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X I O N E S

pudimos afrontar situaciones de envergadura eclesial. Desde el año 1976 he participado de las inquietudes de la Iglesia del Perú a través de los Obispos. Ellos me enseñaron caminos desconocidos. Me alentaron para que nunca perdiese la línea del horizonte donde se encontraba la Iglesia de Cristo. En las numerosas "confrontaciones" al interior de las Asambleas recibí lecciones de paciencia, mansedumbre y capacidad para aceptar reproches. Durante los últimos seis años recibí el encargo de la Secretaría General de la Conferencia. Traté de poner humanidad en la Sede de la CEP que alberga el personal de las diversas Comisiones Episcopales. No me quedan palabras sino para agradecer la deferencia que tuvieron conmigo. Frente a los rasgos de impaciencia que siempre tuve, ellos tuvieron palabras de aliento, comprensión y estima. Les estoy muy reconocido.

R E F L E

23. Gracias a las autoridades civiles, judiciales y militares de nuestro Vicariato, especialmente a las de Puerto Maldonado y Quillabamba. Siempre me respetaron, aceptaron un diálogo correcto; supieron "aguantar" mis, a veces, agrias llamadas de atención con sencillez. En los momentos difíciles (huelgas, paros, toma de la catedral, detenciones arbitrarias de miembros sindicales, confrontaciones serias con el ejército y policía nacional, conflictos graves que atemorizaban a la población), hubo respeto, coordinación y entendimiento. Estoy muy reconocido porque aliviaron mi corazón medio quebrantado en las horas decisivas. Recomendaciones 24. Al término de esta carta, transmito dos recomendaciones que brotan de mi alma, un tanto turbada: a) La convivencia. Creo que no es tan difícil vivir en comunidad, practicar el cariño de unos a otros, soportar con serenidad los defectos del hermano o la hermana. En el mundo misionero, donde, con frecuencia, viven juntos sólo dos o tres agentes pastorales (sacerdotes, religiosas, misioneros seglares, frailes dominicos) es un crimen la enemistad, la indiferencia o el rechazo de la comprensión. Es preciso tener un verdadero fanatismo de la convivencia. Vivimos una sola vez. Pasamos por este mundo, donde Dios nos ha colocado, una única vez. Sería triste vivirlo en un clima de insatisfacción. Me encantaría que, un día, pudiéramos bajar al Jesús de su madero para que, destruido el pecado que tanto nos enemista, lográramos conversar en un clima sin rencillas ni rencores. Pero debemos aportar nuestra cuota de sacrificio y ofrenda. De nosotros depende el resultado de la paz, armonía y cariño con la ayuda de nuestro Padre Dios. Es necesaria la unión fraterna, la colaboración de unos y otros, la generosidad de entrega y el espíritu de servicio. b) Monseñor Paco. Necesita de la ayuda y acompañamiento. Tengo motivos más que suficientes para reconocer esos grandes ingredientes que residen en almas selectas. Monseñor Paco es una de ellas. Su trayectoria, su capacidad de escucha, su entrega de caridad, su paciencia ante las lágrimas de aquellas personas que se le acercan, no tiene límite. Para colmo de

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