Gilbert Garcin

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Gilbert Garcin: testigo ocular P or Ă“scar E str ada de la Rosa

C U A D E R N O S

E P Ă? G R A F A


Gilbert Garcin. La géométrie conjugale (d’apr`es Paul Klee), 2005


Gilbert Garcin:

testigo ocular

Estas cosas no ocurrieron jamás, pero son siempre. Salustio De los dioses y el mundo

La sola existencia no basta. ¿Soy héroe o villano? ¿Soy rey o correo? ¿Lo insólito o lo cotidiano? Con 65 años a cuestas, es probable que estas preguntas se las hiciera un peculiar vendedor de lámparas de Marsella. Al borde de la jubilación, el afable Gilbert Garcin interpelaba a la realidad. Toda una vida necesitó para comprenderla y desear transformarla. No disyuntiva, no dilema, desviar su destino hacia la fantasía. Se convierte en fotógrafo. Decide crearse su propia biografía, un nuevo álbum, escribir el mito que todos llevamos dentro. De acuerdo a la teología homérica –apunta Roberto Calasso–, la pena única para el precario ser, es “la prolongación” de la vida en la tierra, la existencia debilitada. Sólo convertimos a la tierra en morada divina cuando vivimos recortados por la luz. Sólo en la Grecia homérica es imaginable la súplica del guerrero que pide a Zeus que lo maten en la luz, de esta manera, “la luz no sirve para escapar a la muerte, sino para albergarla”. La experiencia le ha enseñado a Gilbert que no hay fotógrafos infelices. Decide albergar a la imagen, a la ilusión renovada y el retorno a sí mismo. Se despierta congelando lo absurdo de lo absurdo. Todo en él es referencia e irreferencia. No le basta la vida, no le basta lo visible. Igualmente sabe que la supremacía de lo visible fenece también cuando muere Cartier-Bresson, Gordon Parks y Arnold Newman. Ciertamente, Garcin no inaugura el reino de lo invisible. Breve tiempo después de la gran eclosión fotográfica –todavía se percibía el aroma a cobre y a nitrato de plata–, la obra de Oscar Gustav Rejlander y F. Holland Day prefiguraban ya, desde ese momento, la captura de lo irreal. Quizá Gilbert Garcin sea un Pessoa o un Magritte tardío, pero, después de 12 años de trabajo –hoy tiene 77– su obra fotográfica ha logrado corporizar lo episódico de la irrealidad, fragmentar el simulacro y ha hecho de Marsella su isla de Quíos.

Óscar Estrada de la Rosa Monterrey, N.L. México. Junio 2006. Texto publicado en la Revista Posdata.


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