Octava Planta numero 46

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Todo lo que sea perjudicar a España a esta gente les parece bien: pisotear nuestra cultura y tradiciones, enterrar nuestras señas comunes de identidad, destruir todo símbolo que mantenga la conciencia nacional, enfrentarnos unos con otros... El relativismo moral que subyace tras los movimientos de la izquierda definitivamente dista de mi escala de valores. Se abanderan de defender las causas nobles cuando desde su hipocresía tienen una manera curiosa de demostrarlo. Su popularidad radica en que se ha apropiado de unos valores y los ha difundido, que no defendido, con éxito. Esto ocurre cada día gratuitamente, sin condena ni crítica por parte de nadie. Tras cada atropello, si consigue escapar a la férrea censura mediática, nuestros valientes gobernantes de uno y otro color miran para otro lado, ignorando las cuatro voces que claman justicia. Por eso más triste es aún que la supuesta derecha política calle también, cómplice, no vaya a ser que queden vinculados con lo innombrable. De todas formas, si el socialismo falló en el resto del mundo aquí no íbamos a ser menos. A la izquierda le gusta predicar un falso dilema meramente propagandístico, que se basa en decir que ellos se preocupan por los desheredados de la tierra. Cuando lo único que les preocupa es su casta política, mediocre e incompetente, cuyo legado ha sido la corrupción más espectacular vivida en la historia de España, una gestión económica deplorable vinculada a millones de parados, un intento encarnizado de domesticar las libertades vulnerando la independencia del poder judicial, acosando a los medios independientes, despreciando totalmente la legalidad del estado, pasando desde la articulación del terrorismo de Estado de los GAL a vendernos a los asesinos. Mucho pensar en los olvidados mientras aumenta la precariedad laboral, los contratos basura y el abismo entre ricos y pobres. Eso sí, al contribuyente de las clases medias asfixiarle a impuestos, muchos de ellos invertidos en los titiriteros progres y paniaguados, para que cobren sustanciosos contratos por

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aplaudir el esperpento de sus mecenas, viviendo del cuento a costa de la clase trabajadora. De todas formas no es justo generalizar, sin duda, en el seno de la izquierda existen personas de buena fe que están convencidas de que se hallan en el mejor lugar para ayudar al prójimo. Muchos habrán llegado a la izquierda guiados por ideales nobles de justicia y de bienestar para todos y no ansiosos de cobrar subvenciones o a la espera de alcanzar un cargo público. Por esta gente siento un profundo respeto, al fin y al cabo cada uno solamente es responsable de sus propios actos. Sin embargo, esa izquierda tiene que abandonar ciertas posturas que sólo nos llevan al suicidio de nuestra civilización. Es necesario apostar decididamente por nuestras identidades, frenar el capitalismo despiadado, el individualismo, reivindicar la dignificación de las humanidades y de nuestro inmenso patrimonio histórico y cultural. Tienen que dejar de provocar la división entre el pueblo y potenciar más lo que nos une a los españoles que lo que nos separa. No hay más que salir de casa para darnos cuenta de que no somos tan diferentes como nos quieren hacer creer, la izquierda tiene que volver a ser española y recuperar su conciencia nacional, sin olvidar por supuesto la defensa de la dignidad, justicia y libertad para todas las personas. España somos todos. La gente que defiende y lucha por esto son los verdaderos "indignados" y no los títeres de la izquierda radical, cuya "oposición al sistema" goza de la cobertura mediática de los grandes medios de comunicación del país y que, pese a sus manifiestas ilegalidades, cuenta con la benevolencia de los poderosos. Así que si quieres rebelarte de verdad contra el sistema, puedes ir a acampar en la Puerta del Sol con una camiseta de el Che y sumarte al rebaño. O también puedes rebelarte y optar por el duro camino de los que quieren reivindicar un futuro para nues-tro pueblo. Tú decides.

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