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SUPLEMENTO CULTURAL

NO. 609 /// 19 DE FEBRERO DE 2024 /// AÑO 13

DIR. JÁNEA ESTRADA LAZARÍN

Claudia Morales, autora de Cálao Bicorne.

“Soy una escritora a quien la escritura le permite mantener ese cordón umbilical, como dije antes, con mis ancestros, con sus batallas, con sus formas de resistir, con su forma particular de contar sus historias, sus literaturas. […] tengo más o menos diez años acompañando a organizaciones de asistencia a migrantes. No me nombraría activista porque me parece algo pretencioso, pero intento, como diría Lucio Cabañas ´hacer pueblo’. Intento hacer pueblo porque soy del pueblo. Y he acompañado por más de diez años a movimientos de migrantes que sobrevivieron al tren ‘La Bestia’. Ese acompañamiento es parte de mi escritura. Escribo sobre migración porque la vivo, la siento, es parte de mí”. Claudia Morales

[Una entrevista con la escritora chiapaneca Claudia Morales, realizada por Beatriz Pérez Pereda, en esta edición]


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Editorial Alejandro Nava se llamaba en realidad Juan Alfredo; nació, por azares del destino, en San Luis Potosí el mes de agosto de 1956, pero hizo de Zacatecas su hogar desde muy joven; por eso se consideraba zacatecano, porque aquí hizo su carrera artística y también su hogar. Apenas rebasaba los 15 años cuando ingresó al Instituto Zacatecano de Bellas Artes, hay quienes dicen que a los 17, él decía que antes, lo importante es que siendo adolescente él tenía claro que tenía que dedicarse al arte e hizo, en todos los capítulos de su vida, lo necesario para seguir su vocación. Además de la tenacidad y el profesionalismo que siempre imprimió a la construcción de su carrera, fue un hombre que no dejó nunca de actualizarse en temas relacionados no sólo con las artes plásticas, pues era un hombre interesado en la música, el cine y particularmente en la literatura; disfrutaba mucho de leer poesía y el tema de los haikús le emocionaba al punto de, sobre todos en los últimos años de su vida, tratar de incursionar en su creación. Lo hacía, ahora lo comprendo, desde la curiosidad que le daba experimentar con el ritmo, el contenido y la concreción de las ideas, algo que ya tenía dominado en la pintura. Durante las últimas veces que lo visité en su estudio, cuando estaba en tratamiento para tratar de vencer al cáncer que lo aquejaba desde hacía unos años, invariablemente lo encontraba escuchando música, sobre todo de concierto, aunque casi siempre también, terminaba poniendo algo de Joan Manuel Serrat. En 2011, Joan Manuel Serrat estuvo en Zacatecas; actuó en Plaza de Armas durante el Festival Cultural, y ahí estuvo Alejandro también, sentado en una de las sillas, por demás emocionado cuando el artista catalán hablaba del poeta Miguel Hernández; cuento esto porque estuve muy cerca de Alejandro para ver que prácticamente se sabía todas las canciones y no dejó de cantarlas, “Me las sé todas”, decía. El concierto terminó y a los pocos años, en 2014, un 20 de febrero, el concierto de Alejandro terminó también pues su cuerpo cedió ante la enfermedad contra la que luchó hasta el final. Los últimos meses había sido someti-

do a un trasplante de médula y por esa razón había permanecido hospitalizado durante varios días en la Ciudad de México; desde ahí seguía pintando y produjo varios de los cuadros que conforman la que fuera su última serie de pinturas. Alejandro se había decantado la mayor parte de su vida por lo abstracto, pero el confrontarse con la inminencia de la muerte también dio paso a otra confrontación, la que tuvo con él mismo. Sin dejar el abstracto del todo, sus últimas piezas fueron de carácter figurativo. Me parece que se dedicó a hacer una especie de haikús con la pintura; si con palabras éstos tienen tres versos, con su pintura hubo tres constantes: el gesto, la concreción y el dramatismo de sus personajes. En casi todas estas últimas piezas, sobre todo las de octubre de 2013 a febrero de 2014, aparecen nubes, personajes masculinos (solos) y un artefacto en la composición (como columpios o escaleras). En la que fuera su última pintura, por ejemplo, aparece una pistola de agua justo arriba de un urinario; del urinario chorrea un líquido que cae sobre una nube, la atraviesa y finalmente cae convertido en lluvia dorada. Esa inyección de la nube es metafórica también, y es que Alejandro siempre estuvo haciendo que las nubes tocadas por él fueran productivas, sobre todo las relacionadas con el arte. A 10 años de su fallecimiento, lo recordamos en La Gualdra no sólo como artista, sino como un ser humano que, pese a lo prematuro de su muerte, logró cumplir con sus objetivos en la tierra. Es pertinente también hacer un espacio para la reflexión con respecto a su legado artístico y como gestor y formador de varias generaciones de artistas en el taller de pintura y grabado que fundó en la década de los años 80. ¿Qué pasó con el taller Julio Ruelas? ¿Por qué cerró sin que se le diera la importancia suficiente para, al menos, resguardar debidamente sus archivos? Dejo aquí estas dos preguntas para la reflexión en su décimo aniversario luctuoso. Que disfrute su lectura.

Contenido Cálao Bicorne [Fragmento, cortesía de Fondo Blanco Editorial y la autora] Por Claudia Morales

Claudia Morales: “Escribo sobre la migración porque es parte de quien soy” Por Beatriz Pérez Pereda

Caulacau Tzumb Kutulu Zum [Segunda parte] Por Leobardo Villegas

May december (Secretos de un escándalo), de Todd Haynes Por Adolfo Nuñez J. Transformaciones globales como promotoras de nuevas creaciones: educación latinoamericana en el siglo XXI Por Elena Anatolievna Zhizhko

Desayuno en Tiffany’s, mon ku Cinco nominaciones a los Oscar para La zona de interés, de Jonathan Glazer ¿Hollywood se asoma a la zona de riesgo? Por Sergi Ramos

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Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

Directorio

Carmen Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx

Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com Roberto Castruita Diseño Editorial

La Gualdra es una coproducción de Ediciones Culturales y La Jornada Zacatecas. Publicación semanal, distribuída e impresa por Información para la Democracia S.A. de C.V. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio sin permiso de los editores.

Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com


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Cálao Bicorne

6 Por Claudia Morales

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gustín me recordaba diariamente mis defectos: Uno, confío muy pronto en los extraños. Dos, soy desorganizada. Tres, hablo demasiado sobre mí misma. Cuatro, me disculpo en exceso. Cinco, me creo “la mujer más inteligente del valle”. Lo último lo pronunciaba gritándome mientras pateaba la mesa del comedor. Yo agregaría otros: gasto más de lo que gano; hablo sobre temas triviales como si diera cátedra; le doy demasiada importancia a la opinión de gente que desprecio. En fin, tengo, como todos los humanos, innumerables fallas morales. Pero intuyo que tengo al menos una virtud: soy lo que escribo y la que escribe. Los sueños y los cuentos me han parecido lo más real de la vida. La vida, en cambio, me confunde, me abruma el dolor del mundo. Me aqueja desde pequeña y ese sentimiento se ha profundizado desde aquella noche de lluvia ligera y fría cuando Berta caminó hacia la oscuridad de la calle, dejando a Giovanni en la sala de la morgue, y me tomó de la mano para después decirme ese extraño acertijo. Quizá debería disculparme porque comencé a hablar sin decir mi nombre y cómo es que esta historia comienza aquí, y no antes ni después, sino ahora mismo. Me llamo Sara, nombre de mi abuela. Soy madre de un niño de dos años llamado Anup Adwani-Bhatt, sin mi apellido, por la fastidiosa costumbre anglosajona de excluir a las madres de los nombres de sus propios hijos. Su padre, Umesh —una garza gris, casi púrpura—, y yo salimos un par de meses como pareja y el embarazo cambió mi vida, me obligó a quedarme en Boston y a no volver a México. Me hice una migrante definitiva y me mudé a Somerville, cerca del hospital donde él trabaja, a dos cuadras de The Druid, el bar irlandés donde nos conocimos. Umesh y yo somos amigos; ocasionalmente, amantes. Pero, sobre todo, somos padres de un niño sin patria, muy pequeño para saber la condena que ha heredado: ser un niño de piel oscura, criado entre dos lenguas y en tierra ajena. Nuestro acuerdo funciona bien porque yo cedo a la mayor parte de las cosas que Umesh me pide. Por ejemplo, lo dejé nombrar a nuestro hijo Anup, nombre de su padre, y lo crío como vegetariano, aunque nunca lo he llevado al templo, ni hemos visitado Pakistán. Umesh dice que quiere esperar a que el

niño sea un poco más grande, pero en el fondo intuyo que no hemos ido porque a él le avergüenza haber roto sus promesas religiosas. Yo acepto sus decisiones porque he sido siempre mala confrontando a mis parejas y porque Umesh acepta mis reglas también: no pregunta sobre mi pasado ni me cuestiona sobre con quién paso el tiempo cuando él cuida de Anup los fines de semana. Me gusta dejarlo creer que guardo un secreto esos días, que hago algo misterioso y atrevido. En realidad, paso mis días sola, disfruto llevar un libro que casi nunca leo al acuario de Nueva Inglaterra. Los peces de allí son especies tropicales coloridas y despistadas que se quedaron atrapadas en una corriente del Golfo de México que las llevó hasta el Atlántico. Aquí son rescatadas por buzos y llevadas al acuario antes de que las heladas temperaturas del invierno los congelen. Me gusta sentarme y observarlas, tan despistadas como yo. El norte no es un lugar para criaturas del trópico. Umesh y yo nunca intentamos vivir juntos, salvo por los meses previos al parto, cuando se quedaba a dormir conmigo para cuidarnos. En esos días yo despertaba en la noche y lo veía dormir junto a mí, me detenía a contemplar su nariz delineada por el contorno de la luz de la calle. Sus pestañas largas y onduladas, descansando una sobre la otra, como un par de manos entrelazadas en oración. Ésta es mi vida ahora, pensé. Empieza en esta cama como una isla. Aquí Umesh habita una historia que yo narro.

Yo busqué un trabajo que me permitiera cuidar de Anup la mayor parte del tiempo y acepté una oferta como asistente legal en Charity, una firma de abogados probono que ayudan a migrantes centroamericanos jóvenes a conseguir asilo. Un puesto para el que estoy sobrecalificada, pero no me importa. Me da tiempo de caminar por Somerville Avenue con Anup en los brazos, pensando una y otra vez en cómo contar las historias que me persiguen. Mi trabajo era sencillo hasta que tomamos el caso de Amílcar, un niño hondureño de doce años. Yo fui la primera en entrevistarlo. Llegó solo a la oficina porque su mamá estaba trabajando; usaba una sudadera roja y shorts. Extrañaba el mar, me dijo, y a su padre, que era taxista. Su caso no era complicado. Era hijo único, su madre tenía un trabajo estable en una compañía de limpieza, él sacaba buenas calificaciones y era apreciado por sus maestros y compañeros. Pero, a las pocas semanas de la entrevista, recibimos una llamada de su madre desesperada, lo había encontrado sin vida en las vías del tren, no sabía cómo decirle a su exesposo, no podía tolerar ser ella quien diera la noticia. Yo fui quien habló a Honduras para dar la noticia a un hombre que amaba a un niño y que paró su taxi para tomar la llamada de un número extranjero. Todo era simple hasta ese día. Como la mayoría de los escritores, tengo un trabajo extraño para el cual no estudié. Estudié literatura inglesa y un doctorado en antropología y aunque siempre me ha definido la literatura, escapo de ella.

A los veintidós escribí una novela sobre la vida de mi abuela Sara, con la que gané un premio literario nacional. La obra se tradujo y tuvo un éxito moderado en Estados Unidos (algunas veces, cuando entro a una librería, contemplo con ternura mi libro en las pilas de descuento). Y debo confesar que, por alguna extraña razón, guardo esto como un secreto vergonzoso. Es más, vivo la escritura como una enfermedad silenciosa, no la comparto con mis compañeros de trabajo y fue lo último que el padre de mi hijo supo sobre mí. Me avergüenza la escritura porque me obliga a habitar mi cuerpo como una escritora y me avergüenza ser una escritora en un mundo donde se necesitan enfermeras, médicos y abogados para aliviar un poco el dolor de un medio donde niños de doce años, como Amílcar, aparecen misteriosamente asesinados en las vías del tren en un día de nieve. Y me importa el dolor. Me condena. Así que escribo sobre mi encuentro con un joven al que llamaré Giovanni, porque quizá así pueda reencontrarme con Berta y saber cómo nombrar la confusa soledad de ser extranjera. Lo llamo Giovanni para proteger su identidad, porque la suya es una historia verdadera, tan real como la mía y viceversa. Yo ato su vida a la mía y a la de Berta y a la de mi abuela Sara. Después de todo, no existe una historia única, sino múltiples narraciones que se entretejen con el hilo del tejido dorado de la voz de alguien que te sonríe en la parada de un autobús y te pregunta sobre el clima, para establecer una conversación, porque carga un dolor profundo, una contradicción que por sí mismo no resuelve y así comienza a narrarte todas las historias del mundo. Mientras escribo, me detengo a revisar lo escrito, me pregunto si quien lo lee me escucha. ¿Me escuchas? ¿Logro que oigan esta historia como un secreto? Discúlpenme si no. Intento hablar sobre las historias de los otros: la historia de quien las fabula y de quien las escucha. Pero, sobre todo, hablo del arte de oír. Creo que sobre todas las cosas que aprendí de mi abuela Sara, la más importante fue aprender a escuchar historias. Ella me contaba un cuento y yo me quedaba en silencio, dejaba que el ritmo de su voz me tomara de la mano y me llevara a ese sitio donde ambas desaparecíamos, donde nuestro cuerpo no tenía límites y donde vuela libre en la noche el Cálao Bicorne. ¿Me escuchas?

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[Fragmento, cortesía de Fondo Blanco Editorial y la autora]


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Claudia Morales: “Escribo sobre la migración porque es parte de quien soy” 6 Por Beatriz Pérez

Pereda

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i pudiera definir a Claudia Morales diría que es una mujer que opone su alegría al caos y violencia del mundo y que ha descubierto, en la enseñanza de la escritura y en el ejercicio de la propia, una trinchera para no solamente ser y estar en el mundo, sino para acompañar a otros a través de las historias que cuenta. Con la frescura de la niña que quería escribir sin más y con la valentía de la mujer joven que guardó sus libros en una maleta para cruzar varias fronteras, Claudia recientemente publicó la novela Cálao Bicorne (Fondo Blanco Editorial, 2023) donde la memoria y la vocación de escribir se unen a las voces e historias de otros en una travesía para así encontrar un camino, un propósito. Beatriz Pérez Pereda: Acabas de publicar una novela, Cálao Bicorne, que se pregunta por la necesidad y pertinencia de la escritura y del silencio en un mundo brutal, también eres profesora de escritura creativa, cuál es tu relación justo ahora con la escritura… Claudia Morales: Nunca pensé que pudiera haber algo más importante en mi vida que escribir, pero ahora, he encontrado en enseñar escritura creativa algo igual de esencial en mi forma de construir los mundos, desde los que construyo realidad. Lo que yo llamo escritura “cruda” o “fresca”, son esas primeras líneas que emergen muy cerca a la carne, sin mediación, cuando en algún punto de la vida nos damos cuenta de que somos escritores y escribimos nuestro primer poema o cuento. Siento que es difícil regresar a esa forma de encontrarnos con y en el lenguaje. Hay algo muy especial en esas primeras líneas. Personalmente, por mucho tiempo no pude volver a esa energía, a la luz de ese primer encuentro con la escritora, otras cosas se impusieron: responsabilidades económicas y personales, desencanto, ego, deseo mezquino de reconocimiento. Enseñar escritura me ha reconectado con la niña que quería escribir sin más y con la mujer joven que guardó sus libros en una maleta y se mudó a CDMX lejos de casa y sola a estudiar literatura. Al explicar a mis alumnos qué es un personaje, como conjuramos sus presencias, cómo dialogamos con ellos, me encuentro a mí misma recordando por qué la escritura es importante y habita nuestro cuerpo. Por qué la escritura es más que publicar y ser un autor conocido y aplaudido. Enseñar, me conecta con ese misterio, con el mundo que habita detrás de las palabras y que las palabras no hacen más que acariciar y sugerir. Ahora, diría que mi relación con la escritura es una relación íntima y poderosa, un hilo que me conecta con mis ancestras, con mis pesadillas infantiles, como un cordón umbilical que me sostiene, que me recuerda quién soy.

BPP: Cálao Bicorne es el título de tu novela, un título muy atractivo, misterioso incluso, porque es el nombre de un ave muy particular, cuéntanos un poco sobre cómo decidiste nombrarla así. CM: Escribí esta novela a lo largo de más o menos de siete años. En todo este tiempo tuvo infinidad de títulos. Y justo uso este ejemplo con mis alumnos, para explicar cómo la historia

tiene su propio ritmo, cómo todo libro emerge de una relación simbiótica entre autor y manuscrito. Por eso la escritura es una práctica de humildad y no de ego (al menos, la forma de escritura que a mí me interesa), porque es la historia la que nos dice su ritmo, su final, sus primeras líneas y su título. Rafael Ramírez Heredia, quien fue mi mentor y amigo por varios años, me decía que los

títulos no debían ser perezosos, que desde el título debía haber una apelación al lector. Eso para mí ha sido siempre quizá la regla número uno del cuento y la novela. Así que me tomé mucho tiempo pensando este título. La novela se refiere a formas orales de contar historias y una historia está basada justo en un cuento que me contaba mi abuela, un cuento de historia oral. En esa historia una mujer es hechizada y


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BPP: Al leerte, me parece que los universos de tus libros se sitúan en las fronteras, no sólo geográficas; que eres una escritora que escribe en el borde, justo mirando hacia la otra orilla, ¿crees que esto tiene que ver con que tú eres una viajera, una mujer migrante que vive entre fronteras? CM: Totalmente, pero no de forma totalmente consciente. Me gusta hacer listas como ejercicio creativo (que además recomiendo a los lectores), yo escribo listas, por ejemplo, listas de las casas en las que he vivido. Hace poco lo hice como ejercicio creativo y empecé por mi casa en Cintalapa, Chiapas, la casa que dejamos cuando tenía cuatro años; de ahí a mi casa en la Bahía de San Francisco, pasando por mi departamento en CDMX. Escribir sobre esos espacios me hizo pensar en el movimiento y en la migración, porque sí me he movido mucho y he migrado primero a CDMX y luego a Estado Unidos, pero creo que esa forma itinerante es parte de mi memoria familiar. Escribo sobre la migración porque es parte de quien soy; soy una mujer de Chiapas que tuvo muchos privilegios porque mis padres fueron los primeros de sus familias en ir a la universidad. Mi papá es maestro de bachillerato y mi mamá enfermera, esto me dio siempre lo básico económicamente, pero fue su devoción por cultivar nuestra felicidad lo que nos ha dado todo, viajamos desde muy pequeñas con mis padres. Tuve también el privilegio de que mi formación lectora fuera muy temprana, pues mis padres son buenos lectores; ellos son migrantes también, sobrevivientes de la pobreza cruel en México, la violencia racial y con el tiempo me he dado cuenta de que ellos, como muchos padres de su generación, han resistido de muchas formas silenciosas y silenciadas y en medio de todo, han nutrido con su cuidado otra forma de ver el mundo. Sin embargo, nunca hemos olvidado que somos de una familia campesina, empobrecida, y desplazada; tengo primos que migraron a Estados Unidos en los 90s, uno de ellos está desaparecido, esas ausencias, esas historias, marcaron profundamente mi escritura; uno de mis primeros cuentos fue sobre su desaparición en Estados Unidos. Otro, sobre mi tío que vive con discapacidad en la frontera. Recuerdo también el dedo mutilado de uno de mis primos que sí retornó del otro lado, su cuerpo fuerte, alto, su cabello colocho, y ese muñón incómodo en sus manos fuertes, lo vi por un segundo, tan vulnerable; perdió el dedo cultivando cebolla en Idaho. Esa herida, exigía, de cierta forma, una historia, una forma de nombrar todos nuestros silencios. Quizá al inicio de mi escritura no lo sabía, pero hoy sé muy bien qué clase de escritora soy. Soy una escritora a quien la escritura le permite mantener ese cordón umbilical, como dije antes, con mis ancestros, con sus batallas, con sus formas de resistir, con su forma particular de contar sus historias, sus literaturas. Es una decisión íntima y política.

Literatura

se convierte en un ave. Esa ave será a lo largo de la novela una metáfora para la escritura, para la práctica de la escritura. No sabía qué ave era la ideal porque las aves están impregnadas de simbolismo. Por eso, no quería que fuera una paloma o un cóndor. Así que busqué aves por su sonido, por su canto. Mi papá creció en la Sierra Madre de Chiapas y él identifica aves por su canto y quería que el libro tuviera esa conexión sonora. Así llegué a Cálao Bicorne.

Asimismo, tengo más o menos diez años acompañando a organizaciones de asistencia a migrantes. No me nombraría activista porque me parece algo pretencioso, pero intento, como diría Lucio Cabañas “hacer pueblo”. Intento hacer pueblo porque soy del pueblo. Y he acompañado por más de diez años a movimientos de migrantes que sobrevivieron al tren “La Bestia”. Ese acompañamiento es parte de mi escritura. Escribo sobre migración porque la vivo, la siento, es parte de mí. BPP: Hace poco escribiste en tus redes que “los escritores como yo, escritores del sur global, racializados y periféricos escribimos porque tenemos que encontrar la manera de no estar solos, de resistir, de contar nuestras historias de migración, de cuidados”, una declaración que me parece importantísima, dinos qué escritores así lees y recomiendas a nuestros lectores, además cuáles son tus interesas ahora, de qué quieres escribir en el futuro. CM: Recomiendo con todo fervor a los autores Javier Zamora, Solito, por favor léanlo, es un parteaguas en la escritura de memoria, un autor centroamericano con una prosa poética que apela a los sentidos; siguiendo la gran tradición de literatura centroamericana, me recuerda

a grandes autores como Roque Dalton y Mario Payeras. De Chiapas recomiendo a Mikel Ruiz, cuentista y novelista, de hecho, enseño su novela Los hijos errantes en mi clase de escritura latinoamericana. También del sur y esta vez en cuento, recomiendo a Laura Baeza y Nadia Villafuerte. De Chiapas también recomiendo en poesía a Matza Maranto y Juan Carlos Cabrera Pons, sus libros de poemas están en la editorial Los libros del Perro. De esa misma editorial leí hace poco Reguero de cadáveres, de Juan Eduardo Mateos Flores, crónica, que además creo que es su primer libro. De literatura del otro lado, chicana, recomiendo a Myriam Gurba, Mala Onda, traducida por Elisa Díaz Castelo. Pero si también leen inglés, busquen sus libros de cuentos que aún no están traducidos. En inglés, recomiendo a Maurice Carlos Ruffin y Nalo Hopkinson. Bueno, creo que en este viaje de escritura me he dado cuenta de cuánto tenía que deconstruir dentro de mí misma, cuántos de mis personajes no eran como yo. No eran ni sentían ni se veían como yo. Por eso, actualmente escribo un libro de cuentos, donde sigo explorando el tema de la migración, pero también de la afro descendencia. Qué es y qué significa ser afrodescendiente en México, qué significa la negación de nuestras historias, éste es un tema que

nunca estuve lista para explorar. Es un tema doloroso, porque el racismo lo es. Ahora me siento lista para escribir sobre esto y lo estoy haciendo desde el cuento.

Claudia Morales es narradora y antropóloga. Profesora de Literatura y Escritura Creativa en el MFA de Dominican University of California. Acreedora al Premio Rosario Castellanos de Novela Corta en 2015; becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, en la categoría de narrativa, en 2015; y becaria Fulbright 2016-2019. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM y el Doctorado en Antropología en la Universidad de Massachusetts, Amherst. Ha publicado Hospitalidad (2014) y No habrá retorno (2015); sus ficciones han sido publicadas en México y Estados Unidos, en Ficción Atómica (2020), Rio Grande Review (2021) y Mexicanas. Trece narrativas contemporáneas (Fondo Blanco, 2021); así como en Latin American Literature Today 2023 y The Offing Magazine 2022.


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Caulacau Tzumb Kutulu Zum [Segunda parte]*

Río de Palabras

6 Por Leobardo Villegas V El enemigo del tiempo Se precipita sobre los siglos para corromperlos. Demiurgo convertido en buitre, utiliza su poder para instalar la eternidad en el tiempo sucesivo. Y vuela sobre las eras: las hace retroceder, las instiga para que avancen de manera errática, las empuja hacia un atolladero infinito, las condena a la lógica circular del infierno. Y luego chapotea como un cetáceo en un agua fantasmal, una vez que ha pasado a cuchillo al devenir de los instantes. Y, desde las auroras de lava del planeta hasta los horizontes humeantes del apocalipsis, todo lo vicia… todo lo manipula. Tal es su orgullo: desfigurar la realidad, instalarla en una plenitud desquiciada. Que vuelen las flores, que repten los pájaros, que llueva agua del sol y que del fuego emane frío. Su deseo es ser el gran corruptor; estar por encima de Dios y del demonio. VI El brujo Hay noches en que convoco a los demonios; en otras, me convierto en búho, o en reptil, o en coyote. Mi magia es un relámpago, una nube temible, un derrumbe en el abismo. Por medio de mis conjuros todo lo puedo manipular: los afectos, las intemperies, las lluvias, la huida de los animales. Tengo instrumentos puntiagudos para atacar a mis enemigos: flechas, alfileres

y huesos afilados. A veces sacrifico cuervos, o lagartijas, para extender mi poder más allá de las sombras. Y cuando vuelo, cuando vigilo a mis víctimas desde las alturas de los pirules, en el crepúsculo, adopto la figura de una forma aplanada, como si fuera la piel de un tigre blanco, o más precisamente una blancura aplanada con forma de tigre. Tengo diversos talismanes; poseo los secretos de las hierbas; guardo ídolos que me cuidan. Y cuando me deslizo entre los sueños, escurridizo como una víbora, privo del habla por días. Entonces, en alucinaciones, precipito soles congelados en los desiertos; en ellos recluyo a las almas en fiebres voraces, en selvas de locura, a merced de fantasmas y caníbales. VII Una experiencia imprevisible Repentinamente, sobre ti, aparecen relámpagos. El cielo se abre. Incendio en los astros. La tierra tiembla. Olas salvajes se levantan, como demonios, del mar. Llueven gritos en el horizonte. Colapsa la luna. Los muertos despiertan. Hablan los pájaros. Lagartos reptan en los altares de los templos. El sol, esa araña, se congela. Las montañas se derrumban. El viento y las lluvias azotan los árboles. Y tú, solo, perdido, te resquebrajas en Dios. VIII El tirano Algunas provincias fueron azotadas por la peste

y el hambre. Los ejércitos del imperio, decrépitos y desmoralizados yacían continuamente vencidos por los bárbaros. Saqueados los templos, violadas las mujeres, incendiados los edificios, las ciudades eran descuartizadas con generosidad. Lamentos de muerte se extendían por las áfricas periféricas y las galias limítrofes. Los consejeros impelían al emperador a afrontar el fragor del desastre. Nada lograban con ello; era un imbécil… y un depravado. Y se abandonaba a lascivias desmedidas, rodeado de furcias y esclavos de distintas razas, todos dispuestos a saciar sus vicios. Ataviado con mantos púrpura, desfallecido entre comilonas y embriagueces, intencionalmente maquillado de manera horrible, llenaba el palacio de lujurias que agonizaban en las albas, cuando los cuerpos no podían mantenerse ya despiertos. Cada día se repetía esta rutina, hasta que las dagas de la conjura apaciguaron la licenciosa indolencia del tirano. Cuando inesperadamente las sintió sobre su cuerpo, de manera cobarde, lloró como un niño, no sin antes decir: “¿Por qué dañan a quien tanto los ha querido?”. IX Caulacau Tzumb Kutulu Zum Tzum, Kutulu: nunpu trimbe: garza roja. Tsupi zanco pumi. Caulacau Kutulu, lutuku zamboo. Vaca multicolor: ¡Alpa, Alpa, ¡Alpa! Kutulu. Tú, Legba, te invocamos: te damos una lagartija. Kutulu-Legba-Caulacau: en las penumbras movedizas (entre relámpagos) les estamos buscan-

do. X Escribir Hay que escribir como si se tuviera un pacto con el diablo, o como si faltaran algunas horas para morir, o como si ya se estuviera muerto. Hay que escribir en el estado de los desequilibrados, de los poseídos, de los que tienen familiaridad con los demonios. Hay que enfrentar los folios en blanco como si se estuviera a punto del cadalso o del fusilamiento. Hay que escribir arremolinando el enigma y el silogismo, la brujería y la duda escéptica. Hay que escribir como si estuviéramos condenados a una reclusión de mil años. Hay que mezclar las palabras como si fueran filtros mágicos, como si poseyéramos el secreto de una alquimia secreta y devastadora. Hay que arrojar en nuestra escritura fuegos devoradores, borrascas congelantes y lluvias salvajes. Que en nuestras frases el universo se retuerza como una víbora. Que el látigo que hizo posible las pirámides de Egipto y el cuchillo que extrajo los corazones de Tezcatlipoca aparezcan en nuestros párrafos como el maullido siniestro de un gato que inquieta todos los tejados del planeta. O como una luna enferma que se pierde en selvas y desiertos de otro mundo. Yo lo intento, y no lo logro. * Ver la primera parte en La Gualdra 608: https://ljz.mx/12/02/2024/caulacau-tzumbkutulu-zum-primera-parte/


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May december (Secretos de un escándalo), de Todd Haynes

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esde historias sobre estrellas de rock (reales y ficticias), hasta intensos dramas de época, pasando incluso por el cine experimental y de denuncia, Todd Haynes es un maestro en la subversión de géneros y premisas, explorando con sumo detalle sus elementos más distintivos y desnudándolos en el proceso. Su más reciente cinta, May december (2023), rebautizada en nuestro país como Secretos de un escándalo, no es la excepción a la regla. La cinta, desarrollada en el 2015, narra la historia de Elizabeth Berry (Natalie Portman), una actriz de Hollywood quien viaja a Savannah, Georgia con la intención de prepararse para su siguiente papel, en donde interpretará a la protagonista de un escándalo que décadas atrás encabezó los medios de todo el país. Para dicho objetivo, Elizabeth entrevista a la persona en cuestión, Gracie Atherton-Yoo (Julianne Moore), quien, durante la década de los 90, a la edad de

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por lo siniestro, Haynes también elabora un interesante experimento de reflejos, un estudio de personaje sobre un estudio de personaje, cuyo tema central es la búsqueda de la identidad por medio de la imitación. Esto se ve representado en la forma en la que Elizabeth replica

cada gesto y expresión de Gracie, y, de manera más autoconsciente, en la nada sutil influencia que Haynes demuestra tener por la obra de Ingmar Bergman. En concreto, hacia Persona (1966), una película que también reflexiona sobre los conceptos de la dualidad, los dobles y la identidad personal, orbitando sobre la relación entre dos mujeres, una de ellas actriz. De naturaleza provocadora y estimulante, May december se trata de una singular obra que medita, por un lado, sobre la fragilidad humana y, por el otro, sobre la oscuridad inherente dentro de cada persona. A medio camino entre el melodrama y la autoparodia, es un excepcional relato sobre la incomprensión de las emociones, tanto propias como ajenas, y de las máscaras que se utilizan para ocultar esa falta de claridad. La nueva obra fílmica de Todd Haynes es, al igual que el resto de su cine, una fascinante exploración del carácter humano, en sus diferentes facetas y con sus contradicciones más profundas.

Transformaciones globales como promotoras de nuevas creaciones: educación latinoamericana en el siglo XXI

sino que forman parte de una de las fases del desarrollo histórico-social cíclico (Vico, Nietzsche, Spengler, Toynbee, Sorokin, entre otros) (Sorokin, 1953, pp. 83-117). Evidentemente, distintas etapas históricas se han caracterizado por las crisis globales, y cada una de ellas, de alguna u otra manera fue superada por la humanidad resurgiendo con propuestas innovadoras de ordenación del mundo. De ahí que es menester plantear y actualizar ciertas ideas alguna vez ya enunciadas (e, incluso, implementadas)

por los grandes pensadores, sociólogos, pedagogos, a fin de obtener los puntos de partida, las pautas para construir nuestro “nuevo mundo”. Identificando las complejidades del nuevo escenario global y del espacio educativo internacional, poder emprender la búsqueda de las nuevas áreas de oportunidades para el campo educativo, sin duda, es importante generar una reflexión en torno al desarrollo histórico de la educación latinoamericana, sacando a la luz y recordando los momentos decisivos de su

conformación y cimentación de la identidad latina, edificación de su “núcleo mítico-ontológico” desde la hibridación cultural (que en sí implica una gran complejidad). El análisis en cuestión, cobra la importancia además por el hecho de que cuando aún en el siglo XX, el neoliberalismo, el postindustrialismo, la sociedad del conocimiento y la educación para la competitividad fueron el centro de atención universal, en este nuevo siglo aparecen “devueltas del más allá”, “resucitadas” las doctrinas radicales izquierdistas y derechistas, en particular, se trata de las así llamadas epistemologías del sur que, al parecer, empiezan a jugar un rol determinante en varios países dentro del hemisferio americano. ¿Qué vencerá en este movimiento de modernización de la educación latinoamericana: racionalización y secularización de la vida social o los elementos del cultivo y preservación de la tradición y el fanatismo ideológico? Una reflexión que, se espera, promoverá tanto la comunidad académica como aquellos responsables de elaborar las políticas educativas nacionales y regionales. * UAEH / UAZ.

Educación

as primeras dos décadas e inicios de la tercera del siglo XXI, la humanidad ha experimentado las crisis económicas mundiales del 2008 y 2012: la pandemia de coronavirus de 2020-2021; la guerra que inició la Federación Rusa contra Ucrania el 24 de febrero de 2022, y que involucró a la mayoría de los países de toda la orbe; la guerra provocada por los grupos extremistas de Palestina contra Israel el 07 de octubre de 2023, entre otros. Esta realidad socio-política, económica, cultural tan cambiante en los últimos años, nos da la impresión de que el mundo se está derrumbando, que se va a convertir en escombros. No obstante, en estos escombros, sin duda, se percibe el nacimiento de algo nuevo, aún desconocido, pero, esperemos, mejor. Asimismo, siguiendo la teoría del conflicto (Gluckman, Dahrendorf, Schelling, Collins, entre otros) basada en los planteamientos de Marx, Ludwig, Simmel, precisamente la discordia, la ruptura, la crisis, el conflicto, son el motor para impulsar a la persona, el grupo, la organización o la sociedad entera a realizar las acciones para lograr el máximo beneficio, generar cambios socio-políticos, económicos, culturales y también crear obras de arte, innovar, modernizar (García-Germán, 2008, pp. 29-43). Por otro lado, hay que reconocer que estos cambios estructurales en todas las áreas de la vida humana a inicios del tercer milenio, no es algo portentoso,

36, fue acusada y condenada a prisión por tener relaciones con Joe (Charles Melton), un menor de 13 años. Más de 20 años después, ambos están casados, tienen tres hijos y mantienen una relación aparentemente normal. Elizabeth tratará de indagar en la personalidad de Gracie y Joe para comprender de mejor manera este extraño caso, encontrando en el proceso detalles inquietantes y perturbadores sobre la pareja. A primera vista, May december se puede leer como una aguda crítica hacia el género del true crime, tan popular en las plataformas de streaming, que se encuentran repletas de pseudo documentales sobre relatos de la vida real tan extraños que superan incluso a la ficción más descabellada. De tal forma, Haynes exhibe la explotación de Hollywood hacia historias de esta naturaleza, cuyas representaciones sólo exploran su lado más superficial a favor del impacto fácil y rara vez ahondan en las problemáticas reales de sus protagonistas. Además de evidenciar esa fascinación

Cine

6 Por Adolfo Nuñez J.


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LA GUALDRA NO. 609 /// 19 DE FEBRERO DE 2024

Cine

Desayuno en Tiffany’s, mon ku

Cinco nominaciones a los Oscar para La zona de interés, de Jonathan Glazer ¿Hollywood se asoma a la zona de riesgo?

6 Por Sergi Ramos

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as nominaciones a los premios Oscar han tomado un giro cuanto menos inesperado. Entre la lista de películas nominadas a los premios importantes, la academia ha hecho un hueco a algunas producciones del cine de autor con sello de calidad europeo, y en particular a dos películas que dejaron huella, por distintas razones, en el último Festival de Cannes. Estamos hablando de Anatomía de una caída, de Justine Triet, y de La zona de interés de Jonathan Glazer. La presencia en los Oscar de obras premiadas en Cannes no resulta tan singular como podría parecer a primera vista. Sin tirar de hemeroteca, basta recordar el caso de la coreana Parasite, de Bong Joon-ho, que triunfó en ambas orillas en 2020, consiguiendo en cada ocasión los máximos galardones. Con una película, además, de habla no inglesa. Algo parecido podría suceder con Anatomía de una caída, que sorprendentemente no fue seleccionada para representar a Francia -por las declaraciones de la directora contra el gobierno francés de Emmanuel Macron, según dicen las malas lenguas- y que ha conseguido colarse en la lista de los Oscars por méritos propios. También, como ocurrió con Parasite, se trata de una obra elaborada a partir de algunos parámetros del cine de autor, pero con una forma enraizada en el cine de género y en ciertas vetas cinematográficas que conectan con el público en general. No por nada, las películas de tribunales se conformaron históricamente como un género -menor- de la producción hollywoodiense. La zona de interés es, sin embargo, harina de otro costal. Recordemos que la película (comentada ya en estas páginas en ocasión del último Festival de Cannes) retrata a la familia de Rudolf Höss, comandante nazi del campo de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial. El realizador inglés adapta el libro epónimo de Martin Amis, proponiendo una visión del día a día de su familia, en la mansión rodeada de jardines que construyeron junto al campo de concentración. Esa vida ordinaria es filmada a base de planos fijos, retomados una y otra vez, cuyo estatismo anuncia la racionalidad aplicada al mal que caracterizó al holocausto. La película crea una singular desazón potenciando el fuera de campo, al principio a través de ruidos y zumbidos cuyo origen no se puede identificar. Más tarde, un movimiento panorámico de cámara termina mostrando, tras los muros de la casa, las chimeneas de las cámaras de incineración, que a partir de ahí ocuparán el fondo del paisaje y no

dejarán de humear, imprimiendo la huella de su presencia en la cotidiana banalidad del mal de la familia Höss. Ya en el Festival de Cannes, la película generó debate, dando continuidad a una de las polémicas más virulentas -y manidas- de la historia reciente del arte: la posibilidad moral de representar el holocausto desde, en palabras de Jacques Rivette, el “abyecto tráveling” de Kapo, la película dirigida por Gillo Pontecorvo en 1960, hasta el “es una barbaridad escribir poesía después de Auschwitz” de Theodor Adorno. El director inglés, perfectamente consciente de las coordenadas de este debate, toma claramente partido por la representación. No se trata, por supuesto, de retomar los códigos del cine hollywoodense clásico, que aspira a un cierto realismo a través de una supuesta transparen-

cia de la narración cinematográfica, como en La lista de Schindler de Steven Spielberg, que triunfó en los Oscar de 1994 con siete estatuillas. Tampoco tiene nada que ver con la comedia con aires de fábula de Roberto Benigni, La vida es bella, que se hizo con importantes galardones en Cannes y los Oscar. El filme de Glazer funciona al contrario como una afirmación de la capacidad del cine para enfrentarse a la representación de las más complejas realidades, haciéndolo sin embargo desde las coordenadas del cine de autor más reflexivo, dejando al desnudo su dispositivo cinematográfico y ofreciéndolo permanentemente a la mirada del espectador. Esta exhibición de su naturaleza fílmica se presenta como el perfecto reverso de otra tendencia del cine hollywoodiense que ha venido

abriéndose paso en los últimos años, y que ha sido ampliamente recompensada por su academia. Se trata del barroquismo encarnado por la triunfadora de la edición anterior, la vacua Todo a la vez en todas partes, de los Daniels, u otra de las grandes nominadas en este curso, Oppenheimer de Christopher Nolan. Con esta última, comparte la narración de otra de las principales empresas de destrucción del siglo XX, el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki. Tanto los Daniels como Nolan llevan al extremo la distorsión de las coordenadas narrativas clásicas, operando elipsis, saltos en el tiempo o entre dimensiones paralelas, utilizando el cine con el objetivo de romper la linealidad para sugerir nuevas conexiones, múltiples interpretaciones de un mismo tema. En el caso de Oppenheimer, poniendo en evidencia una pluralidad de facetas, que aportarían una cierta complejidad al creador de la bomba atómica. Sin embargo, esta profusión formal de imágenes, de tiempos, se inscribe dentro de la representación de una ambigüedad sicológica propia del biopic, jugando con una identificación y rechazo convenidos del espectador con el personaje, ocultados en el centro de una sesión de fuegos artificiales. La zona de interés, al contrario, trabaja a partir de la economía de sus medios y la austeridad de sus recursos de puesta en escena. Algunos de ellos pueden parecer obvios, cuando se trata de la representación del horror, como la utilización del fuera de campo, con su capacidad de acongojar a través de la sola sugestión de una presencia. La observación clínica de la realidad, realizada a partir de la utilización de cámaras fijas inspirado de la telerrealidad y de los dispositivos de vigilancia, aspira a ofrecer al espectador una imagen sistemática y distanciada de la banalidad del mal. Además, la película aparta de un manotazo el tratamiento sicológico de los personajes, que impide cualquier posible identificación con los protagonistas, retratándolos como unas marionetas podridas por la maldad que los anima. Cada uno de estos recursos, y otros más, como los sueños o las imágenes del campo museo filmadas en el presente, pueden dar a la película un aire de artificiosidad autoral ensimismada, que chocaría con lo trágico del tema tratado. Nos parece, sin embargo, que ahí radica su acierto, como un planteamiento posible y acertado de la representación del mal, basado en la heterogenia y la dispersión, a contracorriente de la propuesta de Christopher Nolan. Esta aparenta complejidad, rompiendo el puzle y dispersando las piezas, pero sin que esto ponga en peligro la unidad de la imagen final.


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