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marca que el susto. Gracias a la habilidad del machiguenga para preparar un techo de rama y hojas, podemos descansar, no sin antes encomendarnos a Tasorintsi para que no llore esta noche.

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Han sido unas breves lágrimas las que derramó el hacedor de tanta maravilla. Terminamos de escalar la montaña y en la cumbre rematamos las provisiones enlatadas. Comienza el descenso y me sorprende la facilidad con la que avanzan mis rodillas. Me advierten de un derrumbe justo en el punto más peligroso del recorrido: la elevada cuchilla rocosa tan angosta que no permite sino colocar el pié calculando su difícil asiento para que no deslice hacia ninguno de los precipicios que se miran a ambos lados compitiendo en abismo y rugido de las aguas en sus cauces. El peligro se compensa con la belleza de las cascadas que cubren el saldo superior a los 200 metros. Llegados a su lecho, el camino sigue el gran caudal que forman el encuentro de sus aguas que corren hacia el Mantalo de donde estamos a una jornada todavía. Los pasos por las rocas exige afinar la precaución de las caídas que serán mucho más dolorosas. Caminamos tres horas todavía hasta acampar en una de las playas que ya va permitiendo la quebrada en su cercanía al gran río. Me atrevo a montar la tienda que compré por veinte soles y compruebo que no es mala, quizá porque no ha llovido. Me levanto con una oreja que dobla en tamaño la otra por efecto de algún huésped, seguramente arácnido, que ha estrenado conmigo la angosta tienda. Las rodillas aunque doloridas caminan alegres. En una hora llegamos al Mantalo bastante disminuído y comenzamos su remontada hasta el lugar donde aguarda una balsa con la que pasamos a la otra orilla. Estamos a mediodía en Tsokirina, en casa de Juan que nos ofrece su comida. Es tanta el hambre de varios días que acometo sin miramientos el boquichico que me ofrece, y al poco compruebo que alguna de las Y de sus infinitas espinas se ha clavado en mi garganta y me acuerdo del pescadito los dos días que dura su dolorosa huella en mi garganchón. Llegan casi todas las familias de la comunidad que siguen siendo doce. Permanecemos con ellos dos días completos y Blakerdy y Rosmel se quedarán varios días más con su trabajo de enfermera y animador respectivamente. Desde la última visita, ha muerto una niña en edad escolar; muerte que se hubiera evitado de contar con movilización aérea; pero la empresa TGP sigue sin dar señal alguna de solidaridad con estas gentes a las que contemplan a diario desde las nubes. Fue una gran novedad y motivo de fiesta la inauguración de la lancha que hinchamos y llevamos en procesión hasta la playa. Casi todos los asistentes montaron en ella y dieron un paseo, con especial regocijo de los más pequeños. Ahí ya me dí cuenta que iba más a merced de los remolinos que de los remos. Aprovechamos la fiesta para intentar convencer a uno de los papás que reciba en su casa a su hijo de 12 años que echó porque llegó con fiebre desde Koribeni. No lo logramos y permanecerá en casa del benemérito Juan al menos hasta que deje de toser. ¿Habrá oído este paisano algo acerca de la peste porcina?. ¡Qué

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