Octava Planta número 40

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ANDRÉS CALAMARO: EL REY VIVE Manuel Alfonso Calamaro celebra una década en solitario con su caja Obras Incompletas, lo que nos sirve de excusa para repasar su trayectoria. Hablar de Calamaro es como hablar de mi vida. Desde que tengo recuerdo, Calamaro ha formado parte de ella. Ya sea en los viajes en coche con mi familia en los que no paraba de sonar el Sin Documentos de Los Rodríguez, o escuchando su “Flaca” en la primera mini cadena que tuvimos con lector de CDs y mi hermano tocándola con la guitarra a la vez, o el momentazo que fue volver a ver reunidos a Calamaro y Ariel en el multiusos de Salamanca tocando sus mejores temas. Supongo que a muchos les pasará igual, pues Calamaro lleva ahí toda la vida, primero con Los Abuelos de la Nada (atención a su "Mil horas"), después con Los Rodríguez y finalmente en solitario. Por unas u otras todo el mundo conoce al menos una canción del gran Andrelo. Para celebrar sus diez años en solitario, este año el cantante sacó una caja con seis CDs y dos DVDs (Obras Incompletas, 2009) que te llevan desde Alta Suciedad (1997) hasta La Lengua Popular (2007), esto es, desde mis diez a mis veinte años. Una década con no pocos altibajos. En 1997 Andrés sacaba Alta Suciedad al mercado, si bien no su primer disco en solitario (había sacado cuatro LPs en los ochenta en su patria Argentina), sí el primero de los noventa y también el primero creado en España (aunque grabado en Nueva York), ya que residía en Madrid desde 1990, a donde, podría decirse, había huído agobiado por la desolación de una Argentina en horas bajas. Es, por tanto, un disco muy diferente a sus anteriores argentinos. No hay que olvidar que acababa de salir de Los Rodríguez, posiblemente el mejor grupo de rock en castellano de los noventa en España, algo que quedó demostrado con su último disco Hasta luego, que contenía algunas canciones grabadas en directo y que batió récord de ventas. Así pues, Calamaro tenía un listón muy alto que superó con creces rodeado de amigos en Alta Suciedad. No quedó lugar a dudas de que Calamaro se valía por sí mismo con ese disco redondo que no podías parar de escuchar, primero por sus grandes temazos (“Flaca”,” Loco”, o el propio “Alta Suciedad”, rock en estado puro) y luego por otras más profundas como “Todo lo demás” o la increíble “Me arde”. Es un disco menos rockero que su etapa rodríguez pero, quizá por ello, en él todos los ritmos tienen cabida (rock, funk, soul, tango e incluso rumba). Más corazón, más Calamaro en estado puro. Pero si algo caracteriza a Calamaro es, sin lugar a dudas, su incontinencia a la hora de componer, lo que lo llevó, tan solo dos años después de Alta Suciedad, a sacar un doble disco con treinta y siete canciones: Honestidad Brutal (1999). En este disco Calamaro repetía la mezcla de canciones que se convertirían en grandes éxitos comerciales (“Te quiero igual” o “Cuando te conocí”) con otras de esas que son pura poesía y que solo Calamaro sabe hacer (escúchese sobre todo “La parte de adelante”: "Soy vulnerable a tu lado más amable, soy carcelero de tu lado más grosero, soy el soldado de tu lado más malvado y el arquitecto de tus lados inco-

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rrectos"; y la incombustible “Paloma!”, canción que se ha convertido en un verdadero himno generacional). Y, de nuevo también, el disco es una combinación de muchos estilos músicales (siempre con rock y tango, por supuesto). Antes de seguir con su discografía, hay que hacer un inciso: Calamaro no es un cantante normal (o intentaba no serlo) de esos que sacan un disco, hacen su gira, descansan y sacan otro disco, hacen otra gira... y así hasta que se apagan. Calamaro es único, es un poeta y un filósofo, quizá equivocado pero filósofo. Nunca ha ocultado su afición a las drogas (con su mítico "estoy tan a gusto que me fumaría un porrito" frente a un estadio abarrotado que le costó un juicio de once años, o con canciones como “Aquí no podemos hacerlo”). Pues bien, como todo gran pensador, Calamaro se desencantó de la vida, del amor, de su tierra, de las discográficas, etc, y todo esto, acompañado de su adicción a las drogas, lo llevó a un muy mal estado. Y se encerró a componer, unas 500 canciones para ser exactos (e ahí su incontinencia compositiva), algunas simples ruidos y otras letras meramente recitadas. Y de esas 500 canciones, 100 fueron a parar a El Salmón (2000), un disco no apto para principiantes en Calamaro, pero del que se desprenden algunas obras maestras, como “Ok, perdón”, o El salmón. Como este pez, El Salmón es un disco a contracorriente. Nótese que la última canción del disco lleva el título de "Este es el final de mi carrera", y de verdad lo parecía. Pero nada más allá de la realidad. Hicieron falta cuatro años para que Calamaro volviera, para que se quitara de la mierda y se volviera a enamorar de la vida, pero lo consiguió y en 2004 sacó su disco El cantante, disco en el que interpreta grandes canciones de la historia argentina pero en el que se atreve a volver a componer tres canciones, entre ellas su "Estadio Azteca", el mejor documento de que Calamaro había vuelto por lo alto, y en la que en directo siempre intercala un "Gracias le doy a la Virgen, gracias le doy al Señor, porque entre tanto rigor y habiendo perdido tanto, no perdí mi amor al canto ni mi voz como cantor", frase que resume aquello por lo que pasó. Por lo alto volvió también al escenario, con su Regreso, seis conciertos (tres en el mítico Luna Park de Buenos Aires y otros tres en España, en San Sebastián, Barcelona y Madrid) en los que hizo lleno, demostrando que el rey había vuelto y que había millones de personas esperándolo. Con ellos llegó un disco homónimo El regreso (2005), grabación de su concierto en el Luna Park. Fue su primera subida a los

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