Curso de iniciación de Conéctate nº6: Comunica tu fe

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LLAMAMIENTO DE UN EMBAJADOR

El valor de un alma

Adaptarnos a todos

Conectar con las personas según su situación La samaritana Rebasar fronteras ¿Qué es la verdad?

La milenaria pregunta

CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA
Curso de iniciación de Conéctate, nº6 • Transmite tu fe

A NUESTROS AMIGOS

llamamiento de un embajador

Se cuenta que William Gladstone (1809-1898) —famoso dirigente cristiano que ocupó el cargo de primer ministro del Reino Unido en cuatro ocasiones y fue uno de los políticos británicos más destacados del siglo XIX— cuando subía las escaleras del parlamento, con frecuencia se detenía para hablar de las buenas nuevas acerca de Jesús con un chiquillo que vendía periódicos.

Cierto día, sin embargo, cuando ingresaba al parlamento acompañado de su secretario, otro jovencito vendedor de diarios se le acercó corriendo.

—Señor ministro — exclamó—: ¿sabe que al muchacho que le vende aquí el periódico lo atropelló ayer un carruaje y está grave? Se va a morir y pide que usted vaya para hacerle entrar.

El primer ministro cuestionó: —¿Cómo que para hacerle entrar?

A lo que el chico respondió:

—Sí, ¡para hacerle entrar en el Cielo!

El secretario de Gladstone protestó inmediatamente:

—¡Su excelencia no tiene tiempo de ir a ver a un periodiquero moribundo! Ya sabe lo importante que es su discurso de hoy. ¡Puede alterar el curso de la Historia!

Gladstone apenas vaciló unos instantes antes de responder:

—Un alma inmortal vale más que mi discurso en el parlamento.

Enseguida se dirigió a la buhardilla donde el muchacho agonizaba con el cuerpo destrozado. Yacía en un rincón sobre una estera desgastada. Mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas al muchacho, Gladstone rezó con él para que reconociera en Jesús a su Señor y Salvador. El chiquillo clavó los ojos en el rostro de aquel prohombre y musitó:

—Sabía que usted vendría. Gracias por hacerme entrar.

Y cerrando los ojos, partió a los brazos de Jesús.

Tal vez ustedes y yo no formemos parte de ningún cuerpo diplomático, pero independientemente de quiénes seamos o de dónde vengamos, si tenemos a Jesús, somos Sus embajadores. El Señor dijo: «Como me ha enviado el Padre, así también yo los envío a ustedes» ( Juan 20:21). Asimismo el apóstol Pablo escribió: «Somos embajadores de Cristo; Dios hace su llamado por medio de nosotros (2 Corintios 5:20 ntv). Que todos seamos fieles a nuestro llamado de hacer llegar el evangelio y el amor de Cristo a cuantas personas podamos.

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A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y de la versión Reina-Varela Actualizada 2015 (RVA2015), © Casa Bautista de Publicaciones/ Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.

Curso de iniciación de Conéctate, nº6 • Transmite tu fe
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Divulgar las buenas nuevas

En cuanto a su testimonio, lo más importante desde que se salvaron es el amor por Jesús y los perdidos; y también la fe en que el Señor obrará por medio de ustedes a medida que llevan las buenas nuevas. Tenemos oportunidades extraordinarias de comunicar el evangelio y marcar una diferencia en la vida de otras personas. Al hacerlo, transformamos nuestra parte del mundo. Y cuando la vida de una sola persona cambia por medio de nuestro testimonio, ella a su vez puede ir al encuentro de otras.

Poseemos un precioso tesoro. Tenemos la verdad, algo valiosísimo que Dios nos ha entregado. Hemos saboreado el maravilloso regalo de la salvación y de una relación personal con Jesús. Tenemos el privilegio de comunicar la verdad y el amor de Dios.

Si bien lo ideal es que comuniquemos a alguien en persona las buenas nuevas de la salvación, entregarle un folleto con mensaje evangelizador es asimismo un método muy eficaz de propagar el Evangelio. Cuando nos cruzamos brevemente con alguien y no alcanza el tiempo para entablar una conversación, un folleto puede ser muy beneficioso para transmitirle el amor y la verdad de Dios.

Por muy incapaces que sientan de testificar y de responder a todas las preguntas que les hagan, y por mucho que no recuerden un montón de pasajes bíblicos, aun así pueden llevar las buenas nuevas. Eso por supuesto

no quita que deban aumentar Su conocimiento de la Palabra, estudiando la Biblia «como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15).

Con el tiempo es importante interiorizarse tanto como puedan de los fundamentos de su fe. Esta se fortalecerá con el estudio de la Palabra de Dios. Precisan además cierto conocimiento de la Biblia para que las personas a quienes evangelizan puedan conocer al Señor y fortificar su fe. Conviene saberse las respuestas de la Biblia de manera que cuando la gente les plantee preguntas sean capaces de enseñar también a otros (2 Timoteo 2:2).

Claro que también es importante recordar que es Dios quien obra por medio de ustedes (Filipenses 2:13). Deben hacer su parte para transmitir el mensaje y la verdad, pero luego es el Espíritu del Señor el que obra en el corazón de la gente y la lleva a conocer esa verdad.

Jesús nos ha encomendado a todos los cristianos que prediquemos el Evangelio en todo el mundo a toda persona (Marcos 16:15). Que Jesús les dé la valentía, la motivación y la fe necesarias para dar a conocer las buenas nuevas en su rincón del mundo.

María Fontaine dirige juntamente con su esposo, Peter Amsterdam, el movimiento cristiano La Familia Internacional. ■

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María Fontaine

Embajadores de Cristo

Los cristianos debemos poner nuestra fe en acción y tender la mano a los cansados y atribulados, los desfavorecidos, los oprimidos y los necesitados. Jesús vino para servir, y se nos pide a nosotros que hagamos lo mismo. Servir a los que tienen necesidades es una hermosa expresión de nuestra fe. Es preciso que los menos privilegiados, los necesitados y los que pasan hambre sepan que los amamos, que nos interesamos por ellos, que los valoramos. Dios los valora, y nosotros, como cristianos, también.

Prestar servicio en orfanatos, visitar a los enfermos y a los presos, cavar pozos, enseñar a los desfavorecidos, participar en brigadas médicas, defender los derechos de los oprimidos, etc. son acciones muy valiosas para hacer un mundo mejor y llevar el Espíritu de Jesús a los necesitados.

San Agustín dijo: «¿Qué aspecto tiene el amor? Tiene manos para ayudar; pies para correr hacia los pobres y necesitados; ojos para ver el sufrimiento y la miseria; oídos para escuchar los suspiros y las penas de la humanidad. Así es».

Vivir nuestra fe y seguir las pisadas de Jesús significa poner nuestra fe en acción y preocuparnos por los demás en todos los posibles, haciéndolo como para el Señor. Tendemos la mano a los pobres, los enfermos y los que necesitan el bálsamo curador de Dios y nuevas esperanzas de cara al futuro. Buscamos a los que, por mucho que tengan salud y dinero, están cansados, angustiados y perdidos. Nos conmueven las dificultades de los que sufren persecución u ostracismo social o de los marginados.

Sean cuales sean las circunstancias, procuramos descubrir cuál es la mejor manera de manifestar el amor de Dios. Eso es parte de ser la luz del mundo y la sal de la Tierra, de alumbrar a los necesitados con la luz y la verdad de Dios y dejar que se vea Su amor en acción (Mateo 5:14-16). En nuestro afán por vivir nuestro cristianismo procuramos ser imitadores de Jesús, lo cual nos lleva a conmovernos y a esforzarnos por que su vida mejore, tanto en el aspecto espiritual como en el práctico. Actuamos como Jesús. Seguimos al Maestro.

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Peter Amsterdam

Lo que hacemos por los demás —nuestro servicio, nuestras oraciones, nuestros donativos—, lo hacemos por Jesús. No para obtener reconocimiento, por lucro o para subir escalones en la sociedad. Todo lo que hacemos o el tiempo que sacrificamos en aras de alguna labor cristiana, sea la que sea, es para glorificar al Señor.

2 Corintios 5:20 dice: «Somos embajadores en nombre de Cristo; y como Dios los exhorta por medio de nosotros». Somos, pues, representantes de Cristo, ciudadanos del Cielo, y representamos el reino de Dios. Hemos sido destinados temporalmente a la Tierra para representar a nuestro país, a nuestro Soberano. Ser un embajador es un gran honor que conlleva la obligación de conducirnos como corresponde.

Nosotros representamos al Príncipe de Paz, y se nos ha encomendado la misión de transmitir Su mensaje al mundo. ¿Qué mensaje es ese? La segunda mitad del versículo lo aclara: «Les rogamos en nombre de Cristo: ¡Reconcíliense con Dios!».

Hay millones y hasta miles de millones de personas que no conocen personalmente a Dios, que nunca han oído hablar de Jesús y que no saben nada de la salvación que se nos ofrece y del tesoro de vida eterna que les aguarda si aceptan a Jesús como su Salvador. Tenemos el honor de divulgar esa buena noticia, dar a conocer a Jesús y en última instancia llevar al Cielo con nosotros al mayor número posible de personas.

Ojalá seamos todos embajadores de Cristo, activos y dignos. Representamos al reino más espectacular del universo: el reino de Dios. Es sin duda un privilegio servir a Dios en calidad de embajadores Suyos. Además deberíamos comunicar el amor, el cariño y la compasión de Jesús en todo lo que hagamos, sea grande o pequeño. Al tomar «la forma de siervo», Jesús dio el mayor ejemplo de servicio que verá este mundo (Filipenses 2:7).

Servimos al prójimo movidos por nuestro amor a Jesús. Ese amor nos impulsa a servir a nuestros semejantes en Su nombre. Nos motiva a ser embajadores Suyos en cualquier situación en que nos hallemos. Nos lleva a prestar asistencia a los necesitados y ofrecer esperanza y sanación a quienes tienen el corazón quebrantado.

Podemos ser Sus manos, con las que puede ayudar y tener contacto, la boca con la que puede decir la verdad y comunicar aliento y esperanza, los ojos con los que puede manifestar Su compasión, los pies con los que puede caminar junto a un alma cansada y los brazos con los que puede ayudar a llevar su pesada carga. Hacemos todo eso por Él y como si se lo estuviéramos haciendo a Él, pues procuramos obrar como obraría Él haría si estuviera aquí. Tenemos constancia del ejemplo que Jesús dio aquí en la Tierra, el cual nos muestra cuánto nos amó. Por la Biblia sabemos con cuánta compasión se relacionó con los que estaban vivos en Su época.

Jesús nos ha confiado la misión de transmitir a nuestros semejantes, a los que conviven hoy con nosotros en este planeta, Su amor personal, que no pone condiciones y todo lo abarca. Seamos como Jesús. Amemos como Jesús. Abramos nuestro corazón a los demás como representantes de Jesús. Seamos conductos despejados por los que Dios pueda sanar y salvar a este mundo lleno de gente necesitada y quebrantada.

Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacional. ■

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ADAPTARNOS ATODO S

La Biblia dice:  «No se amolden al mundo actual» (Romanos 12:2 nvi), pero al mismo tiempo nos recomienda hacernos «igual a todos, para de alguna manera poder salvar a algunos» (1 Corintios 9:22 dhh). A primera vista estas instrucciones pueden parecer contradictorias, pero en realidad bien pueden complementarse. A Dios no le agrada que adoptemos modos y costumbres contrarios a Sus preceptos, por muy generalizados que estén. Pero sí desea que nos mantengamos en sintonía con la sociedad, en aspectos que nos permitan comunicar más claramente Su amor a los demás y atraerlos a Él.

El apóstol Pablo marcó la pauta en ese sentido y dio ejemplo de flexibilidad al relacionarse con una amplia diversidad de personas en su labor de difusión del cristianismo. Por ejemplo, al dirigirse a un público predominantemente judío en Antioquía les recordó la historia de Israel desde los tiempos de Moisés hasta la época de David, para luego demostrar que Jesús había cumplido las profecías escritas en el Antiguo Testamento sobre el Mesías (Hechos 13:14-49). En cambio, cuando habló ante griegos muy cultos en el Areópago, sede del consejo de Atenas, no abordó en absoluto la historia del pueblo judío —tema que difícilmente habría suscitado su interés—; más bien se refirió a un altar que había visto en la ciudad, el cual llevaba la inscripción: «Al dios desconocido». Seguidamente citó a los poetas griegos para enseñar

que los atributos de aquel dios —creador, proveedor y juez— estaban presentes en Jesús (Hechos 17:22-31).

Francisco Javier (1506-1552) también siguió el principio de «hacerse de todo a todos para que de todos modos salve a algunos». Para identificarse con el pueblo indio, que consideraba la humildad una virtud, vestía ropajes raídos y viajaba a pie. En cambio, más adelante cuando visitó Japón, descubrió que allí la humildad no era vista como una virtud y que la pobreza era despreciada. Adaptó entonces su modo de vestir y hacía lo que fuera necesario para presentar a Jesús de tal modo que la gente a la que quería evangelizar pudiera identificarse lo más posible con él.

Jesús mismo se hizo de todo a todos al abandonar las excelsas Cortes Celestiales y la unión íntima que tenía con Su Padre para venir a la Tierra encarnado en un hombre (Filipenses 2:5-7). Lo hizo a fin de identificarse más con nosotros, comprender nuestras desventuras y debilidades y sacrificar Su vida por el perdón de nuestros pecados (Hebreos 2:17). Él nos llama a seguir Su ejemplo. Desea que manifestemos amor a los demás transmitiéndoles el mensaje del evangelio amoldado a la situación particular de cada uno.

Uday Paul es escritor independiente, profesor y voluntario. Vive en la India. ■

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Uday Paul
«No queriendo que ninguno perezca»

Dios manifiesta Su gran amor y gracia a todas Sus criaturas. No creó a algunas a las que ama menos y a otras a las que ama más. No etiquetó a las personas de una raza, etnia, clase social o cultura como las más favorecidas, y al resto como menos. Para Dios no hay favoritismos (Hechos 10:34 nvi).

Como cristianos, debemos amar a todas las personas independientemente de su origen, posición social o cualquier otra característica. Jesús murió y entregó Su vida por toda la humanidad. A todos manifestó el máximo amor posible al morir por cada uno de nosotros.

Dios ama a toda la humanidad por igual y entregó a Su Hijo por cada ser humano. La Biblia nos dice que «nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» ( Juan 15:13). Dado el amor que alberga por todas Sus criaturas, Dios anhela que todas lleguen a arrepentirse y acepten el regalo de salvación que les ofrece gratuitamente a través de Jesús. Jesús murió por toda la gente y no quiere que nadie perezca, sea quien sea (2 Pedro 3:9).

«El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón» (1 Samuel 16:7). Y cuando nuestra vida compagina con los designios de Dios para la humanidad, nosotros también podemos ver más allá de las diferencias que tenemos con otras personas y percibir el inestimable valor y dignidad que tienen como

Para Dios, cada persona tiene mucho valor. Él desea que todos obtengan la salvación a través de Jesús y se alegra cada vez que alguien lo hace. Dios no hace acepción de personas. Para Él, todos son pecadores y necesitan Su amor y redención, sea cual sea su status social. Un cristiano debe anunciar el Evangelio a todos y en particular a las personas que Dios pone en nuestro camino.

En cada nación de la Tierra hay personas que necesitan a Jesús. En cada ciudad y barrio hay gente que lo necesita. Tú puedes ser un instrumento para llevarlos a Jesús. Necesitan el amor incondicional de Dios. Necesitan cristianos que no solo los conduzcan a la salvación en Jesús, sino que también los acompañen por la senda del crecimiento cristiano. Debemos estar preparados para anunciar las buenas nuevas a quien sea que Dios ponga en nuestro camino, a quien sea que Él nos pida que demos el mensaje, a tiempo y a destiempo (2 Timoteo 4:2). Peter Amsterdam

individuos únicos creados a imagen de Dios. Podemos amar al prójimo y contribuir a traer paz al mundo pidiendo a Dios que nos infunda Su amor por nuestros semejantes. La Biblia dice que Cristo nos dejó ejemplo, para que sigamos Sus pisadas (1 Pedro 2:21). ■

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LA SAMARITANA

Aunque la mayoría hemos oído el término buen samaritano, puede que no sepamos quiénes eran los samaritanos o que no seamos conscientes de que existía una gran enemistad entre ellos y el pueblo judío. Esa rivalidad tenía raíces históricas.

En el año 720 a.C., Salmanasar, rey del Imperio asirio, invadió Israel y se llevó cautivas a la tierra de Asiria a las diez tribus del norte. Luego mandó traer extranjeros para que poblaran las ciudades del norte de Israel en las que habían vivido los judíos. Con el tiempo esa región llegó a llamarse Samaria (2 Reyes 17:22–34).

Muchos de los habitantes del sector descendían de los israelitas del Reino del Norte. Estos se casaron con los inmigrantes no judíos que se radicaron allí y se asimilaron

a la cultura de los recién llegados. Esas gentes aprendieron a rendir culto al Dios de los judíos, pero no consideraban que Jerusalén fuera una ciudad santa ni adoraban en el templo erigido allí. Para ellos el monte Gerizim de Samaria era el lugar más sagrado donde se podía rendir culto a Dios; de ahí que en su cima edificaron un templo. Debido a que las costumbres y ritos religiosos de los samaritanos diferían de los de los judíos, estos evitaban asociarse con los primeros.

En cierta ocasión, mientras viajaba por Judea, Jesús decidió regresar a Galilea, Su provincia natal. La ruta más corta y directa entre Judea y Galilea pasaba por Samaria; pero como los judíos no se trataban con los samaritanos, daban un largo rodeo con el fin de no pisar Samaria. Jesús, sin

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embargo, sorprendió a Sus discípulos saltándose esos convencionalismos y los condujo derecho a través de Samaria.

Luego de recorrer muchos kilómetros en Samaria por terreno accidentado, Jesús y Sus discípulos arribaron al pozo de Jacob, cavado por el gran patriarca y sus hijos cerca de 2.000 años antes.

Sedientos y cansados del viaje, se detuvieron junto al pozo para refrescarse; mas no tenían cántaro con que subir el agua, que estaba a más de 30 metros de profundidad. Además, se les había agotado la comida. Como a menos de un kilómetro se encontraba la ciudad samaritana de Sicar, se decidió que los discípulos irían allá a comprar víveres. Jesús, en cambio, fatigado de tanto andar, se quedó esperándolos junto al pozo ( Juan 4:5,6).

Un rato después que se fueron Sus discípulos, Jesús divisó por el camino a una mujer que venía con un cántaro vacío. Al aproximarse al pozo, esta se sorprendió de que hubiera un extraño sentado ahí cerca. Lo miró con recelo y pensó: «Será judío, obviamente». Y esperando que no la molestara, se dispuso a bajar el cántaro para sacar agua.

—¿Me das de beber? —le preguntó Jesús.

Ella, sorprendida, lo miró.

—¿Cómo es que Tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? —le preguntó ( Juan 4:7-9).

Jesús le respondió:

—Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: «Dame de beber», ¡tú le habrías pedido a Él, y Él te daría agua viva!

La mujer, perpleja, contestó:

—Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde tienes esa agua viva?

Y quizá con el ánimo de bajarle los humos a aquel forastero judío, añadió:

—¿Acaso eres Tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? ( Juan 4:10–12).

Jesús le respondió:

—Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, mas el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que ¡el agua que Yo le daré será en él una fuente que salte para vida eterna!

¡Qué afirmación más extraordinaria! Sin estar del todo segura de que lo entendía, le contestó:

—Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla ( Juan 4:13,15).

Jesús inesperadamente le dijo:

—Primero ve, llama a tu esposo, y vuelve acá.

Ella le respondió:

—No tengo esposo.

Jesús entonces le dijo:

—Bien has dicho que no tienes esposo. Has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo. En esto has dicho la verdad ( Juan 4:16–18).

Ella quedó atónita. ¿Cómo podía aquel extraño, al que no conocía de nada, saber esos detalles de su vida íntima? ¿Cómo era posible que los supiera a menos que fuera un profeta? De pronto se le ocurrió que Él sería la persona más indicada a quien hacerle la pregunta más polémica y debatida de la época.

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—Señor, me parece que tú eres profeta —dijo.

Señaló entonces el templo situado en la cima del monte Gerizim y continuó:

—Nuestros padres adoraron en este monte; en cambio ustedes, los judíos, dicen que en Jerusalén es donde se debe adorar.

Jesús le contestó:

—Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren. Dios es Espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren ( Juan 4:19–24).

La contestación la dejó boquiabierta. «¡Qué maravilla sería adorar a Dios interiormente en cualquier lugar!», se dijo. Procedió entonces a hacerle una pregunta aún más difícil sobre la anhelada venida del Salvador, el Mesías.

—Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo. Cuando Él venga nos declarará todas las cosas.

Jesús, mirándola a los ojos, le dijo:

—Yo soy, el que habla contigo ( Juan 4:25,26).

Ella lo miró asombrada. «¿Será este hombre de verdad el Mesías, el Cristo?»

En ese momento los discípulos de Jesús regresaron de la ciudad y se asombraron de que estuviera hablando con una mujer. Cuando ya se acercaban, la mujer dejó su cántaro de agua y se marchó corriendo a la ciudad.

Al llegar al mercado, exclamó emocionada:

—Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo? ( Juan 4:28,29.)

Viendo su convicción y entusiasmo muchos creyeron lo que les decía, que el hombre que ella había conocido junto al pozo era el tan esperado Mesías.

No había transcurrido mucho tiempo cuando los discípulos de Jesús avistaron un numeroso grupo de personas que habían salido de la ciudad y se acercaban a toda prisa por el camino. Entre ellas estaba la mujer. Le rogaron a Jesús que se quedara con ellos en la ciudad para enseñarles. Él accedió a quedarse un par de días, y los samaritanos, jubilosos, los acompañaron a Sicar.

Jesús estuvo dos días enseñando en aquella ciudad. Al oír las hermosas palabras que les decía, vibrantes de verdad, muchos creyeron en Él y le comentaron a la mujer:

—Ya no creemos solamente por lo que has dicho, pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, ¡el Cristo! ( Juan 4:39–42.)

El último día, cuando Jesús y Sus discípulos se aprestaban a reanudar la marcha hacia Galilea, una gran multitud se agolpó para despedirlos. La samaritana sonreía de felicidad, pues había entendido plenamente el significado de las palabras que Él le había dirigido dos días antes junto al pozo, y una fuente de agua viva manaba ya de su alma.

De este fascinante relato del Evangelio de Juan se desprende que Jesús no vacilaba en quebrantar las tradiciones de Su época para llevar el amor y la verdad de Dios a la gente perdida y solitaria. No solo hizo caso omiso de las diferencias culturales, raciales y religiosas entre judíos y samaritanos para ofrecer a estos últimos la verdad, sino que también, al conversar con la mujer junto al pozo, vio más allá de sus pecados para descubrir un alma que ansiaba el amor divino. De este suceso aprendemos que el amor y la salvación que Dios nos ofrece a través de Jesús están al alcance de toda la gente. «Porque de tal manera amó Dios al mundo [cada persona que lo habita], que ha dado a Su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna» ( Juan 3:16).

El relato pone de manifiesto una de las promesas más bellas de la Biblia: el regalo de salvación eterna, al que toda persona puede acceder creyendo en Jesús y en Su muerte en la cruz para el perdón de nuestros pecados. ■

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TRANSMITIR TU FE

Li Lian

Transmitir nuestra fe  es algo que muchos consideramos imperativo, pero muchas veces no sabemos por dónde empezar. Aquí les dejo algunos consejos útiles:

Haz preguntas estimulantes. Plantear preguntas explícitas contribuye a encauzar la conversación. Jesús en muchas ocasiones comenzaba una enseñanza planteando una pregunta retórica. Les dijo: «¿Quién de ustedes…?» (Lucas 11:5 rvc.)

Escucha las respuestas. Escuchar da pie a que la persona se abra y hable de su vida o de situaciones que enfrenta actualmente. «Todos deben estar listos para escuchar, pero no apresurarse para hablar ni para enojarse» (Santiago 1:19). Sé flexible. Interesarnos e indagar en las personas con las que nos relacionamos nos ayuda a entenderlas y a presentarles mejor el Evangelio. «A todos he llegado a ser todo, para que de todos modos salve a algunos» (1 Corintios 9:22). Cuenta un relato para ilustrar lo que quieres decir. Jesús era experto en el uso de parábolas y narraciones para captar el interés de Su público y dejar una enseñanza (Marcos 4:2). Hay momentos en una conversación en que decir: «Eso me recuerda un episodio que me contaron una

vez», puede derivar en un intercambio y testimonio más profundos.

Aprovecha los sucesos de actualidad. A lo largo del Nuevo Testamento Jesús hizo referencia a acontecimientos del lugar para responder las preguntas de la gente, lo que le permitía plantear la situación desde la óptica divina. (V. Lucas 13:4.)

Narra tu testimonio personal. Al relatar como fue que llegaste a conocer a Jesús o la forma en que Dios obró en tu vida, la fe cristiana cobra vigencia y se torna en una experiencia práctica, tangible. El apóstol Pablo con frecuencia refería su conversión como parte de su testimonio. (V. Hechos 26:1–23.)

Reparte publicaciones cristianas. Un folleto o tratado cristiano es una vía muy eficaz de dar testimonio a personas con las que te encuentras a lo largo de la jornada (2 Timoteo 4:2).

Muéstrate amable y cortés. No todos entenderán o aceptarán tus creencias, pero les será más fácil tomarlas en cuenta si hablas con gentileza y cordialidad. «Que la palabra de ustedes sea siempre agradable, sazonada con sal, para que sepan cómo les conviene responder a cada uno» (Colosenses 4:6).

Lleva a tu interlocutor a tomar una decisión. Todo el mundo debería tener ocasión de conocer a Jesús como Amigo y Salvador. A veces una persona acepta a Jesús en el primer encuentro; en otros casos puede llevar años antes que la persona esté lista para eso. Si bien la decisión es personal, podemos hacer lo que esté a nuestro alcance para ofrecer a los demás el Camino, la Verdad y la Vida ( Juan 14:6).

Li Lian es una profesional licenciada en tecnología de la información y trabaja como administradora de sistemas de una organización humanitaria de África. ■

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¿Qué es la

La verdad es atemporal. La verdad no difiere de una época a otra, de un pueblo a otro, de una ubicación geo- gráfica a otra. La gran verdad siempre imperante pervive en el tiempo y en la eternidad.

verdad?

En pleno tribunal de Jerusalén durante la dominación romana, Poncio Pilato —cara a cara con Jesús, el profeta de Galilea— planteó la que acabaría siendo una de las preguntas más relevantes de todos los tiempos: «¿Qué es la verdad?» Por lo visto Pilato no acertó a comprender que tenía la respuesta frente a sus narices. En efecto, la Biblia explica que «la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo» ( Juan 1:17); y el propio Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» ( Juan 14:6).

Vivimos en un mundo dominado por el relativismo, en el que no se admiten valores absolutos. Según dicho sistema de pensamiento, la verdad es subjetiva, nebulosa, tornadiza. Los políticos hacen promesas que no pueden o no piensan cumplir; los propagandistas inflan las bondades de un personaje o de un producto; el comercio en general está movido por la codicia a expensas de la integridad; la historia se somete a revisión; muchas crónicas periodísticas son tendenciosas y de tinte sensacionalista; otras, burdas tergiversaciones; la realidad y la fantasía se confunden en el mundo del espectáculo; los relatos de la Biblia son considerados fábulas intrascendentes que, sobre todo en el mundo de hoy, no ofrecen soluciones válidas. Podemos dar rienda suelta a nuestra imaginación, desdeñar todo lo que queramos y tratar de acomodar la

realidad a nuestros deseos y propósitos; pero eso no altera un ápice la verdad. Como dijo Gandhi: «Dios es, aunque el mundo entero lo niegue. La verdad sigue en pie, aunque no goce del apoyo del público. Se sostiene sola». Quienes se cierran a esa realidad cumplen inadvertidamente unas de las palabras más tristes de la Biblia: «En el mundo estaba [Jesús] y el mundo fue hecho por medio de él, pero el mundo no lo conoció. A lo suyo vino pero los suyos no lo recibieron» ( Juan 1:10-11).

Incluso muchos que buscan sinceramente la verdad equivocan en un principio el camino. Si bien exploran nuevas formas de espiritualidad u optan por la vía sicológica en pos de un desarrollo personal, al igual que Pilato no aciertan a ver lo que tienen delante de sus ojos: la verdad liberadora y el amor de Dios, que Él nos ofrece gratuitamente.

No obstante, quienes leen la Biblia con fe y con una actitud abierta encuentran en ella lo que tanto buscaban: respuestas a las dudas existenciales sobre el sentido de la vida y un amplio amor capaz de satisfacer sus más profundos anhelos. Es decir, toman conocimiento de la verdad. «Si ustedes permanecen en mi palabra serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» ( Juan 8:31,32). ■

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Marge Banks

REFERENCIAS BÍBLICAS A LA verdad

Hoy en día la palabra verdad se suele emplear en el sentido de franqueza o de algo que se atiene a los hechos; asimismo para referirse a la cosmovisión particular de una persona. En los siguientes versículos de la Biblia el término verdad se emplea en el sentido más profundo de «realidad fundamental o espiritual trascendente».

Debemos buscar la verdad.

Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en Ti he esperado todo el día. Salmo 25:5

El cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. 1 Timoteo 2:4

La Palabra de Dios es verdad.

Cercano estás tú, oh Señor, todos tus mandamientos son verdad. Salmo 119:151

Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Juan 17:17

Dios ha prometido revelarnos Su verdad.

Por tanto, Jesús decía a los judíos que habían creído en él: —Si ustedes permanecen en mi palabra serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres. Juan 8:31,32

Y cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad pues no hablará por sí solo sino que hablará todo lo que oiga y les hará saber las cosas que han de venir. Juan 16:13

Jesús es la verdad.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre. Juan 1:14

Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí. Juan 14:6

La verdad es preponderante y eterna.

La suma de tu palabra es verdad, y eterno es todo juicio de tu justicia. Salmo 119:160

Porque el Señor es bueno; para siempre es su misericordia, y su verdad por todas las generaciones. Salmo 100:5 ■

Oración para hoy:

Haz de mí un instrumento de tu paz

Amado Jesús, gracias por el privilegio de haber sido llamados a dar testimonio de la verdad de Tu salvación y de Tu amor ante un mundo perdido y desesperado. Servir en calidad de embajadores del Rey del universo es un llamamiento de valor incalculable.

Haz que, impulsados por Tu amor, ofrezcamos a cada alma con la que nos topamos en el camino la oportunidad de hallar salvación y reposo en Tus brazos (2 Corintios 5:14). Infúndenos el poder y el denuedo del Espíritu Santo de modo que cumplamos con la parte que nos corresponde para comunicar Tu mensaje al mundo. Haznos instrumentos de Tu paz para divulgar Tu amor y esperanza en nuestro vecindario, localidad y lugar de trabajo. Amén.

Lecturas enriquecedoras
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LOS resultados

Aunque no veas el efecto de tu testificación enseguida, Dios ha prometido que Su Palabra no volverá a Él vacía; ¡cumplirá el propósito para el que fue enviada! (Isaías 55:11.) Quizá en esta vida no llegues a ver los resultados de tu testificación, pues uno no siempre sabe si la simiente que siembra en el corazón de un ser humano germinará y echará raíz, y en ese caso, de qué manera o en qué momento. Es posible que la persona a la que hayas testificado, con el tiempo encuentre al Señor gracias, en parte, a algo que tú le hayas dicho. Cabe también la posibilidad de que el testimonio que le diste haya obrado en su corazón de tal manera que se muestre más receptiva cuando otro cristiano le testifique o cuando lea u oiga hablar del evangelio.

No siempre podemos contar con ser sembradores y además segadores. El Señor dijo que unos plantan y otros riegan, pero es Dios el que da el crecimiento (1 Corintios 3:6). A veces difundiendo las buenas nuevas cosechamos donde otros sembraron; otras veces son ellos los que cosechan lo que nosotros sembramos. En ocasiones nosotros llevamos al Señor a personas que han estado mucho tiempo en preparación hasta que por fin llegan al punto de rendir su vida a Él. De repente, en ese momento estratégico, cuando están listos para recibir a Jesús, aparecemos nosotros, y no hacemos otra cosa que segar lo que otros han sembrado y regado.

A veces entramos en la vida de alguien en la primera etapa, en calidad de sembradores que plantan la semilla inicial del evangelio. O a lo mejor intervenimos para esparcir agua sobre la semilla que otro ya sembró en el corazón de esa persona. Tal vez respondamos a otra de sus preguntas y le damos a conocer el amor de Jesús; mientras tanto el Espíritu Santo sigue obrando en su corazón gracias al testimonio recibido. Es posible que no volvamos a ver nunca más a esa persona pero que el Señor se sirva de la Palabra y el amor que le comunicamos para hacerla avanzar un paso más con miras a que finalmente lo llegue a conocer a Él. La salvación que tendrá lugar a la postre en ella será en parte consecuencia de lo fieles que hayamos sido en demostrarle el amor del Señor y transmitirle Su mensaje. ■

No a todo el mundo le interesa conocer a Jesús o estrechar su relación con Dios. No te sorprendas, pues, si algunas personas no aceptan tu testimonio. Puede resultar un poco descorazonador ofrecerle a alguien el regalo más valioso que podría recibir y encontrarte con que te rechaza, cambia rápidamente de tema o incluso te humilla o te reprende. No te rindas. Puede que ese individuo no esté dispuesto a escuchar o a salvarse, pero quizá la siguiente persona con quien hables sí. Si perseveras, tarde o temprano obtendrás resultados positivos. (Véase la Parábola del sembrador, Lucas 8:5-15.)

María Fontaine
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VALDRÁ LA PENA

Cuando Jesús abandonó la Tierra y regresó al Cielo, explicó que iba delante de nosotros a fin de prepararnos un lugar ( Juan 14:2) donde no existirá más pena, dolor ni llanto (Apocalipsis 21:4). «Cosas que ojo no vio ni oído oyó, que ni han surgido en el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman. Pero a nosotros Dios nos las reveló por el Espíritu» (1 Corintios 2:9,10). La expectativa de las glorias, el gozo eterno y los premios que nos aguardan en el Cielo hace más llevaderas las pruebas y tribulaciones del presente.

Nuestra estadía en la Tierra constituye una parte importante del plan divino para cada uno de nosotros; pero no lo es todo. Lo que experimentamos en nuestro tránsito por la vida hace de nosotros los hombres y mujeres que debemos ser con el fin de cumplir el designio que Él tiene para nosotros. No obstante, también constituye una preparación de cara a la vida venidera. La Biblia dice que al contemplar la gloria del Señor nosotros mismos somos transformados a Su semejanza con más y más gloria (2 Corintios 3:18). De modo que cuando la vida sea una lucha cotidiana y te preguntes si realmente vale la pena el esfuerzo o si estás dejando huella en el mundo que te rodea, piensa en todo lo que te aguarda. Cuando llegues al final de la senda de la vida, te encuentres ante Jesús y entres en Su Reino celestial, si has «guardado la fe» recibirás una recompensa indescriptible por haber «peleado la buena batalla de la fe» (2 Timoteo 4:7,8).

Tu Padre celestial vela por ti y te ama, y todo lo que permita que te sobrevenga —ya parezca bueno o malo— en últimas redundará en tu bien (Romanos 8:28). Si en medio de ello confías en Él, llegarás a ser una mejor persona, más madura, más amorosa, un instrumento más útil en Sus manos, una vasija con la cual Él podrá verter Su amor y Su Palabra para consolar y fortalecer a otros seres necesitados y traer almas perdidas a Él.

Ya nada importará al ver al buen Jesús; se desvanecerá todo pesar.

Las penas del ayer se irán al verlo a Él.

Sigue luchando, pues, sin desmayar.

Si tienes la mirada puesta en el galardón final —el Cielo— cobrarás ánimo y no te cabrá duda de que todas las contrariedades por las que pases en esta vida bien valen la pena. «Porque considero que los padecimientos del tiempo presente no son dignos de comparar con la gloria que pronto nos ha de ser revelada» (Romanos 8:18). ■

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De Jesús, con cariño

COMO EL PADRE ME ENVIÓ…

Como Mi Padre me envió, así te envío a ti. Te envío a un mundo de dolor y pérdidas, penas y sufrimiento, quebrantos y soledad, necesidad y tristeza, para que puedas entregarle lo que Yo te di a ti. Distribuye libremente Mi amor, compasión y empatía a quienes los necesitan con tanto afán.

Dondequiera que estés y cualquiera que sea la situación en que te encuentres, habrá personas a tu alrededor que necesitan Mi amor. No solo quiero darles vida eterna, sino también una vida más plena aquí y ahora; una vida de amor, paz, comprensión y realización. Quiero transformar sus vidas tanto aquí en la Tierra como en el más allá.

Tus palabras de amistad y compasión manifiestan el amor y el interés que tengo por ellas; les expresan que deseo ser su amigo para siempre. Tu empatía y comprensión tocan el corazón de los que tienen pocos amigos fieles. Ellos anhelan la paz y la confianza que posees, esa esperanza firme en medio de las tempestades de la vida. Para ellos el amor sincero que ven en ti es como sentarse frente a una cálida hoguera en una fría noche de invierno.

Cada persona ejerce influencia sobre las demás. Cuando afectas positivamente a alguien, esa persona a su vez influye en otras. Así las ondas de mi amor continúan extendiéndose.

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