OctavaPlanta número 35

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Palabra sobre Palabra El pasado doce de enero falleció el poeta Ángel González, una de las voces más renovadoras de la lírica española de mediados del siglo XX. Su influencia en el desarrollo de la poesía actual es tan notable que muchos poetas de las nuevas generaciones no dudan en considerarlo su maestro. La poesía de Ángel González discurre a lo largo de las décadas de nuestra historia reciente, con distintas intenciones y tonos variados; desde la descarnada crítica social al juego formal, desde la ironía o la parodia al canto a un amor juvenil y El fallecido poeta astu- sincero. Durante años, la crítica destacó especialmente riano Ángel González el compromiso político en la obra del poeta ovetense, ensalzando aquellos textos con una marcada finalidad ideológica o social. Actualmente, sin embargo, volvemos la atención a su poesía más íntima y cotidiana, a los versos que quizá nos permitan acceder a ese complejo mundo interior del poeta. Con predominio del verso libre, la poesía de Ángel González adquiere en ocasiones un tono narrativo y coloquial, estilizando el lenguaje de la calle hasta lograr que éste alcance gran altura poética. Evidentemente, no existe mejor homenaje a Ángel González que la lectura y disfrute de su poesía. Su obra completa, no excesivamente extensa, ha aparecido publicada bajo el título de Palabra sobre palabra, en la editorial Seix Barral. Ciertamente, se echa de menos una edición anotada del texto, pero actualmente es la mejor antología que podemos encontrar. Transcribo a continuación el poema más famoso (no necesariamente el mejor) de Ángel González que la peña de Hispánicas suele llevar garabateado en la carpeta.

El Clan del Oso Cavernario y continuaciones El ilegible He de confesar que aguanté hasta el tercero. En mi defensa tengo que decir que era verano y que había que leer algo ligero en la playa. En fin… El primero… se puede aguantar. Ya sabemos de qué va: niña homo sapiens durante el periodo de glaciación se integra en un clan de hombres de Neanderthal y lucha por sobrevivir porque el hijo del jefe (que luego llega, para nuestra desgracia, a ser jefe) resulta ser un malo malísimo que viola a la “prota”, que es una santa, y que le quiere matar al hijo deforme y mil cosas más que no vienen al caso. Bueno, el primer libro se puede leer en la piscina sin avergonzarse porque aún tiene cierto hilo argumental, aunque la historia es más previsible que un capítulo de Betty la Fea. Eso sí, no hay que tener escrúpulos porque el libro directamente juega al fútbol con toda noción sobre la Prehistoria que el lector pudiera tener, por lo menos en lo que a teorías sobre el origen del lenguaje se refiere, pero en fin… ¿Alguien llega a entender qué narices les pasa en la cabeza a los Neanderthales? Lo peor llega después cuando te enganchas y descubres, llegada la tercera parte, que no estás leyendo una novela (pre)histórica, como creías, sino… una especie de folletín guarrillo de tercera, en el que se suceden frenéticos rituales de apareamiento y orgías de los Picapiedra. Cuando ya le has visto el asunto (con detalladas descripciones en centímetros) a todos los prota-gonistas y todo el mundo se lo ha montado dentro y fuera de la cueva, decides esconder el libro, no te lo vaya a pillar tu abuela, tan primitiva ella, y te desherede para siempre.

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Me basta así Si yo fuera Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti; lo probaría (a la manera de los panaderos cuando prueban el pan, es decir: con la boca), y si ese sabor fuese igual al tuyo, o sea tu mismo olor, y tu manera de sonreír, y de guardar silencio, y de estrechar mi mano estrictamente, y de besarnos sin hacernos daño -de esto sí estoy seguro: pongo tanta atención cuando te beso; entonces, si yo fuese Dios, podría repetirte y repetirte, siempre la misma y siempre diferente, sin cansarme jamás del juego idéntico, sin desdeñar tampoco la que fuiste por la que ibas a ser dentro de nada; ya no sé si me explico, pero quiero aclarar que si yo fuese Dios, haría lo posible por ser Ángel González para quererte tal como te quiero, para aguardar con calma a que te crees tú misma cada día, a que sorprendas todas las mañanas la luz recién nacida con tu propia luz, y corras la cortina impalpable que separa el sueño de la vida, resucitándome con tu palabra, Lázaro alegre, yo, mojado todavía de sombras y pereza, sorprendido y absorto en la contemplación de todo aquello que, en unión de mí mismo, recuperas y salvas, mueves, dejas abandonado cuando -luego- callas... Escucho tu silencio. Oigo constelaciones: existes. Creo en ti. Eres. Me basta. Ángel González

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