¡Creo! Cofrades en la Fe

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¡Creo!

COFRADES Hermandad Santa Vera Cruz + Martos (Jaén)

EN LA

FE

| Nº 9 | JUNIO | 2013


Jesús está en la Eucaristía REDACCIÓN

RAFAEL GÓMEZ CAZALLA

GRUPO PARROQUIAL PRIMITIVA HERMANDAD DE LA SANTA VERA CRUZ Y COFRADÍA DE PENITENCIA Y SILENCIO DE NUESTRO PADRE JESÚS DE PASIÓN Y NUESTRA SEÑORA MARÍA DE NAZARETH Diputación de Formación y Convivencia Diputación de Publicaciones

¡Creo! COFRADES

EN LA Número 9 · junio 2013

FE

EDICIÓN DIGITAL: www.issuu.com/veracruzmartos CAPELLÁN Y PÁRROCO: Rvdo. José Checa Tajuelo Pbro. REDACCIÓN: Miguel Ángel Cruz Villalobos, María Inmaculada Cuesta Parras, Manuel Márquez Herrador y Gabriel Zurera Ribó COLABORADORES: Andrés Borrego Toledano, Eduardo A. de Diego Amate, Jesús Díez del Corral Pbro., José M. Espejo Martínez, Fr. José Luis Gabarrón Atienza, Mons. Ramón del Hoyo López, Francisco León García Pbro., Hno. Abdón Rodríguez Hervás, P. Guillermo Serra y Nicolás Vargas Melero FOTOGRAFÍA: Juan Carlos Fernández López y José Manuel López Bueno DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Antonio Moncayo Garrido EDICIÓN DIGITAL: Antonio García Prats PORTADA: Rafael Gómez Cazalla DIRECCIÓN POSTAL: Parroquia de San Juan de Dios Plaza de San Juan de Dios, 1 23600 Martos (Jaén) veracruz.martos@gmail.com DEPÓSITO LEGAL: J-1.292-2012 La revista ¡Creo! Cofrades en la Fe no participa necesariamente de las opiniones expresadas por nuestros colaboradores, limitándose solamente a reproducirlas.

La revista ¡Creo! Cofrades en la Fe abre una nueva sección en esta edición. “Los sacramentos de nuestra fe” van a ser tratados y explicados de forma sencilla, para que repasemos uno de los pilares en los que vivimos nuestra fe. Desde ahora y hasta que finalice nuestra publicación, mes a mes, nos aportarán una formación elemental para todo cristiano y cofrade.

Rafael Gómez Cazalla, “Rafa” para los amigos, es un joven que se está haciendo a si mismo. Con su propia identidad, no exenta de incrustaciones de los que le rodean (es un hombre dócil, es decir, se deja aconsejar), ha tomado un camino y lo sigue, sabe lo que quiere y eso es difícil en la juventud actual dada más al relativismo que a la verdad de los hechos. “Rafa” es un enamorado de la Semana Santa en general y de la marteña en particular, sabe que en la unión radica la fuerza y por eso promueve el asociacionismo dentro del seno materno de la Iglesia. No es de extrañar pues; que un Cristo sufriente, surcado por heridas sangrantes (Jesús de Pasión), abrace, en este caso, no la cruz sino la eucaristía, la presencia real de Jesús como transubstanciación de la carne y sangre de Cristo en la materialidad del pan y el vino; sea el motivo de la portada de junio en “¡CREO! Cofrades en la Fe”. Junio es el mes del CORPUS CHRISTI, donde los católicos manifestamos y celebramos esta presencia real que ya San Justino mártir, en el año 160, nos escribe en su Primera apología, indicándonos que este concepto está presente desde los primeros cristianos: “1. Este alimento se llama entre nosotros ‘Eucaristía’, de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y ha recibido el baño para la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a los preceptos que Cristo nos enseñó. 2. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne (cf. Jn 1,14) por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así también el alimento ‘eucaristía’ por una oración que viene de Él -alimento con el que son alimentados nuestra sangre y nuestra carne mediante una transformación-, es precisamente, conforme a lo que hemos aprendido, la carne y la sangre de Jesús hecho carne. 3. Es así que los Apóstoles en las ‘Memorias’, por ellos escritos, que se llaman ‘Evangelios’, nos transmitieron que así le fue a ellos mandado obrar, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: ‘Hagan esto en memoria mía, éste es mi cuerpo’ (Lc 22,19). E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: ‘Esta es mi sangre’ (c. Mt 26,27-28)”.

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.. . o i n u j n e Sexta llave: perseverancia

Creo en la resurrección

9.

ANDRÉS BORREGO TOLEDANO

EXPERIENCIA DE FE

5. EL CREDO

“...si ésta es tu voluntad”

23.

PIERRE-MARIE DELFIEUX

13. DIEZ

LLAVES

PARA ORAR La comunidad humana

JOSÉ LUIS GAVARRÓN ATIENZA

4. ¡Creo! Cofrades en la fe

CATECISMO IGLESIA

FRANCISCO LEÓN GARCÍA

17. Martos Eucarístico

7. Los sacramentos: signos de fe

21. De tu eterno abrazo

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¡Creo! Cofrades en la fe Buscar de Dios su don de respuestas no conduce más a la posibilidad de encontrar que buscar en nosotros mismos nuestra capacidad para preguntarnos. Para una construcción inteligente de la persona, así como la consecución espiritual de una edificación viva de su geografía interior llevamos ya el tiempo suficiente, aunque los resultados no sean los deseados, según una sensación común y generalizada. Se nos hizo incansables buscadores para lograr encuentros y ello es huella en nuestro propio código genético de la seña de libertad que nos caracteriza como imagen y semejanza del Creador. Pero también nos habita el miedo despoblado y árido a lo desconocido, que es tanto como decir a cuanto conocemos y no entendemos. Cuando una ciudad se cae al suelo, cuando un espejo se rompe y el alma se queda sin cara, cuando el agua del mar se va de noche y llegado el día no aparece, el debate existencial provoca un replanteo de estructuras. La clave está en la FE que nace del encuentro con el Dios vivísimo que nos revela el amor con el que construir la vida y lleva apasionadamente a la alegría de creer. Brilla la fe descubierta, ambulante en todas y cada una de las dimensiones de la existencia, como una gota de música que se introduce en su lentitud sigilosa por todo pensamiento y acción nuestra. No obstante la tan sola asunción de la revelación de Dios en Jesús de Nazareth no comporta la vigencia del lucernario de la fe en mitad de la nuestra circunstancia sencilla y cotidiana. No consiste solo en mirarlo a Él, a Jesús, sino en afrontar la vida desde su punto de vista, con sus ojos y en sus miradas, participando de su cosmovisión. Creer en Jesús es creer en sus modelos, sus formas y maneras radicales y distintas de ver eso que llamamos “cosas”, en su peculiar criterio para responder a las preguntas y dudas que como hombre le convocaron al pensamiento, al vislumbrar humano del Hijo de Dios que tomó nuestra carne y en su visión de la relación con el Padre realizada también al modo humano. A partir de este posicionamiento se descubre que una tarde fea puede enderezarse y que nuestra necesidad de búsqueda de la verdad, con sus interrogantes, sus avances y retrocesos, su perspicacia e intuiciones son necesarias para tener una fe que salva y da seguridad a nuestros pasos.

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El “Símbolo de los Apóstoles” como fórmula con la que la Iglesia expresa su fe y la transmite con un lenguaje común.

8. Creo en la resurrección de la carne. Amén. ANDRÉS BORREGO TOLEDANO

En el Símbolo de los Apóstoles se profesa la resurrección de la carne y la vida eterna y en el Credo Niceno-constantinopolitano se profesa la espera de la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Para unos jóvenes encarcelados en el presente y en una cultura del bienestar que exalta el cuerpo y lo material, estos artículos de fe interpelan su experiencia personal. El cuerpo no es despreciado y la carne también es resucitada y redimida. Como afirma San Pablo en la primera carta a los Corintios, la resurrección se expresa en el cuerpo glorificado o glorioso. No hay un alma valiosa y un cuerpo-cárcel donde estamos prisioneros, sino que la unidad antropológica es resucitada en el último tiempo de Dios. Creer en la resurrección exige cuidar y respetar nuestro

cuerpo, como carne que ha de ser resucitada y glorificada. En cuanto a la muerte, el Credo exige una esperanza más comprometida si cabe. Morir es parte de la vida de los seres humanos. Aunque la muerte sea escondida, ignorada, negada y apartada de las ciudades y de la vida diaria, con la muerte se convive siempre, incluso en la juventud. Es el límite supremo, ineludible, la ruptura de nivel que exige un parón. Muchas veces la muerte en accidente de un adolescente o de un joven, la enfermedad terminal de un amigo o el suicidio de un compañero, dejan sin palabras a casi todos los jóvenes. Creer en la resurrección y esperar en la vida eterna es una promesa de Jesús, es parte de su mensaje, quizá la lección más importante.

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En su segunda encíclica, Benedicto XVI habló de la esperanza, de las grandes y pequeñas según las distintas edades de la vida: “En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar” (Spe Salvi 30). Será, por tanto, necesaria una pedagogía que ayude a descubrir desde la niñez y la juventud que una cosa es la ilusión, otra el optimismo, otra las esperanzas con minúsculas y otra la Esperanza cristiana donde el pecado ha sido destruido, la enfermedad superada, la injusticia eliminada y la muerte vencida. A ese Reino, verdadera tierra nueva y verdadero cielo nuevo, somos convocados los que rezamos el Credo en la Iglesia.

Creemos los seguidores de Cristo que somos semilla de vida eterna, que el amor del Padre bueno en el que hemos sido engendrados es más fuerte que la muerte, que nuestra esencia está llamada a ser glorificada para participar de la verdad incorruptible del mismo Creador, sólo basta que sepamos y queramos confiar en la voluntad de nuestro Dios. Si nos entregamos a la Construcción del Reino abrazados a su Alianza y su Amor, el rostro del mundo se irá transfigurando en su cuerpo glorioso y ya no habrá llanto, ni luto, ni dolor. Amén. Amén es un término hebreo que se ha incorporado a todas las lenguas modernas a través del griego y del latín. El creyente cuando profesa el Credo concluye su oración y su testimonio de fe con esta palabra. Esta es la última palabra del último libro de la Biblia, del Apocalipsis, de la revelación final. En la espera de Cristo glorioso, en el último día, la comunidad cristiana dice Amén. JOSÉ MANUEL LÓPEZ BUENO

La vida que está por venir; ¿Cómo la esperará un joven que lo tiene todo, al que no le falta nada material? Si las cosas van mal, puede construirse una necesidad a partir de lo que nos falta, pero cuando las cosas van bien, lo que está por llegar es una amenaza o una cuestión innecesaria o superflua o al menos irrelevante. Una sociedad del bienestar parece recordar a los saduceos, que negaban la resurrección, quizá porque en este mundo les iba muy bien. Sólo con el paso del tiempo, y con las heridas de la vida o con el hastío, surge una nostalgia o una llamada a una justicia mayor, a una felicidad que no acabe en lo material.

Amén quiere decir sí, quiere decir “estoy de acuerdo”. El creyente compromete su voluntad y la une a la voluntad de Dios, en Cristo, por la fuerza del Espíritu y de la Iglesia. Pienso como tú, siento como tú, creo como tú, mi vida está unida a la tuya porque nosotros somos uno en Ti. Es la palabra de la adhesión creyente, de la confianza, de la comunión, de la afinidad y la unidad de todos en el mismo Señor. El creyente que recibe a Dios en su Trinidad compromete ahora toda su existencia, su subjetividad se hace objetividad. El Amén es el momento de la entrega de la libertad, de la conciencia creyente, de la decisión que manifiesta la vida y las creencias, en unidad indestructible. Creer, decir Amén, es Amar.

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Bautismo Eucaristía Confirmación penitencia matrimonio orden sacerdotal unción de enfermos

Los sacramentos: signos de fe JESÚS DÍEZ DEL CORRAL (Párroco de Peal de Becerro -Jaén-)

Iniciamos en esta serie de artículos una exposición detallada sobre los sacramentos de Nuestra Santa Madre la Iglesia. Lo hacemos insertos en este Año de la Fe convocado por Su Santidad el Papa Emérito Benedicto XVI. En su escrito de convocatoria de este año de gracia “Porta fidei”, el Santo Padre argumentó este año jubilar para redescubrir los pilares de nuestra fe, una fe en el Dios Trinitario, fuente y origen de nuestra salvación. Desde esa clave del Dios que ha venido a salvarnos en Jesucristo veremos todos y cada uno de los siete sacramentos. Tendremos como referencia y texto base el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE) en su vigésimo aniversario de su publicación, así como nos apoyaremos en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica y en el catecismo para jóvenes “Youcat” presentado en la JMJ de Madrid 2011 y el magisterio de nuestro Papa emérito Benedicto XVI. Comenzamos haciendo un breve repaso por las Sagradas Escrituras para encontrar el origen y significado de los sacramentos. El pueblo de la nueva alianza, Israel, a lo largo del Antiguo testamento, ha proclamado su fe en el Dios que no sólo está presente, sino que invocan a un Dios que salva. Dios actúa en medio de su pueblo. Así lo ha expresado al entonar los salmos y contar las maravillas que Él ha hecho por salvar de la esclavitud del pecado y llevarlos a la tierra prometida de su gracia. Así las cosas, la actuación de Dios llega a su culmen con la Encarnación, con el Dios hecho Hombre. Con Jesucristo Dios llega a actuar de un modo total para salvar al hombre necesitado de Dios. Su misterio pascual, su muerte y resurrección, es un abrazo al hombre desde la Cruz redentora, manando de su costado abierto los sacramentos que nos salvan. Desde estos sacramentos que posteriormente la Iglesia configuró y adaptó durante siglos como presencia viva de Jesús, son medios para santificar a todos los hombres por el Espíritu santificador, haciéndonos testigos de Cristo Resucitado. En estos siete sacramentos, como afirmó Santo Tomás de Aquino, “se produce una unión entre

el cielo y la tierra donde Dios y el alma se van a santificar”. Son como siete “regalos”, siete dones para que todos los cristianos puedan gozar de esta salvación. Son acciones del Espíritu Santo que lleva al hombre al Padre desde el Hijo que los constituyó. El CCE recoge en sus números 1210 al 1213 tres elementos comunes de dichos sacramentos. El primero es que son signos sensibles que expresan una realidad invisible, realidades que se ven, insertando elementos de la naturaleza como por ejemplo: agua, vino, pan, aceite, etc. Pero que con la acción del Espíritu son vehículo para que la realidad divina llegue al hombre. El sentido de estos signos sensibles, lo visible expresa lo invisible, adecuándose Dios a la realidad sensible del hombre, que percibe por los sentidos. La acción sensible está muy ligada al signo invisible. El segundo elemento habla de los sacramentos que han sido instituidos por el mismo Cristo. Es la forma ordinaria que Jesús ha querido para su Iglesia, porque es su voluntad. Y así la Iglesia lo ha expresado en estos siete sacramentos. El tercer elemento es que los sacramentos confieren la gracia divina. La gracia es regalo, obsequio. No sólo Dios nos ha dado el ser, la naturaleza, sino también el regalo más grande que es que Dios nos ha querido dar su propia vida. El hombre, a través de los sacramentos, participa de la vida de Dios. Ahí el yo humano se enriquece con el Tú de Dios. Benedicto XVI habla de estos siete sacramentos como siete momentos de nuestra vida en evolución: desde la infancia hasta nuestra muerte recibimos en cada etapa de nuestra vida los sacramentos y crecemos y nos fortalecemos por ellos. No deben ser como varitas mágicas que imprimen eficacia como los hechiceros, sino que, como afirmó el Santo Padre, es la fe que se adentra en el mundo material, para que entremos en el mundo de Dios. La fe, según Benedicto XVI, toma cuerpo en los sacramentos.

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EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO El bautismo fundamentalmente nos confiere dos efectos para nuestra salvación: borra el pecado original y nos hace hijos de Dios. El Catecismo trata este primer sacramento como el fundamento de la vida cristiana y la “puerta” de todos los demás sacramentos (CCE 1214-1216). Pone este ejemplo porque una puerta pone en relación dos espacios: el de dentro que se está inserto y el de fuera que está por descubrir. En este caso el espacio de dentro es la “no vida” y al acceder por el bautismo se accede a la vida, la vida trinitaria, por ello es el bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Por qué no hay vida antes del bautismo? Entendemos vida no solo si funciona nuestro organismo o nuestro cuerpo sino situaciones donde hay amor, belleza, progreso, paz y todo lo que de esto deriva. Ahí es cuando decimos que “esto es vida”. Pues esa es la vida propia de Dios. En la antigua Grecia la preocupación de los filósofos era llegar a la vida de los dioses, eso que ellos soñaban. Pues esto Cristo lo predicó y lo hizo realidad. Los apóstoles predicaron en su nombre la conversión y bautizaban en nombre de Cristo, en mandato de su maestro. Y es así como la Iglesia también predica y bautiza en su nombre hasta nuestros días. La realidad que se crea en el bautismo es la dignidad y la alegría de ser Hijo de Dios. En el ritual del bautismo hay una serie de diálogos y unos gestos que expresan la realidad divina. El ministro en nombre de la Iglesia pregunta a los padres del niño que va a ser bautizado qué es lo que quieren para su hijo, respondiendo ellos: la vida eterna. Después continúa el diálogo al decir “no” al pecado y “si” a la gracia. Se renuncia a las “pompas” del diablo, es decir, a las apariencias creadas por el diablo pero que está vacío por dentro. Y luego el triple “si” al Padre, al hijo y al Espíritu Santo. Al Dios vivo que da sentido a todo lo existente. Y el sí a la comunión de la Iglesia, en el Dios que acompaña. Ahora desgranamos los gestos de este sacramento. El agua que es la vida, donde hay agua siempre habrá vida. La luz que es la verdad, que brilla en las tinieblas, la luz de Cristo resucitado que entra en el corazón del bautizado y de su familia que lo educa en la fe. El óleo que simboliza la fuerza y el vigor, ungiéndolo en dos veces con el óleo de los catecúmenos y el Santo Crisma, configurándose con Jesucristo sacerdote, profeta y rey. Y la vestidura blanca que es la belleza del alma cuando recibe ese regalo de Dios.

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Experiencia de fe

“...si ésta es tu voluntad” Fr. JOSÉ LUIS GAVARRÓN ATIENZA ofm Párroco de San Francisco de Asís. Martos (Jaén).

Más que una experiencia o un testimonio de fe, es el relato de una amistad. Entre Jesús y yo. Relato que no difiere de otros y que tampoco es llamativo pues las experiencias de fe no se pueden extrapolar y solo las entiende el que las vive. La amistad viene desde que nací, ochomesino, me dieron 24 horas de vida pero el Señor me quería aquí. Al principio mi infancia fue con dificultades, tantas que mis padres se fueron a vivir a Madrid porque allí estaban los mejores médicos para sacarme adelante. Un Madrid en el que por no tener hermanos (mi hermana murió antes de mi nacimiento y luego otros tres se malograron) me aburría; no se por qué, mi amigo invisible, mi compañero solitario de juegos era Jesús niño. Digo no se por que, ya que mis padres no eran gente de excesiva Iglesia. Mi padre militar se educó con los jesuitas y era creyente y muy devoto del Corazón de Jesús pero crítico ante algunas cosas de la Iglesia, mi madre salió harta de estudiar de niña con religiosas, y aunque era más tradicional, no era beata. Eso sí todos los domingos íbamos a misa y me educaron en colegios religiosos. En verano, en cambio en mi pueblo de nacimiento, mi abuela y mis tías eran de misa diaria, rezo del rosario (a la hora de la siesta) en familia, lo cual me hizo que durante muchos años lo aborreciera y eso que siempre he sido muy mariano. De adolescente tuve un sueño que en cierto modo me marcó, soñé con Cristo bajado de la Cruz, muerto y yo estaba al lado, me desperté llorando pero a nadie le conté el sueño, pero me hizo hacerme esta pregunta. Si Jesús es mi mejor amigo, si ha dado su vida por nosotros ¿qué puedo hacer por él? Sin decir nada a mis padres hable con los padres blancos que asistían en el colegio de hermanos religiosos; quería ser misionero en África y también ser médico para ayudar a los que entonces llamábamos: “negritos”. Ellos me dijeron que al ser hijo único no me admitían. Pasaron los años y aunque yo seguía reinando en mi idea, ni fui capillita ni beato; un ¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 9 X Junio 2013 X Página 9


niño más del montón, mas bien tímido, Incluso tuve una novia de adolescencia que nos veíamos solo los veranos, cosas de niños. Mi padre pidió destino en Ronda, mi pueblo, en donde llegó a ocupar muchos cargos, ya que pidió excedencia de militar, entre ellos alcalde, diputado, procurador… Vino el antiguo Preuniversitario y dejé de pensar en ser médico por influencia de una catedrática y pensé estudiar historia y literatura que se me daban muy bien. Me gustaba mucho una parienta lejana, recuerdo que di un baile en mi casa para que me ayudara a decidir y con la única que no baile fue con esta chica (por cierto era muy mal bailarín). Pasé la noche dando vueltas a la cabeza, era como un pellizco que tenía en el estómago y decidí probar antes de hacer una carrera. Pensaba irme al Seminario de Sevilla, se lo dije a mi madre y me quité de en medio para que se lo contara a mi padre, temía su reacción. Mi padre recuerdo que le entró una tristeza enorme pero aceptó y me apoyó. Tengo que agradecer a mis padres que me enseñaron a respetar la libertad de los demás, a no hacer distinciones entre las gentes por dinero o clase social. Mi padre tuvo un cargo deportivo nacional que le hizo viajar por toda Europa y era muy abierto tanto política como socialmente, favorecedor de las clases más oprimidas y mi madre, aunque de las mejores familias de mi pueblo, trataba a todo el mundo por igual y la gente los quería. Muchos de mis rasgos se deben a ellos. Se enteró el rector del Seminario de Málaga, amigo de mis padres y dijo que para Málaga. Unos años muy felices de encuentro con Dios, tres años de filosofía en Málaga y el resto en la Facultad de Teología de los jesuitas en Granada, que me abrieron la mente. En el apostolado que hacíamos siempre he identificado al que sufre con Cristo y sirviéndoles, es como si sirviera al Señor. En Málaga fui de apostolado al hospital y al asilo de ancianos donde me encontraba muy a gusto. En Granada iba a pueblos rurales. Pero toda “amistad” tiene su crisis, vinieron los años siguientes al Concilio, un grupo de seminaristas nos radicalizamos, queríamos vivir el cristianismo como la primitiva iglesia. Nos fuimos a un barrio marginal y a una casa más parecida a una chabola. Fuimos muy críticos con la Iglesia, sobre todo con la jerarquía y rompimos con ella. Me salí, no rompí con el Jesús de mi niñez, leía la Biblia to-

dos los días, pero muchas cosas se me habían venido abajo, me sentí como desamparado, amargado. Incluso me declaré a una joven dispuesto a casarme de inmediato. Me dio calabazas. Sé que hubiera sido un buen marido y un buen padre pero el Señor no me dejaba, me tenía atenazado, y además mi idea de matrimonio creo que era de despecho a todo por lo que hasta el momento había luchado. Había muerto mi padre unos años antes y me quedé a cargo de mi madre que estaba enferma. Un amigo de mi padre me metió a trabajar en una Caja de Ahorros, pues aunque los militares me pagaban la carrera yo me veía ya mayor y no quería ser una carga. Por la tarde tenía también otro trabajo muy bonito organizando un archivo antiguo y en secretaría. Mas adelante también fui secretario de la asociación de mi barrio, el barrio antiguo que tenía mucho contacto con las autoridades locales y el turismo. Total, mi vida laboral estaba demasiada llena, mi vida afectiva también ya que me rodeaba mucha familia e hicimos una pandilla de parientes lejanos y amigos. Solteros y solteras, algunos casados, que lo pasábamos muy bien. Pero algo seguía dentro de mí como una mariposa de aceite encendido. Seguía estudiando a distancia teología, en especial las Sagradas Escrituras, quería ahondar en mi fe, aunque en esa época, leía de todo y podía haber caído en el budismo, new age o cualquier forma de vivir mi religiosidad, tan desequilibrado espiritualmente estaba. Después de nueve años sin pisar una iglesia (sólo iba el Jueves Santo a un convento de clarisas amigas de infancia a meditar). La amistad con las clarisas me llevó a volver a recordar a Francisco cuya vida leí antes de entrar en el seminario y a admirarle por su seguimiento de Cristo, incluso empecé a pensar ¿por qué no fraile? Fui entonces la mano derecha de los párrocos que pasaron por mi Parroquia, aunque seguía sin ser capillita ni beato. Un día la persona que llevaba Cáritas Parroquial me dijo que la llevara yo, pues ella era ya muy anciana. No quería porque sabía en el fondo de mi ser que tratar con los pobres era ver a Jesús sufriente y eso me podía llevar a sendas peligrosas como me llevó. Murió mi madre, y dejé pasar un par de años, viajé por Italia, por Palestina, Londres, Estambul… me iba con mi perro a los bosques alrededor de mi pueblo a meditar en plena naturaleza, y cada vez el

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que no me admitían (tenía 48 años) y así decirle al Señor: “ves he hecho lo que me pedías y no ha resultado, déjame ya en paz…” Pero como dice un refrán español, me salió el tiro por la culata. Ellos me invitaron a unas convivencias y después de un año me dijeron sí. Ahora venía el problema: decirlo. En el trabajo me prejubilé y mis compañeros me tomaron por loco y se indignaron. En mi familia hubo de todo, unos lloraron de pena que me fueran, otros creyeron que era un lavado de cerebro…, no estaban contentos. Luego estarían muy orgullosos conmigo, como mis compañeros de trabajo. Sólo unos amigos, muy pocos, que me conocían muy bien me dijeron que no les extrañó. Y a los párrocos que conocí, menos; aunque ellos hubieran preferido, salvo uno que era muy franciscano, que me fuera a mi diócesis, incluso me ofrecieron abrirme las puertas y adelantar tiempo. Pero yo no tenía todo conmigo. Durante toda mi vida he sido crítico y todo lo he cuestionado, ¿y si me equivocaba? ¿Y si tenía cosas ocultas? Y si era mi yo y no Jesús el que me llamaba por el camino franciscano. Me vio un psicólogo jesuita y en su informe dijo que tenia yo muy seguro lo que quería. No había nada oculto. Eso me bastó. Yo no pensé en esta última etapa ser cura. Cuando llamé a los franciscanos quería ocupar puestos humildes, cocinero, portero, lo que fuera… Pero ahí estaban mis estudios eclesiásticos y me dijeron que terminara, me reciclara y me ordenara. Lo tomé y lo sigo tomando como un servicio a mi amigo Jesús que se encarna en la gente que me rodea. No me he considerado nunca más que nadie, al revés, me tengo por poco, pero tampoco me asusta nada. Recién ordenado me mandaron de párroco a Chipiona y no me asusté, aunque no tenía ni idea de llevar una Parroquia, le dije al Señor: “si ésta es tu voluntad, ya sabes, atente a las consecuencias y ayúdame”. Y me ayudó. He tenido dudas, muchas a lo largo de mi vida, y las tendré. La fe como decía un autor francés es la capacidad de soportar las dudas. Pero por encima de la duda esta mi amistad particular con el Señor, sé que soy limitado, pecador, torpe, tengo muchos defectos pero se que Él me quiere y me acepta y me utiliza como soy. No tengo miedo a la muerte ni al mas allá, pues esa amistad de Dios conmigo hará que me salve a pesar de los pesares, no por mis méritos sino porque Él me escogió, en eso me veo como un privilegiado.

Señor me apretaba más, pero yo no quería dar ningún paso. Trabajaba, era muy querido, estaba bien asistido, era caritativo, vivía muy bien. Pero por lo visto al Señor eso no le bastaba quería mas. Un día desesperado sin decir nada a nadie escribí a los franciscanos esperando que me dijeran

La fe que me gustaría transmitir es el convencimiento que somos hijos muy queridos de Dios, eso nos llevará a la felicidad: si Dios nos acepta como somos, por qué no aceptar cómo son los demás. La fe nos llevaría a ser hermanos y a ser felices en este mundo tan falto de alegría y de amor. La fe nunca es fácil, la mía fue un forcejeo con el Señor, Él quería una cosa y yo otra, pero al final Él siempre gana.

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Abba,

Padre

SECCIÓN DEDICADA A LA ORACIÓN, COORDINADA POR HNO. ABDÓN RODRÍGUEZ HERVÁS, MONJE JIENNENSE DEL MONASTERIO CISTERCIENSE DE SANTA MARÍA DE LAS ESCALONIAS. HORNACHUELOS (CÓRDOBA).

JUNIO Oremos por las intenciones del Santo Padre y la Conferencia Episcopal propuestas al Apostolado de la Oración, a las que le hemos sumado una de la Hermandad.

La oración de los cinco dedos JORGE MARIO BERGOGLIO (Papa Francisco)

A GENERAL Diálogo y respeto: Que prevalezca entre los pueblos una cultura de diálogo, escucha y respeto mutuo.

A MISIONERA Nueva evangelización: Que allí donde más se nota la influencia de la secularización, las comunidades cristianas puedan promover con eficacia una nueva evangelización.

A CEE Que la Doctrina Social de la Iglesia inspire el compromiso político y social de los católicos a fin de que la semilla del Evangelio transforme nuestro mundo.

A COFRADE Que los cofrades vean en la Sagrada Forma la presencia real de Jesucristo y veneren a sus imágenes titulares como mediadores para llegar al verdadero Dios. Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 9 X Junio 2013 X Página 12


Diez llaves para orar PIERRE-MARIE DELFIEUX

Ninguno de nosotros sabe orar, pero Jesús nos ha enseñado cómo hacerlo. Después de tantas y tantas generaciones, sus discípulos intentan imitarle, y han ido desarrollando y precisando, un cierto número de leyes para actualizar y concretar las enseñanzas del Evangelio. Enseñanzas que, a lo largo de los siglos, numerosos maestros espirituales han confirmado. Estas enseñanzas nos abren las puertas del mundo interior de la contemplación. Aquí tienes, hermano, hermana, diez llaves para la oración.

La oración, aunque nos revela lo más íntimo y lo más hermoso de la presencia de Dios en nosotros, muchas veces se queda simplemente en aridez y sequía. El santo monje Abba Agathón incluso decía que la oración es “un combate hasta el último suspiro”. Por tanto, para llegar a orar es necesario querer orar. En efecto, más que cualquier otra cosa, la oración es una cuestión de voluntad. Por este motivo, Jesús nos invita con firmeza a orar sin desanimarnos (cf. Lc 18, 1). Para ello, lo más importante es que luchemos en el combate de la fe. “Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado” (1 Tim 6, 12). Pues en la realidad el espíritu es animoso, pero la carne es débil. “¿No habéis podido velar ni una hora conmigo? Estad en vela y pedid no ceder en la prueba. El espíritu es animoso, pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Y tropezamos sin cesar con la tentación del adversario. “Despejaos, espabilaos, que vuestro adversario, el diablo, rugiendo como un león, ronda buscando a quién tragarse” (1 Pe 5, 8). ¡Demasiado bien lo sabemos nosotros! La oración es el terreno por excelencia de lo invisible, y a nosotros nos gusta lo verificable. La oración se sitúa en el terreno de lo insensible y nosotros buscamos lo que se puede sentir. La oración nos pone frente a lo incomprensible y nosotros queremos captar lo inteligible. ¡Es duro amar a un Dios cuyo rostro no hemos visto! ¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 9 X Junio 2013 X Página 13


Así pues, la llave de la oración pasa también por este combate para el que Dios ya ha adiestrado nuestras manos. “Él adiestra mis manos para la guerra y mis brazos para tensar la ballesta” (Sal 17, 35). Tenemos que mantenernos firmes, como dice el apóstol Pablo: “En la actividad no os echéis atrás; en el espíritu manteneos firmes, siempre al servicio del Señor. Que la esperanza os tenga alegres, sed enteros en las dificultades y asiduos a la oración” (Rom 12, 12). Ya no se trata de “quemarse”, hay que “conservarse”, mantenerse, ya que se nos ha pedido orar constantemente. Es lo que las escrituras llaman perseverancia. “Los de la tierra buena, son esos que escuchan, guardan el mensaje en un corazón noble y generoso y dan fruto con su aguante” (Lc 8, 15). “Tened el delantal puesto y encendidos los candiles: pareceos a los que aguardan a que su amo vuelva de la boda, para que cuando llegue, abrirle en cuanto llame” (Lc 12, 36). Para los que permanezcan cimentados y estables en la fe e inamovibles en la esperanza que escucharon del evangelio (cf. Col 1, 23), las puertas de la vida se abren con la llave de la oración fiel. Por ella encuentran el modo de avanzar y Dios se complace en atenderles una vez más. “Cualquier cosa que pidáis en vuestra oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis” (Mc 11, 24). Así pues, todo el que quiera orar y luche para mantenerse en el intento, encuentra la llave en la gracia de la perseverancia, por donde la fe permite siempre avanzar.

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 9 X Junio 2013 X Página 14


¿Cómo dejar que Cristo sane mis heridas en la oración? PADRE GUILERMO SERRA, L.C.

La oración es una cita con el Médico de nuestras almas, nuestro Creador y Redentor. Él conoce y guarda nuestras entradas y salidas (Salmo 120), nuestra historia, nuestras heridas, nuestras miserias y también nuestros deseos de sanar, de vivir y caminar en su presencia (Salmo 144). Al hacer silencio en la oración, acallo mis heridas, mi dolor, mis “por qués”, mis frustraciones y fijo mi mirada en el Divino doctor. Dejo así que sea Él quien me pregunte por mis heridas, cicatrices, mi historia. Me sorprenderé si le dejo hablar. Él las conoce mejor que yo. Él estuvo y está presente, a mi lado, me ha cargado y me cargará para que no sufra tanto el peso de estas heridas. Es más, Él ha experimentado primero estas heridas en su propia carne y por ellas, hemos sido curados (Isaías 53,5) Descubro que Él no está tan lejos, no estuvo tan lejos. Que necesito que Él me cuente mi historia, como lo hizo con los discípulos de Emaús (Lucas 24). Pedirle que camine conmigo, que se quede en mi casa, en mi corazón. Que parta su pan en mi presencia, que coma con Él la Eucaristía y que así yo pueda vivir y alimentarme de sus heridas y de su Pasión.

Toma mis heridas, Señor, son tuyas; y déjame que las tuyas sean mías. Escóndeme en las mías y yo me esconderé en las tuyas. Mira tú mi vida, redímela y sánala; mire yo la tuya y acójala con amor y esperanza. Que mi soledad y dolor sean ahora sanados por tu protección y amor. Amigo fiel que nunca fallas, Doctor de mi alma, Médico de mis llagas y de mis heridas. Me dan miedo y me avergüenzan mis heridas. Pero tus heridas fueron tu gloria y el triunfo que presentaste a tu Padre. Por mis heridas seré victorioso si te las presento a ti para que las cures y las conviertas en señal de amor y victoria. Con esta señal llegaré al cielo y me presentaré con confianza ante tu Padre, que es también mi Padre”.

¿CÓMO HACER UNA REVISIÓN MÉDICA ESPIRITUAL FRENTE A CRISTO? 1. Acto de fe: “creo que Señor que eres el Divino doctor, Hijo de Dios, encarnado por amor a mí. Vienes a sanarme con tus heridas”.

Era necesario que Jesús viniese a mi alma en la oración para que sanase mis heridas con sus manos taladradas por los clavos, con su mirada penetrante, dulce, suave y serena; con su voz firme y acogedora; con su presencia paciente y luminosa. “Cuéntame tú Señor mi historia, la historia de mi vida, de mis heridas. Sáname Señor, porque Tú eres mi luz y mi salvación y ninguna herida ni nadie me podrá hacer temblar (Salmo 26). ¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 9 X Junio 2013 X Página 15


2. Acto de confianza: “confío en ti Señor porque tus promesas son eternas y quieres mi bien. Enséñame a conocer mi bien abriéndote mi alma y mis heridas”. 3. Acto de amor: “te amo Señor porque me has amado tú primero. Te amo Señor porque me lo has demostrado con tu amor, con tus heridas que siguen abiertas para que yo me esconda en ellas”.

volver a ellas, pero sé que hasta que no sean tuyas, no sanarán. Tuyas son, habítalas; tuyas son, sánalas”.

PARA LA ORACIÓN ¿Cuáles son mis heridas? Identificarlas en la oración, repasando la propia vida junto a Cristo, entrando en nuestro corazón.

4. Acto de entrega: “te entrego mi historia, mi pasado, mi presente y mi futuro. Con mi historia te entrego los capítulos tristes y los alegres. Mis heridas, confusiones, dolores, ofensas, traiciones, infidelidades, indiferencias, pecados, pérdidas, abusos, rencores, todo. Las que he sufrido y las que he hecho yo sufrir a mis hermanos. Con mi presente te entrego mis cruces diarias, mis amores, mis dolores. Con mi futuro te entrego lo que soy y puedo ser, mis anhelos, mis sueños y mis penas futuras”.

¿He perdonado a Dios? ¿Me he perdonado a mí mismo? ¿Me falta perdonar a alguien?

5. Acto de “despojo”: despojarse de toda vestidura, protección, careta. Desnudar el alma ante Dios, presentarle mis heridas como son, donde están. No hay nada oculto para Dios. “Así soy Señor, así he sufrido, están son mis heridas, tú las conoces, aquí te las presento con cierto temblor pero a la vez confianza. Es mi vida, mi historia, mi identidad. No lo puedo cambiar, pero sí puedo dejar que me sanes”.

“Gracias Señor por entrar en mis heridas, por estar siempre presente, por ayudarme a curarlas, a cicatrizarlas. Quiero que esta marca que quede sea un recuerdo de tu amor, un compromiso de mi decisión de vivir confiando en ti.

6. Acto de humildad: “entra Señor en mis heridas, me duele abrírtelas, me humilla

¿He pedido perdón a Dios? ¿Dónde me puede dar Dios cita, dónde puedo encontrarle para que me sane? ¿Cómo va mi oración? ¿Mi cercanía a la Eucaristía? ¿Con qué frecuencia me confieso? ¿Estoy abierto desde la fe al milagro que experimentaron tantos hombres y mujeres en el Evangelio? ¿Sé realmente “qué es lo que quiero que Jesús haga en mi corazón?

Escóndeme en esa divina herida que no sanará, que no cicatrizará. Esa herida que siempre está abierta para que podamos escondernos en tu corazón y así entendamos cuánto nos amas y cómo quieres sanarnos. En ti Señor confíe, nunca quedaré defraudado”. Publicado originalmente en: http://www.la-oracion.com

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 9 X Junio 2013 X Página 16


Martos Eucarístico Horarios de exposición del San!simo Sacramento en templos marteños

1 sáb

2 dom

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

7 vier

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

TRIDUO CORPUS CHRISTI Santuario Santa María de la Villa 19:30 h. a 20:00 h.

8 sáb

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI Santuario Santa María de la Villa Santa Misa 09:30 h. Procesión Eucarística 10:30h.

9 dom

OCTAVA DEL CORPUS Capilla Sacramental de la Parroquia de La Asunción de Nuestra Señora Exposición Santísimo 09:30 h. Traslado a la Iglesia Parroquial 20:10 h.

ADORACIÓN EUCARÍSTICA MUNDIAL Iglesia Parroquial de San Juan de Dios 17:00 h. a 18:00 h.

OCTAVA DEL CORPUS Parroquia de San Amador y Santa Ana Procesión Eucarística 10:00 h. Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 18:00 h. a 18:45 h.

ADORACIÓN EUCARÍSTICA MUNDIAL Iglesia Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora 17:00 h. a 18:00 h.

ORACIÓN

POR LOS MÁRTIRES MARTEÑOS QUE VAN

A SER BEATIFICADOS EN OCTUBRE DE

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 18:00 h. a 18:45 h.

2013

Iglesia Parroquial de San Juan de Dios 19:00 h. a 20:00 h.

3 lun

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

10 lun

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

4 mar

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

11 mar

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

5 miér

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

12 miér

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

6 jue

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

13 jue

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

junio

Iglesia Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora 20:00 h. a 20:30 h.

Iglesia Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora 20:00 h. a 20:30 h.

¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 9 X Junio 2013 X Página 17


23

vier

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

dom

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 18:00 h. a 18:45 h.

15 sáb

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

24 lun

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

16 dom

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 18:00 h. a 18:45 h.

25 mar

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

17 lun

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

26 miér

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

18 mar

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

27 jue

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

19 miér

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

20 jue

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

14

Iglesia Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora 20:00 h. a 20:30 h.

Iglesia Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora 20:00 h. a 20:30 h.

28 vier

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

29 sáb

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

junio

21 vier

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

22 sáb

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

ADORACIÓN NOCTURNA · ANE Capilla Sacramental de la Iglesia Parroquial de San Juan de Dios Inicio 21:15 h.

30 dom

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 18:00 h. a 18:45 h.

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 9 X Junio 2013 X Página 18


Día de la Caridad y Adoración Eucarística en el Año de la Fe

El Obispo de Jaén con motivo del Corpus Christi

Mons. RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ Obispo de Jaén

CARTA PASTORAL Queridos fieles diocesanos: 1. El primer domingo del próximo mes de junio, día 2, celebramos una de las fiestas más solemnes y más populares de los católicos: la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, el Corpus Christi. La Iglesia ha establecido esta fiesta para dar una solemnidad especial a este sagrado misterio y honrar al Señor, presente en la Eucaristía, en el interior de las iglesias, desde la Santa Misa y una Vigilia de oración, y en el exterior de nuestros templos, con la solemne procesión acostumbrada. Necesitamos saborear juntos, los católicos, y comunicar a los demás el amor infinito de Dios que se nos manifiesta al quedarse realmente presente entre nosotros, bajo las especies del pan y del vino eucarísticos. La Eucaristía es la fuente de la que mana ese amor de Dios manifestado por nosotros. Hace presente lo que Jesús le dijo a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16). Y en otro lugar, dice: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Jesucristo ha entregado su vida por todos. No cabe más amor. 2. Nuestra Diócesis de Jaén, junto a las demás Iglesias de España, celebra en esta fiesta el Día de la Caridad, porque el amor cristiano tiene su fuente en este misterio. Si Cristo nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros, también nosotros debemos amar a los demás hasta la entrega de nuestras vidas. En esto consiste la caridad cristiana. Participar en la Eucaristía es no sólo recibir el alimento para nuestra vida espiritual, sino la comunión en su amor y

Martos, primer tercio siglo XX

la aceptación de su mandato: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12). No podemos decir sinceramente que participamos de la Eucaristía, en la Comunión, y que asistamos con profunda devoción y recogimiento a la procesión del Corpus, si, al mismo tiempo, no practicamos el amor fraterno, especialmente con los más necesitados. Por eso se nos invita, de forma muy especial en esta jornada, a abrir nuestros corazones y expresar nuestra caridad efectiva poniendo en manos de Cáritas diocesana nuestra aportación voluntaria, como expresión de amor agradecido, para que, desde su organización, puedan atender a los urgentes y numerosos servi-

¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 9 X Junio 2013 X Página 19


cios a favor de las personas necesitadas.

No nos cansemos de invitar a todos y acercarnos juntos a esa hoguera de amor que es la Eucaristía, para ser luego luz que ayude a descubrir el rostro de Cristo a cuantas personas necesitadas y malheridas encontremos por las cunetas de la vida, y su invitación a ser santos como Dios es santo.

3. Buena ocasión, este día, y cuantas veces recibamos el Cuerpo de Cristo “para intensificar el testimonio de la caridad”. Así se nos propone en la Carta Apostólica Porta fidei, de Su Santidad Benedicto XVI. Recordemos sus palabras: “La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo” (n. 14). Desde la fe y la vivencia del amor de Dios, que encontramos y brota del sacramento eucarístico, reconoceremos, en quienes extienden sus manos para que les ayudemos, el rostro mismo de Cristo. Hasta ese punto llega la caridad cristiana. 4. En la agenda pastoral diocesana figura, de forma destacada, la celebración de una vigilia de oración en este día, en comunión con todas las Iglesias, como propuesto especial en este Año de la Fe. Según indicación de Su Santidad Francisco se haga todo lo posible sea de 17:00h. a 18:00h., simbolizando la catolicidad de la Iglesia Universal en el momento en que toda ella pone sus ojos en Cristo Eucaristía. Desde el Secretariado para la promoción diocesana del Culto Eucarístico habrán recibido materiales para ello. Procuren, por tanto, Parroquias e Iglesias abiertas al culto público, seminarios, y en la medida de lo posible, otras asociaciones y movimientos, responder a esta llamada de Su Santidad el Papa.

5. Nunca lograremos ponderar y agradecer lo suficiente la labor callada y sumamente eficaz de nuestras Cáritas, desde la diocesana hasta la más pequeña dentro del territorio diocesano. Me consta de la ilusión y empeño por parte de su organización para distribuir con rigor y transparencia lo que ponemos en sus manos. Sabemos que lo hacen viendo en tan diferentes rostros el de Cristo misericordioso. Que Dios se lo pague. En la actual situación por la que atravesamos todos, lejos de sentirnos desbordados, urge aún más empeñarnos juntos en la cristiana intercomunicación de bienes, en lograr nuevos puestos de trabajo quien lo tenga a su alcance, en no dejar que caminen solos quienes carecen de lo más elemental para poder salir adelante. Cáritas diocesana distribuyó el año pasado 4.716.565,25 euros, de los 4.445.840, 60 recibidos. Hemos de recuperar los 270.726,65 euros de su déficit. Prestaron asistencia sus servicios a 93.223 familias y a 160.537 personas. Tendríamos que sumar a estas cifras las correspondientes atenciones y ayudas de las Cáritas interparroquiales y parroquiales en comedores, roperos y otras atenciones no menos numerosas. Además de tributar culto a Nuestro Señor y evangelizar, la Iglesia ha ejercitado, siempre con hechos, la virtud de la caridad, como distintivo propio del cristiano. Así ha venido haciéndolo desde sus primeras comunidades, hace ya veinte siglos, y ahora nos corresponde a esta generación. Con mi saludo agradecido en el Señor.

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De tu eterno abrazo MARÍA INMACULADA CUESTA PARRAS

Disidente de la vida se me hicieron ruinas las sombras de mi casa, los murmullos de mi huerto se pusieron en desorden y toda yo pasé a ser una luz opaca por la que oscureaban rendijas y códigos mates indescifrables. Mi queja, palabras de adobe, mi sudor, harina negra de cristal herido a golpe de arista. Nada más. Siempre eran las tres de la tarde. Siempre era el final de mis principios. Siempre buscaba un exilio con un campo de brújulas incandescentes como espigas en la noche. Aquella humanidad entre escombros necesitaba traducción y me dejé interpretar por un Misterio que abrazara las calles de par en par, que durmiera a los niños hallados en el suelo, que besara a los viejos sus grietas polvorientas. Todo un Misterio encerrado en sólo un trozo de pan, que es casa, huerto, luz, palabra, harina y agua.

Inagotable átomo de vida, agotada de tiempo a Ti llego al caer de la tarde y llovida mi calle que resbala mi mal ciego paso te encuentro, Carne Prometida. Soy tierra que te busca de labriego, Sol blanco, Luz de hogaza en el Sagrario. Por fin somos un número binario.

Leída en Ti, me descubría y Tú te hiciste mi casa sin importarme ya llegar tarde a lugar alguno, tan sin tardanza, porque Tú siempre estabas. Allí, entre paréntesis, sin horas contadas, encendiste la noche de aquellas bodas, comenzando tu cuerpo a desmigarse a ablativo absoluto, terminando aquel principio con el primer signo, tan cerca del límite entre el agua y el vino, entre la materia y el espíritu reconciliados en sostenido. Fuiste bruma de contornos a campo abierto en donde los pájaros decían hambre y los páramos cantaban fuego, porque la sangre, esa Tuya, lúcida y caliente, aún no había descendido dolor abajo. Caná comienza a ser cenáculo y las huellas de la nada encajaron en tus pies preparados para cualquier paso, como una alegoría clarísima de lo todo presente. Siguió la vida empezando como si comenzasen

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los espacios y el Hombre Dios del no miedo no temió a las amapolas entretejidas en mitad de la intolerancia. Aquellas respiraciones éramos, sedientos de sed, partículas sin nombre, pero el Señor de los verbos nos alimentó y pensó aquel nuevo día que al fin había llegado la primavera. Pan de palabra levantado de tus manos, constante abundancia entre las ausencias, inventor enamorado eres de reciprocidades. Tantas, como el último de los números que jamás fue pronunciado.

Esperas infinito embriagar Tú mi tristeza ya desde aquel día rojo, era Caná como un lagar, como el de aquel amor que te pedía sólo con cinco panes albergar el hambre y el temor que nos perdía, que Tú perdido de amor estabas y notorio el vino embriagador de tu ofertorio.

Con el frío a buen recaudo, pasé de nuevo a aquella mi primera caligrafía con su particular ausencia vespertina de palabras moribundas, igual que Tú pasaste sobre las cicatrices de la noche en el romance fronterizo entre la muerte y la vida. Eres, pues, Tú el cambio que me cambia y te hace camino para que yo haga de su trazo mi forma de ser. He aquí que estás, siendo lo que hiciste, memoria de la tierra que actualiza el futuro y hace presente el pasado, con tu Carne sosteniendo mis teoremas, mis vocablos, mis sonidos. Presencia del rojo, ausencia de todo lo que Tú no eres, vuelvo con tu vuelta a guardar, como dunas en el aire, la posibilidad de predicar en el desierto y ser escuchada como una profeta en su tierra, porque los tejados de la historia dejaron ya escapar los emblemas que no le pertenecían y que dañaban la lluvia y el velo del Templo. Me miras así, realizado en brotes de calma blanca, y me abraza reconstruido tu Cuerpo deshecho a la lógica de la uva y de la harina, al pulso de las flores, y la medida del infinito. Todo lo acontecido, tu sacrificio de esferas amargas, se concentran en esta dulzura de azucena conjugada, y a la sombra de un limo fermentado duermo esperando mañana amarte con la simetría de las horas de tu quebranto.

Tal cual sola esta hora me habitase cada día, yo siento que me habitas sólo Tú, olvidado Amor que amase fuera de sí y cada hora me citas buscando ese mi amor cual si buscase yo racimos de pan, sombras benditas que tu Sagrario guarda allí mi aliento Tú, cantero de harina, mi alimento.

Año de la fe X Parroquia de San Juan de Dios X Número 9 X Junio 2013 X Página 22


La comunidad humana FRANCISCO LÉON GARCÍA, Pbro. Párroco de Santa Marta de Martos (Jaén)

INTRODUCCIÓN

son llamados a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo” (GS 24,1).

Quisiera centrar la atención sobre lo que vamos a tratar, y que se encuentra en la Parte Primera, capítulo II de la Constitución conciliar “Gaudium et spes”, números 23 al 32, y en la Tercera Parte del C.E.C., números 1877 al 1948. Por la gran riqueza de los textos; os animo que leáis los originales y las reflexiones de una forma crítica, ante las situaciones, problemas y relaciones que hoy vivimos las personas. También, desde ahora, quiero que sepáis que las siglas CDSI, corresponden al Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, editado en el año 2005, al que haremos referencia en este escrito.

Recordemos las palabras del Génesis: “No es bueno que el hombre esté solo” (1,18). La vida social es una necesidad para la persona humana por su misma naturaleza; de tal manera que el hombre vive su vocación y desarrolla sus capacidades en el intercambio con los otros, en la reciprocidad de servicios y en el diálogo con los hermanos.

Hay preguntas a las que debemos contestar con acierto en la búsqueda y descubrimiento de lo que es la verdad de la persona humana y de la importancia que tiene en nuestra sociedad, de su misión, participación y responsabilidad en la vida social para favorecer el progreso, su crecimiento y madurez, y pueda vivir su dignidad personal, permitiendo, al mismo tiempo, el bien común, el bien de todos y de cada uno. No podemos nunca olvidar que la persona humana no ha sido creada para vivir en solitario, que es persona en cuanto se relaciona con los demás y que su bien personal lleva consigo el bien de todos, porque todos participan de una vocación común y de una tarea que ha de ser compartida, y en la que todos han de implicarse.

1. LA PERSONA Y LA SOCIEDAD La Gaudium et spes nos dice: “Dios ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos. Todos han sido creados a “imagen y semejanza” de Dios, quien hizo de uno todo el linaje humano para poblar toda la faz de la tierra (Act. 17,26), y todos

El Conc. Vat. II recuerda en la GS: “La índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionados. Porque el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser siempre la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social” (25,1). Una sociedad no es otra cosa, que un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. No es ni más ni menos que una manera de enriquecer su identidad, haciendo fructificar las cualidades recibidas para el bien personal y comunitario, sin olvidar que, aunque cada comunidad o grupo tiene sus reglas específicas, el principio, el sujeto y el fin de toda institución social es la persona humana, como ya hemos señalado anteriormente. Sin embargo, es preciso la creación e impulso de asociaciones e instituciones de libre iniciativa para los fines económicos, sociales, culturales, recreativos, profesionales y políticos, etc., a nivel nacional y mundial (MM 60), con el fin de alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales, tanto de las personas como de los pueblos. Esto tiene también sus peligros: Una intervención demasiado fuerte del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa personales. Por eso, la Iglesia ha elaborado el principio de subsidiaridad, según el cual, “una estructura social de orden superior no

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debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con las de los demás componentes sociales, con mira al bien común” (CA 48 y QA de Pío XI). Este principio de subsidiaridad se opone a toda forma de colectivismo, traza los límites de la intervención del Estado y armoniza las relaciones entre los individuos y la sociedad, incluso a escala mundial. Ya hemos dicho que la sociedad es imprescindible para la realización de la vocación humana, pero, para que cumpla su objetivo, es preciso que se respete la jerarquía de valores que subordinan las dimensiones materiales e instintivas del ser humano a las interiores y espirituales, porque la sociedad humana es principalmente de orden espiritual, para que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los conocimientos, a defender sus derechos y cumplir sus obligaciones, a desear los bienes propios del espíritu, a gozar de la belleza, a compartir lo mejor de ellos mismos, etc. No podemos olvidar algo esencial: que no se puede dar valor de fin a lo que solo son medios, o, mucho menos, considerar a las personas como meros medios para un fin, pues esto engendra estructuras injustas que hacen prácticamente imposible una conducta conforme a los mandamientos de Dios. Para no caer en este peligro es necesario una conversión interior para promover cambios sociales que introduzcan las mejoras convenientes en las instituciones, conformes a las normas de justicia y favorezcan el bien común en vez de oponerse a él. Difícilmente podrá el hombre salir de su mezquindad sin la ayuda de la gracia, para vivir la caridad que es el mayor mandamiento social.

2. LA PARTICIPACIÓN SOCIAL La participación ocupa un puesto predominante en el desarrollo reciente de la Doctrina Social de la Iglesia, su fuerza radica en el hecho de que asegura la realización de las exigencias éticas de la justicia social. La participación justa, proporcionada y responsable de todos los miembros y sectores de la sociedad en el desarrollo de la vida socio-económica, política y cultural, es el camino más seguro para conseguir una nueva convivencia humana. La Iglesia no cesa de recordar este principio y encuentra en él una motivación permanente, para favorecer la mejora de la calidad de vida de los individuos y de la sociedad en cuanto tales. Es una aspiración profunda del hombre que manifiesta su dignidad y su libertad en el progreso científico y técnico, en el mundo del trabajo y en la vida pública (Congregación para la Educación Católica. Orientaciones, n. 40).

Pablo VI, recogiendo el magisterio anteriormente expuesto por los Papas Pío XI en Quadragesimo anno, Juan XXIII en Mater et magistra, y la Gaudium et spes del Conc. Vat. II, expresa que el deber del poder político es ayudar a los miembros del cuerpo social y no destruirlos ni absorberlos, para que se realice el bien común. Una mayor participación en las responsabilidades y en las decisiones es una exigencia fundamental de la naturaleza del hombre, un ejercicio concreto de su libertad, un camino para su desarrollo, transformándose poco a poco en comunidades de participación y de vida con una solidaridad activa y vivida (Pablo VI, Octogésima adveniens, n. 46-47). Es importante que destaquemos los ámbitos de esa participación. La Gaudium et spes confirma esa participación en la cultura, donde el hombre recibe unos valores esenciales para su vida y, que a su vez, pueda ir modificándolos y haciéndolos avanzar; la Libertatis conscientia une la participación en la vida económica con el trabajo, como expresión de la persona y exigen una participación, especialmente importante, en la empresa (MM. 91-92, que reitera la GS. 68). Juan Pablo II, en la SRS 45 y CA 33, habla de la participación internacional, sobre todo, por parte de las naciones subdesarrolladas. En cuanto a

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nantes y a su autoridad. Juan XXIII, en su encíclica Pacem in terris, decía: “Una sociedad bien ordenada y fecunda, requiere gobernantes, investidos de autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país” (46); y León XIII, en sus encíclicas Inmortale Dei y Diuturnum illud, hablaba de que toda sociedad humana, por su misma naturaleza, necesita de una autoridad que la rija, que la mantenga en la unidad, y cuya misión es la de asegurar, en cuanto sea posible, el bien común de la sociedad. Esto será posible a través de un ordenamiento legal recto y justo, que asegure el ejercicio de los derechos y obligaciones, garantice la libertad de todos y cada uno y la realización responsable de la participación de todos los individuos e instituciones sociales, para conseguir juntos el bien común. Dicha autoridad no se legitima por sí misma, por tanto, no puede comportarse de forma despótica, sino que ha de actuar para el bien común como una fuerza moral, que se basa en la libertad y conciencia de la tarea y obligaciones que ha recibido. De tal manera, que si los gobernantes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, éstas no podrían obligar en conciencia, y daría lugar a un desmoronamiento de la autoridad, originando un mal espantoso y un desorden social. Es, pues, necesario que el poder esté equilibrado por otros poderes del Estado de derecho en el cual sea soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres.

3. EL BIEN COMÚN la participación política, la LC la une con la cultura para acceder al ejercicio responsable de la libertad de modo que, con el desarrollo, alcanzase un sistema social y político que respete las libertades y favorezca la participación de todos (n. 95). Hemos de reseñar que una de las grandes amenazas contra participación la tenemos en el materialismo, en su versión neo-positivista, originando modelos sociales que se impondrían después como tipo de conducta científicamente probados, pero que conlleva la manipulación del hombre y su sistema de valores (OA 39), lo cual nos llevaría a preguntarnos ¿cuál es el concepto que se tiene del hombre? Hemos de indicar con contundencia, que la economía y la técnica no tienen sentido si no es por el hombre a quien deben servir (PP 34). El verdadero progreso social está en el desarrollo de la conciencia moral –cosa, que por otra parte, estamos perdiendo-, que hace al hombre solidario y abierto a los demás y a Dios (OA 41), y no en la tentación de querer medirlo todo en términos de eficacia, de rentabilidad y de cambios comerciales, en relaciones de fuerzas y de intereses. El CEC, cuando habla de la participación en los nn. 1897 al 1904, dirige su mirada a los gober-

Sin duda ninguna que, cuando se habla de los principios fundamentales que rigen la vida social, tendremos que tener muy presente el “bien común”. Pío XII, en su Radiomensaje de Navidad de 1944, n. 13, identificaba el bien común con “aquellas condiciones externas que son necesarias al conjunto de los ciudadanos para el desarrollo de sus cualidades y de sus oficios, de su vida material, intelectual y religiosa”. El Conc. Vat. II, en la GS 26, lo define como “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”. Y para la Congregación para la Educación Católica, Orientaciones n.37, nos dice que el bien común es superior al interés privado e inseparable del bien de la persona humana. El bien común es la razón misma de ser de los poderes públicos. Pío XII decía que el “oficio esencial de todo poder público”, algo tan grande y tan simple, como es la de “tutelar el campo intangible de los derechos de la persona humana y hacerle llevadero el cumplimiento de sus deberes”, se identifica con el bien común. Para la Iglesia, el bien común

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es como un servicio que se presta a la vida social y pone de relieve el sentido humano y la capacidad para animar las estructuras sociales en su totalidad y en cada uno de sus sectores concretos, estimulando las transformaciones en profundidad según el criterio de la justicia social. El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, en su número 164, dice: “El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque solo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también con vistas al futuro”. Una sociedad que quiere estar positivamente al servicio del ser humano es aquella, que en todos sus niveles: nacional e internacional, individual y social, a todos los hombres y a todo el hombre, se propone como meta prioritaria el bien común (CEC 1912). Ciertamente, la persona humana no puede encontrar su realización sólo en sí misma, es decir, prescindiendo de su ser “con” y “para” los demás. Juan XXIII, en la Pacem in terris, nº 65, decía: “El bien general de un país también exige que los gobernantes, tanto en la tarea de coordinar y asegurar los derechos de los ciudadanos como en la función de irlos perfeccionando, guarden un pleno equilibrio entre lo general y lo particular, sin favoritismos, ni preferencias”. Ya en el nº 62, refiriéndose a los ciudadanos, decía que, al procurar sus derechos, no impidan el ejercicio de los derechos de los demás, y que el que defienda su propio derecho, no dificulte a los otros la práctica de sus respectivos deberes, pues hay que mantener eficazmente la integridad de los intereses de todos y restablecerla en caso de haber sido violada. Por ello, los gobiernos han de poner todo su empeño para que el desarrollo económico y el progreso social avancen al mismo tiempo; sin olvidar que el bien común reside en las condiciones de ejercicio de las libertades naturales

que son indispensables para el desarrollo de la vocación humana (GS 26,2), en el cumplimiento de los derechos inviolables y deberes fundamentales de los ciudadanos que el Estado no puede coaccionar, ni prohibir, sino defender y promover. Juan Pablo II afirmaba: “Los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de la Naciones y de los Pueblos, subyacen en el desarrollo moral y no sólamente económico que subordina fácilmente a la persona humana y sus necesidades más profundas a las exigencias de la planificación económica o de la ganancia exclusiva” (SRS nº 33 y CA nº 47). Como conclusión, podemos decir que el bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad; ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo (MM nº 53, OA nº 63 y CEC nº 1913). Todos tienen también el derecho a gozar de las condiciones de vida social que resulta de la búsqueda del bien común. Como decía Pío XI: “es necesario que la participación de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuán gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados” (QA nº 23). Quiero terminar diciéndole a los queridos lectores, que se den cuenta de la importancia de esta doctrina social de la Iglesia en los momentos tan revueltos, difíciles y dolorosos en todos los ámbitos de la vida social, económica, política y religiosa que estamos viviendo, y lo segundo, una petición: no solo lean estas letras, sino piénsenlas, miren bien, sin ningún tipo de prejuicios, la realidad que nos rodea y saquen sus propias conclusiones. Espero que les haya servido de ayuda; ese es el interés de estos escritos. Muchas gracias.

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