Octava Planta número 42

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24/05/2010

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Día del campo María y Raquel A las diez de la mañana del 23 de abril los alfonsinos más madrugadores cogieron el primer autobús para ir a Viana de Cega y poder disfrutar de un “día del campo” inolvidable. Las malas predicciones que auguraban los gurús meteorológicos de la residencia parecían cumplirse a primera hora: al cielo encapotado se sumó la niebla, que apareció a medida que llegábamos a nuestro destino, y esto nos hizo temer lo peor. Sin embargo, el tiempo nos respetó, y a media mañana el Sol se abrió paso y, poco a poco, nos fuimos deshaciendo de las prendas de abrigo que habíamos creído necesarias. La llegada al merendero fue bastante accidentada: con una conductora que no sabía cómo llegar y un tutor metiendo fichas... ¡ah no, que eran indicaciones! (un tanto erróneas, por cierto). Al final, tras la visita turística por Viana de Cega, las puertas del autobús se abrieron y los velocistas de cada grupo corrieron a coger las mejores mesas y barbacoas. Algo después de las once llegó el segundo autobús: por fin estábamos todos. La sangría empezó a servirse en todas las mesas y mientras unos jugaban al fútbol, otros a las cartas, rugby o simplemente charlaban, se fue pasando la mañana. A eso de la una del mediodía se fueron encendiendo los fuegos y un olor a barbacoa empezó a impregnar el ambiente. Los cocineros más avezados se hicieron con los fogones y gracias a ellos, aunque algún que otro fuego se apagó antes de tiempo, todos pudimos degustar de un excelente menú: desde pinchos morunos a chuletas, pasando por chorizo, morcilla, salchichas, hamburguesas… vamos, que nadie se quedó con hambre y, por las garrafas vacías que empezaban a acumularse, tampoco con sed. Después de la comida, muchos decidieron descansar el estómago con una siesta. Algunos graciosos buscaron interrumpir a Morfeo con un chapuzón en el río, y más de una tuvo que pedir a los machos del Alfonso ropa de cambio.

En el trayecto de vuelta algunos se fueron percatando de que echarse crema no hubiera estado mal. En uno de los autobuses pudimos descubrir a la animadora revelación del año: Sanju. Aunque al principio la costó hacerse con el micrófono, luego fue imposible que se despegara de él y gracias a su desparpajo, a sus canciones curiosas, cuánto menos, y a su maestría a la hora de contar chistes el viaje se nos pasó volando. Como nadie quería terminar la fiesta, todos los alfonsinos nos bajamos al césped del parking cargados con mantas, guitarras y el resto de sangría. Así estábamos tocando y cantando un variado repertorio cuando, ante nuestra sorpresa, el guardia nos echó y tras nuestra negativa a abandonar nuestro propio césped el conserje pidió hablar con los tutores. Parece que la cosa no se solucionó porque de repente apareció media docena de policías para que nos fuéramos, pero nosotros no teníamos ganas de abandonar la fiesta y como no estábamos haciendo nada malo, no claudicamos y seguimos con nuestras canciones. Después de momentos bastante tensos y gracias a la labor de los tutores, conseguimos quedarnos donde estábamos. Fue anocheciendo, pero algunos rezagados no querían dar por finalizado el día de Villalar y la música de las guitarras se siguió oyendo bastante tiempo. Otro año más, un “día del campo” inigualable con todos los ingredientes: sol, sabrosa comida, música, juegos, risas y un largo etcétera de cosas que es imposible nombrar pero que esperamos que se repitan en los años venideros.

Así las horas iban pasando y después de varios partidos de campos quemados, toques al balón, largas charlas, risas… se hizo la hora y a las siete volvimos todos para la Residencia.

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