OctavaPlanta número 35

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Al encontrarse un cruce en el camino En este día de mi vida hago un alto en el camino para ver la vida pasada. Como ya antes dijo Machado “al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar” Que razón tenía el Maestro: cuando mirando el camino sientes una lágrima resbalar y la nostalgia que llama al pequeño corazón, recuerdas los primeros pasos, las primeras palabras, los primeros versos, esos versos del sueño, del camino ya andado, que hoy prefieres no recordar. También sientes la nostalgia por lo que ya no tienes, los sueños que dejaste escapar de aquella tranquila noche que no te visitaron las pesadillas; de aquellos seres queridos que la siniestra muerte ha sepultado para siempre. Es el momento de volver a empezar. Ya he elegido mi camino en este cruce sin señalizar y debo volver al camino que hasta el mar me ha de llevar, al mar de la vida eterna, al mar de descanso final.

La soledad del silencio

Silencio. Sólo el silencio. Una mesa llena de papeles, descolocados por mi pereza. La suave música comienza de pronto a llenar toda la estancia. Su voz es suave. Te recuerdo. Te imagino tierna, sencilla. Te imagino bella, alegre. Se me escapa una sonrisa. ¡Ojalá estuvieras a mi lado! Juraría ante Dios hacerte feliz, cambiaría el mundo sólo por ti, por tu felicidad, por tu compañía. Acaba la música y vuelve el silencio. Y con el silencio la soledad de la noche, el frío de una noche que no hace más que empezar. La noche no se hizo para dormir, sino para soñar con estas ilusiones que nunca podré alcanzar.

Jonatan Llamazares Blanco

VÉRTIGO Se asomó a la ventana y vio algo que no le gustó demasiado… ¿O sí le gustó? Volvió a sacar la cabeza al exterior para asegurarse. Miró hacia abajo una vez más y… Sí, definitivamente sí que le gustaba. Sólo que le daba miedo. Estaba en el duodécimo piso y el jardín que recorría el entorno de la planta baja le llamaba tímidamente. Se introducía por sus ojos y le hacía cosquillas en el estómago, diciéndole que allí abajo se estaba muy bien. Diciéndole que sólo un impulso de sus piernas le llevaría volando hasta su fresco verdor… Sabía que era una idea disparatada, que no debía saltar, que su vida era mucho más valiosa que un mero impulso de libertad. Pero… no podía evitar sentir lo que sentía. Tal vez estaba perdiendo la cabeza. O tal vez deseaba salir de la aburrida monotonía. Tal vez su instinto de autodestrucción quería decirle algo. En cualquier caso, sabía que no podía saltar. Merecía algo mejor. Merecía reír con sus amigos, acariciar el pelo de su gato, sentir el sol sobre la piel de sus párpados, los ojos cerrados…

Aída García Pinillos

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