RománTica'S - 014

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El recorrido hasta la cima de la ciudad es tortuoso, aunque singular. Morella no se concibe sin las largas escalinatas que ponen a prueba el estado físico del forastero. Ella, la muchacha, me anima con su aliento y su sonrisa. Nos detenemos delante de la puerta de una humilde casa. La golpea tres veces con sus recios nudillos. La puerta se abre con ese chirriar tan característico de los lugares misteriosos. Una anciana asoma expectante. Ella le pide un mendrugo de pan. La dueña de la casa se lo ofrece gustosamente y se santigua. Seguimos nuestro camino. La joven me cuenta que algo así debió suceder allá por el año 1414, aunque con distinto final. San Vicente Ferrer transitaba hambriento por estas calles. Y lo mismo que hizo ella, lo hizo él: tocar la puerta de esta casa en busca de caridad. Lo que pasa es que aquel día no fue un mendrugo de pan lo que el santo obtuvo, pues a la mujer que le recibió no le quedaba ni una sola miga con la que complacerlo. Entonces decidió cocinar a su propio hijo. Después de guisado, puso la mesa y acomodó el condumio. Pero al momento de trocearlo, el servidor de Dios se detuvo y le dijo a la señora que no existe fe que merezca semejante renunciamiento. Así que, apiadándose de esa madre enajenada, obró el milagro de devolverle la vida a su hijo. Eso sí, el santo se quedó sin probar bocado. Aunque creo que, visto lo sucedido, probablemente el apetito se le esfumaría.

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