H&C 07 Hechos y Crónicas

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Lucas M.D. Anorexia y bulimia: muerte silenciosa

A

ngélica (*) pudo haber muerto hace algunos años. De hecho, estuvo a punto de fallecer en varias ocasiones, a lo largo de 13 años durante los cuales padeció de anorexia y bulimia extremas, enfermedades que afectan sobre todo a las mujeres jóvenes, presionadas por la influencia de grupos sociales, entre los cuales se incluyen la familia, los centros educativos y los sitios de trabajo, que adoptan prototipos del cuerpo humano que oscilan entre la esbeltez y lo famélico. Son enfermedades que llevan a una muerte silenciosa y que, según estadísticas obtenidas por organizaciones del sector de la salud, afectan a un gran número de personas, sin distingos de credo ni de posición social (Ver cuadro). A instancias de Hechos&Crónicas, esta chica aceptó contar su experiencia, con el ánimo de advertir a sus congéneres y a los padres de familia sobre los graves peligros de estas “modernas” afecciones. “Yo era una niña muy sola, mis papás tenían su empresa y no los veía; a mí me crió una nana. Cuando fui creciendo me gustaba figurar, por eso era juiciosa en el estudio, también me gustaba la televisión. A los 12 años hice mi primer comercial para la televisión; como mi familia no estaba, yo creía que esa era una manera de llamar la atención, pensaba que mis papás no me estaban prestando atención. Me daba cuenta de que mis compañeritas comían cositas muy poquitas y yo pensaba que estaba comiendo demasiado. A los 13 años, me llamaron para hacer un comercial y uno de los productores me dijo ‘tu estas un poquito pasadita de peso’. A los 14 años empecé a suprimir el desayuno. Para mí no era importante ni necesario desayunar; fue pasando el tiempo y dije si no desayuno pues tampoco almuerzo, porque veía que no era necesario almorzar y creía que no me estaba haciendo daño, consideraba que estaba siendo benéfico, en mi parte física me sentía bien. Yo veía muy natural el no comer y no sabía que ya estaba empezando a tener un problema. Cuando cumplí los 15 años me veía gorda, tenía ojeras, yo no me veía mal, las personas me decían que estaba muy delgada, pero yo me sentía bien. Mis padres me preguntaban si estaba comiendo y yo comencé a mentir, para mí estaba comiendo lo necesario, a ellos no les importó y seguí en lo mismo. Dije voy a comer lo necesario. A los 16 años mi crecimiento se detuvo, me llevaron al médico, estaba baja de peso y de talla, y el médico recomendó una dieta hipercalórica. Mi mamá estuvo pendiente cuando comía por un tiempo, pero el comer me dio reflujo porque mi estómago estaba muy pequeño, sentía rebotes y malestares y pensé voy a vomitar. El vómito me calmaba el reflujo y eso me hacía sentir bien. Yo engañé a mis papás de los 16 a los 20 años, comía muy bien ante ellos pero vomitaba tres veces al día. A los 18 años pesaba 27 kilos. Yo vivía totalmente engañada, el médico de la familia, me preguntaba si yo tenía desórdenes alimenticios, pero yo le contestaba que no. Durante este proceso, a los 18 años una compañera me habló de Jesucristo y comencé a asistir de vez en cuando a la iglesia. Cuando entré a la Universidad, una niña cristiana estuvo muy pendiente de mí, me

decía que nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo y debía cuidarlo… a veces me incomodaban su presencia y sus palabras. A los 20 años comencé a sentirme cansada y fatigada y él médico me recetó un revitalizante; entonces me hice adicta al revitalizante, era lo único que comía y que no vomitaba. El comer y vomitar era una rutina diaria, tres veces al día, me sentía bien tener el estómago desocupado y no sentirme llena. A los 21 años me internaron en una clínica, estaba pesando 27 kilos, me dejaron solamente un mes, allí me diagnosticaron la anorexia pero yo no entendía qué era eso. En ese mes recuperé 3 kilos. Pensaba: ‘yo creo que voy a poder salir de esto sola’. El engaño se mantenía, yo nunca lo consideré una enfermedad. A los 22 años conocí un médico y me fui a vivir con él, para mí era más fácil porque estaba más sola y como era médico, él me daba medicamentos, me recetaba tranquilizantes para los nervios y morfina para los dolores y estos medicamentos me quitaban el apetito y para mí era perfecto. Fueron dos años con anorexia, bulimia y adicción. El muere y a los 24 años mis papás me hospitalizan, los médicos me daban 8 días de vida, tenía desnutrición en cuarto grado, tenía cerrado el estómago, gastroenteritis, úlcera duodenal, no toleraba ningún alimento, no podía alzar los brazos, se notaban los huesos, las costillas, los pómulos, ya estaba postrada en cama y aun ahí no era consciente y no entendía mi debilidad. La gente me decía ‘tienes que comer’ y yo les decía que ‘no’; la comida no era prioridad. Cuando me hospitalizaron no tenía venas ni músculo para inyectarme suero. La sicóloga me decía que tenía un problema que debía afrontarlo y que si yo no reconocía que tenía un problema de anorexia, bulimia y adicción me moría. Estuve 6 meses en la clínica. La sicóloga que me trato era cristiana y comenzó a indagar desde mi infancia, me decía que era un mecanismo de defensa para llamar la atención, ella duró 4 meses haciéndome caer en la cuenta de que yo tenía ese problema. Empecé entonces a tener una relación real con Cristo y tuve una confrontación; en mi interior se dio un click. Yo le pedía al Señor que me quitara la venda de los ojos porque físicamente me veía bien, aunque me veía gorda todavía, era ilógico por que las personas alrededor me decían ‘estás muy delgada, estás muy mal’ y yo no lo veía, ahí es donde el enemigo te pone vendas y te engaña. En la clínica nos ponían a hacer un ejercicio frente al espejo: Yo me miré en el espejo y me veía bonita y gorda y empecé a decir yo estoy bien, yo me veo bien, no quiero que me digan nada y la sicóloga que estaba al lado mío me decía ‘di la verdad’, pero yo afirmaba que esa era la verdad, yo no estoy mintiendo, yo me veo bien. Me dijo luego que cerrara los ojos y me acorde de una palabra en el Primer Llibro de Samuel, donde Dios me decía: No llores, come, por qué no comes? Abrí los ojos y vi mi realidad, cuando vi mi físico reaccioné y empecé a llorar y a llorar y a llorar y a reconocer ‘me estoy muriendo, esto no lo pude hacer sola’. Sentí mucha culpabilidad, culpé a mis papas, culpé a mi hermana, Edición 07 Abril de 2011

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