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está en que a pesar de la dureza e intolerancia de los hermanos, de sus malos tratos y del cansancio, del frío y la soledad de la noche, uno no pierda la capacidad de seguir respetando a su Dios, sus principios y a los hombres que Dios le ha dado como hermanos, crecer en la virtud en medio de la adversidad. Busca, Francisco, el verdadero sentido de la paz. Hoy cuando políticos, pacifistas y predicadores modernos hablan del “espíritu de la paz” o del “espíritu de unidad”. Francisco, nos enseña a invertir estos términos, nos muestra que el no reconoce la paz que brota de la sabiduría humana y del arte de negociar, sino que, como Jesús, diferenció su paz, de la paz tal como el mundo la otorga, el deseaba la paz verdadera del Cielo, y el amor sincero en el Señor, esta paz que es auténtica y verdadera viene a los hombres cuando los hombres reconocen y respetan su similitud más íntima, su ser creatural de Dios, su común dignidad. Sin necesidad de hacer mayores elucubraciones al ver la vida y el espíritu del Pobre de Asís, podemos descubrir en el a un creyente que se preocupó por los hombres, así como Cristo gastó su vida al servicio del necesitado, del marginado, del pecador, Francisco, evangelio viviente se puso al servicio de la humanidad herida. No sin razón muchos han descubierto el testimonio de un gran humanista. La experiencia de Francisco con el leproso y el encargo del Cristo de San Damián, recuerda con vivacidad luminosa, el amor del Poverello por los pobres del Señor. Queridos hermanos franciscanos, contemplar la gracia de los orígenes es tener el corazón ansioso por asumir los perfiles de humanidad que agiornaron el testimonio de Francisco. Quiénes son los leprosos de hoy, a quién abrazaría Francisco y le pondría su manto, a quién lavaría las heridas… Los obispos reunidos en Aparecida nos dan una buena enumeración de quienes son los que reflejan, desde el dolor, el sufrimiento y la marginalidad el rostro de Cristo sufriente: los que viven en la calle, los migrantes desamparados y angustiados, los enfermos desprotegidos, los adictos al juego, al alcohol, al hedonismo y a las drogas, los que se encuentran en las cárceles… La Osadía de vivir el Evangelio, exige la osadía de ponerse al servicio del prójimo. La Osadía de vivir el Evangelio, nos exige abrazar a Cristo, a la Iglesia y a la humanidad. La gracia que abundó en los orígenes de nuestras Ordenes, no puede ni debe quedarse en las páginas de la historia, debe hacerse viva y eficaz en el testimonio de nuestro compromiso religioso. Que el abrazo de Francisco y de Domingo, que es el abrazo de dos hombres que osaron vivir el Evangelio, nos comprometa, a nosotros sus hijos, a vivir aquel mismo Evangelio que dio sentido a sus vidas, para que dé sentido a las nuestras.

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