¡Creo! Cofrades en la Fe

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¡Creo!

COFRADES Hermandad Santa Vera Cruz + Martos (Jaén)

EN LA

FE

| Nº 8 | MAYO | 2013


María sé nuestra guía y amparo

GRUPO PARROQUIAL PRIMITIVA HERMANDAD DE LA SANTA VERA CRUZ Y COFRADÍA DE PENITENCIA Y SILENCIO DE NUESTRO PADRE JESÚS DE PASIÓN Y NUESTRA SEÑORA MARÍA DE NAZARETH

¡Creo! COFRADES

EN LA Número 8 · mayo 2013

TUSTI DE TORO MORÓN

Diputación de Formación y Convivencia Diputación de Publicaciones

FE

EDICIÓN DIGITAL: www.issuu.com/veracruzmartos CAPELLÁN Y PÁRROCO: Rvdo. José Checa Tajuelo Pbro. REDACCIÓN: Miguel Ángel Cruz Villalobos, María Inmaculada Cuesta Parras, Manuel Márquez Herrador y Gabriel Zurera Ribó COLABORADORES: Andrés Borrego Toledano, Eduardo Ant. de Diego Amate, José M. Espejo Martínez, Mons. Ramón del Hoyo López, Francisco León García Pbro., Victoria Luque, Hno. Abdón Rodríguez Hervás y Nicolás Vargas Melero FOTOGRAFÍA: Juan Carlos Fernández López, José López Damas y Alberto Ortega Erena DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Antonio Moncayo Garrido EDICIÓN DIGITAL: Antonio García Prats PORTADA: Tusti de Toro Morón DIRECCIÓN POSTAL: Parroquia de San Juan de Dios Plaza de San Juan de Dios, 1 23600 Martos (Jaén) veracruz.martos@gmail.com DEPÓSITO LEGAL: J-1.292-2012 La revista ¡Creo! Cofrades en la Fe no participa necesariamente de las opiniones expresadas por nuestros colaboradores, limitándose solamente a reproducirlas.

Increíble!, no se puede decir tanto, tanto contenido, tanta cultura popular en estos trazos, en estas pinceladas, en estos colores desvaídos. Con su técnica mixta Tusti de Toro Morón ha sabido plasmar sabiamente los acontecimientos de mayo en nuestra ciudad. La Virgen camina, peregrina hacia su ermita en la Peña, “entre jaras y romeros” dice la canción popular, se adivina una multitud que también camina junto a ella. En este caminar vamos buscando la meta y cuando la encontramos plantamos la tienda, como Jesús la plantó entre nosotros. Con alegría, con gozo pero con emoción contenida o no tan contenida (y si no pregunten a los componentes del coro romero “Amigos del Camino” cuando cantan su “Salve” a la virgen de la Victoria al momento de ser colocada en su camarín), con fervor aumentado por las maravillas de la naturaleza que explotan en el campo en este mes florido. Es la fe popular, pero fe; es la esperanza, un poco egoísta, pero esperanza; es la caridad cercana, pero caridad. Porque no hay mayor fe que el que cree sin razonar, espera en la grandeza del Señor y ama al prójimo en el próximo. Señor, creemos, pero auméntanos la fe, porque somos volubles y ciertamente veleidosos y necesitamos a alguien que nos guíe, que nos anime, que nos conduzca y no hay mejor conductora que Ella, por eso la petición de la portada: “María, en nuestro caminar, sé guía y amparo de nuestras almas”.

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. . . o y a m en Quinta llave: en secreto

Perdón de los pecados

7.

ANDRÉS BORREGO TOLEDANO

EXPERIENCIA

5.

DE FE

EL CREDO

21.

PIERRE-MARIE DELFIEUX

11. DIEZ

Los jóvenes nos hablan

LLAVES

PARA ORAR

VICTORIA LUQUE

4. ¡Creo! Cofrades en la fe

CATECISMO IGLESIA Moral, virtudes y pecado FRANCISCO LEÓN GARCÍA

17. Martos Eucarístico

13. El espíritu ora en nosotros

26. El Papa Francisco a las Cofradías

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¡Creo! Cofrades en la fe Un espacio abierto, un pensamiento al borde de un precipicio, cualquier deseo que nunca será posible, con sus dudas, sus heridas y sus preguntas, junto a una caja callada llena de adverbios en silencio. Al dormirnos, al mirar, acaso, hacia otro sentido, cerramos los ojos y al entrar dentro de nosotros mismos oímos el exterior de una realidad inabarcable, desconcertante, distante, humilde y humana, muy humana, justamente por todo lo definido. Tanta aspiración legítima se abre paso buscando la anuencia de unas circunstancias que parecieran no favorecer nuestros pasos. Más teniendo en cuenta que de hasta la misma, nada se ha dejado a merced de la improvisación y que ese yo individual, esa subjetiva conciencia, ese núcleo más íntimo de nuestro ser es precisamente campo abierto en donde el Espíritu de Dios, ilimitado, asenté del concepto de Dios personal, actúa, y que precisamente es lo que actúa, lo que hace, sin casualidades, sin principio ni fin, es accesible para el hombre la comprensión de que ya en Pentecostés era ya pulso de la existencia, aun antes de su proyecto. Conceptualizar, atrapar las explicaciones en nombres, en dogmas, en respuestas no nos ayudará a comprender y ser felices, a vivir en plenitud, sino más bien dando “rienda suelta” a la espiritualidad, meditando la experiencia, que es la única que puede adjetivar sensaciones y estructurar nuestras construcciones. Sin espiritualidad el hombre pierde el sentido de la vida, de modo que una espiritualidad inteligente proporciona el nivel de conciencia necesario para reconocernos. Eso incluye permitir al Espíritu que se mueva dentro de nosotros y que habite en nuestra humanidad más expresiva y más latente. Si logramos entendernos a nosotros mismos, lograremos entender a los demás. Si llegamos a querernos y a aceptarnos a nosotros mismos, llegaremos a querer y aceptar a los demás. Eso es inteligencia espiritual, que se manifiesta como libertad, paz interior, amor al prójimo, creatividad, respeto, tolerancia y autoestima. Lo que esperamos de la vida está relacionado con la percepción que tenemos de la realidad, y para obtener cualquier información real del entorno es necesario eliminar prejuicios y estereotipos. Esa fue la gracia de Jesús de Nazareth, el sentirse agraciado y dejarse mover por esa gracia. Qué humano Dios, que ha llegado y nunca nos deja, que ha visitado a su pueblo y que crea, alumbra y alienta nuestras expectativas.

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El “Símbolo de los Apóstoles” como fórmula con la que la Iglesia expresa su fe y la transmite con un lenguaje común.

7. Creo en el perdón de los pecados ANDRÉS BORREGO TOLEDANO

Cristo repitió muchas veces la misma enseñanza a través de sus parábolas: El Padre de la misericordia te espera, el pastor sale en tu busca cuando estás perdido o desamparado, la moneda extraviada provoca la alegría cuando es recuperada. La Iglesia tiene una buena noticia para la humanidad: El Evangelio del Perdón y el sacramento de la misericordia. El creyente sabe que de todas las gracias que puede recibir del Padre, la gracia suprema es el perdón de sus pecados y el amor sin condiciones por parte de Dios. Creer en el perdón es recibir una nueva oportunidad para amar sin medida, y empezar de nuevo. “Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón”, aseveraba el Papa Francisco recientemente. Dios es ternura sin reservas, padre y madre, comunión trinitaria de reconciliación infinita, expresión de la condición más sublime de la libertad, aquella en que nuestro creador muestra su verdadero rostro, su condición esencial de perennes brazos abiertos a toda la humanidad. Siempre esperando ser correspondido a su propuesta amorosa, siempre tomando la iniciativa para presentar al ser humano el proyecto que le tiene preparado para construir su felicidad eterna. La autenticidad del amor reside en la mutua gratuidad en la entrega incondicional, libre y voluntaria, sino, no sería verdadero amor. El ser humano lleva impreso en su corazón el ADN del ser de Dios, sólo le basta dejar a Dios ser Dios en su vida y abrirse a su programa con la mente y con el alma.

Si por ese irremediable conflicto de nuestra finitud despreciamos las aspiraciones más nobles del espíritu, enajenando al cuerpo de su consustancial forma que le asemeja a su Creador, siempre tenemos la oportunidad de reconsiderar sinceramente nuestra vuelta al redil del Padre amado con la seguridad de que nunca seremos despreciados ni reprochados, sólo animados a continuar unidos a las verdaderas raíces de nuestra esencia. Ese es el espíritu de la reconciliación, el ánimo de estar siempre dispuesto a procurar una sociedad más fraterna, la condición de querer colaborar en la construcción del Reino de Dios con la inestimable e imprescindible colaboración del Espíritu Santo. El perdón es el reflejo divino en la expresión de la actitud humana. Perdonar y ser perdonado reconstituyen y realizan a la persona. Sin el perdón la existencia sería insoportable. El perdón es una de las caras más importantes del poliédrico rostro del amor. Creer en el perdón es aceptar en tu vida un modo de ser donde siempre resplandece la esperanza en la condición humana, donde la fragilidad no es un defecto sino una oportunidad para descubrir la misericordia del prójimo como espejo de la bondad de Dios. Un Dios para quien las causas y los efectos de la reconciliación son tan significativos, beneficiosos y edificantes, que ha querido que el perdón sea un sacramento constituido por Cristo para su pueblo guiado por el Espíritu de Pentecostés.

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Las palabras del Compendio del catecismo de la Iglesia Católica concretan los requisitos y procedimiento para que se efectúe el perdón de los pecados y por qué la Iglesia es depositaria de ese perdón. “El primero y principal sacramento para el perdón de los pecados es el Bautismo. Para los pecados cometidos después del Bautismo, Cristo instituyó el sacramento de la Reconciliación o Penitencia, por medio del cual el bautizado se reconcilia con Dios y con la Iglesia”. Por el Espíritu Santo recibido, la Iglesia tiene la misión y el poder de perdonar los pecados porque el mismo Cristo se lo ha dado. El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero

sucesores anunciando solamente a los hombres el perdón de Dios merecido para nosotros por Cristo y llamándoles a la conversión y a la fe, sino comunicándoles también la remisión de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la Iglesia gracias al poder de las llaves recibido de Cristo: No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. “No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero” (Catech. R. 1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (Cf. Mt 18, 21-22).

también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a sus apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23).

La catequesis se esforzará por avivar y nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar verdaderamente los pecados, por medio del ministerio de los apóstoles y de sus sucesores

Cristo, después de su Resurrección envió a sus apóstoles a predicar “en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones” (Lc 24, 47). Este “ministerio de la reconciliación” (2 Co 5, 18), no lo cumplieron los apóstoles y sus

“En la remisión de los pecados, los sacerdotes y los sacramentos son meros instrumentos de los que quiere servirse nuestro Señor Jesucristo, único autor y dispensador de nuestra salvación, para borrar nuestras iniquidades y darnos la gracia de la justificación” (Catech. R. 1, 11, 6).

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Experiencia de fe

Cuatro jóvenes nos hablan VICTORIA LUQUE (Cooperador paulino)

DEBATE-COLOQUIO. Os presentamos a: Ignacio, 20 años, 1º Medicina; José Manuel, 20 años, 3º de Farmacia; Juan Antonio, 23 años, 3º Ingeniería Informática; y, Teresa, 19 años, 2º Fisioterapia. Presuponemos de partida que los cuatro sois cristianos, la primera pregunta sería: ¿Cómo os habéis encontrado con Jesucristo? ¿Cómo habéis llegado a la fe? IGNACIO: Yo me he encontrado con Jesucristo a través de mi familia; ellos me han transmitido la fe, me han hablado de Dios, pequeños detalles como rezar por la noche, he ido a las eucaristías con ellos… también me ha ayudado mucho el matrimonio de mis padres, esto me ha llamado a la fe, viéndolos, he dicho: “esto lo quiero yo”. JOSÉ MANUEL: Aunque es verdad que la fe es una experiencia personal de encuentro con Jesucristo, en la que uno lo ve en su vida… pero para eso también es muy importante la transmisión de la fe a través de la familia; si tú lo ves en tu familia desde pequeño como lo bueno, a veces inconscientemente, y otras también verbalmente, tú puedes decir, “yo quiero eso de mayor, en mi familia propia de mayor quiero hacer lo mismo que he vivido en casa, la infancia que has pasado, los recuerdos que has tenido de pequeño, la típica estampita que te da tu abuela: rézale a san… que te va a ayudar en los exámenes, las peregrinaciones, las misas, todo eso lo vas guardando y aunque en la juventud se te pueda ir la cabeza un poco, por la sociedad como está, siempre vas a tener el ideal que se te ha ido formando en la familia. IGNACIO: Partes un poco de lo que has vivido en casa, pero después te das cuenta de que no te es suficiente lo que te han dicho tus padres, cuando hablas con los de tu comunidad, o con gente de Iglesia, ves que necesitas más, entonces es cuando tú realmente lo ves, cuando un profesor te pone en una situación difícil o te pregunta por qué crees, y en el momento en que encuentras que lo que tienes

no es verdadera fe, entonces es cuando empiezas a investigar por tu cuenta, y cuando llegas realmente a querer ser cristiano. JOSÉ MANUEL: A contrastar lo que te han dicho desde siempre, tus padres, piensas, puede que no sea verdad… Pero llega un momento en que dices: vale, yo veo que en mis compañeros algo falla; en casa, cuando he hecho algo mal me han comprendido, y me han dado soluciones, me han enseñado la forma de hacer las cosas bien. Y dices: vale, esto es lo correcto, aunque no me guste, esto es lo correcto y así es como se hace. Aunque mucha gente de fuera te diga, no, tú lo haces como quieras… todo sirve. TERESA: El ejemplo te lo dan tus padres, y si tú ves que con ellos funciona, ¿por qué no va a funcionar en tu vida? Aunque te rebeles, porque todos tenemos épocas de rebeldía, acabas admitiendo que ahí está la verdad. P.: Imagináos que tenéis un amigo ateo, qué le diríais vosotros para “convencerle” de que Dios existe, de que en Jesucristo está la verdad, ha resucitado… Yo soy cristiano por esto, por esto y por esto. IGNACIO: Yo intento no enfrentarme con ellos, porque cuando empiezas a discutir con uno vienen más, y siempre se refugian en el pensamiento de los demás para crear confusión, yo realmente intento hacer mi vida, y que vean, cuando ven cómo es tu familia y cómo es la suya, se ven un poco “denunciados”, les falta algo… intento que vean el ejemplo, porque si no, lo que debates son ideas. Que ellos vean que realmente no son felices, que viven en una farsa, es más la experiencia de vida que las palabras. JOSÉ MANUEL: Es muy difícil que todo esto sea casualidad. Que vivamos, muramos, y aquí no ha pasado nada. Es un poco incongruente. Tú puedes pensar y razonar un montón de cosas, en contraste con todos los seres vivos que hay en el mundo, que ni

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sienten ni padecen… El ser humano tiene cosas muy distintas que van más allá de lo material. Te pones a pensar, ah, y todo esto se acaba aquí… ah, ya no hay más, en esto consiste la vida: ¿de qué sirve levantarte por la mañana para luchar por los tuyos, si luego te vas a morir? No sirve de nada. Da igual si te has portado bien o mal. Puedes decir eso, pero también puedes decir, me parece absurdo vivir para nada, no tiene sentido, evidentemente el ejemplo es lo que más ve la gente, pueden pensar, vale, eso lo dicen en la parroquia, eso es palabrería, pero si ven que vives conforme piensas, eso seguramente les moverá a buscar la verdad. JUAN ANTONIO: En campamentos de voluntariado que he estado, y en la facultad te encuentras con mucha gente que considera que su felicidad está en hacer cosas que a nosotros se nos ha dicho en la Iglesia que es mejor no hacerlas… y no es que nos impidan hacerlas, ni que nos impongan no hacerlas; sin embargo, ellos consideran que hay que hacerlo (el sexo, por ejemplo) a la edad que sea, mil veces a los 20 años -yo creo que deben estar agotadísimos-, pero si basan su felicidad en eso a los 20, a los 25 van a querer otra cosa, a los 30 otra distinta. Cuando terminen de buscar la felicidad en eso, ¿dónde la encontrarán? Pues la felicidad es algo que nosotros hemos encontrado ya, gracias a Dios y gracias a nuestra familia. TERESA: Siempre acaban burlándose, no de lo que crees, sino de la Iglesia, que si tiene dinero, mira el Papa, mira los obispos, mira qué pederastas… pero es entonces cuando rememoras los ejemplos de los seminaristas que han pasado por tu casa, de toda la gente que no piensa en su bienestar sino en el otro, te acuerdas de todas las monjas en los conventos, dando su vida por ti… siempre critican que la Iglesia tiene dinero, pero ¿adónde va ese dinero? Hace poco salió un reportaje en la tele explicando que el dinero que administra la iglesia va a ONGs, fundaciones, etc, y es cuando la gente no tiene nada, cuando se da cuenta de todo lo que ayuda la Iglesia. P.: Por ser cristianos, ¿habéis tenido que renunciar a algo? JOSÉ MANUEL: A quedar bien delante de los demás, es a lo único que puedes renunciar, porque yo creo que por ser cristiano mi vida no ha sido menos completa que la de un joven de hoy en día, incluso te diría que al contrario, creo que si vives tu vida, cada cosa a su tiempo, sin quemar etapas (sería ilógico que un bebé de cinco años se sacase el carnet de conducir, por ejemplo) de igual forma sería muy duro que un chaval de trece años empiece a beber cerveza como un tipo de 40. Pero no porque esté mal la cerveza, sino porque está mal no recibir las cosas a su tiempo. Yo creo que no me he perdido absolutamente nada en comparación con cualquier otro joven. Yo creo que el haber sabido vivir cada momento plenamente, lo disfrutas más que si lo aceleras, que si fuerzas las cosas para que ocurra

todo antes. Yo creo que en la vida hay tiempo para todo, no hay que apresurarse. IGNACIO: En un primer momento siempre te preguntas si lo que te han dicho tus padres es del todo correcto, por ejemplo, cuando te prohíben ir a botellones y cosas de estas, la historia nunca es tan fácil, ni es tan bueno ni es tan malo, tú tienes que aprender a tener ese discernimiento propio que te lleva a ser un cristiano, y es cuando tú realmente entiendes por qué no tienes que hacer ciertas cosas, o por qué haces menos cosas que los demás, y te fundamentas siempre en lo mismo, en si realmente hago lo que hacen ellos voy a encontrar esa infelicidad que tienen, por qué me encuentro mal, o esa felicidad que aparentan pero es irreal. De todas maneras, si realmente quieres comprobarlo, hay una libertad para poder comprobarlo, tus padres pueden discernir darte esa libertad para que por ti mismo descubras que no eres feliz. Si quieres ir a un botellón, tira, y verás que no te pierdes nada, exactamente. Hay ocasiones en que la gente piensa que un cristiano no debería hacer determinadas cosas, o asistir a determinados sitios, pero tú puedes ir perfectamente a una discoteca (yo he ido con un par de amigos) a bailar exclusivamente, sin tener que buscar chicas. O puedes ir a un botellón y beberte unas coca-colas, y pasar el rato, sin dar culto al alcohol. Es el descubrir que ninguna situación es tan mala o es tan buena, es el propio discernimiento de la persona, tú puedes ir a una discoteca sabiendo lo que está mal, y tú hacer lo que consideras que está bien. JUAN ANTONIO: Sí, he tenido que renunciar a algunos amigos por ser cristiano, porque les he puesto el límite de que “a partir de aquí no te burles”, y si lo han superado, me he enfadado con ellos. Con algunos sí que me he dejado de hablar, y me he quedado sin algún grupo de amigos grande porque se empezaban a meter con el Papa, que si era un heavy… y lo que decían te hacía daño, hacía daño a todo lo que me habían enseñado, pasas de meterte en confrontaciones, ya lo has intentado hablar con ellos, si quieren en algún momento de su vida, contactar conmigo para algo, pues ahí estoy, yo no les he dado la espalda, son ellos los que después de haberles dicho “oye, si sigues burlándote de esto me estás ofendiendo”, han seguido en la misma tónica. Entonces, corta. TERESA: Yo no sé si perder o no perder, tampoco es que tengas tiempo en comprobarlo, Quieras o no tus padres te han hecho una especie de burbuja (ir de fiesta hasta esta hora, no bebas, no fumes porros, dices vale, entiendo que no es bueno, pero tampoco… no es decir que mis padres no han sido permisivos, pero tampoco he ido de fiesta y he comprobado que esa era una “mala vida” y luego he vuelto, he estado siempre en convivencias, eucaristías, realmente siempre te queda la curiosidad de qué es eso… te dice todo el mundo “te ahorras sufrimientos”, pero yo no lo he experimentado, no puedo decir a ciencia cierta, que es verdad.

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IGNACIO: Es que no hace falta ir a una discoteca para descubrir que un chico realmente no te quiere, sólo te quiere por el cuerpo, tu puedes comprobar lo que se cuece en una discoteca, sabiendo lo que se cuece directamente en tu clase, que es lo mismo: lo multiplicas por mil, y es lo que hay en la discoteca. JOSÉ MANUEL: lo que quieres decir tú (hablando con Teresa) es que no has sufrido tanto… TERESA: No he llegado a estar fuera, con otra gente que no sea de Iglesia, y ver lo que es el sufrimiento para darme cuenta de lo que es… JUAN ANTONIO: Porque mucha gente no tiene tanto sufrimiento, la gente lo que busca es esquivar el sufrimiento, si tú te vas con amigos de la Universidad, que no son cristianos ni nada, no te digo que sean mala gente, son buena gente, lo que te encuentras es: mis padres se han separado… Hala, vamos a olvidarnos de que se han separado, vamos a beber, vamos a liarnos…mi padre está en la cárcel, vamos a beber…en vez de decir: vamos a solucionarlo, vamos a dialogar, qué os ha pasado, intentar hacer tu vida sin pensar en tu pasado, si tu pasado todo el rato te va a estar machacando, a lo mejor tus padres no han recibido una buena formación humana, y tú vas a seguir con la línea de que tú también vas a hacer lo mismo. Por lo que deduzco, para vosotros ser cristianos supone ir contra corriente… JUAN ANTONIO: Totalmente. JOSÉ MANUEL: Totalmente. Renuncias a que te consideren, a que la gente hable bien de ti. En la adolescencia te rebelas e intentas hacer lo mismo que ellos, sigues yendo con tus amigos porque es gradual la inmersión a la sociedad, los niños de 12 años sus padres no les dejan ir a la discoteca, pero luego empiezan a hacer tonterías, entonces ya te das cuenta, entonces sí, tienes que estar dispuesto a decir algo que es de lo más incómodo y que la gente te va a mirar mal, y que además te va a mirar como al tipo más raro del mundo. Pero lo tienes que decir, pero no por obligación, sino porque es la verdad. JUAN ANTONIO: Estás con ellos normalmente, pasan unas semanas, no saben que eres católico, disfrutan contigo, y de repente les dices: oye, que soy católico. Y entonces empiezan a tratarte de forma completamente distinta, ¡si soy el mismo de hace una semana! ¡seguidme tratando igual! A partir de ese momento, la lista de pecados te los empiezan a marcar como si fueran tus padres, y yo sigo siendo la misma persona, el mismo gilip… los cristianos podemos hacer lo que queramos, podemos pecar, y luego arrepentirnos de ello, como cualquiera. Somos seres humanos. JOSÉ MANUEL: Es como si por ser cristiano tuvieras una especie de tarjeta VIP que te sale todo

muchísimo más barato, en el sentido de que te sale todo más fácil, -No, claro, es que te salen bien los exámenes, porque eres cristiano- o te dicen: “Para ti es muy fácil no beber, o no hacer tal cosa porque tú… a ti no se te ocurre pensar estas cosas. P.: No veis ahí una exigencia, por parte de los mismos compañeros… es decir, por el hecho de ser cristianos, tenéis que dar la talla. JOSÉ MANUEL: Te exigen ser perfecto. Sí. IGNACIO: Es la evidencia del ejemplo. Hay una cosa que tiene todo el mundo claro, y es que una persona cristiana tiene la fe, que es algo envidiable, si tú eres feliz, yo también quiero ser feliz, piensan. Tú estás ahí, en el punto de mira, te van a mirar con lupa para ver si ellos pueden hacer lo mismo que tú, y si tú no lo consigues… JOSÉ MANUEL: También hay mucho de envidia. Tú intentas hacer las cosas bien, pero a la mínima que te tuerzas, se te echan encima. IGNACIO: Pero no es una envidia por ser malas personas, es porque ellos quieren ser igual que tú. Es que ellos buscan la misma felicidad. JOSÉ MANUEL: No. Es lo mismo que Caín y Abel, hay uno que hace las cosas bien y otro que las hace mal. El que hace las cosas mal, tiene cierta envidia, es muchísimo más fácil seguir la senda de lo fácil. P.: No podría ser también, en el fondo, una manera de autojustificarse, te ataco a ti que dices ser cristiano para justificar mi comportamiento (Mira, ves cómo este no es tan bueno como aparenta…). JOSÉ MANUEL: Es como que tú no puedes fallar. En seguida te lo echan en cara, -no, pero ¿tú no eres cristiano? ¿Tú no eres tan bueno y tan santo…?-. Te lo dicen así. IGNACIO: Te han visto como un modelo de conducta… JOSÉ MANUEL: ¿Tú crees que te ven como un modelo de conducta? Cuando dicen: El Papa es así… hay tantos pederastas, la Iglesia roba dinero… y tú eres un cristiano, ¿y te ven como un ejemplo? IGNACIO: Sí. Imagínate, que de pronto un gay diga: “no, si a mí también me gustan las chicas”, pues le rompes los esquemas. Igualmente, al cristiano le ven como un modelo de conducta, y cuando tú lo cumples, pues dicen, “yo para qué voy a seguir esto, si él mismo no lo puede cumplir”. JOSÉ MANUEL: Sí, puede que haya algo de eso. Pero te digo que también hay envidias, no todos van a decir “yo quiero ser cristiano”. La gente que no es cristiana no va a decir, “yo quiero ser cristiano, demuéstrame que lo tuyo es lo bueno”, la gente de primeras no va así, la gente dice: “tú está equivocado” y son ellos los que hacen las cosas bien. La gente si hace las cosas que hace, va a defender que lo suyo es lo bueno.

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Abba,

Padre

SECCIÓN DEDICADA A LA ORACIÓN, COORDINADA POR HNO. ABDÓN RODRÍGUEZ HERVÁS, MONJE JIENNENSE DEL MONASTERIO CISTERCIENSE DE SANTA MARÍA DE LAS ESCALONIAS. HORNACHUELOS (CÓRDOBA).

MAYO Oremos por las intenciones del Santo Padre y la Conferencia Episcopal propuestas al Apostolado de la Oración, a las que le hemos sumado una de la Hermandad.

A GENERAL Administración de la justicia: Que quienes administran la justicia actúen siempre con integridad y recta conciencia.

A MISIONERA Los seminarios: Que los Seminarios, especialmente los que se encuentran en Iglesias de misión, formen pastores según el Corazón de Cristo, dedicados por entero al anuncio del Evangelio.

A CEE Que los sacerdotes y seminaristas, acudiendo a la intercesión de san Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia, respondan siempre con fidelidad a la vocación santa que han recibido.

A COFRADE Que los cofrades pongamos nuestra confianza providencial en Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu Santo.

Thomas Merton habla sobre la oración «La oración no empieza tanto por la consideración como por una vuelta al corazón, encontrando el centro más profundo del ser, despertando las profundidades de nuestro ser en presencia de Dios, que es la fuente de nuestro ser y nuestra vida». Lo grande es la oración. La oración en sí misma. Si quieres vida de oración, la manera de alcanzarla es orando. Se nos han dicho tantas cosas sobre los medios y fines que no nos damos cuenta de que existe una dimensión distinta en la vida de oración. En la tecnología tenéis un progreso horizontal; se comienza en un punto y se pasa a otro, y luego otro. Pero ése no es el modo de construir una vida de oración. En la oración descubrimos lo que ya tenemos. Empiezas donde estás, profundizas en lo que ya tienes, y te das cuenta de que ya estás ahí. Ya tenemos todo, pero no lo sabemos y no lo experimentamos. Todo se nos ha dado en Cristo. Lo que tenemos que hacer es experimentar lo que ya poseemos. El problema es que no nos tomamos el tiempo para hacerlo. Si de verdad queremos tener oración, tenemos que dedicarle tiempo. Debemos ir más despacio a un tiempo humano y empezaremos a tener tiempo de escuchar. Y tan pronto como escuchemos lo que sucede, las cosas empezarán a tomar forma por si mismas. Esto es lo que hacen en el Zen. Se toman mucho tiempo para hacer lo que necesitan hacer; y esto es lo que debemos aprender cuando se trata de la oración. Tenemos que darle tiempo. Lo que de verdad importa no es cómo sacar partido a la vida, sino cómo recogerte de manera que te puedas dar plenamente. ¿Qué nos impide vivir una vida de oración? Quizás el que no queramos de verdad orar. A esto es a lo que tenemos que hacer frente. Cuando damos por hecho que estamos totalmente dedicados a este deseo de oración, quizás alguien nos lo está impidiendo. Es arriesgado orar porque nuestras propias oraciones se pueden interponer entre Dios y nosotros. Lo grande en la oración no es orar, sino ir directamente a Dios. Si decir oraciones es obstáculo a la oración, no lo hagas. Deja a Jesús orar. Da gracias a Dios porque Jesús está orando. Olvídate de tí mismo. Entra en la oración de Jesús. Déjale orar en tí. La mejor manera de orar es parar, dejar a la oración orar dentro de tí, tanto si lo sabes como si no. Esto quiere decir tener una profunda consciencia de tu verdadera identidad interior. Por gracia somos Cristo. Nuestra relación con Dios es la de Cristo al Padre en el Espíritu Santo.

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Diez llaves para orar PIERRE-MARIE DELFIEUX

Ninguno de nosotros sabe orar, pero Jesús nos ha enseñado cómo hacerlo. Después de tantas y tantas generaciones, sus discípulos intentan imitarle, y han ido desarrollando y precisando, un cierto número de leyes para actualizar y concretar las enseñanzas del Evangelio. Enseñanzas que, a lo largo de los siglos, numerosos maestros espirituales han confirmado. Estas enseñanzas nos abren las puertas del mundo interior de la contemplación. Aquí tienes, hermano, hermana, diez llaves para la oración.

La quinta llave de la oración consiste en orar en secreto. Jesús nos lo enseña con toda claridad: “Cuando quieras orar, métete en tu cuarto, echa la llave y ora a tu padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 6). Pero, ¿qué es orar en secreto? Es importante comprenderlo bien si queremos coger la buena llave. Orar en secreto no consiste en orar camuflado o en la oscuridad para huir de la mirada de los hombres evitando así tener que dar testimonio. “Con todo el que se pronuncie por mí ante los hombres, me pronunciaré también yo ante mi Padre del cielo; pero al que me niegue ante los hombres, lo negaré yo, a mi vez, ante mi Padre del cielo” (Mt 10, 33). Orar en secreto es, en primer lugar, orar en la autenticidad, es decir, en la verdad de aquél que busca ser antes que aparentar. Es también orar en la profundidad más interior del corazón, en la unión de alma y espíritu, donde penetra la Palabra de Dios, viva y enérgica, más tajante que una espada de dos filos: “La palabra de Dios es viva y enérgica, más tajante que una espada de dos filos,penetra hasta la unión de alma y espíritu, de órganos y médula, juzga sentimientos y pensamientos”(Hb 4, 12). Finalmente, y sobre todo, es orar en la intimidad del amor, que se hace así no solamente filial o de amistad, sino literalmente nupcial. Como la amada del Cantar de los Cantares, al acercarse al Amado: “¡Que me bese, con besos de su boca!... ¡llévame contigo, sí, corriendo, a tu alcoba condúceme, rey mío, a celebrar contigo nuestra fiesta!” (Cant 1, 2-4). ¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 8 X Mayo 2013 X Página 11


Hay que quitarse las sandalias y entrar en el secreto del rey como aquella de cuya belleza Dios está prendado, para escuchar y prestar oído, prosternándonos ante Él: “Escucha, hija mía, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante él, que él es tu señor” (Sal 44, 11-12). Como María, conservando y meditando todo esto en su interior (cf. Lc 2, 19 y 51), saboreamos el gozo de lo indecible. La presencia del Esposo nos ilumina, nos transforma, nos diviniza. Y él encuentra su alegría en nosotros: “Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo” (Is 62, 5). Y nuestra alegría permanece en él: “Hasta ahora, no habéis pedido nada, alegando mi nombre. Pedid y recibiréis, así vuestra alegría será completa”(Jn 16, 24). Vemos lo que ningún ojo vio nunca, oímos lo que ningún oído oyó nunca, lo que ningún hombre ha imaginado, todo lo que Dios ha preparado para los que le aman. “¿Quién conoce a fondo la manera de ser del hombre si no es el espíritu del hombre que está dentro de él? Pues lo mismo: la manera de ser de Dios nadie la conoce, si no es el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que entendamos las cosas que Dios en su bondad nos ha dado” (1 Cor 2, 9-12). La oración nos introduce en lo más profundo de la intimidad divina. Y haciéndonos entrar en el misterio de este secreto, de un cielo anticipado, la oración nos entrega su llave.

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“El espíritu ora en nosotros” DOM ANDRÉ LOUF

Siempre se trata de la misma técnica: liberar nuestro corazón de su ganga, escuchar allí donde ya ora, entregarnos a esa oración hasta que la voz del Espíritu en nosotros llegue a ser nuestra propia oración. Pero es necesario que os volváis sobre vuestro corazón, y dominéis vuestro cuerpo. Por tanto, no desesperéis hasta encontrar allí los tesoros que valen la pena. Cuando nada oscurece ya nuestro corazón, puede abrirse totalmente a la luz, porque Dios es amor y Dios es luz. Hesiquio de Batos: “Quien vela cuidadosamente sobre su corazón, por naturaleza, irradia luz. Como un ascua arde, como el fuego enciende el cirio, así Dios hace arder nuestro corazón con vistas a la contemplación, él, que desde el bautismo habita en nuestro corazón”. Las técnicas de oración no tienen otra finalidad que hacernos conscientes de lo que ya hemos recibido, enseñarnos a sentir, a discernir, en la plena y tranquila certeza del Espíritu, la oración que en nuestras profundidades echó raíces y no cesa de trabajar. Esta oración debe subir a la superficie de nuestra conciencia. Jesús también nos precede en la oración y en el combate que el hombre debe mantener para volverla a encontrar. Por consiguiente, debe, él primero, enfrentarse con la tentación. Para volver a abrir a la humanidad el camino hacia el Padre, debe andar como precursor ese camino. Nadie va al Padre sino por su cuerpo resucitado. Jesús será el primer hombre en quien la plenitud del amor de Dios puede desplegarse sin obstáculo. Su oración era abandono amoroso a la voluntad de su Padre, a medida que la voluntad del Padre se manifestaba más en la plegaria. Es un abandono total, sin resistencia alguna, sin saber, dándose cuenta de que zozobra y que la muerte le traga, Jesús acepta perder pie y se deja llevar… en las manos de su Padre. No desemboca en la muerte, sino en el amor.

Gracias a la oración estamos cerca de él, superando los límites del tiempo; respiramos lo eterno, manteniéndonos ante la faz del Padre, unidos a Jesús. El lugar de este nacimiento, donde en nosotros es fecunda la Palabra, es el corazón. La gracia del bautismo se hace realidad cuando una Palabra de Dios por vez primera interpela nuestro corazón. Aquí volvemos a encontrar el órgano de la oración en nosotros. Para describir esta experiencia, los santos padres emplean un vocabulario muy rico: la Palabra de Dios toca nuestro corazón, le hiere, le aguijonea, le punza, le atraviesa y le abre. La Palabra de Dios sacude nuestro corazón de su embotamiento. “Despierta tú que duermes” (Ef 5, 14). En el centro del hombre, en su núcleo, en su corazón, se levanta la nueva luz. “Porque el mismo Dios que dijo: ‘Brille la luz del seno de las tinieblas’, es el que ha hecho brillar la luz en nuestros corazones para hacer resplandecer el conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo” (2 Cor 4,6). “Es, pues, fuera donde me apareceré a ti y de esta forma te haré volver a ti misma para hacerte encontrar en lo más íntimo de tu ser al que buscas fuera”. El corazón del hombre ha sido hecho para acoger la Palabra y la Palabra se ajusta naturalmente a él. Uno ha sido hecho para la otra. La palabra debe ser sembrada en el corazón, pero el corazón debe ser purificado y puesto en orden con vistas a la Palabra. Como en un espejo, en la Palabra reconocemos nuestro nuevo rostro. En ella, somos testigos de nuestro renacer en Cristo. “El hombre escondido en el fondo del corazón” (1 Pe 3,4) se despierta en nosotros. Subsiste el peligro de separarnos de la Palabra y de nuestro corazón y de reincidir en el sueño. Quien, pese a todo, quiere perseverar el la plegaria debe limitarse a una vela interior. Deben,

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dicen los ancianos, hacer guardia cerca de su corazón. Será sobrio en sus tendencias, sus deseos y sus sentimientos y jamás cesará en su vigilancia. Sobre todo deberá pacificarse, encontrar la quietud en un profundo e insondable silencio. Según la observación de Evagrio, quien vive en la agitación y en las preocupaciones, en el ruido exterior e interior, se parece a una botella de agua turbia que ha sido agitada. “Cuando la botella ha permanecido algún tiempo inmóvil, la suciedad se deposita y el agua queda clara y limpia. Igual nuestro corazón, que cuando encuentra la quietud y un profundo silencio, refleja a Dios”. La vida nueva brota en nosotros como el agua y de golpe llena, hasta los bordes, el espacio que el silencio dejó libre. Será liberado un nuevo espacio que nos permitirá alcanzar la fuente de nuestro ser. Esta fuente en nosotros es el Espíritu, y también la Palabra de Dios.

Al mantenerse así exclusivamente vuelto hacia la intervención de Dios que salva en la soledad, la fe se ahonda en nuestro corazón y queda al desnudo una profundidad insospechada de nuestro ser; el núcleo central donde la plegaria ya se nos dio. Efectivamente, fue en el desierto donde el agua brotó de la roca, roca que es el mismo Jesús. En la soledad, inevitablemente, el corazón del hombre sube a la superficie con su ambigüedad congénita: todavía vendido al pecado y ya habitado por Dios y por la plegaria del E.S. Pero es el pecado, sobre todo, el que, en la oración solitaria, sube el primero a la superficie. Aplastante. Descorazonador. Esta experiencia es, literalmente, espantosa. La soledad separa de cualquier otra realidad y lleva a la propia nada. Ninguna apariencia puede ayudar.

Quien está llamado a penetrar en su corazón hasta el lugar del Espíritu, se enfrenta necesariamente con el mal y con el maligno en persona. Inexorablemente. Junto al corazón, el cuerpo del hombre desempeña también un papel decisivo, porque constituye el terreno en el que hasta ahora el pecado reinaba como amo y en el que su influencia debe ser reducida a cero por la fuerza del Espíritu Santo. Como Jesús hizo en su muerte y en su resurrección, también el cristiano debe “anular el pecado en su cuerpo” (Rm 8, 3). Por sí mismo no lo puede hacer; solamente la fuerza pascual de Jesús lo llevará a cabo en él. En su cuerpo, el cristiano se encuentra como entregado a dos fuerzas antagónicas que quieren apoderarse de él, desplegando su hostilidad y convirtiéndolo en campo de batalla entre el pecado y Jesús o, como dice san Pablo, entre la carne y el espíritu. Pero de la misma manera que el cristiano lleva la semilla de la gracia, depositada por el bautismo. Ha sido asumido en la muerte de Jesús y revestido de la fuerza de su resurrección. Por la naturaleza, la oración del varón y de la mujer serán, por tanto, un poco diferentes, pues el sexo imprime su huella en la plegaria. Esto no debe asombrarnos si admitimos que la plegaria está estimulada por la soledad sexual, tanto del varón como de la mujer. El varón y la mujer, a través del celibato y de la oración, encuentran así su otra mitad en Dios, esa otra tabla del díptico, ternura y fuerza, que constituye aquí abajo una purísima imagen de Dios, hasta que Dios sea todo en todos, tanto en el varón como en la mujer, hasta que su cuerpo sea espíritu, sin cesar jamás de ser cuerpo, pero convertido en templo del Espíritu y en casa de oración.

Ya no hay ningún apoyo superficial ni ningún sustitutivo. El hombre queda desnudo y sin defensa ante Dios en la pobreza y la debilidad que constituyen todo cuanto posee. Antes que la soledad le lleve al encuentro con Dios, le revela primero todos sus límites y su infinita insignificancia.

Toda soledad nos lanza sobre nosotros mismos y sobre Dios, sobre nuestra extrema pobreza, sobre el amor sin medida y sobre la misericordia de Dios.

Por su combate solitario, “los ermitaños expulsan el mundo caduco”, dejándose adivinar cierto resplandor del mundo transfigurado. La soledad

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refleja así algo de la realidad más profunda del corazón del hombre en donde se desencadena ese combate; la soledad es alternativamente desierto y paraíso, tumba del pecado y seno del mundo nuevo; es pascua de Jesús. “Habitan junto a Jesús y al Padre”, “morar en él”, es precisamente lo que la celda debe enseñar al monje que se esfuerza en perseverar en ella. La desolación es el primer fruto de la soledad. Libera al hombre de sí mismo y de proyectos, le hace pequeño ante Dios. Desolación y profunda alegría se alternan ahora al ritmo de la oración. En la hora de la prueba es el fuego purificador de la ausencia de Dios o incluso de su muerte aparente. En la hora de su venida, es

siempre. No es un sitio de paso, es ya morada. El solitario habita en su soledad, como habita en Jesús y en su amor, como permanece sin cesar en la plegaria. Allí está en su casa, como está en su casa junto a Dios, como un pecador convertido en cuya casa Jesús se detiene con predilección. Así, lleno de gratitud, permanece “sentado en su celda, teniendo interrumpidamente en el corazón la plegaria del publicano”. “Señor Jesús, ten piedad de mí que soy pecador”. Puesto que Jesús está siempre viniendo, la Iglesia debe velar constantemente. Ella es vela, vigía; “mira expectante hacia delante” (Rm 8, 19-25). La plegaria de la vela está orientada y proyectada hacia la doble realidad del fin de los tiempos: la vuelta de Jesús y la gran prueba que la precede. Quien quiere orar debe preparar un lugar en su corazón para esta <voluntad perfecta> del Padre y eliminar cuanto vaya contra esa voluntad. Para mantenerse en la voluntad del Padre hay que desembarazarse de todo amor propio y de todo egoísmo. Las contrariedades, las cosas imprevistas, las preferencias de los demás, todo eso que nos hiere y nos molesta, todo es señal de que estamos apegados a cosas distintas de Dios y de su amor. Es la señal de que se acerca la hora en la que, como Jesús, tenemos que renunciar totalmente a nosotros mismos. Morir de esta manera a nuestros deseos liberará en nuestro corazón el espacio que necesita el enorme deseo del Padre sobre nosotros: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Esta voluntad propia, en el sentido de nuestros menudos deseos egoístas, no es verdaderamente nuestra. Nuestra personalidad profunda no puede quedar expresada en ella, no depende más que de nuestro yo superficial y artificial, que siempre lleva la herida del pecado y reacciona con la inquietud y la necedad. Solamente quien se desprende sin descanso de estos caprichos y menudos quereres para no adherirse más que a Jesús, llegará a la paz interior. En él, la voluntad del Padre, oculta en lo más hondo, puede aflorar a la superficie de su corazón. Entonces esta voluntad se convierte en su propia voluntad. Un día será su alimento, toda la fuerza motriz de su acción, la única obra que tenga que realizar abajo.

el resplandor inesperado de su rostro, como una luz deslumbradora en lo más profundo del corazón. Es como sentirse por un lado, separado de los hombres como “desecho del mundo” y, de otro, repentinamente ligado en profundidad con todos los hombres “en el corazón de la tierra”. La soledad no es tanto una zona de clausura que separa del mundo-que-pasa, como una zona de acceso al mundo-que-viene y que permanecerá para

La ascesis de la obediencia vuelve a dejar al hombre en aquella “sencillez ante Cristo” en la que fue creado. “Sencillo” quiere decir que no hay ya más que una sola orientación en su corazón: la voluntad del Padre. Esto supone un corazón puro que se ha desprendido de todas las adicciones del egoísmo y del pecado y que puede reconocer la voluntad del Padre a través de todo; donde los demás están ciegos, él ve, discierne la realidad profunda, donde se guían unos a otros hasta caer juntos en el hoyo.

¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 8 X Mayo 2013 X Página 15


En la oración se desenmascaran las ilusiones de la voluntad propia “Todo es puro para quien es puro” (Tit 1,15). Evidentemente esto supone una oración verdadera por la que se baja hasta el fondo del propio corazón para morir allí velando y orando. Una oración que, en el fondo ya nunca tendrá término. ¿Es posible esto? Ciertamente que sí para quien sabe por experiencia lo que significa orar con el propio corazón y no sólo con los labios o con la inteligencia. Uno y el mismo órgano no puede estar ocupado a la vez por dos objetivos diferentes. Simultáneamente no se puede leer un periódico y una novela, ni en el mismo instante escuchar dos discos distintos. Pero haciendo todo esto se puede orar, aun durante el trabajo e incluso durante el estudio. En efecto, la oración mana sólo del corazón, y solamente la plegaria puede ocupar el corazón hasta su fondo más íntimo. Por eso puede convertirse en la música de fondo que acompaña al ser y al obrar, a condición de que el camino hacia esta hondura permanezca libre. ¿Será imposible orar fuera de nuestro corazón? Por ejemplo, ¿elevándose a Dios a través de las cosas y de los seres humanos? ¿No sería éste otro camino hacia una plegaria que ya no necesitaría distanciarse de la vida concreta, sino que permanecería enraizada por completo en ella, una oración que nacería de la vida misma? De suyo, esta posibilidad existe y no deseamos excluirla. Todo lo creado es imagen de Dios y puede ponernos en la senda que lleva a Dios. Todo ha sido creado en el Verbo y puede, en consecuencia, hablarnos de Dios, por oscurecida que esté la imagen a causa del pecado, por enmascarado que esté el sonido divino de las cosas con los ruidos que se interfieren. La cuestión radica solamente en saber si tal camino, sin el socorro de la técnica tradicional de oración escrita en este libro, no está expuesto a convertirse en un largísimo rodeo sin más. Pues Dios no habla solamente en las cosas. Nos ha dado el don de su Palabra en la Escritura y de su propio Verbo, el Hijo; en nuestra carne humana. Una y otra Palabra nos son inefablemente próximas, mucho más cercanas y cualquier otra criatura: “Cerca de ti está la Palabra, en tu boca, en

tu corazón” (Rm 10,8). Y quien cree en la Palabra de Jesús, Jesús mora en él, y él en Jesús. Sin duda alguna, éste es el camino más corto, el atajo de su nombre: Jesús mismo. Este tesoro está escondido en tu propio corazón. No tienes más que pagar el precio, si las circunstancias lo exigen, de venderlo todo, lleno de alegría, y la oración será tuya. San Isaac el Sirio: “La cumbre de toda ascesis es la oración que no cesa nunca. Quien la alcanza, ipsofacto, queda instalado en su morada espiritual. Cuando el Espíritu va a habitar en un hombre, éste ya no puede dejar de rezar, pues el Espíritu ora sin interrupción en él. Ya duerma o vele, en su corazón la plegaria está siempre en marcha. Ya coma, beba, descanse o trabaje, el incienso de la oración sube espontáneamente desde su corazón, la plegaria no está ya ligada a un tiempo determinado, es ininterrumpida. Incluso durante su sueño se continúa, muy oculta, pues el silencio de un hombre que se ha liberado es ya en sí mismo oración. Sus pensamientos están inspirados por Dios. El menor movimiento de su corazón es como una voz que, silenciosa y secreta, canta para el Invisible”.

La plegaria cósmica Evagrio: “Es monje quien está separado de todos y unidos a todos”, pues la plegaria hace habitar en el profundo corazón del cosmos. Esta plegaria cósmica no se limita a ser una oración por el mundo. Es cierto que ésta intersección es muy poderosa, pero la oración actúa más todavía. Purifica los hombres y las cosas, pone al desnudo su centro profundo. La oración restablece y cura la creación, la contempla a la luz de Dios y se la restituye. Así la oración está siempre emparentada con la bendición y, normalmente, desborda en eucaristías, en acción de gracias. Porque, merced a la oración, el hombre de plegaria ha encontrado su verdadero yo en lo más hondo de su corazón, puede ahora reconocer todo lo demás. Ha recibido una visión nueva sobre los hombres y las cosas. A partir de su propio centro, alcanza también el centro de todo, cuanto le llega. Con tu amor, Señor, seré profundo como el mar, y llegaré al corazón de los demás.

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Martos Eucarístico Horarios de exposición del San!simo Sacramento en templos marteños

1 miér 2 jue

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

7 mar

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

COFRADÍA SAN AMADOR Iglesia Parroquial de San Amador 19:30 h. a 20:00 h.

8 miér

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

9 jue

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

COFRADÍA SAN AMADOR Iglesia Parroquial de San Amador 19:30 h. a 20:00 h.

3 vier 4 sáb

Iglesia Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora 20:00 h. a 20:30 h.

10 vier

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

11 sáb

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

COFRADÍA SAN AMADOR Iglesia Parroquial de San Amador 19:30 h. a 20:00 h.

12 dom

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 18:00 h. a 18:45 h.

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

13 lun

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

14 mar

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

HERMANDAD HUMILDAD Y DESAMPARADOS Iglesia del Monasterio de la Santísima Trinidad 10:30 h. a 13:00 h.

15 miér

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 18:00 h. a 18:45 h.

16 jue

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

COFRADÍA SAN AMADOR Iglesia Parroquial de San Amador 19:30 h. a 20:00 h.

5 dom

6 lun

Iglesia Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora 20:00 h. a 20:30 h.

mayo

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

Iglesia Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora 20:00 h. a 20:30 h.

¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 8 X Mayo 2013 X Página 17


vier

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

18 sáb

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

19 dom

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 18:00 h. a 18:45 h.

20 lun

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

21 mar

17

ADORACIÓN NOCTURNA · ANE Capilla Sacramental de la Iglesia Parroquial de San Juan de Dios Inicio 20:45 h.

dom

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 18:00 h. a 18:45 h.

27 lun

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

28 mar

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

29 miér

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

22 miér

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

30 jue

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

23 jue

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

Iglesia Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora 19:00 h.

Iglesia Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora 20:00 h. a 20:30 h.

TRIDUO CORPUS CHRISTI Santuario Santa María de la Villa 19:30 h. a 20:00 h.

26

mayo

24 vier

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

25 sáb

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

31 vier

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h. TRIDUO CORPUS CHRISTI Santuario Santa María de la Villa 19:30 h. a 20:00 h.

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El pueblo cristiano quiere a María Santísima Mons. RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ Obispo de Jaén

CARTA PASTORAL

1. Sé muy bien que no es necesario recordaros la especial dedicación del mes de Mayo a nuestra Madre del cielo. El pueblo cristiano lo llama “mes de María”, “mes de las flores”, en su honor. A través de esta Carta quiero invitaros a vivir esta devoción en vuestras familias, en las comunidades parroquiales y de forma individual. Hemos de invitar también y transmitir esta devoción a los niños y adolescentes, con nuevas formas en muchos casos, dado que va desapareciendo esta entrañable devoción en más de un Colegio y cada vez son menos los que acuden a la Iglesia parroquial. Nueva evangelización. Los cristianos de edad sabemos, por experiencia, que el amor y la devoción a la Santísima Virgen nos acercan a Jesucristo, Único Salvador. Todo el pueblo cristiano sabe muy bien que María, la Virgen de Nazareth, obtiene de su Hijo abundantes ayudas y gracias divinas a favor de sus hijos. Para confirmarlo bastaría hacer una lista, o detenernos a pensar, en las invocaciones y fiestas que engalanan y coronan a esta Iglesia mariana del Santo Reino de Jaén desde sus Catedrales hasta sus santuarios y ermitas en la geografía diocesana. 2. Durante este tiempo litúrgico vivimos, junto a María Santísima, las importantes festividades de la Ascensión del Señor, de Pentecostés, de la Santísima Trinidad y el día del Corpus Christi. En tan importantes acontecimientos de la historia de nuestra salvación aparece la Virgen María estrechamente unida a la primera comunidad cristiana que comenzaba a caminar en Jerusalén.

NICOLÁS VARGAS MELERO

El Obispo de Jaén en el mes de María

Queridos fieles diocesanos:

Si, hasta entonces, ella había acogido a su Hijo, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, a partir de su muerte y resurrección tendría la misión de acoger y cuidar a su Iglesia, con la nueva intervención del Espíritu Santo en Pentecostés. La presencia de la Santísima Virgen en la Iglesia, escribe el teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, constituye el factum de la unidad entre todas las dimensiones eclesiales y le da a la Iglesia un perfil profundamente mariano . Si la escena del Apóstol San Juan y María, junto con las tres mujeres al pie de la cruz, podríamos decir que es el documento de fundación de la Iglesia, en Pentecostés. María, se convierte en el centro y punto focal de la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo.

3. Os invito a pensar en el alcance de estas verdades en el Año de la Fe. Cuando el Papa emérito, Benedicto XVI, era Cardenal, escribió: “La compren-

¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 8 X Mayo 2013 X Página 19


sión mariana de la Iglesia es el contraste más fuerte y decisivo a un concepto de Iglesia puramente organizativo o burocrático. No podemos hacer la Iglesia, sino ser Iglesia… Sólo siendo marianos somos Iglesia. En los orígenes, la Iglesia… nació cuando el ‘fiat’ brotó en el alma de María”. En este sentido, profundizar en nuestra devoción mariana no implica únicamente renovar la devoción a María sino, sobre todo, encontrar nuestro verdadero ser de miembros unidos a Jesucristo en su Iglesia. De la verdadera fe brota, además, la confianza en el Señor. Ya el ángel de la Anunciación le dijo a María: “No temas” (cf. Lc 1, 29). También los discípulos de Jesús pudieron oírle, muchas veces, estas mismas palabras: “No temáis”, “No tengáis miedo”. Al inicio del mes de mayo también nos dice Jesús Resucitado a cada uno de nosotros: “Mira a tu Madre y no temas”, “Ten plena confianza en ella”.

4. Bien podríamos hacer el compromiso, durante este mes, de peregrinar a un santuario mariano, como expresión de fe y de amor a la Santísima Virgen que nos mostrará a su Hijo. Ánimo, sobre todo a los sacerdotes, a organizar y encabezar estas iniciativas en las familias cristianas y sus comunidades, como viene haciéndose realidad, año tras año, en no pocos lugares de esta Iglesia. No dejemos pasar ocasión tan propicia, en este año de la fe, para alcanzar la Indulgencia y gracias que el Señor nos tendrá preparadas para cada uno de nosotros. JOSÉ ÁNGEL CUESTA CASTRO

Procuremos enmarcar los ejercicios piadosos marianos en el tiempo litúrgico que estamos celebrando. Actualicemos, asimismo, con esta ocasión, las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre la verdadera devoción a favor de la Santísima Virgen María, y en el Catecismo de la Iglesia Católica. ¡Venid y vamos todos…! Con mi saludo en el Señor.

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La conciencia moral, las virtudes y el pecado FRANCISCO LÉON GARCÍA, Pbro. Párroco de Santa Marta de Martos (Jaén)

INTRODUCCIÓN Para poder seguir fielmente el CEC, vamos a dar unas ideas que son importantes y que aparecen desarrolladas en los artículos 6, 7 y 8 del Catecismo, comprendidas en los números 1776 y 1876 del mismo. Pretendemos adentrarnos en lo más íntimo del corazón humano, donde se puede uno encontrar con Dios y descubrir la gran riqueza de dones, cualidades y carismas, recibidos de Él; pero, al mismo tiempo, darnos cuenta también de la gravedad del pecado, cuando uno rechaza, desobedece y se aparta de Dios conscientemente y las terribles consecuencias que ello conlleva a nivel personal y comunitario.

le llevan a la perversión y perdición. Es testigo del Bien supremo que, en el fondo del corazón, todo ser humano persigue y que es capaz de descubrir como una ley no inventada por sí mismo. De ahí. Que cuando uno hace el mal, no se sienta satisfecho ni feliz, experimente una sensación de frustración. El hombre está obligado moralmente a seguir el dictamen de su conciencia. Debe entrar dentro de sí mismo para conocer, reflexionando, el deber y la verdad moral. Por eso, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Su dignidad como persona depende de la obediencia a la conciencia. En un mundo superficial en el que se prescinde de toda reflexión, marcado por la relativización moral, la exigencia de un examen o interiorización es mucho más necesario e imprescindible.

1. LA CONCIENCIA MORAL El nº 1776 del CEC recoge el contenido del nº 16 de la Gaudium et spes, que, por su sencillez y claridad, transcribo: “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente”. Es en la conciencia donde el hombre escucha esa voz interior que le descubre su dimensión moral, es decir, su libertad y su responsabilidad, la experiencia de la obligación y la imputabilidad de sus actos. Es, pues, a través de la conciencia como la persona se hace dueña de sí misma. No nos es extraño escuchar cuando se ven ciertos comportamientos indignos: “tal persona no tiene conciencia”. a) El dictamen de la conciencia Es la conciencia la que conduce a la persona a hacer el bien y evitar el mal, hace un juicio moral sobre las propias acciones distinguiendo las que le llevan a su mejor y mayor realización y aquellas que ¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 8 X Mayo 2013 X Página 21


Por ninguna razón jamás debe ser coaccionada la libertad de conciencia de la persona, pues es un derecho a realizar en cualquier campo de su actuación, especialmente en materia religiosa (Cfr. D.H. 3), cuando se trata de tomar las decisiones morales. b) Formación de la conciencia La conciencia no es autosuficiente, necesita formarse para que su juicio sea conforme al bien verdadero y no caiga en error o en la tentación de acomodar sus propios juicios a las conveniencias personales. Esta formación dura toda la vida, comenzando por la educación infantil que ha de despertarle el reconocimiento de los valores y la fidelidad a la ley interior. Una educación prudente es la que enseña la virtud, preserva y sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos, fruto de la debilidad y de las faltas humanas. En la formación de la conciencia la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar, orientándolo siempre al bien. También nos ayudan los buenos ejemplos, los sanos consejos de otros y las enseñanzas de la Iglesia, que nunca hemos de infravalorar. c) Decidir en conciencia A la hora de tomar una decisión en conciencia para actuar moralmente, puede hacerse conforme a la razón y a la ley de Dios o apartándose de ellas. Para buscar siempre lo que es justo y bueno se deberá hacer un discernimiento, interpretando los datos de la experiencia y los valores que están en juego, los buenos consejos de personas entendidas y la ayuda del Espíritu Santo. Aunque siempre se ha de obedecer el juicio cierto de la conciencia, también ésta puede equivocarse por ignorancia o error, pero no será culpable si no ha faltado la voluntad de buscar la verdad y el bien. Obrar en contra de la conciencia es pecado. Pero no es menos cierto que, por las muchas influencias que hoy tenemos, nuestra conciencia está afectada y puede formular juicios erróneos. Esta ignorancia puede ser responsabilidad de la persona por no haberse preocupado de buscar el bien y la verdad; en este caso se trata de una ignorancia culpable del mal que comete. Por desgracia, hoy, el desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, el mal ejemplo de los otros, el dejarse llevar de las malas pasiones, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y la falta de conversión y caridad, pueden llevar a una desviación del juicio en la conducta moral, como está ocurriendo con frecuencia. Nos recuerda el Conc. Vat. II: “Cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad” (G.S. 16).

2. LAS VIRTUDES En el nº 1803, párrafo 2º, se define la virtud: “La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma”. San Gregorio de Nisa decía: “El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios”. a) Las virtudes humanas Son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien y se adquieren mediante las fuerzas humanas y son los frutos de la realización de unos actos moralmente buenos. Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental, por eso se llaman “cardinales”, son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y elegir los medios rectos para realizarlo, aplicando sin errores los principios morales a los casos particulares. La justicia es la virtud que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido. Con respecto a Dios se llama “virtud de la religión”; con relación a los hombres dispone a respetar los derechos de cada uno y armonizar las relaciones humanas para promover la igualdad y el bien común. La virtud de la fortaleza asegura, en medio de las dificultades, la firmeza y constancia en la búsqueda del bien; permite vencer las tentaciones y superar el temor, incluso a la muerte y de hacer frente a las pruebas y persecuciones. La templanza es la virtud que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados; asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. Estas cuatro virtudes, adquiridas por la educación, son purificadas y elevadas por la gracia, forjando nuestro carácter y facilitándonos la práctica del bien. El hombre verdaderamente virtuoso es feliz al practicarlas. b) Las virtudes teologales Las virtudes teologales adaptan las facultades del hombre a la participación en la naturaleza a Dios. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino. Estas virtudes fundan, animan y caracterizan el obrar moral cristiano y son infundidas por Dios en el alma de los fieles para que sean capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna.

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Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades humanas. La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe “se entrega entera y libremente a Dios” (D.V. 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios, también a vivirla, a profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla con la palabra y, sobre todo, con las obras. Recordemos las palabras del Conc. Vat. II: “Todos vivan preparados para testimoniar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (L.G. 42; cfr. D.H. 14). Jesús nos dice en el Evangelio: “Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en el cielo” (Mt 10, 32). La esperanza es la virtud por la que aspiramos al Reino de los Cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo, ayudados por la gracia del Espíritu. Este anhelo de felicidad que todos poseemos en lo más profundo del corazón es fruto de nuestra esperanza que nos protege del desaliento y nos preserva del egoísmo, conduciéndonos a una vida de caridad. Por la esperanza “deseamos un día gozar en la presencia del Señor –como decía el salmista- en el país de la vida”. La caridad es la virtud teologal por la que amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. La caridad es una exigencia de la fe, pues una fe sin obras de amor es una fe muerta. Jesús hace de la caridad el nuevo mandamiento del amor (Jn 13, 34), amándonos hasta el extremo. Él quiere que permanezcamos en su amor (Jn 15, 9-10); no

hay otra manera de demostrar la verdadera y auténtica amistad, que cumpliendo el mandamiento nuevo de Jesús, el mandamiento del amor: “Este es mi mandamiento que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Jesús quiere que amemos como Él y, con preferencia, a los niños, a los pobres, a los enfermos, a los que no piensan o sienten como nosotros, e incluso a nuestros enemigos como Él. “La caridad en la verdad”, como decía Benedicto XVI y lo ha recordado el Papa Francisco es la fuerza transformadora para hacer un mundo más justo y humano, pues tiene como frutos el gozo, la paz, la misericordia, la compasión y el servicio al otro, por eso es desinteresada, generosa y universal, no excluye a nadie. La caridad es la mayor de las virtudes, pues, como decía el Apóstol: “Si no tengo caridad, nada soy” (1 Cor 13, 1-13).

3. EL PECADO El CEC, en el número 1849, define el pecado como una “falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana”. San Agustín lo definía como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna”. Pero Dios nos ha mostrado su misericordia y su perdón desde el primer instante en el que hace su anuncio de salvación (cfr. Gén 3, 14-15). El mismo ángel anuncia a José: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1, 21). El hombre acoge esa misericordia cuando con humildad reconoce y confiesa sus pecados

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y sus faltas, con la convicción de que el pecado que realizamos ofende a Dios, porque se rebela contra el amor que Él nos tiene y aparta de Él nuestros corazones con la soberbia de querer ser “como dioses” en el conocimiento del bien y el mal. San Agustín decía: “El pecado es así amor de sí hasta el desprecio de Dios”, y por esta exaltación orgullosa del yo, el pecado es totalmente contrario a la obediencia de Jesús que realizó la salvación (cfr. Flp 2, 6-9). Jesús en su pasión vence al pecado con su misericordia, carga con nuestros pecados para expiar por ellos y entrega su vida hasta derramar la última gota de su sangre, para que todos tengamos la verdadera vida en su nombre. a) La diversidad de pecados El número 1853 del CEC nos habla de la distinción de los pecados atendiendo a su objeto, esto no puede ayudar a todos para hacer un buen examen de conciencia; por ello, transcribo literalmente el texto: “Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto humano, o según las virtudes a las que se opone, por exceso o defecto, o según los mandamientos que quebrantan. Se los puede agrupar también según se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismo [o contra el medio ambiente que nos rodea]; se los puede dividir en pecados espirituales o carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, obra u omisión. La raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad (cfr. Mt 15, 19-20). En el corazón del hombre también está la caridad, principio de las obras buenas y puras, a la que hiere el pecado. b) La gravedad del pecado No olvidemos nunca que los pecados no tienen todos la misma importancia, hemos de valorar también su gravedad. El pecado mortal destruye la cari-

dad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios, apartando al hombre de Dios, que es su fin último. El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende, la debilita y la hiere. Para que un pecado sea mortal se requiere que tenga como objeto una materia grave, que sea cometido con pleno conocimiento y se realice con deliberado consentimiento (RP. 17). c) La misericordia de Dios es más grande que el pecado Quiero terminar con las bellas palabras que el Papa Francisco, en la parroquia de Santa Ana de Roma, decía en su homilía el domingo, día 17 de marzo: “El mensaje de Jesús es éste: La misericordia. Para mí, lo digo con humildad, es el mensaje más fuerte del Señor: la misericordia. Pero él mismo lo ha dicho: ‘No he venido para los justos’; los justos se justifican por sí solos. ¡Bah!, Señor bendito, si tú puedes hacerlo, yo no. Pero ellos creen que sí pueden hacerlo... Yo he venido para los pecadores” (cf. Mc 2,17). No es fácil encomendarse a la misericordia de Dios, porque eso es un abismo incomprensible. Pero hay que hacerlo. «Ay, padre, si usted conociera mi vida, no me hablaría así». «¿Por qué, qué has hecho?». «¡Ay padre!, las he hecho gordas». «¡Mejor!». «Acude a Jesús. A él le gusta que se le cuenten estas cosas». El se olvida, él tiene una capacidad de olvidar, especial. Se olvida, te besa, te abraza y te dice solamente: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8,11). Sólo te da ese consejo. Después de un mes, estamos en las mismas condiciones... Volvamos al Señor. El Señor nunca se cansa de perdonar, ¡jamás! Somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón. Y pidamos la gracia de no cansarnos de pedir perdón, porque él nunca se cansa de perdonar. Pidamos esta gracia”.

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Jornada de las Confraternidades y de la Piedad Popular Plaza San Pedro

El papa pide a las cofradías “eclesialidad y ardor misionero” El Papa Francisco clausuró, el primer domingo de mayo, la Jornada de Cofradías y Piedad Popular celebrada en Roma -del 3 al 5 de mayo- con motivo del Año de la Fe. Al concluir este encuentro, en el que participaron miembros de Hermandades y Cofradías de todo el mundo y que contó con varias sesiones de catequesis en distintos idiomas, el Santo Padre resaltó la importancia de la acción caritativa de estas asociaciones públicas de fieles, llamadas a evangelizar siempre en comunión con los obispos.

El Papa Francisco clausuró, el pasado domingo, la Jornada de Cofradías y Piedad Popular, ante más de 50 mil miembros de Hermandades de todo el mundo desplazados hasta Roma. Durante la Eucaristía de clausura, el Santo Padre lanzó a los miembros de estas asociaciones públicas de fieles tres mensajes que deben caracterizar su labor y su vida eclesial en el escenario de la nueva evangelización. La primera clave es, siguiendo un término ya utilizado por Benedicto XVI, la evangelicidad: “Acudid siempre a Cristo -exhortó el Papa-, fuente inagotable, reforzad vuestra fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia. A lo largo de los siglos, las Hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa con el Señor. Caminad con decisión hacia la santidad; no os conforméis con una vida cristiana mediocre, sino que vuestra pertenencia sea un estímulo, ante todo para vosotros, para amar más a Jesucristo”. La segunda clave que resaltó el Pontífice fue la eclesialidad, pues “la piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se vive en la Iglesia, en comunión profunda con vuestros Pastores”. Ante los 50.000 peregrinos, entre los que había representantes de las Cofradías y Hermandades todas las dió-

cesis españolas, añadió: “Amad a la Iglesia. Dejaos guiar por ella. En las parroquias, en las diócesis, sed un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana. Veo en esta plaza una gran variedad de colores y de signos. Así es la Iglesia: una gran riqueza y variedad de expresiones en las que todo se reconduce a la unidad, al encuentro con Cristo”. Por último, el Papa Francisco apuntó a la necesaria misionariedad de las Hermandades y Cofradías, y animó a todos sus miembros a ser “auténticos evangelizadores. Que vuestras iniciativas -les dijo- sean puentes, senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él. Y, con este espíritu, estad siempre atentos a la caridad. Cada cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad. Sed misioneros del amor y de la ternura de Dios”. Y concluyó: “Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Pidamos al Señor que oriente siempre nuestra mente y nuestro corazón hacia Él, como piedras vivas de la Iglesia, para que todas nuestras actividades, toda nuestra vida cristiana, sea un testimonio luminoso de su misericordia y de su amor”.

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HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO 5 DE MAYO DE 2013

Jornada de las Confraternidades y de la Piedad Popular en el Año de la Fe Queridos Hermanos y Hermanas En el camino del Año de la Fe, me alegra celebrar esta Eucaristía dedicada de manera especial a las Hermandades, una realidad tradicional en la Iglesia que ha vivido en los últimos tiempos una renovación y un redescubrimiento. Os saludo a todos con afecto, en especial a las Hermandades que han venido de diversas partes del mundo. Gracias por vuestra presencia y vuestro testimonio. Hemos escuchado en el Evangelio un pasaje de los sermones de despedida de Jesús, que el evangelista Juan nos ha dejado en el contexto de la Última Cena. Jesús confía a los Apóstoles sus últimas recomendaciones antes de dejarles, como un testamento espiritual. El texto de hoy insiste en que la fe cristiana está toda ella centrada en la relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Quien ama al Señor Jesús, acoge en sí a Él y al Padre, y gracias al Espíritu Santo acoge en su corazón y en su propia vida el Evangelio. Aquí se indica el centro del que todo debe iniciar, y al que todo debe conducir: amar a Dios, ser discípulos de Cristo viviendo el Evangelio. Dirigiéndose a vosotros, Benedicto XVI ha usado esta palabra: evangelicidad. Queridas Hermandades, la piedad popular, de la que sois una manifestación importante, es un tesoro que tiene la Iglesia, y que los obispos latinoamericanos han definido de manera significativa como una espiritualidad, una mística, que es un «espacio de encuentro con Jesucristo». Acudid siempre a Cristo, fuente inagotable, reforzad vuestra fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia. A lo largo de los siglos, las Hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han ¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 8 X Mayo 2013 X Página 27


vivido con sencillez una relación intensa con el Señor. Caminad con decisión hacia la santidad; no os conforméis con una vida cristiana mediocre, sino que vuestra pertenencia sea un estímulo, ante todo para vosotros, para amar más a Jesucristo. También el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado nos habla de lo que es esencial. En la Iglesia naciente fue necesario inmediatamente discernir lo que es esencial para ser cristianos, para seguir a Cristo, y lo que no lo es. Los Apóstoles y los ancianos tuvieron una reunión importante en Jerusalén, un primer «concilio» sobre este tema, a causa de los problemas que habían surgido después de que el Evangelio hubiera sido predicado a los gentiles, a los no judíos. Fue una ocasión providencial para comprender mejor qué es lo esencial, es decir, creer en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestros pecados, y amarse unos a otros como Él nos ha amado. Pero notad cómo las dificultades no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia. Y aquí entra un segundo elemento que quisiera recordaros, como hizo Benedicto XVI: la «eclesialidad». La piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se vive en la Iglesia, en comunión profunda con vuestros Pastores. Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia os quiere. Sed una presencia activa en la comunidad, como células vivas, piedras vivas. Los obispos latinoamericanos han dicho que la piedad popular, de la que sois una expresión es « una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia» (Documento de Aparecida, 264). Amad a la Iglesia. Dejaos guiar por ella. En las parroquias, en las diócesis, sed un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana. Veo en esta plaza una gran variedad de colores y de signos. Así es la Iglesia: una gran riqueza y variedad de expresiones en las que todo se reconduce a la unidad, al encuentro con Cristo. Quisiera añadir una tercera palabra que os debe caracterizar: «misionariedad». Tenéis una misión específica e importante, que es mantener viva la relación entre la fe y las culturas de los pueblos a los que pertenecéis, y lo hacéis a través de la piedad popular. Cuando, por ejemplo, lleváis en procesión el crucifijo con tanta veneración y tanto amor al Señor, no hacéis únicamente un gesto externo; indicáis la centralidad del Misterio Pascual del Señor, de su Pasión, Muerte y Resurrección, que nos ha redimido; e indicáis, primero a vosotros mismos y también a la comunidad, que es necesario seguir a Cristo en el camino concreto de la vida para que nos transforme. Del mismo modo, cuando manifestáis la profunda devoción a la Virgen María, señaláis al más alto logro de la existencia cristiana, a Aquella que por su fe y su obediencia a la voluntad de Dios, así como por la meditación de las palabras y las obras de Jesús, es la perfecta discípula del Señor (cf. Lumen gentium, 53). Esta fe, que nace de la escucha de la Palabra de Dios, vosotros la manifestáis en formas que incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes culturas... Y, haciéndolo así, ayudáis a transmitirla a la gente, especialmente a los sencillos, a los que Jesús llama en el Evangelio «los pequeños». En efecto, «el caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador» (Documento de Aparecida, 264). Sed también vosotros auténticos evangelizadores. Que vuestras iniciativas sean «puentes», senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él. Y, con este espíritu, estad siempre atentos a la caridad. Cada cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad. Sed misioneros del amor y de la ternura de Dios. Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Pidamos al Señor que oriente siempre nuestra mente y nuestro corazón hacia Él, como piedras vivas de la Iglesia, para que todas nuestras actividades, toda nuestra vida cristiana, sea un testimonio luminoso de su misericordia y de su amor. Así caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén del cielo. Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo; y la luz del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea.

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Lo que es y lo que debe ser la Piedad Popular según el Papa Francisco, en 20 frases Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero De la homilía del Papa Francisco en la celebración del Año de la Fe en la plaza de San Pedro de Roma de las Cofradías y Hermandades, domingo 5 de mayo de 2013.

1. Las Cofradías y las Hermandades son una realidad tradicional en la Iglesia que ha vivido en los últimos tiempos “una renovación y un redescubrimiento”.

Evangelicidad: autenticidad de vida desde el Evangelio 2. La piedad popular es un tesoro que tiene la Iglesia, espacio de encuentro con Jesucristo.

5. A lo largo de los siglos, las Hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa con el Señor. Es necesario, pues, seguir caminando con decisión hacia la santidad, no conformándose con una vida cristiana mediocre. 6. La pertenencia a cofradías y hermandades ha de ser un estímulo para amar más a Jesucristo.

ALBERTO ORTEGA ERENA

3. Para conservar, cultivar y acrecentar este tesoro, es preciso acudir siempre a Cristo, fuente inagotable.

4. Los miembros de las cofradías y hermandades han de esforzarse en reforzar su fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia.

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7. Pertenecer a una cofradía o hermandad es, ha de ser, una ocasión providencial para comprender mejor qué es lo esencial, es decir, creer en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestros pecados, y amarse unos a otros como Él nos ha amado.

Eclesialidad 8. Y las dificultades de la vida humana y cristiana no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia. 9. La piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se vive en la Iglesia, en comunión profunda con sus Pastores. 10. La Iglesia quiere a las cofradías y hermandades y les llama a ser presencia activa en la comunidad, como células vivas, piedras vivas. 11. Pertenecer a una cofradía o hermandad es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, de modo que sus miembros han de aman a la Iglesia y dejarse guiar por ella. 12. En las parroquias, en las diócesis, las cofradías y hermandades han de ser un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana, que, con variedad de colores y de signos, expresión misma de la Iglesia, han de confluir, se han de reconducir a la unidad, al encuentro con Cristo.

Misionariedad: ardor misionero 13. Misión específica de las cofradías y hermandades, misión importante, es mantener viva la relación entre la fe y las culturas de los pueblos a los que pertenecen. Cuando, por ejemplo, llevan en procesión el crucifijo con tanta veneración y tanto amor al Señor, no hacen únicamente un gesto externo; indican la centralidad del Misterio Pascual del Señor, de su Pasión, Muerte y Resurrección, que nos ha redimido; e indican, primero a los cofrades y también a la comuni-

dad, que es necesario seguir a Cristo en el camino concreto de la vida para que nos transforme. Del mismo modo, cuando manifiestan la profunda devoción a la Virgen María, señalan al más alto logro de la existencia cristiana, a Aquella que por su fe y su obediencia a la voluntad de Dios, así como por la meditación de las palabras y las obras de Jesús, es la perfecta discípula del Señor (cf. Lumen gentium, 53). 14. Esta fe, que nace de la escucha de la Palabra de Dios, las cofradías y hermandades la manifiestan en formas que incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes culturas… Y, haciéndolo así, ayudan a transmitirla a la gente, especialmente a los sencillos, a los que Jesús llama en el Evangelio «los pequeños». 15. El caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador. 16. Los miembros de las cofradías y hermandades han de ser, pues, auténticos evangelizadores. Que sus iniciativas sean «puentes», senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él. 17. Y, con este espíritu, estén siempre atentos a la caridad. 18. Cada cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad. 19. Los miembros de las cofradías y hermandades han ser misioneros del amor y de la ternura de Dios. 20. Y así caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén del cielo. Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo; y la luz del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea.

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