La clausula piensalo bien ante mirian g blanco

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PLAS Tic, tac, tic, tac… Aquel maldito reloj haría enloquecer por completo a Melisa. No hacía falta preguntarle cómo se encontraba. ¡Por supuesto que no! Su pierna izquierda respondía por sí sola con aquel continuo golpeteo. Ella volvió a observar su reloj de mano para confirmar el retraso. Debería haber entrado por aquella enorme puerta desde hace, exactamente, dos horas. ¡Maldita sea! Dejó que las palmas de sus manos atizaran sus piernas, produciendo un «armonioso» ruido en la salita de espera. Un carraspeo hizo paralizarla para observar hacia una de las empleadas de la empresa. Gesticuló una disculpa hacia aquella atractiva mujer que la estaba fulminando con la mirada. Melisa suspiró con cansancio mientras se incorporaba del asiento, tratando de relajar sus nervios. No pudo reprimir plancharse, nuevamente con sus manos, la falda negra de tubo que había decidido vestir para aquella ocasión. Caminó encima de sus incómodos tacones rojos, practicando una buena apariencia ante su posible futuro jefe. Arrugó los ojos para analizar, con cierto disimulo, las fisonomías de las empleadas allí presentes. «¡Estoy jodida!», pensó. Todas eran rubias y de ojos tan claros como el mismísimo cielo. Por un momento se había sentido como una famosa conejita de Playboy, pero ella no podía competir con aquellas explosivas mujeres sacadas de las mejores revistas de moda. ¡Melisa era todo lo contrario! Pelo negro como el carbón, ojos tan oscuros coma la noche y un cuerpo realmente sencillo. Como ella misma se definía: «una más del montón, ¡y muy orgullosa de serlo!».


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