Latinoamérica Viva FIL 2019

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“Este programa es público, ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido su uso para fines distintos a los establecidos en el programa”


Ricardo Villanueva Lomelí Rector General

Raúl Padilla López Presidente

Dania Guzmán Torres Coordinadora de Diseño y Ambientación

Héctor Raúl Solís Gadea Vicerrector Ejecutivo

Marisol Schulz Manaut Directora General

Adrián Lara Santoscoy Coordinador de Montaje

Guillermo Arturo Gómez Mata Secretario General

Tania Guerrero Villanueva Directora de Operaciones

Carolina Tapia Luna Coordinadora de Programación

Juan Manuel Durán Juárez Rector del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades

Laura Niembro Díaz Directora de Contenidos

Yolanda Herrera Paredes Coordinadora de Viajes e Itinerarios

Ma. del Socorro González García Administradora general

Isabel Islas Cervantes Coordinadora de Difusión

Mariño González Mariscal Coordinador general de Prensa y Difusión

Mónica Rosete García Coordinadora de Alimentos y Bebidas

Francisco Javier González Madariaga Rector del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño

Armando Montes de Santiago Coordinador general de Expositores

Miriam Arias García Coordinadora de Recursos Humanos

Ángel Igor Lozada Rivera Melo Secretario de Vinculación y Difusión Cultural

Rubén Padilla Cortés Coordinador general de Profesionales

Leticia Cortés Navarro Coordinadora de Ventas Nacionales

Bertha Mejía Vázquez Coordinadora general de Patrocinios

Erika Jiménez Novela Coordinadora de Crédito y Cobranza

Ana Luelmo Álvarez Coordinadora general de FIL Niños

Elena Mondragón Villegas Contadora general

Ana Teresa Ramírez de Alba Productora Foro FIL

Lourdes Rodríguez de la Torre Coordinadora de Protocolo

Leonardo Ureña Bailón Coordinador de Tecnologías de la Información

Angélica Gabriela Villaseñor Rivera Coordinadora de Ventas Área Internacional

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Luis Gustavo Padilla Montes Rector del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas

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Índice Nota al lector...........................................................................................5 Eugenia Almeida | argentina..................................................................6 Alejandro Álvarez Nieves | puerto rico................................................8 Pía Barros | chile..................................................................................10 Cristina Bendek | colombia..................................................................12 Miguel Antonio Chávez | ecuador......................................................14 Renato Cisneros | perú.........................................................................16 Jorge Consiglio | argentina.................................................................18 Alejandra Costamagna | chile..............................................................20 María José Cumplido | chile.................................................................22 Ricardo Elías | chile...............................................................................24 Ana Fortuny | guatemala......................................................................26 Carla Guelfenbein | chile......................................................................28 Andrea Jeftanovic | chile......................................................................30 Enzo Maqueira | argentina...................................................................32 Uriel Quesada | costa rica....................................................................34 Giovanna Rivero | bolivia......................................................................36 Juan Manuel Robles | perú....................................................................38 Solange Rodríguez | ecuador...............................................................40 Anacristina Rossi | costa rica...............................................................42 Arelis Uribe | chile.................................................................................44 Wilmer Urrelo | bolivia.........................................................................46 Gabriela Wiener | perú.........................................................................50 Histórico de participantes al 2019........................................................54 Histórico de participantes por país....................................................57

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Hernán Álvarez Vera | argentina.........................................................48

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Agradecemos su valioso apoyo a: Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina, Dirección de Literatura de la UNAM, Ediciones DocumentA / Escénicas, editorial El Cuervo, Embajada de Colombia en México, Festival Centroamérica Cuenta, Festival de la Palabra de Puerto Rico, grupo editorial Planeta, grupo editorial PRHM, Instituto Distrital de las Artes – Idartes de Bogotá, Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Argentina, Plan Nacional del Libro y la Lectura del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador, Simplemente editores y Suburbano ediciones.

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Proyecto editorial y curaduría: Laura Niembro Cuidado de la edición, logistica y operación: Melina Flores Hernández Diseño editorial: Dania Guzmán

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La movida latinoamericana La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), en su edición 33, reafirma el programa Latinoamérica Viva como una plataforma para las nuevas voces de literatura escrita en español, en la que los lectores encuentran una ventana para asomarse a la riqueza de la región, y los profesionales del libro opciones para ampliar sus catálogos editoriales. Hace ocho años ya, que celebramos nuestro 25 aniversario con el programa literario Los 25 Secretos Mejor Guardados de América Latina, que apostaba por voces emergentes de la región que forman hoy, parte del referente contemporáneo de la literatura latinoamericana. Este año celebramos con orgullo la séptima edición de este proyecto, que tiene como motor la confianza y el apoyo otorgado por cada uno de nuestros aliados quienes han sido parte esencial de él, a todos ellos: gracias. Gracias por ayudarnos a construir el puente para estas voces literarias que han traspasado sus fronteras geográficas para conseguir que sus realidades literarias se encuentren, dialoguen y compartan con el público de la FIL. Gracias a los autores que han apostado por hacer pie de casa a la narrativa latinoamericana y acoger a Guadalajara como el punto de reunión, a escala mundial, para coincidir con sus pares y consolidar esta fiesta de las letras como un referente literario de la región.

Laura Niembro Directora de Contenidos

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Para nosotros es un privilegio obsequiar a los lectores esta muestra de la enorme calidad literaria que abunda en nuestro continente; en esta séptima edición participan 23 autores de diez países, y por primera vez en este programa el número de escritoras supera el de los autores; queda un largo camino por andar respecto a la equidad de oportunidades para las mujeres que deciden dedicar su vida a la escritura, y desde esta trinchera buscaremos colaborar para ello. Sean pues, bienvenidos desde todas las latitudes: del Cono Sur a Centroamérica, del Caribe a las cordilleras andinas. Bienvenidos a esta movida región literaria, fiestera y profunda, que late y exuda vida.

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Eugenia Almeida ARGENTINA Nací en Córdoba, en 1972. Soy licenciada en comunicación social. Trabajé como lavacopas, moza, personal de limpieza, cadete, secretaria, vendedora, artista callejera, profesora particular y recepcionista. A cada uno de esos trabajos fui con mi equipo de supervivencia: una lapicera y un cuaderno. Esas herramientas, hoy, son parte cotidiana de mi trabajo. Escribo, doy clases, reseño libros, hago radio, y coordino talleres de literatura. En 2005 mi primera novela, El colectivo, ganó el Premio Internacional de Novela Las Dos Orillas organizado por el Salón del Libro Iberoamericano de Gijón (España). Hasta ahora, ha sido publicado en Argentina, España, Grecia, Islandia, Francia, Italia, Portugal y Austria. Mi segunda novela, La pieza del fondo, publicada en Francia y Argentina, fue seleccionada como finalista del Premio Rómulo Gallegos 2011. En 2015 publiqué el libro de poesía La boca de la tormenta. Mi tercera novela, La tensión del umbral, recibió en Francia el Premio Transfuge a la mejor novela hispánica. En 2019 publiqué, en Ediciones DocumentA/Escénicas, el libro de ensayos sobre la escritura Inundación. El lenguaje secreto del que estamos hechos.

©Philippe Matsas

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Mi equipo de supervivencia sigue siendo el mismo.


Fragmento de Inundación. El lenguaje secreto del que estamos hechos Escribir implica habitar intensamente el tiempo presente. Poner el cuerpo en actitud de completa entrega. ¿Qué la escritura es todo lo contrario? ¿Qué nos saca del aquí y ahora para generar otros mundos posibles? Sí. También. Pero esos mundos no pueden abrirse si antes uno no se concentra en posarse sobre lo que está dado.

Tomado de: Almeida, Eugenia (2019) Inundación. El lenguaje secreto del que estamos hechos. Argentina: Ediciones DocumentA/Escénicas

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Escribir implica un ejercicio de recogimiento, de retiro, el gesto de restarse del mundo. Como un foco de luz que se angosta y, a la vez, se vuelve más potente. Traer hacia uno las redes, replegarse. Habitar el propio cuerpo. De ahí vendrán luego otras coordenadas de tiempo y espacio. Pero el primer paso es indispensable. Retirarse del mundo para crear otros. Replegarse para multiplicar posibilidades, habitarse para descubrir el extrañamiento ante lo desnaturalizado. Quizás suena a una paradoja. Si es así, hay acierto. La paradoja es una herramienta de disolución de la ceguera. Nos recuerda que el mundo es paradójico, que el orden está en nuestros ojos y no afuera, que un orden es intercambiable por cualquier otro, que todo es construido. Lo decía Anaïs Nin: “No vemos las cosas como son, las vemos como somos.”

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Alejandro Álvarez PUERTO RICO

Entre mis traducciones se destacan Negras: Stories of Black Puerto Rican Women, de Yolanda Arroyo Pizarro (Boreales, 2011; al inglés), Anoche un DJ me salvó la vida, de William Brewster y Frank Broghton (Temas de Hoy, 2019; al español) y Belleza salvaje y otros poemas de Ntozake Shange (Atria Books, 2018; al español), con el que recibí el International Latino Book Award 2018 en la categoría de traducción al español. Soy anarcohedonista y buen comensal. Actualmente he caído en la locura de curar un festival literario con muy poco apoyo institucional, desde hace dos años dirigido por Mayra Santos Febres.

©Alonso Sambolín

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Poeta, narrador y traductor del inglés. Para pagar las cuentas, soy profesor del Programa Graduado de Traducción de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Con mi primer poemario, poemarios El proceso traductor (Libros AC, 2012), intenté conformar una serie de poemas formal y de suma belleza. No lo logré, quizá por eso me dieron el Premio de Poesía El Nuevo Día. Luego publiqué, Quiebre de armas (Trabalis Editores, 2018), con el que juego con la poesía coloquial para romper los estándares de la hombría caribeña. Me estrené en narrativa con la colección de cuentos Comandos (2019, Ediciones Alayubia), que también presenta formas juguetonas de una masculinidad fracasada. Me dio con escribir una novela, La última noche en el Majestic, que ganó mención de honor en los Premios Nacionales del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2015, y espera publicación para el 2020.


Fragmento de “Majestic Blues” La tipa se llamaba Candy, o así decía que se llamaba, y llevaba cuatro días quedándose en una de las Ocean Suites. Era una rubia con cuerpo de prieta, de esas cosas raras que dejan el sur de por allá en los estados. Alta, rubia y de ojos verdes. No pasaba de los veinticinco años. Siempre con ropa tropical, pero elegante. No sofisticada como las tipas de aquí. Fina de verdad. Ropa cara. Con un tatuaje pequeño de un símbolo del infinito en la muñeca derecha y otro de una cruz egipcia en la izquierda. Tenía las tetas salpicás de lunares. Desde que pisó la curvita de la entrada principal vino repartiendo el bacalao. Treinta pesos pa Antonio por bajarle las maletas. Trescientos a la picá pa la de la recepción por darle una suite exclusiva frente al mar. Luego cien pa Ortiz, que le llevó las maletas. Vamos, que la tipa, tras que estaba que estilla, era un guiso ambulante. Cuando le dejaron el equipaje, no hizo más que sentarse en el asiento del balcón y llamó a pedir una botella de Krystal con una orden de fresas con chocolate. Cincuenta cocos pal de Room Service. Pa colmo era simpática. Demasiado simpática para mi gusto. Caminaba todo el mármol terracota que componía el lobby. Miraba los detalles de la madera tallada, las luces, la variedad de las orquídeas embobá. Donde quiera que se metía hablaba con todo el mundo, huésped o empleado, no importa. Preguntaba de todo, desde cómo era su trabajo hasta cuántos hijos tenían los muchachos, tan atenta que no se sabe si es que está prestando atención o si su cinismo es el más frío de todo el planeta.

Tomado de: Álvarez Nieves, Alejandro (2019) Comandos y otros cuentos de hombres flojos. Puerto Rico: Ediciones Alayubia

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Algo no cuadraba. Nadie puede ser tan feliz. Una veinteañera forrá de chavos viajando sola a Puerto Rico sin conocerlo, sin saber hablar español. Comprando en las tiendas del hotel como si no hubiera mañana, repartiendo billete como si vendiera la lotería. Saliendo de joda a las tantas de la madrugada con las meseras del lobby, a las que se echó al bolsillo antes de las nueve de la noche el día en el que llegó. Pidiendo sacos de perico a Antonio pa que se los trajera a la habitación. Alquilando un Ferrari pa darle la vuelta al Condado. Coño, ni los gringos viejos verdes que vienen aquí dos veces al mes hacen eso, chico. No sé, mi hermano, pero todo ese conjunto de loqueras como que no me cuadraban, me hacían mirarla raro. Los colmillús siempre están sonriendo. Y tenía que notárseme la desconfianza en la cara, porque la única persona en el Majestic a la que Candy Smith no le hacía puto caso era a mí.

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Pía Barros CHILE Mi nombre es Pía Barros, nací en Melipilla en 1956. Estudié la licenciatura en castellano, en la Universidad de Santiago. Desde 1978 me dedico a mi gran pasión: dar talleres literarios. Actualmente soy directora de Talleres Ergo Sum y de Editorial Asterión. Soy autora de los libros Miedos transitorios (1986), A horcajadas (1990), El tono menor del deseo (1991), Signos bajo la piel (1994), Ropa usada (2000), Lo que ya nos encontró (2001), Los que sobran (2003), Llamadas perdidas (2006), La Grandmother y otros (2007), El lugar del otro (2010) y Las tristes (2015). Mis obras se encuentran publicadas en nume-rosas antologías y han sido traducidas a múltiples idiomas. Dentro de las distinciones que he recibido se encuentran los Juegos Literarios de la I. Municipalidad de Santiago (1978), el Segundo Premio Televisión Nacional, Altazor (2011) y Lygia Fagundes Telles (2015), otorgado durante las VIII Jornadas de Mulhieres Escritoras de Brasil, entre otros.

©Álvaro Hoppe

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He sido escritora en residencia en la Universidad de Oregon, y he dictado innumerables seminarios y conferencias para diversas universidades de Estados Unidos. Regularmente asisto a congresos para hablar de temas como literatura y mujer, microficción, feminismo, política y derechos humanos.


Tatuajes 1 Cuidado: con el arrebato del tiempo, toda mariposa se volverá murciélago.

Tatuajes 2 Vio el dragón dibujado sobre la mesa de aquel asiático que se negaba a mirarla a los ojos. “Ojos verdes, mala suerte”, masculló limpiando con un trapo la mesa una y otra vez. Lo fotografió y luego mostró al tatuador la imagen en el celular. “Pero hazlo verde”, dijo, odiando las supersticiones incultas. La espalda se veía hermosa y en su omóplato izquierdo, el dragón verde echaba chispas rojas a su paso. La encontraron ayer, boca abajo sobre la alfombra. Algo la había corroído inexplicablemente. Tal vez una quemadura eléctrica interna, se atrevieron a decir los forenses. En la pared, un dragón verde se aferraba al papel mural.

Tatuajes 3 Jamás te olvidaré, dijo ella.

Tomado de: Barrios, Pía (2015) Las tristes. Chile: Ediciones Asterión

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Jamás lo harás, dijo él, y acercó el cigarrillo a sus pechos.

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Cristina Bendek COLOMBIA

En San Andrés trabajé como periodista y columnista durante dos años, abordando temas sobre política colombiana, la crisis de paradigmas institucionales en la isla, y sobre el litigio internacional entre Colombia y Nicaragua por el mar del archipiélago. En mayo de 2018 terminé mi primer manuscrito, Los cristales de la sal, para enviarlo a una convocatoria nacional. La obra resultó ganadora del Premio Elisa Mújica de novela escrita por mujeres del Idartes en alianza con la editorial Laguna Libros.En abril de 2019 Los cristales de la sal se lanzó en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, como un resultado emocional de la indagación histórica en la diversidad de mis raíces caribeñas, y como una interpretación de la crisis insular en el contexto de la disputa por el territorio y de las tensiones étnicas y políticas entre la isla y el Estado. Actualmente me dedico a escribir un libro de cuentos cortos, y a desarrollar la investigación para escribir una segunda novela.

©Gabriela Montoya

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Soy caribeña, nací en octubre de 1987 en el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, en Colombia. A los 16 años me mudé a la ciudad de Bogotá para estudiar gobierno y relaciones internacionales. Viví en Ciudad de México entre 2011 y 2015, mientras terminaba mis estudios e iniciaba proyectos de emprendimiento propio. A los 27 años regresé a mi isla natal y, tras trece años de ausencia, decidí involucrarme de nuevo con las problemáticas locales.


Fragmento de Los cristales de la sal Abro la reja de la casa y cruzo la terraza, vengo caliente como la calle, abro ahora la puerta de madera y me recibe un vaho de guardado que nada que se va, como si la casa no me perdonara el olvido. Ya me acostumbré otra vez al reclamo mientras pico la hierba y tomo una limonada con azúcar morena. La tarde se me irá rápido. Al ocaso, el humo. Rolar, prender. Calar hondo, Pasar saliva, suspirar. Calar, pasar saliva, soltar. Repetir. Noche sin brisa. Dentro de mis ojos veo una corriente, de esas, una espiral que me succiona, lucecitas y chispitas que son brazos y se desenrollan. Mi cabeza gira, ¿gira físicamente? No estoy segura. Me voy con la corriente, me hundo, entre las olas que se moldean y se arremolinan, que son espirales de nuevo, entre vacíos y túneles (...). Veo lo primero que recuerdo de la ciudad, la luz de las seis y media de la mañana (...). Voy más adentro, otro espiral. (...) Mi voz pregunta algo. Cuando, finalmente, recuerdas a alguien con quien sufriste, ¿qué ves? ¿Ves todo su cuerpo? ¿Su cara? ¿Recreas una situación? ¿Oyes una frase en su voz? (...) Llega algo borroso que es Roberto. El viaje a Miami, días soleados en Guanajuato, callecitas adoquinadas y pulcras del pueblo. Estatuas y tótems abren la boca y los brazos, la piedra y el bronce se desmoronan, un Tláloc dios de la lluvia, pirámides sin punta. Oigo la flauta de tragicomedia en cajas de música, veo esta casa, mi cubo blanco magnético (...). Veo la isla, es una caja de resonancia, mis pensamientos se vuelven vida. (...)

(...) Ella desvió la mirada a la derecha, pero él mira serenamente a la cámara, en... en el estudio de The Duperly & Sons Photographers, en Kingston, Jamaica, en 1912. No puedo dejar de verlos. Rebecca y Jeremiah. Rebecca Bowie. Jeremiah Lynton. Hablo sus nombres mientras enciendo otra luz para verlos mejor. (...) La miro a ella. Su mandíbula está apretada, como si estuviera brava. Jeremiah y Rebecca, tatarabuelos. Cabeceo y la foto queda en el escritorio viejo. (...). Una cigarra canta desde el otro lado de mi muro. Ahora calla. El silencio se quiebra con un arañazo, frunzo el ceño, salto y abro los ojos, miro hacia arriba. Otro más, otro más. Tomado de: Bendek, Cristina. (2019). Los cristales de la sal. (S. Cohen, Ed.) Colombia: Laguna Libros

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Me siento en la silla vieja de cuero que rechina y paso un trapo por el maletín metálico. (...) Ha contenido por años unos aburridos papeles sueltos (...) y un sobre grande de manila. Lo abro, papeles, y hay unas fotos adentro. Meto la mano. Reviso las hojas amarillas. Son unos documentos de la oficina de circulación y residencia, unas cartas de radicación de mi árbol genealógico. Se ve mi apellido y encima Jeremiah Lynton y Rebecca Bowie. Pronuncio. Hay una foto impresa en tamaño carta, a blanco y negro. Son ellos.

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Miguel Antonio Chávez ECUADOR

Hoy miro satisfecho lo bien que envejeció mi cuento más antologado dentro y fuera del Ecuador: “La puta madre patria”, finalista del Premio Juan Rulfo en 2007, y traducido al húngaro y al mandarín. Gracias a Librosampleados de CDMX se publicó junto con otros cuentos míos, en 2014. También escribí La kriptonita del Sinaí y otras piezas breves (2013). Una de estas piezas quedó finalista del Concurso Nacional Dramaturgia José Martínez Queirolo 2009. Y otra, El electroshock nuestro de cada día fue llevada a escena en mi ciudad natal en 2017. También soy el orgulloso padre de tres novelas, La maniobra de Heimlich (Lima, 2010; La Habana, 2014), Conejo ciego en Surinam (Bogotá, 2013; Quito, 2017; Nueva York, 2018) y una más por publicarse.

©Grace Estrada

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He vuelto. Me han pasado varias cosas en estos años. Tres proyectos de novela simultáneos, uno de los cuales recibió en mi país una beca de creación artística. El proyecto de residencia de escritores que vi truncado debido al terremoto que asoló mi país en 2016. Un guión de largometraje que escribí en coautoría. La tesis de la Minnesota State University, Mankato (2016) que estudió mi obra literaria. Mi traducción de Los revolucionarios lo intentan de nuevo (2018), novela de Mauro Javier Cárdenas. Una maestría de escritura creativa en NY y un doctorado que ahora estoy cursando en Canadá. La relación con mi compañera de vida…


Fragmento de Darwin Go Home Fray Tomás de Berlanga descubrió por accidente las Galápagos, las islas con las que soñaba Ellis cuando era niño. Debía llegar a las costas peruanas pero las corrientes marinas lo desviaron aquella mañana de 1535. El paisaje árido y las olas feroces que golpeaban contra las rocas negras, ubicuas y carentes de vegetación, desconcertaron al cura dominico. Quizá el encuentro que más lo espantó fue el que tuvo con las iguanas marinas, amas y señoras que reptaban sobre aquella isla cuyas entrañas volcánicas despedían un denso vapor de agua. Negras, con mínimas partes turquesas y rojizas, y con la piel más áspera que la indiferencia humana, Berlanga comparó a las iguanas marinas con serpientes y le parecieron monstruosas. Lo peor estaba por ocurrir. Cavaron un pozo cuando llegaron a una isla contigua; los más desesperados bebieron primero y perecieron pronto. El fraile luego escribió: “Del pozo salió el agua más amarga que la de la mar en la tierra”. No resultó extraño, entonces, que Berlanga lanzara una maldición sobre este lugar en el que ningún ser humano había puesto un pie y lo llamara el infierno en la tierra. El fraile no podía tener la más mínima de idea de lo que pasaría con las iguanas marinas y las demás especies del archipiélago, cientos de años después, cuando llegó la radioactividad. Pero si Berlanga hubiera podido ver lo que finalmente pasó, se habría dado cuenta de que las palabras que escribió en su diario le quedaron cortas. Muy cortas, pensó Ellis, antes de subirse a la línea A en la estación de la 168, rumbo al JFK, ¿por qué será que nos encanta hallar el paraíso en los lugares más absurdos?, pensó. Una mujer se sentó al lado de Ellis, sin querer tocó con su brazo izquierdo y se disculpó. La misma reacción automática que ocurre miles de veces a diario en el metro de Nueva York. Ellis le restó importancia, pero ella insistió.

Mientras escuchaba el relato de la mujer, Elis se percató que ella no dejaba de mirar de reojo los tumores de su brazo, apenas disimulados por una lycra que llegaba hasta la mitad de su mano. Tomado de: Chávez, Miguel Antonio (inédita) Darwin Go Home

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Usted sabe, dijo la mujer, en estos días hay que disculparse por tocar a la gente en esta ciudad. La otra vez en el Bronx una señora me reclamó. Ella cargaba varias bolsas y le dio bronca porque se le había caído una de ellas. Yo me excusé, le dije que había sido accidental. Y me ofrecí a recogerla, pero ella me dijo no, mejor no. Entonces asumí que todo estaba bien pero apenas empecé a caminar, me insultó. ¿Puede creer?

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Renato Cisneros PERÚ Mi nombre es Renato Cisneros. Tengo 43 años. Empecé escribiendo y publicando poesía hasta que di a parar a la Redacción de El Comercio de Lima. Allí, a lo largo de once años, escribí centenares de notas informativas en las dos áreas que mejor definen el temperamento de cualquier sociedad: Política y Deportes. Como secuela de esa experiencia, incapacitado ya para el registro lírico, me puse a escribir novelas. Mis últimos tres libros –uno sobre mi padre militar; otro sobre mis inquietantes antepasados paternos y, el más reciente, acerca de los pormenores previos al nacimiento de mi hija– componen un expediente literario familiar que me ha generado igual número de alegrías que de líos domésticos.

©Erick Mólgora

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El primer libro de esa trilogía, La distancia que nos separa, además de agotar once ediciones en mi país, ha sido traducido a varios idiomas. Hace cuatro años me mudé a Madrid, acompañando a mi esposa, que está por culminar su especialización médica. Actualmente escribo columnas; conduzco, de madrugada, vía Internet, un noticiero radial que se oye en Perú, en horario estelar, en la radio más importante del país; y tomo notas para mi próximo proyecto novelístico, que desde luego no tengo idea en qué consiste.


Fragmento de La Distancia que nos separa Pueden pasar veinte años desde que enterraste a tu padre sin que te preguntes nada específico respecto de los estragos de su ausencia. Pero cuando más familiarizado crees estar con esa desaparición, cuando más convencido te sientes de haberla superado, un fastidio empieza a carcomerte. El fastidio activa tu curiosidad, la curiosidad te lleva a hacer preguntas, a buscar información. Poco a poco captas que eso que te han dicho durante tantos años respecto de la biografía de tu padre no te convence más. O peor: captas que lo que tu propio padre decía sobre su biografía ha dejado de parecerte confiable. Las mismas versiones que siempre sonaron certeras, suficientes, se vuelven confusas, contradictorias, no encajan, colisionan estrepitosamente con las ideas que la muerte de tu padre ha ido fraguando en tu interior en el transcurso del tiempo, y que una vez puestas de manifiesto son como un sólido islote que tiene en ti a su único náufrago.

¿Dónde están los auténticos relatos y fotografías de los pasajes desgarradores y aberrantes que no forman parte de la historia autorizada de tu padre, pero que son tan o más importantes en la edificación de su identidad que los momentos gloriosos o triunfales? ¿Dónde está el álbum de negativos, de hechos velados, vergonzosos o infames que también sucedieron pero que nadie se molesta en describir? Cuando eres chico, los familiares te mienten para protegerte de una decepción. Cuando eres adulto, ya no te interesa preguntar, acostumbrado como estás a lo que pregona la familia. Tú mismo circulas, repites y defiendes sucesos de la vida de tu padre que jamás viviste ni estudiaste ni pudiste comprobar. Solo la muerte —inflamando tu inquietud, incrementando tus dudas— te ayuda a corregir las mentiras que escuchaste desde siempre, a canjearlas, no por verdades, sino por otras mentiras, pero mentiras más tuyas, más privadas, más portátiles. La muerte puede ser muy triste, pero provee destellos de una sabiduría que, en las mentes correctas, resulta luminosa, temible, anárquica. La muerte tiene más vida que la propia vida porque la penetra, la invade, la ocupa, la opaca, la somete, la estudia, la pone en tela de juicio, la ridiculiza. Hay preguntas que provoca la muerte que no pueden contestarse desde la vida. La vida no tiene palabras para referirse a la muerte porque la muerte se las ha tragado todas. Y mientras la muerte conoce mucho de la vida, ella no sabe absolutamente nada de la muerte.

Cisneros, Renato (2016) La distancia que nos separa. Perú: Seix Barral

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Lo que te desespera de pronto es no saber. No estar seguro, sospechar tanto. La ignorancia es desamparo y el desamparo, intemperie: por eso irrita, aturde, da frío. Por eso desentierras. Para saber si conociste a fondo a tu padre o solo lo viste pasar. Para saber cuán inexactos o deformados son los recuerdos esparcidos en la sobremesa de los almuerzos familiares; qué esconden esas repetitivas anécdotas que, contadas como parábolas, grafican muy bien la superficie de una vida, pero nunca revelan su intimidad; qué recortada verdad se oculta detrás de esas fábulas domésticas cuya única finalidad es labrar una mitología de la que ya te aburriste, que ya no te hace falta porque además no te alcanza para responder las calladas, monumentales e inhóspitas preguntas que ahora estrujan tu cerebro.

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Jorge Consiglio ARGENTINA

Lo primero que escribí en prosa fueron cuentos. La matriz de estas primeras narraciones tenía que ver con la resolución de un enigma o con la circulación de un secreto que funcionara como articulador de la historia pero, con los años, esta condición se fue desdibujando. Es decir, la intriga se volvió híbrida, dejó de depender de la historia y empezó a obedecer a la deriva del lenguaje. Este primer libro de cuentos se llamó Marrakech. Después, escribí tres novelas, El bien, Gramática de la sombra y Pequeñas intenciones, que comparten dos preocupaciones: el tema de la forma −me refiero al quiebre de la cronología y la cuestión de relatar en zigzag−, y el asunto del narrador y su compromiso con la materia narrativa. Estas mismas ideas siguen gravitando en mis textos recientes: una novela, Hospital Posadas, otro libro de cuentos, Villa del Parque, y una nouvelle, Tres monedas. ©Magdalena Siedlecki

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Nací en Buenos Aires en 1962 y estudié la carrera de letras. Empecé a leer y a escribir poesía en la adolescencia. Creo que los primeros poetas que me deslumbraron fueron los españoles de la Generación del 27. Recuerdo el enorme impacto estético que me provocaron los textos de Cernuda, de Vicente Aleixandre y de Rafael Alberti. De la poesía pasé a la narrativa, pero, de todas formas, creo que este primer paso lírico se transformó en un punto de abordaje hacia la literatura en general. En otras palabras, en mis relatos resuena un eco que proviene de la poesía, una mirada – una huella estética− que nunca abandoné. Este rasgo se manifiesta, creo, en una sintaxis particular que caracteriza a mis textos y en el uso que hago del silencio.


Fragmento de Tres monedas Amer mezcló cebolla, tomate y palta. Condimentó con sal, pimienta, aceite y limón. Nada especial, comida para salir del paso. Un guacamole. Lo untó en un pan crocante y lo fue acabando de a poco. Había retomado la costumbre de comer parado. Masticaba tranquilo. Saboreaba la acidez mientras su cabeza se perdía en un cúmulo de ideas que, al cabo de unos minutos, se fundía y generaba una atmósfera, algo vago, pero con una presencia tan viva como el sabor de la cebolla que le bailaba en la boca. Arriba, colgaba un foco de luz. A la derecha, estaba el calefón y a la izquierda, la heladera. En seis horas no había probado bocado. Tomó un sorbo de tinto. Dudó. Lo cortó con soda, dos chorros. Enseguida, aspiró aire por la nariz –un suspiro, pero al revés−, y en ese acto, como en todo lo que hizo esa noche, se impuso el placer. Cada acontecimiento –incluso el menor, el más insignificante− estuvo tocado por un resplandor de fiesta. Todo se enlazaba en una línea gozosa. Algo imparable, una cadena de aciertos y bienestar.

Como siempre, después del trabajo, se paró frente a su smart tv y usó el control remoto. El brillo de la pantalla, su pirotecnia, fue espectacular. Hizo zapping. Estuvo un rato así, atento solamente a la luz. Las imágenes duraban segundos: un locutor en short, uñas retráctiles, una multitud, el pico nevado del Cocuy, un plato de comida, tres aviones, el crecimiento de una planta, un edificio en Richmond, Saturno, los mares de la Luna, Saturno, una branquia, el gráfico del clima extendido. Pero a él se le clavó en la cabeza una sola cosa: la figura de un oso pardo. Hibernaba. Era un animal enorme, pero su cuerpo mantenía viva la gestualidad muda de un cachorro. Tenía aspecto apacible. Uno de sus ojos, el izquierdo, estaba apenas abierto, y por allí, por esa ranura, como una chispa, se filtraba la amenaza, la irracionalidad en su máxima pureza. Amer, con el oso a cuestas, se metió en la cocina, afiló un cuchillo con la hoja de otro y se puso a picar cebolla. Tomado de: Consiglio, Jorge (2018) Tres monedas. Argentina: Editorial Eterna Cadencia

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Había pasado la tarde trabajando sobre una corzuela. Era un animal chico y estaba en muy buen estado. Conservaba el pelaje sereno y la piel del hocico rosada, solo las córneas reflejaban la violencia final. Desde que tenía diez años, Amer cumplía sus obligaciones en riguroso silencio. Y pestañeaba poco, casi nada: su film lagrimal ofrecía una resistencia notable. Además, ahora, su tarea cotidiana, aquello con lo que pagaba las cuentas, lo justificaba; es decir, le daba motivos para vivir. Amer era delicado –las yemas de sus dedos eran crisálidas, parecían de gasa− y prolijo al extremo, dos cualidades valoradas en su profesión. Creía en el beneficio de la duda, en la lentitud y en la firmeza de hábitos.

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Alejandra Costamagna CHILE

Tenía que hablarles de mí y aquí estoy: enrollando una madeja de palabras. Tenía que decirles, por ejemplo, que soy periodista y doctora en literatura, además de escritora. Que publiqué mi primera novela, En voz baja, en 1996 y gané el Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral. Que luego vinieron otras cuatro novelas, cinco libros de cuentos y un compilado de crónicas y perfiles. Que he ganado algunos premios y he sido traducida a otros idiomas, como el francés, italiano o coreano. Que mi más reciente novela, El sistema del tacto (2018), fue finalista del Premio Herralde y publicada por Anagrama. Todo eso tenía que decirles, y también que creo firmemente que en literatura es mucho mejor quedarse corto que decir demasiado. Ya lo advertía Clarice Lispector: “Ya que hay que escribir, al menos no aplastemos con palabras las entrelíneas”. ©Gonzalo Donoso

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Nací en Santiago en 1970, y siempre miré la cordillera de los Andes con la curiosidad de quien sabe que al otro lado nacieron sus padres y sus abuelos. De chica viajaba en citroneta, todos los años, hasta Campana, el pueblito donde vivía la parentela. Para matar el aburrimiento contaba perros: en la pampa eran kilómetros y kilómetros con el cómputo sin variaciones. Luego reemplacé el conteo de perros por la lectura. Hoy trabajo con un gato sobre mis piernas y sigo atravesando mentalmente la cordillera. Escribo como una forma de proyectar viajes, de crear otros mundos en silencio. Escribo para escarbar en la memoria y dar sentido a cosas que no sé nombrar. Disculpen si me fui por las ramas.


Fragmento de El sistema del tacto

Tomado de: Costamagna, Alejandra (2018) El sistema del tacto. Chile: Anagrama

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Ania camina hacia el bus que la llevará a la capital para tomar el avión de regreso. No ve gente en las calles. Como si todos hubieran tenido que salir arrancando y hubieran dejado las cosas a medio hacer, la ciudad a medio existir. Pánico en el paraíso, piensa. Y quiere reírse, pero no le sale la risa. Lo que le sale es un pensamiento hacia el futuro cercano. Piensa que después de unas horas ya no será ella. Será una mujer que ha visto a su padre. Quisiera retroceder veinte o treinta jugadas en el tablero y subirse ahora mismo a la citroneta y desandar la ruta como copilota del hombre que la engendró. Las nubes gordas, la brisa, la línea recta del camino, la planicie que los succiona, la visión de la montaña, el ascenso. Pero el guion avanza con cortes directos, sin dilaciones, y ella se entrega al ritmo vertiginoso de las siguientes escenas. Ya en el avión, mira por la ventanilla y tiene la sensación de estar buscando algo en el aire. El pánico a volar es el mismo de sus diez, sus quince, sus veinte años. Pero ahora le parece que los destellos del sol la ponen a salvo. Una luz de terciopelo, que vuelve más nítidos los pequeños valles, los montículos, las cumbres, la nieve expandida en las alturas. Si ajusta bien la mirada, puede tocar los cerros con los ojos. La máquina se sacude. Ella sabe que la montaña está dispuesta a recibirla con sus cuencas abiertas. Aterrizar en tierra pedregosa y armarse un nido provisorio, muy lejos de la mansedumbre humana. Quedarse a vivir entre los musgos que consiguen respirar en las alturas y algún arbusto resistente. Entre alcohones y barbosas. De pronto se le ocurre que el origen de sus problemas es que no tiene jardín. Ania piensa que regar un jardín de noche debe ser como rescatar un pájaro sin canto o atravesar un océano o golpear frenéticamente las teclas de una máquina de escribir. Y que sin jardín ni pájaros ni teclados ni mares abiertos donde poner la mente en remojo, todo se vuelve improbable. Pero está segura, segurísima, de que en el futuro cercano, después de que todo esto pase, tendrá un jardín y lo regará con esmero. Como si fuera un pequeño campo del interior, un territorio liberado de los recuerdos y la sangre. Lo regará con el sistema del tacto, como si se tratara de un corazón desfalleciente, con celo de taquígrafo. Y algunas noches le parecerá escuchar el canto de un tilonorrinco o la voz de su padre. Un sonido que se mezclará en su cabeza y la dejará despierta. Y se levantará de madrugada y ajustará la manguera y prenderá la llave y dejará que el agua corra sobre los mechones de pasto y vaya labrando un charco que delinee, gota a gota, los contornos de una laguna propia.

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María José Cumplido CHILE Soy historiadora y escritora. Estudié historia en la Universidad Católica de Chile, y me he dedicado a estudiar la historia de las mujeres chilenas y a la divulgación histórica. En 2013 tuve un blog de historia en la revista estadounidense Hispanic American Historical Review de la Universidad de Duke. Desde 2014 que soy editora de Historia y Ciencias Sociales en Memoria Chilena, sitio web patrimonial que busca difundir las colecciones patrimoniales que guarda la Biblioteca Nacional de Chile. Con estos conocimientos y experiencia he querido divulgar la historia de Chile, en particular la historia de las mujeres de nuestro país, a públicos no especialistas.

©Lorena Palavecino

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He publicado Chilenas: la historia que construimos nosotras (2017), Chilenas rebeldes (2018) y Chilenas rebeldes 2 (2019).


Fragmento de Chilenas: la historia que construimos nosotras Hoy en día, si caminamos por la Alameda, principal avenida de Santiago de Chile, a nuestro paso podemos ver numerosas estatuas de militares hombres (y heterosexuales), pero ¿dónde están las figuras femeninas? ¿Por qué pareciera que la historia de las mujeres siempre se analiza de manera aislada, como si no fuera parte de nuestra historia? ¿Dónde están las que lucharon por derechos que hace cien años no teníamos? ¿No merecen acaso sus propias estatuas en la Alameda? ¿Dónde están reunidas sus historias?

Cumplido, María José (2017) Chilenas: la historia que construimos nosotras. Chile: editorial Sudamericana

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Siglo tras siglo, las mujeres han tenido que luchar para conseguir mejoras en sus vidas y para terminar con los abusos y sanciones que han recibido. Se las ha tratado de brujas y se las ha quemado; se las ha etiquetado de histéricas y se las ha encerrado en instituciones; se les ha prohibido votar en las elecciones y elegir a quiénes querían que las representaran; se les ha negado educarse en las universidades y tener una profesión; se les impidió por mucho tiempo tener un trabajo e independencia económica (y cuando, por fin lo lograron, fue por mucho tiempo en unas condiciones laborales indignas); se les quitó el derecho de acusar de violencia a sus maridos cuando las golpeaban y violaban… La lista de atrocidades suma y sigue.

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Ricardo Elías CHILE Nació en Santiago de Chile en 1983, y a los diez años de edad escribió su primera novela. Aunque más tarde se decidió por el camino de las comunicaciones y el cine (dirigió y escribió dos largometrajes), nunca abandonó la literatura. En 2012 ganó la beca de creación literaria del Fondo del Libro con la obra Memorias del desparpajo, libro de cuentos que luego se transformaría en Cielo fosco, publicado el año 2014 por editorial Librosdementira. Por esa misma época comenzó a publicar artículos y textos breves en revistas literarias de circulación nacional e internacional como Jámpster, Revista Crepúsculo y Neo Club Press. En 2017 ganó el V Concurso Inter-nacional de Novela Contacto Latino, en Columbus, Estados Unidos, con su novela A la cárcel que luego sería editada por Alto Pogo, en Argentina.

©Mailen Albamonte Pizarro

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En 2018, su cuento “Un muerto de mal criterio” fue seleccionado para integrar la Antología de relatos de humor de editorial Verbum, en España. Relatos suyos han aparecido en diversas antologías: Todo se derrumbó. Relatos sobre el desastre. Santiago-Ander, Chile, 2018; Writing grandmothers, Africa vs. Latin America Vol. 2, Mwanaka Media and Publishing, Zimbabwe, 2019; Santiago. Dostoyevsky Wannabe Cities, Reino Unido, 2019. Actualmente reside en la ciudad de Viña del Mar.


Fragmentos de A la cárcel - ¿Un puchito? -ofreció el Picle. - No fumo -respondió Lalo. - ¿No fumai...? Me estay hueviando. - El cigarro da cáncer, Picle. - ¡Pero huevón, estamos en cana! A quién chucha le importa. Estirar la pata sería lo mejor que nos podría pasar. - Sí, claro. Imagínate que fumas durante tus diez años de presidio, cumples tu condena, sales libre, llegas a tu casa, abrazas a tu mujer y sientes un dolor en el pecho. Al día siguiente vas al doctor: cáncer de pulmón, tres meses de vida. ¿Cómo te verías? El Picle miró su cigarrillo. Lo tiró al suelo y lo pisó. - Me convenciste –dijo-. No te fumo nunca más. Igual, de aquí a que salga… van a pasar una chorrera de años. Mi familia ya no viene ni a verme pos loco. La Laura anda con un mecánico. Se van a casar. Encendió otro cigarrillo. *** El reloj marcó las diecisiete y diez ese martes. Lalo Cartagena caminaba de un lado a otro del patio bordeando a Guillermo, así le llamaban al enorme muro que los separaba del exterior. El nombre fue acuñado en honor a Guillermo del Ponte, el carterista más antiguo del que se tenía registros. Lo mataron a pedradas. Al igual que ese Guillermo, cada año que pasaba, el muro se llenaba de más agujeros producto de piedras y golpes. Era una tradición de los presos. Fantaseaban con que esos boquetes servirían alguna vez para que alguien los escalara y saliera libre.

Lalo Cartagena miró con asombro el montaje de la estructura, una extraña satisfacción le infló el pecho. Era como si la sangre llenara cálidamente cada arteria de su cuerpo y el corazón se le inflara como un enorme pulmón. Jamás creyó que experimentaría algo así dentro de la cárcel. Yo debí haber sido paleontólogo en vez de delincuente, pensó. Aunque una cosa no necesariamente quitaba a la otra. Podría haber sido paleontólogo y delincuente a la vez. Ser delincuente no se elige, se es delincuente porque las circunstancias así lo determinan. Pocos niños hay en el mundo que responden quiero ejercer la delincuencia cuando les preguntan qué les gustaría ser de mayores. Tomado de: Elías, Ricardo. (2018) A la cárcel. Chile: Alto Pogo

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Ana Fortuny GUATEMALA

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©Gabriel Armas

Mi nombre es Ana Fortuny. Soy bióloga egresada de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Desde pequeña tuve un vínculo estrecho con los animales. Hay algo en las ranas y en los colibríes que me hipnotiza, aunque también encuentro fascinante la presencia de los árboles. Bajo su sombra, al ver hacia arriba, me pierdo para encontrarme. Al despertar, los abrazo. Empecé a escribir historias en la clase del profesor Santiago Sanz Benito, en el Colegio Alemán. Algunos compañeros sufrían cuando te-nían que redactar, y, a veces, cambiábamos los cuadernos. Yo modificaba y corregía los relatos; ellos, los problemas de física. Al salir del bachillerato me olvidé de las letras, pero después de 30 años, en un taller de Gloria Hernández, retomé la escritura. Continué con Mario Roberto Morales, Raúl de la Horra, Luis Aceituno y Arturo Monterroso. De ellos he aprendido el cómo. El qué, lo tomo de la vida, de mi familia, de los amigos y de los libros, o del niño que va por la calle con su rebaño de cabras, del señor que carga cubetas para lavar los carros, y de la mujer que saltó del puente del Incienso. Mi abuela tiene 93 años. La adoro y trato de hacer todo lo que ella no pudo, como cantar, por ejemplo, o visitar la librería Sophos. F&G publicó mi libro Caricias para Beatriz y otros relatos en 2014. Otros cuentos han aparecido en revistas de Centroamérica, México y Francia. Memorias de Adriano, El olvido que seremos y los poemas de Miguel Hernández me acompañarán cuando me desintegre.


Fragmento de “Mendel XXI” …Buscaba siempre una nueva característica: hojas comestibles con sabor de arándanos, un perfume con toques de almizcle y azahares, y hasta un grado de inteligencia que les permitiera inclinarse cuando él derramara agua cerca de sus raíces. Trabajaba todo el día. En los anaqueles ya no había espacio para más frascos, bandejas y escalpelos. Por las tardes yo ordenaba el alboroto que dejaba en el herbario. Recogía del piso restos de hojas, bulbos y tallos. El doctor seguía sin encontrar el ejemplar esperado. Finalmente, después de trece años, apareció una en medio de todas. Abrió sus flores y su fragancia transportó al doctor López. Lo impregnó. Reconoció el aroma ansiado y como león en celo corrió hacia ella. Sacó su navaja y cortó los estambres. Me ordenó salir de la granja, pero no le obedecí. Me quedé observándolo, detrás de la bodega de granos. Se dirigió al laboratorio. Tardó unos minutos y volvió con un tubo de ensayo. Con una sustancia viscosa, la polinizó. Respiró tranquilo. Al día siguiente me saludó de forma cordial. En unas semanas recuperó el sueño perdido de incontables noches. Tachaba cada día en el calendario, una marca tras otra. Buscó en los libros un nombre. Para eso sí aceptó mi opinión, y la llamamos Mirra. Pero a ella le dio lo mismo, tener un nombre no la liberaba de su prisión. Mirra adquiría formas onduladas, sus tallos laterales eran brazos robustos, se extendían en todas direcciones. Pronto, las flores se marchitaron y los frutos engrosaron hasta casi caer al suelo. En la fecha prevista tomó el bisturí. Con temor y esperanza abrió el más pequeño. Sonrió. Adentro había un homúnculo dormido en posición fetal. Sus rasgos coincidían: era él, diminuto. Abrió otro fruto y de nuevo se encontró, reducido. Varios hombres/fruto. El doctor López no había tenido hijos; las mujeres con las que había vivido, lo habían abandonado; no había procreado con ninguna. Se obsesionó con la planta, quería esconderla de todos. Dormido, soñaba que le crecían alas y escapaba del huerto. Despierto, la imaginaba arrastrándose como salamandra hasta perderse de vista.

Tomado de: Fortuny, Ana. (2014) Caricias para Beatriz y otros relatos. Guatemala: F&G Editores

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La necesitaba a su lado, hacía pequeñas incisiones para sorber la clorofila. Se excitaba al ver su rostro en el espejo con un tono esmeralda. Las ausencias disminuyeron a su mínima expresión, sólo se alejaba para traer más «polen». Empezó por construir una cerca y después, un invernadero con malla antipájaros, antirrayos y rompevientos. Colocó por último una enorme campana. Desde afuera la observaba, pegaba las manos y la cara al cristal y la contemplaba por horas, monologaba con ella…

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Carla Guelfenbein CHILE

Al cabo de un tiempo de haberme recibido decidí estudiar diseño gráfico en Central San Martin School of art. Quería hacer libros que explicaran los procesos biológicos y conjugar en esa carrera mis tres pasiones: la escritura, la ciencia y la expresión visual. Fue así como, con el tiempo, terminé dedicándome exclusivamente a la escritura. Publiqué mi primera novela en el año 2002, El revés del alma, cuyo personaje principal es una actriz bulímica. Luego vino La mujer de mi vida, una novela que cuenta la historia de un inglés que conoce en la universidad a dos misteriosos chilenos, una chica y un chico con quienes establece una profunda y ambigua relación. Luego vino El resto es silencio, Nadar desnudas, Contigo en la distancia –ganadora del Premio Alfaguara de novela– Llévame al cielo, una novela para jóvenes adultos, y La estación de las mujeres, mi más reciente novela, en cuyo centro está Gabriela Mistral, la poeta chilena galardonada con el Premio Nobel. ©Lorena Palavecino

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Mi nombre es Carla Guelfenbein, escritora chilena. A los 17 años salí con mi familia de Chile huyendo de la dictadura de Pinochet hacia Inglaterra. Viví diez años en ese país. Fui testigo y partícipe del movimiento punk y de los primeros movimientos sociales en contra de la energía nuclear y el desarrollo indiscriminado de la industria. Estudié biología en la Universidad de Essex. Quería saber por qué el mundo había llegado a ser lo que es hoy, por qué los seres vivos tomaron la forma con la cual los reconocemos como tales. Por eso me especialicé en genética de población.


Fragmento de La estación de las mujeres Vuelvo a sentarme. Esta vez consciente de ocultar con mis nalgas la reveladora frase de Holzer. No vaya a ocurrir que a otro ser viviente se le antoje hacer lo mismo, empujar sus límites, y que los suyos y los míos colisionen en el más allá, destruyéndose unos a otros sin piedad, como suele ocurrir cuando dos seres aspiran a alcanzar la misma constelación. Pero, ¿cuáles son las probabilidades de que una exprofesora de primaria, arrastrada a Nueva York por su marido —y de quien desconfía al punto de permanecer sentada por horas frente a las puertas de la universidad donde él trabaja con el fin de atraparlo, además de pasarse el día sumida en cavilaciones inconducentes— se empuje a sí misma hasta los límites? Pienso en todas las mujeres que aguardan quietas en la penumbra.

Guelfenbein, Carla (2019) La estación de las mujeres. Chile: Alfaguara

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Esperar es una forma de desaparecer, sobre todo cuando lo que aguardas, con una mezcla de masoquismo y de perversión, es ver a tu marido con una chica prendida del brazo.

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Andrea Jeftanovic CHILE Mi nombre es Andrea Jeftanovic y nací en Santiago. Realicé un doctorado en letras en la Universidad de California, Berkeley. He publicado las novelas Escenario de guerra (2000) y Geografía de la lengua (2007), y los volúmenes de relatos No aceptes caramelos de extraños (2012) y Destinos errantes (2018). En el campo de la no ficción, soy autora de Conversaciones con Isidora Aguirre (2009), Hablan los hijos (2011) y Escribir desde el trapecio (2017). Escribo en ese arco ambiguo entre la memoria y la imaginación. Escribo con la ilusión de lograr una sintaxis emocional o en las costuras de alguna frontera.

©Julia Toro

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En mi currículo oculto soy aficionada a las bicicletas, a los perros, a los viajes y subrayadora de libros. En el oficial combino mi trabajo literario con la de crítica de teatro en el diario El Mercurio, y con la docencia en la Universidad de Santiago de Chile; la fuerza de centrípeta de todo es la escritura.


Fragmento de Destinos errantes He viajado lejos para resolver lo más íntimo en cuartos ajenos. Estos textos los escribí en una residencia en Alcalá de Henares, en una pieza alquilada en Sarajevo posguerra de los Balcanes, en una habitación de hotel en Río Janeiro siguiendo el itinerario de los personajes de los cuentos de la escritora brasilera Clarice Lispector. O bien, en la habitación de Noam, un hijo víctima del conflicto palestino-israelí, cuyo padre es parte de una organización que reúne deudos de ambos pueblos y luchan para buscar fórmulas de convivencia. Otras locaciones fueron cuartos de departamentos alquilados en Berkeley, en hoteles carreteros en el Big Sur californiano, o, entre la habitación de Salvador Allende y el taller de bicicletas de un deportista detenido durante la dictadura chilena, el ciclista Peter Tormen. Más adelante, en una habitación donde se alojó Fidel Castro en la provincia de Cienfuegos, también, en casas cubanas que reciben turistas, y, que una vez me recibieron a mí y mi familia en un viaje por la isla, previo a la llegada del presidente Obama. Estas crónicas son una combinación de lo vivido, lo imaginado, lo leído, lo temido. Hay itinerarios que realicé con cierta culpa, eso de estar y abandonar, de decir “alto” a todo por un tiempo y retornar como heroína fracasada. Escribir de viajes es dejar espacios en blanco, hablar sobre lo que no alcanzaste a ver. Escribir es un ejercicio físico, entre otras cosas, implica desplazarse, caminar, volar, navegar; todos verbos en infinitivo. Implica enfrentarse a la presencia espectral del pasado y del futuro. Un denominador común de estas crónicas ha sido que incluyen el acto de caminar. Son viajes en los que caminé de día, de noche, siguiendo mapas, extraviada, al azar, o yendo rauda a un punto. Me gustó hacer del caminar una metodología de meditación y escritura. Se camina física y psicológicamente. Se camina para ir a los orígenes, para desviarse en el camino y reformular el destino. El mismo magma de pensamientos y recuerdos se despliega mejor durante los paseos.

Viajar tiene algo de pensar caminando. En los viajes se mide de otra forma el tiempo y el espacio. El relato de viaje es un relato vector, sigue una flecha secreta. Tomado de Jeftanovic, Andrea. (2018) Destinos errantes. Chile: Tajamar editores

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Se viaja entre personas, entre culturas y subjetividades, al poco tiempo te das cuenta de que hay una llamativa semejanza entre huellas digitales y mapas orográficos. A primera vista no se distinguen. El relieve de la piel semeja un paisaje montañoso, la imagen de la yema de un dedo semeja la de una elevación del terreno. Las estrías de la piel semejan líneas de nivel en un plano topográfico. Extiendo mi mano e intento ver por dónde he andado.

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Enzo Maqueira ARGENTINA Como buen argentino, mi sangre es italiana y es gallega. También tengo una dosis de libanés. Nací en noviembre de 1977, en plena dictadura militar. En mi casa se leía mucho y había una biblioteca digna para una familia de clase media trabajadora. Mi sueño era ser escritor. Los primeros intentos fueron a los nueve años: un poema con olor a plagio y tres cuadernos del estilo “Elige tu propia aventura”. Escribía la historia pero también la tapa, los próximos títulos y la biografía del autor. Me dibujaba en la contratapa, con lentes y máquina de escribir.

©Paula Moneta

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En la adolescencia ensayé mis primeras novelas. Estudiaba comunicación social porque tenía que vivir de algo. Mi primera publicación fue por trabajo: las crónicas y relatos de Historias de putas. Luego vinieron las novelas Ruda macho y El impostor. Todo pasó más o menos inadvertido, hasta que escribí Electrónica. Publicada por Interzona en 2014, cuenta la vida de una profesora universitaria que se rehúsa a despedirse de su adolescencia, las fiestas electrónicas, las drogas y el amor por un alumno. Una novela sobre la insatisfacción, la caída de los grandes tótems y el mandato de ser feliz. “El escritor de una generación”, dijo el periodismo. Por un momento creí haber llegado a la meta, pero la vida siguió adelante. Mi más reciente novela se llama Hágase usted mismo, y es la historia de un hombre que huye a la Patagonia para empezar de nuevo.


Fragmento de Electrónica Warm up

Rabec te había gustado desde el primer día: tenía el flequillo sobre la frente, los brazos llenos de venas. Ni bien entró al aula te hizo esa sonrisa con cara de dormido. Siempre te había parecido una frase de boluda, mariposas en la panza, pero con él no había otro modo de explicarlo. Sentías lo mismo ahora, en la cama, el televisor en mute, tu novio durmiendo profundo pero demasiado cerca como para que corrigieras tranquila. Rabec había contestado bien casi todas las preguntas. Había escrito poesía, novela, cuento y había subrayado cada una de esas palabras, las mismas que habías resaltado en clase para explicar por qué la ficción siempre es mejor que el periodismo –aunque vos enseñabas periodismo–, y por qué, al mismo tiempo (con esto te habías ido por las ramas), la realidad es siempre una ficción. Rabec las había usado igual, como si vinieran de tu boca. No había ningún mensaje escondido, pero que repitiera exactamente tus mismas palabras quería decir mucho más que si te hubiera dibujado un corazón.

Tomado de: Maqueira, Enzo (2014) Electrónica. Argentina: Interzona

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Te encontraste con el examen de Rabec y sentiste las mariposas en la panza. Hacía una hora que estabas con la pila de parciales en la mesa de luz, esperando que Gonzalo se quedara dormido para empezar a corregir. Antes habían mirado el capítulo de Los Simpson de la Venus de jalea. Gonzalo anticipaba los chistes, como hacía siempre, y vos te imaginabas que le ponías una mordaza de alambre de púas para callarlo, hasta que por fin se acurrucó en su lado de la cama y se quedó dormido. Recién en ese momento bajaste el volumen del televisor, prendiste el velador y te pusiste los lentes. Te costó concentrarte, pero al tercer examen ya corregías en piloto automático: ponías una tilde con birome roja en las respuestas correctas, hacías una cruz si había un error, tachabas la hoja cuando alguno había guitarreado. Cómo te molestaba esa palabra, “guitarrear”, ese vocabulario de profesora que se te había pegado sin darte cuenta. Sabías que el examen de Rabec estaba entre los otros, con la letra redondeada y la firma chiquita, de tener la autoestima baja, al final de la última pregunta. Querías creer que el examen tenía algún mensaje escondido, pero no ibas a anticiparte, ibas a esperar que llegara su turno. Que un mensaje escondido en el examen parcial de Rabec apareciera cuando fuera su momento, porque aunque pocas veces te hacías caso, sabías que el tiempo era tu mejor consejero.

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Uriel Quesada COSTA RICA Nací en San José, Costa Rica, pero vivo en Estados Unidos desde 1997. He tenido muchos trabajos, desde creativo publicitario hasta profesor de español. Actualmente me desempeño como decano de ciencias y letras en la Universidad de Loyola en Nueva Orleáns. La literatura es, sin embargo, mi pasión absoluta y uno de los motivos para seguir adelante.

Mi obra ha recibido varios galardones. El atardecer de los niños fue honrado con los premios Editorial Costa Rica y Nacional de Cuento en 1990. Lejos, tan lejos ganó el Premio Ancora 2005. En ese mismo año, mi novela El gato de sí mismo fue distinguida con el Premio Nacional de Costa Rica. Queer Brown Voices (narrativas personales), recibió el Ruth Benedict Award en 2016. En 2018, La invención y el olvido ganó el Premio Nacional de Cuento de Costa Rica. ©Juan Andrés Quesada

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Mi primer libro apareció en 1985; el más reciente, en 2019. Más de treinta años median entre uno y otro, lo que muestra más que todo lo resilientes que podemos ser los escritores. En este lapso he publicado trece libros entre novelas, cuentos, narrativas personales y ensayo. Me considero, sin embargo, fundamentalmente un cuentista. En este género me siento más cómodo y trabajo siempre en busca de la utopía, como dijo alguna vez Ignacio Padilla, de la perfección en cuanto a forma y contenido. Soy un voraz lector de cuentos y de teoría sobre la escritura breve.


Fragmento de “El circulante”

Tomado de: Quesada, Uriel (2018) La invención y el olvido. Costa Rica: Uruk editores

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Encontré al tío Jesús María sentado frente al televisor. Él era uno de mis puentes con una niñez mejor, más sana. Si hubo alguien que se preocupara por traerme modelitos de autos, ése fue el tío Jesús María. En el año 1957 él aún estaba en España estudiando para médico, algo nada fuera de lo común en aquella época, cuando los aspirantes a doctor debían hacer sus estudios en el exterior. La mayoría se iba a México, pero el tío había convencido a los abuelos de que Madrid era el sitio ideal para su formación y se había ido muy joven. En la gaveta de algún ropero hay una fotografía de la tarde de su partida. El patio de los abuelos era un espacio agreste, más parecido al set de un spaguetti western que al hogar de una familia de entonces. Tal vez valga la pena detenerse de nuevo para hacer algunas aclaraciones. Me cuentan que los abuelos vivían en un caserón de bahareque, en una zona medianamente poblada que una inundación arrasó por completo en los años sesenta. Nunca hubo en ellos un sentido de la belleza como el que aprendí del tío Jesús María. Los abuelos eran gente tosca y muy pragmática. Tenían muchos animales, desde perros hasta chanchos en pocilgas apestosas. Al fondo en la foto se ven varias gallinas y un chompipe, todos dedicados a la tarea de encontrar comida fresca en la tierra dura, sin hierba. Hay también unas matas de plátano y una pila de leña para alimentar el fogón y el horno de barro. Mi tío está de traje entero impecable, lo mismo mi abuelo. Luego está mi otro tío, Délano, quien era casi un niño. Mi padre tiene saco cruzado al estilo Tin Tan. Le queda grande, pero aun así se ve delgado y robusto, como el buen jugador de fútbol que era. Por último está mi abuela con uno de esos vestidos a la rodilla que le ocultaban las formas. Aunque parecía estar lista para salir como todos los demás, ni esa vez ni nunca iría a despedir o a recibir a nadie. Se ponía ropa buena para decir adiós en casa y tal vez para llorar cuando partía la caravana de familiares rumbo al aeropuerto. Esa foto tomada en 1952 muestra algunas cosas más allá de un grupo de familia: es el registro de un cambio. Al ser el primero en ir a la universidad, el tío Jesús María abrió camino a las siguientes generaciones. Si ahora somos clase media fue porque él nos sirvió de modelo. No ocurrió lo mismo con sus padres y hermanos. Entre el momento de la foto y su regreso diez años después la familia se había empobrecido aceleradamente.

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Giovanna Rivero BOLIVIA Aprendí a leer antes de saber escribir mi nombre. La turbación del descubrimiento infantil de la disonancia entre su ortografía y su sonido persistiría en mi escritura. Esa fallida lealtad del lenguaje a la emoción y a la carne es algo que me estremeció desde el principio. ¿Dije que ‘aprendí’ a leer como si se tratara de un hecho acabado? Es mentira. Todavía sigo aprendiendo a leer (tantos infinitos alfabetos, tanta vida subconsciente), pero entonces, en la niñez, cuando el símbolo se desfloraba ante las punzadas de cada letra, me parecía que el mundo entero me pertenecía.

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Nací en 1972, en un pueblo del oriente boliviano –Montero–, y tal vez fue la precariedad de la vida de provincia lo que determinó mis búsquedas literarias y los mundos que habitan mis personajes. Hay, creo, una irresuelta tensión entre sus corazones sencillos y todo aquello desconocido que se alza sobre sus cabezas. Bajo ese impulso es que escribí la novela 98 segundos sin sombra, en la que una adolescente escapa del ethos del narcotráfico siguiendo la huella de un gurú que le ha prometido la más radical de las libertades en Ganímedes. En mis cuentos hay vampiros, flautistas que encantan a las ratas, brujas andinas, niñas de poderosa inocencia. Parece una lista de lo más clisé. Pero si a algo nunca le he temido es al símbolo manoseado, a recoger de la pasión del pueblo sus sueños y sus terrores y hacer con eso algo mío. En Para comerte mejor y La mansedumbre (de pronta edición) respiran hambrientas estas criaturas.


I –¿Era caliente el líquido viscoso que te dejaron ahí? –¿Caliente? –Tibio. Viscoso. ¿Era un líquido como la clara del huevo? La clara, Elise, cuando recién quiebras el cascarón… –Creo que sí… No lo sé. Pensé que era sangre del mes. –Y sin embargo no lo era. Era la semilla de un varón. –Sí, Pastor Jacob. Digo la verdad. –La verdad siempre es más grande que los siervos. Y más si la sierva se ha distraído, si no se ha cuidado como lo exige el Señor. Nosotros vamos a determinar cuál es la verdad. Según hemos grabado en tu primer testimonio, tú estabas sumida en un sopor extraño como si hubieras ofrecido tu voluntad al diablo. –Yo jamás le ofrecería mi voluntad al diablo, Pastor Jacob. –No digas “jamás”, Elise. Somos débiles. Tú eres muy débil, ya ves. –Yo estaba dormida, Pastor Jacob. –Eso lo tenemos en cuenta. –¿...Vendrá mi padre a la reunión de los ministros? –No. El hermano Walter Lowen no puede formar parte de la reunión. Ya la deshonra y la tribulación lo tienen muy ocupado. Anda, Elise, dile a tu madre que traiga las sábanas de esa noche, vamos a examinarlas. Que ya nadie las toque. Todo es impuro ahora, ¿me entiendes? –Sí, Pastor Jacob. II ¿Era bonita Elise? No precisamente, pero tenía que agradecerle al Señor la composición definida de su rostro, la manera en que el mentón se apretaba contra el labio inferior, un poco más grueso que el superior, y que era lo que según la propia abuela Anna le exigía ser más humilde, protegerse mejor. Protegerse. Contra el turbión que todo lo destruía a puro dentelladas de electricidad y agua. ¡Contra los designios del Señor! Y que Walter Lowen jamás la escuchara blasfemando así. Aunque es probable que su padre también blasfemara. Lo había encontrado llorando con ira en los cobertizos, mientras les prendía fuego a las sábanas ensangrentadas cuando por fin se las devolvieron, después de días de discusión en la reunión de ancianos y ministros. Y llorando cuando en medio de la noche, como si fueran ladrones de lámparas, de luces ajenas, subieron las cosas más importantes al buggy: el cofrecito oxidado con los ahorros, los bolsos con ropa, el edredón de tulipanes bordados en puntos rellenos tan gorditos que provocaba tocarlos y tocarlos, los álbumes y los casetes con las imágenes y las voces de sus muertos. No eran ellos los que debían marcharse. Pero eran ellos los que se marchaban. “No miren atrás”, les ordenó Walter Lowen. Elise apoyó su cabeza cubierta únicamente con la pañoleta sobre el hombro blando de su madre y se concentró en el traqueteo del buggy… Tomado de: Rivero, Giovanna (inédito) La mansedumbre

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Fragmento de La mansedumbre

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Juan Manuel Robles PERÚ Nació en Lima el 4 de noviembre de 1978. Tiene un máster en escritura creativa en español de la Universidad de Nueva York. Ha publicado los libros Lima Freak. Vidas insólitas en una ciudad perturbada (Planeta, 2007), Nuevos juguetes de la guerra fría (Seix Barral, 2015) y No somos cazafantasmas (Seix Barral, 2019), y ha sido redactor de la revista Somos, del diario El Comercio, y editor de la revista Cosas. Sus reportajes y relatos han aparecido en las revistas Etiqueta Negra, Letras Libres, Buen Salvaje, Gatopardo y VICE, así como en diversas antologías latinoamericanas.

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En 2017 fue incluido en el listado Bogotá39. Actualmente vive en Lima, y se desempeña como docente universitario.


Memorias de la China Me quedé frío al verlo. El abuelo estaba parado encima de la baranda del balcón: inmóvil y con los brazos abiertos. Parecía un espantapájaros o un Cristo. ¿Cómo hacía para mantener el equilibrio? Al principio pensé que era un sueño. Yo estaba acostado en mi cuarto, que, al igual que la sala, tenía una mampara de vidrio que daba acceso al balcón: horas antes me había quedado dormido, mareado y con dolor de cabeza por efecto del pisco, y de pronto vi la silueta, algo borrosa detrás de la cortina pero rotunda como una estaca. No, no era un sueño. Me paré de un salto. Traté de mantener la calma. Respiré hondo. Sin perderlo de vista, cogí el celular y lancé una alerta. Mamá no respondió. Seguramente estaba divirtiéndose no muy lejos, en el café de la esquina o en el minimarket. Tal vez se dedicaba en ese mismo instante a rastrear a alguno de los tipos que vivían en los edificios de enfrente: desde que le enseñé cómo ubicar personas en el navegador tridimensional, mamá volaba cual bruja por el barrio, husmeando los trayectos de los vecinos guapos que vivían en la manzana. Los veía subir y bajar en la pantalla, puntitos verdes descendiendo en línea recta por entre las moles de concreto traslúcidas, al ritmo veloz de los ascensores, y así planeaba mejor sus encuentros “casuales” (a mamá le gustaba la idea de chocarse con personas de carne y hueso en la realidad; poner su foto en las redes, decía, es de chicas fáciles). La alerta, una aplicación para invocar a mamá que yo —me da ternura recordarlo— había diseñado para que pudiera irse a pasear tranquila, funcionaba así: ella recibía la señal en el celular y automáticamente podía conectarse al parlante de la sala, de donde saldría su voz.

El abuelo acomodó una de sus piernas y empezó a tambalearse. Estuve a punto de gritar, pero me contuve. La mampara de mi habitación —que daba a la terraza— estaba cerrada con llave desde que me descubrieron fumando con mi amigo Óscar (lo hacíamos allí para evitar los detectores de humo). Así que salí del cuarto al pasadizo y del pasadizo a la sala, y me acerqué al balcón sigilosamente. Desde este ángulo todo parecía más claro: la intención del viejo era tirarse. Tomado de: Robles, Juan Manuel (2019) No somos cazafantasmas. México: Colección Bordes, Sello Booket, Editorial Planeta

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La voz de mamá era lo único que calmaba al abuelo en casos de emergencia; su efecto era realmente mágico. Pero ahora ella no respondía. Imaginé que estaba entretenida con alguno de esos galanes. Que por eso no me tomaba importancia.

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Solange Rodríguez ECUADOR Me llamo Solange, pero mi madre cuenta que iban a ponerme de nombre Scheherezade hasta que alguien en el Registro Civil, providencialmente, lo impidió. Me he aproximado a la literatura desde que tengo memoria, obtuve una licenciatura en comunicación y una maestría en letras lati-noamericanas, pero mis intereses involucran el relato que bordea lo fantástico y lo insólito. Esto que digo ha ido consolidándose desde mi primera publicación Tinta sangre (Gato Tuerto, 2000) hasta la octava, Levitaciones (Micrópolis, 2019). En el camino obtuve un Premio nacional de cuento en Ecuador, el Joaquín Gallegos Lara (2010).

©Tyron Maridueña

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Me interesa la anarquía creativa, pero también los estudios académicos porque América Latina tiene que trabajar mucho en refrescar y en documentar su memoria imaginativa. Desde hace algunos años organizo los encuentros de narradores ¿Es país para cuentistas? y Minúscula, actividades que exploran las diferentes variantes del relato y se preguntan por qué es un género ancestral, fascinante e inextinguible. También conduzco desde octubre de 2017 el laboratorio de narradores emergentes Aquí pasan cosas extrañas donde exploramos nuestros particulares intereses de escritura. Me entero que esto suele llamarse taller literario, pero yo prefiero referirme a nuestras reuniones como un laboratorio donde nosotros somos los reactivos.


Fragmento de “La llamada” Para Raquel “Enterramos a mi madre un sábado al medio día. Hacía un sol espléndido”. Ambigüedad de las paradojas Andrés Neuman

Le cuesta tanto hacerle caso a esas llamadas. No coinciden aunque estén tan solitarios los dos y en una misma ciudad ¿Y al resto de sus hermanos también los llamará papá para el mismo asunto? Al que está en San Diego, a la que tuvo mellizos, ¿o solo es conmigo porque me sabe ocupado? Dame tiempo papá, que me fumo un cigarro y vivo. Me distraigo contemplando lomos de libros interesantes o con muchachas agradables que me buscan para hablar de literatura, ¿a quién no le ha pasado eso? ¿Usted es Orlando Guerra, el escritor?, autografíeme aquí y más acá, y él tiene lista una pluma privada para esos casos. En eso, la llamada que no cesa. Él la escucha y ellas continúan hurgándolo, sacándole todo lo que pueden con sus manos pequeñas. No, así no puedo. O la vida o la llamada. Y da una clase y la llamada y enciende el auto y la llamada y nunca será un buen día para atender la llamada, así que al borde de un domingo vuelve al lugar donde dejó a su padre y frente a su tumba cambia las flores muertas de hace semanas por un ramo fresco de violetas. Coloca el puño sobre la lápida y toca tres veces. Para, para, ya estoy aquí papá, empecemos, dice Orlando Guerra. Entonces, finalmente, apaga aliviado el celular.

Tomado de: Rodríguez Pappe, Solange. (2019) Levitaciones. Perú: Micrópolis

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En mitad de una disertación del profesor Orlando Guerra acerca de la brevedad, vino la llamada. Estaba explicando a su auditorio que en un relato muy corto, por encima de cualquier otra regla de escritura, lo importante era el poder de la sugerencia, y ponía de ejemplo aquel cuento de Neuman que era parecido a un fresco italiano; una estampa que hablaba sobre luminosidad y sobre la muerte que refulge rutilante sobre un fondo azul. Justo en ese instante siente llamada de su padre, una vibración incómoda se le extiende por todo el cuerpo y él se ajusta mejor en su silla de académico para que la llamada pase sin notarse desde fuera. Cree que aún no es tiempo para eso. Ya más tarde le prestará atención porque que usualmente las llamadas ocurren, por lo menos, una vez al día desde hace siete días. Él las posterga hasta más tarde, y ya en la noche le es imposible ocuparse de eso. Tan cansado y con tantos pendientes de escritura, le dedica y un pensamiento rápido a su padre antes de dormir y en un pestañazo, ya es un día nuevo.

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Anacristina Rossi COSTA RICA Nací en San José, Costa Rica, pero debí haber nacido en el puerto caribeño de Limón. De chica si no estaba montando a caballo estaba leyendo. En la adolescencia empecé a escribir y no tuve éxito al enseñar mis textos a los consagrados. Pero al poeta Alfonso Chase debo la solidez de mi vocación cuando puso en mis manos Las Olas, de Virginia Woolf, mi libro favorito aún hoy.

©José Vicente Rodríguez

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Cuando tenía 19 años mis padres me enviaron a Europa como “castigo” por comunista y según ellos puta. Llegué a Londres donde no pude entrar a la universidad. Pasé casi cuatro años estudiando danza y escribiendo. Luego me trasladé a París y allí saqué un Diploma de Estado en Traducción e hice un psicoanálisis que impidió que me volviera loca, por una espantosa historia familiar que narro en mi última novela. Trabajé con mujeres campesinas de naciones originarias y fui activista ecologista, lo que casi me cuesta la vida. Tengo cuentos y ensayos. Me gusta: “Cambiar de sistema económico, un asunto de supervivencia”, que fue publicado en inglés en la revista Counterpunch. Me gustan mis cuentos de ciencia ficción. La editorial Páginas de Espuma me honró al incluir uno de ellos en su antología Insólitas. Mis novelas son: María la Noche (1985), La Loca de Gandoca (1991), Limón Blues (2002), Limón Reggae (2007), La Romana Indómita (2016), y Tocar a Diana (2019). De mis premios el que más me gusta es el José María Arguedas de Cuba en el 2004, pues me ha permitido un contacto más amplio con el mundo.


Fragmento de Tocar a Diana Nada ni nadie me había preparado para el golpazo que era sentir. Pero mis pechos habían crecido para Sergio desde mis catorce, desde que él los había tocado en el estudio de tío Arnoldo. Le había provocado a Sergio una reacción tan intensa que me dio temor. Porque lo que yo estaba haciendo allí en la cuadra era darle unos pechos que se habían formado y habían crecido para él y por eso le pertenecían. También le estaba entregando un amor que había nacido y crecido para él. Del resto yo no sabía nada. Pero no era verdad. Había sentido cada noche culebras en los muslos y unos anillos de oro, tibios, que me apretaban las caderas con sólo recordarlo. Entonces, ¿las caderas y los muslos también eran de él? ¿Y era suyo, totalmente suyo, el animalito baboso en mi entrepierna? ¿Por qué? ¿Qué quería decir? Fue el último pensamiento, la última reflexión que pude hacerme porque Sergio estaba tomando la iniciativa y me hundía en una serie de catástrofes. La primera eran sus labios chupándome el cuerpo, la sorpresa de su lengua mojada y caliente. Su lengua bajaba. Sergio se quitó la camisa y me tomó una mano y me pidió que le acariciara los pezones y la nuca. Sergio me besaba interminablemente y el cuerpo ya no me pertenecía. Entonces así era, todo mi cuerpo era de él. Se puso de rodillas, me dirigió una extraña mirada y me dijo, mientras sus manos volvían a tantear mi entrepierna, “Dianita, sé que sos menor de edad, no debería estar haciendo esto. Espero que algún día podás perdonarme, no me voy a controlar”.

Cuando sentí su lengua caliente en esas partes que se habían dilatado tanto que me hubiera sido imposible levantarme, caminar, cuando sentí su dulce y hábil lengua dándome un placer inmenso me convertí en otra. Me disolví. Me fui. Entonces me penetró. Y mientras Sergio pedía que lo perdonara, supe que todos mis años de infancia y de pesadumbre, toda mi vida difícil y rebelde, todos mi recorridos y mis galopes y todos los olores y sabores que había disfrutado desde que nací, todo el llanto, todas las texturas y las alegrías, los poemas en francés y las novelas y los libros filosóficos o feministas, las desgracias, la incomprensión de mi madre y los enredos de papá y todo el barro, la montaña, las aves del río, el perfume de las siembras y los matojos, venían a desembocar íntegros a ese instante. Tomado de: Rossi, Anacristina (2019) Tocar a Diana. Nicaragua: Alfaguara

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Sus dedos me tocaron hasta ponerme a gemir. Me hizo acostarme sobre la burucha y me abrió el sexo y dijo que nunca había visto nada tan hermoso. Me pidió permiso para besarlo de nuevo.

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Arelis Uribe CHILE Mi nombre es Arelis Uribe, soy periodista y escritora. Nací en Santiago. En 2016 publiqué el libro de cuentos Quiltras, que mezcla mujeres jóvenes mestizas y el despertar sexual en los tiempos de la Internet. Con este libro gané, al año siguiente, el Premio Mejores Obras Literarias, género cuento, del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile. En 2017 publiqué Que explote todo, una antología de columnas-opinión —furiosas y politizadas— que publiqué como periodista en distintos medios digitales chilenos, como The Clinic o El Dínamo. En 2019 autopubliqué el fanzine Cosas que pienso mientras fumo marihuana. Además fui la directora de Comunicaciones de la organización feminista Observatorio Contra el Acoso Callejero, que promovió la ley contra el acoso sexual en espacios públicos en Chile, y de la primera campaña presidencial del Frente Amplio, nueva orgánica de izquierda en Chile.

©Iris Colil

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Mis cuentos y crónicas han sido reconocidos en distintos certámenes literarios de Latinoamérica. He sido profesora de escritura en la Universidad de Santiago y en la Universidad de Chile. Actualmente, intento componer canciones y estudio el máster en escritura creativa de la Universidad de Nueva York.


Fragmento de Quiltras Cuando chica con mi prima nos dábamos besos. Jugábamos a las barbies, a la comidita con tierra o a las palmas. Me quedaba en su casa fin de semana por medio. Dormíamos en su cama. A veces nos sacábamos la camiseta del piyama y jugábamos a juntar nuestros pezones, que en esa época eran apenas dos manchones rosados sobre un torso plano. Con mi prima estuvimos juntas desde siempre. Nuestras mamás se embarazaron con dos meses de distancia. Nos dieron pechuga juntas, nos quitaron los pañales juntas, nos dio la peste cristal juntas. Era casi obvio que cuando grandes íbamos a compartir una casa y jugaríamos a la comidita y a las muñecas, pero de la vida real. Creía que íbamos a ser ella y yo, siempre. Pero los adultos corrompen las cosas.

Mi mamá y mi tía Nena se parecían, por eso eran amigas. La gente tiende a ordenarse con los de su tipo, en una segregación voluntaria, como el reciclaje o las donaciones de sangre. Hasta que un día, no recuerdo por qué, se enojaron. Quizá fue porque mi mamá le pidió plata y no se la pagó. Quizá porque mi tía vino a almorzar y dijo algo malo sobre la comida. No sé, pero se enojaron y pasó lo que sucedía en una familia como la mía: en vez de resolver los problemas, dejaron de hablarse. Supongo que era una tregua, un acto de fe. Confiaban en que el silencio esfumaría las penas, que al dejar de nombrarlas también dejarían de existir.

Tomado de: Uribe, Arelis (2016) Quiltras. Chile: Los Libros de la Mujer Rota

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En la familia de mi mamá eran siete hermanos. Tres hombres y cuatro mujeres. Los hombres vivían como los hermanos que eran. Habían estudiado ingeniería en la misma universidad, les gustaba el mismo equipo de fútbol y se juntaban a hablar de vinos y relojes. Las cuatro mujeres eran un caos. Una se fue a trabajar a Puerto Montt. Con suerte la veíamos para navidad. Otra se fue siguiendo a un pololo y ahora tenía muchos hijos y vivía en Australia. Casi no existía. Las dos que quedaban –mi mamá y la mamá de mi prima, mi tía Nena– eran esposas de hombres brutos. Mi papá era una bestia y también el papá de mi prima. De esa gente que se cura para año nuevo y hace llorar a los demás. Nunca vi a los siete hermanos reunidos. A veces nos encontrábamos en los funerales o cuando los abuelos celebraban un aniversario. Una vez fuimos a la parcela de uno de los tíos y en el patio había pavos reales. En nuestra casa apenas cabía la Pandora, una quiltra enorme que mataba a los gatos de los vecinos. Nunca entendí por qué vivíamos tan diferente, si éramos de la misma familia.

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Wilmer Urrelo BOLIVIA En un lejano y olvidable año 1975 nací yo. Lo hice en una ciudad alta y fría y muchas veces fea y con muy, pero muy mala luz. La Paz es así. E irremediablemente esas características se transmiten a la gente que la habita. O por lo menos eso creo. Pasé por varios colegios: unos malos y los otros peores aún. Sin embargo, eso no evitó que años más tarde haga una carrera universitaria. Sabía que entrar a literatura de la universidad pública jamás iba a ayudarme en ese propósito. Por eso me inscribí en la peor de todas las carreras que uno pueda imaginarse. Estar en comunicación social, sin embargo, me dejó el tiempo suficiente para hacer lo único que me gusta practicar todos los días: leer. Leer todo el tiempo. A cada hora. Y en todo lado y en todas las posturas que mi juventud me permitía. Eso, poder leer sin límite, es lo poco que le debo a la universidad pública. Ya a principios de 2000 publiqué mi primera novela. Una medio policial que titulé Mundo negro. Después sobrevino el silencio.

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En 2007 terminé de escribir un novelín de seiscientas y algo de páginas con el siguiente título: Fantasmas asesinos (esta también policial, pero ya no tanto). Luego, otra vez el silencio. Un silencio que se rompió más o menos en 2011, cuando publiqué Hablar con los perros. Unos años después salió una compilación de cuentos llamada Todo el mundo cumple sus sueños menos yo y una reunión de crónicas titulada El Chicuelo dice. Bueno, eso (o ese), soy yo.


Fragmento de Todo el mundo cumple sus sueños menos yo

… y lo ves / es verdad / tus sueños nunca se hacen realidad… Los Linces de Bolivia, “Estúpido romántico”

1. Mi cuarto. O sea, las paredes llenas de afiches del grupo Jambao y de otros de cumbia, miren a Maroyu, allá están los Ronisch, acá cerca Amadeus y los Korys y por este lado Iberia y luego mi ropero de plástico con roturas por todas partes. Adentro, colgadas y en completo desorden, conviven las camisas llamativas y descoloridas del muchachón, todas viejas, sin color, chamarras usadísimas, cuyas coderas y solapas están descascaradas por el paso del tiempo. Ah, un pobretón. ¿Un pobretón? Sí pues, un pobretón: tengo la cabeza enterrada en la almohada de funda azul y mi boca está ligeramente abierta, mírenme. Por el momento no se oye nada, salvo la respiración entrecortada del dormilón. Entonces se jode todo. Toda la calma. Mi sueñecito. Alguien golpea la puerta de metal de mi cuarto de forma repetida. Y una voz femenina dice: “¡Marcelo!”. El muchachón despierta, abre los ojos. Buenos días alegría. —¡Despertáte, flojo! ¡Marcelo!

Urrelo, Wilmer (2015) Todo el mundo cumple sus sueños menos yo. Bolivia: editorial El Cuervo

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Me incorporo a medias, bostezo. Miro hacia la puerta que se estremece por los golpes. Igual que siempre. Como todos los días. Qué aburrido. Los golpes siguen y como no respondo ella entra. Vieja. Despeinada. Con cara de mono. Los ropones colgándole del cuerpo desnutrido, los zapatos de hombre: es decir, mi mamacita.

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Hernán Vera Álvarez ARGENTINA

Nací en Buenos Aires, en 1977. A veces firmo con mi nombre completo y otras simplemente como Vera. Me gusta esa dualidad, me divierte. Publiqué los libros de relatos Una extraña felicidad (llamada América) (2014) y Grand Nocturno (2015), la novela La librería del mal salvaje (2018); uno de poesía, Los románticos eléctricos (2019), otro de cómics, La gente no puede vivir sin problemas (2008), una antología de ficción, Viaje One Way (2014) y otra de crónicas y ensayos personales, Miami (Un)plugged (2016).

©Eduardo Rubín

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Entrevisté a Adolfo Bioy Casares, Carlos Santana, Ingrid Betancourt, Gyula Kosice, Sergio Ramírez, Maná, Gustavo Santaolalla, Gustavo Cerati, entre otros. Desde el año 2000 resido en Estados Unidos, de los cuales ocho estuve como ilegal y trabajé en un astillero, en la cocina de un cabaret, en algunas discotecas, en la construcción. Vivo en la ciudad de Miami. Doy talleres de escritura creativa y enseño en Florida International University. Mi padre es médico cirujano y mi madre bioquímica. En casa siempre se hablaba de la muerte.


Una biblioteca es una autobiografía. En este caso, los libros que vendemos tienen la dictadura del mercado –top ten de best sellers–, pero a la vez, la libertad del gusto del lector que está a un lado de los “más vendidos” y busca ese autor que permanece en el tiempo pese a las modas, las malas traducciones y el rencor de los colegas. Pienso en Thomas Mann y aquello de que una ciudad es una obra colectiva. Esta librería también lo es. Recuerdo Recuerdo que la librería abre de 10 de la mañana a 10 de la noche, todos los días, salvo los domingos, que es de 12 del mediodía a 8 de la noche. Recuerdo que la frase-mantra es: “si necesita algo, estamos aquí para ayudarlo”. Recuerdo que detesto a la mayoría de los editores y escritores que viven en esta ciudad. Recuerdo que hay que apretar F12 en la computadora cada vez que un cliente hace una compra y F5 cuando usa la tarjeta de crédito. Recuerdo que no hay que mostrar mucha alegría. Recuerdo que los libros que jamás llevaría a mi biblioteca son los más vendidos. Recuerdo que hay que apagar el aire acondicionado (y las computadoras) a la hora de cerrar. Recuerdo que debo recomendar “las novedades”. Recuerdo que los dueños de la librería son los hermanos Daranas. Recuerdo que uno se llama Montiel, el más gordo y con una sonrisa irónica; y el otro, Reinaldo Abel. Recuerdo que cuando no hay clientes debo hacerme el que trabajo y simular que acomodo los libros. Recuerdo que El Principito y Mafalda son nuestros long sellers. Recuerdo que los lunes y miércoles son mis días off. Recuerdo que pagan cada quincena. Recuerdo que esas fechas son las más felices del mes. Danza negra Es como un tsunami que arrastra un vaho insoportable. Lo riega aquí y allá. No hay horarios ni días fijos: lo suyo es un compromiso de libertad. La homeless afroamericana deambula con sus rollers por la librería bailando una danza narcótica, con música que sólo ella escucha. Un ademán y agarra un libro sin mirarlo para luego colocarlo con elegancia en el mismo estante. Al irse, los que están en la librería se miran con la certeza de haber sido testigos de un hecho maravilloso y desconcertante.

Tomado de: Vera. (2018) La librería del mal salvaje. Estados Unidos: SED ediciones

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Fragmento de El orden de las cosas

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Gabriela Wiener PERÚ

Soy escritora, feminista, madre y periodista. Soy chola y migrante. Nunca he podido narrar, ni opinar, desde un lugar discreto; nunca he podido hacerme invisible, y para ser sincera tampoco lo he intentado. Amo la realidad que desenmascaramos en cada uno de nuestros actos. Amo la voluntad de asombro. Cuando niña me intoxiqué de poesía confesional y de los trabajos de artistas que escribían con su sangre y nos mostraban la cama en la que acababan de tener sexo. Me interesan los documentales que hacen los hijos sobre sus familias, tanto como los libros de memorias que nadie contaría, narraciones llenas de episodios bochornosos. La intimidad es mi materia. Y quizá me pongo a tiro más por inseguridad que por valentía.

Soy de las que buscan lo abrumador de lo real. Hago crónicas, poemas, programas de radio, videocolumnas, periodismo feminista, performances y hasta una obra de teatro. El cuerpo es una de mis obsesiones, solo puedo contar desde y hacia el cuerpo, y contra lo que ha hecho el poder con él.

©Paul Valle

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La autorrepresión siempre me pone al borde del arrebato y en situaciones incómodas de las que nunca sé cómo salir. Pero salgo, y salgo un poco distinta. Lo que escribo es fruto de la reincidencia en el vicio de documentar lo que me rodea con la esperanza de que al relatarme alguien más se sienta relatado. Creo que lo más honesto que puedo hacer literariamente es contar las cosas como las veo, sin artificios, sin disfraces, sin filtros, sin mentiras, con mis prejuicios, obsesiones y complejos, con las verdades en minúscula, y por lo general sospechosas.


Fragmento de “Cuanto mayor es la belleza, más profunda es la mancha” Por primera vez, Sergei Pankejeff está llorando delante de su médico. Su nariz crece y enrojece violentamente con los espasmos del llanto. Es muy simple, para él su nariz es como un montón de lobos blancos que lo miran estáticos desde el árbol que está frente a su ventana. Sigmund Freud se peina la barba mientras Pankejeff, entre sollozos, vuelve a mencionar su nariz, el oscuro y deforme centro de su rostro. Hoy no espera profundizar en la visión de su padre penetrando salvajemente a su madre, no quiere saber nada más acerca de la vez en que su hermana se bajó el calzón y le dijo “come de aquí”, o de todo lo que soñó hacerle a su institutriz inglesa antes de que ésta le descubriera mirándola y le amenazara con cortarle un trozo del pene. Sergei sólo quiere que los lobos quietos y blancos, posados como palomas en las ramas, desaparezcan, pero estos se empeñan en gritarle que es como una maldita foto de Cindy Sherman, que su cara es el circo de la mujer gallina, y su nariz, sobre todo su nariz, un zurullo, pobre ruso adinerado. Sufro trastorno dismórfico corporal. La misma enfermedad que sufría Pankejeff y que en vano trató de curar Freud. Como el aristócrata ruso, me preocupo obsesivamente por algo que considero un defecto en mis características físicas. Lo más perturbador de una enfermedad así es que ese defecto puede ser real o imaginario. No está claro quién o qué determina lo que es evidencia o producto de la fabulación. Es algo así como si entre los monstruos de nuestras pesadillas, en medio de los niños de dos caras, de los bebés que nacen con sus hermanos en el vientre y los gatos con seis patas, estuvieras tú.

Nadie podrá despreciarme mejor que yo. Esa es mi conquista. La voz interior es siempre un recuento de catástrofes y barroquismo: mis dientes torcidos, mis rodillas negras, mis brazos gordos, mis pechos caídos, mis ojos pequeños clavados en dos bolsas de ojeras negras, mi nariz brillante y granulienta, mis pelos negros de bruja, mis gafas, mi incipiente joroba y mi incipiente papada, mis cicatrices, mis axilas peludas y abultadas, mi piel manchada, pecosa y lunareja, mis pequeñas manos negras con las uñas carcomidas, mi falta de cintura y curvas traseras, mi culo plano, mis cinco kilos de sobrepeso, los pelos hirsutos de mi pubis, el pelo de mi ano, los pezones grandes y marrones, mi abdomen descolgado y estriado. El tono de mi voz, mi aliento, el olor de mi vagina, mi sangre, mi fetidez. Y aún me falta hacerme vieja. Y descomponerme. Wiener, Gabriela (2016) Llamada perdida. España: Editorial Malpaso

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El mal existe, como la deformidad y la putrefacción.

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Escritores participantes en el programa literario Latinoamérica Viva Del 2012 al 2019 por país de origen Argentina • • • • • • • • • • • • • • • • • • • •

Almada, Selva Almeida, Eugenia Andruetto, María Teresa Berti, Eduardo † Brizuela, Leopoldo Coehlo, Oliverio Consiglio, Jorge Falco, Federico Fernández Moreno, Inés Maqueira, Enzo Martínez, Guillermo Olguín, Sergio Oloixarac, Pola Fresán, Rodrigo Garland, Inés Piñeiro, Claudia Ronsino, Hernán Sabbatella, Leonardo Saccomanno, Guillermo Vera Álvarez, Hernán

• • • •

Hasbún, Rodrigo Paz Soldán, Edmundo Rivero, Giovanna Urrelo, Wilmer

• • • • •

Carneiro, Flávio Carvalho, Bernardo Campos, Simone De Leones, André Ferroni, Marcelo

Bolivia

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Brasil

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• • • • • • • • • • • • • • • • • • •

Figueiredo, Rubens Fraia, Emilio Freire, Marcelino Fuks, Julián Geisler, Luisa Hatoum, Milton Lacerda, Rodrigo Martins, Altair Montes, Raphael Nazarian, Santiago Passos, José Luiz Prata, Antonio Rodrigues, Sérgio Ruffato, Luiz Saavedra, Carola Silvestre, Edney Schroeder, Carlos Henrique Stigger, Verônica Zappi, Lucrecia

• • • • • • • • • • • • • • •

Apablaza, Claudia Barros, Pía Bisama, Álvaro Collyer, Jaime Correa, Matías Costamagna, Alejandra Cumplido, María José Díaz Eterovic, Ramón Díaz Oliva, Antonio Elías, Ricardo Fernández, Nona Ferrada, María José Guelfenbein, Carla Hidalgo, Daniel Jeftanovic, Andrea

Chile


Meruane, Lina Montero, Andrés Mellado, Isabel Muñoz Valenzuela, Diego Poblete, Nicolás Rimsky, Cynthia Rodríguez, María Paz Sanhueza, Leonardo Toro, Pablo Urelis, Arelis Vargas, Diego Wilson, Mike Zambra, Alejandro Zúñiga, Diego

• • • • • • • • • • • • • • •

Álvarez, Sergio Álvarez, Juan Bendek, Cristina Burgos, Andrés Correa, Juan David Engel, Patricia García, Antonio García Robayo, Margarita González, Tomás Mendoza, Miguel Muñoz, Harold Rosero, Evelio Samper, Daniel Solano, Andrés Felipe Torres, Miguel

• • • • • •

Barquero, Guillermo Berrocal, Bernabé Chaves, José Ricardo Contreras, Fernando Cortés, Carlos Guillén, Luis Diego

Colombia

Costa Rica

• • • • • •

Herra, Rafael Ángel Murillo, Catalina Quesada, Uriel Quirós, Daniel Rossi, Anacristina Ulloa- Argüello, Warren

• • • •

Guerra, Wendy Martínez, Julián Padura, Leonardo Suárez, Karla

• • • • • • • • • • • •

Adaui, Katya Alemán, Gabriela Ampuero, María Fernanda Arcos Cabrera, Carlos Cáceres, Jorge Luis Chávez, Miguel Antonio Egüez, Iván Rodríguez, Solange Ubidia, Abdón Valencia, Leonardo Vásconez, Carlos Vela, Óscar

• • •

Córdova, Alejandro Hernández, Claudia Núñez Handal, Vanessa

Cuba

Ecuador

El Salvador

Guatemala • Fortuny, Ana • Fuentes, Rodrigo • Halfon, Eduardo • Mosquera, Javier • Phé-Funchal, Denise • Vargas, Vania

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• • • • • • • • • • • • • •

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Honduras •

Rodríguez, Giovanni

• • • • • •

Blandón, Erick Grigsby Vergara, William Jaetschken, Marcel † Juárez Polanco, Ulises Martz, Mario Villalta, Fátima

• •

Burgos, Isabel Wynter, Carlos O.

• • •

Bustos, Mónica Pérez Reyes, José Viveros, Javier

• • • • • • • • • • • • • • •

Benavides, Jorge Eduardo Cisneros, Renato Cueto, Alonso Gamboa, Jeremías Iparraguirre, Alexis Neyra, Ezio Page, Johann Pimentel, Jerónimo Raggio, Salvador Luis Robles, Juan Manuel Salazar, Claudia Thays, Iván Vásquez, Yuri Yushimito, Carlos Wiener, Gabriela

Nicaragua

Panamá

Paraguay

LATINOAMÉRICA VIVA

Perú

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Puerto Rico • • • • • • • • •

Álvarez Nieves, Alejandro Arroyo Pizarro, Yolanda Cardona, Cezanne Dávila, Tere Gutiérrez Negrón, Sergio Lalo, Eduardo Montero, Mayra Negrón, Luis Santos Febres, Mayra

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Amengual, Claudia Butazzoni, Fernando Delgado Aparaín, Mario Estramil, Mercedes Sanchiz, Ramiro Santullo, Laura Umpi, Dani Verzi, Horacio

• • • • • • • • • • • •

Barrera, Alberto Barreto, Igor Blanco, Rodrigo Centeno, Israel Centeno Maldonado, Daniel Gutiérrez Plaza, Arturo Méndez, Juan Carlos Olivar, Norberto José Pantin, Yolanda Sánchez R., Eduardo Sandoval, Carlos Urriola, José

Uruguay

Venezuela


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Adaui, Katya | Ecuador Alemán, Gabriela | Ecuador Álvarez, Sergio | Colombia Almada, Selva | Argentina Almeida, Eugenia | Argentina Álvarez, Juan Colombia Álvarez Nieves, Alejandro | Puerto Rico Amengual, Claudia | Uruguay Ampuero, María Fernanda | Ecuador Andruetto, María Teresa | Argentina Apablaza, Claudia | Chile Arcos Cabrera, Carlos | Ecuador Arroyo Pizarro, Yolanda | Puerto Rico Barquero, Guillermo | Costa Rica Barrera, Alberto | Venezuela Barreto, Igor | Venezuela Barros, Pía | Chile Benavides, Jorge Eduardo | Perú Bendek, Cristina | Colombia Berrocal, Bernanbé | Costa Rica Berti, Eduardo | Argentina Bisama, Álvaro | Chile Blanco, Rodrigo | Venezuela Blandón, Erick | Nicaragua † Brizuela, Leopoldo | Argentina Burgos, Andrés | Colombia Burgos, Isabel | Panamá Bustos, Mónica | Paraguay Butazzoni, Fernando | Uruguay Cáceres, Jorge Luis | Ecuador Campos, Simone | Brasil Cardona, Cezanne | Puerto Rico Carneiro, Flávio | Brasil Carvalho, Bernardo | Brasil Centeno, Israel | Venezuela Centeno Maldonado, Daniel | Venezuela Chaves, José Ricardo | Costa Rica

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Chávez, Miguel Antonio | Ecuador Cisneros, Renato | Perú Coehlo, Oliverio | Argentina Collyer, Jaime | Chile Consiglio, Jorge | Argentina Contreras, Fernando | Costa Rica Córdova, Alejandro | El Salvador Correa, Juan David | Colombia Correa, Matías | Chile Cortés, Carlos | Costa Rica Costamagna, Alejandra | Chile Cueto, Alonso | Perú Cumplido, María José | Chile Dávila, Tere | Puerto Rico De Leones, André | Brasil Delgado Aparaín, Mario | Uruguay Díaz Eterovic, Ramón | Chile Díaz Oliva, Antonio | Chile Egüez, Iván | Ecuador Elías, Ricardo | Chile Engel, Patricia | Colombia Estramil, Mercedes | Uruguay Falco, Federico | Argentina Fernández, Nona | Chile Fernández Moreno, Inés | Argentina Ferrada, María José | Chile Ferroni, Marcelo | Brasil Figueiredo, Rubens | Brasil Fortuny, Ana | Guatemala Fraia, Emilio | Brasil Freire, Marcelino | Brasil Fresán, Rodrigo | Argentina Fuentes, Rodrigo | Guatemala Fuks, Julián | Brasil Gamboa, Jeremías | Perú García, Antonio | Colombia García Robayo, Margarita | Colombia

LATINOAMÉRICA VIVA

Escritores participantes en el programa literario Latinoamérica Viva al 2019

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Garland, Inés | Argentina Geisler, Luisa | Brasil González, Tomás | Colombia Grigsby Vergara, William | Nicaragua Guelfenbein, Carla | Chile Guerra, Wendy | Cuba Guillén, Luis Diego | Costa Rica Gutiérrez Negrón, Sergio | Puerto Rico Gutiérrez Plaza, Arturo | Venezuela Halfon, Eduardo | Guatemala Hasbún, Rodrigo | Bolivia Hatoum, Milton | Brasil Hernández, Claudia | El Salvador Herra, Rafael Ángel | Costa Rica Hasbún, Rodrigo | Bolivia Hidalgo, Daniel | Chile Iparraguirre, Alexis | Perú Jaetschken, Marcel | Nicaragua Jeftanovic, Andrea | Chile † Juárez Polanco, Ulises | Nicaragua Lacerda, Rodrigo | Brasil Lalo, Eduardo | Puerto Rico Lisas, Ricardo | Brasil Lisboa, Adriana | Brasil Maia, Ana Paula | Brasil Maqueira, Enzo | Argentina Martínez, Guillermo | Argentina Martínez, Julián | Cuba Martins, Altair | Brasil Martz, Mario | Nicaragua Mellado, Isabel | Chile Méndez, Juan Carlos | Venezuela Mendoza, Miguel | Colombia Meruane, Lina | Chile Montero, Andrés | Chile Montero, Mayra | Puerto Rico Montes, Raphael | Brasil Mosquera, Javier | Guatemala Muñoz, Harold | Colombia Muñoz Valenzuela | Diego Chile Murillo, Catalina | Costa Rica

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Nazarian, Santiago | Brasil Negrón, Luis | Puerto Rico Neyra, Ezio | Perú Núñez, Vanessa | El Salvador Olguín, Sergio | Argentina Olivar, Norberto José | Venezuela Oloixarac, Pola | Argentina Padura, Leonardo | Cuba Page, Johann | Perú Pantin, Yolanda | Venezuela Passos, José Luiz | Brasil Paz Soldán, Edmundo | Bolivia Pérez Reyes, José | Paraguay Phé-Funchal, Denise | Guatemala Pimentel, Jerónimo | Perú Piñeiro, Claudia | Argentina Poblete, Nicolás | Chile Prata, Antonio | Brasil Quesada, Uriel | Costa Rica Quirós, Daniel | Costa Rica Raggio, Salvador Luis | Perú Rimsky, Cynthia | Chile Rivero, Giovanna | Bolivia Robles, Juan Manuel | Perú Rodrigues, Sérgio | Brasil Rodríguez, Giovanni | Honduras Rodríguez, María Paz | Chile Rodríguez, Solange | Ecuador Ronsino, Hernán | Argentina Rosero, Evelio | Colombia Rossi, Anacristina | Costa Rica Ruffato, Luiz | Brasil Saavedra, Carola | Brasil Sabbatella, Leonardo | Argentina Saccomanno, Guillermo | Argentina Salazar, Claudia | Perú Samper, Daniel | Colombia Sánchez R., Eduardo | Venezuela Sanchiz, Ramiro | Uruguay Sandoval, Carlos | Venezuela Sanhueza, Leonardo | Chile


Santos Febres, Mayra | Puerto Rico Santullo, Laura | Uruguay Silvestre, Edney | Brasil Schroeder, Carlos Henrique | Brasil Solano, Andrés Felipe | Colombia Stigger, Verônica | Brasil Suárez, Karla | Cuba Thays, Iván | Perú Toro, Pablo | Chile Torres, Miguel | Colombia Ubidia, Abdón | Ecuador Ulloa- Argüello, Warren | Costa Rica Umpi, Dani | Uruguay Uribes, Arelis | Chile Urrelo, Wilmer | Bolivia Urriola, José | Venezuela Valencia, Leonardo | Ecuador Vargas, Vania | Guatemala Vásconez, Carlos | Ecuador Vargas, Diego | Chile Vásquez, Yuri | Perú Vela, Óscar | Ecuador Vera Álvarez, Hernán | Argentina Verzi, Horacio | Uruguay Villalta, Fátima | Nicaragua Viveros, Javier | Paraguay Wilson, Mike | Chile Wiener, Gabriela | Perú Wynter, Carlos O. | Panamá Yushimito, Carlos | Perú Zambra, Alejandro | Chile Zappi, Lucrecia | Brasil Zúñiga, Diego | Chile

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gracias al equipo de la fil guadalajara Dirección General: Alejandro Márquez Hernández, Luis Ángel Márquez Arrellano, José Luis Martínez González, Mariela Cruz Mena Mundo, David Unger Operaciones: Mayra Azucena Martínez Salazar, Judith Morales Moreno, Yolanda Peguero López Administración: Ileana Paola Arellano González, Nancy Guadalupe Cruz Nieto, Manuel Alberto Delgado Siordia, Alejandra González Moreno, Edgar Norberto Herrera Rivera, Luisa Fernanda La Verne Sandoval, Bernardo Sahagún Torres, Blanca Esthela Valdez Padilla, Patricia Lorena Valentan Gómez Contenidos: María Daniela Ascencio Casillas, Melina Flores Hernández, Lucila Jauregui Rosales, Araceli López Alvarado, Natalia Montes Sánchez, Jorge Alberto Pérez Gómez, Itzel Estefanía Sánchez Hernández Protocolo: Blanca Daniella Gama Cárdenas Diseño y Ambientación: Francisco Javier Ojeda Álvarez, José Carlos Picos Alarcón, Erika Rivera Íñiguez Prensa y Difusión: Juan Manuel Alatorre García, Jessica Cano Lule, Areli Belén Martín Orozco, Josué Enrique Nando Durán Tecnologías de la Información: Noe Dávila Leandro, José Antonio Mercado González Patrocinios: Dea Nicté López García, José Rafael Sánchez Hinojosa FIL Niños: Mario Esteban Carreón García, Ma. Fernanda Gómez López, Saúl David Ruesga Bárcenas Expositores: Abigaíl Corrales Pérez, Magdalena Zapata Pérez Profesionales: Diego Arellano Riverón, Jazmín Vianett Martín Orozco, Andres Peña Michel, Viridiana Vázquez Hernández Servicios de Viajes: Mónica López Bravo, Aranzazú Soledad Meza Macías, Juan Manuel Guzmán Saavedra Alimentos y Bebidas: María Verónica Flores García Montaje: Gabriel Castañeda González, Felipe Díaz Sedano, Pablo Hernández Gutiérrez, Francisco Lara Santoscoy, Jessica Elizabeth Navarro Tinajero, Raúl Ramírez Galván, Carlos Alberto Padilla Rojas, Johan Kevin Silva Reos, Luis Alberto Velázquez López, Ricardo Villalobos Hernández

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