Revista Octava Planta Nº 43

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| INTRO > casilleros Royston Drenthe

Drenthe, de los suburbios al furbo Mario Alija & Alejandro Á. Membiela En el mundo del furbo, cada cierto tiempo, aparecen personajes dignos de ser admirados, idolatrados, respetados y todo lo que ustedes estén dispuestos a añadir por sus actuaciones tanto fuera como dentro de los terrenos de juego. Este es el caso de Royston Ricky Drenthe, un chico que está mu loco, nacido en el seno de una familia humilde, y del que no podemos destacar nada de su etapa escolar porque esta jamás existió. Rotterdam Oost (las Barranquillas serían Capital Europea de la Cultura 2016 si lo tuviesen de rival), un barrio tan peligroso donde hasta las ratas llevan pistola, y donde cuatro de cada tres habitantes consumen drojas, fue quien engendró a semejante gangsta-rasta de las calles. Royston nunca ha tenido dos dedos de frente. Se dice que en sus inicios en esto del furbo, en el Feyenoord, tenía una clara vocación por distribuirla y pasarla (y ¡no!, si piensan en la pelota están totalmente equivocados). Se pasaba el día tó’ fumaísimo hasta que, en una noche de fiesta, fruto de las setas alucinógenas, creyó ver al Espíritu Santo en forma de Winston Bogarde. Al ver semejante esperpento, fue consciente de lo dañinas que podían ser las drojas en las “personas” y decidió centrarse en el deporte (de hecho, hoy en día todavía lo sigue intentando). Tras varios años de duro trabajo, su sueño se hizo realidad cuando Mijatovic (que había bebido más que un buey en un pilón, ¡mecagüen Judas!) presentó una oferta tó’ potente de catorce millones de leuros; pero lo que pocos saben -y hay quienes son capaces de creérselo- es que el precio que se pagó fue un menú en el Burger King sucursal Getafe y una opción de compra sobre Gravesen de un carro lleno de productos del Lupa (de calidad ínfima) fruto de la compra un millón en dicho establecimiento. Su comienzo en el Madrid fue una auténtica tropelía. Tras salir de las Barranquillas para darse una vuelta en su nuevo y reshulón Renault 21, tuvo un accidente inesperado. Royston, con el miedo en el cuerpo, llamó a la policía para que le ayudaran (iba fumaísimo una vez más). Lo que no sabía era que el coche contra el que había colisionado era el de la Guardia Civí. Tras este pequeño percance, empezó a triunfar como furgolista dedicándose a regatear, correrse la banda (y las juergas), dar asistencias de gol e incluso a marcar goles (intrascendentes porque, cuando marca, el equipo siempre acababa perdiendo). Pese a sus indiscutibles cualidades técnicas, nunca llegó a asentarse en el equipo. No obstante, Pellegrini, inocente el pobre, creyó que merecía una oportunidad y se la dio contra un clásico del furbo mundiá: el AD Alcorcón. Drenthe estaba ilusionadísimo ya que desde siempre le gustaba jugar en los estadios más emblemáticos de Europa y sus respectivos barrios burgueses. Este partido le catapultó a la fama tras una enorme actuación y le permitió ser contratado por el equipo en el que siempre había soñado jugar: el Hércules. Según un estudio reciente, Alicante ha superado a Aranda de Duero como la ciudad con mayor consumo de sustancias psicotrópicas por habitante del mundo (con esto pueden entender el orgullo que supone tener a Roysthon en tu ciudad). Dado que en el Hércules es el puto amo, ya puede dedicarse a una de sus grandes pasiones: el Jip-Jop -sin duda, su vocación antes que el furbo-. Desde pequeño ha tenido influencias de grandes emsis como Tito Mc (y el tío de rojo), Porta, Plácido Domingo, Santa Justa Klan, Jorge el musicólogo y Leonardo Dantés, entre otros. No debemos dejar pasar el artículo sin hacer mención a su gusto por la música reggae con artistas como Bob Marley, Rapsusklei, Andy y Lucas, Jorge el musicólogo y el Fary (más conocido como rastaFary).

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Servicio de limpieza (cerebral) David González Viernes, 23 de octubre, fiesta de San Lucas. Los alumnos de Medicina comenzamos la tradicional toma de facultades en la que irrumpimos durante las clases para informar de la festividad de nuestro patrón. Para impedirlo, los órganos universitarios competentes ordenan a los guardias de seguridad cerrar las puertas de la Universidad a cal y canto. Evidentemente, unos cuantos cerrojos no nos van a detener. Ante el cierre en nuestras narices de la entrada principal de la Facultad de Empresariales, rodeamos el edificio buscando una entrada alternativa. La encontramos. Una ventana del cuarto de baño está abierta y nos introducimos por ella una avanzadilla médica. Inmediatamente después de abrir la puerta del mencionado baño, nos encontramos con una mujer que dice que no podemos pasar de ahí. Le preguntamos el porqué y sólo aduce a órdenes de instancias superiores. Intenta cerrar la puerta y nosotros la sujetamos. Intenta emplear la fuerza para apartarnos de la puerta, nosotros resistimos. Amenaza con llamar a seguridad, nosotros hacemos caso omiso. Sin embargo, los refuerzos no acuden por parte de la empresa de seguridad sino, sorprendentemente, de la de limpieza. Una de sus contratadas acude enfurecida hacia donde nos encontramos. Ayuda a la anterior en su empeño por impedirnos la entrada y empieza a arremeter con empujones contra nosotros. Como ve que no tenemos intención de movernos, enloquece aún más, se aleja a por armamento y elige de su arsenal la mayor y más afilada escoba. Arremete contra nosotros a golpes hasta que consiguen, entre las dos y una nueva señora de la limpieza, apartarnos de la puerta. Daños colaterales de la contienda: una escoba partida por la mitad y varios alumnos de Medicina atacados físicamente y con marcas visibles de agresión. Las conclusiones éticas se las dejo al discernimiento de los lectores. Solo cabe decir que no entiendo cómo llegó a ese extremo de cólera psicótica la señora por un asunto que, a fin de cuentas, no le incumbía. Me parece un claro ejemplo de cómo, a veces, los propios reos defienden con uñas y dientes las normas que levantan las rejas de su cárcel. En cualquier caso, se trató de un ataque gratuito de violencia ante una manifestación de desorden pacífico. Parece que el Rectorado quiere tener bien fregados pasillos y conciencias.

Octava l a n t a

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