Octava Planta numero 46

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Otros ejemplos más actuales y relacionados con la informática pueden ser la duración de las baterías de los móviles, mp3 u ordenadores. Fue muy famoso el caso “Westley contra Apple”, en el que se denunció al gigante empresarial porque sus baterías de los iPods tenían una duración de unos 8 meses, siendo insustituibles y debiéndote comprar uno nuevo (a partir de esta denuncia colectiva Apple creó el servicio de recambio). Aún así, no sólo tenemos que hacer referencia a la rotura, los aparatos electrónicos son cambiados cada poco tiempo por quedarse obsoletos, ¿quién no ha adquirido ya un smartphone a pesar de que su antiguo teléfono funcionaba?. Debemos plantearnos desde un punto de vista ético si es correcto que los ingenieros elaboren productos introduciendo en ellos pequeñas deficiencias o fabricando materiales más frágiles con la finalidad de que duren menos y haya que comprar uno nuevo. Para algunos es su trabajo, tienen que comer, pero desde otro punto de vista se ha de tener en cuenta que los recursos naturales son finitos, que la gente a veces no puede comprar todo lo que quisiera, que no es justo para el planeta ni para la sociedad que se creen productos peores únicamente para aumentar las ventas de una empresa. Todo este sistema se sostiene sobre la máxima de que todo artículo que no se desgaste y deteriore supone una pérdida, lo cual en realidad no es cierto, ya que los costes reales de producción de un producto (extracción – producción – distribución – consumo - disposición) son muy elevados (por ejemplo el transporte) siendo más económico hacer productos más duraderos. Aunque desde una óptica empresarial no se entiende que en ocasiones el vender menos puede suponer un beneficio sino que es mejor vender más aún cuando los gastos ocasionados en su producción, comercialización y publicidad sean muy superiores. Incluso podríamos plantearnos si el precio final de los productos es el adecuado, porque muchas veces lo que estamos pagando es la marca. Las millonarias campañas publicitarias que se hacen, y no el coste real del producto, y más si tenemos en cuenta que las fábricas están en países subdesarrollados. Igual sería mejor invertir en tecnología, en desarrollar productos duraderos, en la sostenibilidad del plantea y reducir costes de otros lugares. Y ¿dónde van a parar todos los residuos que se generan?, ¿existen políticas medioambientales para reciclar y reutilizar los productos? Los países subdesarrollados se están convirtiendo en el vertedero del mundo (se generan anualmente unos 50 millones de toneladas de basura electrónica). Un ejemplo sería Ghana, en barco llegan contenedores con residuos electrónicos a pesar de estar prohibido mediante Tratados Internacionales. Únicamente se permite si se les declara productos de segunda mano. Más del 80% de los productos que llegan a Ghana son chatarra inservible.

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Las generaciones futuras no nos perdonarán el daño que estamos causando al planeta. "Esta práctica empresarial se ha convertido en la base de la economía moderna, a pesar de las terribles consecuencias medioambientales de un sistema que genera toneladas de residuos inútilmente". Ante esta situación mucha gente está luchando por combatirla. Por ejemplo, un ruso ha desarrollado un software que resetea el contador instalado en ciertas impresoras que hace que éstas se estropeen al llegar a un número determinado de copias, permitiendo así su contínua utilización. Otro ejemplo sería un descendiente de Philips, el cual considera que la duración de las bombillas no puede deberse a una mala producción para aumentar el consumo, y ha fabricado una bombilla LED que dura 25 años. O un ingeniero suizo en una fábrica textil que ha reducido los tintes empleados para teñir las telas a 36 sustancias biodegradables cuando anteriormente no lo eran. También se intenta implantar la teoría de la reparación. Cuando un producto deja de funcionar se puede arreglar no es necesario comprar uno nuevo, práctica que debemos aprender de los países subdesarrollados o de la sociedad española de los años 50, donde tirar un producto porque solo se estropease era impensable. O hablar de los segundos usos, en Berlín por ejemplo hay un mercadillo únicamente donde la gente vende objetos de segunda mano. Chicos como nosotros cuando dejan de usar algo y sigue estando bien acuden allí a venderlo por precios mínimos para luego volver a comprar allí algo nuevo que necesitan. Las posturas más radicales relacionadas con el llamado decrecimiento piensan que lo deseable y necesario es abandonar de forma definitiva la sociedad de crecimiento, el despilfarro, la sobreproducción y el sobreconsumo, evitar la dependencia hacia los objetos para aumentar nuestro autoestima y definir nuestra identidad, que la obsolescencia programada va a acabar con el planeta. “La felicidad no depende del nivel de consumo”, afirmación que podemos ver tan sólo con pensar como un niño en un país subodesarrollado que es feliz con una lata a modo de balón, y un niño de una país desarrollado que tiene cuatro videoconsolas y aún así no sonríe. No podemos ser meros espectadores y pensar que la culpa no es nuestra, que únicamente somos víctimas de la sociedad de consumo. Si instauramos la cultura de reparar, la segunda mano, si no nos dejamos llevar por la apariencia externa de los productos estaremos contribuyendo al sostenimiento del planeta, y en algún momento las empresas se darán cuenta que su modelo económico y de mercado no funciona, que nos estamos quejando y queremos que la situación cambie. Y las soluciones no sólo están en manos de la “gente grande”, sino que todos podemos ayudar y actuar para evitar la obsolescencia programada. Lo cual no significa que haya que destruir completamente el sistema de libre mercado, sino mejorarlo entre todos. En palabras de Gandhi, “el mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos pero siempre será demasiado pequeño para la avaricia de algunos”.

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