 3·

.1.

Mi trabajo exige atender de vez en cuando solicitudes y proyectos literarios de lo más extravagante. Por eso, al presentarse ante mi mesa de despacho aquel hombre de edad avanzada portando una bolsa de papel color amarillo chillón con el logotipo de una famosa cadena de comercios de moda, no me sorprendió demasiado. Eso sí, me precipité en el juicio porque supuse que era uno de tantos aspirantes a escritor, probablemente vocacional, tardío y autodidacto. El hombre debía de estar cerca de los setenta años, vestía bien; mejor dicho, llevaba ropa de buena calidad, aunque no precisamente conjuntada ni con demasiada prestancia; iba aseado y se había afeitado cuidadosamente, seguro que había pasado por una barbería antes de acudir a mi oficina. Esperó a que yo le indicara que podía tomar asiento y entonces depositó la bolsa sobre la mesa y extrajo de ella una carpeta convencional de cartulina, de las que se cierran con gomas elásticas. En atención a su edad, le dejé hacer y aguardé a que se dignara decir algo. La carpeta contenía un montoncito de folios que no estaban cosidos. Los tomó con ambas manos y los situó frente a mí. Entre sus dedos pude leer el título: «Mi vida». Respiró hondo y dijo con voz firme y tono de completo convencimiento:


·4 José Javier Muñoz _____________________________________________________ —Esta es una historia muy importante. —Usted me dirá… El hombre se rascó la coronilla calva y yo pensé que aquello empezaba mal. ¿Qué aspirante a escritor no cree que su primer escrito es una obra maestra? Nunca es plato de buen gusto corregir al prójimo porque conlleva el riesgo de que unos se reboten y otros, la verdad es que los menos, se desmoralicen. Con personas de buen temple suelen dar buen resultado los tópicos de que en el fondo reúnen condiciones, que traten de practicar mucho para mejorar la técnica, que prueben con otro tema, que les queda toda una vida por delante… Pero, claro, con el personaje que tenía ante mí no podría utilizar ninguno de aquellos argumentos si, como me temía, pensaba colocarme el rollo de sus memorias anodinas. Colocó los folios, con mimo, boca abajo, al lado del teclado de mi ordenador y procedió a dar su explicación. Yo miré disimuladamente la hora en el reloj de pulsera y decidí concederle cinco minutos. Recogí las hojas. Y no sólo para echar un vistazo, sino para quitarlas de su alcance… no fuera a ser de los que de pronto se ponen a leerte en voz alta el manuscrito pretendiendo que les escuches con suma atención hasta el final. Por lo menos, aquellas páginas estaban mecanografiadas, y cuando digo mecanografiadas me refiero a que habían sido escritas a máquina, y además de las antiguas y con un carrete medio gastado de tinta bicolor que dejaba impresa en rojo la base de algunas letras. —Lo ha escrito mi mujer y se lo ha pasado a máquina un amigo —comenzó aclarando el visitante como si me leyera el pensamiento; luego fue directo al dato que sin duda consideraba esencial para atraer mi atención—: Ve-


La _____________________________________________________ caja de música y el filólogo asesinado 5· rá usted, mi esposa es treinta años más joven que yo. De buenas a primeras cambiaba el molde que me había prefabricado para aquella entrevista y me veía obligado a improvisar una salida aún más difícil que la inicialmente prevista si quería quitármelo de encima de manera airosa y sin ofenderle… Cuando hay por medio una mujer, la voluntad del hombre se endurece como el hierro sometido a las altas temperaturas del horno donde se convierte en acero. Noté que él me miraba fijamente y fingí que ponía mucho interés en sus palabras. Enseguida supe que me mantenía la mirada para demostrar que a pesar de lo que me iba a contar no se sentía avergonzado. —Mi mujer se ha dedicado hasta hace poco a la prostitución, exactamente hasta que vino a España hace seis meses. Antes vivía en Santo Domingo, aunque ella nació al norte de la Isla, en Nagua, pero bueno, eso ya lo verá cuando lea su vida; el caso es que pasó muchas penalidades, sufrió mucho vicio y mucha maldad y ahora que ha encontrado una vida nueva y es feliz —arqueó levemente la ceja derecha e hizo una pausa, creo que para desafiarme sin palabras a que le llevara la contraria, algo así como ¡a ver si crees que un viejo como yo no puede tenerla contenta!; pero al comprobar que yo no me inmutaba prosiguió—… quiere que todo el mundo sepa que se puede salir hasta de los ambientes más horribles. Hizo una nueva pausa y yo me limité a comentar lo que me pareció haber entendido. —Así que, este libro cuenta la vida de su esposa… Una vida horrible, dice usted. —Sí, señor. Y ella es la prueba viviente de ese refrán que dice: «si en la mesa y en el juego se conoce al caballero, en el dolor y en la cama se conoce bien la dama».


·6 José Javier Muñoz _____________________________________________________ Lina no tiene estudios, pero es muy lista, créame. A mí me parece que cuenta las cosas maravillosamente. Di la vuelta al original y leí el nombre que figuraba al pie de la primera hoja: Norina Couti. —Ése es un seudónimo —explicó el hombre señalando el folio con el dedo—; ella se llama Lina Sánchez Higüey. La verdad es que ni a ella ni a mí nos importa que se sepa por lo que ha tenido que pasar, pero le ha parecido mejor ocultar el nombre por su hija, ¿sabe?, tiene una niña de cinco años que podría sufrir inconvenientes el día que se publiquen esas cosas. Estaban a punto de cumplirse los cinco minutos de cortesía y el asunto se enredaba. Pensé que, cegado tal vez por una pasión amorosa prematuramente senil, el buen hombre daba por supuesto que aquel conjunto de páginas escritas por una semianalfabeta de currículum bastante común en ciertos ambientes se iba a transformar en un libro impreso, y que el artífice de semejante operación de alquimia debía ser precisamente yo. Por si fuera poco, tenía pendiente para esa hora una llamada a Barcelona con el propósito de cerrar un trato con una editorial de campanillas y sabía por experiencia que a mi interlocutor en aquel negocio, bastante sustancioso, no le gustaba que le hicieran esperar. —Veré qué puedo hacer —corté tratando de mostrar mi sonrisa más amable—. Ya le llamaré con lo que sea señor, señor… —se me había olvidado su nombre pero él no lo tomó a mal; al contrario, vi que volvía a levantar una ceja con expresión irónica y hasta diría que divertida. —Álvaro Grande Reviriego —apuntó. —Por cierto, no le importará que grape o encuaderne las hojas… —añadí como si aquel detalle fuera una prueba


La _____________________________________________________ caja de música y el filólogo asesinado 7· de mi interés por el asunto. —No, claro que no. Haga usted lo que le parezca conveniente… Y por el dinero no se preocupe: lo que cueste, no hay ningún límite. ¡Uf! De golpe se aclaraba el panorama. El caso resultaba ser el típico de autoedición caprichosa sin riesgos ni reproches. Vería la forma de imprimir el librito de la forma más digna posible, después de explicarle que tendría que pagar a alguien para que terminara de corregir el escrito y lo pasara a un procesador de textos informatizado. Dependiendo de cuánto quisiera decir con «lo que cueste» le propondría una tirada de cien, doscientos y puede que hasta trescientos ejemplares, porque no faltan las personas dispuestas a abrumar a la familia, al vecindario y hasta a los medios de comunicación con la gran novela de su vida. —Espero sus noticias —me dijo entregándome una nota con un número de teléfono móvil mientras se despedía—. Si no me llama de aquí a quince días, le llamaré yo. Insisto en que tengo muchísimo interés en que esta historia se publique. Creo que todavía no he dicho que me llamo Julio Aldezu y que soy titular de una pequeña aunque muy activa agencia literaria con sede en Madrid, en el barrio de Salamanca. Pedí a Lola, mi secretaria, que telefoneara a Barcelona. El editor de marras se hallaba en una reunión, pese a que me había insistido en que debería comunicarme con él justamente a esa hora exacta, y rogaba que esperara unos minutos. A falta de nada mejor, empecé a leer la historia de Norina Couti, mejor dicho, de Lina Sánchez. Al segundo párrafo, ya estaba enganchado. Qué


·8 José Javier Muñoz _____________________________________________________ poco podía imaginarme en ese momento que aquel borrador de origen tan poco prometedor no sólo sería publicado sino que supondría el motivo de que yo mismo me decidiera a escribir un libro, éste que tiene ahora en sus manos, y no sólo porque el relato unas veces ingenuo y otras malicioso poseía indudable interés, sino porque desde que llegó a mi poder sucedieron ciertas cosas muy extrañas.


La _____________________________________________________ caja de música y el filólogo asesinado 9· MI VIDA. POR NORINA COUTI - CAPÍTULO I -

Diré que me llamo Norina Couti, aunque no es éste mi nombre verdadero, y he decidido contar mi vida para que cualquier mujer que esté sufriendo las amarguras por las que yo tuve que pasar vea que es posible la esperanza. Nací hace treinta y ocho años en Taribé, en la República Dominicana, entre Nagua y Cabrera, casi en el extremo oeste de la Bahía Escocesa. Tenían mis papás un puestito de frutas en el cual se abastecían las mujeres de los pescadores porque cuando yo nací, en el año de 1968, llegaban pocos turistas y los extranjeros que se bañaban en aquellas playas de tanto en tanto eran americanos del Norte que venían a la pesca deportiva o a ver el paso de las ballenas, que se pueden avistar desde Cayo Levantado entre enero y marzo. También se veían algunas veces aventureros de otros sitios del mundo, aunque recuerdo a muy pocos españoles; bueno, me refiero a españoles en plan de turismo, porque sí que los había residentes, entre los cuales me acuerdo muy bien de un párroco de Nagua, el padre Servando, y del dueño de los autobuses que viajaban desde Puerto Plata a la capital Santo Domingo, pasando por los pueblitos de la costa y por San Francisco de Macoris. Su nombre, que sólo pronunciarlo me produce escalofríos, es Demetrio Cantudo Tamames, aunque


·10 José Javier Muñoz _____________________________________________________ todos le llamaban el Rompa y, al cabo de unos años, sería conocido como Xeque, o sea, el jefe. Tardé mucho tiempo en saber que el primer apodo le venía de uno de sus alardes frecuentes de prepotencia, y era que cuando entraba en un establecimiento de bebidas siempre pedía para tomar el doble de las copas que correspondieran. Por ejemplo, si iba él en solitario pedía «ron pa dos», y si iba con otra persona «ron pa cuatro»; y luego explicaba: «una copa es pa éste, las otras tres pa mí». Y aquel hombre fue uno de los que me hizo sufrir de verdad, cuando ya le decían el Xeque. Como dice el título de una novela que ponían entonces en la radio y que me gustaba mucho, me enseñó las puertas del infierno. Bueno, más adelante contaré esa parte de mi vida; antes debo decir que tengo una hija de cinco añitos, un cielo de criatura a pesar de que desconozco quién es su padre, puesto que la engendré en circunstancias muy lamentables, juro que ajenas a mi voluntad de mujer, y de que físicamente se da un aire a su tía Clara, de la que hablaré enseguida. Ni qué decir tiene que quiero a la niña con locura, tanto que ni siquiera mencionaré aquí su nombre para que no tenga que oír inconveniencias de compañeras o vecinitas si alguna vez llega a caer este libro en manos de cualquier allegado de la familia. Ya llegará el momento de explicarle las cosas con sinceridad y sin tapujos, de madre a hija, cuando me parezca que está en disposición de entender lo que he tenido que pasar. Porque si escribo mi historia es precisamente para que ni mi hija ni ninguna otra niña, bien o mal nacida, se vea jamás sumida en un pozo tan oscuro como en el que yo caí.


La _____________________________________________________ caja de música y el filólogo asesinado 11· Mi padre se llamaba Hermenegildo, era buena persona aunque un poco corto de miras, como le reprochaba todo el rato mi mamá, y heredó la frutería de su padre, el primer varón de la familia que nació en la República Dominicana. Vendíamos piñas de la variedad pan de azúcar y naranjas de Higüey, papayas, cocos y también mangos, sobre todo de las dos variedades que gustan más allá: los banilejos, que según me explicó mi padre se llaman así porque los importaron los españoles desde Filipinas y antiguamente se llamaban «manilejos», pero como la gente pensaba que venían de Baní cambiaron la «m» por la «b»; y los mangos haitianos, que se producen en la región fronteriza, por las provincias de Dajabón, Santiago Rodríguez, Elías Piña y San Juan. Mi bisabuelo paterno era gallego, de la provincia de Orense, y había emigrado a América en 1883. Vivió muchos años en Venezuela, donde trabajó con un paisano suyo en las primeras prospecciones petrolíferas. Por una fotografía amarillenta que había sobre el mueble aparador de la estancia que servía de salita de estar, comedor y dormitorio para mí y luego también para mi hermana, he sabido desde siempre que el abuelo acompañó a un geólogo llamado Garner por el Caño Guariquen, al que llegó guiado por indígenas atravesando selvas y pantanos para estudiar el lago de asfalto de Guanoco. Me parece que la foto está recortada de una revista, pero no lo podría jurar porque mi abuela la mandó enmarcar y poner vidrio y ya no se distingue la clase de papel. Se ve a Garner vestido con uniforme de explorador, parado y mirando altivo hacia el horizonte con el fondo de un despeñadero. Detrás de él, como a veinte pasos, hay un grupo de peones que fingen cavar la tie-


·12 José Javier Muñoz _____________________________________________________ rra con picos y palas mientras miran fijamente a la cámara. Mi padre nos tenía dicho que el segundo por la izquierda, un gigantón con un mostacho muy grande, era nuestro bisabuelo y que de él nos venía a la familia el espíritu aventurero. En mi inocencia infantil yo me preguntaba a qué aventuras podría referirse mi padre, que era más bien pacho y lo más riesgoso que hacía era tomar tragos en la cantina cuando conseguía un poco de plata. No sé si la ayuda de mi pariente sirvió de mucho para que Venezuela empezara a ser una potencia gracias al petróleo, pero no debió de salirle bien el negocio porque lo siguiente que sé de él es que pasó sus últimos años en Caracas dedicado a fabricar hamacas, que ahí si veo más la herencia en nuestro apellido. Mi mamá se llama Florita y es mulata. Todavía vive, mejor sería decir vegeta ya que sufre una de esas enfermedades del cerebro que suelen atacar a los viejos y no se vale por sí misma. Está a su cuidado mi única hermana, Clara, que ha regresado al pueblo después de pasar media vida en Santo Domingo y lleva otra vez la frutería. No levanta cabeza desde que se quedó viuda y con cinco hijos que mantener, además de la abuela. Yo les envío regularmente una ayuda que al cambio no está mal para la vida de allá, pero me malicio que no les cunde mucho porque seguramente a mi hermana se le escurre la plata por la bragueta de algún desalmado de los muchos que la cortejan, porque hay que reconocer que Clara es una hembra muy lucida y en el fondo siempre le tiró el merengue. Como suele decir Álvaro, que es mi hombre y mi amor definitivo, hay que ver las paradojas que tiene la vida: yo era una niña sensible, tímida y recatada y


La _____________________________________________________ caja de música y el filólogo asesinado 13· terminé de puta, que no pretendo ocultarlo; en cambio, mi hermana, que en vez de leche materna parece que se amamantó a base de caldo picarón, terminó de ama de casa y madre clueca reservando su naturaleza ardiente para un marido mojigato y enfermizo. Y ya voy a presentar a Álvaro Grande Reviriego, que si no es por él yo seguiría enfangada en mis desgracias y por eso digo que es mi amor definitivo y un hombre de los de verdad. Es viudo y bastante mayor que yo, pero qué importa la edad cuando se mantiene la fuerza de un joven y la sensibilidad de un hombre maduro. Mi esposo, valenciano de nacimiento, reside en Madrid desde su primera infancia, recién terminada la guerra civil española, cuando su padre fue destinado a trabajar de cartero a la sede central de Correos y Telégrafos, un palacio señorial de la calle de Alcalá. Álvaro es muy inteligente y por eso le ofrecieron una beca para que estudiara una carrera en la Universidad Laboral de Gijón. Aunque su padre no era precisamente adicto al régimen de entonces y luego se afilió al sindicato Comisiones Obreras, no quiso privar al chico de la oportunidad que le ofrecía aquel invento de los falangistas para labrarse un porvenir. Como la enseñanza la llevaban los curas, le aleccionó para que si le preguntaban si sus padres iban a misa les respondiera que sí y que algunos días hasta comulgaban dos y tres veces. Por suerte, no tuvo que soltar aquel cuento que podría haberle acarreado un disgusto en lugar de favorecerle mientras se formó como maestro mecánico de automoción, un oficio de mucho provecho que le sirvió para conseguir a los veinte años un trabajo bien pagado en un taller del servicio técnico de la Seat en Madrid.


·14 José Javier Muñoz _____________________________________________________ Con el tiempo llegaría a tener su propio taller de reparación de automóviles, que ha ido creciendo y hoy es de los más importantes de la capital. Lo lleva su único hijo, Julián, quien al principio vio con malos ojos que su padre se juntara conmigo, hasta que se convenció de que yo no iba detrás de su plata, al contrario, que tenía más ahorros que él. Cuando llegue esa parte de la historia explicaré cómo nos conocimos y cómo me ayudó a salir del fango.


La _____________________________________________________ caja de m煤sica y el fil贸logo asesinado 15路 Dulcedo quedam mentis advenit


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