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Así como en el misionero el saber se concretiza en la acción y por el hecho de tener un pensa­ miento doctrinal se ve impulsado a actuar, así también el nativo, por el hecho de tener cultura y ser capaz de diálogo, tiene también capacidad de acción sobre el mundo y sobre la sociedad y puede aceptar al misionero, como puede rechazarle o plantearle problemas. La Misión puede entrar en diálogo con la sociedad nativa e influir en su pensamiento y en su comportamiento, pero no es por su poder económico ni por la superioridad intelectual de sus miembros. Es, simplemente, porque el nativo es capaz de percibir que puede aceptar el mensaje del misione­ ro, pues le ve combinado en los modos de vida, en los sistemas de valores y en las representa­ ciones de la sociedad nativa. No es fácil que el misionero perciba directamente este elemento básico para el diálogo y la interacción como lo percibe el nativo. Generalmente se cree que el hecho de proponer el mensaje lleva la fuerza de la convicción y de la aceptación por el otro, pero no es así. La convicción y la aceptación pasan antes, necesariamente, por dos fases: Una, por el descubrimiento que hace el nativo de unas cualidades comunes que hay en sí mismo y en el misionero, por las que le acepta como interlocutor en el diálogo; otra, por el descubrimiento que hace el nativo de la adecuación de su cultura con el mensaje del misionero. Suele aconsejarse a los misioneros que antes de establecer contacto con los nativos deben conocer su historia, cultura, contexto social, lengua, etc., pero se olvida el recomendarles otras cosas más, como por ejemplo, que deben saber qué concepto tienen de los misioneros los nativos y cómo organizan éstos sus vidas a partir del conocimiento que tienen de los misioneros. No podría darse un diálogo e interacción entre los misioneros y los nativos si aquellos no conocen antes cómo los ven y los conocen los nativos. En el proceso misional se da el momento en el que el misionero toma conciencia de que su cultura y sociedad es diferente de la del nativo y es tentado a considerar que éste está en un nivel de atraso respecto al suyo y por la misma razón de que se siente superior, no llega a comprenderle del todo, por lo que le cuesta mucho convivir y dialogar con él a un nivel de comprensión personal, simple y natural, a lo que no está acostumbrado. Pero observamos, por el lado del nativo, que éste percibe también esas diferencias pero, al contrario del misionero, no tiene este problema, pues ve al misionero como a su igual, a través de ciertas cualidades comunes que encuentra entre los dos, pero que el misionero no alcanza a vislumbrar en sí mismo porque las ha disimulado o anulado por su cultura filosófica y científica, y es a partir de esas cualidades que el nativo establece su diálogo con el misionero. Este fenómeno nos hace pensar que la interacción entre el misionero y el nativo puede tener dos aspectos: Uno, el proyecto del misionero y su adaptación al medio y a la cultura del nativo; otro, por parte del nativo, el cual puede llegar al misionero de una forma directa porque descubre en él aquello que percibe en sí mismo: Lo humano, lo representativo y mítico, las creencias, los valores, la inclinación a la comunicación, etc. Sabiendo esto el misionero no tendría necesidad de sofisticar su presencia y trato dentro de la sociedad nativa ni tampoco actuar bajo la creencia de que por saber más tiene más poder, ni tener siempre la iniciativa del diálogo, sino le bastaría solo una disposición para oír, acompañar, animar. Pero, si el misionero no está al tanto de las formas culturales por las que conoce y se expresa el nativo tendrá graves problemas para el diálogo y la interacción misional, que no podría solucionar­ los ni con el recurso evasivo a la "inculturación". En este sentido la sola presencia de los misioneros en el Bajo Urubamba no ha significado nece­ sariamente un cambio en la cultura y sociedad nativas. Su trato, su mensaje, sus proyectos de desarrollo y de servicio, antes de ser traumáticos, han despertado y promovido las potencialidades

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