Libro MERLA

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MERLA

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MERLA



MERLA

Monterrey, Nuevo Le贸n, M茅xico Junio 2013



Juan Carlos Merla, Pintor Horacio Salazar Ortiz

Inmerso en su mundo de trabajo y de responsabilidad, Juan Carlos Merla juega el juego difícil de la libertad creadora. Y de ese juego emerge, cíclicamente, para entregarnos en fruto impredecible de su pasión laboriosa, de la tensión que todo artista experimenta al tratar de salvar el abismo que se abre entre la propia forma de sentir el mundo y lo que, finalmente, se logra expresar con los recursos del arte. Mostrar el arte y ocultar al artista, es el papel de la obra de arte. Si fue esto en realidad algo dicho por Oscar Wilde, resulta un completo desatino. Y posiblemente en ningún otro “creador de cosas bellas” resulte tan descabellado como en el caso de Juan Carlos Merla. Porque aunque pudiera resultar contrario a sus particulares predilecciones, la obra , como en el caso del aprendiz de brujo, escapa fatalmente de las redes de su creador. La obra denuncia la presencia del hombre, del artista, del productor de cosas bellas. En las obras queda cifrada la presencia del trabajador disciplinado y honesto que es Juan Carlos Merla. Su devoción y respeto ante el acto de la creación, y hasta su escamoteada ilusión de solitario. Pueden encontrarse o no rasgos figurativos en los cuadros. Pero lo que no falta en ellos es la silueta imprecisa de los fantasmas del mundo citadino, del entorno que a dado forma a la dimensión espiritual del artista. En sus cuadros aparecen, insinuados más que patentes, los dragones y endriagos del mundo triste de nuestros días. Las inesperadas texturas, los desvaídos colores, los sobrios relieves, todos al servicio del equilibrio, nos conducen subliminalmente a la evocación melancólica de nuestro mundo maquinizado y roto. Acorazado como un moderno Goliath, se nos muestra este universo insensible en sus “cementos”, cuadros fraguados con diverso materiales de construcción, trabajados con gran precisión y responsabilidad técnica; cuadros que despiertan vagamente en el espectador la visión asfixiante de las ciudades que crecen, de la fría precisión tecnológica, del ambiente opresivo de los tugurios que se multiplican en los cinturones

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de miseria de las grandes urbes. Bien puede uno, en calidad de mirón, dar la bienvenida a Juan Carlos Merla, a este mundo de creadores, de los pequeños dioses, de los dioses con minúscula. Puede uno hacerlo todavía, sin anacronismo, ya que Juan Carlos Merla casi es un recién llegado al sobrecogedor escenario donde discurre la recreación del mundo. Hace apenas un lustro, o poco más, desde el día en que traspuso las puertas de este siniestro paraíso del arte, dentro de cutos muros hay que perder toda esperanza. Monterrey, N.L. 31 de Marzo de 1983

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Saca desechos material para su arte Mario Herrera

Una caja de madera (170 cms de largo x 80 cms de ancho) en la que se han acumulado, sobre armazón fija, cosas heterogéneas desechadas por inútiles y obsoletas” cartón acanalado, un bastidor de un cuadro, lona, un tronco de árbol, una placa metálica con números, una barra de luz mercurial, gran cantidad de alambre, una rueda de alambrón, etc. Los cartones, la lona y el tronco presentan huellas de combustión intensa. Aquí y allá manchones de pigmento negro alternando con otros pigmentos rojizos. Un recubrimiento parcial, oleaginoso, todavía fresco, pegajoso al tacto y de un olor penetrante a hidrocarburos y a breas. Una obra de Juan Carlos Merla (VIII Resumen de la Plástica Nuevoleonesa. Casa de la Cultura) hecha no nada más para ser visto, sino tocada, olida, gustada. Pero además una obra coherente, recia, agresiva y austera presidida por un sentido de unidad orgánica y plástica. El objeto residual o de desecho que no ha sido rescatado del basurero para ser elevado al rango de obra de arte se abre al intelecto y a la sensibilidad del espectador en una dimensión que le es específica: la historicidad, esto es, el tiempo en acto de transcurrir. El objeto residual nos está gritando: “yo he sido fabricado, he tenido un precio, he sido comprado, usado, desechado, arrojado al basurero, olvidado…” “…Posteriormente fui rescatado, manipulado, convertido en arte, reincorporado al torrente de la vida útil y activa, reinstalado en el mundo y transformado en mensaje. Morí como objeto y resucité como verbo y en el futuro seguiré siendo verbo…” Aquí es donde detecto el aspecto más interesante de la obra de Merla: su rara capacidad para revelar la riqueza de la historicidad del objeto residual obligándolo a desplegarse en el tiempo vivo. ¿a cuál de las

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dimensiones del tiempo se incorpora este objeto? ¿es pasado? ¿es presente? ¿es porvenir?

En ella aparecen exclusivamente objetos industriales, producto de la tecnología contemporánea

llevados a un grado de constitución extrema: son desechos típicos de la sociedad de consumo reducidos a su extremo límite de obsolencia.

El mensaje de esta obra es, por lo tanto, la temporalidad del objeto proyectada haca el pasado, o lo

que es lo mismo, su fenecimiento y su retorno a la nada por la obra del acto de consumo.

Este retorno a la nada del objeto útil involucra todo un drama muy típico del hombre de la sociedad

de consumo. En efecto, el hombre de hoy ha identificado su existencia misma y su destino personal con las cosas producidas por la tecnología industrial y destinadas al consumo.

La tecnología ocupa hoy día el sitio que antaño ocupara la naturaleza y el hombre de hoy ha creado

mitos tecnológicos de la misma manera que el hombre primitivo los creo en torno del as fuerzas naturales.

Aquí está la clave del sentido existencial del hombre de hoy fincado en las potencias mágicas de ese

nuevo fetiche llamado producto tecnológico. Ahí también la clave de su necesidad compulsiva de integrarse al proceso educativo y constitutivo y de realizarse a sí mismo, míticamente, en el contexto de ese proceso cíclico.

Al mostrarnos el objeto útil convertido en mero desecho, Juan Carlos Merla nos lleva de la mano

a la secreta agonía que subyace en el alama del hombre de hoy, identificado con sus propios fetiches y condenado, como por obra de un paradójico y grotesco sortilegio, a consumirnos , a comerlos, a destruirlos, a reducirlos a nada.

Porque el infierno del hombre de hoy no es ya la vieja “Gehenna” lugar de torturas transmundanas de

la cual hablaron los profetas del antiguo testamento, sino un infierno tecnológico ubicado en nuestro mundo y dentro del cual caben con perfecta coherencia histórica y lógica el Apocalipsis nuclear, el agotamiento paulatino de los recursos naturales y el desquiciamiento de la ecología por obra de una tecnología manejada en forma irracional e inhumana.

Merla trata sus materiales a través de una especie de monocromía neutra (manchándolos,

barnizándolos,etc.) buscando algo asó como ese denominador común de la temporalidad que los lleva al pasado, a la vejez, a los bordes mismos de la nada en donde quedan relegadas las cosas usadas, olvidadas.

Porque para él las texturas son solo instrumentos de potencialidades más trascendentes: las de la

temporalidad del objeto, las cuales una vez destiladas los transmutan en reliquia de valor mágico.

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Juan Carlos Merla en cuadro Maneja el simbolismo ‘pop’ Mario Herrera.

I.-Todos sabemos que detrás del campeonato Mundial de Futbol verificado en México se han jugado otros mil juegos, grandes y pequeños que nada tienen de futbolístico.

¿Grandes juegos? Nada menos que el reencuentro de la imagen de un México que, a pesar de la crisis y

de las catástrofes telúricas, se mantiene vigoroso, alegre y en perfecto pie de lucha.

Pero, además, juegos políticos (control de masas) y financieros (recuperación de crédito nacional e

internacional) y económico (promoción del turismo) y culturales, etc.

Y de los pequeños juegos detrás del futbol ni siquiera intentaríamos una ennumeración genérica dada

su infinita variedad. Van desde la venta de banderitas y “souvenirs” hasta la de terrenos para estadios y gimnasios; y desde la venta de cocacolas y de “pop corn” hasta la de balones y botines deportivos.

Lo cual nada debe sorprendernos porque esa es , precisamente, la característica definitoria de la sociedad

de consumo en que vivimos: que en cada cosa en que se vende se venden todas las demás cosas vendibles. Y detrás de todas ellas se vende ese gran producto que no es ya comercial sino mítico: nuestra propia imagen personal y la de México.

Mito que nos engloba, nos transciende y a la luz del cual nos leemos, nos desciframos en el contexto de

un mundo plural y polivalente. Mito saludable (pese a lo que digan los enemigos del fut) que nos reinstala en nuestro verdadero contexto y que nos permite volver a sentirnos parte viva de un mundo viviente.

II.-Sirva todo ello de preámbulo para la compresión de un interesante cuadro mural de Juan Carlos Merla

(Museo de Monterrey. Exposición Campeonato Mundial de Futbol)

En esta obra, ejecutada sobre ese tema, Merla no nos habla, de hecho, sobre futbol, sino de los juegos

que se juegan detrás del futbol y sin los cuales no había futbol y que en el fondo se reducen a un solo juego:

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la consagración de la imagen mítica de México y del mexicano. Veamos:

Es un mural horizontal formado por seis grandes bandas verticales.

Al centro, tres bandas con los colores de la bandera nacional. Las bandas verde y roja dan cuerpo a sendos mensajes de un expresionismo abstracto vigoroso y original que bien podrían tener plena autonomía aún separados del conjunto de la obra.

En todo caso, la banda blanca de esta gran bandera tricolor representa un elemento puente o de enlace

con las otras dos porque fija una metáfora plástica: en lugar de escudo nacional ostenta dos fechas clave: la del inicio del campeonato mundial de futbol y la de la apertura de la exposición relativa en el Museo de Monterrey. La bandera mexicana ha quedado transformada, de este modo ,en un gran poster publicitario.

Al lado de este gran símbolo publicitario-patriótico vemos otra banda: un curioso cuadro, obra de manos

infantiles (las del propio hijo del pintor Merla) en la que ha dado rienda suelta a su euforia futbolística (monitos, balones, fantasías diversas). Abre una fresca y candorosa vertiente de arte “naif” que equilibra a las tres bandas descritas y que son de un simbolismo cerebral.

Engarzando este conjunto, dos bandas más, una en el extremo derecho y otra en el izquierdo. Ambas

con símbolos muy típicos de Monterrey: la de la izquierda presenta una composición en collage con los emblemas de la cervezas Carta Blanca, Bohemia y Tecate; y la de la derecha, un anuncio vial: “Museo de Monterrey” con el acompañamiento de una flecha direccional.

También estas dos bandas son anverso y reverso de una sola idea central: el genio creador del

regiomontano, que se manifiesta tanto en la producción de artículos de consumo material como cultural.

Quedan reunidos, por lo tanto, pluralidad de signos que nos disparan en diversas direcciones: la idea

de Patria, de creatividad artística profesional, de expresión lúdica infantil “naif”, de iniciativa privada en los asuntos del comercio, la industria y la alta cultura.

Es un mosaico que , en el fondo, configura un solo mensaje: la visión mítica de México y del mexicano,

a la luz de la cual, los demás signos quedan aclarados y descifrados.

¿Y el futbol? Es únicamente la idea tópico, cliché, que nos sirve para vislumbrar :todos los juegos que se

ponen en juego detrás del juego”

Esta obra “pop” de Merla nos está diciendo que los mitos mexicanos encuentran su lenguaje más

expresivo a través de los clichés más cotidianos de la sociedad de consumo.

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Juan Carlos Merla: la tarea de la actualización Xavier Moyssén Lechuga

Del momento (que es decisivo y culminación en la trayectoria de cualquiera artista) en que Juan Carlos Merla tuvo su primer exposición individual al presente han pasado ya, aproximadamente, once o doce años. El periplo puede parecer breve, de hecho lo es, y aún así para saber lo que significa el tiempo entre estos dos puntos es necesario recordar las condiciones existentes en aquel entonces; tantos y tan decisivos han sido los cambios sucedidos.

Nos encontraríamos con que un nuevo animo recorre todos los rincones del país, éste se prepara para

aprender el cómo administrar una riqueza que nunca le llegará; se habla de alianzas entre todos los sectores productivos, la ansiada armonía social, para decirle en términos actuales , parece estar al alcance de la mano. Nuevo león, Monterrey en particular, hace gala y reconoce explícitamente – hasta la extravaganciael super éxito financiero de su industria y Holdings locales ( los tiempos, en efecto, estaban mutando aún cuando nadie reparó en que sentido ni a qué plazo) y la sociedad entera se disponía a permitirse otras distracciones, otras actividades que no las consideradas –en estas tierras del ahorro y el trabajo- como de “primera necesidad”. De ellas, el arte, la “cultura”, ocuparán buena parte de su atención y recursos.

No quiero dar a entender con lo anterior que dichas actividades hubieran estado ausentes hasta ese

momento, ni que de pronto aparecieran, por el contrario Nuevo León es poseedor de una rica historia cultural que por desgracia ha sido poco estudiada y menos difundida” lo que apunto-en rápidas líneas por necesidad- es la transformación que el medio sufrió y que será la que marque las fronteras de la matriz en que nació y creció el trabajo de Juan Carlos Merla y de todos aquellos, que como él, a partir de estas fechas empiezan a darse a conocer. Las manifestaciones artísticas, sin perder su sentido de clase, se volcarán o buscarán volcarse sobre la población en general; habrá multiplicación de espacios que darán gustosa

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acogida a todos los géneros, incluido lo “marginal”; los temas relacionados con el arte y la cultura, en rápido ascenso, ocuparán el interés de los medios de comunicación masiva, cada vez más se hablará y distribuirá lo relativo a lo que en estos campos sucede en la ciudad; habrá promociones cercanas al mecenazgo y empezará a surgir la idea de que existen rasgos distintivos del quehacer artístico y cultural que se lleva a cabo en esta región. La transformación a la que aludo, en síntesis y para el tema que nos ocupa, podría ser ejemplificada con un soltar las amarras para ir en busca del espíritu que traen los nuevos tiempos, se trata de ponerse al día y esta es la vena, la fuente, de que se nutre la obra de Merla.

Resultado pues, de un periodo generoso por creer en la expansión de beneficios irreales, de una

búsqueda (un deseo “sentido: por la sociedad entera_ , por lo que está sucediendo hoy, aquí y allá, de una sensibilidad atenta a lo que le rodea, el artista desde un principio le impone a su quehacer la tarea ingente de la actualización solo que por fortuna, su propósito correrá con mejor suerte y resultado que todas las demás expectativas.

Por actualización entendemos, en este caso, tanto la materialización del espíritu del que se ha hablado,

o sea, la formación objetual de lo “nuevo”, como, en el momento siguiente, la incorporación o apropiación de tal animo al proyecto personal del productor. Dicho en otras palabras, la actualización no se reduce a la creación de obras que responden a nuevas necesidades, sino que ésta se convierte en el propósito interno, propio del artista, independientemente ya del destino que puedan correr aquellas fuerzas y motivos que le dieron origen. La actualización también comprende otro aspecto, el que concatena a los dos anteriores y más que actualización, esta otra faceta, se parece a la innovación, es decir, al conocimiento y aprendizaje de los modos, técnicas y productos en circulación, es condición expresa y necesaria para arribar a nuevas formas, a productos distintos.

Este último punto se refleja, precisamente y con exactitud, en el trabajo de Juan Carlos Merla al tomar

la actualización como meta y propiedad de su quehacer. Su obra, atenta a las circunstancias, es entonces resultado de lo observado, aprendido y aprehendido de lo “nuevo” lo que le permite mantenerse siempre dentro de los mismos límites, pero, al mismo tiempo, irlos jalonando hacía terrenos auténticamente nuevos en su propia evolución.

Por lo tanto lo que nos ofrece Merla en sus obras es una y la misma cosa, un permanente e insaciable

desde de “actualidad” y una constante transformación para alcanzar a satisfacerlo. Este juego entre fuerzas contrarias crea una tensión especial que va de pieza en pieza creada pues tan pronto se llega a un punto cuanto ya éste contiene el inicio del siguiente y así sucesivamente. Se trata de un tipo de producto que en

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tanto llega a ser, “naturalmente” busca su renovación; es, así, tradicional porque está inserto en el momento, el modo y la práctica que imperan y no lo es puesto que no se detiene si no que da, inmediatamente, el paso siguiente; es por exclusión la misma obra “actualizada”, pero no lo es porque siempre se presenta bajo distintas formas.

La colección de 7 obras a la que acompañan estas líneas es un buen ejemplo de lo que aquí se ha dicho.

Cuatro de ellas pertenecen al “pasado” pero si atendemos con cuidado no son muy diferentes a las últimas cinco. Estas podrían parecer una variación de un mismo propósito, de una misma búsqueda y sin embargo, en el fondo, son más bien ensayos que preparan otras tantas maneras de presentarlo; cada una es una totalidad finita y ya terminada. En unas el acento está puesto en el color y su aplicación, en otras sobre el material que sirve de soporte y el efecto que produce, en otras más en la técnica y el medio del que sirve la superficie pintada, y/o en lo que es la realización misma.

Es prácticamente imposible que en tan breve presentación queden contenidos los rasgos fundamentales

de un artista, si obra y entrono. Sirva por lo pronto de emergente substituto de una conclusión general lo que en otro momento he escrito sobre Juan Carlos Merla: su trabajo es la mejor muestra de lo que nuestra época es, de las expectativas del medio, de aquello que a la práctica artística ocupa y preocupa, y de las posibilidades del futuro contenidas en el presente. Monterrey, Nuevo León, México. 11 de Marzo 1988

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Juan Carlos Merla y el recuerdo Xavier Moyssén

La celebre estela de los buitres(Museo de Louvre) del periodo sumerio presargónico (ca.2800 al 2470 a.C.) además de ser un buen ejemplo del arte narrativo puesto que contiene las victorias y conquistas militares del principie de Lagash Eannatum, representa la milenario necesidad de valerse de la producción plástica a fin de retener datos, personas, sucesos y/o acontecimientos para que así puedan ser recordados por la posteridad. En otras palabras, la “Estela de los buitres” es un monumento conmemorativo merced al cual la memoria de las hazañas del monarca sumerio no han sido olvidadas y han llegado hasta nuestro días exactamente tal y como le fueron dictadas al autor de la misma.

Conmemorar es pues, hacer memoria, recordar, y lo que gracias a la producción artística vamos

preservando del paso del tiempo, del olvido, los mismo son las victoria que los tiempos de paz, los personajes distintivos que los sitios y sucesos de especial relevancia : el punto en común que todo ello guarda entre sí, al margen del significado comunitario y social que puedan tener , es que, como marca o señal que son, mueven la necesidad que hemos mencionado más arriba, o sea, a ser reproducidos materialmente ya que no basta con asegurar su recuerdo, también es importante mantener su prescencia física, solo así la conmemoración estará competla y cumplirá con su finalidad.

Si llevamos a cabo una rápida revisión de lo que ocupó nuestra ciudad el año pasado, durante

le 1990, veremos que fue rico en acontecimientos como los antes descritos: la histórica segunda visita de su santidad Juan Pablo II; la primer realización del Festival Internacional Cervantino fuera de su sede tradicional’ la reunión de los presidentes de nuestro país, Carlos Salinas de Gortari, y de los estados unidos de Norteamérica, George Bush; el multitudinario concierto de beneficencia que ofreció Luciano Pavarotti el primer centenario de la Cervecería Cuauhtémoc, puntual indiscutible en el desarrollo industrial y económico

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de Monterrey. Eventos que por sí solos justifican el ser conmemorados tal y como aquí lo hemos definido.

Todo lo anterior se encuentra presente en esta obra de Juan Carlos Merla, lo que quiere decir

que se trata de una pieza conmemorativa de 1990, es, por tanto ,la reproducción material del os sucesos acontecidos, a la vez que la memoria que permitirá tanto su preservación como su recuerdo. Sin renunciar a la evolución de su propio estilo, Merla ha entendido y tomado tales eventos en cualidad de señales, de ahí las características formales que asume su trabajo; más aún, tan explícito es el carácter conmemorativo de esta tela- que está destinada a cumplir con un fin predeterminado- que junto a la definición significa de cada uno de estos acontecimientos aparecen, igualmente, las propiedades físicas de ellas, sus medidas y la técnica en que fue realizada.

No es la primer ocasión en que Juan Carlos merla se ocupa de la predicción de una obra de está

naturaleza, bástenos con citar la hecha con motivo de la segunda celebración del campeonato mundial de futbol en nuestro país en 1986. Con ello no hace más que certificar la condición de dependencia y relación que se da entre arte y sociedad a través de sus productores , relación y dependencia que, sin duda, es de mutuo beneficio tal y como lo podemos apreciar y comprobar en esta pieza. Monterrey, Nuevo León, México. Febrero 1991

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XI.- En esta muestra (Pinacoteca de N.L.) aparecen varios testimonios sobre las nuevas relaciones entre hombre y sociedad actual, las cuales abren cauce a una experiencia de “”vacío existencial’’. Veamos: a).- Dos obras sin título (técnica mixta sobre triplay) por Juan Carlos Merla: Al fondo una amplia superficie en blancos cremosos surcada por bandas negras en diagonales paralelas que sugieren los señalamientos viales que todos hemos visto en carreteras (“”Ruta en reparación’’, “”Vire hacia la derecha’’, “”Vire hacia la izquierda’’). Superpuestos diversos objetos de desecho (llanta de bicicleta, un pulidor de pisos con barra de madera, un óvalo también de madera con bisagras, una cruz con clavos, un artefacto metálico con rejillas no identificable, etc.). La apariencia es altamente sugestiva en su mera inmediatez: reúne en un solo contexto dos tipos de mensaje polarizados y antagónicos: por un lado, el signo de comprensión universal en materia de tránsito vehicular, y por otro, la basura que solemos mirar a uno y otro lado de las carreteras integrada por piezas enteramente inservibles y arrojadas al azar. Coexisten, por lo tanto, dos direcciones opuestas, tanto de tiempo como de espacio y de funcionalidad que de ningún modo se concilian: el signo vial que apunta hacia el tiempo futuro (la dirección que debe tomar el vehículo en tránsito) y, por contraste, los materiales de desecho, que apuntan hacia el pasado (las reliquias del consumo, lo que “”ya no es’’, lo que obstaculiza la marcha de la vida). Y también en lo espacial ambos tipos de elementos son enemigos: el signo vial es pragmático porque regula el orden de la circulación vial apuntando hacia el espacio físico en que se desenvuelve una acción en proceso. Y, por contraste, el objeto de desecho apunta hacia “”lo sobrante’’, “”lo estorboso’’, lo que congestiona y bloquea la acción, la marcha de la vida. En lo espacial, en lo temporal y funcional son realidades enemigas, que se excluyen material y pragmáticamente, pero que en el cuadro se yuxtaponen y empalman en una hermandad imposible. Esto es, precisamente, lo que yo he llamado “”la anti-metáfora’’ y

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que es signo muy representativo del arte emergente en este instante. ¿Acaso es posible descubrir alguna trascendencia en esta contradictoria significación de mensajes? Bajo mi propio riesgo y responsabilidad yo soy capaz de descubrir solamente una: “”la nada’’ que se abre entre esos dos signos enemigos y que me absorbe imponiéndome la experiencia de “”la caída en el vacío’’. No son los signos visibles en el cuadro los que constituyen la médula del mensaje sino la absoluta contradicción entre los mismos y que, rehusándose a establecer cualquier tipo de enlace poético entre ambos, me arrojan de manera implacable a ese vacío en el que caigo “”sin agarraderas’’. Esto es lo que yo he llamado la “”anti-metáfora’’ y que es signo representativo del arte emergente en este momento de la historia entre dos milenios (el que ahora muere en pleno agotamiento de certidumbres y el que aún no llega, condenándonos al vacío existencial en forma no sólo subyacente sino expresa y manifiesta). Por su trascendencia, su inaudita síntesis, su fuerza expresiva, considero estas dos piezas de Juan Carlos Merla (y que, en el fondo, forman una sola) como las más importantes de la presente Exposición. (Sobre J.C. Merla véase opiniones de M. Herrera en El Norte: 10-VI-1983, 20-VII-1984 y 4-VII-1986). b).- “”La Hacienda de la Media Luna’’ (óleo sobre tela) por Renato González González plasma tanto en sus mensajes profundos como visibles, idéntica escisión irreductible entre ambos: un hermoso paisaje sobre el cual llueven en violento chubasco objetos de la más variada índole: vasos, botellas, fragmentos y algo así como un gigante sacudidor de polvo de tipo casero que, con su larga garrocha y su mechero abierto en abanico funge como elevada palmera. La naturaleza virgen queda oculta bajo esa capa de desechos que llueven de lo alto creando una especie de contrapunto de mensajes que se entrelazan sin llegar a formar una sola entidad. En la distancia, deambula un hombrecillo casi invisible por obra del chubasco. Como verdadera y auténtica “”anti-metáfora’’, el cuadro de González no plasma ningún drama ni pretende fijar una relación poética-simbólica entre naturaleza virgen y tecnología sino deja al desnudo “”la nada’’ que se abre entre aquellos elementos dentro de la cual el hombre revierte a “”una dimensión cero’’. El verdadero mensaje es, por lo tanto, la experiencia de “”la nada’’ que se abre entre elementos enemigos e irreductibles. Y es, precisamente, esa total “”frialdad emotiva’’ que se rehusa a apelar al elemento poético como enlace lo que convierte a esta obra en una verdadera “”anti-metáfora’’. ¡Espléndida! c).- “”Latomanía’’ (acrílico sobre tela) por Guillermo A. Gadda.- Es, asimismo, una interesante “”antimetáfora’’ ejecutada con procedimientos hiperrealistas que nos ofrece una ingente acumulación de latas vacías de contenido las cuales, alineadas en forma meticulosa, ocupan todo el espacio del cuadro. El cuadro de Gadda se coloca así en el polo opuesto de la antigua “”naturaleza muerta’’, nombre que los pintores de antaño daban a primorosos utensilios del mensaje doméstico que fungían en el servicio de la mesa para deleite y satisfacción de necesidades humanas de nutrición. Y aunque se les llamaba “”muertas’’, en el fondo eran “”cosas vivas’’ en cuanto a que por obra del sentido poético del pintor adivinábamos la

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presencia del hombre como causa eficiente y fin último de su función utilitaria. Las “”naturalezas muertas’’ eran poemas. “”Latomanía’’, en cambio, es auténtica “”naturaleza muerta’’ porque gravita como desecho en el espacio vital del hombre, bloqueando y asfixiando su existencia. No poetiza la relación hombre-objeto y únicamente nos muestra el desolado desierto del objeto inútil carente de función y, por ello, mismo “”deshumanizado’’. Obra interesante, pero que carece de la trascendencia de la de Juan Carlos Merla arriba descrita.

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