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A C I N Ó C

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Es la puerta a una gran pradería donde pasean las vacas en absoluta soledad. A la izquierda cantidad de listones de hojalata, todavía reluciente, restos inutilizados de la nueva ciudad. Prefirieron poner horcones de madera, me explica Wilfredo. A la derecha una casa, casi parece abandonada, si no fuera porque aparece un sombrero sobre un hombrecito menudo, algo curvado por los años. Es el encargado, el dueño vive en San Juan. Atravesamos el pastizal y a lo lejos siluetas humanas no distingo la edad, por los juegos diría que son niños que se han escapado de la escuela. Una ancha puerta nos deja pasar con tal de que le empujemos con cariño y la amarremos con seguridad y, ya de frente, en la altura, se vislumbra la gran avenida principal, flanqueada en las dos márgenes por tremendos soldados altos, blancos y flacos con sus cabezas inclinadas para iluminar nuestro pueblo fantasma. Más de un kilómetro de frente y otro tanto de transverso en una espléndida llanura es donde se distribuyen en línea 120 casas que, por lo blanco, parecen terrones de azúcar y nos deja la impresión del paso de una hada. Grito al viento que pasa, al pájaro que asoma, nadie se presenta. Recorremos cada rincón, la plaza de armas, área del jardín, terreno destinado al colegio, la casa de fuerza, aunque el motor todavía no quiere hacer trabajar a sus soldados, el tanque de agua y el pozo con su caseta de bombeo. El motor chino está presente, parece que la bomba se ha fugado y nadie sabe por dónde. Probamos el agua, fresca y cristalina, hasta parece dulce y melosa. Llegó a subir al tanque pero se despegaban las uniones, me explica Wilfredo. No le dejan salir libre sino que al tubo le hacen virar en picado al suelo para después obligarle a subir la cuesta. Con calma, de su maleta va sacando los planos que desdoblados cubren la maleza, en colorines cuadriculados dibujan una ciudad del futuro. Éste es el lote de la parroquia, si usted desea podemos darle dos lotes más para que pueda hacer un albergue, me ofrece muy serio el alcalde. No me atrevo a reír porque pare él es un hecho, en cambio yo repito: tengo pero no tengo. Esto no son casas, nadie puede vivir en ellas. Para estar un rato sí, pero en un 2,5 metros por 5 de frente, no cabe gran cosa, con una pared de uralita de 4 milímetros de espesor, frágil como un cristal, sólo sirve para aparentar, tal vez para salvar un expediente y recibir el apoyo para algo de verdad.

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