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Anna (relato sobre un viaje de ida y vuelta

1.º LUGAR / 1ST PLACE

(Narrativa / Narrative)

Lara I. López de Jesús

Frente al espejo, no le gusta lo que observa. Líneas de expresión, varias ojeras y… el cuello. ¡Ay, el cuello! El cuello ya le cuelga. Se empolva. Agarra el delineador. Dibuja dos líneas perfectas. De rojo relata sus labios. Con negro traza sus cejas. Definitivamente, no le gusta lo que observa. Se borra con la crema. Le da la espalda a su cuerpo y camina con prisa hacia otro reflejo. Prefiere verse mil veces en la pantalla de la computadora. Allí puede escribirse, corregirse y tacharse sin que nadie la juzgue, a pesar de que el saldo de letras siempre sea cero.

Anna, palindrómica, es sencilla. Hoy no quiere ser dulce ni compasiva. Le urge tatuar trazos que sean profundos, pero reversibles.

Escribe tenuemente su nombre. Regresa en el tiempo en busca de historias. No las encuentra. Otra vez aparece el padre narrándole los mismos cuentos de aviones, carros y trenes, mientras ella sueña con una historia especial de princesa. A Anna le toma muchísimo tiempo encontrarla. Cuando por fin se topa con ella, se aferra. Quiere ser detalle que adorne el cielo. Princesa. Sacerdotisa. Poeta. Hoy la

busca nuevamente. La guglea. Le da copy y así mismo la pega.

Enheduanna nace hace aproximadamente 5,000 años en Ur, la antigua ciudad sumeria. Como hija del rey acadio Sargón I y la reina Tashlultum, tiene un poder político, religioso y cultural muy fuerte. Esta princesa se encuentra en la cima de la casta sacerdotal: dirige el culto y el giparu, supervisa las cosechas, lleva las cuentas de los silos de cereal, de las fincas y de las tabernas, y sirve de intermediaria entre las tradiciones sumerias y acadias. En vida participó de sublevaciones y guerras. Desterrada, eventualmente fue restituida a su puesto. Los hallazgos arqueológicos y otros textos antiguos la posicionan como el primer autor en la historia, como la primera escritora con nombre conocido de la humanidad. A Enheduanna se le atribuye la autoría de un corpus literario importante inscrito en caracteres cuneiformes, que incluye versos e himnos dedicados a dioses, ciudades y templos. En la actualidad, todavía hay quienes escriben imitando el estilo de esta poeta.

Es hora de salir. A Anna la esperan. Regresa en el tiempo. Borra las letras que ha pegado en la pantalla, letras que describen a su peculiar princesa. Otra vez brilla el blanco. Luego, aparece el negro. Camina rápido hacia el espejo. Se maquilla. Prepara la cartera y agarra su licencia. Antes de guardarla, lee: Ramón Omar. Ese es el nombre que todavía permanece escrito en su certificado de nacimiento. De sopetón, regresan los trenes. Primero, ve el tren lujoso en el que, según ella, conocerá al amor de su vida. Después, llega el tren de sus pesadillas en el que cree que acontecerá su suicidio. Abruptamente, cierra los ojos. Los abre y observa el espejo. Sonríe. No es sacerdotisa ni princesa, eso no le interesa. Está segura de que se llama Anna. Una mujer que, aunque todavía no escribe, sueña con ser poeta.

2.º LUGAR / 2ND PLACE

(Narrativa / Narrative)

Yo

Grisel Gómez-Cano

Siempre han existido dos «yos» dentro de mí: el «yo» inmutable, el que se mantiene fiel a los valores adquiridos durante mi niñez y el «yo» cambiante, el que me ha impulsado frenéticamente hacia mi vejez.

A los doce años, reconocí al “yo” de siempre como un amigo, pululando por mi alma inquietamente, requiriendo mi inmediata atención. Lo bauticé con el nombre de «Kari». Desde entonces, mi acompañante imaginario ha sido testigo de muchas de mis aventuras, tanto ilusorias como reales y de mi transformación. En aquel entonces, los cincuentas, era como yo, ingenuo pero muy receptivo, observándome detrás de las blancas páginas de mi diario, siempre callado y sin juzgar, mientras que yo comenzaba un viaje de contemplación por mi interior y exploración del exterior. Me daba placer escribirle todos los días antes de acostarme y describirle mis alrededores y contarle las hazañas del día.

Una de ellas fue la de mi primer amor: Rafi, aquel apuesto muchacho de dieciséis años, alto, buen mozo, todo un hombre, quien alguien trajo a mi fiesta de cumpleaños de trece años; fue mi primer enamorado e inspiración literaria, a quien nunca más volví a ver, pero cuyo recuerdo quedó grabado en mi primera novela de diez páginas. Poco tiempo después, emigré desde

mi patria Venezuela a Nueva York, donde viví por cuatro años. Kari fue testigo del recuento diario de todas mis penas tratando de adaptarme a un nuevo estilo de vida mecanizado, al sistema escolar, al inglés, al asesinato del presidente John F. Kennedy, a la cultura fría del Norte. Pero también de mis alegrías, de las primeras flores, el primer beso, las visitas a los museos, la Estatua de la Libertad, las Rockettes en Radio City Music Hall y las patinatas en Rockefeller Center. En Nueva York, adquirimos un sentido de lo internacional. Mis mejores amigas eran de Japón, Francia, Israel, Cuba, República Dominicana y Puerto Rico. Aprendí a ser independiente, a tomar autobuses, trenes, aviones y a caminar muy rápido, así como también a presenciar lo sublime de la nieve, las aguas cristalinas del Hudson y las playas y entretenimiento de Coney Island.

Regresé a Venezuela a los diecisiete años portando minifaldas, lentes redondos, melena hasta la cintura y un diario de diez cuadernos. Cada página comenzaba con “Querido Kari,”. Yo había cambiado tanto, que mis nuevos compañeros en la secundaria me observaban como un marciano y me sentía fuera de lugar, muy avanzada para los chismes, pero feliz de estar de nuevo en el trópico, en Caracas, la ciudad de la eterna primavera, un paraíso de colores, olores y sabores. Kari era mi confiable confidente.

De pasivo oyente, Kari pasó a ser un protagonista importante en el viaje de mi vida. En mis sueños recurrentes que él protagoniza, sus ojos bondadosos son como los de Dios, reflejando la sabiduría que sólo viene con los años y la lucha por la verdad. No hay problema sin solución me dice cuando estoy agobiada. Cuando experimento un episodio gracioso, reímos a carcajadas juntos. Otras veces me toma de las manos y volamos hacia el éter, impulsándome por encima de las tinieblas después de derrotar con su espada mágica a mis enemigos secretos. Pero, sobre todo, él habita en la biblioteca de mi mente, estudiando, analizando, tomando decisiones y sugiriendo ideas. Hemos llegado bastante lejos. Es mi fiel compañero en todas mis aventuras, un amante platónico que me complementa y me aparta del peligro y la fealdad de la realidad por medio de la fe.

Años atrás, Kari y yo volamos por el Atlántico para conocer el Viejo Mundo. Después de recorrer lugares fantásticos en Italia, España, Francia, Portugal, Suiza y Albania, energías de esos países teñidas de rojo vida y muerte se plasmaron en nuestro cuaderno como voces y figuras heroicas cabalgando en el umbral hacia el pasado, ayudándonos a comprender el origen sangriento de nuestra civilización. Juntos montamos elefantes en la India y Tailandia y sobre camellos cabalgamos la tierra de los grandes faraones egipcios, observando las espectaculares pirámides. Luego, navegando por el Nilo bajamos rumbo al Sudán con toques ceremoniales en las manos. En China aprendimos sobre la miniaturización del trabajo cotidiano en las fábricas del gobierno, los extensos valles de té verde y el camino espiritual de Buda. Aunque todos somos iguales, nuestras expresiones culturales enriquecen la calidad de nuestra vida.

En las últimas décadas, Kari y yo atravesamos el nuevo continente, conociendo maravillosa gente, idiomas, bailes, literatura, artefactos y grandes obras de ingeniería y arquitectura. Bailamos tango y milongas en Argentina, hicimos sacrificios de sangre en México y Guatemala, observamos osos y zorras en Canadá. En Alaska, en un submarino, presenciamos el encuentro de un delfín y un joven buceador que ha ocurrido en el mismo lugar y en el mismo mes por varios años, y que concluye con un beso y un abrazo promisorio de ambos de que el encuentro se dará el próximo año. Quizás, pero la tecnología y cambios climáticos están arrasando con los glaciares y con el hábitat de muchos animales.

Kari también me acompañó durante mi matrimonio. Estuvo presente cuando dije «sí» y no sintió celos cuando prometí amor eterno. Luego presenció mi primera experiencia de parto, cuando mi hijo mayor observó mis ojos por primera vez con la alegría de al fin conocerme para luego fijarse detalladamente en todo su alrededor. Aprendí que no todos los niños lloran al nacer y no tienen por qué llorar durante su niñez y juventud. Desde entonces, mi gemelo primogénito y yo, a

veces nos sentamos a conversar por largo rato bajo el claror de la luna, sobre un banco, dentro de una plaza, en una calle mística del universo. Mi otro gemelo me ha enseñado a invertir en lo mejor, pues es lo más duradero, y a aceptar la realidad como es; mi hija mayor a rezar todos los días, y la menor, a ser paciente y bondadosa con la gente pobre y con los animales. ¡No hay nada en el mundo que se equipara con ser madre! Y ahora mis ocho nietos complementan las flores de mi fecundo jardín.

En el presente, Kari y yo admiramos el fruto de la tecnología. A pesar de que estamos entrando en una época de desaforado progreso virtual, estamos seguros de que los genios en tecnología encontrarán una solución a las enfermedades que nos oprimen y restringen, alargando el lapso de nuestras vidas. En la escritura, nos hemos resguardado.

Aunque nada reemplaza el uso del papel y lápiz, hay que admitir, que la computadora y el teléfono sirven para almacenar memorias. Hoy en día no sé dónde se hallan esos diez cuadernos de mi niñez, tesoros de ilusiones y resoluciones. Sin embargo, en el presente, Kari se manifiesta en todas las fichas de cuentos, crónicas y novelas que hemos escrito, pues somos inseparables. Él es perenne, mi sol, mi intelecto, y yo, cambiante, su luna, su musa.

Ahora, Kari y yo viajamos juntos hacia un futuro optimista que parece girar hacia el principio, al día que nos conocimos sentados sobre un vetusto escritorio; allí, probablemente, concluiremos nuestra jornada de vida.